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En respuesta a la pregunta, si debemos negociar con los terroristas, Roger Fisher responde con
un rotundo sí, porque cuanto mejor sea nuestra comunicación, mayores serán nuestras
posibilidades de ejercer influencia. ¿Pero no negociar con alguien cuyo comportamiento
aborreces no le otorga una legitimidad que antes no tenía, y por lo tanto recompensa la
actividad criminal? ¿Esto no fomentará más el mal comportamiento porque significa que
hemos dado a la presión? Según Fisher, puede conferir un poco de legitimidad, pero este
efecto se puede minimizar al involucrar a personal de nivel relativamente bajo o no
gubernamental en las conversaciones iniciales. El efecto podría eliminarse si tuviéramos una
política de negociación con alguien. Con tal política, nadie podría alcanzar un estatus especial
solo porque se abrieron las negociaciones.
Lo que es mucho más cierto e importante es que una negativa a negociar indica rechazo de la
otra parte, y el rechazo crea graves obstáculos físicos y psicológicos para la resolución de
problemas, porque impide que se produzca una comunicación clara y garantiza la capacidad de
defensa y la resistencia al cambio. Simplemente debemos dejar claro que una decisión de
negociar no significa aceptar el comportamiento de la otra parte. De hecho, podemos amar a
nuestros enemigos y odiar lo que hacen, pero para demostrarlo debemos actuar de manera
amorosa aceptando su humanidad lo suficiente como para negociar beneficios mutuos. Cada
lado no necesita obtener más que aquello a lo que tiene derecho. Y debemos recordar que,
independientemente de cómo respondemos, no hay resultados garantizados, excepto que los
acuerdos forzados son siempre muy inestables.