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Texto: Mt 2,1-12
La dicha de la estrella
La luz de Belén es accesible hasta rincones remotos de la tierra. Su estrella es visible. Quien levanta
la mirada, puede contemplarla. Así es la fe cristiana. Ante los ojos de todos los pueblos se irradia su
amor, su paz y su justicia, que no es sino el amor de Dios que nos salva, su paz que nos reconcilia y
su justicia que nos redime. Para toda persona de buena voluntad, el anuncio cristiano se presenta
con júbilo. No tenemos nada que ocultar. Sólo el pecado es causa de vergüenza. En el Evangelio de
hoy, contrasta la honestidad de los magos de Oriente que escrutan los signos del cielo y
abiertamente preguntan sobre el recién nacido, y el gesto de Herodes, que los llama a escondidas
para interrogarlos sobre datos que él debería conocer bien. El secreto del rey desconcertado y
sobresaltado es característico de quien no tiene paz en el corazón y oculta sus verdaderas
intenciones, aunque simule actitudes de cortesía y hospitalidad. Los magos encuentran al niño
buscado, y le ofrecen el tributo de reconocimiento propio de personas de bien. Y su misma
sensibilidad les permite percibir el mensaje que les alerta sobre la disposición perversa de Herodes.
Mientras la tristeza y la frustración anidan en el corazón mal dispuesto, los magos experimentan la
alegría de haberse puesto en camino, haber encontrado a quien buscaban y haber entregado sus
regalos. Es una dicha ajena a todo egoísmo, a todo cálculo mezquino y a toda negociación
interesada. Es la felicidad de quien se sabe desinstalar de sus comodidades y sabe salir, guiado por
los signos buenos de Dios, y se pone al servicio de las causas de la justicia y de la paz. Los cristianos
manifestamos públicamente nuestra alegría, y deseamos ser consecuentes con nuestra fe,
comunicando a todos la buena noticia que nos ha sido transmitida.