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Sepultados bajo la tierra de la campiña de Jaén han aparecido en forma de piedra los restos de un
pasado que redimensionan la Historia y marcan dos hitos clave: uno geográfico y otro histórico.
Son las dos bases del Arco de Jano Augusto, cada una de cuatro metros de ancho, construidas
alrededor del siglo I, con estructura de piedra arenisca de la zona, y levantadas con el hormigón
llamado opus caementicium. En la época del emperador Augusto, esta imponente infraestructura
de 15 metros de frente y unos siete de alto señalaría el punto cero de las calzadas romanas en el
territorio de la Bética, y en este 2018 hace historia por permitir conocer 21 siglos después los
pasos que los ancestros forjaron bajo ese arco, en los 1.500 kilómetros de Via Augusta, desde la
actual localidad de Mengíbar.
“Gracias a este hallazgo se puede puede situar con una precisión centimétrica dónde estabas
situado en la Via Augusta (principal calzada de comunicación de Hispania). Hasta Roma de un lado,
y hasta el Océano Atlántico en Cádiz hacia el otro. Era un punto de medida y de referencia”, matiza
Juan Pedro Bellón, investigador y responsable del proyecto Iliturgi, conflicto, culto y territorio de la
Universidad de Jaén (UJA), en el que se enmarca este hallazgo, para el que los miembros del
equipo ya han comenzado los trámites para solicitar que se declare Bien de Interés Cultural. “Esto
no es solo de trascendencia local, es importante en el ámbito internacional. Son los restos de una
vía romana que se ha conservado durante 2.000 años, y queremos concienciar a la población de
que esto es importante, y si no se protege en una mañana un tractor se lo puede llevar”, apunta.
Esta excavación permite redimensionar distancias, momentos históricos, templos, rutas y cuantas
otras lecturas históricas requieran los investigadores para levantar los testimonios del pasado con
esta construcción que denota la importancia que el Alto Guadalquivir representaba para Roma,
similar al de otras zonas como Iliturgi y Cástulo.“Apenas se disponían de mapas ni fuentes
bibliográficas para situar este enclave, y la última referencia se remonta a la época islámica, donde
había establecido un campamento que se llamaba del Arco”, contextualiza el experto, que destaca
que la relevancia de estos basamentos traspasa también hacia lo simbólico como punto de
tránsito fronterizo y como muestra de la monumentalidad con la que el emperador Augusto
alardeaba con sus obras para imponerse como poderoso en su apropiación y dominio del
territorio. "Es muy interesante también pensar que en ese punto las personas realizaban rituales
para el paso de una frontera. Ese arco marcaba una zona de límite sacralizado, había una
conciencia de tránsito", resalta el investigador.
Queda trabajo que hacer en el proyecto. Tras pasar la fase de excavación, todavía queda otra de
estudio de materiales y una tercera de puesta en valor. "Todavía tenemos expectativas de
encontrar un templo en la zona e inscripciones del arco. De momento hemos localizado restos
ornamentales y molduras de decoración vegetal", apunta Bellón, que señala como hipótesis que
los elementos del arco se pudieron extraer para construir con posterioridad la Torre de Mengíbar,
vestigio de una antigua fortaleza árabe y construida en el siglo XIII.
El Instituto Arqueológico Alemán hizo en los años ochenta una serie de prospecciones muy cerca
de donde se ha encontrado, pero no lo halló. "Su localización disipará muchas incógnitas sobre el
pasado romano de Andalucía y ayudará, como punto de referencia, a resolver aspectos más o
menos oscuros de la geografía antigua, entre otros campos", declaró ayer en la presentación de
este hallazgo la vicerrectora de Promoción de la Cultura y Deportes, María Dolores Rincón. "Está
llamado a ser uno de los descubrimientos más importantes de las últimas décadas, en relación con
el final del mundo íbero y el comienzo de la presencia romana”, considera el director del Instituto
Universitario de Investigación en Arqueología Ibérica de la UJA, Manuel Molinos.
En 2010, un equipo de arqueólogos daneses descubrió una masacre sin explicación aparente. En
Alken Enge, en el centro de la península de Jutlandia, desenterraron más de 2.000 huesos
humanos con marcas de violencia, una enorme fosa común que databa del tiempo en que fue
crucificado el predicador judío Jesús de Nazaret. En aquel tiempo el imperio romano avanzaba por
el norte de Europa encontrando una fiera resistencia de los pueblos germánicos, que infligieron
durísimas derrotas a las que Roma respondió con campañas de castigo. El análisis de los cadáveres
en el yacimiento danés apuntaba a que los cadáveres quedaron tirados sobre la tierra y fueron
devorados por perros, zorros y lobos. Después alguien volvió al lugar de la matanza, desmembró
los restos y eliminó toda la carne que les quedaba. Hicieron paquetes con los huesos y los tiraron a
un lago en cuyo fondo han quedado depositados hasta ahora.
“Esta es la mayor concentración de restos humanos que se ha encontrado nunca en esta época”,
explica Mette Løvschal, arqueóloga y antropóloga de la Universidad de Aarhus, cuyo cometido en
un equipo de unos 50 especialistas ha sido estudiar el extraño ritual, del que hasta el momento
solo había vagas referencias escritas por historiadores romanos. “Normalmente los historiadores
de Roma exageraban la brutalidad de sus enemigos bárbaros pero, a la luz de lo que hemos
encontrado, es posible que en este caso no lo hicieran tanto”, señala la investigadora. Ningún
texto romano menciona específicamente esta masacre y los pueblos germanos no tenían escritura,
así que las únicas evidencias disponibles están los huesos.
En Alken Enge hay restos de 84 personas, aunque es probable que en total haya unos 380
muertos, según las estimaciones de los arqueólogos. La inmensa mayoría eran hombres entre los
20 y los 40 años. Entre los restos también se hallaron unas pocas armas, puntas de lanza, espadas
rotas, escudos y animales sacrificados cuyos cadáveres también fueron arrojados al lago, lo que
refuerza que se trate de un ritual, según explican los responsables de la excavación en un estudio
publicado hoy en la revista PNAS de la Academia Nacional de Ciencias de EE UU.
Aunque aún no está claro qué sucedió en Alken Enge, lo más probable es que los romanos no
fuesen los culpables, al menos directamente. “No tenemos ninguna evidencia de que los romanos
participasen en esta batalla y, en esta época, la frontera del Imperio romano estaba a 300
kilómetros de aquí, en Alemania”, explica Mads Holst, jefe del proyecto de investigación.
“Probablemente estamos ante un conflicto interno entre pueblos germánicos a consecuencia del
avance de Roma y el desplazamiento de poblaciones al norte”, añade el arqueólogo. Según la
datación de carbono la masacre sucedió entre el año 2 antes de Cristo y el 54 de nuestra era. Uno
de los hallazgos más inquietantes es un palo que une cuatro huesos coxales de la cadera. “Este
yacimiento es importante porque nos habla de una magnitud de violencia que no se había visto en
yacimientos anteriores. También aclara el tipo de rituales que después se perpetuaron en siglos
posteriores, aunque ya no se harían con cadáveres, sino solo con armas, armaduras y caballos del
enemigo que se destruían y se disponían en montones”, explica.
Normalmente los historiadores de Roma exageraban la brutalidad de sus enemigos bárbaros pero,
a la luz de lo que hemos encontrado, es posible que en este caso no lo hicieran tanto
Lo que sí parece más claro es que no fue una batalla de igual a igual. Muchos de los cadáveres
tienen heridas en las piernas que típicamente sufre quien huye de su enemigo. La mayoría de los
fallecidos no tiene marcas de heridas cicatrizadas, lo que apunta a que no eran guerreros
experimentados, sino pastores y agricultores locales que fueron masacrados por otro grupo. “Lo
que sí sabemos es que este evento tuvo consecuencias enormes. Esta zona, que hasta entonces
había sido de pastos y cultivos, se cubrió de un bosque que permaneció 800 años más”, resalta
Løvschal.
Los investigadores quieren seguir excavando en la zona y pretenden extraer ADN de los huesos
para aclarar quiénes eran los masacrados de Alken Enge.
Pero el portal de defensa del patrimonio Regio Cantabrórum dio la voz de alarma tras ser avisado
por varios vecinos: se estaba destruyendo el yacimiento, posiblemente el histórico Portus
Blendium.
El Gobierno regional (coalición del Partido Regionalista de Cantabria y el PSOE) se echó las manos
a la cabeza, paró las obras y encargó dos informes profesionales. “Escasos eran hasta el día de hoy
los indicios arqueológicos de la presencia romana en Suances, pero los resultados obtenidos
permiten colegir el hallazgo de una urbe romana”, señala el documento entregado en julio, según
ha podido saber EL PAÍS. “Unas estructuras arquitectónicas, con manifestaciones suntuarias, que
por su localización geográfica costera deben asociarse a una estación portuaria de Portus
Blendium”, añade.
Eva Ranea, directora general cántabra de Cultura, admite la importancia del yacimiento y también
la imposibilidad de seguir con las investigaciones por una cuestión presupuestaria. “Lo que hemos
hecho es protegerlo con una capa de zahorra para que los coches no lo dañen, además de imponer
un peso máximo a los vehículos que aparquen”, afirma. “Quizás en la próxima legislatura podamos
acometer el proyecto, pero de momento es imposible. Hay que investigar más para poder
determinar con exactitud si es Portus Blendium”, sigue.
iguel López Cadavieco, director de Regio Cantabrórum, no comparte esa opinión: “El Gobierno
paró las obras porque colgamos un vídeo, que tuvo más de 30.000 visitas, denunciando los
destrozos”. López Cadavieco sostiene que se llevaron más de 100 camiones de tierra y escombros
a la escombrera, y que los restos fueron tapados con desperdicios para que no quedasen pruebas.
“Se han producido daños de más de medio metro de profundidad. Es una cacicada de los años
noventa, sobre todo porque se sabía desde 1967, cuando se realizaron las primeras
investigaciones, que era un yacimiento romano”, se queja.
El concejal de Cultura de Suances, el socialista José Pereda, niega los daños: “Actuamos conforme
a la ley. Todo ha sido protegido con una malla para evitar daños. Nada más aparecer los restos, el
Gobierno regional paró las obras”. Pereda, como Ranea, admite que no existe presupuesto para
las excavaciones. “Ya sabe cómo están los Ayuntamientos”, lamenta. Tampoco cree que se trate
de Portus Blendium, “ya que el yacimiento se encuentra a unos dos kilómetros de la costa y en
cuesta”.
Sin embargo, el documento arqueológico sostiene que la iglesia de Santa María de las Lindes,
adyacente a la parcela examinada, se levantaba sobre “una antigua ría, hoy colmatada, que se
localiza al pie de ladera de la iglesia parroquial”.
El informe fue realizado por los expertos Javier Marcos y Lino Mantecón solo sobre 19 metros
cuadrados de los más de 2.000 de la parcela. Además, se realizó un estudio con georradar a cargo
de la empresa Geomatics, que descubrió “muros construidos con argamasa y lienzos soterrados,
con anchura de 94 centímetros”, lo que permitiría hablar de construcciones de “prestigio” como
grandes edificios públicos.
Los fragmentos de estuco localizados son de colores rojo, ocre, blanco, azul, verde, marrón y
negro. De ellos, 22 cuentan con franjas o cenefas en blanco. “Este tipo de ornatos de
revestimientos murarios se vincula en exclusividad con viviendas de la aristocracia romana y con
edificios de función pública. (...) La escasa superficie que se ha intervenido [los citados 19 metros
cuadrados] ha ofrecido, sin embargo, una elevada riqueza artística, que podría superar a los
descubrimientos realizados en otras poblaciones romanas de la comunidad autónoma de
Cantabria, como Retortillo, Castro Urdiales y Camesa-Rebolledo”, relata el informe.
“Este conjunto de indicios nos inclina a deducir que nos encontramos ante un asentamiento de
una población de cronología romana (Alto Imperio) como parece indicar la moneda de Augusto y
algunos materiales recuperados de terra sigilatta [cerámica usada para la vajilla de las clases más
pudientes]”, inciden los especialistas. Y aseguran: “Son vestigios de una población romana de
entidad”.
Plinio el Viejo señala que en época de Augusto hubo una serie de núcleos urbanos en Cantabria en
torno a una ciudad principal, Iulióbriga, y otras menores como Portus Blendium, unida a Legio VII
Gemina (León) por una calzada.
Pero no hay presupuesto público para contrastarlo científicamente. Quizás los 200.000 sestercios
que ofreció Augusto por el rebelde Corocotta pudieran ser una solución. El historiador y filólogo
alemán Adolf Schulten dejó escrito a mediados del siglo pasado que el líder cantabroastur, al
conocer la existencia de la recompensa, se presentó ante el propio emperador, quien, por su
valentía, se la dio y lo dejó marchar. Ahora vendría bien ese dinero.
GRECIA
Arqueólogos griegos creen haber
encontrado el extracto más antiguo
conocido de ‘La Odisea’
CARLA MASCIA
Un equipo de arqueólogos ha descubierto en Grecia lo que podría ser el extracto más antiguo de
uno de los primeros poemas de la historia de Occidente: La Odisea de Homero. La placa de arcilla
en la que fueron grabados 13 versos de una de las rapsodias del poema épico fue hallada en los
alrededores del santuario de Olimpia, en la península del Peloponeso, donde se encuentran restos
de la época romana. Los especialistas creen que fue precisamente en ese periodo cuando fue
grabada la tableta, ya que sus estimaciones preliminares fecharon el hallazgo antes del siglo III d.C.
“Si se confirma la datación, la placa podría ser el hallazgo escrito más antiguo de la obra de
Homero jamás descubierto” en Grecia, aseguró ayer el Ministerio de Cultura del país helénico. El
descubrimiento se realizó en el marco de la investigación geoarqueológica El sitio
multidimensional de Olimpia, que durante tres años ha estudiado los alrededores del santuario
con la participación de arqueólogos griegos y alemanes. El extracto proviene del canto 14 de la
obra –de los 24 que componen el poema— en el que Homero narra el retorno de Ulises a su isla,
Ítaca, el reencuentro con Eumeo, su porquero que lo cree muerto. Pese a no reconocer a su amo,
que se presenta ante él bajo el aspecto de un mendigo, Eumeo lo cuida y le da cobijo.
La Odisea cuenta la historia de Ulises, rey de Ítaca, que viaja durante diez años tratando de llegar a
su isla natal después de la caída de Troya. La obra atribuida a Homero, —se supone que el autor la
compuso a finales del siglo VIII a.C—, fue en un primer tiempo transmitida de forma oral durante
los banquetes o en algunas cortes, “hasta que en Atenas, en el siglo VI a.C, se decidió fijar el
poema por escrito”, cuenta por teléfono Óscar Martínez, traductor de Homero (La Ilíada, en
Alianza Editorial) y presidente de la delegación de Madrid de la Sociedad Española de Estudios
Clásicos. Asegura que no quedó nada de aquella primera edición.
"Otra fase de la transmisión fue cuando se hicieron las copias de la obra sobre papiros en
Alexandria" en torno al siglo III a.C, relata Martínez. La Biblioteca de Alexandría conservaba
entonces numerosas copias del texto homérico que provenían de diferentes regiones de Grecia.
Una de ellas, en la que figuran partes del canto IX y X, fue hallada en Egipto en el 1900.
Conservada en la actualidad en el Instituo de Papirología de la Sorbona, la copia está fechada en el
último cuarto del Siglo III a.C.
“Podemos suponer que no se encontrará toda la Odisea copiada pero [el trozo encontrado en
Grecia] es muy valioso en términos epigráficos”, ahonda Martínez, al que llamó mucho la atención
que se tratara del canto XIV de la epopeya y que se encontrara la placa de arcilla en Olimpia. “Era
un sitio muy dado a recibir peregrinos, un centro panhelénico donde acudían muchos visitantes y
en el que tratar bien al que venía era una prioridad”, explica.
Son ya varias las generaciones que han descubierto la pasión por la historia antigua y la
arqueología en los libros del británico Peter Connolly (1935-2012), historiador, experto en
tecnología militar del mundo clásico e inigualable ilustrador que tanto te lleva a visualizar la batalla
de las Termópilas como si estuvieras ahí (si esto es Esparta, como diría Leónidas, este es sin duda
el gran Connolly) como a entender la composición de la panoplia de los hoplitas, a sentirte
partícipe del cruce de los Alpes por Aníbal o a asimilar de un vistazo la evolución de la espada celta
o de los cascos romanos.
Su obra magna La guerra en Grecia y Roma, un milenio (del 800 antes de Cristo al siglo V) de
historia militar de Occidente, incluyendo el desarrollo y las tácticas de los ejércitos griegos y
romanos pero también de sus adversarios, aparece ahora en España, publicada por esos
entusiastas que son los editores de Desperta Ferro y que se han lanzado a editar libros con el
mismo empeño con que editan sus revistas. El volumen, que agrupa y aumenta sus tres famosas
obras El ejército romano, Los griegos y Aníbal y los enemigos de Roma, está considerado uno de
los mejores estudios sobre la guerra clásica jamás publicados (Adrian Goldsworthy dixit —el
latinismo está aquí justificado—) y se enriquece aún más con prólogos de eminentes especialistas
como el propio Goldsworthy (que cuenta cómo descubrió los libros de Connolly a los 9 años y
cómo aún los usa de fuente de inspiración) y Fernando Quesada.
Con Connolly, cuyos tres libros originales publicó Espasa Calpe en los años ochenta en una edición
que muchos recordarán con nostalgia, hemos visto chocar las trirremes en Salamina y presenciado
el cruce del Gránico por Alejandro al frente de su caballería; hemos visto a la falange avanzar
erizada de sarisas, galopar a los númidas, desplegarse a las legiones, con sus primus pilus,
aquilíferos, tribunos, y legado al frente; desfilar el triunfo de Tito, abrirse ante nuestros ojos el
puerto de Cartago, y funcionar un trépano de Vitrubio y otros arietes. Hemos contemplado el
asedio de Alesia y comprendido la bicircumvallatio de César, el Muro de Adriano o ¡la testudo! —
de 27 legionarios—. Hay que ver todo lo que hemos visto y comprendido, y que ahora trae
Desperta Ferro.
Miles de vocaciones y de amores por los clásicos han nacido de Connolly, de sus textos, sus dibujos
y su capacidad para insuflar vida al pasado. Desde arqueólogos a miembros de grupos de
reconstrucción histórica le deben haber empezado a imaginar con propiedad la antigüedad. El
estudioso fue él mismo de los primeros que hizo reenactment y participó en la fundación del
famoso grupo Ermine Street Guard, pioneros de la reconstrucción en Europa.
Connolly, que se movía entre la alta divulgación y la academia y se adelantó al fenómeno Osprey,
trabajó con una minuciosidad asombrosa: se pateo los Alpes tras el rastro de Aníbal, construía
réplicas a escala natural de elementos históricos para ver cómo funcionaban. Es célebre el caso de
la silla de montar romana, que alteró completamente, lo asevera Goldsworthy, lo que pensábamos
que un jinete antiguo podía hacer desde su montura (“la idea de que hasta la invención de los
estribos no tenía estabilidad necesaria para cargar quedó descartada de inmediato”). También
experimentó con el gladio, el pilum y la sarisa.
“Hemos hecho una actualización y puesta al día muy completa del libro, que era inencontrable”,
señalan Javier Gómez y Alberto Pérez, editores de Desperta Ferro e historiadores ambos, “y se ha
trabajado mucho para resaltar y potenciar las imágenes; la traducción también es nueva y se ha
revisado y pulido muy a fondo”.
Los editores, que no ven peligro de involución en España del interés por la moderna y rigurosa
historia militar, han apostado fuerte por la expansión de Desperta Ferro, cuya revista tiene ya
cuatro cabeceras, tres de historia militar y una de arqueología, con un centenar de números.
Ahora pisan a fondo el acelerador con libros: hasta diez este año y el próximo, como la
extraordinariamente visual Ciudades del mundo antiguo, de Jean-Claude Golvin, Dacia, de Radu
Oltean, o Hombres de bronce, de Donald Kagan (ed.).
Como escribió Gore Vidal en sus memorias: “Al igual que las diferentes
capas de Troya, donde en algún profundo lugar están todas esas ciudades
amontonadas sobre otras ciudades, uno espera encontrarse con Aquiles y
su amado Patroclo y con toda esa fuerza con la que dio comienzo nuestro
mundo”.
HOMERO, HOY
El mundo de Homero. John Freely. Traducción de Teófilo de Lozoya y Joan Rabasseda. Crítica.
Barcelona, 2015. 376 páginas. 22,90 euros.
El eterno viaje. Cómo vivir con Homero.Adam Nicolson. Traducción de Gemma Deza Guil. Ariel.
Barcelona, 2015. 432 páginas. 19,90 euros.
Héroes que miran a los ojos de los dioses. Óscar Martínez García. Edaf. Madrid, 2015. 327 páginas. 25
euros.
La fuerza de la Ilíada es tan grande que alguno de los pasajes más famosos
de aquella epopeya, como el talón de Aquiles o el Caballo de Troya, ni
siquiera aparecen en sus páginas; sino que pertenecen a otras versiones y
relatos de aquel conflicto, como la Eneida, de Virgilio, la relectura romana del
mito. En sus 15.693 versos, este poema épico relata un episodio de apenas
dos semanas del largo asedio de Troya, que enfrenta a diferentes caudillos
guerreros griegos con los troyanos. Transcurre en el noveno año de un
conflicto que se prolongará uno más, y que es relatado en decenas de
poemas e historias que circulaban de padres a hijos.
Homero no oculta que los soldados griegos están deseando volver a casa.
Un regreso que, como demuestran las desventuras de Ulises en
la Odisea, no será nada fácil. Con los dioses interviniendo constantemente a
favor de uno y otro bando, el centro de la narración se encuentra en el
enfrentamiento entre dos héroes, el griego Aquiles y el troyano Héctor,
después de que este último haya abatido en combate a Patroclo, el gran
amigo del griego. La narración acaba con uno de los momentos más
emotivos de la literatura universal, cuando Príamo, el padre de Héctor, viaja
hasta el campamento griego para convencer a Aquiles de que le entregue el
cadáver de su hijo.
obsesión de muchos estudiosos por encontrar restos que nos lleven hasta
ese mundo de héroes y dioses. Homero canta desde el siglo VIII antes de
cultura helénica desapareció durante cuatro siglos hasta que resurgió para
la decadencia.