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Sobre el autor

Nacido en Rimini en 1943 y fallecido en 2001. Alberto Melucci fue un sociólogo italiano. Estudio
Artes y filosofía en la Universidad Católica de Milán, graduándose en 1967; luego hizo un
posgrado en 1970 en la Universidad de Milán; además se doctoró en filosofía y sociología en la
Universidad de París-Sorbona, en 1977; y, finalmente hizo otro doctorado en Psicología clínica
en 1981. Fue profesor en la Universidad de Milán 1976-1987, en la Universidad de Trento 1987-
1990, y hasta su muerte profesor de la Universidad de Milán nuevamente. Sus aportes
fundamentales han sido al análisis de la acción colectiva y el conflicto social en torno a los nuevos
movimientos sociales. Entre sus trabajos más importantes se encuentran: Sistema politico, partiti
e movimenti social (1977); L'invenzione del presente. Movimenti, identità, bisogni individuali
(1982); Nomads of the Present. Social Movements and Individual Needs in Contemporary Society
(1989); Acción colectiva, vida cotidiana y democracia (1999).

En Teoría de la acción colectiva, Melucci hace una serie de consideraciones críticas sobre las
teorías clásicas que se han elaborado en torno a los movimientos sociales. Allí entablará un
diálogo a partir del hiato entre las formas contemporáneas de acción colectiva y las herramientas
teóricas existentes para analizarlas. Desde ese punto de partida criticará las teorías del
comportamiento colectivo, en las cuales se incluyen autores como Parsons, Smelser y Merton,
argumentando que reducen la acción colectiva a una pura disfunción del sistema social, es decir,
que no hay espacio para una capacidad conflictual que surja al interior del sistema. También
mencionará las teorías sobre movimientos sociales que emergen en los años setenta. Allí hablará
principalmente de la movilización de recursos, analizando a McCarthy y Zald, la sociología de la
acción de Touraine y la teoría del proceso político donde se incluyen Tarrow y Tilly. Si bien
reconoce avances importantes en la constitución del campo de los movimientos sociales, concluirá
dos límites cruciales: por un lado, que estas teorías estructurales basadas en el análisis de sistemas
logran explicar el por qué, pero no el cómo de los movimientos sociales; por otro lado, que el
modelo de movilización de recursos, si bien se adentra con criterio en la forma de estructuración
del movimiento social, ven la acción como un dato y no son capaces de llegar al por qué.
Melucci esbozará, a través de cuestionar la acción colectiva como un simple dato, que los
movimientos sociales son sistemas de acción socialmente construidos, donde intervienen sobre
ellos causas tanto internas como externas, lo que supone para el autor interrogarse de igual manera
por el cómo y el por qué, identificando la gama de componentes y significados, es decir, poner
mayor acento en la cotidianidad. Además de lo anterior, Melucci planteará a los movimientos
sociales como sistemas de acción multipolar que operan al interior de un contexto donde aparecen
tanto estructuras de oportunidad como límites; no obstante, sugiere tres elementos relevantes: i)
el carácter organizativo, como momento analítico que permite comprender el ámbito en el cual se
gesta la acción; ii) la identidad colectiva, que da sentido a la acción, que no se presenta a priori;
iii) la solidaridad, que es contenedora de significados, ya que articula alrededor de una
conflictividad pero también permite un grado de articulación con horizontes comunes. Sin duda,
este primer capítulo resulta clave en tanto trasciende la apuesta de Melucci con respecto a las
teorías clásicas de la sociología estadounidense y del marxismo ortodoxo.
El segundo capítulo Identidad y movilización en los movimientos sociales prioriza interrogarse
por el cómo de la acción colectiva y la emergencia de los movimientos. Para Melucci, los
movimientos sociales son procesos en donde se desenvuelve un diálogo entre individuos capaces
de llegar a acuerdos, toma de decisiones y producir significados más amplios. En este punto el
orden de la cotidianidad tendrá relevante valor, ya que allí será el lugar donde los individuos harán
intercambios simbólicos que les permitirán conformar una noción de grupo, que está supeditada
a la producción de códigos culturales comunes o estructuras cognoscitivas que nacen en el seno
del movimiento y no siempre se emparentan con la cultura hegemónica. De esta manera, la
conformación de las identidades colectivas son las portadoras de un sentido de la acción, en tanto
habilitan su posibilidad en la articulación grupal y en la construcción de una alternativa.
El siguiente capítulo Los movimientos sociales en la sociedad contemporánea es un análisis sobre
la inserción de los movimientos en lo que denomina la sociedad compleja, que puede ser una
manera de referirse a las sociedades postindustriales. El planteamiento, una vez más, hace énfasis
en el carácter productor de cultura que tiene el movimiento social, ya no inscrito únicamente en
un ámbito político, donde hay la pretensión de construir organización política. Melucci
argumentará que la labor propia de todo movimiento es nombrar aquello que aparece oculto o
subterráneo con respecto al poder en una sociedad. Si se quiere, la potencia de los nuevos
movimientos sociales es su propia existencia, en tanto capacidad de producir conflictividad social
en situaciones que valoran como de dominación, sea esta política, cultural o económica.
A partir de allí, Melucci hará mención de dos cuestiones relevantes: en primer lugar, que la base
social de los nuevos movimientos sociales serán la nueva clase media o clase de capital humano,
aquellos que ocupan una posición marginal respecto al mercado de trabajo y los elementos que
están autonomizados de la vieja clase media, como artesanos; en segundo lugar, habla de un
modelo bipolar para analizar el movimiento social. De un lado, la latencia, referida a las redes de
intercambio culturales en la cotidianidad; de otro, la visibilidad, como la expresión propia del
movimiento. En el marco de la sociedad compleja, donde existe un excedente cultural, el
individuo, tomado así, aislado del grupo, experimenta la incertidumbre en sus formas de vida y la
capacidad de reducir la complejidad de la vida no se manifiesta en su individualidad. Es por ello
que el único lugar de certeza es la construcción de identidades colectivas donde se pongan en
cuestión los códigos culturales dominantes. Por ello, en las sociedades complejas, el uso,
transformación y cuestionamiento resulta crucial para el avance de cualquier disputa que se
plantee el movimiento social.
El cuarto capítulo El desafío simbólico de los movimientos sociales expone el papel de los
movimientos sociales contemporáneos en el centro de las estructuras del poder. De nuevo la
relación poder-información será importante en tanto dinamizadora del proceso de dominación; de
esa manera, los movimientos sociales adoptan la forma de una contracorriente capaz de poner en
duda lo dado a partir de la producción específica de su acción. Su labor es la de transgredir la
lógica dominante, los códigos que producen una cultura de la dominación, apropiarse de los
dilemas y nombrarlos públicamente, crear por medio de las redes de solidaridad salidas, en
últimas, contribuyen a configurar nuevas pautas de acción colectiva. Para el autor, en los
movimientos sociales lo que existe es una expresión de la verdad, que debe hacerse siempre
pública, si se quiere.
Vida cotidiana y acción colectiva y Democracia de la complejidad se concentran, de nuevo, en
las formas en que los movimientos sociales emergen y se consolidan, además de la eficacia de su
acción, haciendo énfasis en formas de movimientos contemporáneos, resaltando el caso del
feminismo y del ecologismo. En este punto puede resaltarse que para Melucci los movimientos
sociales ya no tienen una aspiración que se sitúa exclusivamente en la inclusión hacia la
ciudadanía, sino que su potencial transformador los sitúa en una apuesta por producir definiciones
alternativas de sentido, o lo que es lo mismo, crear un significado y definiciones que conforman
identidad, cuestionando la determinación de la vida individual. Pero además de eso, los
movimientos revelan la conflictividad latente de los códigos y los lenguajes que organizan las
relaciones sociales. En ese sentido los movimientos pasan de ocupar un papel de personajes a
tomar la forma de signos sociales. Para Melucci, la democracia de la complejidad no es otra cosa
que el lugar donde pueden emerger los movimientos sociales y de esa manera nombrar el mundo

Comentario
El texto de Melucci resulta ser un avance sustancial al interior de la teoría y epistemología del
campo que se ocupa de los movimientos sociales. Cuando el intelectual italiano sitúa su punto de
partida en la realidad, entendiendo que el tiempo histórico, social y político que se vivía exigía
una renovación de las herramientas, construye una teoría significativa para dar respuesta a esa
distancia entre realidad y reflexión. Además de ello, procurar que su pensamiento se forje desde
la frontera y los límites de las teorías clásicas o tradicionales le da un valor, al comprender la
necesidad de destituir toda interpretación esencial, ahistórica y determinista, como se podía
observar muchas veces en las teorías de la elección racional y de los fundamentos psicosociales.
Hay dos elementos de vital relevancia, entre tantos, que es necesario destacar. En primer lugar, el
diálogo con las teorías contemporáneas tanto de la sociología como de la filosofía, especialmente
en lo que al lenguaje se refiere. Posiblemente su noción de signo bebe en la fuente de la filosofía
del lenguaje que emergió desde la década de los sesenta y setenta, lo cual cobra valor por algo
mucho más profundo que nominar a los movimientos sociales como signos, y es que sitúa un
problema de la cultura también en el plano de las relaciones simbólicas y de producción de
sentidos, que hasta Touraine no había sido tenido en cuenta, aunque en este como expresión de
un elemento más al interior de la sociología.
En segundo lugar, el papel del conflicto social y la posibilidad manifiesta de transformación del
orden social vigente por medio de la acción colectiva. Siendo transversal en todo momento el
elemento de la cotidianidad, Melucci logra incorporar el cuestionamiento de la vida tal como esta
se expresa en fin de conducir su teoría a la relación que el título propone: acción, vida cotidiana
y democracia. En otras palabras, el conflicto tiene lugar en tanto se logra comprender el cómo y
el por qué de los movimientos sociales y eso lo ubica más cercano a una teoría del cambio que a
una teoría normativa o del consenso. Pero además de eso, siendo la acción el pilar de su reflexión,
da agencia a los movimientos, no sólo en sí mismos sino como construcciones sociales y
productores de sentido cultural y simbólico.

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