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La obra publicada en Leipzig en 1915, comienza cuando Gregorio Samsa, un comerciante viajero, se despierta una

mañana después de haber tenido un sueño tranquilo y grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que se había
convertido en un monstruoso insecto. Su cuerpo estaba formado ahora por un duro caparazón y numerosas patitas
delgadas. Como estaba echado de espaldas sobre su caparazón pudo ver su vientre convexo y oscuro, surcado por
curvadas callosidades. No llega a entender qué le había ocurrido, pero de lo que sí estaba seguro era de que no
estaba soñando. Quiso dormir pero no pudo, pues, tenía la costumbre de hacerlo sobre el lado derecho, y su actual
estado no le permitía adoptar tal postura. Entonces quedose en la cama reflexionando lo cansada que era la
profesión que había elegido. Siempre de viaje, comiendo mal y corriendo de aquí para allá pendiente de los enlaces
de trenes.El sabía que aquel trabajo le molestaba, pero sabía también que económicamente no podía prescindir de él,
por lo menos en unos cinco o seis años más. Cuando vio que eran más de las seis y media, se alarmó, pues, el
acostumbraba tomar el tren de las cinco para llegar al trabajo a las seis.
Se sentía indispuesto para ir a trabajar, pero sabía que sí alegaba como excusa una enfermedad, lo único que
conseguiría era despertar sospechas, pues, Gregorio, en los cinco años que llevaba empleado, no había estado nunca
enfermo. A las siete menos cuarto, la voz de su madre lo sacó de sus reflexiones. Era una voz dulce, la cual le
recordaba que tenía que partir de viaje. Gregorio se horrorizó al oír su voz, que era la de siempre, pero mezclada
con un estridente silbido. Le llevó varios minutos poder levantarse de la cama, el golpe sordo que provocó la caída
de Gregorio hizo que todos los presentes acudieran hasta la puerta de la habitación donde se hallaba encerrado. El
gerente recrimino a Gregorio por su desconcertante actitud que inquietaba inútilmente a sus padres. Le dijo además
que él siempre lo había tenido por un hombre formal y juicioso, pero que ahora con esa forma extravagante de
comportarse no sentía ya deseos de seguir intercediendo por él frente a la insinuación sostenida por el director del
almacén, quien había dicho que seguramente Gregorio había faltado porque se había gastado el dinero de un cobro
que se le encomendó que hiciese. Esto puso fuera de sí a Gregorio, quien contestando que abriría inmediatamente,
trató de enderezarse apoyándose en un baúl, pues, después de la caída de la cama, había quedado volteado. Sus
palabras resultaban ininteligibles, aunque a él le parecían muy claras. Porque ya se le había acostumbrado el
oído. Grete, su hermana, fue a buscar al médico, mientras que Ana, la mucama, había ido en busca de un
cerrajero. Cuando el mismo Gregorio abrió la puerta con gran esfuerzo, todos quedaron estupefactos ante lo que
veían. La madre se desmayó por la impresión; el padre se puso a llorar mientras que el gerente lo contemplaba con
una mueca de repugnancia en el rostro. Gregorio comprendió que no debía permitir que el gerente se marchara,
pues, sino su puesto en el almacén estaba seriamente amenazado y con éste su porvenir y el de los suyos.Cuando el
gerente huyó despavorido, Gregorio trató de darle el alcance, pero su padre lo detuvo esgrimiendo un periódico y un
bastón. El padre logró introducir a Gregorio en su habitación con un empujón enérgico que lo dejó sangrando
copiosamente. Cuando después de varias horas de sueño. Gregorio despertó, se dio cuenta que en el costado
izquierdo de su nuevo cuerpo había una larga y repugnante llaga. Su hermana lo alimentaba con queso y legumbres,
pues, cuando el primer día le puso leche, que hasta antes de su metamorfosis había sido su bebida predilecta, la
rechazó con repugnancia. Cada vez que Grete le dejaba su comida, se retiraba rápidamente, pues, sabía que
Gregorio no comería estando ella presente. De esta manera recibió Gregorio, día tras días, su comida. Sin duda sus
padres tampoco querían que Gregorio se muriese de hambre; pero tal vez no hubiera podido soportar el espectáculo
de sus comidas. Gregorio escuchaba todo lo que se hablaba en la casa pegándose a la puerta. Todas las
conversaciones se referían a él y a lo que se debería hacer en lo sucesivo con él. La criada se marchó no sin antes
prometer que no contaría a nadie nada de lo sucedido. Gracias a estas continuas incursiones Gregorio pudo
enterarse con gran satisfacción que, a pesar de su desgracia, a su familia le había quedado algún dinero como
producto de las entregas que todos los meses hacía él para los gastos de la casa. Pero aquel dinero duraría a lo más
unos dos años y el dinero para seguir viviendo había que ganarlo. Gregorio sabía que su padre ya era demasiado
viejo y que su madre sufría de asma hasta el punto que se fatigaba con sólo andar un poco por casa. Sería en su
hermana Grete en quien recaería la responsabilidad pero “¿Tendría, entonces, que trabajar la hermana, luna niña de
dieciséis años, y cuya envidiable existencia había consistido, hasta el momento en ocuparse de sí misma, dormir
cuanto quería, ayudar en las tareas de la casa, participar en alguna sencilla diversión y, sobre todo tocar el
violín?”. Las conversaciones de sus padres sobre la necesidad de ganar dinero lo apenaban. Había transcurrido un
mes desde la metamorfosis y sus padres no se decidían a entrar en la habitación donde él estaba. La madre había
tratado más de una vez entrar pero el padre y la hermana se lo impidieron.
Un día a la hermana se le ocurrió sacar de la habitación los muebles que consideró un estorbo para el
desplazamiento de Gregorio y, en compañía de la madre, procedió a sacar todo lo que encontró a su alrededor. Si
bien Gregorio tomó este gesto como un bien para él porque le permitía trepar en todas direcciones sin obstáculos,
consideró también que en poco tiempo olvidaría por completo su pasada condición humana. Cuando ambas mujeres
salieron llevándose un mueble, Gregorio salió de su escondite y trepó por la pared y se prendió de un retrato, la
impresión que tuvo su madre cuando lo vio la dejó aturdida y temblorosa, por lo que Grete la llevó al
comedor. Gregorio aprovechó ese instante para salir de la habitación lo cual alteró a ambas mujeres. Gregorio se
hallaba desconcertado ante la situación, en ese instante llegó su padre quine lanzándole unas manzanas logró
introducirlo nuevamente en la habitación. La madre suplicaba llorosa a su esposo que no matase a su hijo. Una de
las manzanas quedó incrustada en su carne provocándole una grave herida que mermó su capacidad de
movimiento. A partir de ese instante Gregorio se dio cuenta que por su causa el infortunio se cebaba en su
familia. Desvelado día y noche Gregorio recordaba las vivencias de su estado anterior a la metamorfosis, comenzando
también a sentirse irritado con su familia por la poca atención que le prestaban. La alimentación como la limpieza de
la habitación de Gregorio fue descuidada a partir del día en que fue herido por su padre, lo cual lo hizo caer en una
profunda melancolía. Como uno de los cuartos de la casa fue alquilado muebles que había en la habitación alquilada
fueron a parar donde estaba Gregorio, convirtiéndose así su cuarto en un depósito.Cierta noche que Grete tocaba el
violín para deleite de los tres señores que habían alquilado la habitación.Gregorio se atrevió a salir y se encontró sin
darse cuenta en el comedor.Todos se hallaban tan absortos en la música que tardaron unos minutos en percatarse de
la presencia de Gregorio. Uno de los huéspedes fue el primero en verlo y en alertar a los demás. Vanos fueron los
intentos del padre para calmar a los señores quienes amenazaron con marcharse, negándose a pagar los días que
habían vivido y comido en la casa. Gregorio volvió lentamente a su habitación sin poder olvidar las palabras
lacerantes dichas por su querida hermana. “Hay que deshacerse de él”. Esa noche, Gregorio, apenas si notaba ya la
emoción y cariño en los suyos, hasta que al vislumbrar el alba, a pesar suyo, dejó caer la cabeza y de su hocico
surgió débilmente su último suspiro.A la mañana siguiente, cuando entró la nueva asistenta, que siempre lo trataba
mal, comprobó que Gregorio había muerto. Enterada la familia, luego de despedir a los huéspedes, lo lloraron en
silencio, sin querer saber el triste destino que la asistenta había dado al cuerpo del hijo perdido. Luego salieron los
tres juntos, y cómodamente recostados en los asientos de un tranvía, fueron cambiando impresiones acerca del
porvenir. Gregorio Samsa: Un joven que trabaja para poder mantener a
su familia, un día despierta transformado en un insecto, lo que le impide trabajar y provoca la ruina financiera de su familia. Decide
ocultarse de su familia para así no asustarlos con su nueva forma. Padre de Gregorio: Un hombre retirado desde hace más
de cinco años que detesta en lo que se ha transformado su hijo, transformación que lo pone de mal humor.
Madre de Gregorio: Una mujer, también retirada, que tiene un asma muy fuerte que le complica mucho la vida. Ella aún quiere a su
hijo, pero le da miedo su forma nueva. A pesar de la metamorfosis de su hijo, ella quiere que se quede en su casa, porque le parece
que sigue siendo su hijo.
Greta Samsa: Es la hermana de Gregorio. Tiene 17 años. Ella toma responsabilidad de las labores domésticas después de que su
familia no puede mantener a su empleada por falta de dinero. Ella es la única que se atreve a entrar al cuarto de su hermano después
de la metamorfosis. Al principio le atendía bien, pero mientras el tiempo pasa su disponibilidad para atender a su hermano baja, y se
va hartando de él. Luego se da cuenta que le hace mal a su familia porque le parece imposible vivir con un bicho, y propone que la
familia se deshaga de él. Jefe de Gregorio: El hombre para el que trabaja Gregorio,
intentando lograr pagar las deudas de sus padres. Cuando se da cuenta de que Gregorio no se presenta a trabajar, va a su casa,
donde lo encuentra transformado en un bicho. Resumen:
Una mañana, después de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó transformado en un monstruoso insecto. Tenía muchas
patitas que se movían sin que él pueda controlarlas y todo indicaba que no se trataba de un sueño: el reloj indicaba las seis y media y
el tren salía a las cinco. No podía comprender cómo pudo quedarse dormido si el despertador sonaba todos los días a las cuatro de la
mañana, y tan fuerte que hasta hacía vibrar los muebles. Pero no era momento de lamentarse, debía levantarse o perdería su trabajo.
Si bien había perdido el tren de las cinco podía alcanzar el de las siete si se daba prisa. Pero no era posible salir de la cama, se
balanceaba sobre su enorme caparazón y aun así no lograba llegar ni al borde. Su mamá llamó a la puerta: Gregorio ―dijo ella― van
a ser las siete, ¿te pasa algo malo? También llamó su padre y hasta escuchó la voz de su hermana Grete, pero intentó calmarlos
diciéndoles que no pasaba nada y que enseguida estaría con ellos. Pero no podía levantarse aunque lo intentaba. Quiso rendirse,
decir que estaba enfermo y descansar un día. Pero no era tan fácil, vendría su jefe a buscarlo, traería a un médico (el que se daría
cuenta que Gregorio no estaba enfermo) y lo botarían de su empleo por perezoso. Y Gregorio no podía perder su trabajo, por lo
menos ahora no, en cinco años podía ser, cuando termine de pagar la deuda de su padre, pero ahora no, su familia lo
necesitaba. Miró una vez más el reloj: eran las siete, había perdido el segundo tren, definitivamente estaba en problemas. En ese
momento oyó que tocaban a la puerta y que alguien decía: “Buenos días, ¿está Gregorio en casa?” Era la voz del gerente, ya no era
tiempo de estar jugando o perdería su trabajo. Giró con todas sus fuerzas y cayó de la cama a la alfombra. Sus patas se acomodaron
perfectamente al piso y se acercó a la puerta. Tocaron a la puerta, el gerente le increpó su actitud: No lo puedo creer, señor Samsa,
yo había confiado en usted y usted ni siquiera quiere ir a trabajar. Además, es muy sospechoso que ayer usted tenía que hacer unas
cobranzas y hoy, en vez de llevar el dinero, se queda en casa. Muy sospechoso, señor Samsa, muy sospechoso. Gregorio estaba
disgustado, ¿por qué lo trataba así?, él sería incapaz de robarle a sus patrones, además tenía años de un trabajo impecable. Pero ni
eso valoraba el gerente. Un momento por favor, ―dijo Gregorio― ya me levanto, me he sentido mal por la mañana pero ya estoy bien
y voy a trabajar, así que no se preocupen. Al otro lado de la puerta, el gerente y la familia de Gregorio no había escuchado palabras,
sino sonidos monstruosos, silbidos, gruñidos y resoplidos. Grete fue a buscar a un médico y la criada corrió a buscar a un cerrajero
para forzar la puerta y saber que estaba pasando dentro de esa habitación. Pero Gregorio logró abrir la puerta antes. Usó su
mandíbula sin dientes y se hizo bastante daño, pero giró la manija de la puerta. “Al fin”, exclamó el gerente y entró antes que los
demás a la habitación. Cuando vio al insecto se quedó estático y mudo, la madre cayó desmayada y el padre amenazó a Gregorio
con el puño para que no se acerque. El único que mantuvo la calma fue el insecto. No se preocupen ―dijo Gregorio― cualquiera
tiene una indisposición, pero ya estoy bien, en un minuto me cambio y voy a trabajar. Además, voy a trabajar el doble para compensar
mi tardanza, pero no piensen que soy un perezoso. Nuevamente lo que oyeron todos no fueron palabras sino balbuceos monstruosos.
El gerente huyó casi a la carrera, Gregorio fue tras él pues temía perder su trabajo y como estaba apoyado en la puerta pudo pasar su
ancho caparazón de lado. Pero cuando quiso regresar a su habitación, no podía pasar por la estrecha puerta. Su padre había salido a
detenerlo pensando que atacaría al gerente, y con la rabia que sentía no se fijó que Gregorio tenía el caparazón incrustado en el
marco de la puerta y de un empujón lo envió al fondo del cuarto. El caparazón se hirió y de las llagas salía un líquido verdoso. El resto
de ese día Gregorio lo pasó durmiendo. Cuando despertó encontró una bandeja con su alimento preferido: leche, y en ella nadaban
pedacitos de pan. Al instante supo que su hermana había puesto ahí la comida. Se acercó, emocionado, a comer pero al primer sorbo
sintió asco y se sorprendió pues nunca la leche le había causado esa sensación. Intentó de nuevo, pero era imposible, asqueroso. Así
que se arrinconó debajo del sofá y pasó durmiendo y con hambre la primera noche de insecto. En la mañana, su hermana entró al
cuarto, y al ver que Gregorio no había comido, como adivinando sus pensamientos, sacó el plato con leche y a cambio le trajo varios
alimentos descompuestos: vegetales, restos de comida, un queso mohoso; y dejó solo a Gregorio que sólo entonces pudo comer y
esta vez también se sorprendió pues lo que antes habría sido repulsivo para él, entonces era delicioso. Terminó y volvió a esconderse
bajo el sofá. Más tarde, Grete limpió todo mientras el insecto estaba escondido bajo el sofá, pero la muchacha podía ver el bulto
tenebroso debajo del mueble y aunque evitaba mirarlo, sentía su presencia y eso incomodaba a ambos. Y aunque la única que se
encargaba de cuidar a Gregorio era ella, la situación se hizo cada vez más tensa: Grete abría de par en par las ventanas de la
habitación cada vez que entraba para que escape el hedor del insecto, pero eso mortificaba a Gregorio que habría preferido que las
ventanas no solo estén cerradas sino que también estén corridas las cortinas. Una noche, Gregorio escuchó la conversación de su
familia (la puerta de su cuarto daba al comedor). Las conversaciones en casa ya no eran alegres ni joviales, casi no se hablaban, todo
había entrado en un estado de petrificación. La criada se había ido y habían contratado otra bastante mayor. Y aunque solo Grete se
encargaba de Gregorio, continuamente su madre declaraba su intención de ver a su hijo y conocer su estado; pero su padre y su hija
se lo impedían. Gregorio estaba de acuerdo con ellos, no quería que su madre, ni su hermana (ni nadie) pase malos momentos por su
culpa. Así que, aunque demoró cuatro horas, arrastró la sábana de su cama y la llevó bajo el sofá, donde se tapó con ella y evitaba
que su hermana se aterrorice cada vez que entraba a limpiar la habitación.
Por ese entonces, Gregorio había encontrado un pasatiempo: había descubierto que sus patas viscosas se adherían a las paredes y
que podía caminar por ellas, incluso podía pasear por el techo. Su hermana lo había notado pues quedaban las huellas de sus patas.
Se le ocurrió entonces que si su hermano quería pasear por las paredes y por el techo, lo más sensato sería quitarle todos los
obstáculos que pueda encontrar: los muebles, el escritorio, la cama. En ese momento no tenía quién la ayude en la labor, y como la
única en casa era la madre, tuvo que pedírselo a ella. Gregorio se escondió bajo la sábana y las dos mujeres comenzaron la labor.
Sin embargo, él no quería que desalojen sus cosas, no quería sentirse un animal, no quería que le quiten lo último que le deba una
apariencia humana a su habitación. “Es ahora o nunca”, pensó, y salió de debajo de la sábana y se apoyó sobre un cuadro, pegando
su vientre viscoso al cristal del retrato.
Cuando volvió la madre al cuarto, vio al insecto pegado al vidrio y se desmayó por el espanto. Grete intentó auxiliarla y le desabrochó
la blusa para que pueda respirar mejor, mientras amenazaba al insecto con la mirada. Gregorio, asustado, se despegó como pudo del
vidrio y huyó hacia el comedor y trepó por las paredes y el techo. Pero su nerviosismo lo traicionó: se despegó del techo y cayó
pesadamente sobre la mesa. En ese momento llegó el padre del trabajo. Cuando vio la expresión de susto de su hija, lo adivinó
todo. Gregorio se ha escapado ―dijo ella abrazándose al pecho del padre, mamá lo ha visto y se ha desmayado, pero ya está
mejor. El padre no quiso escuchar más, tiró la gorra sobre el sofá y empezó a perseguir al insecto. Gregorio huía, pero pronto se dio
cuenta que era preferible dejar de escapar y dirigirse al cuarto para demostrar que tenía la intención de encerrarse por sí mismo. Pero
el padre no entendió y empezó a arrojarle manzanas, una de las cuales se encajó en el caparazón del insecto, quien se cruzó con su
madre que corría espantada para detener a su esposo y pedirle llorando que por favor no mate a su hijo. A partir de entonces, la
relación con Gregorio cambió drásticamente. Todos en casa debieron buscar un empleo: el padre era mensajero, la madre costurera y
la hermana encontró trabajo en una tienda. Además tuvieron que despedir a la criada y contrataron una asistenta que venía por unas
horas para limpiar la casa. Grete atendía a Gregorio con desdén: le arrojaba la comida y ya no limpiaba su cuarto, pronto abandonó
su cuidado y se lo encargaron a la asistenta, quien, a diferencia de todos, no le tenía el menor temor al insecto: lo insultaba, le picaba
el caparazón con la escoba y ponía todas las cosas de sobra en su cuarto. En poco tiempo Gregorio tenía un estado deplorable:
estaba cubierto de polvo, viviendo entre los desechos, con restos de basura y comida adherida a su cuerpo y sin nadie que lo atienda
de verdad.
Por esos días los padres decidieron recibir inquilinos en casa para tener un ingreso adicional. Recibieron a tres amigos a los que
trataban con demasiada sumisión (ni siquiera se sentaban en su sofá si los inquilinos estaban cerca) pues nunca habían tenido
huéspedes en casa y querían tratarlos de la mejor manera para que no se vayan. Una noche, mientras cenaban, Grete tocó el violín
en la cocina; los inquilinos se sintieron conmovidos por la música y le pidieron que toque para ellos y que a cambio le darían una
propina. La muchacha lo hizo, el padre colocó el pentagrama y ella empezó a tocar. Cuando Gregorio oyó la música, se sintió
conmovido. Recordó que soñaba con ahorrar dinero para enviar a su hermana al conservatorio y pensó que la música habría
enternecido a todos tanto como a él así que se atrevió a salir del cuarto y asomarse al comedor (la asistenta había olvidado cerrar la
puerta). Uno de los inquilinos vio al insecto pero mantuvo la calma. Señor Samsa ―dijo uno de los inquilinos―, ¿qué es eso? ―y
señaló a Gregorio. El padre, espantado por el suceso, en lugar de meter a Gregorio en su cuarto, empujó frenéticamente a los
huéspedes al suyo sin darles una explicación. Grete soltó el violín y corrió al cuarto de los huéspedes donde arregló las camas antes
que ellos ingresen. Entonces, cansados de tantos empujones los inquilinos se detuvieron en seco. Señor Samsa, debo decirle que me
siento ofendido por el trato que se nos ha dado ―dijo uno de ellos. Así que nos vamos de su casa sin pagarle ni un centavo, al
contrario creo que les voy a pedir una indemnización. Los dos compañeros de este, asintieron con la cabeza y se encerraron en su
cuarto. El padre se dejó caer en el sillón, la madre y la hermana lloraban y Gregorio, por la falta de fuerzas que le ocasionaba el
hambre, no podía moverse de regreso a su cuarto. No lograba entender como su buena intención se había convertido en una
maldición para los demás. Debemos deshacernos de él ―gritó la hermana―. Yo ya no aguanto más. Esa cosa nos va a matar a
todos. Nuestro error ha sido creer que eso es Gregorio, y no lo es. Echémoslo de casa, suficiente tortura es que todos nosotros
trabajemos y que aparte debamos encargarnos de ese insecto. ¡Papá! ―dijo con un débil chillido y corrió a esconderse detrás de
él―, ahí viene. Pero Gregorio no iba hacia ella, sino que daba la vuelta para regresar a su encierro. Estaba tan débil que demoró
mucho en llegar, pero cuando cruzó el umbral, Grete cerró la puerta violentamente y la aseguró con llave. Toda esa noche Gregorio la
pasó despierto, convencido (aún más que su hermana) de que debía morir. Cuando el reloj de la iglesia dio las tres de la madrugada,
Gregorio encogió su cabeza y murió.
A la mañana siguiente fue la asistenta la que notó la muerte del insecto. “Al fin estiró la pata”, le dijo a la familia que no le prestó
atención. Intentó explicarles lo que tenía planeado para el cadáver, pero tampoco fue tomada en cuenta. Hasta que ella misma
arrastró el cadáver con la escoba para que ellos lo vean. Demos gracias a Dios ―dijo el padre.
En ese momento salieron los inquilinos, quienes pidieron el desayuno y fueron sorprendidos por la asistenta que les mostró el insecto
muerto. El padre, enojado, se paró frente a ellos y los botó duramente de su casa. También la criada salió muy enojada pues nadie
tomaba atención a sus planes sobre qué hacer con el insecto. La familia se tomó el día libre de sus trabajos, sacaron sus cuentas y
vieron que lo que ganaban entre los tres les alcanzaba para vivir y hasta sobraba un poco para ahorrarlo, así que sintieron un alivio
por la carga que se les quitaba con la muerte de Gregorio. Decidieron salir, pasear, como hace meses no lo hacían; y, mientras
viajaban en el tranvía, los padres notaban la belleza de Grete, que ya estaba en condiciones de tomar un buen marido.

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