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EL TEMA DEL INFINITO

Baruch de Spinoza
“El tema del infinito siempre ha parecido a todos dificilísimo e incluso
inextricable, por no haber distinguido entre aquello que es infinito por su
propia naturaleza o en virtud de su definición, y aquello que no tiene límites,
no en virtud de su esencia, sino de su causa; por no haber distinguido,
además, entre aquello que se dice infinito porque no tiene límites y aquello
cuyas partes no podemos ni igualar ni explicar mediante un número, pese a
que conocemos su máximo y su mínimo; y, finalmente, por no haber
distinguido entre aquello que sólo podemos entender, pero no imaginar, y
aquello que también podemos imaginar. Si hubieran prestado atención a
todo esto, repito, nunca habrían sido asediados por tal cúmulo de
dificultades. Pues habrían comprendido claramente cuál infinito no se puede
dividir en partes o no puede tenerlas, y con cuál sucede todo lo contrario sin
contradicción alguna. Y habrían comprendido, además, cuál infinito puede
ser concebido, sin incoherencia ninguna, como mayor que otro, y cuál no,
como se verá por lo que diremos enseguida”.

♦♦♦♦♦♦♦

La noche estrellada , de Vincent van Gogh (1889)

Entrañable amigo:

Usted me pide que le comunique mis ideas sobre el infinito, y lo hago con
muchísimo gusto.

EL TEMA DEL INFINITO SIEMPRE HA PARECIDO A TODOS


DIFICILÍSIMO E INCLUSO INEXPLICABLE, POR NO DISTINGUIR
LAS COSAS CON ATENCIÓN

El tema del infinito siempre ha parecido a todos dificilísimo e incluso


inextricable, por no haber distinguido entre aquello que es infinito por su
propia naturaleza o en virtud de su definición, y aquello que no tiene límites,
no en virtud de su esencia, sino de su causa; por no haber distinguido,
además, entre aquello que se dice infinito porque no tiene límites y aquello
cuyas partes no podemos ni igualar ni explicar mediante un número, pese a
que conocemos su máximo y su mínimo; y, finalmente, por no haber
distinguido entre aquello que sólo podemos entender, pero no imaginar, y
aquello que también podemos imaginar. Si hubieran prestado atención a todo
esto, repito, nunca habrían sido asediados por tal cúmulo de dificultades.
Pues habrían comprendido claramente cuál infinito no se puede dividir en
partes o no puede tenerlas, y con cuál sucede todo lo contrario sin
contradicción alguna. Y habrían comprendido, además, cuál infinito puede
ser concebido, sin incoherencia ninguna, como mayor que otro, y cuál no,
como se verá por lo que diremos enseguida.

Pero antes expondré brevemente estos cuatro conceptos: la sustancia, el


modo, la eternidad y la duración. Respecto a la sustancia, quisiera indicar lo
siguiente:

1º) A la esencia de la sustancia pertenece la existencia, es decir, que de su


sola esencia o definición se sigue que existe; lo cual, si no me falla la
memoria, le he demostrado antes, de viva voz y sin acudir a otras
proposiciones.

2º) Del primer punto se sigue que la sustancia no es múltiple, sino que sólo
existe un a de la misma naturaleza.

3º) Ninguna sustancia puede ser entendida sino como infinita. A las
afecciones de la sustancia las llamo modos, y su definición, por cuanto no es
la misma definición de la sustancia, no puede implicar existencia alguna. De
ahí que, aun cuando existan, podemos concebirlos como no existentes; de
donde se sigue, además, que mientras nos atengamos a la esencia de los
modos y no prestemos atención al orden de toda la naturaleza, del hecho de
que los modos ya existan no podemos concluir que existirán o no después ni
que existieron antes o no. De donde se desprende claramente que nosotros
concebimos la existencia de la sustancia como totalmente diversa de la
existencia de los modos. De aquí se deriva la diferencia entre la eternidad y
la duración. Pues por la duración sólo podemos explicar la existencia de los
modos, mientras que la existencia de la sustancia se explica por la fruición
infinita de existir o, forzando el latín, de ser.

De todo lo anterior se desprende claramente que, si como sucede las más de


las veces, consideramos únicamente la esencia de los modos y no el orden
de la naturaleza, podemos determinar a voluntad su existencia y duración,
sin destruir en absoluto el concepto que de ellos tenemos, así como
concebirlos mayores y menores y dividirlos en partes. En cambio, la
eternidad y la sustancia, como no pueden ser concebidas más que como
infinitas, no admiten nada por el estilo, a menos que destruyamos
simultáneamente su concepto. Por eso aquellos que piensan que la sustancia
extensa está formada por partes o cuerpos realmente distintos entre sí, hablan
por hablar, por no decir que desvarían. Es como si alguien se empeñara en
formar, mediante la simple adición o conglomerado de muchos círculos, un
cuadrado o un triángulo u otra cosa de esencia radicalmente diversa. De ahí
que todo ese fárrago de argumentos con que los filósofos se afanan
comúnmente por mostrar que la sustancia extensa es finita, caen por su base,
puesto que todos ellos suponen que la sustancia corpórea está compuesta de
partes. Siguiendo el mismo método, otros autores, una vez persuadidos de
que la línea consta de puntos, lograron inventar muchos argumentos para
demostrar que la línea no es divisible al infinito.

HAY DOS FORMAS DE PERCIBIR LA NATURALEZA DE LAS


COSAS: CON LA IMAGINACIÓN, DE FORMA SUPERFICIAL, O CON
EL ENTENDIMIENTO, DE FORMA VERDADERA

Pero si usted me pregunta por qué tenemos una propensión natural a dividir
la sustancia extensa, le respondo que la cantidad es concebida por nosotros
de dos maneras: abstracta o superficialmente, tal como la tenemos en la
imaginación gracias a los sentidos, y en cuanto sustancia, lo cual sólo se
consigue mediante el entendimiento. Y así, si nos atenemos a la cantidad tal
como está en la imaginación (lo cual sucede muy a menudo y con más
facilidad), resultará ser divisible, finita, compuesta de partes y múltiples.
Mas, si la consideramos tal como está en el entendimiento, y la concebimos
tal como es realmente en sí (cosa sumamente difícil), entonces constataremos
que es infinita, indivisible y única, como le he demostrado antes
suficientemente.

Por otra parte, el tiempo y la medida surgen del hecho de que nosotros
podemos determinar a nuestro arbitrio la duración y la cantidad, en cuanto
que a ésta la concebimos aislada de la sustancia y a aquélla la separamos del
modo como se deriva de las cosas eternas. El tiempo nos sirve para medir la
duración, y la medida para determinar la cantidad, de suerte que podamos
imaginar a ambas lo más fácilmente posible. Además, del hecho de que
separamos las afecciones de la sustancia de la sustancia misma y de que las
reducimos a clases, con el fin de imaginarlas lo más fácilmente posible, surge
el número. Por todo lo cual se ve con claridad que la medida, el tiempo y el
número no son otra cosa que simples modos de pensar o más bien de
imaginar.

Nada extraño, pues, que todos aquellos que intentaron entender el desarrollo
de la naturaleza sirviéndose de semejantes nociones, y por cierto mal
entendidas, se hayan enredado tan admirablemente que, al final, no han
logrado desenredarse sino trastocándolo todo y admitiendo los mayores
absurdos. Porque, existiendo muchas cosas que no se pueden captar, en modo
alguno, con la imaginación, sino con sólo el entendimiento, tales como la
sustancia, la eternidad y otras cosas, si alguien se empeña en explicarlas
mediante nociones que son simples auxiliares de la imaginación no hace otra
cosa que dedicarse a desvariar con su imaginación. Los mismos modos de la
sustancia, si se los confunde con los entes de razón o auxiliares de la
imaginación, nunca serán correctamente entendidos. Ya que, cuando lo
hacemos así, los separamos de la sustancia y del modo como fluyen de la
eternidad, sin los cuales, sin embargo, no pueden ser bien entendidos.

Para que usted vea esto con mayor claridad todavía, vea el ejercicio
siguiente. Mientras uno conciba la duración en abstracto y, confundiéndola
con el tiempo, comience a dividirla en partes, jamás llegará a comprender
cómo una hora, por ejemplo, puede pasar. Pues, para que pase la hora, es
necesario que pase antes su mitad y, después, la mitad del resto y después la
mitad que queda de este resto; y si prosigue así sin fin, quitando la mitad de
lo que queda, nunca podrá llegar al final de la hora. De ahí que muchos que
no están acostumbrados a distinguir los entes de razón de los seres reales se
han atrevido a asegurar que la duración consta de momentos, con lo cual,
queriendo evitar Caribdis, han caído en Escila; ya que es lo mismo formar la
duración de momentos que el número de la simple adición de ceros.

¡CUÁN POBREMENTE HAN RAZONADO MUCHOS, QUE HASTA


LLEGARON A NEGAR EL INFINITO EN ACTO!

De lo dicho resulta bastante claro que ni el número ni la medida ni el tiempo


pueden ser infinitos, puesto que no son sino auxiliares de la imaginación; de
lo contrario, el número no sería número, ni la medida, medida, ni el tiempo,
tiempo. De donde se colige fácilmente por qué muchos que confundían estos
tres con las cosas mismas, por ignorar la verdadera naturaleza de las cosas,
negaron el infinito en acto.

Pero cuán pobremente han razonado éstos, que lo juzguen los matemáticos,
para quienes los argumentos de este calibre no pueden ofrecerles dificultad
alguna, por tratarse de asuntos que ellos captan clara y distintamente. Pues,
aparte de que han descubierto muchas cosas que no se pueden explicar con
número alguno, lo cual pone en evidencia la incapacidad de los números para
determinarlo todo, también conocen otras que no se pueden equiparar a
ningún número, sino que superan cualquier número que se pueda asignar. Y,
no obstante, no concluyen de ahí que dichas cosas superen todo número por
la multitud de partes, sino porque la misma naturaleza de tal cosa no permite,
sin manifiesta contradicción, ser numerada. […]
Por todo lo anteriormente dicho se ve con claridad que algunas cosas son
infinitas por su propia naturaleza, y no pueden ser concebidas como finitas;
que otras lo son en virtud de la causa, a la que inhieren, las cuales, mientras
se conciben en abstracto, se pueden dividir en partes y ser consideradas como
finitas; y que otras, en fin, se llaman infinitas o, si usted prefiere, indefinidas,
porque no se pueden equiparar a ningún número, aunque se pueden concebir
como mayores o menores; pues no se sigue que deban ser necesariamente
iguales aquellas cosas que no se equiparan a un número.

Finalmente, he puesto en breves palabras ante sus ojos las causas de los
errores y confusiones en torno a la cuestión del infinito y, si no me engaño,
las he explicado todas, de suerte que no creo que quede ninguna sobe dicho
tema que no haya tocado o que no puede ser facilísimamente resuelta con lo
dicho. Por eso no creo que sea menester detenerle por más tiempo con esto.

No obstante, quisiera advertir, aunque sea de paso, que los peripatéticos más
recientes han entendido mal, según creo, la demostración de los antiguos con
la que trataban de demostrar la existencia de Dios. Tal como la encuentro en
cierto judío, llamado Rab Chasdai, reza así: “Si se diera un proceso de causas
al infinito, todas cuantas cosas existen, serían causadas. Es así que a nada
que sea causado le compete existir necesariamente en virtud de su esencia.
Por consiguiente, no existe nada en la realidad cuya esencia pertenezca
existir necesariamente. Ahora bien, esto es absurdo, luego también aquello.”
De ahí que la fuerza del argumento no reside en que sea imposible que se dé
el infinito en acto o el proceso de las causas al infinito, sino sólo en que
suponen que las cosas que no existen necesariamente por su naturaleza no
son determinadas a existir, a no ser por una cosa que existe necesariamente
por su naturaleza (y la causa no es causada). […]

Basta por hoy. Que siga usted bien y recuérdese de mí, que soy, etc.
♦♦♦

BARUCH DE SPINOZA, Carta de Spinoza a Lodowijk Meyer, 20 de abril


de 1663. Correspondencia, Alianza Editorial, 1988. Traducción de Atilano
Domínguez. FD, 07/07/2012.

https://puntocritico.com/2017/11/10/el-tema-del-infinito-por-baruch-de-spinoza/

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