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12/15/2018 Reyes que curan.

Por Julius Evola (traducido por Marcos Ghio) | Biblioteca Evoliana

BIBLIOTECA EVOLIANA

Reyes que curan. Por Julius


Evola (traducido por Marcos
Ghio)
23 DE FEBRERO DE 2009 - 10:11 - ARTÍCULOS

Un fenómeno que en la historia occidental medieval y


hasta en el mismo comienzo de la era moderna ha
impactado en muchos estudiosos por su carácter de
singularidad, pero que tiene también un significado
particular, es el de los reyes taumaturgos.

Existen testimonios precisos de que los reyes de Francia y


de Inglaterra tuvieron el poder de curar a través de la
imposición de sus manos o bien permitiendo al enfermo
que los tocara. En Francia tal poder se manifestó
primeramente en Roberto el Piadoso, y sus sucesores,
comprendido san Luis, lo heredaron. Al transmitirse, el
mismo se especificó de virtud de curar o aliviar a todas las
enfermedades indistintamente al de curar la escrofulosis,
una enfermedad en ese entonces sumamente difundida.

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En Inglaterra tal poder taumatúrgico se afirmó en ciertos


casos en contra de la misma peste. La fórmula era: "Le
Roi te touche, Dieu te guérit", es decir, si el Rey te toca,
Dios te cura. Y si en las antiguas crónicas se conservan
rastros de tal creencia, de que ya los reyes merovingios
poseían una fuerza milagrosa que impregnaba casi
materialmente sus mismas vestimentas, la Inglaterra
medieval conoció los denominados cramps-rings, anillos
consagrados por los reyes, a los cuales se les atribuía un
poder de curar la epilepsia y ciertas enfermedades
musculares incluso más allá de la frontera del propio país.

En cuál medida el poder curativo estuviese asociado a la


idea de la verdadera dignidad regia, lo dice el hecho de
que Venecia, durante la guerra de los Cien Años, invitó a
Felipe de Valois a decidir el conflicto dinástico entre
Francia e Inglaterra demostrando la propia legitimidad
justamente por el hecho de poder curar enfermos, "tal
como suelen hacerlo los verdaderos reyes".

Pierre de Blois pudo escribir: "Lo confieso: asistir al Rey


es para el sacerdote cumplir con algo santo. Él es el Cristo
del Señor y no es en vano que él ha recibido el sacramento
de la unción, cuya eficacia, si es que alguno lo ignorara o
lo pusiese en duda, se encuentra ampliamente demostrada
por la curación de esta especial peste y de la escrofulosis".
El fenómeno taumatúrgico fue así constante en modo tal
que alguien lo pudo llamar "el único milagro perpetuo,
hereditario, de la religión cristiana".

Del lado gibelino, en contra de la tesis gregoriana, se

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insistió en afirmar que los soberanos recababan este poder


no de su eventual santidad, sino de su simple condición de
reyes. Hasta los siglos XIV y XV el milagro regio fue
ampliamente utilizado por los defensores del carácter
sagrado de la realeza.

En efecto, tal como lo resalta M. Bloch, al cual se le debe


un estudio profundizado y bien documentado sobre el
tema, "el milagro regio se presenta sobre todo como la
expresión de una cierta concepción del supremo poder
político". Esta concepción relativa al carácter sagrado de
la realeza corresponde, tal como es sabido, a una tradición
universal: el mismo testimonio concreto, bajo la forma de
un poder sanador de tal carácter se encuentra también
afuera del mundo cristiano y en épocas anteriores al
mismo cristianismo.

En el cristianismo el carácter sagrado de los reyes se


vinculó con el rito de la unción, que ya en el judaísmo
había valido como aquel en virtud del cual un ser era
investido de sacralidad, como profeta o vidente. Por lo
demás, en la Edad Media aquel rito tuvo el carácter de un
verdadero sacramento, diferente tan sólo por algunos
detalles al rito de ordenación de los obispos. Fue tan sólo
en el siglo XIII que, al haberse definido la doctrina de los
sacramentos, la unción regia fue excluida, por lo cual la
consagración asumió un carácter formal y externo, casi
como una simple ceremonia: no fue más una acción que,
otorgando al rey una fuerza real proveniente de lo Alto, le
confería una dignidad paralela a la del sacerdote o del
obispo regularmente ordenados, tal como anteriormente
había sido sin más reconocido. Antes, en la exégesis de

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figuras como Golein, a la unción regia le era atribuido un


poder de regeneración espiritual igual al del bautismo. De
acuerdo a un texto de la Iglesia oriental, la misma habría
incluso borrado la mancha del homicidio, estableciendo,
como en el sacerdote, un character indelebilis, una
cualidad que no se puede borrar. Y en la lucha en contra
de la Iglesia, entre los emperadores suabos se asomó la
doctrina de la "sangre real" como una sangre sagrada en sí
misma, independientemente de la persona y del derecho
formal.

Es de tal orden de ideas que deriva la concepción de los


reyes que curan. La misma subraya justamente el carácter
de sacralidad de los reyes, carácter comprendido no como
una simple palabra o como un oropel retórico de
cortesano, sino como algo real, real incluso físicamente.
Aun en 1575 D’Albon escribía: "Aquello que ha hecho de
los reyes objeto de tanta veneración han sido
principalmente las virtudes y potencias divinas
descendidas sobre ellos solamente y no sobre los demás
hombres".

Éstos son horizontes que hoy en día a la gran mayoría de


las personas les resultarán extravagantes e incluso
supersticiosos. Aquella virtud taumatúrgica será cuanto
más puesta en la cuenta de la sugestión. Pero esto no es
sino rehuir el problema, porque el hecho mismo de una
sugestión que en ciertos casos, a diferencia de los otros, se
demuestra eficaz, se lo tendría que explicar: es la misma
cuestión que se presenta respecto de las curaciones que
acontecen en Lourdes y en otros lados. De cualquier
forma, tal como justamente afirma Bloch, aquí interesa el

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testimonio de una determinada idea del supremo poder


político, idea que, ya universalmente reconocida en el
mundo tradicional, se supo conservar durante un cierto
tiempo en los mismos marcos del cristianismo. Por lo
demás, si hoy todo italiano siente todavía, aunque sea
confusamente y en modo instintivo, que entre la dignidad
de un rey y la de un presidente de la república cualquiera,
de un dictador o un tribuno de la plebe existe un abismo
insuperable, en esto se conserva todavía un último reflejo
de aquella concepción.

Roma, 16 de febrero de 1955.

(16 de febrero de 2009, los tiempos últimos, es decir a 54


años de la redacción de esta nota, nos muestran que esa
capacidad aun instintiva que pudieran expresar las
comunidades de percibir la sacralidad del Estado ha
desaparecido totalmente. En los mismos el poder político
ha definitivamente asumido un carácter material y anti-
metafísico, en donde el gobernante es uno más ’de los
nuestros’; habiendo sido su antecedente primero en el
proceso de decadencia de nuestra cultura el momento en
el cual se derogó el rito de la unción regia y la ceremonia
de coronación pasó a tener un carácter meramente
formal, del mismo modo de lo que sucede hoy en día con
los restantes ritos religiosos, los cuales son cada vez más
meras instancias recordatorias carentes de carácter real y
efectivo de transformación. El Estado ha dejado de ser

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por lo tanto un ente formativo y soberano para


transformarse en una mera expresión de la voluntad
general encargada simplemente de plasmar la naturaleza
física de los habitantes de una comunidad a los cuales no
debe modificar, sino simplemente garantizarles una buena
administración de los servicios públicos, lo cual por otro
lado en muchos casos ni siquiera llega a suceder de
manera pasable. Ésta es pues la democracia o era de la
decadencia terminal a la que se ha llegado en preciso
contraste con la edad áurea en donde los gobernantes
eran seres seres sagrados casi de otra naturaleza... Basta
tan sólo mirar alrededor para percibir la profunda
diferencia en donde quienes gobiernan, en vez de curar,
más bien enferman.  M.G.)

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