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Pero como la vida está repleta de situaciones que provocan ese tipo de sentimientos, cada
vez recurríamos más a nuestras adicciones. Aun así, la mayoría de nosotros no reconocía ni
admitía que hubiéramos perdido la capacidad de resistir y abstenernos.
Un autor, observó:
“Con el tiempo, la adicción rinde nuestra libertad de elección. A través de medios químicos,
uno puede literalmente privarse a sí mismo de su albedrío” (“Vicio o libertad”)”
Rara vez, las personas presas de una conducta adictiva admiten su adicción. Para negar la
gravedad de nuestra situación y evitar ser arrestados, o sufrir las consecuencias de nuestras
decisiones, intentamos restar importancia a nuestro comportamiento, e incluso ocultarlo, sin
darnos cuenta de que al engañar a los demás y a nosotros mismos, caíamos más en nuestras
adicciones. A medida que crecía nuestra impotencia sobre la adicción, muchos tratamos de
culpar a nuestros familiares y amigos, a los líderes de la Iglesia e incluso a Dios. Cada vez nos
aislábamos más y nos alejábamos de las personas y, concretamente, de Dios.
Un ser querido, un doctor, un juez o un líder eclesiástico nos dijo la verdad que ya no
podíamos seguir negando: la adicción estaba destruyendo nuestra vida.
Al volver la mirada sinceramente hacia el pasado, admitimos que nada de lo que habíamos
intentado por nosotros mismos había tenido éxito y reconocimos que la adicción
simplemente había empeorado. Nos dimos cuenta de lo mucho que nuestras adicciones
habían dañado nuestras relaciones y nos habían despojado de cualquier sentimiento de
autoestima. En este punto, dimos el primer paso hacia la libertad y la recuperación, y hallamos
valor para admitir que nos enfrentábamos a algo más que un mero problema o un mal hábito.
Finalmente, admitimos la verdad de que habíamos perdido el control de nuestra vida y que
necesitábamos ayuda para superar las adicciones. Lo sorprendente de esa sincera aceptación
de la derrota es que por fin se inició la recuperación.
PASOS A SEGUIR
Si bien las adicciones de las personas varían entre sí, algunas verdades, como la que
se expresa a continuación, nunca cambian: Nada comienza sin que así lo decida la
persona. La liberación de la adicción y la purificación comienzan con un pequeño
impulso de voluntad. Se dice que finalmente se tiene la voluntad de abstenerse cuando
el dolor del problema es peor que el de la solución. ¿Ha llegado usted a ese punto?
Si no lo ha hecho y prosigue con su adicción, ciertamente llegará a él, pues la adicción
es un problema progresivo.
Al igual que una enfermedad degenerativa, la adicción elimina su capacidad para vivir
con normalidad. El único requisito para comenzar la recuperación es el deseo de
terminar con su participación en la adicción. Aunque en este momento su deseo sea
pequeño e inconstante, no se alarme. ¡Ya crecerá!
Algunas personas reconocen la necesidad de librarse de la adicción, pero posponen su
comienzo. Si usted se halla en esa situación, comience reconociendo su falta de
voluntad y considerando el coste de su adicción. Anote aquello que sea importante
para usted. Piense en su familia, sus amistades, su relación con Dios, su fortaleza
espiritual, su capacidad para ayudar y bendecir a otras personas, o su salud. Después
reflexione en las contradicciones que hay entre lo que usted cree y espera, y en su
conducta. Observe cómo sus acciones minan aquello que valora. Ore para que el
Señor le ayude a verse a usted mismo y a su vida tal y como Él lo ve, con todo su
potencial divino, pero también con el riesgo que corre al continuar con su adicción.
El reconocimiento de lo que pierde al proseguir con su adicción le ayudará a encontrar
el deseo de erradicarla. Aun el deseo más pequeño le permitirá comenzar con el
paso 1; y cuando avance siguiendo los pasos de este programa y vea los cambios que
tienen lugar en su vida, su deseo crecerá.
A medida que desee abstenerse y admita los problemas que enfrenta, la humildad
reemplazará gradualmente al orgullo.