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interrogación y elabora criterios estandarizados que describan síndromes. Además de
describir los síntomas, las inhibiciones, los rasgos de carácter, hay que dilucidar los
conflictos que los producen.
No se puede prescindir de la psicopatología ni se debe sobrestimarla. Es nada más (y
nada menos) que un bosquejo que ayuda a aprehender algo de una realidad. Marean la
cantidad de indómitos síntomas que no se dejan arrear fácilmente a los tres corrales
(neurosis, perversión, psicosis). Ante el mareo hay soluciones baratas y caras. Las caras
evitan el reduccionismo pero nos obligan a estudiar. El Manual diagnóstico y estadístico de
los trastornos mentales conocido como DSM IV y V, es uno de los intentos de evitar el
mareo. Fue ideado para encontrar un esperanto entre distintas corrientes de la psiquiatría y
la psicología. Soslayando el conflicto instaló la paz, una paz que se parece a la del sepulcro.
La psicología se ocupa de pasiones y sufrimientos. El DSM no ha logrado aquietarlos, los ha
anestesiado mediante categorías que tranquilizan al psiquiatra, pero no aquietan las
tormentas subjetivas.
¿Cómo es el conflicto predominante entre tantos conflictos? A nivel tópico hay una
instancia desfalleciente (el yo); a nivel económico hay cantidades que no encuentran
tramitación, por lo tanto hay un desborde traumático. El fronterizo también tiene un yo, por
desfalleciente que sea. Un yo que internalizó objetos. Que en lugar de instrumentar
recursos, era abrumado por cada dificultad1.
1
Narcisismo (Hornstein, L. Paidós, 2000)
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Prevalecen comportamientos autodestructivos, inestabilidad de las relaciones con los
otros, impulsividad, síntomas psicóticos episódicos, ideas de persecución o síntomas
disociativos. La dependencia al otro se acompaña a menudo de dependencia a la droga y/o
al alcohol y de una genitalidad inestable, caótica, impulsiva, cuando no polimorfa. Hay clivaje
más que represión, ataque contra el pensamiento más que la evitación del pensamiento. Los
pasajes al acto son frecuentes e imprevisibles, incluidos los intentos de suicidio. No hay una
clara orientación sexual. Son actuadores y se comunican escasamente. El pasaje al acto
predomina sobre la acción específica, la catarsis sobre la praxis lúcida. El pensar es
incontinente.
Labilidad del yo y angustia masiva. Polimorfismo sintomático e inconsistencia de las
relaciones de objeto. Un yo desfalleciente cumple como puede su función de elaboración de
los conflictos. Vemos en la clínica ciertos indicadores: la incidencia de los procesos
primarios en el pensamiento; el despliegue de mecanismos de defensa primitivos (escisión,
idealización primitiva, identificación proyectiva, desmentida y omnipotencia, etc.).
Investir al otro podría reavivar angustias de separación. Buscan la fusión porque, sin
ella, se les escurre el sentimiento de sí. (Lo intolerable es la alteridad.) O mantienen
cautelosa distancia por miedo a perder sus propios límites y su sentimiento de identidad.
Tienden a la autosuficiencia negando toda dependencia.
Son pacientes que muestran una susceptibilidad extrema al rechazo y a las pérdidas.
Son “adictos” de una persona, se adhieren y no pueden estar solos. La respuesta del otro
debe ser la que ellos esperan, porque si fuera otra generaría una hemorragia narcisista. Se
previenen del “avasallamiento”, evocador de una angustia masiva que reedita el encuentro
con esa madre que no pudo dosificar y regular los estímulos (externos e internos) y
proponer un proceso de simbolización que atenuara tanta excitación.
La amenaza de separación repite viejos e intensos temores de abandono. Para
minimizarlos acusan de malos tratos. De la ausencia de una relación de sostén (o al menos
protectora) se derivan experiencias disociativas o actos impulsivos desesperados
(incluyendo el abuso de sustancias y la promiscuidad).
Las actuaciones (auto y alodestructivas) pueden conducir a tentativas de suicidio, y
el riesgo aumenta cuando las actuaciones incluyen consumo de sustancias y actitudes
violentas. Debemos estar alertas y, llegado el caso, apelar a la familia.
Dijimos que sus relaciones de objeto son inestables. Es lo que Kernberg llama el
síndrome de difusión de identidad. Los objetos se les presentan borrosos. Inestable es
también la relación terapéutica. El borderline es ingrato. A veces una sesión suspendida o
un viaje tomado como abandono le bastan para abandonar la terapia.
Oscila el compromiso afectivo con el objeto, alternando fusiones y distanciamientos.
Oscilan las cualidades del objeto, de maravilloso a descartable. Tienen imposibilidad de
estar solos. En los momentos de soledad se fusionan a un objeto o pasan de uno a otro con
facilidad. Les cuesta muchísimo tramitar duelos, porque la tramitación de un duelo requiere
construir un mundo interno a partir de las pérdidas. El sentimiento de vacío acarrea dolor
psíquico y suelen ser muy irritables.
Sus afectos son intensos: ira, vacío, afectos no domados. No pueden detectarlos,
darles un motivo, relacionarlos. Esa dificultad remite a una madre que lo ayudó poco a vestir
con palabras los desnudos afectos. Una vivencia habitual es el aburrimiento. El mundo
interno parece árido. Aburrimiento o ebullición de afectos, irrupciones de proceso primario
por déficit yoico. En el fronterizo, las bulimias o anorexias también son frecuentes, así como
síntomas psicóticos episódicos. Y mucha adicción, tanto a las personas como a las
sustancias, por la sensación de vacío psíquico. Así como en los depresivos el alcohol y las
drogas cumplen una función antidepresiva, en estos pacientes la sensación de vacío facilita
el consumo de drogas.
¿A qué obedecen las elecciones de objeto? Al sentido de realidad: objetos
adecuados. Al narcisismo: objetos idealizados. Quizá “demasiado” adecuados, “demasiado”
idealizados. ¿De que sufren los que nos consultan? De la imposibilidad del reencuentro con
el objeto... De la imposibilidad de hacerse querer por su sistema de ideales... De la dificultad
de conjugar aquellas exigencias con la realidad.
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Una relación de objeto atañe a todas las instancias psíquicas pero en un grado
variable. La palabra “vasallajes” es bastante operativa. Hay gente que se vincula con el
mundo básicamente en términos de lo adecuado (adaptación). Otra que se vincula en
función del deseo. Y hay gente que, como se vincula con objetos que tienen que ver con el
superyó-ideal del yo, siempre se codean con personajes muy valorizados o que asumen una
actitud crítica.
Un yo desfalleciente
¿Fragilidad del yo, indiscriminación con el otro? ¿Predominio de energía libre, falta
de inhibición por el yo? Para dar cuenta de los pacientes borderline es necesario profundizar
la teoría del yo. En ellos prevalece un yo frágil, “avasallado” por las otras instancias: ello,
realidad y superyó.
Entender la “problemática” del borderline como uno de los trastornos del proceso de
subjetivación ayuda a entender su psicopatología. Él padece de déficits estructurales: se
malogró el proceso identificatorio, con una intensidad o duración que podría afectar toda la
sintomatología. Y cada tanto la vida le agrega nuevos déficits: duelos, traumas,
enfermedades orgánicas... Las disfunciones del yo remiten a fallas del objeto. Hay que
indagar la historia identificatoria y libidinal.
Creíamos antes que el tener y el ser eran, cartesianamente, claros y distintos. Cada
uno creía saber quién era y que aspiraba. Esa internalización, que era el paradigma, hoy
esta cuestionada. Más que internalizados, estamos sostenidos por nuestra historia pero
también por vínculos y logros.
Un bucle autoorganizador reemplaza la linealidad causa-efecto por la recursividad.
Los productos son productores de aquello que los produce. Nuevamente agradezcamos a la
teoría de la complejidad que lo actual vaya tomando otro lugar. Una teoría del sujeto debe
dar cuenta del pasaje-proceso desde la indiferenciación narcisista hasta la aceptación de la
alteridad y del devenir. El sujeto toma lo aportado, lo metaboliza y deviene algo nuevo. Los
determinantes iniciales no son fatales sino meros puntos de partida (Hornstein, 2011).
¿Qué pasa con el yo en cuanto a su representación del yo y sus funciones? El yo
tiene por función el pensamiento, la historización, la posibilidad de diferenciar entre objeto
fantaseado y objeto real, el pasaje del principio del placer al de realidad, el pasaje de la
angustia traumática a la señal, la tramitación de afectos. ¿Cumple esa función el yo del
borderline? Si aumenta la intensidad del estímulo, ¿tiene alguna tolerancia o se atora de
alimento, o de droga, o de cualquier equivalente? ¿Cómo y hasta qué punto tolera la
frustración?
¿Cómo se construye el yo? ¿Cómo articulamos historia identificatoria - historia
libidinal? ¿Qué lugar le damos a las identificaciones primarias y secundarias? ¿Cuál es el rol
de la madre como constructora de la subjetividad? ¿Es histórica o innata la falla yoica? Si es
histórica ¿cómo entendemos la intersubjetividad, en cuanto a la construcción tanto del yo,
como del superyó y de lo reprimido?
Identificación y deseo no son mundos aislados. El niño se va identificando a lo largo
de la vida en función de un campo de deseos que circula y que va proponiéndole al niño
identificaciones. Porque la identificación, que en Duelo y melancolía tiene un significado
cerrado, ligado a la patología, en El yo y el ello ya no contribuye a un rasgo patológico sino
al carácter del yo2. Freud, hablando del carácter del yo, se sorprende de lo frecuente que
son las identificaciones. Y el yo no es otra cosa que la sedimentación de antiguos vínculos.
El carácter resulta de la historia de las elecciones de objeto. Freud había descripto la
identificación histérica triangular en los síntomas histéricos, y a la identificación narcisista le
agrega una identificación primaria. Pero subraya: la identificación edípica no es sólo una
identificación narcisista. No lo es porque introduce en el yo el tercero y no el objeto
2
Freud (1923) retoma lo postulado en “Duelo y melancolía” pero aclara: “En aquel momento, empero, no
conocíamos toda la significatividad de este proceso y no sabíamos ni cuan frecuente ni cuan típico es. Desde
entonces hemos comprendido que tal sustitución participa en considerable medida en la conformación del yo, y
contribuye esencialmente a producir lo que se denomina su carácter.”
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investido. El niño ocupa lugares condicionados por el deseo materno, lugares que no
propician la ruptura del vínculo sino su preservación. La identificación no es un hecho único,
que ocurra de una vez y para siempre, sino un proceso que prosigue en todo vínculo
investido (pareja y otras personas significativas). Mientras haya vida, habrá trayecto
identificatorio. El yo está constituido por un conjunto de identificaciones producto de los
enunciados que sobre el yo formularon los otros significativos. La socialización hace que los
interrogantes acerca de quién es yo y qué deberá llegar a ser ya no encontrará respuestas
en ningún otro sino que tendrá que responder en primera persona3.
El yo va siendo. Elaborando muchísimos duelos. La posibilidad de investir emblemas
identificatorios que dependen de las propuestas sociales y no ya del discurso de un único
otro, resulta de la modificación de la economía libidinal después de la declinación del Edipo.
No lo perdamos de vista: en la identificación edípica el niño ha dejado atrás la
relación dual donde el vínculo es narcisista. Mejor dicho, la ha dejado a un costado.
El padre es reconocido como depositario del poder fálico. Porque es deseado por la
madre. El niño se rinde a la evidencia. Si la madre, hasta hoy tan poderosa, está pendiente
del padre, este señor debe de ser súper-poderoso. La madre, en tanto madre, es reconocida
como prohibida al deseo. Sin embargo, en tanto mujer, será modelo del objeto del deseo. No
sólo es preciso que el sexo femenino sea reconocido como diferente sino que el niño debe
visualizar al padre como deseante de esa diferencia.
El niño, en sus primeras construcciones fantasmáticas, había otorgado omnipotencia
a la madre. Ha llegado la hora de cuestionarla. Descubre la existencia de un tercero,
deseante y deseado por la madre. Y al relativizar la omnipotencia materna se resignifica la
escena primaria asumiendo la triangularidad edípica. En los comienzos ese “otro lugar” será
asignado por el deseo materno. Pero luego el padre tiene que jugarse y decidir qué puede
ofrecer el hijo a la madre como placer y qué le está prohibido.
La complejidad de la historia libidinal e identificatoria y sus bucles recursivos es casi
traumática. Echamos mano a nuestros mecanismos reduccionistas. O bien, hacemos
converger en la trama edípica todos los hilos que conciernen a la identificación. Reubicando
las instituciones del yo (la censura, las defensas, la prueba de realidad) y las del superyó
(los ideales, la conciencia moral y la autoobservación). La combinatoria de bisexualidad y
lazos edípicos atravesados por la ambivalencia permiten comprender el juego identificatorio.
El niño nace y se dan una serie de identificaciones, una serie de elecciones de
objeto… Una madre tiene por función construirle al otro su unidad, porque en la mayoría de
las madres existe la idea de que el otro es otro. Pero a veces la madre no se discrimina lo
suficiente del yo de ese bebé que va surgiendo y, en vez de construir límites del yo,
construye un yo poroso. Una madre suficientemente buena permite crear un espacio
transicional donde esté por un lado el adentro, el afuera, y en el medio un espacio de juego.
Historia narcisista-historia identificatoria. Porque en tanto la madre va proveyendo al niño
identificaciones, va narcisizando, positiva o negativamente.
La escucha no es sin teoría. Pero la teoría debe aumentar la sutileza clínica. La
mejor teoría es la que más interrogantes le formula al material, no la más sabihonda. Y una
incorporación de la teoría posibilita escuchar a un paciente, y poder formularse y formularle
preguntas.
Si con ningún paciente se debe ser rutinario, con éstos se debe ser no convencional.
Hay que lograr experiencias que le faltaron en sus primeros vínculos, plenos de temor y
desilusión. El analista se diferenciará de las actitudes traumatizantes (por exceso o por
defecto) de los padres, así como de sus colegas con miedo a inventar.
Entre las muchas variantes del psicoanálisis hay, respecto a los borderlines, un
denominador común: las heridas narcisistas derivan de carencias o excesos que no siempre
3
“El carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objetos resignadas, contiene la historia de estas
relaciones de objeto.” (Freud, 1923a) Parafraseando, postularé que la realidad psíquica es la sedimentación de
las transferencias producidas por los objetos investidos, contiene la historia de lo que fuimos transferencialmente
para esos objetos.
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se describen o definen. Una madre que no fue suficientemente buena es paliada por un
analista dispuesto a compensar esa falta. La carencia de cuidados elementales es
reemplazada reproduciendo estados y sensaciones infantiles.
Luis Hornstein
Premio Konex de platino en psicoanálisis (década 1996 a 2006). Sus
últimos libros son Narcisismo (Paidós, 2000), Intersubjetividad y Clínica
(Paidós, 2003), Proyecto terapéutico (Paidós, 2004), Las depresiones
(Paidós, 2006), Autoestima e identidad (F.C.E., 2011) Las encrucijadas
actuales del psicoanálisisis (F.C.E, 2013), Ser analista hoy (Paidós,
2018). Puedes escribirle a su email: luishornstein@gmail.com o consultar
su página www.facebook.com/luishornstein
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