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Jorge Benito
En mayor o menor medida, todos somos resilientes: aunque ciertas situaciones resulten
extremas, poseemos mecanismos psicobiológicos que nos permiten soportar la presión y
recuperar el equilibrio cuerpo-mente.
Las primeras investigaciones sobre la resiliencia aportaron frescura al estudio clínico del
trauma y los eventos negativos: en lugar de centrarse únicamente en las llamadas áreas de
vulnerabilidad, los investigadores (Garmezy, Werner, Manciaux, Saleebey, Coutu,
Grotberg…) comenzaron a prestar atención a las fortalezas interiores de los individuos.
En estos primeros estudios encontraron a niñas y niños que sobresalían a pesar de no ser
especialmente dotados y, sobre todo, a pesar de atravesar circunstancias increíblemente
difíciles. Tenían lo que los psicólogos llaman un “locus interno de control”: creían que ellos,
y no sus circunstancias, afectaron sus logros. Se veían como los orquestadores de su
propio destino y los constructores de un futuro luminoso, y percibían el arduo presente como
un paso necesario hacia el éxito y la libertad.
Además, estos pequeños poseían una fuerte conexión existencial: creían que todo lo que
sucede tiene un profundo sentido y propósito, y esto les permitía dotar de nuevo significado
a las situaciones más desfavorables, creando de este modo nuevas posibilidades.
“He tenido incontables problemas en mi vida. La mayoría de ellos nunca ocurrieron.” – Mark
Twain
Una de las premisas más destacables dentro del estudio de la resiliencia postula que los
acontecimientos no son traumáticos hasta que los percibimos como traumáticos; es nuestra
percepción e interpretación de lo que nos pasa lo que determina la forma en la que
experimentamos lo que nos pasa. Cuando percibimos la adversidad como un desafío y
encontramos seguridad interior, nuestras capacidades interiores emergen. Cuando
percibimos la adversidad como una amenaza o un evento potencialmente traumático,
anulamos nuestros mecanismos psicobiológicos de crecimiento y creamos un problema
duradero que puede derivar en estados depresivos.
Las personas resilientes se niegan a percibir los acontecimientos como traumáticos: viven
las adversidades y los eventos negativos sin derrumbarse, por muy dolorosos que estos
resulten.
Aunque nuestro enfoque inicial sea negativo, podemos aprender a percibir los estímulos de
forma diferente para replantearlos en términos positivos, lo que por supuesto requiere de
altas dosis de conciencia, claridad y discernimiento.
El Dr. Wilson explica que, del mismo modo que nuestro sistema inmunológico nos defiende
de agentes infecciosos, poseemos un “sistema inmunológico psicológico” que cura nuestras
heridas emocionales. Según su investigación, nuestra mente inconsciente utiliza este
mecanismo para ayudar a la mente consciente a relativizar nuestras vivencias dolorosas, de
modo que con el paso del tiempo el narrador interior comienza a contarnos una historia más
agradable.
Aunque la voz interior tienda al dramatismo, con el tiempo todo se va reenfocando gracias a
este sistema inmunológico psicológico, y la mejor forma de favorecerlo es mantener siempre
una actitud resiliente. Estas 4 sencillas estrategias del Dr. Schwartz también te serán de
gran ayuda para encontrar una nueva voz en tu historia personal.
2. Cuestión de actitud
Si no adoptamos una actitud correcta, el camino a la resiliencia se vuelve espinoso. Cuando
nos negamos a considerar la posibilidad de percibir los eventos negativos como
oportunidades de crecimiento, y en lugar de ello nos dedicamos a seguir victimizándonos, la
resiliencia sigue durmiendo en su guarida secreta.
La actitud es uno de los nutrientes principales que ayuda a que nuestro equilibrio
cuerpo-mente florezca. Para no extendernos aquí, te recomendamos que leas este post en
el que te mostramos 4 sencillos consejos para calibrar tu actitud.
Las prácticas introspectivas como la atención plena son una excelente forma de regresar a
nosotros mismos y conocernos. Cuando nos volvemos íntimos con nuestra vida interior (ya
sean aspectos que aceptamos o aspectos que rechazamos de nosotros mismos), nos
percibimos con mayor claridad, y capacidades que estaban en letargo como la resiliencia
son redescubiertas.
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diaria de mindfulness de forma totalmente guiada.
Si hay algo que nos aterra, podemos dotarlo de nuevo significado dando pequeños pasos
seguros: nos exponemos lenta y repetidamente a eso que tanto nos asusta. Por ejemplo, si
nos aterra la opinión ajena y esto nos convierte en personas poco sociables y
comunicativas, nos exponemos en pequeñas dosis a ese miedo que nos bloquea. Podemos
acudir a reuniones e interactuar más de lo habitual. De este modo, vamos superando el
miedo a través del acto sostenido de enfrentar las emociones que tanto nos molestan.
La idea de esta estrategia no es eliminar nuestros miedos de un plumazo, sino entrar en
contacto con nuestro valor y nuestra resiliencia. No se trata de dejar de tener miedo, sino de
seguir adelante a pesar del miedo.
“Sobrevaloramos las amenazas. Yo vengo de una cultura que cree que cada ser humano
tiene un tremendo potencial, somos altamente resilientes, tenemos la capacidad de
mantener el optimismo, de no desfallecer, pero para ello lo primero que debemos integrar es
que todos los seres de este planeta tenemos una aspiración común: todos queremos ser
felices. Ser conscientes de esa interconexión nos hace acercarnos a las personas con un
mayor grado de afecto, cercanía y ternura, de manera que nos relacionamos con el mundo
de una manera más saludable.”
7. Practica el perdón
Tal y como te mostramos en este artículo, cuando no perdonamos liberamos todos los
neuroquímicos del estrés y la ansiedad. Además, el cerebro entra en lo que se conoce
como “la zona de no-pensamiento”, un estado cognitivo en el que nuestras facultades
mentales se ven seriamente limitadas: no podemos pensar con claridad, y nuestra
capacidad de resiliencia corre el peligro de quedar anulada.
Perdonar es salir al encuentro del otro, lo que nos permite al mismo tiempo salir al
encuentro de nosotros mismos. Cuando nos volvemos conscientes de que nosotros también
hemos errado y hemos sido perdonados en el pasado, relativizamos los fallos que todos
cometemos, lo que nos permite reencontrarnos con nuestras fortalezas interiores. Dejar de
asociar las equivocaciones -propias o de los demás- con estados de rencor y hostilidad
permite que nuestro cuerpo-mente encuentre un punto de equilibrio óptimo en el que
emerge lo mejor de nosotros mismos.
Resumiendo
1. Todos poseemos esa capacidad natural de superar adversidades llamada resiliencia.
“En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano
invencible.” – Albert Camus
Autor
Jorge Benito
Autor del libro Educar para Sanar y creador de todos los programas online ofrecidos en
Mindful Science, Jorge también facilita seguimiento personalizado a los suscriptores de esta
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