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DOMINGO DE LA PRIMERA SEMANA DE


PASCUA

¡ALELUYA!
¡CRISTO HA RESUCITADO!
¡ALELUYA ALELUYA!

Exulten por fin los ángeles.


Que se asocien a la Fiesta los
creyentes,
y por la victoria de Jesús sobre la
muerte
salga el pregonero a las calles
anunciando la derrota del Hades.

Alégrese la madre naturaleza


con el grito de la luna llena:
que no hay noche que no acabe en día,
ni invierno que no reviente en
primavera,
ni muerte que no dé paso a la vida;
ni se pudre una semilla
sin resucitar en cosecha.

Alégrese nuestra Madre la Iglesia


porque en la historia del mundo

 
 
 
siguen los hombres resucitando,
y abiertos con esperanza al futuro
confiesan a Cristo glorificado.

Esta es la noche del absoluto vacío


que la Palabra llenó creadora.
Esta es la noche de Abraham
en que el Cordero redime a Isaac
sobre la cumbre del monte Moria.

Esta es la noche de Egipto


con Moisés de caudillo,
un Pueblo peregrino a la libertad
y los esclavos vencedores del Esbirro.

¡Qué noche maravillosa:


Cristo subiendo del abismo
y la muerte muerta!
¡Qué maravilla de Dios:
entregando al Hijo
salvaste al esclavo!
¡Qué maravilla de amor:
porque hubo pecado
conocimos el perdón!
¿De qué nos sirviera nacer
si la muerte fuera nuestro destino?

Esta es la noche
en que cayeron dictaduras.

 
 
 
Esta es la noche
en que el avaro renunció a su fortuna.
Esta es la noche
en que el lascivo dejó la lujuria.
Esta es la noche
que acabó con viejas rupturas
engendradas en guerras añejas,
y encontró abrazados a hermanos
que riñeron por líos de herencias.

Esta es la noche que sacude


conciencias,
quema los ídolos, despierta
vocaciones,
alumbra virginidades, engendra
esperanzas,
convierte en arados las espadas,
saca renacidos de las aguas,
alegra a los tristes, provoca
adoradores,
descarga pistolas y derriba opresores.

Esta es la noche
que trae la Buena Noticia a los pobres,
abre los ojos de los ciegos,
libera a los prisioneros
y anuncia el perdón a los pecadores.

¡Sea bendito Nuestro Señor

 
 
 
que subiendo a la Cruz
y entrando en la muerte,
venció para siempre
los poderes del mal!

¡A gozar de la Luz...
rota la oscuridad...
victorioso de nuevo el Amor...!

La celebración de Pascua

Cristo con su resurrección de entre los muertos ha hecho


de la vida de los hombres una fiesta.
Los ha colmado de gozo al hacerles vivir no ya una vida
terrestre sino una vida celestial.

(Homilía pascual de Basilio de Seleucia, V siglo: PG 28,


1081).

Contenido:

Introducción

La Resurrección De Cristo:

Del Kerigma A La Celebración

El kerigma de la Resurrección

Indicios de una celebración


primitiva de la noche pascual

Los más antiguos textos


pascuales de la Iglesia

 
 
 
Los textos rituales más
antiguos

Una celebración diferenciada


de la vigilia pascual: el rito
latino y el rito bizantino

Iconos de la Resurrección

El icono de la victoria de Cristo


en los abismos del infierno

El icono de las mujeres


miroforas

Conclusión: La Vida Iluminada por


la Pascua

Introducción

La celebración del misterio pascual está en el centro de la


fe y de la vida de la Iglesia. La resurrección de Cristo no
es solo su victoria sobre el pecado y la muerte. Es la
manifestación de la divina economía de la Trinidad: el
amor infinito y omnipotente del Padre, la divinidad del
Hijo, el poder vivificante del Espíritu Santo.

Toda la historia de la salvación tiene su centro y su


culmen en la Resurrección de Jesús. Hacia ella tiende la
creación entera, las maravillas realizadas por Dios en el
Antiguo Testamento, y de modo especial la Pascua de
Israel, profecía de la Pascua de Cristo, de su paso de la
muerte a la vida.

Hacia la resurrección del tercer día, tantas veces


anunciada como coronación de su pasión por parte de

 
 
 
Jesús, va precipitándose toda su vida, sus palabras, sus
milagros, sus enseñanzas. Hasta los últimos momentos,
cuando Cristo de muestra con sus palabras y con sus
gestos que está para pasar de este mundo al Padre. En
efecto, El del Padre ha venido y al Padre va, y por ello su
vida es una Pascua, un paso; pero en este éxodo, más
glorioso que el paso del Mar Rojo, Jesús arrastra su
propia humanidad, asumida de la Virgen Madre,
haciéndola pasar por el misterio de la pasión y de la
muerte, para que quede para siempre sellada por el amor
sacrificial en su carne que lleva marcados los estigmas de
su pasión gloriosa.

A partir de la Resurrección se comprende todo el sentido


de la historia del Antiguo y del Nuevo Testamento, la
gracia de Pentecostés con la que del cuerpo glorioso de
Cristo se desprenden las llamas del Espíritu Santo, para
que la Iglesia viva siempre en contacto con este misterio
que permanece para siempre y atrae hacia sí todo,
anunciando ya su retorno final en la gloria y la pascua del
universo.

La Pascua del Señor es la fuente y la raíz del Año


litúrgico. Una Pascua semanal, celebrada por la Iglesia
apostólica y llamada ya desde antiguo, como dice el
Apocalipsis (Ap 1:10) "Día del Señor" o "Día señorial." Y
una Pascua anual celebrada por las primeras
generaciones cristianas, al menos a partir del siglo II,
como un memorial conjunto de la Muerte y de la
Resurrección del Señor, dos caras de la misma medalla.

En torno a esta celebración anual nace su prolongación


de cincuenta días, hasta Pentecostés, y se forma el
tiempo de su preparación con el tiempo de Cuaresma. La
luz de la Pascua iluminará el misterio de la manifestación
de Jesús en su nacimiento y su Epifanía. El misterio del
Crucificado-Resucitado dará sentido al martirio y al culto
de los mártires.

 
 
 
Desde las fórmulas primitivas de la confesión de la fe,
que encontramos ya en las Cartas de San Pablo y más
tarde en el Símbolo apostólico y en la profesión de fe
bautismal, creer en Cristo, muerto y resucitado, adherir a
él por la fe y el bautismo, es la condición y la garantía de
la comunión con el Señor y de la nueva vida en Cristo y
en el Espíritu. El cristiano no solo cree en Jesús sino que
vive de su misma vida divina e inmortal.

Por eso la predicación evangélica de la Resurrección de


Cristo ha quedado plasmada, como otros misterios de la
vida del Señor, en el arte iconográfico primitivo, como
una muestra viva de la fe de los cristianos.

Dos escenas, sobre todo, han plasmado en imágenes el


misterio de la Resurrección. La primera, la más primitiva,
ha representado, ya desde la antigüedad cristiana, en las
Iglesia-sinagoga de Doura Europos (s. IV) o en las
ampollas de Monza (s. V), o en el Evangeliario de
Rabbula de Edessa (s. VI) los relatos evangélicos de la
Resurrección: en torno al sepulcro vacío y a su cabecera
la figura del Ángel con vestiduras blancas que anuncia
que Cristo ha resucitado, están las mujeres que de buena
mañana van al sepulcro con perfumes (las mujeres
miroforas o portadoras de aromas), para ungir el cuerpo
del Señor. Es el icono de las mujeres miroforas ante el
sepulcro vacío de Cristo.

Solo a partir del segundo milenio de la era cristiana, la


iconografía, siguiendo algunos textos bíblicos que hablan
del descenso de Jesús a los abismos infernales (Cfr. 1
Ped 3:18-19), y algunas homilías primitivas de Pascua
que se refieren al momento intermedio entre muerte y
sepultura del Señor y a su Resurrección gloriosa, y a los
cantos de Pascua de la liturgia bizantina, tienen la osadía
de pintar lo que ningún ojo humano pudo ver. Es la
escena que la tradición iconográfica oriental ha plasmado
al presentar ante nuestros ojos la victoria de Cristo sobre
el pecado, la muerte y el infierno y la gracia salvadora del
Resucitado. Cristo, el Crucificado Resucitado, llevando a

 
 
 
veces en sus manos el trofeo de la Cruz, va anunciar la
salvación a los primeros Padres y a los justos del Antiguo
Testamento y los arranca de sus sepulcros para darles la
vida.

Es un icono más tardío pero que ha logrado fijar de la


forma más elocuente la teología oriental de la
Resurrección gloriosa de Cristo, en plena armonía con los
cantos, los gestos, los ritos y la espiritualidad de la
Pascua del Oriente cristiano. Un icono, una liturgia y una
espiritualidad que todavía hoy tienen una vigencia
extraordinaria y que constituyen un auténtico desafío
evangelizador y un gozoso anuncio de victoria y
esperanza, que como ha resonado durante muchos
decenios en la oscuridad de los "gulags" del comunismo,
sigue resonando en los ambientes secularizados de
nuestra época.

Es el canto de la victoria, el grito de la liberación,


entonado con entusiasmo y convicción durante las fiestas
pascuales: "Cristo ha resucitado de entre los muertos,
con su muerte ha vencido a la muerte, y a los que
estaban muertos en los sepulcros les ha dado la vida."

Hay un tercer icono que completa de alguna forma, en


una perfecta trilogía, el misterio de la Resurrección del
Señor. Propone un episodio significativo que a veces
queda explicitado en la imagen del sepulcro vacío y de la
mujeres miroforas que van a ungir el cuerpo de Jesús. Se
ve la imagen de Cristo Resucitado en el jardín que se
aparece a María de Mágdala y le manda que vaya a
anunciar a los apóstoles que El ha Resucitado. Así, los
tres momentos fundamentales del "kerigma" o anuncio
evangélico de la Resurrección se completan: el sepulcro
vacío, el anuncio del Ángel, la aparición del Resucitado.

El misterio de Cristo, que es nuestra Pascua, nos ofrece


la oportunidad y el gozo de confesar nuestra fe en su
Resurrección gloriosa partir del anuncio evangélico y de
la catequesis apostólica. Nos permite evocar el sentido

 
 
 
pleno de la Resurrección a partir de la celebración
litúrgica de la pascua, con el recuerdo de la historia y la
ilustración de su vivencia y vigencia actual, para
concentrar después nuestra mirada en los iconos
orientales de la Resurrección que son imagen viva y fiel
del misterio que la palabra proclama y la liturgia celebra
con la poesía, el canto, los sacramentos de ese Cristo que
los textos primitivos llaman nuestra Pascua.

En efecto, el sentido primitivo del misterio pascual en su


unidad característica que podría ser expresada en estas
dos afirmaciones: Cristo es la Pascua o Cristo es nuestra
Pascua, o también: el misterio de la Pascua es Cristo.

La primera expresión recuerda el texto de Pablo: "Cristo


nuestra Pascua ha sido inmolado" (1 Cor 5:7), texto que
podría ser traducido: "La inmolación de Cristo es nuestra
Pascua."

La segunda expresión se encuentra en los primeros


textos pascuales, como la homilía de Melitón de Sardes
donde se dice explícitamente: "El misterio de la Pascua
que es Cristo," o también "El, (Cristo) es la Pascua de
nuestra salvación."

La Iglesia, por tanto, concentra en Cristo, muerto y


resucitado, la realidad de la Pascua que no es ya un
acontecimiento solo, o un rito que se celebra, sino una
persona viviente. Por lo tanto, en el Señor tenemos la
Pascua de la Iglesia. Se comprende así, porqué en los
textos líricos de las homilías de los Padres se dice por
ejemplo: "Yo te hablo a tí, (Pascua) como a una persona
viviente" (Gregorio Nacianceno: Oratio in S. Pascha
45,30: PG 36,664).

Los iconos de la Resurrección tienen pleno sentido y


completan el anuncio y la celebración de la Pascua
cristiana anual, e incluso de la pascua semanal del
Domingo. Por eso reciben toda la luz de la Palabra que
los ilumina y de la liturgia que los inserta en su

 
 
 
celebración. Contemplándolos tiene un sentido cabal la
proclamación de los Evangelios de la Resurrección y de
los cantos y troparios pascuales que se repiten durante
los cincuenta días de Pascua y, sobre todo en la liturgia
bizantina, cada domingo en el oficio matutino de la
Resurrección.

La Resurrección De Cristo:

Del Kerigma A La Celebración

El kerigma de la Resurrección

El misterio de la Resurrección de Cristo de entre los


muertos pertenece a la predicación fundamental del
anuncio evangélico, desde el mismo día de Pentecostés,
cuando los Apóstoles con la fuerza del Espíritu anuncian
con confianza y sin temor el misterio de Cristo. "A este
Jesús, dice Pedro, Dios lo resucitó, de lo cual todos
nosotros somos testigos" (He 2:32). Es este el anuncio
fundamental de la fe, el "Kerigma" que resuena con
fuerza en toda la predicación primitiva.

Los hechos que atestiguan este anuncio inaudito los han


relatado con impresionante unanimidad los cuatro
Evangelistas (Mt 28:1-15; Mc 16:1 ss; Lc 24:1-11; Jn
20:1 ss.).

En todos los anuncios hay unas constantes que suponen


el modo unánime con que los discípulos proclaman lo que
ha sucedido.

Ante todo se constata la evidencia que el sepulcro donde


habían puesto el cuerpo del Señor está vacío; su cuerpo
ya no se encuentra allí. Son testigos de este hecho las
mujeres que al alba del primer día van a ungir el cuerpo

 
 
 
del Señor, puesto en el sepulcro al atardecer del día de
su muerte, el viernes. Se rinden a la evidencia también
los soldados puestos a custodiar el cuerpo y los enemigos
de Jesús que tratan de acusar a los apóstoles de haber
substraído el cuerpo para afirmar que ha resucitado. En
el lugar del sepulcro solo se encuentran las vendas en las
que fue envuelto su cuerpo y el sudario que cubría su
rostro (Cf. Jn 20:6-7).

A este hecho que suscita el estupor de una ausencia y


hace presentir una presencia diversa, la del Resucitado,
sigue el anuncio de los Ángeles, mensajeros divinos, o de
un Ángel con vestiduras blancas que explica el sentido de
la ausencia y de una nueva presencia, la del Resucitado:
"Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el
Crucificado; no está aquí. Ha resucitado, como lo había
dicho. Venid, ved el lugar donde estaba" (Mt 28:5-6).

A la visión del sepulcro vacío con las vendas por tierra y


al anuncio del Ángel que explica lo que ha sucedido,
seguirá el tercer acontecimiento sobre el que se asienta
el anuncio de la Resurrección: Jesús mismo, el
Resucitado, se aparece a los discípulos y a las mujeres,
confirmando el mismo el hecho de su victoria sobre la
muerte. Está vivo. Jesús es mensajero y mensaje a la vez
de su Pascua, de su Resurrección.

Las primeras representaciones pictóricas de este misterio


dan pleno sentido a estos tres momentos y representan
al vivo el sepulcro vacío y las mujeres a van a visitarlo; el
ángel con su vestido blanco, y algunas de las apariciones
del Resucitado, especialmente, por lo que se refiere a la
iconografía oriental a María de Mágdala.

Pablo en su predicación pone siempre al centro del


anuncio la buena noticia de Cristo Resucitado, hasta el
punto de afirmar que si el Señor no ha resucitado vana
es nuestra fe: "Os trasmití, en primer lugar, lo que a mi
vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según
las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer

 
 
 
día, según las Escrituras; se apreció a Cefas y luego a los
doce..." (1 Cor 15:3-5).

La Iglesia apostólica celebra siempre la presencia de


Cristo Resucitado sobre todo en el sacramento del
bautismo (Cf. Rm 6:3-11) y en la fracción del pan de la
eucaristía, donde se anuncia la muerte del Señor, es
decir del Kyrios resucitado hasta que él vuelva (Cf. 1 Cor
11:26).

Indicios de una celebración primitiva de la


noche pascual
Las primeras noticias acerca de una celebración anual de
la Pascua nos han llegado a través de una polémica
acerca de la fecha de la misma celebración. La
controversia sobre la Pascua nos es conocida por el
testimonio de Eusebio de Cesarea en su Historia
Eclesiástica, libro V, cc. 23-25 (Madrid, Bac, 1973, pp.
330-337). La fecha de la controversia está fijada hacia
finales del siglo II, durante el pontificado del Papa Víctor
(188-199). A través de los testimonios podemos
remontarnos casi a principios del siglo II para afirmar que
ya entonces existía una tradición acerca de la celebración
de la Pascua anual en las iglesias del Asia menor.

En la controversia narrada por Eusebio el gran


protagonista es el Papa Víctor que amenaza con
excomulgar a los obispos del Asia menor por motivo de
su celebración pascual, fijada el 14 del mes de Nisán. A
esta amenaza de excomunión responde Polícrates, obispo
de Efeso. Interviene como mediador y hombre pacífico,
según su nombre, Ireneo, obispo de Lyon, oriental de
nacimiento ya que había nacido en Esmirna, pero que
vivía en Occidente y seguía el uso de la iglesia de Roma.

La controversia versa sobre la fecha de la celebración de


la Pascua y no sobre el sentido de la celebración.

 
 
 
En Asia menor, siguiendo una costumbre que parece se
remonta hasta Juan Evangelista, se celebra anualmente
la Pascua el 14 de Nisán (en la misma fecha en que la
celebraban los judíos) en cualquier día de la semana que
caiga esta fecha.

En Roma se celebrada el domingo que sigue al 14 de


Nisán, también en fuerza de una tradición apostólica que
parece remonta al apóstol Pedro. Los primeros son
denominados cuartodecimanos por la fecha de la
celebración,, 14 de Nisán. Los Obispos de Roma quieren
imponer el uso romano que parece más de acuerdo con
la tradición de la pascua dominical, para dar sentido
gozoso al acontecimiento, probablemente por el temor de
que una celebración del 14 de Nisán no refleje
claramente el sentido del misterio, en su aspecto de
Resurrección. Ireneo interviene como mediador, sabiendo
bien que aquí no se trata de una cuestión doctrinal, a la
que él es bien sensible, sino de diferentes uso litúrgicos;
y pide al Papa Víctor que conserve la paz y respete la
antigua tradición asiática que se remonta también a un
legado apostólico.

He aquí el testimonio de Eusebio acerca del sentido de la


controversia: "Por este tiempo, suscitóse una cuestión
bastante grave, por cierto, porque las iglesias de toda
Asia, apoyándose en una tradición muy antigua,
pensaban que era preciso guardar el decimocuarto día de
la luna para la fiesta de la Pascua del Salvador, día en
que se mandaba a los judíos sacrificar el cordero y en
que era necesario a toda costa, cayera en el día en que
cayese de la semana, poner fin a los ayunos, siendo así
que las iglesias de todo el resto del orbe no tenían por
costumbre realizarlo de este modo, sino que, por una
tradición apostólica, guardaba la costumbre que ha
prevalecido incluso hasta hoy: que no está bien terminar
los ayunos en otro día que en el de la resurrección de
nuestro el Salvador" (c. 23,1).

 
 
 
La decisión romana estaba expresada en estos términos:
"Para tratar este punto hubo sínodos y reuniones de
obispos y todos unánimes, por medio de cartas,
formularon para los fieles de todas partes un decreto
eclesiástico: que nunca se celebre el misterio de la
resurrección del Señor de entre los muertos otro día que
en domingo y que solamente en ese día guardemos la
terminación de los ayunos pascuales" (c. 23,2).

La intervención de Ireneo fue providencial. El afirma que


la división no tocaba lo esencial de la fe: "Y todos ellos no
por eso vivieron menos en paz unos con otros, lo mismo
que nosotros; el desacuerdo en el ayuno confirma el
acuerdo en la fe" (c. 24,13).

Los más antiguos textos pascuales de la


Iglesia
Los dos textos homiléticos más antiguos sobre la Pascua,
de finales del siglo II, son el Peri Pascha del Obispo
Melitón de Sardes, y la homilía Sobre la Pascua del Ps.
Hipólito.

La Homilía sobre la Pascua de Melitón es un texto


catequético y exegético, poético y académico a la vez,
sobre la Pascua. Su lectura nos permite remontarnos a la
teología pascual de los cuartodecimanos, basada sobre
un comentario sapiencial de Ex 12 aplicado al misterio de
Cristo en su pasión gloriosa. Consta de un Exordio, de
una primera parte sobre la Pascua judía como figura de la
realidad que está por venir, de una segunda parte sobre
la Pascua cristiana cumplida en el verdadero Cordero que
es Cristo y en su pasión; termina con un Epílogo muy
hermoso del que transcribimos este texto:

"Soy Yo, en efecto vuestra remisión;

soy yo, la Pascua de la salvación;

 
 
 
yo el cordero inmolado por vosotros,

yo vuestro rescate,

yo vuestra vida,

yo vuestra luz,

yo vuestra salvación,

yo vuestra resurrección,

yo vuestro rey...

El es el Alfa y el Omega

El es el principio y el fin.

El es el Cristo. El es el rey. El es Jesús,

el caudillo, el Señor,

aquel que ha resucitado de entre los muertos

aquel que está sentado a la derecha del Padre...."

El texto Sobre la Santa Pascua del Anónimo


Cuartodecimano, se abre con un hermoso Exordio sobre
el tema de la luz y de la primavera, inspirado en el
momento de la celebración vigilar y una invitación a la
fiesta, provisto de un plan de desarrollo general inspirado
en Ex 12. Sigue la primera parte sobre la Pascua judía,
realizada con una exégesis minuciosa de los textos.
Tenemos después la segunda parte sobre la Pascua
cristiana con una hermosa exposición sobre los
momentos progresivos de la revelación del misterio de
Cristo, el nacimiento, la pasión, con un hermoso himno a
la cruz, la resurrección y glorificación de Cristo.

 
 
 
He aquí cómo describe el descenso a los infiernos: "Ya
que muchos justos habían anunciado la buena noticia
profetizando, lo esperaban como primogénito de entre los
muertos por medio de la Resurrección, aceptó
permanecer tres días bajo tierra para salvar a todo el
género humano: los que vivieron antes de la ley, los que
vinieron después de la ley y los de su tiempo. Quizá
permaneció tres días en la tumba para resucitar a los
vivientes en todo lo que compone su realidad: alma
espíritu y cuerpo. Una vez resucitado son las mujeres las
primeras que lo ven...`Mujeres, alegraos’; esta es la voz
que resuena en sus oídos para que la primitiva tristeza de
la mujer quede como engullida por gozo de la
Resurrección."

La homilía pascual se cierra con una exaltación lírica de


Cristo nuestra Pascua, que parece haber influenciado
muchos textos líricos pascuales de la antigüedad
cristiana, que todavía hoy resuenan en el Exultet de la
liturgia romana, y en los Estikirás de Pascua de la liturgia
bizantina. He aquí un texto del Epílogo:

"Oh, Pascua divina!

Oh, festividad espiritual!

Del cielo tú desciendes hasta la tierra

Y de la tierra nuevamente subes al cielo.

Oh, consagración común de todas las cosas!

Oh, solemnidad de todo el cosmos!

Oh, alegría del universo, su honor,

festín y delicia...!

Oh, Pascua divina! Por tí la gran sala de bodas

 
 
 
está llena;

todos llevan el vestido de bodas,

ninguno es echado fuera por estar privado

del vestido nupcial..."

En esta homilía el predicador anónimo describe también


el misterio de la Resurrección con los tres momentos que
hemos evocado al principio.

Los textos rituales más antiguos

Entre los textos más antiguos que nos recuerdan algún


esquema de celebración primitiva de la Pascua debemos
citar un fragmento de la Didascalía siríaca (siglo III)
donde se expresa así el desarrollo de la vigilia pascual:

"Ayunad los días de Pascua... la parasceve y el


sábado pasadlos en ayuno íntegro sin tomar nada.
Durante toda la noche, quedaos reunidos juntos,
despiertos y en vela, suplicando y orando, leyendo
los profetas, el Evangelio y los Salmos, con temor y
temblor y con asidua súplica, hasta la hora de tercia
de la noche pasado el sábado, entonces romped
vuestro ayuno... Después ofreced vuestros
sacrificios, comed y alegraos, gozad y exultad
porque Cristo ha resucitado prenda de nuestra
resurrección y esto sea legítimo para vosotros
perpetuamente hasta el fin del mundo" (V, 17-19).

Tertuliano en diferentes textos alude a la Pascua y al


ayuno, pero habla claramente de una noche entera de
vigilia para celebrar esta santa festividad cuando escribe:

 
 
 
"Quién finalmente se fiará de permitirle de pasar la noche
fuera de casa con ocasión de los ritos anuales de la
Pascua?" (Ad uxorem, 2, 4,2: PL 1,1407).

Es justo preguntarse: ¿cómo se celebraba al inicio la gran


vigilia de la Pascua? ¿Cuáles son los elementos rituales
apenas citados, por ejemplo, en el texto de la Didascalía?

Todo se desarrollaba durante la noche en un ambiente


iluminado, por tanto en un lucernario permanente, que
poco a poco inspirará el solemne rito de la luz con una
referencia clara a Cristo luz del mundo. Pero al principio
no tenemos algo semejante e la bendición del cirio
pascual y del Exultet que son de época posterior. A.
Hamman reconstruye el ambiente de la noche de Pascua
con estas sugestivas pinceladas.

"La noche del sábado toda la ciudad estaba


iluminada; las antorchas alumbraban las calles
mientras los fieles con sus luces se encaminaban a
la asamblea litúrgica. Con actitud solemne, los
cristianos escuchaban la lectura de las grandes
páginas de la Biblia. Los catecúmenos oían
proclamar por última vez las principales etapas de la
historia de salvación, la historia del pueblo de Dios,
convertida, en esta noche, en su historia personal.
Hacia el final de la vigilia, el Obispo rodeado de sus
ministros, pronunciaba la homilía... la gran vigilia de
lecturas y de oraciones terminaba con el bautismo.
Los candidatos se acercaban a la fuente bautismal y
descendían desnudos a la piscina. Cuando salían
vestían túnicas blancas con las cuales volvían a la
iglesia en procesión, para participar por primera vez
en la cena cristiana. Al alba cada uno volvía a su
casa con los ojos resplandecientes de alegría
pascual."

Tratemos ahora de reconstruir en síntesis algunos de


estos elementos rituales, apoyándonos en los testimonios
de los Padres de la Iglesia.

 
 
 
El ayuno. Los cristianos se preparaban a la Pascua con
un ayuno riguroso de al menos dos días enteros (viernes
y sábado) como testimonia la Traditio Apostolica,
Tertuliano y la Didascalía. Por esto la SC n. 110 lo
recuerda todavía hoy y algunas comunidades
diligentemente lo han restablecido. Este ayuno, según el
testimonio de Tertuliano, está inspirado en las palabras
de Jesús: ayunarán cuando les sea quitado el Esposo (cfr.
Lc 5:35). Algunos pensaban que era un ayuno de
reparación o de contestación por la Pascua de los judíos.
Se ayuna en espera de la Pascua; el cuerpo participa con
el ayuno en una tensión hacia el momento de la
celebración pascual con la Eucaristía que rompe el ayuno.

La gran vigilia nocturna. Al testimonio de la Didascalía


acerca de la noche pasada en vela se pueden añadir
algunos testimonios de los Padres. Así describe Gregorio
de Nisa la celebración: "¿Qué hemos visto? El esplendor
de las antorchas que eran llevadas en la noche como en
una nube de fuego. Toda la noche hemos oído resonar
himnos y cánticos espirituales. Era como un río de gozo
que descendía de los oídos a nuestras almas, llenándonos
de buena esperanza... Esta noche brillante de luz que
unía el esplendor de las antorchas a los primeros rayos
del sol ha hecho con ellos un solo día sin dejar intervalos
a las tinieblas" (PL 38,1087-1088). 129).

Juan Crisóstomo recuerda entre otras cosas como


elementos celebrativos: "la predicación de la santa
palabra, las antiguas oraciones, las bendiciones de los
sacerdotes, la participación en los divinos misterios, la
paz y la concordia" (PG 50,415-432).

Los cristianos sienten que todo el mundo vela, que


incluso los judíos y los paganos celebran la fiesta con
ellos, que las antorchas encendidas son los símbolos de
los deseos de todos. Esta es la vigilia de las vigilias, la
madre de todas las vigilias cristianas.

 
 
 
Las lecturas y los salmos. Entre las lecturas que son
señaladas aquí y allí por los Padres, es necesario
recordar: El relato de la creación y quizás el sacrificio de
Abrahán, el éxodo del pueblo hebreo Ex 12-14, el
Evangelio de la Resurrección. Entre los salmos se citan el
Salmo 117, y los salmos bautismales 22 y 41 (42) con su
referencia a las aguas bautismales y a los otros
sacramentos.

Sobre estas lecturas los Padres dictan sus homilías,


caracterizadas por un tono lírico kerigmático,
mistagógico; con referencias poéticas a la primavera, a
los sacramentos pascuales, a la Resurrección y a nuestra
redención. Son particularmente hermosas las de Agustín,
de Gregorio de Nisa y de Máximo de Turín, y la atribuida
a San Juan Crisóstomo que todavía hoy se lee en la
liturgia bizantina (PG 59,721-723). Jerónimo que no se
sentía poeta dice sentirse arrebatado por el gozo
inspirador de esta noche (PL 39 2058-2059).

Entre los textos líricos más hermosos, nos gusta citar el


texto de Asterio de Amasea, llamado el Sofista, que es
una lírica exaltación de la Pascua cristiana como canto de
la noche santa, con acentos que resuenan en nuestro
Exultet pascual:

"Oh noche más resplandeciente que el día.

Oh noche más hermosa que el sol.

Oh noche más blanca que la nieve.

Oh noche más brillante que la saeta.

Oh noche más reluciente que las antorchas.

Oh noche más deliciosa que el paraíso.

Oh noche libre de tinieblas.

 
 
 
Oh noche llena de luz.

Oh noche que quitas el sueño.

Oh noche que haces velar con los ángeles.

Oh noche terrible para los demonios.

Oh noche anhelo de todo un año...

Oh noche madre de los neófitos... “(PG 40, 433-


444).

He aquí el hermoso texto con el que Basilio de Seleucia


inicia con garbo una homilía pascual: "Cristo con su
Resurrección de entre los muertos ha hecho de la vida de
los hombres una fiesta" (PG 28, 1081).

Entre los salmos resuena también el Aleluya pascual que


los Padres comentan con el sentido típico de la alegría de
Pascua.

Célebre es el comentario de Agustín sobre el cántico


nuevo: (PL 38,210-213).

Los ritos de la iniciación cristiana. Por el testimonio


de Tertuliano y los textos de la Tradición apostólica y de
manera particular por las catequesis mistagógicas de
Cirilo de Jerusalén, se puede afirmar que ya desde los
primeros decenios del siglo III se celebra el bautismo, la
unción con el crisma, y la primera eucaristía de los
neófitos, con una variada expresividad de símbolos que
los Padres comentan en sus homilías mistagógicas. Cada
rito es explicado en su significado místico. El sentido beso
de paz intercambiado en la asamblea, expresa en este
momento el gozo particular de la vigilia pascual. Beso de
paz y de reconciliación según este conocido texto de

 
 
 
Gregorio de Nisa que todavía hoy resuena en los Estikirás
de Pascua en la liturgia bizantina.

"Día de Resurrección, (feliz inicio! Celebremos con gozo


esta fiesta y démonos el beso de paz. Invitemos (oh
hermanos! a hacer Pascua aún a aquellos que nos
odian... Perdonándonos todo en honor de la
Resurrección, olvidemos las ofensas recíprocas" (PG
35,396-401).

La Eucaristía. El centro de la celebración es la


Eucaristía, en la que el Señor Resucitado se hace
presente y se entrega a la Iglesia. Es la unión nupcial con
la Esposa. Los neófitos reciben la comunión con el cuerpo
y la sangre del Señor por primera vez y se les ofrece un
cáliz en el que saborean la leche mezclada con la miel,
signo de su ingreso en la tierra prometida. La comunión
interrumpe el ayuno y surge la alegría del encuentro con
el Señor Resucitado que se prolonga cincuenta días.

Pero en medio de la Pascua puede existir una experiencia


dolorosa de persecución como la que nos transmite
Eusebio en este hermoso texto antiguos: "Nos exiliaron
y, solos, entre todos fuimos perseguidos y llevados a la
muerte. Pero también entonces hemos celebrado la
fiesta. Cada lugar donde se padecía, llegó a ser para
nosotros un lugar donde se celebraba la fiesta: aunque
fuese un campo, un desierto, una nave, una posada, una
prisión. Los mártires perfectos celebran la más
espléndida de las fiestas pascuales siendo admitidos a la
gracia del festín celestial" (Eusebio, Historia Eccl. VII,
22,4).

El ágape. Con la Eucaristía se rompía el ayuno y con el


ágape de la fraternidad se participaba en el gozo común.
Todavía hoy el ágape forma parte de la celebración
pascual en Oriente y expresa la participación del regocijo
común después del largo ayuno de espera.

 
 
 
El Lucernario. Todo, lo hemos dicho, sucedía en la noche
iluminada por las antorchas. El aula de la celebración
iluminada como el día, era la más hermosa expresión de
una obscuridad vencida por la luz de Cristo, y por la luz
de los cristianos que resplandecen en las tinieblas con su
vida de hijos de la luz.

Ya se percibe en el exordio de la homilía del Anónimo


Cuartodecimano este cántico lírico de la luz cuando
escribe: "He aquí que brillan ya los sagrados rayos de la
luz de Cristo... Aquél que es antes que la estrella
matutina y que los astros, Cristo el inmortal, el grande, el
inmenso, brilla sobre todas las cosas más que el sol...”.

La continuación de la fiesta. La fiesta iniciada en la vigilia


se prolongaba durante todo el día; más aún, por una
semana entera y todavía después por cincuenta días.
Escribe Hamman: "Desde la mañana los cristianos se
intercambiaban augurios y felicitaciones. Todo el domingo
era día de gozo. En Hipona, Agustín predicaba también a
la mañana y frecuentemente también a la tarde. El tema
pascual era inagotable. La fiesta se prolongaba por una
semana entera, durante la cual los fieles escuchaban en
la misa el relato evangélico de las apariciones del
Resucitado..."

Una celebración diferenciada de la vigilia pascual:


el rito latino y el rito bizantino

La vigilia pascual del rito romano

Después de un día de silencio, de oración y de ayuno, los


cristianos de disponen en el rito latino a celebrar la
Pascua, el paso, la Resurrección del Señor. La vigilia
pascual es la Pascua del Señor y la Pascua de la Iglesia,
origen y raíz de todo el año litúrgico. La estructura actual

 
 
 
recupera el pleno sentido de la antigua celebración
pascual en el corazón de la noche. Debe ser celebrado
como vigilia completa hasta las primeras horas del alba,
con el gozo de vivir el vela orando y cantando en esta
noche "esperada durante todo un año."

En esta celebración de la vigilia reciben su consagración


pascual las palabras, las oraciones, los sacramentos, y
los símbolos de la Iglesia que son prolongaciones e
irradiaciones de la Pascua. Todo es nuevo, todo confiere
novedad a la Iglesia en los grandes símbolos cristológicos
y litúrgicos.

Estos grandes símbolos son: La asamblea santa que es


siempre la Esposa y la comunidad del Resucitado. El
tiempo nuevo que es siempre, de noche y de día, tiempo
pascual insertado ya en nuestro hoy que es Cristo.

La espera vigilante, celebración de la presencia y del


retorno definitivo del Resucitado. La luz pascual que
desde el Génesis al Apocalipsis bajo el signo de Cristo luz
del mundo lo inunda todo. El fuego nuevo que recuerda
la columna de fuego y el fuego del Espíritu encendido por
el Resucitado y en los corazones de los fieles. El agua
regeneradora, signo de la vida nueva en Cristo, fuente de
la vida. El crisma santo de la unción espiritual de los
bautizados. El banquete nupcial de la Iglesia, en el pan y
en el vino de la Eucaristía tenemos el banquete
escatológico, la comida del Resucitado y con el
Resucitado. El canto nuevo del aleluya pascual, himno de
los redimidos, cantar de los peregrinos en camino hacia
la patria.

Todos los otros símbolos son pascuales: la cruz, el altar,


el ambón, el libro. Sobre todo, por la importancia ritual
de la Vigilia, el Cirio pascual, signo de Cristo que ilumina
con su presencia la asamblea. Todo, durante todo el año,
será signo de Cristo resucitado. El templo su morada; el
tiempo, espacio histórico donde él se hace presente. El
altar el sepulcro nuevo; el ambón el jardín de la

 
 
 
resurrección desde donde se anuncia el "kerigma" de la
resurrección y Cristo explica las Escrituras.

La liturgia de la luz. Con la lógica bendición del fuego


nuevo para encender la nueva luz, se recuerda que
estamos en la noche donde todo se renueva en aquél que
hace nuevas todas las cosas. El cirio es bendecido y
adornado porque es símbolo de Cristo luz. La procesión
de las tinieblas a la luz, la peregrinación de la Iglesia,
nuevo pueblo de Dios, guiada por la columna de fuego,
iluminación bautismal que cada uno recibe de Cristo para
ser siempre hijo de la luz.

La proclamación del anuncio pascual es momento


solemne y antiguo, lírico y cargado de teología y de
pathos que debe realizarse en una atmósfera de fe y de
gozosa escucha, con plena participación.

El texto actual contiene estos momentos:

• Invitación al gozo pascual a la asamblea del cielo, a


la tierra, a la Iglesia entera, a la asamblea reunida;
• La gran oración de bendición y de exaltación de la
Pascua del Señor, la noche dichosa, síntesis de las
noches salvíficas de Dios en la historia de la
salvación.

• El canto de la teología de la redención pascual:


"Feliz la culpa que mereció tal Redentor!." Es la
noche verdaderamente dichosa que reconcilia la
tierra al cielo y el hombre a su Creador. Se canta la
victoria de Cristo, victoria de los cristianos.

 
 
 

• El ofrecimiento de la alabanza de la Iglesia y del


signo luminoso del cirio pascual.

La liturgia de la palabra. Se vuelve a la antigua


estructura celebrativa de una gran vigilia de lecturas, de
oraciones, de cantos. La proclamación de la palabra de
Dios se hace simbólicamente a la luz de Cristo Resucitado
centro del cosmos y de la historia. Las lecturas actuales
tienen un triple carácter simbólico. Son lecturas
progresivas de la historia de la salvación; tienen un
carácter cristológico; poseen una estrecha relación con el
bautismo. A la proclamación sigue el salmo o cántico. A
continuación la oración de la Iglesia expresa el sentido
tipológico de la lectura. Tras las lecturas del Antiguo
Testamento a la luz de Cristo que ilumina la continuidad
y la unidad entre los dos Testamentos se canta con
solemnidad el Gloria, antiguo himno de la mañana, que
por su alusión a las palabras del Ángel no puede menos
de evocar en esta noche santa el sentido pascual de la
encarnación y del nacimiento de Cristo. La oración
colecta evoca la noche santísima, la gloria de la
Resurrección, la renovación de todos los hijos en la
adopción.

Sigue la liturgia de la palabra del N.T. con la lectura de


Rm 6:3-11: El bautismo, misterio pascual, el Salmo que
canta la victoria pascual de Cristo: Este es el día en que
actuó el Señor. Y se entona el Aleluya: Solemne anuncio
del canto nuevo, con la triple proclamación ritual del
Aleluya. Todo tiene su culmen en la proclamación del
Evangelio: El Kerigma de la Resurrección: Mt 28:1-10, Mc
16,1-8, Lc 24,1-12. A este punto se continúa con la
homilía que en el estilo de la tradición patrística debería
ser kerygmática, mistagógica y pascual.

 
 
 

La liturgia bautismal. Sigue la liturgia bautismal con la


invocación de los santos, la bendición de la pila bautismal
y todos los otros ritos del bautismo y de la confirmación
cuando hay adultos para bautizar. Si no hay bautismos,
se pasa en seguida a la bendición del agua lustral, a las
renuncias y promesas del bautismo, con la aspersión del
agua. Es el recuerdo memorial de la Pascua y del
bautismo. Termina con la oración de los fieles.

La liturgia eucarística. Encuentro con el Cristo


resucitado en su sacrificio pascual, en la comunión con El,
con los elementos propios de la oración para esta noche
santísima en el canon romano y en las otras plegarias
eucarísticas. Una monición prepara a los neófitos a la
primera eucaristía.La celebración se cierra con la
invitación pascual al final de la misa para llevar a todos el
anuncio del Cristo Resucitado.

Las celebraciones del día. La celebración del Domingo


de Pascua a continuación de la vigilia tiene algunos
elementos característicos.

La liturgia de la palabra se estructura ya partiendo de la


lectura de los Hechos de los Apóstoles que sustituye el AT
según la antigua costumbre de la Iglesia: la 10 lectura de
Hch 10:34-43 recuerda la predicación de los apóstoles,
testigos de la resurrección. El Salmo: 117:1-2, 16-23
canta el día en que actuó el Señor. La segunda lectura
del Apóstol evoca las exigencia de la ética pascual y de la
vida nueva de los que han sido bautizados en Cristo.

En el Evangelio se leen, según los ciclos, diversos textos


que relatan el acontecimiento de la Resurrección del
Señor.

 
 
 
En la misa de la tarde se lee muy apropiadamente el
episodio de la aparición a los discípulos de Emaús,
acaecida en la tarde del primer día de la semana.

Entre la segunda lectura y el Evangelio se intercala la


bella Secuencia de Pascua "Victimae paschali laudes..."
de Vipone (+1048). Uno de los textos más bellos y
sugestivos de la liturgia latina, cargado de nostalgia y de
profesión gozosa de la fe. Actualmente le falta una
estrofa que decía así: "Credendum est magis soli Mariae
veraci quam turbae iudeorum fallac": "Es mejor creer a
María que dice la verdad que a la multitud de los judíos
que proclaman la mentira." En la celebración litúrgica del
Domingo de Resurrección merecen un relieve especial las
Vísperas como celebración vespertina de la presencia de
Cristo en la Iglesia y de la gloria del Resucitado, Luz
gozosa de la santa gloria del Padre.

La liturgia bizantina de la vigilia pascual

La vigilia pascual es ya la celebración del santo Domingo


de Pascua, en el que se celebra la vivificante
Resurrección de Cristo. Cuando suenan las campanas de
la media noche se hace una procesión alrededor de la
Iglesia con las velas encendidas y comienza la
celebración con el tropario: "Tu Resurrección, (oh Cristo
Salvador! los ángeles cantan en los cielos, haznos dignos
también a nosotros, sobre la tierra, de glorificarte con
puro corazón." Después de la lectura del Evangelio de la
Resurrección (Mc 16:1-8), se entona por tres veces el
tropario que resonará todavía decenas y decenas de
veces en la noche santa; "Cristo ha resucitado de entre
los muertos con su muerte aplastó la muerte y los que
estaban el sepulcro les dio la vida." La procesión gozosa
entra en el templo adornado de luz y de flores, repitiendo
incansablemente el tropario pascual y el augurio de la
Resurrección, repetido en varias lenguas. Y comienzan
los maitines de la Resurrección con hermosísimos textos

 
 
 
entre los cuales es necesario recordar el Canon poema de
la Resurrección de Juan Damasceno.

El texto clave de esta celebración es sin duda los Estikirás


de Pascua pieza lírica de gran belleza e intensidad
poética.

Antes de la celebración eucarística se lee la hermosa


catequesis u homilía pascual de Juan Crisóstomo que es
una invitación al gozo del banquete pascual para todos.

Se intercambia el beso de paz con la fórmula clásica que


después se repite durante todo el tiempo pascual como
saludo entre los cristianos (y también con ocasión de la
muerte de algún familiar o pariente). En español:(Cristo
ha resucitado! (Sí, verdaderamente ha Resucitado! En
griego: (Christós anésti! — Alizós anésti!. En eslavo
antiguo: Cristós voskriesse! — Voistinu voskriesse!

Se proclama en la misa el Prólogo del Evangelio de Juan


en varias lenguas. Se bendicen los panes y los huevos
pascuales al final de la misa. Resuena también el tropario
de los bautizados en la divina liturgia aunque no se
administre el bautismo ya que se recuerda la
participación de todos los cristianos en la pascua de
Cristo por medio del bautismo:

"Todos vosotros los que habéis sido bautizados en Cristo,


habéis sido revestidos de Cristo." La vigilia, después del
largo y extenuante ayuno, prolongándose durante varias
horas hasta el alba, se concluye con el ágape pascual.

La mañana del domingo la celebración eucarística es


solemne; las puertas del iconostasio permanecen siempre
abiertas, signo de que Cristo ha abierto de par en par a
todos de las puertas del paraíso. En algunos lugares
existe la costumbre de ir al cementerio a celebrar las
Vísperas de la Resurrección, para cantar así la esperanza
que está expresada por el tropario pascual: "Cristo ha
resucitado de entre los muertos..."

 
 
 
Y con la vigilia pascual y el domingo de la Resurrección
empieza los cincuenta días de Pascua, el "Pentecostario,"
como se le llama también al libro que contiene los oficios
de los cincuenta días.

Iconos de la Resurrección

Los textos evangélicos de la Resurrección del Señor y el


texto de la 10 Carta de S. Pedro sobre el descenso de
Jesús al infierno, anteriormente recordados, para liberar
a los que estaban en poder de la muerte, ilumina el
sentido pleno de los dos iconos de la Resurrección más
comunes en la Iglesia de Oriente: el de la Anástasis o
Resurrección bajo el signo del descenso de Cristo a los
abismos y el de las Mujeres miroforas, portadoras de
aromas, ante el sepulcro vacío.

El icono de la victoria de Cristo en los abismos del


infierno

Empecemos por el icono de la Resurrección gloriosa que


expresa el triunfo de Jesús Resucitado que baja a los
infiernos para liberar a nuestros padres que estaban en
los abismos de la muerte.

A primera vista el icono de la Resurrección nos resulta un


poco diverso de la forma con que ordinariamente se pinta
en Occidente la Resurrección de Jesús. Lo solemos ver
así: Cristo sale victorioso del sepulcro. La piedra ha sido
levantada. Junto al sepulcro los guardias duermen. Jesús
lleva el estandarte de la cruz. Es su victoria personal, su
triunfo de Resucitado.

El mensaje del icono oriental de la Resurrección es


diverso y complementario; quiere indicar que el triunfo
de Jesús nos envuelve a todos, que El ha bajado hasta el

 
 
 
abismo, para llenarlo de luz y para que su Resurrección
se manifieste en toda su fuerza salvadora que llega hasta
el primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva.

La Iglesia de Oriente conmemora en el Viernes santo y en


el Sábado santo con hermosos cantos y símbolos esta
presencia de Cristo bajo la tierra, como sol escondido,
como vida engullida por la muerte, como grano de trigo
que va a romperse para dar la vida en abundancia. Ahora
contempla el camino de Cristo en su descenso, ya
glorioso, a los infiernos, en una danza de victoria y de
luz.

Muchos son los iconos orientales que así representan este


misterio, los frescos que engalanan las paredes de las
iglesias y monasterios, los mosaicos de las antiguas
catedrales que han recibido el influjo del Oriente
cristiano, como San Marcos de Venecia o la Capilla
Palatina de Palermo.

Sin embargo, como hemos advertido, solo con grande


recato esta contemplación de lo que estuvo fuera de la
vista de los ojos de este mundo pasa a ser una
representación pictórica.

En realidad este icono oriental ha sido inspirado por los


textos bíblicos, patrísticos y litúrgicos que han
profundizado este misterio, lo han celebrado en los
cantos litúrgicos y ahora, finalmente lo han iluminado con
la pintura para que todo el pueblo santo de Dios lo
contemple.

Este descenso de Cristo a los abismos mantiene la


continuidad que la Iglesia oriental mantiene en sus oficios
litúrgicos con la pasión gloriosa y el "epitaphios trinos" o
sepultura de los tres días que el Viernes Santo termina
con el canto de la profecía de Ezequiel 37 acerca de los
huesos áridos que el Espíritu tiene que resucitar y con el
canto de María y de la Iglesia que clama por la
Resurrección de Jesús.

 
 
 
Existen varios tipos de iconos orientales del descenso del
Señor a los infiernos. Los más célebres son sin duda
alguna el del "paraclession" de Kariye Kami en Istanbul.
Algunos iconos griegos de Tesalónica, Dafni, y de la
escuela de Creta. y fionalmente algunos iconos rusos de
la escuela de Dionisio y de la ciudad de Novgorod.

El icono de la Resurrección de Kariye Cami

Todos los iconos repiten el mismo esquema que sintetiza


la fe de la Iglesia y el canto de la liturgia en la noche
santa de Pascua, cuando se repite decenas de veces el
gran tropario pascual: "Cristo ha resucitado de entre los
muertos; con su muerte ha vencido la muerte y a los que
estaban en los sepulcros ha dado la vida."

Hay, sin embargo, una pintura que se puede considerar


el culmen de la teología iconográfica de la resurrección,
así como el icono de la Trinidad de Andrej Roublëv es el
culmen de la expresión del misterio trinitario. Es la
pintura de la pequeña capilla o paraclession de San
Salvador de Chora (de los campos), el templo de Kariye
Camy en Estambul.

En efecto, en Constantinopla existe una pequeña iglesia


en la que se puede admirar la pintura más bella de la
Resurrección. En el ábside de la capilla del paraclession,
un fresco maravilloso expresa el arte y la teología
bizantina del siglo XIV. Ante nuestros ojos un Cristo
Resucitado lleno de poder y majestad, envuelto en un
círculo de luz, en medio de la oscuridad del abismo. El
fresco ofrece una visión extraordinaria del Resucitado en
medio de un intenso fondo azul que dibuja una cavidad
entre dos montañas. El Resucitado, lleno de luz, aparece
majestuoso entre una "mandorla" ojival llena de
estrellas, con su aureola dorada. Con fuerza
extraordinaria arranca de sus sepulcros a Adán y a Eva,
mientras con sus pies rompe las puertas de la muerte.

 
 
 
Campea sobre la figura del Resucitado escrita en griego
la palabra Anástasis: Resurrección.

Un autor ortodoxo comenta el mensaje de la imagen con


estas hermosas palabras: "Cristo desciende a los
infiernos para destruirlos; es de una blancura
relampagueante, pero ahora ya no está en el monte de la
trasfiguración sino en el abismo de la angustia y de la
asfixia tenebrosa. Uno de sus pies, con un gesto de
increíble violencia, rompe las cadenas de este mundo. La
otra pierna, con un movimiento de danza, de nado,
empieza ya a subir de nuevo, como el nadador que
después de haberse zambullido en el fondo, toma fuerza
para regresar al aire y a la luz. Pero es El el aire y la luz.
El aire y la luz son irradiación de su rostro en el fulgor del
Espíritu Santo. Y aquí está su gesto liberador: con cada
mano Cristo agarra por las muñecas al Hombre y a la
Mujer. Y no por la mano, porque la salvación no se
negocia, se da. Así los arrastra fuera de sus tumbas.
Ninguna sombra: todo rostro tiene la luz del infinito.
Ninguna reencarnación: todo rostro es único. Ninguna
fusión: todo rostro es un secreto. Ninguna separación:
todos los rostros son llamas de un mismo fuego. Y la
finalidad no es la de conseguir la inmortalidad del alma,
porque inmortales ya lo son las almas en el infierno.
Cada rostro es de esta tierra, pero de esta tierra que ha
sido ya plasmada con el cielo" (O. Clément).

Hay otros iconos de las escuelas rusas en los que el


rostro de Cristo es dulce, amoroso, como el del Buen
Pastor que ha ido hasta el infierno a buscar la oveja
perdida y ahora le ofrece con su mano extendida, la vida
inmortal.

Dentro del canon fundamental del modelo iconógráfico


del icono podemos destacar algunos detalles comunes. La
figura central es siempre la de Cristo en el esplendor de
su cuerpo ya glorificado: baja a los abismo infernales,
representados por una cavidad oscura aplastando con sus
pies las puertas de la muerte. Está con frecuencia

 
 
 
enmarcado en una "mandorla" redonda u ojival,
punteada de estrellas. A veces lleva en sus manos el
trofeo de la Cruz o el rollo de la revelación, para indicar
el signo de la victoria y la Escritura donde estaba
contenida la profecía de su victoria final. Otras veces loa
ángeles en lo alto levantan la cruz gloriosa, signo de
salvación y de continuidad entre la pasión y la victoria
gloriosa de la resurrección. Sus vestidos son blancos y
resplandecientes o bien dorados y luminosos, como si se
descendieran centellas de luz de su cuerpo glorioso a
través de sus vestiduras.

Son figuras centrales Adán y Eva. A veces Cristo está


situado en medio de ellos y con la fuerza de sus manos
los arranca de sus sepulcros. Otras veces Cristo se acerca
a Adán o a Eva para darles la mano y arrastrarlos fuera
del sepulcro. Nuestros progenitores llevan un vestido de
diverso color. Junto a ellos hay un grupo de Justos del
Antiguo Testamento. Se distinguen algunos por algunos
rasgos iconográficos, entre ellos Juan el Bautista, David y
Salomón, otros reyes con sus coronas, un grupo de
profetas entre ellos Isaías y Daniel. Moisés está algunos
iconos y se le reconoce porque lleva en sus manos las
tablas de la ley. Hombres y mujeres que representan los
justos que esperaban la victoria del Mesías en el abismo
infernal del Sheol.

Todos los justos están en actitud adorante. A veces en


algunos iconos extienden sus manos, recubiertas con sus
vestidos en signo de adoración con la mirada puesta en el
Resucitado.

El infierno aparece bajo los pies de Cristo como un


abismo oscuro en el que a veces vemos llaves y cerrojos,
clavos y otros instrumentos, que simbolizan la victoria de
Cristo sobre todo aquellos que tenía prisioneros a los
justos.

En algunos iconos bajo los pies del resucitado que aplasta


rotas las puertas del Ades hay un grupo de figuras

 
 
 
oscuras y de figuras blancas, otros condenados y otros
justos, mientras algunos ángeles encadenan al enemigo
mortal del hombre que es el diablo.

Los textos de la Vigilia pascual comentan esta imagen:


"Has bajado de la tierra al seno del abismo, has roto los
vínculos ternos de los que la muerte tenía prisioneros. Y
ahora después de tres días, como Jonás, resucitas
dejando vacío el sepulcro" (Oda VI). "Has bajado a la
tumba, oh Inmortal y has destruido la potencia del Ades.
Has resucitado vencedor, oh Señor. A las mujeres
miroforas has dirigido un saludo de gozo. Has dado la paz
a los apóstoles y a los caídos has otorgado la
Resurrección." (Kontakion). "De la muerte celebramos la
muerte y la destrucción del infierno. Cantemos,
danzando, al autor de la vida inmortal, único y bendito
Señor glorioso de nuestros Padres" (Oda VII) "Dormido
en la carne como un muerto, oh Rey y Señor, has
resucitado al tercer día. Comunicas a Adán la
incorruptibilidad y la muerte ya no existe. Oh Pascua que
vences la corrupción y eres del mundo la salvación"
(Exapostilario).

El icono de la vida que vence la muerte

En su gran expresividad teológica y plástica este icono de


la Resurrección canta la victoria de la vida sobre la
muerte. Canta la vida, la penetración de Cristo en el
abismo que se abre a sus pies. La canta el fulgor
blanquísimo de sus vestidos que expresa la fuerza de su
divinidad. Canta la vida el poder de su figura dulcísima y
fuerte de Resucitado que anuncia la paz y la libertad.
Aquí está el Libertador porque da la vida, arrancada de la
muerte. Da la vida eterna. Promete una vida como la
suya en la que cada uno recupera su propio ser, su
propio cuerpo. Pisotea todo lo que es muerte, las puertas
del abismo, los sepulcros, los mismos instrumentos que
lo han llevado a la pasión.

 
 
 
El es la Luz y el Fulgor; el que da la Vida, porque es la
Vida, va más allá de la muerte y del sepulcro. Es la vida
divina que va más allá de las consecuencias del pecado. Y
la infunde en los cuerpos. En su Humanidad nueva
empieza la nueva Humanidad; en su Cuerpo de
Resucitado la Iglesia empieza a tener un germen de vida
inmortal que la alimenta y la aglutina. Los sacramentos,
empezando por el Bautismo infunden en los hombres la
vida que nace de la Resurrección.

Los ángeles, como hemos recordado, en algunos iconos


muestran la cruz gloriosa. En otros es Cristo quien con su
cruz, victorioso, desciende llevando con la cruz como un
báculo el anuncio de paz y de victoria. Unas rocas
abiertas indican que toda la creación participa de esta
victoria de Cristo, el Resucitado que ha vencido la muerte
y anuncia en su cuerpo la nueva pascua del universo, los
cielos nuevos y la tierra nueva.

La blancura de los vestidos de Cristo indica su condición


de Resucitado, su fuerza arrolladora con la que penetra
en el abismo y todo lo ilumina, todo lo bautiza con el
fulgor de su carne trasparente y verdadera, la misma que
ha sufrido, la que tomó de la Virgen María y que ahora ha
adquirido para siempre la condición del Resucitado: es
carne vivificada y vivificadora, con la fuerza del Espíritu
Santo.

Un Cristo que desciende hasta nuestros sepulcros

La figura de la Resurrección de Jesús contiene una


hermosa teología, decisiva para la comprensión del
misterio que se actualiza en nosotros. Ver a Cristo que
desciende hasta el abismo es reconocer su poder
inmenso para bajar hasta el abismo de cada hombre,
hasta su propio sepulcro. Es confesar con un inmenso
amor y con intensa fe que el Resucitado es también el
Resucitador y que por lo tanto tiene que bajar hasta lo

 
 
 
más profundo de nuestro ser para arrancarnos de la
muerte, vencer nuestro pecado, liberarnos de la
esclavitud.

Con su Resurrección Cristo es el Salvador. Puede


anunciar a todos la Paz con el rostro iluminado. Viene a
decirnos "Shalom": "La Paz sea contigo." Viene a
anunciarnos que no hay pecado que El no pueda
perdonar; afirma que el grande, decisivo, único pecado,
es el de no reconocer su Resurrección, ignorar la
maravilla de las maravillas del amor del Padre, rechazar
el poder salvador de su misterio pascual.

Creer en la Resurrección es afirmar que Cristo es el


Salvador, el que cambia la muerte en vida, el dolor en
amor, el pecado en gracia, el odio en perdón. Lo ha
cambiado en su propia carne y ahora lo quiere cambiar
en todos los que creen en su santa Resurrección.

Creer en Cristo Resucitado es dejar que Cristo pueda


hacer con cada uno de nosotros, lo que ha hecho con
Adán y Eva: bajar hasta su abismo, su sepulcro de la
muerte; arrancar con fuerza de este sepulcro y de este
abismo a todos los que están sujetos a la fuerza de la
muerte que es el pecado, la tumba en la que cada uno se
encierra y en la que encerramos a los demás.

El icono que canta la victoria de Cristo Libertador

Uno de los cantos más bellos de la Iglesia oriental, en la


noche de Pascua, expresa así la alegría de la
Resurrección del Señor, con unos sentimientos que son
característicos de toda la literatura cristiana primitiva tal
como se expresan en las homilías pascuales de los Padres
de la Iglesia:

"Una Pascua divina hoy se nos ha revelado.

 
 
 
Pascua nueva y santa. Pascua misteriosa.

Pascua solemnísima de Cristo Libertador.

Pascua inmaculada y grande. Pascua de los creyentes.

Pascua que abre las puertas del Paraíso.

Pascua que santifica a todos los cristianos...

Pascua dulcísima, Pascua del Señor. Pascua!

Una Pascua santísima se nos ha dado.

Es Pascua. Abracémonos mutuamente.

Tú eres la Pascua que destruyes la tristeza.

Porque hoy Cristo Jesús resucita resplandeciente.

Sí, esta es la Pascua de Cristo Libertador. Una libertad


que incluye la vida y la muerte. Una liberación que
abraza todo el ser del cristiano. Una liberación de la
muerte, para ser verdadera liberación de la vida, porque
el que no ha resuelto el problema de la muerte, no ha
resuelto el problema de la vida. Cristo libera la vida,
librando de la muerte.

Sí, Jesús ha librado con su muerte a todos aquellos que


el diablo tenía prisioneros y esclavos por miedo a la
muerte. Liberados de este miedo existencial que
condiciona la naturaleza humana hasta hacerla esclava
del pecado en un esfuerzo desesperado de vivir para no
morir, ahora no hay que hacer las obras de la muerte;
hay que dar frutos de vida nueva. Son frutos de todo
aquello que empieza a ser nuevo y definitivo con la
Pascua: gozo, bondad, magnanimidad, paz, justicia,
fortaleza, amor verdadero.

 
 
 
Son los frutos del Espíritu, las bienaventuranzas
evangélicas, la vida nueva de los hombres nuevos y
resucitados por Cristo.

El gozo de la Pascua cristiana

En la Resurrección de Jesús está el centro de nuestra fe.


Es nuestra salvación. Y es el mensaje que tenemos que
gritar a todos con las palabras y con la vida.

La Iglesia oriental canta así:

"Día de la Resurrección.

Resplandezcamos de gozo en esta fiesta.

Abracémonos, hermanos, mutuamente.

Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos


odian.

Perdonemos todo por la Resurrección

y cantemos así nuestra alegría:

Cristo ha resucitado de entre los muertos

con su muerte ha vencido la muerte

y a los que estaban en los sepulcros

les ha dado la vida"

En la fe y en el amor, siempre es Pascua. La vida es


resurrección cuando se vive en Cristo y se manifiesta en
su amor. Y el morir es también Pascua, porque en Cristo

 
 
 
Jesús la muerte ha sido vencida y todo marca un sendero
de vida inmortal para los que creen y viven en Cristo que
es la Resurrección y la Vida.

No es verdad que nadie ha vuelto del cementerio, como


plásticamente se expresa la más castiza filosofía popular.
"Un tal Jesús," decía el Procurador romano ante las
declaraciones de Pablo, que los cristianos afirman que ha
resucitado. Nosotros así lo creemos y hemos hecho de
este misterio el centro de nuestra fe. Y el que ha vuelto
del sepulcro, es el que da ya la vida nueva a todos, y
abre un sendero de vida en medio de la muerte y
promete una vida imperecedera, como la suya, a la
derecha del Padre.

En la vida y en el dolor, ante la muerte y las desgracias,


podemos decir como los cristianos de Oriente, que suelen
reservar este saludo incluso para dar el pésame ante la
muerte de un ser querido: "Cristo ha resucitado." Y se
responde, tal vez con alegría, tal vez con el dolor y la
esperanza: "Sí, de verdad, El ha resucitado." Un monje
santo de la Rusia de siglo XVIII, Serafín de Sarov, acogía
a los que iban a visitarlo con estas palabras, llenas de
ternura y de esperanza: "Mi alegría, Cristo ha
resucitado."

El icono nos evangeliza de nuevo y quiere hacernos


testigos de la Resurrección. Testigos que llevan luz de la
fe en los ojos, alegría en el corazón, fortaleza ante las
adversidades, amor en todas las manifestaciones, porque
Cristo ha resucitado y nos ha dado la luz de la fe, la
antorcha de la esperanza, nos ha anunciado la paz, nos
fortalece ante las adversidades, y ha derramado sobre
nosotros el Espíritu Santo, que es el don inefable de
nueva vida que nace de la Pascua del Señor.

Un grande testigo de la tradición ortodoxa ha escrito


invitándonos a contemplar este icono: "Os invito a
contemplar un icono litúrgico que expresa, mucho más y
se manifiesta mucho más poderosa para hablarnos de

 
 
 
nuestra transformación teológica que muchos tratados
cultos. Se trata del icono que en la tradición bizantina es
la expresión litúrgica más fiel del icono del misterio de la
Resurrección: el descenso de Cristo a los infiernos. Aquí
tenemos, además, un indicio precioso de la cualidad de
una y de otras tradición litúrgica. Vosotros conocéis todas
esas pinturas, es decir esos iconos de épocas de
decadencia, que representan a Cristo mientras sale del
sepulcro... Sin embargo el icono del descenso de a los
infiernos es un signo litúrgico mucho más cercano al
misterio. Nos atrae hacia la interioridad del
acontecimiento y nos introduce en él, nos pone en
relación con él. Cristo Resucitado, resplandeciente de luz,
imagen del Dios invisible en su Humanidad transfigurada,
penetra en nuestras profundidades tenebrosas y arranca
al hombre y a la mujer de la tumba en la que la muerte
los tenía prisioneros. Aquí se expresa todo el dinamismo
de nuestra vida nueva: `Conocerlo a Él y el poder de su
Resurrección’ (Fil 3:10), consiste en este movimiento, en
el cual Cristo baja a nuestras profundidades para
hacernos volver a la luz de la vida. Es el mismo
movimiento del Bautismo, un bajar y un subir (Cf. Rm
6:3-4), con todo el realismo espiritual che el poder del
espíritu actuará cada día en nuestra vida personal.
Nuestra participación actual a la Resurrección de Cristo
consiste en este bajar a los infiernos, es decir a nuestras
profundidades para hacer pasar todo a la luz" (I. Hazim).

El icono de las mujeres miroforas

Un icono y una fiesta

En la sugestiva unidad entre palabra e imagen, entre


anuncio que llega al oído y pintura que se presenta ante
nuestros ojos, el misterio de las mujeres de Pascua tiene
una hermosa representación plástica en el icono oriental

 
 
 
llamado "Las miroforas ante el sepulcro." La tradición
pictórica es muy antigua. Así aparece en los frescos
murales de la Iglesia de Doura Europos del siglo III, o en
las "ampollas de Monza" que provienen de Palestina y se
remontan a los siglos IV-V. Así tenemos ilustrada la
escena en el Evangeliario de Rabbula de Edessa que se
conserva en la Biblioteca Laurenziana de Florencia, que
viene del Asia menor y data del siglo VI. Y la tradición
continúa a través de los mosaicos y los iconos clásicos de
Grecia y de Rusia.

La escena es siempre la misma. Un grupo de mujeres, de


dos a cuatro, llevando bien visibles entre sus manos los
tarros de ungüento perfumado para las unciones, se
acercan al sepulcro. Contemplan la piedra levantada, los
vestidos están por el suelo. Un Ángel o dos tal vez,
vestidos con vestiduras blancas, les señalan el sepulcro
vacío y las vendas por el suelo, con un gesto que parece
acompañar con las palabras del anuncio evangélico: "Ha
resucitado, no está aquí. Id a anunciar a sus discípulos"
(Cf. Mt 28:5-7) .

El porte de las miroforas es a la vez majestuoso y


hierático. Sus ojos miran al Ángel y al sepulcro, pero se
encuentran también en una mirada recíproca como si se
diesen unas a otras la noticia. Parece que traen todavía el
luto del día de la muerte del Señor pero poco a poco se
van iluminando sus ojos con la luz de la Pascua del Señor
que ha vencido a la muerte.

La hierba verde del prado que se ve en algunos iconos es


como un anuncio de la primavera divina inaugurada por
la resurrección de Cristo. Y los vestidos que yacen en el
sepulcro, vestidos blancos como las sábanas del lecho
nupcial del Esposo, son según una hermosa intuición de
Clément "como una crisálida de la que se ha evadido una
mariposa." Y así se recupera el sentido simbólico del
gusano de seda, como una profecía de la resurrección
inscrita de alguna manera ya en esta metamorfosis del

 
 
 
gusano de seda, según la mitología de los egipcios s y
algunos textos sugestivos de los Padres de la Iglesia.

Las mujeres han visto y han creído. Este es el mensaje


fundamental del icono de las miradoras.

Pero la tradición litúrgica bizantina tiene algo más. Todos


los años el tercer domingo de Pascua celebra la memoria
de estas santas mujeres. Y lo hace con toda la
solemnidad característica del oficio bizantino. En la
celebración de la divina liturgia y en la oración de las
horas. Es como un domingo que canta la dignidad de la
mujer, una fiesta de las mujeres cristianas que pueden
mirarse en el espejo de estas afortunadas "evangelistas."

Una estrofa del canto de Pascua de la Iglesia oriental


comenta así la presencia de las mujeres en este icono:

"Las mujeres miradoras con la luz del alba

Fueron al sepulcro del autor de la vida

Y encontraron a un ángel sentado sobre la piedra.

Dirigiéndose a ellas les decía así:

Por qué buscáis al Viviente entre los muertos?

Por qué lloráis al Incorruptible

como si hubiese caído en la corrupción?

Id y anunciad a sus discípulos:

Cristo ha resucitado de entre los muertos.

 
 
 
Mujeres evangelistas, levantáos

dejad la visión e id a anunciar a Sión:

Recibe el anuncio de la alegría:

Cristo ha resucitado.

Alégrate, danza, exulta Jerusalén

y contempla a Cristo tu Rey que sale

del sepulcro como un Esposo."

Los textos litúrgicos bizantinos

La liturgia bizantina canta con entusiasmo el ministerio


de estas mujeres que al alba del primer día de la semana
fueron al sepulcro del Señor. Lo hace todos los años en la
Vigilia pascual y a partir de este momento en todo el
tiempo de Pascua, hasta Pentecostés. Pero precisamente
porque la liturgia bizantina ha conservado al domingo el
tono característico de pascua semanal, todos los
domingos se hace memoria de estas santas mujeres.

Es suficiente citar el canto más sugestivo de la pascua


oriental el célebre himno de los "Stichirà" de Pascua que
con gozo expresa la aventura de las mujeres y las
apostrofa con estas palabras: "Mujeres evangelistas,
levantáos; dejad la visión e id a anunciar a Sión: Recibe
el anuncio de la alegría: "Cristo ha resucitado."... Las
mujeres miroforas con la luz del alba fueron al sepulcro
del autor de la vida y encontraron a un ángel sentado
sobre la piedra. Dirigiéndose a ellas les decía así: "Id a
anunciar a sus discípulos: Cristo ha resucitado de entre
los muertos... Tú eres la pascua que destruye la tristeza.
Porque hoy sale resplandeciente y abandona la tumba
como un tálamo y ha llenado de gozo a las mujeres
diciendo: Llevad este anuncio a los apóstoles."

 
 
 
Otros textos litúrgicos dramatizan las escenas y cantan
otros posibles aspectos de la reacción de las mujeres:

"A tu sepulcro, oh Cristo, que contenía la vida


llegaron la mujeres miroforas gimiendo, y trayendo
aromas querían perfumar tu cuerpo inmaculado.
Pero encontraron un ángel luminoso, sentado sobre
una piedra que les habla diciendo: )Por qué lloráis a
Aquel que de su costado ha hecho brotar la vida
para el mundo? ¿Por qué buscáis en la tumba como
un muerto el que es Inmortal? Corred más bien y
anunciad a sus discípulos su gloriosa resurrección
que es gozo para todo el mundo..."

Hay alusiones en los himnos al acto de fe de las mujeres


al encuentro con el Señor Resucitado: "Las mujeres con
divina sabiduría corrían detrás de ti con los perfumes y te
buscaban con lágrimas, como si estuvieras muerto; pero
te adoraron como Dios vivo, con inmenso gozo, y
anunciaron a tus discípulos, oh Cristo, la Pascua mística."

Resuena incluso en algunas estrofas pascuales la inicial


desconfianza de los Apóstoles al escuchar la buena
noticia de labios de unas mujeres, que en el ambiente de
la época no contaban para nada. Así escuchamos en este
texto poético:

"Estaba amaneciendo y las mujeres vinieron al sepulcro,


pero no encontraron tu cuerpo, oh Cristo. Por eso se les
aparecieron, mientras permanecían inciertas, ángeles con
vestidos blancos y les dijeron: Por qué buscáis al Viviente
entre los muertos? Ha resucitado, como lo había dicho.
¿No os acordáis de sus palabras? Y ellas, convencidas,
anunciaban las cosas que habían visto. Pero este gozoso
mensaje les pareció un delirio a los apóstoles que
estaban todavía aturdidos."

 
 
 
Un texto final: "La mujeres miroforas llegaron de buena
mañana al sepulcro y trataban de perfumarte, Oh Verbo
Inmortal y divino. Pero animadas por las palabras de los
ángeles afirmando con claridad que habías resucitado tú
que eres la vida del universo y concedes a todos el
perdón y la gran misericordia."

Por eso una estrofa resume el gozo de las mujeres


evangelistas y canta su sabiduría con estas palabras:
"Hoy Cristo ha resucitado del sepulcro y ha ofrecido a
todos la inmortalidad, renueva el gozo de las miroforas,
después de la pasión y de la resurrección. Alegráos,
pues, oh mujeres, portadoras de perfumes, pues habéis
sido las primeras en contemplar la resurrección de Cristo
y en anunciar a sus discípulos la salvación del mundo
entero."

Esta es la fiesta de las mujeres evangelistas en la que la


liturgia bizantina canta: "Un Ángel resplandeciente se les
apareció a las mujeres y les dijo: Se ha levantado la Luz
que ilumina a los que duermen en las tinieblas de la
muerte. Anunciad a los discípulos "iluminados" que el luto
cese y empiece la alegría; aplaudid con vuestras manos y
con la fe de vuestros corazones. Exultad por esta pascua
gozosa que nos salva, porque Cristo ha resucitado y ha
ofrecido al mundo la gracia de la salvación."

El Domingo tercero de Pascua es en la liturgia bizantina


una fiesta para las mujeres cristianas. Se hace alusión,
con delicadeza, a las lágrimas de Eva que Cristo
Resucitado convierte en gozo. Se dialoga con la Virgen
María que es también "evangelista y mirófora," testigo de
la resurrección, ya que la liturgia bizantina subraya
también el gozo de la Madre en la victoria del Hijo;
recuerda aquel anuncio del Ángel de la Encarnación,
aquel "Alégrate" que ahora le repite como invitación a la
más pura de las alegrías por la resurrección de Cristo:
"Danza ahora y exulta, oh Sión, Tú alégrate, oh purísima
Madre de Dios, en la Resurrección de tu Hijo."

 
 
 
Se repite en los textos litúrgicos que ellas son, las
mujeres miroforas, las que en medio de los discípulos
llevan y llevarán siempre, como primicias de su
ministerio femenino, el gozoso anuncio de la
resurrección. Así lo expresa con un texto de exquisita
sensibilidad poética y dramática Romano el Melode en
uno de sus versos cuando pone en boca de María estas
palabras persuasivas y consoladoras a los discípulos
incrédulos y todavía atribulados: "Vosotros, íntimos del
Señor, que lo habéis amado con tanto entusiasmo. No
tenéis que pensar así. Tened paciencia y no perdáis los
ánimos. Todo lo que ha sucedido se ha hecho por
disposición divina para que las mujeres que cayeron
primero, fuesen también la primeras en contemplar al
Señor. A nosotras ha querido dar las primeras el anuncio:
"Shalom," a nosotras que estábamos en medio de la
tristeza nos ha dado su saludo el que da a todos los
caídos la resurrección."

Tres nombres con mensaje teológico

La dignidad de la mujer en la Iglesia de Oriente está


plasmada en tres nombres bellos, cargados de teología y
a veces difíciles de traducir en las lenguas modernas a
partir del original griego. En efecto en los textos litúrgicos
de la Resurrección resuenan estos tres apelativos
dirigidos a las mujeres: miroforas, evangelistas,
isapóstolas.

El nombre di miroforas con el que sencillamente se


designan las santas mujeres que fueron de buena
mañana al sepulcro, significa literalmente portadoras del
mirón o ungüento perfumado. Con él iban a embalsamar
el cuerpo de Jesús que yacía en el sepulcro. También
María de Betania habrá derramado a los pies de Jesús un
perfume costosísimo (cfr. Jn 12:18). En ese ser
"portadoras de aromas" o de perfumes aromáticos, se
revela toda la ternura de estas discípulas de Jesús que

 
 
 
permanecen fieles al Maestro hasta la cruz y lo recuerdan
tras la noche oscura del sábado santo, cuando van a
ungir su cuerpo que todavía creen que está allí,
prisionero de la muerte. Toda mujer cristiana, dicen los
teólogos bizantinos, es una mirófora, una portadora de
aromas, en la medida que es una fiel discípula del Señor.
Simbólicamente el perfume que llevan en sus manos es
el de las virtudes, especialmente el de la caridad, la
compasión y la ayuda que se inclina sobre todos aquellos
que hoy son el cuerpo del Señor y necesitan el cuidado
de sus discípulos fieles. Pero también es perfume de buen
olor de Cristo que es la palabra del Evangelio y del
conocimiento de Cristo (Cfr. 2 Cor 2:15).

El apelativo de evangelistas que nos es familiar para


designar a los cuatro autores de los Evangelios
canónicos, en femenino es empleado por la liturgia
bizantina para designar a las mujeres que escucharon el
primer anuncio de la Resurrección y fueron a su vez las
primeras en anunciarlo a los apóstoles.

Si Pablo ha podido hablar del buen olor de Cristo que


deja rastro con la predicación evangélica, podemos
afirmar que las mujeres miroforas perfuman el orbe con
el anuncio evangélico de la resurrección y son
"portadoras de la buena noticia," servidoras del
Evangelio, evangelistas, las primeras que pronuncian el
"kerigma" fundamental de la fe cristiana: "Cristo ha
resucitado."

El tercer nombre teológico es el de "isapóstolas" o a la


letra "iguales a los apóstoles." Este nombre, que tiene
algo de osadía, expresa simplemente que las mujeres
que siguieron a Jesús fueron discípulas, como los otros
discípulos, y fueron también enviadas a anunciar el
Reino, incluso asumidas por los Apóstoles en su
ministerio de predicación, como las diaconisas de las que
nos habla San Pablo.

 
 
 
Por extensión e] Calendario de la Iglesia bizantina aplica
este nombre a muchas mujeres que en su vida han
tenido la oportunidad de colaborar en la fundación de las
iglesias o en la extensión del Evangelio. Tales son María
de Mágdala y de Betania, Marta y Tecla, la princesa Olga
de Kiev y otras muchas que han dejado en la historia un
modelo de santidad apostólica.

El poema de Romano el Melode

Hemos anticipado un texto poético de Romano el Melode,


el gran himnógrafo bizantino, especialista en dar
movimiento y vida, expresión lírica y hasta dramatismo a
las escenas evangélicas.

A este famoso himnógrafo debemos de los textos que la


Iglesia canta en la liturgia bizantina pascual. Sobre todo
a él hemos de referimos para recoger algunos acentos
bellos y poéticos dedicados a las mujeres miroforas en
uno de sus poemas que es casi como un auto
sacramental o una dramatización poética en la que las
mujeres evangelistas tienen un hermoso protagonismo.
Esta pieza poética firmada por el "pequeño Romano"
tiene un encanto singular y completa cuanto hemos
podido escuchar en los textos litúrgicos.

Es suficiente una selección de los versos más


significativos. Empezando por esta especie de invitatorio
que abre el poema: "Puestas en camino desde la aurora,
hacia el Sol que es anterior al sol que se había ocultado
en la tumba, las jóvenes miroforas se daban prisa como
quien siente el deseo ardiente de la luz del día y se
decían unas a otras: Adelante, amigas, vamos a ungir
con aromas el cuerpo vivificante y sepultado, la carne
que yace en el sepulcro pero que resucita a Adán el
caído. De prisa, vamos y como ya lo hicieran los magos
adorémoslo, a El que ahora está envuelto no en pañales
sino en la sábana, llevemos como dones los perfumes. Y

 
 
 
llorando digamos: Resucita, Señor, tú que a los caídos
concedes la resurrección."

Estas mujeres, dice Romano, son sabias y valientes, son


"theoforas," portadoras de Dios, tienen la memoria
abierta al recuerdo de los episodios evangélicos que
podían ser preludios de la Resurrección de Cristo.
Recuerdan que Jesús resucitó el hijo de la viuda de Naim,
la hija de Jairo. Por eso no puede quedar en el sepulcro.

Romano, poeta y teólogo, pone en labios de Jesús esta


apología de la mujer, una de las más bellas expresiones
de su poema: "Que tu lengua, mujer, proclame
públicamente estas cosas y las haga conocer a los hijos
del reino que están esperando que me levante yo que soy
el viviente. He encontrado en ti la trompeta con un
sonido poderoso. Haz escuchar a los oídos de los
discípulos miedosos y escondidos un canto de paz.
Despiértalos como de un sueño para que puedan salir a
mi encuentro con las antorchas encendidas. Diles: El
Esposo se ha despertado y ha salido del sepulcro sin
dejar nada allí dentro. Despejad, apóstoles, vuestra
tristeza mortal, porque se ha despertado el que a los
caídos da la resurrección."

La lengua de la mujer es trompeta que anuncia el


"kerigma" y lo hace resonar en los oídos y en el corazón
de los discípulos. Pero es también pico de la paloma
mensajera que tras el diluvio anuncia la paz: "Date prisa
María — le dice el Señor. — Tómame en tu lengua como
un ramo de olivo para anunciar la buena noticia a los
descendientes de Noé y hazles saber que ha sido
destruida la muerte y que ha resucitado el Señor."

Y las mujeres se hacen solidarias del mensaje de María.


Creen a sus palabras y forman un grupo compacto de
testigos de Cristo que exclaman: "Ojalá podamos ser
muchas las bocas que ratifiquen tu testimonio. Vamos
todas al sepulcro para confirmar la aparición que ha

 
 
 
acaecido. Sea común a todas, compañera nuestra, la
gloria que te ha reservado el Señor."

Juntas cantan la gloria del sepulcro vacío con un himno


sencillo y sugestivo a la vez: "Sepulcro santo, pequeño e
inmenso a la vez, pobre y rico. Tesoro de la vida, lugar
de la paz, estandarte de la alegría, sepulcro de Cristo.
Monumento de uno solo y gloria del universo."

A los Apóstoles dan la buena noticia con un anuncio


cuajado de ternura, de comprensión, de entusiasmo que
contagia: "Con una mezcla de temor y de gozo, como
enseña el Evangelio, regresaron del sepulcro adonde
estaban los Apóstoles y les dijeron: Por qué tanta
tristeza? Por qué os cubrís el rostro? Levantad vuestros
corazones: Cristo ha resucitado! Formemos coros para
danzar y decid con nosotras: El Señor ha vuelto a la
vida." He aquí la luz que brilla antes de la aurora. No os
entristezcáis. Reverdeced!

Ha aparecido la primavera. Cubríos de flores, oh ramos.


Tenéis que ser portadores de frutos, no de penas.
Aplaudamos todos con nuestras manos cantando: "Ha
vuelto a la vida el que a los caídos da la resurrección."

Hasta aquí la poesía y el canto de Romano el himnógrafo


en honor de las mujeres evangelistas y miroforas. Valsa
la pena evocar esta poesía eclesial y estos textos
litúrgicos para recuperar un filón de la tradición cristiana
que tan distante nos parece de ciertas interpretaciones
antifeministas del misterio y de la misión de la mujer en
la Iglesia.

Conclusión:

La Vida Iluminada por la Pascua

 
 
 
La palabra anunciada, el bautismo recibido, la comunión
con el cuerpo y la sangre gloriosos del Resucitado nos
ponen en comunión viva y vivificante con Cristo y con el
poder de su Pascua, nos orientan hacia la definitiva
esperanza realizada e inscrita para siempre en el cuerpo
de Cristo Resucitado.

La contemplación de los iconos de la Resurrección en los


que la fe y el arte, guiados por el Espíritu Santo, han
plasmado el misterio iluminan nuestra mirada.

La espiritualidad litúrgica está enraizada en la teología de


la Pascua, en el "paschale sacramentum" que comporta
indisolublemente la pasión — muerte — resurrección.
Esto es verdad para la Pascua de Cristo, para la Pascua
de la Iglesia y para la Pascua del cristiano, que entra en
la Pascua de Cristo por la iniciación bautismal y la
consuma con su muerte abierta a la inmortalidad.

En esta indisoluble secuencia de acontecimientos y de


celebraciones es necesario dejarse plasmar por los
textos, por los símbolos de la gracia de la liturgia, en la
triple dimensión del celebrar, meditar, vivir el misterio.

La celebración de la vigilia pascual es el punto central de


una espiritualidad eclesial y personal porque plasma
definitivamente el sentido de la historia personal y
colectiva de los cristianos, a partir del memorial de la
Pascua de Cristo y de la iniciación bautismal con la que
también nosotros estamos ya insertados en esta Pascua.
La victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte, la
perspectiva de victoria salvífica, es la clave del nuevo
sentido que tiene la vida: morir para vivir, aceptar la
muerte para resucitar, cambiar el sentido y el destino de
las cosas en un dinamismo y en una cultura de la
Resurrección. El misterio pascual de Cristo es el
arquetipo fundamental de la vida de la Iglesia y de la
existencia cristiana. Una vida, por lo tanto, de hombres
vivos, de resucitados, no de hombres abocados a la
muerte. Una vida de testigos que llevan luz en los ojos,

 
 
 
contagian la alegría del corazón, demuestran su fortaleza
ante la adversidad, testifican el amor del Resucitado en
todas sus obras. Vivir así significa "no pecar contra la
resurrección" sino vivir en la atmósfera de la Pascua.

Aquí es donde nace el verdadero sentido de la ascesis y


la mística de la vida cristiana. Una ascesis pascual,
liberadora y vivificante. Una mística que es comunión con
el Señor en su misterio de muerte y de vida.

El cristiano que celebra la Pascua lleva en sus ojos la luz


de la Resurrección, en sus labios mensajes de paz, en su
corazón la fortaleza ante todas las adversidades y en la
vida el testimonio de la novedad del Espíritu, la promesa
de la victoria final.

La Iglesia proclama: "Ya todo tiende hacia la


Resurrección universal. No sabemos en realidad a través
de qué caminos, pero todo en realidad se orienta en este
sentido. Entre todos los acontecimientos de la historia la
Resurrección es el único absoluto, el solo acto que
resume, en cierto modo, toda la realidad humana y toda
la realidad cósmica. Es la Resurrección la que da sentido
a la historia como a la misma gravitación del universo...
Por eso hay que tener siempre fijos los ojos en la
Resurrección de Cristo para acoger todo en su misma luz.
Pascua significa paso. Si de veras estamos enraizados en
el Resucitado, el mundo y la historia en nosotros están ya
pasando a la eternidad. Nuestra vida debe estar
iluminada por la esperanza y la espera pacificada y
pacificadora de aquel que vendrá a consumar los siglos y
a juzgar a los vivos y a los muertos."

Los cantos de Pascua hacen reverdecer la esperanza,


colman de alegría a los cristianos. Resuenan como un
grito de victoria. Así lo expresa con fuerza y belleza el
himno pascual de los Estikirás de Pascua:

 
 
 

Que se levante Dios y sean dispersados sus


enemigos!

Una Pascua divina hoy se nos ha revelado

Pascua nueva y santa, Pascua misteriosa.

La Pascua solemnísima de Cristo Redentor.

Pascua inmaculada y grande, Pascua de los fieles

Pascua que abre las puertas del Paraíso

Pascua que santifica a todos los cristianos.

Mujeres evangelistas, levantaos

dejad la visión e id a anunciar a Sión:

Recibe el anuncio de alegría:

(Cristo ha resucitado!

Alégrate, danza, exulta Jerusalén

y contempla a Cristo tu Rey

que sale del sepulcro como un Esposo.

Las mujeres miroforas, con la luz del alba

fueron al sepulcro del Autor de la vida

y encontraron a un ángel sentado sobre la piedra.

Dirigiéndose a ellas les decía así:

 
 
 
)Por qué buscáis al Viviente entre los muertos?

)Por qué lloráis al Incorruptible

como si hubiese caído en la corrupción?

Id y anunciad a sus discípulos:

Cristo ha resucitado de entre los muertos.

Pascua dulcísima, Pascua del Señor, (Pascua!

Una Pascua santísima se nos ha dado

Es Pascua. Abracémonos mutuamente.

Tú eres la Pascua que destruyes la tristeza!

Porque hoy Cristo Jesús, sale resplandeciente

y abandona la tumba con un tálamo

ha llenado de gozo a las mujeres diciéndoles:

Llevad este anuncio a mis apóstoles.

Día de la Resurrección

Resplandezcamos de gozo por esta fiesta

Abracémonos, hermanos, mutuamente.

Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos


odian

y perdonemos todo por la resurrección

y cantemos así nuestra alegría:

 
 
 

Cristo ha resucitado de entre los muertos

con su muerte ha vencido a la muerte

y a los que estaban muertos en los sepulcros

les ha dado la vida.

Cristo ha resucitado!

En verdad ha resucitado!

PREPARAR EL DOMINGO
1.

-LA MEMORIA DEL BAUTISMO. No todos los fieles -lo


sabemos bien- vienen a la Vigilia Pascual. Mucho más
numerosos son los que acuden a las misas del domingo de
Pascua. Para los que no han participado en la Vigilia
Pascual, hay que prever unos signos que les hagan
renovar el bautismo. Durante los domingos de Cuaresma,
hemos ido predicando que por Pascua hay que renovar la
gracia bautismal. Para todos, pues, tiene que haber la
ocasión de esta renovación en las misas del domingo.

Por eso es de desear que la misa empiece con la aspersión


del agua bendecida en la Vigilia Pascual. También es muy
conveniente que la profesión de fe después de la homilía
sea dialogada: al estilo de la renovación de las promesas
bautismales en la Vigilia. El baptisterio debe permanecer
iluminado y adornado con flores este domingo.

Pero sobre todo la Eucaristía debe presentarse como el


gran banquete de Pascua: la segunda lectura de la misa

 
 
 
(1 C 5, 6-8) invita a relacionar el pan eucarístico con el
pan ácimo que hemos de ser los cristianos que,
comulgando con el Cuerpo de Cristo, nos convertimos en
aquello que comemos: la carne de Cristo, el cordero
pascual inmolado. En la línea que he apuntado en la
Vigilia, hay que poner de relieve la unidad de la iniciación
cristiana que nos injerta en el Misterio pascual: siempre
que celebramos la eucaristía renovamos nuestro bautismo
y recibimos el Espíritu del Resucitado (en la epíclesis
después de la memoria de la cena). La eucaristía nos
mantiene siempre viva la pascua del Señor: y eso, que
constituye el motivo supremo de la alegría cristiana,
alcanza su cumbre en la pascua anual, hoy.

-EL KERIGMA PASCUAL. Evangelizar es predicar la Pascua.


Podríamos decir, pues, que la evangelización a partir de la
liturgia, de la eucaristía en concreto, encuentra su
momento pleno en la homilía de Pascua.

Este domingo sí que los que predicamos nos tendríamos


que revestir del valor y de la alegría de los ángeles junto
al sepulcro, de María Magdalena, de los Apóstoles: ¡HA
RESUCITADO! ¡No busquéis entre los muertos al que vive
por siempre! A las misas de Pascua asisten a menudo
bastantes practicantes ocasionales. Es muy conveniente
que este domingo sientan una palabra límpida, clara,
esencial, nuclear de la Iglesia, su mensaje único: ¡La
muerte ha sido vencida definitivamente por la Vida! El
Resucitado es el único Salvador; él nos libra del Mal, nos
abre el camino de la verdadera felicidad. Este es el
kérigma pascual, el que predicaron los apóstoles a partir
de Pascua y Pentecostés, el que siempre ha de repetir la
Iglesia de todas las generaciones.

Las homilías de Pascua han de estar bien preparadas,


convincentes, no deben irse por las ramas, han de
mostrar el tronco firme de nuestra fe. Nuestra fe -
respuesta positiva al kérigma- es radicalmente pascual:
consiste en creer que Jesús HA RESUCITADO, que ¡es el
SEÑOR!

 
 
 

2. LAS CELEBRACIONES DEL DOMINGO DE PASCUA

Este domingo es el tercer día del Triduo Pascual, que ha


tenido en la Vigilia su punto culminante y, a la vez, el
primer día de la Cincuentena Pascual, las siete semanas
de celebración de la Pascua, que concluirá con
Pentecostés, el nombre griego del "día quincuagésimo".

Tenemos que cuidar las celebraciones de este día. Por su


importancia intrínseca y también porque bastantes fieles
de los que vienen hoy a misa no han participado en la
Vigilia. Las celebraciones de este domingo no tienen que
ser como un apéndice poco festivo a la gran fiesta de la
noche o a la Semana Santa.

Una Eucaristía pascual y festiva

Las misas del día de Pascua se deben celebrar con la


máxima solemnidad. Deben transpirar la alegría y la
importancia de la Pascua del Señor. La oración colecta se
alegra porque "en este día nos has abierto las puertas de
la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte". La
de las ofrendas afirma que todos estamos "rebosantes de
gozo pascual", y la poscomunión, que la Iglesia ha
quedado "renovada por los sacramentos pascuales". A lo
largo de esta misa sería bueno hacer referencia a la Vigilia
que la comunidad cristiana ha celebrado la noche pasada.
Hay varios rasgos que pueden destacarse en las misas de
hoy:

a) En el rito de entrada, la procesión se podría hacer con


el Cirio llevado expresivamente, mientras un canto
pascual, gozoso y prolongado, crea ambiente de fiesta y
centra la atención de todos en Cristo Resucitado.

b) El Cirio Pascual, que estará encendido durante toda la


Cincuentena, se coloca cerca del ambón de la Palabra, en
el lugar donde fue entronizado en la Vigilia. Lo que la

 
 
 
Palabra nos irá proclamando con su lenguaje, lo irá
diciendo también, con su lenguaje propio, humilde pero
constante, este Cirio encendido. En la monición de entrada
el sacerdote hará bien en aludir a este sereno y expresivo
signo pascual.

c) La aspersión bautismal tiene sentido todos los


domingos, pero más en los de Pascua, y sobre todo hoy:
en lugar del acto penitencial y del Kyrie, es muy
conveniente hacer la aspersión con el agua bendecida en
la Vigilia. Es un gesto que vale la pena realizar con
expresividad, pasando por toda la iglesia, mientras se
canta un canto bautismal. Además, el sacerdote debe dar
ejemplo: como indica el Misal, primero se asperja a sí
mismo, porque también él necesita recordar y renovar su
bautismo. Al rito de la aspersión le sigue el canto gozoso
del Gloria.

d) En cuanto a las lecturas bíblicas, "para la misa del día


de Pascua, se propone el evangelio de san Juan sobre el
hallazgo del sepulcro vacío. También pueden leerse, si se
prefiere, los textos de los evangelios propuestos para la
noche santa, o, cuando hay misa vespertina, la narración
de Lucas sobre la aparición a los discípulos que iban de
camino hacia Emaús. La primera lectura se toma de los
Hechos de los Apóstoles, que se leen durante el tiempo
pascual en vez de la lectura del Antiguo Testamento. La
lectura del Apóstol se refiere al misterio de Pascua vivido
en la Iglesia" (Leccionario 99).

e) Antes del evangelio, se canta o se recita la hermosa


secuencia Victimae paschali laudes con alabanzas al
Resucitado que ha triunfado de la muerte. Hoy habría que
cantar los títulos y las aclamaciones del evangelio y dar
especial relieve al Aleluya: para bastantes de los
presentes será la primera vez que lo cantan desde el inicio
de la Cuaresma.

 
 
 
f) Algunas comunidades celebran en este día, en la misa
central, los bautizos que se han ido preparando durante la
Cuaresma.

g) El Credo se podría decir en su forma dialogada, como


en la Vigilia y en los bautizos. Incluida aquí, si se cree
oportuno, la renovación de las promesas.

h) Hoy es uno de los días en que más sentido tiene la


comunión bajo las dos especies, al igual que en la
Eucaristía de la Vigilia.

i) Al final, a la despedida hay que darle un tono más


festivo, con el doble Aleluya y un expresivo deseo de
felices Pascuas.

Vísperas bautismales

Las Vísperas de este domingo han tenido en la historia un


sentido bautismal que habría que aprovechar
pastoralmente: ayudaría a concluir más expresivamente el
Triduo Pascual, dando gracias por el don del Bautismo.

a) Después de la entrada y una oportuna monición, se


podría hacer el rito del "lucernario": el presidente
enciende expresivamente el Cirio, mientras se canta un
himno pascual al Resucitado.

b) Después de los salmos, lectura y homilía, se organiza,


mientras se canta un canto bautismal, la procesión al
baptisterio, lugar que debe aparecer bien iluminado, con
flores, con agua nueva. Allí puede hacerse una aspersión,
aunque se haya hecho por la mañana. Este día el
recuerdo bautismal debe ser muy explícito. Se podría
hacer de modo distinto: pasan todos a mojar su mano en
el agua de la fuente, bendecida en la Vigilia, y se
santiguan.

 
 
 
c) Se concluye con el Magníficat (con incensación, si
parece oportuno), las preces, el Padrenuestro y la
bendición solemne.

3.

La misa de Pascua está llena de gozo, del gozo de la Vida


que nos comunica el Resucitado. La misa de hoy la
tenemos que entender y celebrar sobre todo como un
encuentro con el Resucitado tal como lo disfrutaron los
discípulos el mismo día de Pascua.

1. LA BUENA NOTICIA PASCUAL

Las lecturas bíblicas son hoy más abundantes. Hay que


escogerlas con esmero, con sentido de acomodación con
cada asamblea concreta.

La primera es de los Hechos de los Apóstoles. Es el libro


que nos acompañará durante el tiempo pascual. Conviene
enseñarlo a los fieles: la Iglesia nace de Pascua por eso
leemos en este tiempo el primer libro de su historia. La
predicación de Pedro hoy en nuestras asambleas ha de
sonar primero como un kerigma, un primer anuncio de la
Buena Noticia: la muerte y la resurrección de Jesucristo,
precisamente porque somos conscientes que hoy vienen
algunos que quizás son débiles en la fe, que no tienen
muy asumido ni claro lo que predica la Iglesia. Hay que
mostrarles hoy lo que es realmente fundamental y nuclear
en nuestra fe: acoger a Jesús que muriendo destruyó la
muerte y resucitando nos devolvió a la vida. Es la vida
nueva, que vivimos al estilo pascual, pasando como Jesús
de la muerte de nuestros pecados y egoísmos, del mal
que nos obsesiona y agobia, a la esperanza de la victoria
de la resurrección que ya late en nuestra condición mortal
y que nos proyecta hacia la participación plena de la vida

 
 
 
eternamente feliz. Es la tensión celestial que nos presenta
la epístola de Pablo a los colosenses.

2. COMER Y BEBER CON EL RESUCITADO

Otro texto a remarcar de la primera lectura es: "Nosotros


hemos comido y bebido con él después de la
resurrección". Los apóstoles continuaron compartiendo con
el Maestro la mesa, la Cena. La comensalidad con el
Resucitado los hizo testimonios de la resurrección,
mensajeros de la Buena Noticia. Es el Resucitado quien
nos continúa reuniendo cada domingo para compartir la
resurrección, para ser testigos de ella ante todo el mundo.
Hay que predicar que hoy es el domingo principal del año
y que, para el cristiano, la celebración auténtica del
domingo consiste en sentarse en la mesa con el
Resucitado, compartir la Eucaristía con los hermanos,
para ser testigos de la vida nueva en el mundo.

3. "REALMENTE EL SEÑOR HA RESUCITADO"

Hoy hay tres textos evangélicos para escoger.

Primero, en las misas del día, hay que escoger entre el


evangelio de Juan (20, 1-9), el tradicional, puesto que el
tiempo pascual tiene el cuarto evangelio como preferido, y
el de Lucas, que fue proclamado en la Vigilia Pascual. Un
primer criterio es escoger el de Juan si se sabe que
muchos de los presentes han acudido a la Vigilia. El texto
de Lucas, como he comentado en las orientaciones de la
Vigilia, es muy incisivo por su valor kerigmático: "¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive?" Para muchos,
Jesús ¿sólo es un personaje histórico, que ya ha pasado?
¿o es la fuente de la vida, el Señor que vive para siempre
después de vencer la muerte?

En las misas vespertinas se puede leer Lc 24, 13-35. El


encuentro del Resucitado con los dos discípulos que van
de Jerusalén a Emaús tiene un verismo singular cuando se
proclama en la tarde de Pascua. Es toda una catequesis

 
 
 
de la Eucaristía de la Iglesia peregrina, a menudo
desencantada, agobiada por la muerte y el fracaso, que se
encuentra con el Maestro que va retrayendo y explicando
las Escrituras, que se sienta en la mesa con los
peregrinos y estos lo reconocen cuando parte el pan;
entonces con los demás comparten la alegría pascual y
dan testimonio: "Realmente el Señor ha resucitado".

4. RENOVAR EL BAUTISMO

En todas las misas de Pascua, sea por aspersión del agua


bautismal al comienzo en lugar del acto penitencial, sea
con la renuncia y con la profesión de fe (con el texto de la
Vigilia Pascual) después de la homilía, es muy
conveniente renovar el compromiso bautismal en aquellas
asambleas en que se prevé que muchos no han asistido a
la Vigilia.

No está de más recordar hoy que la Eucaristía de cada


domingo hace revivir y perdurar, alimentándola y
poniéndola al día, nuestra iniciación cristiana que
comienza por el bautismo y la confirmación. La oración
sobre las ofrendas es muy sugerente sobre esto:
"Celebramos estos sacramentos en los que tan
maravillosamente ha renacido y se alimenta tu Iglesia".

5. LAS SEGUNDAS VÍSPERAS DE PASCUA

El triduo pascual y la solemnidad anual de la Pascua se


cierran con la celebración de vísperas que acaban con la
procesión a la fuente bautismal. Es una celebración muy
recomendable tanto para introducir a los fieles más y más
en la liturgia de las horas, como para resaltar el carácter
glorioso de la alabanza divina que entonan los bautizados
el domingo central de todo el año cristiano.

4. Lecturas para la Semana

Lunes:

 
 
 
Hechos 2,14.22-23. Dios resucitó a este Jesús y todos
nosotros somos testigos. Mateo 28,8-15. Id a comunicar a
mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán.

Martes:

Hechos 2,36-41. Convertíos y bautizaos todos en nombre


de Jesucristo. Juan 20,11-18. He visto al Señor y ha dicho
esto.

Miércoles:

Hechos 3,1-10. Te doy lo que tengo: en nombre de


Jesucristo, echa a andar. Lucas 24,13-38. Reconocieron a
Jesús al partir el pan.

Jueves:

Hechos 3,11-26. Matasteis al autor de la vida; pero Dios le


resucitó de entre los muertos. Lucas 24,35-48. Estaba
escrito: El Mesías padecerá y resucitará de entre los
muertos al tercer día.

Viernes:

Hechos 4,1-12. Ningún otro puede salvar. Juan 21,1-14.


Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el
pescado.

Sábado:

Hechos 4 13-21. No podemos menos de contar lo que


hemos visto y oído. Marcos 16,9-15. Id al mundo entero y
predicad el Evangelio.

5.

* LA GRAN FIESTA

 
 
 
¡Feliz Pascua! Con estas u otras palabras parecidas hemos
de disponernos a preparar la celebración. Esto es, de
hecho, lo primero que dice quien preside, a la comunidad
al empezar la misa, cuando saluda con "El Señor esté con
vosotros". Y lo que el pueblo responde lo reafirma. Esta
salutación "ritual", con tan gran contenido como el de
afirmar la presencia-presidencia de Cristo resucitado en
medio de su pueblo reunido, hoy ha de tener una fuerza
especial. Y, a continuación, será bueno que las palabras
introductorias sean muy cordiales, siendo adecuado
iniciarlas con un sencillo "Feliz Pascua". También, en forma
de cartel, éste podría ser el saludo que encuentre la gente
a la entrada.

PREPARÉMOSLA BIEN

Siendo esta la gran fiesta de la Iglesia, hemos de


prepararla bien. Y plantearnos cómo se destaca esta
realidad. Tengamos presente, de entrada, que lo que
motiva la fiesta es la resurrección de Cristo: no el que
seamos muchos, que cantemos muy bien, o que
compartamos todo lo que hacemos... Se trata de la gran
fiesta de la fe. Será Pascua tanto si llenamos la iglesia
como si está medio vacía, tanto si los músicos están como
si han ido de vacaciones, tanto si tenemos buenos
lectores como si no... incluso, aunque estemos muy
cansados después de la Semana Santa. ¡Aun así es
Pascua! Una buena preparación comportará, pues, partir
de la realidad que tenemos para destacar a partir de ella,
según las posibilidades, que Cristo ha resucitado. De
manera que los cristianos puedan salir de la iglesia con el
corazón lleno de alegría ya que, en una liturgia sencilla y
tranquila, han podido celebrar que el Señor está vivo y
presente entre nosotros.

La primera preparación de la misa debiera de ser hoy la


oración de aquellos que la preparan. Y a partir de ahí, ver
qué elementos festivos nos proporciona la misma liturgia.
Las flores, ausentes durante la Cuaresma, ahora
destacarán, sobre todo si las colocamos adecuadamente

 
 
 
en los lugares clave: altar, ambón, pila bautismal... El cirio
pascual, bien situado en el presbiterio, cerca de la
Palabra, es muy expresivo; y, si está adornado con flores,
más todavía. El color blanco de los ornamentos litúrgicos.
Los cantos, partiendo de las posibilidades de la
comunidad. Y el dar el tono adecuado a cada momento de
la misa: la aspersión con el agua que nos recuerda el
bautismo recibido; el gloria, bien presentado y destacado
(incluso cuando no se pueda cantar); la proclamación del
evangelio, con un aleluya; la profesión de fe bautismal; la
plegaria eucarística; la comunión bajo las dos especies;
una despedida distendida saludando personalmente en la
cancela ...

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO ES EL INICIO DE TODO

He aquí la buena noticia: Todo nace en la Pascua.


Naturalmente, todo lo referente a la fe, a la vida de los
creyentes. Porque, por otra parte, todo continúa igual.
Cristo resucitó la mañana de un día primero de una
semana normal; después de un viernes y un sábado
normales (sólo muy especiales para el grupo que iba con
Jesús, quien para las autoridades no era más que un
conflicto a resolver), en una ciudad y en un mundo que
siguieron con la vida de cada semana... Pero todo empezó
de nuevo para aquellos que "vieron y creyeron", que
"comieron y bebieron con él después de que él resucitara
de entre los muertos". La misma experiencia vivida con
Jesús aquellos años es nueva: ahora se percatan de que
Dios lo "había ungido con el Espíritu Santo y con poder",
que si "pasó por todas partes haciendo el bien y
devolviendo la salud", era "porque Dios estaba con él". Su
muerte, "colgado de un madero", es también vista de una
forma nueva. Y ahora "toman la palabra" y dan
testimonio, aquellos que antes se habían escondido.

También para nosotros la vida seguirá igual. La fiesta de


estos días no habrá cambiado las circunstancias en las
que vivimos. Pero la experiencia pascual que iniciamos con
el bautismo nos hace ser de una manera nueva. La

 
 
 
Pascua anual, y la pascua semanal, debe re-hacer en los
cristianos esta vida nueva recibida en el bautismo.

Y la ha de re-hacer de tal manera que nos empuje a la


acción. No sería consecuente con la Pascua del Señor que
habláramos de esta novedad reduciéndola a una cuestión
personal, íntima... Porque esta novedad nos hace creer
que también el mundo, especialmente en lo referente a
las circunstancias injustas que en él se viven, es renovado
por la acción de Dios, la misma acción que ha resucitado a
su Hijo de entre los muertos. Desde la Pascua que nos
renueva, creemos que Dios lo renueva todo y queremos
que Dios lo renueve todo. Por la comunión con esta
Pascua nos ponemos a disposición de esta fuerza
renovadora, para que el resucitado nos envíe a trabajar
con todos los que luchan por un mundo nuevo.

LA HOMILÍA, LAS ORACIONES...

El contenido de la homilía y de las oraciones (y de las


diversas moniciones que podamos hacer) bien pudiera
basarse en una reflexión previa, hecha entre quien
presidirá la celebración y los demás que la preparan. Una
reflexión que podría partir de los aspectos puestos de
relieve anteriormente: la motivación profunda de la gran
fiesta y la renovación de todo que nace de la Pascua. Y
también debiera partir de la realidad vivida por la gente
del lugar donde estamos celebrando. Después cada cual
deberá asumir su parte.

REFLEXIONES

1. VIO Y CREYÓ

 
 
 
Pedro y el otro discípulo, con un testimonio muy personal,
confiesan que hasta entonces no habían entendido el
sentido de la muerte y de la resurrección del Señor.
Ahora, al encontrar la tumba vacía tal como las mujeres
les han anunciado, es cuando llegan a la fe; es decir,
cuando no lo ven es cuando creen. El Señor ha realizado el
"paso" de Muerte a Vida. Ellos también realizan el "paso"
por la fe. Ya no se quedan bloqueados en el escándalo del
Viernes Santo sino que descubren como Dios les abre un
horizonte de vida insospechado, y la vida que habían
compartido con Jesús ahora toma un nuevo sentido:
nosotros somos testigos de todo lo que hizo... dice Pedro
en la primera lectura. Han quedado verdaderamente
transformados por la Pascua del Señor. También ellos han
realizado el "paso" a la fe y pasan a ser hombres nuevos.

Ahora se tornan "misioneros" de esta Buena Nueva: ¡El


Señor ha resucitado! El libro de los Hechos de los
Apóstoles que ocupará la primera lectura de todo este
tiempo pascual es el libro de la misión, del anuncio de la
resurrección, de la vida nueva de los hombres nuevos que
forman la Iglesia. Es el libro de los testigos. También hoy
debemos seguir escribiendo páginas de este libro con la
acción evangelizadora y misionera de la Iglesia que
encuentra su fuente en la Resurrección del Señor que
celebramos y que da sentido a nuestra vida.

YA QUE HABÉIS RESUCITADO CON CRISTO

Aspirad a los bienes de arriba, dice la segunda lectura. La


invitación, que debemos transmitir con alegría a nuestras
comunidades, es plenamente actual. Creer en la
resurrección de Cristo nos lleva a creer que ya ahora
vivimos esta nueva vida, resucitada, gracias al Bautismo
que hemos recibido. Por él nos ha llegado la fuerza de la
resurrección, nos han llegado los bienes de arriba. La
Pascua nos invita a renovar nuestro Bautismo. Valdría la
pena hacerlo hoy así en el momento de la profesión de fe.
Así también nosotros habremos llegado a entender la
Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

 
 
 
LA EUCARISTÍA SIEMPRE ES PASCUAL

Sobre todo la de hoy, que coincide con la Pascua anual y


nos permite "revivir" el momento de la resurrección del
Señor. Así podemos celebrar la Pascua (1Corintios 5,8, la
otra posible segunda lectura de hoy) porque es de ella
que sacamos la levadura que hará fermentar toda la
pasta de nuestra vida y de nuestro mundo.

2. DOMINGO/DIA-PRIMERO

"El primer día de la semana" fue María Magdalena al


sepulcro. Todos los evangelios nos presentan la
resurrección el "primer día de la semana". En la tarde del
"primer día de la semana" los discípulos de Emaús
reconocen a Jesucristo resucitado en la "fracción del pan".
Y el "primer día de la semana" se reúne la comunidad
cristiana para escuchar la palabra del Resucitado y hacer
la fracción del pan, la Eucaristía. De ahí la importancia de
la celebración de la Eucaristía del domingo. No es una ley,
no es un mandamiento. Es una necesidad para el
cristiano. Tenemos necesidad de encontrarnos, reunirnos,
somos la comunidad de Cristo Resucitado. Y tenemos
necesidad de escuchar su Palabra, su "Buena Noticia
gozosa". Esa Palabra que se hace Pan, "carne para la vida
del mundo". Y esa Palabra es luz y alimento para que a lo
largo de la semana intentemos hacer las obras que el
Padre quiere, en favor de nuestros hermanos los hombres.
Obras concretas, como Jesús hizo.

3. GRATUIDAD

La vida no es un derecho, la vida es un don. Y el don, la


gracia o lo gratuito, no es consecuencia de ningún
derecho, sino del amor. Por eso, lo que contraría al amor,
se opone a la vida. El odio pone fin a la vida y siembra la

 
 
 
muerte. El egoísmo asfixia la vida, la interrumpe y
desertiza la tierra fecunda y fecundada.

La vida nace del amor, ésa es su raíz, que no el derecho.


Tampoco la muerte es un derecho, aunque habrá que
reconocer el derecho a morir para descalificar tantas
ansias de matar. También la muerte es un don. Pero,
entiéndase bien, es un don, porque es una nueva vida, no
porque sea fin de la vida. Aunque en el acotado campo de
nuestra experiencia la muerte aparezca como fin de esta
vida -no de la vida, sino de ésta- o, mejor dicho, de esta
forma de vivir. Lo que supone un alivio para la inmensa
mayoría de la humanidad, mortificada hasta el extremo
por las pretensiones de los científicos, de los técnicos, de
los políticos... o sea, de los poderosos.

Debería bastarnos el testimonio perenne de la naturaleza


no humana, que muere cada invierno y resucita cada
pascua florida, para entender que la vida no termina, se
transforma. (...).

La fe cristiana es fe en la vida, porque es fe en Jesús que


vive. Ciertamente pasó por la experiencia de la muerte,
para desvelarnos su misterio y la esperanza, pero resucitó
y vive para siempre. Así lo han atestiguado los que lo
vieron vivo antes y después del tránsito de la muerte. Y
así lo ha guardado celosamente y lo ha transmitido
durante siglos la Iglesia. Así lo confesamos y proclamamos
los cristianos: creemos en la resurrección, creemos en la
vida sin fin. No sólo en la vida que esperamos como un
don póstumo, sino en el don de la vida que ya poseemos y
disfrutamos y reclamamos para nosotros y para todos los
hombres.

Por eso creer en la resurrección es apostar por la vida


frente a la muerte y a los sistemas que recurren a la
muerte como solución o justificación de cualesquiera
intereses. Y en esta apuesta nos hemos comprometido
con la vida, como don, para hacerla posible, para
favorecerla en todos y en todo, para defenderla en todos

 
 
 
los niveles, para colmarla de sentido, para humanizarla,
sin domesticarla ni degradarla, hasta descubrir en ella y
por ella al verdadero dador del multiforme y siempre
sorprendente don de la vida.

4. PASCUA RESURRECCIÓN MUERTE.

Pascua es el día que hizo el Señor, el día grande, la


solemnidad de las solemnidades, el día rey, el día
primero, día sin noche, tiempo sin tiempo, edad definitiva,
primavera de primaveras...., pasión inusitada.

"La Resurrección es la verdad fundamental del cristianismo


y el motivo y garantía de nuestra esperanza". (...).

La muerte no es toda la realidad, sólo una parte -y no la


más importante- que remite al todo: Jesús resucitado.
(...).

Si el Señor no ha resucitado, que retornen a casa los


misioneros, que se cierren las iglesias, que cese la
caridad, dejemos la catequesis, que se hundan los
conventos, que quemen el martirologio, que lloren los
santos, camino de los museos, pues son meras tallas de
arte..., que nadie luche, que nadie se esfuerce, porque
"inane, inútil y estéril es nuestra fe" (1 Cor 15, 14 ss).

Pero nuestra fe es roca viva, hormigón cada día más


fuerte y compacto, y esta matinal, fresca, nueva y limpia
Pascua volverá a llenar los caminos de los hombres de
Teresas de Jesús o de Calcuta, de Franciscos-Javier en
Goa o Pacos sindicalistas, aprenderán el nombre de Dios
los niños de labios de sus madres, mientras los
amamantan, y amanecerá el sol del pan y la justicia en
Latinoamérica, aunque sigan los martirios de Romeros y
Ellacurías. Sí, sí, porque es Pascua y "mi fuerza y mi poder
es el Señor", que vive.

 
 
 
5.RECUERDO:

"Seguiré desapareciendo mucho tiempo después de


haberme dormido, porque mi nombre se apagará de
nuevo cada vez que uno de los que me conocieron,
admiraron, amaron, odiaron, exhale su último suspiro.
Pero aun si de generación en generación algunos fieles
transmitieran mi nombre, si mi memoria nunca se apagara
y si recibiera esta seguridad, no encontraría en ello ni
alivio ni consuelo, porque esta inmortalidad en la memoria
de los hombres sólo puede parecer irrisoria a quien
espera la inmortalidad verdadera".

6. /SAL/117/POEMA:
Este es el día en que actuó el Señor,
que sea un día de gozo y de alegría.
Este es el día en que, vencida la muerte,
Cristo sale vivo y victorioso del sepulcro.
Este es el día que lava las culpas y devuelve la inocencia,
el día que destierra los temores y hace renacer la
esperanza,
el día que pone fin al odio y fomenta la concordia,
el día en que actuó el Señor,
que sea un día de gozo y de alegría,
Hoy, Señor, cantamos tu victoria,
celebramos tu misericordia y tu ternura,
admiramos tu poder y tu grandeza,
proclamamos tu bondad y tu providencia.
Que sea para nosotros el gran día,
que saltemos de gozo y de alegría,
que no se aparte nunca de nuestra memoria
y que sea el comienzo de una vida
de esperanza, de amor y de justicia.

7.

 
 
 
"Creer en la resurrección... es el acto de participar en la
creación ilimitada... Tener fe, si es que yo alcanzo a
descifrar la imagen cristiana, es percibir en su identidad la
resurrección y la crucifixión. Sostener la paradoja de la
presencia de Dios en un Jesús crucificado, es decir, en el
fondo de la desgracia y de la impotencia, un Jesús
abandonado de Dios. Tener tal fe es adquirir la libertad de
hombre sobre toda ilusión, la del poder y la del tener.
Dios no es ya el emperador de los romanos, ni aquel tipo
de hombre estimado por los griegos como ejemplar de
belleza y de fuerza..., sino más bien la certeza de que es
posible creer un futuro cualitativamente nuevo, pero tan
sólo si se identifica con aquellos que en el mundo son los
más despojados y los más aplastados... Tal amor y la
esperanza en la resurrección se identifican. Porque no hay
amor más que cuando un ser es para nosotros
irreemplazable, y nosotros estamos prestos a dar por él
nuestra propia vida... Cuando de verdad estamos
dispuestos a tal donación y entrega por el último de los
hombres, es entonces cuando Dios está con nosotros; he
aquí el poder de transformar el mundo".

8.

RECONCILIARSE PARA LA PASCUA

Sigue teniendo sentido lo de "confesar par Pascua". El


camino cuaresmal de purificación y conversión tiene para
los cristianos una expresión sacramental muy válida en la
Reconciliación penitencial.

Antes, en la liturgia romana, se celebraba una Eucaristía


para los penitentes en la mañana del Jueves Santo,
último día de Cuaresma. Ahora organizamos una
celebración comunitaria de la Penitencia con confesión y
absolución personal este mismo día del Jueves por la
mañana, o bien otro día anterior muy cercano. En la
liturgia hispánica el gran acto penitencial se celebra el

 
 
 
Viernes Santo, ya dentro de la Pascua, con la
impresionante ceremonia de la "indulgencia" o "perdón"
en la que el pueblo clama centenares de veces pidiendo
perdón a Dios.

Es bueno entrar en la Pascua -el paso con Cristo a la


Nueva Vida- celebrando con humildad y expresividad el
sacramento de la Penitencia, el sacramento de la muerte a
lo viejo y al pecado, el sacramento de la reconciliación
con Dios y con la comunidad. La Pascua debe ser novedad
total en nuestras vidas. Todo lo viejo, sobre todo el
pecado, tiene que dejar paso a la Vida que nos quiere
comunicar el Resucitado.

9.

Para orar con la liturgia

Señor Dios, que en este día


nos has abierto las puertas de la vida
por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte,
concédenos a los que celebramos la solemnidad
de la resurrección de Jesucristo,
ser renovados por tu Espíritu
para resucitar en el reino de la luz y de la paz.

“¿Por qué buscáis entre los muertos el que está vivo?” (Lc
24,5)

Para mí, hermanos, “la vida es Cristo y morir significa una


ganancia” (Flp 1,21) Me voy, pues, a Galilea, a la montaña
que Jesús nos ha indicado (Mt 28,10.16). Lo veré y lo
adoraré para no morir ya más, porque todo aquel que ve
al Hijo del Hombre y cree en él tiene la vida eterna,

 
 
 
“aunque haya muerto, vivirá.” (Jn 11,25)

Hoy, hermanos, ¿cuál es el testimonio de la alegría que


colma vuestro corazón por el amor de Cristo? Si alguna
vez habéis experimentado el amor a Jesús, vivo o muerto,
resucitado: hoy cuando los mensajeros proclaman su
resurrección en la Iglesia, vuestro corazón exulta y
exclama: “me han traído esta buena noticia: Jesús, mi
Dios, vive. Al escuchar estas palabras, mi corazón que
estaba hundido en la pena y en el desánimo,
languideciendo de tibieza y cobardía, ha recobrado
ánimo.” Hoy, la suave música de este gozoso mensaje
reanima a los pecadores que estaban hundidos en la
muerte. Sin este mensaje no habría más salida que
desesperar y enterrar en e l olvido a aquellos que Jesús,
saliendo de los infiernos, habría dejado en el abismo.

Comprobarás que tu espíritu ha recobrado la vida en


Cristo, si dices: “Si Jesús vive, esto me basta. Si él vive,
yo vivo en él, mi vida depende de él. El es mi vida, él es
mi todo. ¿Qué me puede faltar si Jesús vive? Mejor aun:
que todo lo demás me falte, no me importa, si sé que
Jesús vive.”

LA PASCUA JUDÍA

El pueblo de nuestros antepasados en la fe, celebra su


liberación

La fiesta pascual de los cristianos tiene sus raíces en la


pascua de los judíos. Cuanto mejor conozcamos la
celebración judía, tanto mejor comprenderemos el papel
de la tipología pascual del Antiguo Testamento para
interpretar el misterio de la muerte y la resurrección de

 
 
 
Jesús y tanto mejor comprenderemos lo que celebramos
en la fiesta más importante de nuestra Iglesia.

En Ex 12,1-28 se nos narra la razón por la cual los judíos


celebraban la fiesta pascual. La narración está compuesta
de diferentes relatos, que proceden de tiempos diversos.
Podemos recordar lo siguiente:

LO QUE ERA LA FIESTA DE LA PASCUA ANTES DEL ÉXODO

Desde tiempos inmemoriales, los pastores nómadas


celebraban, con ocasión del comienzo del año, o mejor
aún, con ocasión de la época de transición entre el
invierno y la primavera, una fiesta especial.

Era la época del año en la cual nacían las crías de las


ovejas. Era la época en la cual ellos tenían que comenzar
de nuevo la peregrinación que los conduciría al país
cultivado, en cuyas inmediaciones podrían pasar el
tiempo del verano.

En la noche del primer día de luna llena de la primavera


se reunían los pastores en el desierto, sacrificaban un
cordero, realizaban un rito mágico para espantar los
espíritus que podían perjudicar a los ganados o para
ganarse la protección de los buenos espíritus, y
celebraban una cena. En esta cena comían las carnes del
cordero, con los vegetales que podían encontrar en el
desierto. Cuando la celebración tenía efectivamente un
sentido religioso, agradecían a los dioses la protección
sobre los ganados y la que ellos mismos experimentaban
en la peregrinación que los llevaba más allá del desierto.

En algún momento, cuando ya el pueblo era sedentario,


la fiesta de la Pascua, que era una fiesta pastoril,
coincidió con la fiesta de primavera de los agricultores,
que consistía más que todo en comer los panes sin

 
 
 
levadura, amasados con los primeros frutos de la cosecha
de cereales.

LA FIESTA PROPIAMENTE DICHA DE LA PASCUA DE LOS


ISRAELITAS

La fiesta de primavera que ya existía antes del


surgimiento de Israel como pueblo, se relacionó
estrechamente con la experiencia de fe de la liberación
de los hebreos, esclavos en el Egipto: Ex 12,12-13.21-
23. Y ya no se celebró en función de los ganados (ni de
las cosechas, en el caso de la fiesta de los campesinos),
sino como conmemoración de la liberación del éxodo. La
fiesta comenzaba con la cena pascual y se extendía por
siete días, de acuerdo con la tradición de los ácimos: Ex
12,14-20.

Esta fiesta de la Pascua israelita tiene toda una historia,


que nos obliga a considerar varios momentos:

-Primero que todo, el de lo que podríamos designar como


la celebración doméstica, cuando se realizaba un rito con
la sangre (se marcaban el dintel y los postes de las
casas), además de la cena propiamente dicha.

-Luego la celebración centralizada en Jerusalén, que


incluía un sacrificio cultual con la sangre (recogida por los
sacerdotes en vasijas que se pasaban de mano en mano
hasta el altar), la parte que correspondía a Dios en el
banquete de la comunión; y una cena, que obedecía a un
ritual bien establecido, en el que jugaban un papel
fundamental las carnes del cordero, el pan ázimo, las
hierbas amargas y las cuatro copas de vino. Todos estos
elementos de la cena encarnaban simbólicamente el
memorial del éxodo para ser compartido fraternalmente.
La cena tenía una hermosa estructura pedagógica, que
permitía que los niños aprendieran experimentalmente a
ser judíos, a convertirse en miembros del pueblo elegido.

 
 
 
-En la época de Jesús, la cena pascual tenía además una
importancia escatológica muy grande. Las esperanzas
mesiánicas eran cultivadas de una manera especial en
esta cena, lo que hace bien comprensible el hecho de
que, ya en los mismos relatos por lo menos de los
sinópticos, se dé tanta trascendencia a la referencia a
esta fiesta.

LA CELEBRACIÓN PASCUAL DE LOS JUDÍOS DE HOY

¿Cómo nos narraría hoy un judío su celebración pascual?


Hay que tener en cuenta que, desde la destrucción del
templo en el año 70 d. C. por los romanos, los judíos
renunciaron a comer en la cena pascual un cordero
inmolado. Y también, que la cena pascual se celebra una
vez que se ha asistido a la liturgia sinagogal.

Todo comienza en la tarde del Seder. Seder significa


orden: los judíos llaman a la cena pascual cena del
Seder, porque en ella todo está rigurosamente ordenado,
pues se trata de la tarde más solemne del año.

Con anticipación ha sido retirado todo pan fermentado y


ha sido guardada la vajilla ordinaria. Para la fiesta hay
una vajilla especial. Se prepara pues la fuente del Seder
(el plato), se ponen las copas en las que se servirá el
vino como signo de la alegría, se acercan las sillas
cómodas que reemplazan los triclinios en los cuales se
recostaban los comensales en las cenas antiguas.

La introducción consiste en el servicio de la primera copa


de vino, que se bebe mientras se pronuncia una oración
de alabanza. El padre de familia moja entonces la
verdura en un agua salada, pronuncia una bendición y da
algo a cada uno. Luego reparte un pan ázimo, del que
separa la mitad para después de la cena.

 
 
 
Ahora tiene lugar la cena propiamente dicha. El padre de
familia dirige una invitación a "los que tienen hambre y a
los pobres". Se sirve entonces la segunda copa. El menor
de los asistentes pregunta sobre la razón por la cual se
celebra en esta forma la fiesta. Todos responden:

Un día fuimos esclavos del Faraón en el Egipto; entonces


nos condujo el Eterno, nuestro Dios, fuera de allí.

Se narra entonces la historia de la liberación. Con ocasión


de la narración del recuerdo de las diez plagas, cada uno
mete un dedo en la copa de vino, toma diez veces una
gotita y la derrama. No se debe beber completamente la
copa de la alegría, pues entonces hubo mucho
sufrimiento entre las gentes en el Egipto. A la narración
de la historia de la liberación responden todos con el
Hallel, el conjunto de salmos de alabanza que tienen que
ver con la liberación del Egipto. Se bebe entonces la
segunda copa. El padre de familia toma el pan, pronuncia
la acción de gracias, lo parte y da de él un trocito a cada
uno. De la misma manera toma de las hierbas amargas,
las sumerge en la salsa, pronuncia una bendición, y da a
cada cual de comer.

En ese momento son traídas las viandas propiamente


dichas de la cena. Antiguamente se comían ahora las
carnes del cordero. El postre es simplemente el trozo de
pan ázimo reservado para este momento.

Después de comer se sirve la tercera copa. El padre de


familia comienza la oración de la mesa con las palabras:
"Alabemos a quien nos da el alimento!", y reza la oración
de la mesa. Se bebe entonces la tercera copa.

Se sirve finalmente la cuarta copa. Se abre la puerta para


que pueda entrar el mensajero del Mesías, el profeta
Elías. En medio de la mesa se pone una copa llena de
vino para él. Se canta la segunda parte del Hallel y se
bebe la cuarta copa.

 
 
 
Con una oración de conclusión se termina la celebración.

Podría decirse que celebrar la fiesta de la Pascua ha sido


siempre para el pueblo judío asumir la memoria de su
historia, entendida como historia de liberación. Un
hermoso poema, el Targum de Ex. 12,42, nos da una
cierta idea de la manera como se evoca, en el sentido del
éxodo, toda la historia en el memorial de los judíos.

EL POEMA DE LAS CUATRO NOCHES


(Targum de /Ex/12/42)
Al final de los cuatrocientos años, aquel mismo día,
salieron todos los ejércitos de YHWH liberados, del país
de Egipto. Es una noche de vigilia, preparada para la
liberación en nombre de YHWH, en el momento en que
hizo salir a los hijos de Israel, liberados del país de
Egipto.

Pues bien, hay cuatro noches inscritas en el libro de las


Memorias. La primera noche fue cuando YHWH se
manifestó en el mundo para crearlo. El mundo estaba
informe y vacío y las tinieblas se extendían sobre la
superficie del abismo, y la palabra de YHWH era luz y
brillaba. Y la llamó primera noche.

La segunda noche, cuando YHWH se le apareció a


Abrahán anciano de 100 años y a su esposa Sara, de
noventa años, a fin de cumplir lo que dice la Escritura:
"Es que Abrahán, a los cien años de edad, va a engendrar
y su esposa Sara, de noventa años, va a dar a luz un
hijo?" Pues bien, Isaac tenía 37 años cuando fue ofrecido
en el altar. Los cielos se inclinaron y bajaron e Isaac vio
sus perfecciones. Y la llamó la segunda noche.

La tercera noche fue cuando YHWH se apareció a los


egipcios en medio de la noche; su mano mataba a los
primogénitos de Israel, para que se cumpliera lo que dice

 
 
 
la Escritura: "Israel es mi primogénito". Y la llamó la
tercera noche.

La cuarta noche será cuando el mundo llegue a su fin


para ser disuelto. Los yugos de hierro se romperán y las
generaciones perversas serán aniquiladas. Moisés subirá
de en medio del desierto y el rey Mesías vendrá desde lo
alto. Uno avanzará a la cabeza del rebaño y su palabra
caminará entre los dos y ellos marcharán juntos.

Es la noche de la pascua para el nombre de YHWH, noche


reservada y fijada para la liberación de todo Israel a lo
largo de sus generaciones.

LA FIESTA DE LA PRIMERA GAVILLA


O FIESTA DE LA PASCUA

1. PRELIMINARES

Hasta ahora no hemos encontrado en el calendario judío


ninguna fiesta que haya pasado al calendario cristiano.
En cambio, con la fiesta de la primera gavilla, la antigua
fiesta de la primavera, llegamos a la primera solemnidad
nacida en el paganismo de las religiones cósmicas y
progresivamente espiritualizada hasta el punto de ser
hoy la fiesta cristiana por antonomasia, en continuidad
externa con las fiestas humanas antiguas, pero
íntegramente renovada en cuanto a su alcance y
contenido. Recordemos brevemente el punto de partida
humano de la fiesta. La caracterizan dos ritos esenciales:
el pan ácimo y la sangre protectora del cordero.

El rito del cordero es clásico entre las tribus nómadas,


incluso actuales: se inmola un cordero (no hay por qué
comerlo necesariamente) y se derrama su sangre sobre
las estacas de la tienda para que sirva de preservativo

 
 
 
contra las incursiones del espíritu maligno. En cuanto al
rito de los ácimos, parece ser de origen agrícola y refleja
la preocupación de los campesinos, al obtener la primera
harina del nuevo trigo, por no mezclarle levadura
procedente de la cosecha anterior. Con esto entramos de
lleno en el sincretismo de los ritos nómadas y de los ritos
agrícolas, tal como lo practicaba el mundo pagano
cuando nació el pueblo hebreo: por una parte, la fiesta
de la primavera, que pudo determinar durante algún
tiempo el comienzo del año; por otra, el rito del cordero
preservador.

Se comprende que la aparición de la primavera pudiera


concretarse en una fiesta con el mismo título que la
riqueza de la recolección se plasmó en la fiesta del otoño.
Si la fiesta de la primavera no llegó a alcanzar el
esplendor de la fiesta de los Tabernáculos, ello se debió,
sin duda, a que el duro trabajo de los campos coartaba
en primavera un esparcimiento que el final de la
recolección hacia más fácil y completo.

Nuestros semipaganos de hoy día, que forman las masas


populares, celebran espontáneamente, a menos que sea
por un resto inconsciente de civilización cristiana, la
fiesta de la primavera: vacaciones de Pascua, nueva
costumbre de estrenar por Pascua, huevos de Pascua,
etc. Todo esto alude al sentido de renovación, al olvido
de la vida antigua, a la evasión del mundo de todos los
días a cambio de "otra cosa". Pensando en estos ritos de
la primavera pagana de nuestros días, podremos ver
cómo se las ha ingeniado Dios para obligar a su pueblo a
superar esos ritos sin oponerse a ellos, celebrando así la
renovación de la vida espiritual y la marcha hacia la
nueva era de los hijos de Dios.

Si bien el rito mágico de la sangre del cordero no tiene


prácticamente cabida en un mundo que cree poder
sustituir la magia con la técnica para inmunizar al
hombre contra los elementos, quedan todavía muchos
cadáveres de pájaros o de roedores colgados a la puerta

 
 
 
de los establos para preservar de epidemias al ganado y
muchos quicios pintados de tiza o cal, para que podamos
considerar a nuestros contemporáneos absolutamente
ajenos a ciertos ritos preservativos, como el de la sangre
del cordero.

Parece, pues, que existe la posibilidad de una catequesis


a partir de esas realidades humanas para llevar al
cristiano hasta la plenitud del misterio pascual. Las líneas
esenciales de semejante catequesis nos las indicará Dios
mismo, si somos capaces de seguir paso a paso el
desarrollo de su pedagogía en la Escritura.

2. COINCIDENCIA DE DOS RITOS

El primer hecho que debemos considerar es la


yuxtaposición del rito agrícola de los ácimos y del rito
nómada del cordero. Entre ambos ritos no existe ningún
nexo original, puesto que pertenecen a dos mundos
distintos y, si el primero está ligado al decurso del año, el
segundo depende de acontecimientos incontrolables. El
uno pone al hombre en contacto con el ritmo cósmico y
natural; el otro, en cuanto es posible, le previene de
acontecimientos inesperados: epidemia, desgracia, etc.

Sin embargo, los textos más antiguos de la Biblia -sobre


todo, a partir del Deuteronomio- nos muestran ambos
ritos en coexistencia pacífica. La Pascua se celebra el
catorce de nisán, mientras que la fiesta de los ácimos
comienza al día siguiente. Es probable que este
sincretismo obedezca en gran parte a la lenta penetración
de los hebreos nómadas en la región agrícola de Canaán.
Pero la Biblia da de ello una explicación diversa, apenas
comprensible para nuestra mentalidad moderna.

Durante la estancia del pueblo en Egipto, se


desencadenan sobre el país una serie de plagas
espantosas. La última es particularmente trágica: el
espíritu del mal (el "ángel exterminador", dice la
Escritura) pasará dando muerte a todos los primogénitos.

 
 
 
Inmediatamente los judíos nómadas echan mano del rito
tradicional del cordero degollado y la sangre derramada.
El yahvista refiere la tradición por su cuenta,
entroncándola en la concepción del monoteísmo según la
cual el ángel exterminador actúa por voluntad de Dios,
pero pone gran cuidado en mostrar que los judíos
poseían en su patrimonio un rito eficaz por cuya virtud se
vieron protegidos al tiempo que sucumbían los egipcios:

"Tomad unas cabezas de ganado menor para vuestras


familias e inmolad la Pascua. Luego cogeréis un manojo
de hisopo, lo empaparéis en la sangre que contiene la
fuente y aplicaréis esta sangre de la fuente al dintel y a
los quicios de las puertas. ¡Que nadie de vosotros salga
de casa hasta la mañana siguiente! Así, cuando Yahvé
recorra Egipto para castigarlo, al ver sangre en el dintel y
en los quicios pasará por delante de aquella puerta sin
permitir al Exterminador entrar en vuestras moradas
para asestar sus golpes. Ex. 12, 21-24.

Se adivina la preocupación del redactor de este pasaje


por purificar la tradición, pero ello no quita que podamos
ver todavía su trasfondo mágico en la prescripción de "no
salir de casa hasta el día siguiente". Este aspecto
preservativo de la sangre parece ser el portante del rito,
pues el redactor se apoyará en una etimología fantástica
de la palabra Pascua para hacerle decir que el
exterminador "pasará adelante" o pasará por delante".
Dios interviene en un antiguo rito mágico para manifestar
así a su pueblo que Él le "salva" del peligro que aplastará
a Egipto.

El hecho acontece, como por casualidad, en primavera.


Está cerca la fiesta de la primera gavilla, con que se
inaugura el período de los panes sin levadura. He ahí los
dos ritos fortuitamente unidos según el modo de ver del
redactor yahvista, el cual presenta a los judíos
abandonando Egipto precisamente en el momento en que
se elabora el pan sin levadura. Pero el redactor atribuye
luego a este pan ácimo un sentido nuevo que lo hace

 
 
 
pasar del nivel naturalista al nivel histórico. Será el pan
que hubo de llevarse sin esperar a que fermentara,
debido a la prisa por escapar de la tierra de la esclavitud:

Los egipcios apremiaban al pueblo para apresurar su


marcha, pues decían: "¡Vamos a morir todos!" La gente
se llevó la masa antes de que fermentara, cargando las
artesas al hombro, envueltas entre sus mantos... Los
hijos de Israel partieron de Ramsés hacia Sukkot en
número de unos seiscientos mil infantes -todos los
hombres- sin contar sus familias. Se unió a ellos una
numerosa y variada muchedumbre, así como ganado
mayor y menor formando inmensos rebaños. Cocieron
ellos, en forma de tortas ácimas, la masa que sacaron de
Egipto, porque no había fermentado. Expulsados de
Egipto sin la menor demora, no habían podido procurarse
provisiones para el viaje. Ex. 12, 32-39.

Este pasaje es particularmente interesante, porque nos


demuestra una vez más cómo se las ha arreglado la
liturgia para asimilar un rito de origen agrícola. Mientras
que, por lo que se refiere al rito del cordero, se ha
limitado a quitarle el carácter mágico y encuadrarlo en el
monoteísmo (haciendo depender de Yahvé al ángel
exterminador), en el caso del rito agrícola la labor de
espiritualización consiste en procurarle nuevas
referencias. Y así, en lugar de ser el signo del ciclo
natural de las cosechas y de la renovación que ese ciclo
introduce en la vida, el pan ácimo significa ahora un
acontecimiento histórico: la prisa con que los israelitas
abandonaron la tierra de Egipto. El rito pasa del
significado agrícola al nómada, del naturalista al
histórico. Es el proceso seguido por varios ritos agrícolas
de la fiesta de los Tabernáculos, como hemos visto en el
párrafo anterior: la experiencia del desierto es un foco
universal de atracción que fuerza realmente el
simbolismo obvio de los ritos. El rito hebreo no pierde de
vista la renovación primaveral celebrada originariamente
por el rito mismo; pero esa renovación adquiere una
densidad inesperada: no es ya la simple novedad cíclica

 
 
 
producida anualmente por la naturaleza, sino la novedad
de vida que hizo pasar a todo un pueblo de la esclavitud
a la libertad, que le dio nacimiento y le lanzó a la vida, a
raíz de librarle milagrosamente de un mal extraordinario.

3. RITO Y PALABRA

El primer documento legislativo importante que trata de


la fiesta de Pascua pertenece a uno de los más antiguos
estratos de la legislación judía: el Código de la Alianza.
Este toma una posición decidida en favor de la
interpretación histórica de la fiesta:

Guardarás la fiesta de los ácimos. Durante siete días


comerás ácimos, como te he mandado, en el tiempo
fijado del mes de Abib: porque durante ese mes saliste
de Egipto. Ex., 23, 14-16.

No se puede concluir gran cosa de este texto por lo que


se refiere al silencio sobre el rito del cordero. Sin
embargo, es significativo que se hable de "fiesta de los
ácimos", aplicándole el nombre agrícola, mientras que el
término "Pascua" irá más bien ligado al rito del cordero.
Advirtamos también cómo justifica su prescripción el
texto legislativo: "porque durante ese mes saliste de
Egipto". Tal justificación es importante y nos ilustra
acerca de la necesidad de explicar la liturgia una vez que
esta abandona el simbolismo simplemente natural.
Mientras el rito no tiene otro significado que el natural,
no hay necesidad de catequesis para hacerlo
comprender. Un observador de la época que asistiera a
una comida con pan ácimo, podía comprender su sentido
obvio, sobre todo dentro de un contexto concreto. Pero,
para que considere esos panes ácimos como signo de la
salida de Egipto, le es necesaria una iniciación, una
catequesis. Así es como nació la catequesis litúrgica:
como compañera normal de un rito desde que éste
adquiere otro significado además del contenido en su
simbolismo obvio. Lo cual quiere decir que, desde que un
rito pagano se espiritualiza para llegar a ser lo que es en

 
 
 
nuestra liturgia, debe ir acompañado de una catequesis
explicativa: la Palabra acompaña al Rito para determinar
su nuevo alcance. La "relectura" de un rito humano sólo
puede realizarse a través de la Palabra. Vemos, en
efecto, ya desde la época del yahvista y sobre todo en la
reforma deuteronomista, cómo esa catequesis se va
ritualizando de algún modo en el ceremonial de la comida
pascual en familia:

Durante siete días, comerás ácimos, y no se verá en tu


casa pan fermentado; no se verá pan fermentado en todo
tu territorio. Aquel día, darás a tu hijo esta explicación:
"Esto es memoria de lo que Yahvé hizo por mi cuando salí
de Egipto." Ex., 13, 7-8.

Idéntica catequesis a propósito del rito del cordero:

Cuando hayáis entrado en la tierra que Yahvé os va a


dar, guardaréis este rito. Y cuando vuestros hijos os
pregunten: "¿Qué significa para vosotros este rito?", les
responderéis: "Es el sacrificio de la Pascua en honor de
Yahvé, que pasa por delante de las casas de los hijos de
Israel, en Egipto, cuando hirió a Egipto mientras
perdonaba nuestras casas." Ex., 12, 25-27.

El diálogo entablado entre los hijos y el padre a propósito


de los dos ritos pascuales viene a ser el origen de la
catequesis litúrgica. La referencia al acontecimiento
asegura la nueva autenticidad del rito, y la Palabra
proporciona al rito su nuevo significado. Nos hallamos en
el punto de partida de una evolución que permanecerá
fiel a sí misma y se consagrará en una ley fundamental
de la celebración litúrgica cristiana: la unión entre la
Palabra y el Rito. Pero, por desgracia, la mentalidad
católica que sucedió a la Contrarreforma y privó a los
católicos de la Biblia, los privará igualmente de toda
catequesis bíblica de los ritos, desembocando en la triste
situación de nuestra época, en que los ritos se celebran
sin catequesis y tienden por tanto a ser comprendidos, no

 
 
 
ya en su significado sobrenatural, sino en su mero
simbolismo humano

4. RITO Y ACTUALIZACIÓN DEL ACONTECIMIENTO

Poco después del reinado de Salomón, las costumbres y


la religión del pueblo elegido experimentan un profundo
relajamiento. El pueblo olvida los acontecimientos
antiguos y los ritos recaen rápidamente en su simple
significado naturalista o incluso pagano: es el culto del
becerro de oro, de los baales, de los dioses de los
elementos. Son conocidos los esfuerzos casi estériles de
los profetas, desde Elías hasta Isaías, por purificar un
culto lleno de simbolismos paganos. Más tarde, el rey
Josías y la reforma deuteronomista marcan la primera
etapa hacia una espiritualización. Por una disposición un
poco draconiana y que no conseguirá grandes resultados,
Josías exige que vayan todos a Jerusalén para celebrar la
Pascua: suprime así las costumbres paganas que
pudieran nacer en una celebración local de la misma y
unifica la práctica al tiempo que la purifica. Pero el
elemento en que más insiste la reforma deuteronomista
es la actualización del acontecimiento expresado por el
rito. La razón es fácil: los hebreos han ido perdiendo de
vista los acontecimientos del desierto y se han apartado
de la espiritualidad que el desierto llevaba consigo, por
culpa de una vida cómoda en una tierra fértil. Todo
aquello está demasiado lejos, y ellos prefieren aferrarse a
la religión de la naturaleza, que asegura la fecundidad de
la tierra y la regularidad de las cosechas. Para enderezar
esta espiritualidad y reanimar el interés por los
acontecimientos del pasado, el Deuteronomio declarará
que el rito no se limita a recordar unos acontecimientos
antiguos, sino que sitúa al fiel de hoy en el mismo
acontecimiento. El rito no es tan sólo recordatorio de un
hecho pasado que pierde su interés a medida que se
adentra en el pretérito. Al contrario, lleva al individuo de
todos los tiempos hasta el hecho originario.

 
 
 
Ya hemos visto algunos textos que presentan esta óptica
en los ejemplos de catequesis antes citados: "Esto es en
memoria de lo que Yahvé hizo por mi..." o porque
durante ese mes saliste de Egipto". Pero el Deuteronomio
consagrará definitivamente este género de catequesis
que no se limita a tender un puente entre el rito y el
acontecimiento, sino que nos implica en el
acontecimiento del pasado:

Procura guardar el mes de Abib celebrando en él una


Pascua a Yahvé tu Dios, porque fue en el mes de Abib
cuando Yahvé tu Dios, de noche, te hizo salir de Egipto.
Inmolarás a Yahvé tu Dios una Pascua de ganado mayor
y menor, en el lugar elegido por Yahvé tu Dios para hacer
habitar su nombre. Durante siete días no comerás, con la
víctima, pan fermentado; comerás con ella ácimos -pan
de miseria-, porque con prisa abandonaste Egipto: así te
acordarás todos los días de tu vida del día en que saliste
del país de Egipto. Durante siete días, no se verá
levadura en todo tu territorio, y de la carne que
sacrifiques por la tarde del primer día, no quedará nada
para la noche hasta la mañana siguiente. No podrás
inmolar la Pascua en cualquiera de las ciudades que te dé
Yahvé tu Dios; silo en el lugar elegido por Yahvé tu Dios
para hacer habitar su nombre. Sacrificarás la Pascua, a la
tarde, al ponerse el sol, a la hora de tu salida de Egipto...
Dt., 16, 1-7.

Varios pasajes de esta prescripción están simplemente


tomados de legislaciones anteriores, pero la originalidad
del Deuteronomio consiste en el afán de implicar en el
rito a la persona del fiel: eres tú quien salió de Egipto.

Esta observación nos permite descubrir un importante


aspecto de la eortologia judía: la fiesta pone al individuo
en contacto con el acontecimiento, pero no sólo por
medio del simbolismo de los ritos, sino -y esto sobre
todo- poniendo la conciencia del fiel en una actitud que
se identifica con la actitud de los antepasados que
vivieron realmente el acontecimiento. En otras palabras,

 
 
 
el común denominador entre el acontecimiento y la fiesta
no es, en rigor, el simbolismo del rito que recuerda tal o
cual acontecimiento, sino la actitud de espíritu común al
antepasado y al fiel que revive la historia. En la Haggadá
actual de la fiesta de Pascua, el ritual tiene prevista esta
munición:

No sólo liberó a nuestros antepasados, sino que también


nos liberó a nosotros con ellos. Porque no se alza un solo
enemigo contra nosotros para exterminarnos. El Santo -
bendito sea- nos salva de sus manos (Ed. Durlacher).

En este estadio de purificación, la fiesta tiende a


provocar, mediante el recuerdo del acontecimiento y el
simbolismo del rito, una actitud de espíritu, una posición
de fe, la cual caracteriza, en último término, el objeto
esencial de la fiesta. Sin embargo, esta "personalización"
de la fiesta no se realiza a costa del simbolismo del rito:
la continuidad con las etapas precedentes está bien
asegurada. Por el contrario, el simbolismo del rito se
sirve de ella, en cierto modo, para espiritualizarse más.
Parece ser, en efecto, si nos atenemos al texto bíblico,
que la fiesta de Pascua ve nacer por entonces un nuevo
rito: la manducación del cordero. Es probable que tal
costumbre se extendiera en el pueblo bastante antes de
la reforma de Josías, quizá bajo la influencia del medio
ambiente; de todos modos, el Deuteronomio, es el
primer texto legal que consagra la existencia del
banquete con el cordero pascual.

Sólo en el lugar elegido por Yahvé tu Dios para hacer


habitar su nombre sacrificarás la Pascua, a la tarde, al
ponerse el sol, a la hora de tu salida de Egipto. La
cocerás y la comerás en el lugar elegido por Yahvé tú
Dios, y de allí, a la mañana siguiente, te volverás para ir
a tus tiendas. Dt., 16, 6-7.

Hasta entonces todo se reducía a la inmolación del


cordero y a la efusión de su sangre sobre los quicios de la
puerta. Si se comía luego el cordero, tal comida no

 
 
 
formaba parte del rito pascual, que se limitaba
exclusivamente a la comida de los ácimos. Pero, a partir
del Deuteronomio -y más aún en la legislación
sacerdotal-, la comida del cordero pasa a primer plano.
Semejante evolución es muy significativa por lo que se
refiere a la personalización que se ha operado en el rito:
lo que cuenta en primer lugar no es el simbolismo del rito
(repetir lo que hicieron los antepasados), sino la actitud
de espíritu provocada por el recuerdo del acontecimiento.
La manducación del cordero es, a este respecto, mucho
más apta para expresar la participación personal de los
fieles en la fiesta que la sola inmolación. Téngase en
cuenta, por lo demás, que la legislación del
Deuteronomio no habla ya de derramar la sangre sobre
las estacas de la tienda o los quicios de la puerta:
asimilarse el cordero -y, más allá del cordero, el
acontecimiento- supone un compromiso personal mucho
más profundo, expresado claramente por la misma
manducación. Cuando entre en vigor la legislación
sacerdotal, tomará el aspecto de una compilación en que
se fusionan elementos diversos: cordero y ácimos, rito de
la sangre derramada y de la manducación, etc. Pero esta
legislación no presenta novedad alguna, fuera del
ceremonial para comer el cordero

El diez de este mes, procuraos cada uno una cabeza de


ganado menor por familia; una cabeza de ganado menor
por casa. Si la familia es demasiado reducida para
consumir el animal, asóciese con su vecino más cercano
a la casa, según el número de personas. Tendréis en
cuenta el apetito de cada uno para determinar el número
de comensales. El animal será sin defecto, macho, de un
año. Lo escogeréis entre los corderos o las cabras. Lo
conservareis hasta el día catorce de este mes; entonces
la asamblea entera de la comunidad de Israel lo degollará
entre dos luces. Tomaréis de su sangre y untaréis los
quicios y el dintel de las puertas de las casas donde se
coma. Aquella noche comeréis la carne asada al fuego; la
comeréis con los ácimos y hierbas amargas. No lo comáis

 
 
 
crudo o cocido, comedlo solamente asado al fuego, con la
cabeza, las patas y las tripas. No guardéis nada para el
día siguiente. Lo que sobrare, lo quemaréis al fuego. Lo
comeréis así: ceñidos los lomos, calzados los pies, con el
bastón en la mano. Lo comeréis con toda prisa, pues es
una Pascua en honor de Yahvé. Ex., 12, 1-12.

Prescindamos, por el momento, de los minuciosos


preceptos de este ritual para quedarnos con los datos
esenciales: cuando el fiel judío come el cordero pascual
como lo haría un nómada, cree hacer algo más que
recordar el acontecimiento; quiere hacer suya la actitud
de sus antepasados, alcanzar su libertad, participar en la
renovación de su vida interior. Por eso, el banquete está
calcado sobre el antiguo rito de inmolación y de aspersión
de la sangre. Así queda clara la rica evolución que ha
seguido la fiesta de Pascua hasta llegar a nosotros. Antes
hemos visto la exigencia de una catequesis; ahora vemos
la exigencia de una actitud personal consciente,
introducida por el banquete pascual: una manera de
revivir el acontecimiento salvador en la medida en que
cada uno se lo asimila por la fe. El rito evoca el
acontecimiento, haciéndolo presente en cierto modo y
exigiendo nuestra adhesión: tenemos ahí en primicias el
alcance del Hodie de nuestra liturgia cristiana.

5. FIESTA DE LA RESTAURACIÓN DEL PUEBLO

Este aspecto de personificación no lo hemos encontrado


tan intenso en nuestro análisis de la fiesta de los
Tabernáculos ni en las fiestas de orden astronómico. Ello
se debe, probablemente, a que la Pascua poseía el
dinamismo interno necesario para supervivir
definitivamente y doblar el cabo de la cristianización, en
el cual se hundieron tantas fiestas judías. Esta
preeminencia de la Pascua sobre las demás fiestas se va
perfilando ya en el Antiguo Testamento, incluso en la
época en que la fiesta de los Tabernáculos es todavía "la
fiesta" por excelencia. Y así, en los distintos períodos de
la historia del pueblo en que se afirma una restauración o

 
 
 
se sanciona de nuevo la alianza -sin cesar comprometida
por la infidelidad del pueblo, los reformadores señalan la
Pascua y no los Tabernáculos como fiesta de esa
renovación o restauración. Josías, después de proclamar
solemnemente la renovación de la alianza, la sanciona
con la celebración de la fiesta de Pascua:

El rey dio esta orden a todo el pueblo: "Celebrad una


Pascua en honor de Yahvé vuestro Dios, del modio que
está escrito en este libro de la alianza." No se había
celebrado una Pascua como aquella desde los días de los
Jueces que habían regido a Israel, ni durante todo el
tiempo de los reyes de Israel y de los reyes de Judá. El
año decimoctavo del rey Josías, en Jerusalén, se celebró
aquella Pascua en honor de Yahvé. 2 Re., 23, 21-23.

El aspecto moral pasa aquí a primer plano para afirmar el


valor de esta renovación de la alianza sancionada por
Josías y, al mismo tiempo, la restauración de la fiesta de
Pascua. Más tarde, cuando Esdras concluya la
restauración del pueblo liberado del destierro, tendrá
lugar su celebración en torno a la fiesta de Pascua: Los
exiliados celebraron la Pascua el catorce del primer mes.
Todos los levitas, como un solo hombre, se habían
purificado; y ellos inmolaron la Pascua por todos los
exiliados, por sus hermanos los sacerdotes y por sí
mismos comieron la Pascua: los israelitas que habían
vuelto del destierro y todos los que, habiendo roto con la
impureza de los pueblos de aquella tierra, se habían
unido a ellos para buscar a Yahvé, el Dios de Israel.
Celebraron con gozo durante siete días la fiesta de los
Ácimos... Esd. 6, 19-22.

La actitud personal, que es aquí actitud de conversión,


ocupa realmente el lugar más importante de la fiesta.
Poco después del destierro, los documentos sacerdotales
dan cuenta de otra Pascua interesante: la que celebró el
rey Ezequías para sancionar otra renovación de la
alianza. Los Libros de los Reyes no habían prestado
atención a esta celebración pascual, sin duda porque

 
 
 
todavía no estaban preparados para ello. Por el contrario,
los Libros de las Crónicas, dependientes de la corriente
deuteronomista y sobre todo de la corriente sacerdotal,
dan gran relieve a esta Pascua de restauración celebrada
por Ezequías y refieren, en particular, que entonces la
Pascua fue celebrada el segundo mes en lugar del
primero, para asegurar una mayor purificación por parte
del pueblo (2 Cor., 30). No es imposible, por otra parte,
que los cronistas hayan trasladado al pasado de Ezequías
un hecho que debió de tener origen en la reforma de
Josías. Se advierte el mismo procedimiento de
anticipación en la descripción de la primera Pascua
celebrada por el pueblo a su llegada a Guilgal (Jos., 5,
10-12), relato ciertamente antiguo, pero "releído" en
función de preocupaciones sacerdotales.

Así, pues, tanto en el plano individual de la actitud de


espíritu como en el plano colectivo de la restauración y
renovación de la alianza, la Pascua aparece, cada vez con
mayor claridad, como una fiesta personalista cuyo objeto
esencial, provocado desde luego por el rito, es la actitud
interior, la conversión, la fidelidad moral. Todo esto, sin
embargo, se realiza en plena continuidad con el pasado:
nunca faltan los ácimos para indicar la renovación
primaveral, y la celebración de la antigua liberación de
Egipto por la sangre del cordero sigue siendo el
verdadero objeto de la fiesta, aunque sometido a
incesantes relecturas por arte de unas almas llamadas a
una conversión y una renovación interiores cada vez más
profundas.

Una última modificación en el ritual de la Pascua es


introducida por la Thora de Ezequiel, que prevé una
ceremonia de expiación antes de la celebración de la
Pascua. Esta reforma, que desdobla la antigua fiesta de
la expiación situada en dependencia de la fiesta de los
Tabernáculos, viene a demostrar el creciente auge de la
Pascua frente a la fiesta de los Tabernáculos y, sobre
todo, la preocupación personalista y moralizante: si los
antiguos pasaron de Egipto a la Tierra Prometida,

 
 
 
nosotros hemos de celebrar hoy aquel acontecimiento
pasando, a nuestra vez, de la impureza a la pureza:

Así habla el Señor Yahvé. El primer mes, el día primero


del mes, tomarás un novillo sin defecto, para quitar el
pecado del santuario. El sacerdote tomará sangre de la
víctima por el pecado y la pondrá en los postes del
templo y en los cuatro ángulos de la base del altar y en
los postes de los pórticos del atrio interior. Así hará
también el séptimo mes, en favor de los que hubieren
pecado por inadvertencia o irreflexión... Ez., 45, 18-20.

Aquí aparece un nuevo tema: la víctima expiatoria hace


el papel del cordero pascual liberador. Sin tardar mucho,
una sola persona asumirá los dos papeles en su único
sacrificio: será a un tiempo el macho cabrío de la
expiación y el cordero pascual.

6. LA PASCUA Y EL CALENDARIO PERPETUO

Parece ser que, hasta los documentos sacerdotales, la


fecha de la Pascua estuvo bastante imprecisa. Los textos
que hemos citado hablan tan sólo "del tiempo fijado en el
mes de Abib" (Ex., 23, 15). Tampoco el Deuteronomio es
demasiado claro:

Procura guardar el mes de Abib celebrando en él una


Pascua a Yahvé tu Dios, porque fue en el mes de Abib
cuando Yahvé tu Dios, de noche, te hizo, salir de Egipto.
Dt., 16, 1-2.

Esta imprecisión se comprende si la fiesta está


determinada por el comienzo de la siega de la cebada y
la ofrenda de la primera gavilla. El mismo término Abib
significa Espiga. Pero, a medida que predominaba el rito
del cordero sobre el rito de la espiga y de los ácimos, la
fiesta pudo liberarse un poco de su servilismo demasiado
material al ritmo agrícola y concretarse con más
exactitud. Además, mientras el cómputo del tiempo
estuvo basado esencialmente en las fases de la luna, la

 
 
 
fiesta podía caer en cualquier día de la semana. Pero,
después del destierro, se va imponiendo en ciertas
esferas sacerdotales, aunque no sin provocar vivas
reacciones, un nuevo computo, medio lunar y medio
solar, que permite calcular de manera estable un
determinado día del mes. A partir de entonces, en todos
los documentos bíblicos de la época, los sucesos serán
consignados con su fecha exacta, incluso con el día del
mes.

Este nuevo cómputo era un calendario perpetuo solar con


algunas concesiones al calendario lunar. Así resultaba
posible que el 14 de nisán (nueva fecha de la Pascua) no
cayera nunca antes del plenilunio del mes.

Todos los documentos bíblicos datados después del


destierro lo están de acuerdo con este calendario
perpetuo. Y así la Pascua cae siempre el 14 de nisán por
la tarde (nisán era el nuevo nombre del primer mes); por
tanto, siempre en martes, para que la fiesta se celebre
durante la jornada del miércoles 15 de nisán. Pero no
hemos de pensar que el calendario en cuestión se impuso
por completo: oficialmente incluso, el clero del templo
conservó (o adoptó de nuevo) el antiguo calendario en el
que la Pascua podía caer en cualquier día de la semana,
según el ritmo de las fases lunares.

De hecho, parece ser que este calendario no será


aplicado más que en ciertas comunidades judías de
Palestina, en Babilonia y en Elefantina y sólo unos
sectarios, como los miembros de la Comunidad de
Qumrán, seguirían observando este calendario en abierta
oposición con las costumbres vigentes en el Templo de
Jerusalén, al menos en la época de Cristo. Las cuestiones
de calendario siempre han sido, en todas las religiones,
objeto de las peores querellas; no es extraño que
también sucediera así en el pueblo elegido. Entre los
argumentos que suscita la polémica, debemos fijarnos en
uno: el que alegan los partidarios del calendario perpetuo
diciendo que el otro cómputo, de base lunar, es de origen

 
 
 
pagano y contribuye a mezclar las costumbres paganas
con las costumbres judías. Semejante argumento no
carece de razón y no es imposible que se llegara a
regular por un calendario propio la celebración de la
liturgia y de las fiestas judías, precisamente para
caracterizar mejor su originalidad.

La inclusión de la fiesta de la Pascua en los problemas de


los calendarios tendrá dos repercusiones importantes por
lo que se refiere a la espiritualización de la fiesta. En ellas
vamos a detenernos.

La primera característica nueva es que, de ahora en


adelante la Pascua se celebrará "el primer mes del año;
así el Año Nuevo dependerá de la Pascua, perdiendo este
privilegio la fiesta de los Tabernáculos:

Este mes será para vosotros el comienzo de los meses, el


primer mes del año. Ex., 12, 2.

El primer mes, el día decimocuarto del mes, entre dos


luces, es la Pascua de Yahvé y el día decimoquinto de ese
mes es la fiesta de los Ácimos de Yahvé. Lv., 23, 5-6.

En estas prescripciones hemos de ver una importante


consagración de la evolución que ha hecho de la Pascua
la fiesta más espiritual del ciclo judío. A propósito del
ritual de la expiación, hemos visto que varias
prerrogativas de la fiesta de los Tabernáculos han pasado
o pasan a la de Pascua. Ahora le toca al comienzo del
año. Se comprende fácilmente, en esta perspectiva, que
la primera tradición cristiana, al trasladar de la fiesta de
los Tabernáculos a la de Pascua el ritual de entronización
del Mesías bajo la forma de la entrada de Cristo en
Jerusalén, no hizo sino seguir el movimiento iniciado en
el judaísmo. La segunda característica, por hipotética que
sea, merece nuestra máxima atención. En la medida en
que existieron dos cómputos pascuales distintos -el oficial
del Templo, basado en la luna, y el sectario, basado en el
calendario perpetuo-, ¿no habría también dos maneras

 
 
 
de celebrar el banquete pascual? No es fácil imaginar, en
efecto, que los partidarios del calendario perpetuo, para
quienes la Pascua caía en la tarde del martes, comieran
el cordero pascual de acuerdo con lo prescrito, ya que
éste debía ser inmolado en el Templo por los sacerdotes,
los cuales seguían oficialmente un calendario en el que la
inmolación del cordero podía caer varios días más tarde.
Se podría pensar que prescindían de corderos pascuales,
lo cual no sería demasiado extraño. Pero, en concreto,
parece probable que los monjes de Qumrán inmolaban el
cordero pascual, aunque no en el Templo de Jerusalén,
pues juzgarían que su propia comunidad y su servicio,
constituía un verdadero Templo (doctrina que es
fundamental en Qumrán), lo cual les daba derecho a
inmolar el cordero. La hipótesis es atrayente y podría
muy bien señalar una nueva etapa en la espiritualización
de la Pascua, etapa que prepararla el comportamiento de
Cristo en su propio banquete pascual: el cordero no es
sino el símbolo de una actitud de espíritu. Desde el
momento en que está creada tal actitud -y lo está en el
servicio mutuo, sobre todo si el cordero es el símbolo del
"siervo"-, ciertas prescripciones rituales referentes a la
inmolación del cordero pueden ceder ante lo esencial y
desaparecer. Más adelante insistiremos en la importancia
de esta espiritualización.

Idéntico problema se plantea a propósito de los ácimos.


Si hubo dos calendarios distintos, es probable que
hubiera también cierta confusión en el ritual de la Pascua
y que los partidarios del calendario perpetuo celebraran a
veces el banquete pascual sin disponer ya de ácimos, al
menos si la confección de éstos estaba condicionada por
el calendario oficial del templo. Podríamos pensar por
tanto, que Cristo celebró la Cena el martes 14 de nisán,
sin cordero (puesto que no será inmolado hasta el
viernes siguiente en el templo) e incluso sin ácimos. Tal
es el punto que procuraremos dilucidar en el párrafo que
sigue.

7. CRISTO EN LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA

 
 
 
El rodeo que acabamos de dar con la cuestión de los
calendarios no es inútil, porque nos permite, a la luz de
los trabajos de A. Jaubert , ver más claro en la conducta
de Cristo durante la Pascua que iba a ser suya como
ninguna otra. La mejor explicación a las aparentes
contradicciones entre los sinópticos y San Juan en cuanto
a la cronología de la Semana Santa procede a partir del
conflicto entre los dos distintos calendarios (conflicto que
se prolongó en la primera tradición cristiana y dio origen,
en parte, a las graves disputas pascuales que dividieron a
la cristiandad hasta el siglo III). El año de la Cena, la
Pascua del 14 de nisán según el calendario perpetuo caía,
como estaba previsto, en martes, mientras que la Pascua
según el calendario lunar, tal como se observaba en el
Templo, era el viernes siguiente. Según esto, Cristo
celebró el banquete pascual con sus apóstoles el martes
par la tarde, sin cordero y, probablemente, sin ácimos. Y
murió el viernes, precisamente a la hora en que se
inmolaba el cordero en el Templo, como subraya
discretamente San Juan. Estos datos parecen
actualmente ciertos a la mayoría de los exegetas de la
Semana Santa.

Pero entonces, ¿qué sentido tiene, para nuestro propósito


un banquete pascual sin cordero ni ácimos? ¿No es la
negación de la evolución hasta aquí seguida? ¿O será,
por el contrario, su coronamiento? Aquí conviene
subrayar un punto: después del destierro, Pascua es ante
todo la fiesta de la renovación de la actitud de espíritu, la
fiesta de la "restauración”. Cada uno renueva su corazón
y su fidelidad; renovación que se explicita en la comida
del cordero pascual. La coordenada esencial de la fiesta
no es ya la que pone en conexión el rito y su simbolismo
con el acontecimiento del pasado que se conmemora,
sino la que relaciona el rito con la presente actitud de
espíritu del fiel.

Pero he aquí que uno de esos fieles, Cristo, fiel por


antonomasia, celebra la Pascua con una actitud de
espíritu muy concreta, tan concreta que es el

 
 
 
acontecimiento máximo de toda la historia de salvación:
su sumisión al Padre, su deseo de "servir" a sus
hermanos mediante su muerte expiatoria. Este
acontecimiento es tan esencial que ante él se desvanece
todo rito, resultando caduco e inútil. Es inútil inmolar un
cordero cuando el Cordero de Dios está presente, en
persona, como el Siervo de Dios (Is., 53, 7) que se
ofrece por los pecados de los hombres y se da en
alimento.

Así se comprende por qué Cristo, para celebrar la Cena,


eligió el calendario perpetuo en vez del calendario lunar.
Con ello se liberaba mejor de la sujeción del rito y podía
presentarse más fácilmente, sin velo y sin intermediario,
como el rito y el acontecimiento a la vez. El rito tenía
sentido en ausencia del acontecimiento que
conmemoraba, pero resulta vacío en el acontecimiento
mismo.

La densidad del banquete pascual de Cristo no reside en


su ritualismo, sino en la actitud de espíritu del Señor que
procura comunicar a sus apóstoles. Es curioso, a este
respecto, comparar los diferentes relatos del banquete
pascual en los evangelios y en San Pablo. Mateo y Marcos
se limitan a describir la institución del nuevo rito en torno
al pan y el vino. En cambio, Lucas da un paso más al
referir una singular disputa entre los apóstoles, disputa
que los otros sinópticos sitúan en distinto momento de la
vida de Cristo:

Surgió luego entre ellos una disputa sobre quién de ellos


había de ser tenido por el mayor. El les dijo: "Los reyes
de las naciones imperan sobre ellas y los que ejercen
autoridad sobre las mismas se hacen llamar
Bienhechores. Pero entre vosotros no es así, sino que el
mayor entre vosotros debe comportarse como el más
joven, y el que gobierna, como el que sirve. ¿Quién es,
en efecto, el mayor: el que está sentado a la mesa o el
que sirve? ¿No lo es el que está sentado? Pues bien, yo
estoy entre vosotros como quien sirve". Lc., 22, 24-27.

 
 
 
Lucas tiene, sin duda, una intención muy concreta al
añadir a la Cena -o al conservar en su puesto- esta
tradición que la sitúa en su perspectiva exacta: la
presencia de un "siervo" doliente y humilde basta por sí
misma para justificar la celebración de la fiesta de
Pascua, porque tal presencia es su contenido. Juan va
todavía más lejos cuando sustituye totalmente el relato
de la institución por el del lavatorio de los pies como
elemento esencial del banquete de Pascua:

Durante la cena, una vez que el diablo había inspirado a


Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de
entregarle, sabiendo que el Padre había puesto todo en
sus manos y que él había salido de Dios y a Dios volvía,
se alzó de la mesa, se quitó el manto y, tomando una
toalla, se la ciñó. Luego vertió agua en una palangana y
se puso a lavar los pies de los discípulos y a enjugarlos
con la toalla que se había ceñido... Después de lavarles
los pies, tomar de nuevo sus vestidos y sentarse a la
mesa, les dijo: "¿Entendéis lo que he hecho con
vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís
bien, porque lo soy. Por tanto, si yo, que soy el Señor y
el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo,
para que hagáis vosotros como yo he hecho. En verdad,
en verdad os digo: no es el esclavo mayor que su señor,
ni el enviado mayor que quien le envía." Jn., 13, 1-16.

Incluso el pan ácimo experimenta aquí una importante


modificación, pues no es imposible que Cristo tomara pan
ordinario para significar su Cuerpo. Parece sugerirlo la
palabra artos, así como la fecha anticipada del banquete
pascual tomado por el Señor. Es radical el cambio que
introduce Cristo en los ritos de la fiesta de Pascua.
Trastorna el calendario y suprime los dos elementos
esenciales desde el punto de vista ritual: e¡ cordero y los
ácimos (lo cual tendrá como primera consecuencia
permitir que las comunidades cristianas celebren la fiesta
pascual todos los domingos), pero saca a plena luz el
contenido subyacente a tales ritos: la sangre expiadora y

 
 
 
liberadora del cordero sigue estando presente, pero bajo
la figura de un siervo y en el drama de una persona
humillada; sigue también presente la renovación
primaveral de la fiesta, pero bajo la forma de la "nueva"
alianza sellada con esa sangre, y, si los ácimos han
desaparecido, su contenido de novedad y de huida del
pasado continúa tan esencialmente incorporado al nuevo
rito de la Pascua que San Pablo puede aludir a él sin que
dé la impresión de que vuelve atrás:

Purificaos de la vieja levadura para ser masa nueva,


puesto que sois ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra
Pascua, Cristo. Celebremos, pues, la fiesta no con vieja
levadura, ni con levadura de malicia y perversidad, sino
con ácimos de pureza y de verdad. 1 Cor., 5, 7-8.

Este último pasaje expresa la nueva manera de celebrar


la Pascua: la actitud de espíritu de Cristo le ha permitido
personalizar la fiesta en su propio drama. Y la actitud de
espíritu que nosotros adoptemos al participar en ese
drama será asimismo el contenido de la fiesta: el rito de
los ácimos será nuestra renuncia al mal y nuestra nueva
alianza con Dios, al igual que el rito del cordero era Cristo
mismo. No obstante, el rito perdura en la celebración
cristiana de la Pascua:

Cada vez que comáis este pan y bebéis este cáliz,


anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Por
tanto, quien come el pan o bebe el cáliz del Señor
indignamente, tendrá que responder del cuerpo y de la
sangre del Señor. 1 Cor., 11, 26-27.

Esto quiere decir que, si la actitud de espíritu del fiel,


unida a la de Cristo-Siervo, es el contenido esencial de la
fiesta de Pascua, su rito no está menos presenté corno
presencia objetiva de Cristo y de su actitud de espíritu y
como levadura capaz de suscitar en nosotros la actitud
de espíritu correspondiente. Ha nacido así una nueva
manera de celebrar la Pascua, de suerte que el rito ya no
tiene el alcance mágico de antaño, ni siquiera el antiguo

 
 
 
alcance simbólico, sino que pasa a ser sacramento, es
decir, contiene el acto mismo de Cristo, objeto de la
fiesta, y, al mismo tiempo, el acto del fiel que renueva en
El la alianza eterna suscitada por el acto de Cristo.

8. UNA HOMILÍA PASCUAL CRISTIANA

Hemos advertido que la catequesis litúrgica apareció al


lado del rito en el momento en que éste abandonó su
simbolismo puramente natural para subir un grado en la
escala de espiritualización. Podemos suponer con razón
que esa catequesis litúrgica debió de alcanzar una
importancia mucho mayor cuando el rito dobló el cabo
del cristianismo y recibió el encargo de expresar y
realizar el nuevo acontecimiento de Cristo y la
correspondiente actitud de espíritu del fiel. Al parecer,
tenemos una gran suerte a este respecto, pues poseemos
una homilía del tiempo apostólico en los materiales de la
primera carta de San Pedro. Carta que ha sido analizada
recientemente y presentada como una composición que,
entre numerosos. materiales reproduce un pequeño
catecismo para la celebración de la noche pascual. Nos
bastará señalar los puntos más característicos del estudio
publicado por el P. Boismard, para descubrir a qué grado
de purificación había llegado la fiesta de Pascua y qué
exigencias concretas de vida suponía su celebración. Si
prescindimos del encabezamiento de la carta, añadido en
época tardía para incorporar la homilía al grupo de las
cartas del Nuevo Testamento, leeremos en primer lugar
una especie de himno introductorio a la Noche de Pascua,
que Boismard -basándose en otros textos paralelos,
como Tit., 3, 5-7- reconstruye de este modo:

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor en su


misericordia, el cual nos reengendró por la resurrección
de Jesucristo de entre los muertos para una esperanza
viva para una herencia incorruptible para una salud
pronta a manifestarse. 1 Pe., 1, 3-5.

 
 
 
Después de esta bendición de entrada, se leería el
capítulo 12 del Éxodo, lectura que se encuentra en todas
las liturgias pascuales de la época, en toda la Iglesia, y
que es ciertamente una herencia del judaísmo. Dicho
capitulo contiene el relato del acontecimiento judío y la
descripción del banquete pascual, que permite a los
judíos asimilarse el acontecimiento y hacerlo suyo. A
continuación, la primera carta de Pedro nos presenta
unos elementos que podrían formar el tipo de homilía
cristiana sobre esa lectura judía (1 Pe., 1, 13-21).
Homilía particularmente interesante porque nos revela
cómo desemboca el rito en una actitud de espíritu. He
aquí lo que resulta del rito de los lomos ceñidos, previsto
en el ceremonial del banquete (Ex., 12, 11):

Ceñíos, pues, los lomos de vuestro espíritu, permaneced


vigilantes, esperad plenamente en la gracia que os traerá
la revelación de Jesucristo. 1 P., 1, 13.

También el rito del cordero se espiritualiza 12, 5);

Sabed que habéis sido liberados de la vana conducta


heredada de vuestros padres, no con cosas corruptibles,
sino con una sangre preciosa como de un cordero sin
defecto ni mancha, Cristo, conocido antes de la creación
del mundo y manifestado en los últimos tiempos por
vuestra causa. 1 Pe., 1, 18-19.

La salida de Egipto y el culto que había que tributar a


Yahvé en el desierto (Ex., 12, 31) hallan también una
traducción espiritual: son el abandono de los ídolos y el
culto en espíritu y santidad:

Como hijos obedientes, no os conforméis a las


concupiscencias de antaño, del tiempo de vuestra
ignorancia. Antes bien, lo mismo que el que os llamó es
santo, sed santos vosotros en toda vuestra conducta,
según está escrito: "Sed santos, porque yo soy santo." 1
P, 1, 14-15.

 
 
 
El rito halla, pues, su cumplimiento en la actitud de
espíritu del cristiano. Pero esa actitud de espíritu es
provocada, a su vez, y desarrollada por el rito
sacramental. Según el P. Boismard, después de esta
homilía se administraba el bautismo a los nuevos
cristianos. Y, acto seguido, la explicación del misterio de
este sacramento era tema de otra homilía cuyo esquema
figuraría en la continuación de la epístola.

Tal homilía consta de dos dípticos: una breve catequesis


mistagógica y una exhortación moral. Analicemos, en
primer lugar, la catequesis:

Obedeciendo a la verdad, habéis santificado vuestras


almas para amaros sinceramente como hermanos. Con
corazón puro, amaos los unos a los otros sin desfallecer,
engendrados de nuevo de una semilla no corruptible, sino
incorruptible: la Palabra de Dios vivo y eterno... Como
niños recién nacidos, desead la leche espiritual no
adulterada, para que, por medio de ella, crezcáis en
orden a la salvación, si es que, al menos habéis gustado
cuán bueno es el Señor. 1 Pe., 1, 22~2, 3.

Esta exposición se centra, como vemos, en torno a las


ideas del nuevo nacimiento y del tránsito de lo corruptible
a lo incorruptible. Notemos la importancia que en este
nuevo nacimiento tiene la "Palabra", la cual es, a un
tiempo, la persona de Cristo y la del Espíritu en la
enseñanza de la Iglesia: el bautismo es "baño de agua
acompañado de una palabra", dirá un San Pablo (Ef, 5,
26) como para indicar dónde reside la originalidad del rito
cristiano; un rito, sí, pero acompañado de una palabra de
Dios y de una obediencia a esa palabra. La catequesis
prosigue entonces con una nota más eclesial: la
constitución del nuevo pueblo, en torno al sacrificio y al
sacerdocio espiritual:

Acercaos a él, piedra viva, rechazada por los hombres,


pero elegida por Dios, preciosa. Y vosotros, como piedras
vivas, servid para la construcción de un edificio espiritual,

 
 
 
para un sacerdocio santo, en orden a ofrecer sacrificios
espirituales, agradables a Dios, por medio de Jesucristo...
Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio regio, una
nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las
alabanzas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo y
que ahora sois el pueblo de Dios, que no habíais
alcanzado misericordia y que ahora la habéis alcanzado.
1 P, 2, 4-10.

La intención de este texto es mostrar que la Iglesia


hereda ciertos privilegios del pueblo judío: al
acontecimiento pascual de antaño, que aseguró al pueblo
semejantes privilegios, responde ahora la persona y el
misterio de Cristo, el cual eleva a la categoría de pueblo
a quienes se incorporan a su vida y se unen a él, piedra
fundamental, en el nuevo edificio. Notemos también la
importancia del tema del Espíritu: todo es "espiritual". La
fiesta de Pascua nos introduce en la realidad
escatológica, que se caracteriza precisamente por el don
del Espíritu. Nos hallamos aquí en plena continuidad con
el bautismo "según el Espíritu", que acaba de celebrarse.

Una vez terminada esta catequesis, se pasa a una


exhortación moral que procura aplicar a la vida de cada
día los temas del nuevo nacimiento y de la vida
espiritual. Se pasa revista a todas las categorías sociales
de los recién bautizados, con el fin de señalar en qué se
manifiesta el comportamiento social de los cristianos (1
Pe., 2, 11-3, 12). Concluye la celebración con un nuevo
himno que parece inspirado por el tema judío de los dos
caminos y que ha sido reconstruido como sigue:

Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los


humildes. Humillaos, pues, ante Dios y El os ensalzará.
Resistid al Diablo y huirá lejos de vosotros. Acercaos a
Dios y El se os acercará. 1 P, 5, 5-1 1.

Si se la toma demasiado sistemáticamente, la tesis del P.


Boismard y de otros exegetas que consideran esta carta

 
 
 
como una homilía pascual resultará tal vez inexacta.
Pero, en todo caso, hay que reconocer que esta
catequesis utiliza un número impresionante de
documentos parenéticos e himnológicos y que,
catalogando esos documentos, se descubre en ellos una
perfecta unidad con respecto a la fiesta pascual. Pero lo
que se desprende, sobre todo, de tales documentos es la
profunda "relectura" llevada a cabo en el medio cristiano
primitivo sobre ciertos elementos antiguos de la fiesta de
Pascua. En el centro de la celebración figura la persona
misma del Señor: es la Palabra que acompaña al rito,
Palabra que es "revelación" del plan de Dios en el rito y
que exige "obediencia" por parte del fiel.

9. CONCLUSIÓN

A la luz de lo que Dios ha hecho para realizar su Pascua


ideal, podríamos nosotros examinar nuestra manera de
celebrar la Pascua. ¿Nos situamos realmente en ese nivel
sacramental donde, en el rito, se une nuestra fe a la
actitud de Cristo, o bien nos contentamos con la emoción
suscitada por el simbolismo pascual... a menos que no
hayamos pasado todavía del simple recordatorio histórico
o nos hallemos en el rito de contenido mágico?

La cuestión merece ser planteada, y un profundo examen


de conciencia nos revelará tal vez que, si ciertas reformas
como las que Roma introdujo recientemente en la
Semana Santa y, más concretamente, en la Vigilia
pascual- no dan los frutos apetecidos o manifiestan cierta
inconsistencia, ello se debe principalmente a que
pastores y fieles no se han situado de verdad en el nivel
necesario. Es muy ilustrativo, a este respecto, seguir la
decadencia de la Pascua en la historia de la Iglesia,
examinando las sucesivas razones que la provocaron.
Durante los primeros siglos, la noche de Pascua está
dedicada esencialmente a los bautismos y a la eucaristía.
Nos hallamos en pleno ámbito sacramental: el rito
pascual, sea bautismal o eucarístico, moviliza a toda la
comunidad (y no sólo a los neófitos) en una actitud de

 
 
 
conversión, en una profesión de fe consciente y
comunitaria por la que todos expresan su deseo de unirse
a Cristo en su nueva vida de resucitado. La asamblea
había ayunado previamente para mejor unirse en la
aceptación de su muerte. Apenas si había en aquella
época otros ritos fuera de las sumarias ceremonias de los
sacramentos, y todo se centraba en la renovación interior
producida por esos sacramentos en conexión con el
acontecimiento pascual de Cristo. Pronto, sin embargo,
se inicia un segundo periodo en el que desaparecen los
bautismos de la Vigilia Pascual. Y entonces nacen dos
ritos de carácter más simbólico que propiamente
sacramental. Se amplía desmesuradamente la bendición
del agua, que sustituye a la administración del bautismo:
el agua como elemento simbólico reemplaza al
sacramento y al acto vital de conversión. Se da asimismo
una gran importancia a la bendición de la luz (cirio
pascual), precisamente en una época en que, por irse
anticipando cada vez más la vigilia, se podía prescindir de
luz. Es cierto que cabía la posibilidad, a partir de los
símbolos del agua y la luz, de proclamar el misterio
pascual, provocando la indispensable actitud de espíritu.
Pero ¿se pasó siempre de la posibilidad al hecho?

Un tercer periodo -coincidente, por lo demás, con el


anterior- procurará dar a los ritos un contenido histórico.
Se olvidará un poco que el rito actualiza el pasado para
reducirlo a simple recordatorio de ese pasado, de igual
modo que los primeros judíos celebraban la Pascua en
memoria de la liberación de Egipto. Por eso, se
"reproduce" la resurrección mediante la aparición
repentina del cirio pascual en las tinieblas del templo, se
reproduce la entrada de Cristo en Jerusalén mediante la
procesión de los ramos, se reproduce el lavatorio de los
pies. Una vez más, la catequesis, capaz de sacar fuego
de cualquier astilla, podría servirse de estos ritos
historicistas para llegar a lo esencial. Pero ¿llegó
realmente? ¿No provocó, por el contrario, con harta
frecuencia, algunas reacciones más emotivas que

 
 
 
auténticamente cristianas como, por ejemplo, esa
"imitación" de la pasión que es el viacrucis o el rito de
adoración de la cruz?

El último período hará descender el contenido ritual de la


Pascua a un nivel todavía inferior. Hay que encuadrar en
este momento el tema del fuego sacado de la piedra que
es Cristo (una forma de combatir ciertos ritos mágicos
semejantes del mundo germánico), los trocitos de cirio
pascual que tomaban los asistentes para llevárselos a
casa a modo de "sacramental" y que se han convertido
en los agnus Dei de nuestros días, la abundancia de agua
bendita el sábado santo, la interminable bendición de los
ramos, etcétera. ¿No nos da la impresión, al recorrer
sumariamente la historia de esta decadencia, de que es
la historia contada al revés de las sucesivas purificaciones
a que Dios sometió la fiesta judía de la Pascua a lo largo
del Antiguo Testamento? En cuanto a la feliz reforma de
la Vigilia Pascual, dependerá de la manera en que los
sacerdotes sepan adoctrinar a los fieles el que esa
reforma logre su objetivo, restableciendo una verdadera
fiesta pascual donde la renovación de Cristo se haga
presente en el seno de una comunidad que toma
conciencia de ello gracias a los sacramentos y que
renueva igualmente su fe y se convierte de nuevo para
acentuar su dignidad de hijos de Dios.

PRIMERA LECTURA
Evangelizar es testificar la resurrección de Jesús.
Ciertamente, esta evangelización se refiere a Aquel que
pasó su vida haciendo el bien y luchando por la liberación
de los oprimidos, pero no puede reducirse únicamente a
un proyecto de mera liberación intrahistórica.

 
 
 
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43.

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

Hermanos: Vosotros conocéis lo que sucedió en el


país de los judíos, cuando Juan predicaba el
bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me
refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la
fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien
y curando a los oprimidos por el diablo; porque
Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en


Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un
madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo
hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que
él había designado: a nosotros, que hemos comido
y bebido con él después de su resurrección.

Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne


testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de
vivos y muertos. El testimonio de los profetas es
unánime: que los que creen en él reciben, por su
nombre, el perdón de los pecados.

Palabra de Dios

COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA


Hch 10. 34a. 37-43

1. TESTIGO/APOSTOL

Tenemos aquí un compendio de la predicación de Pedro.


Vemos en sus palabras cómo describe la actividad de
Jesús siguiendo el esquema que hallamos en el evangelio
de Mc, subrayando que la cosa comenzó en Galilea.
Destaca igualmente los rasgos característicos del segundo

 
 
 
evangelio: Jesús, ungido por Dios con la fuerza del
Espíritu, pasa haciendo bien, esto es, curando a los
enfermos y liberando a los oprimidos por el diablo.
Sabemos que Mc recogió en su evangelio la catequesis de
Pedro. Así lo atestigua, ya en el año 130, Papías de
Hierápolis.

Pedro está convencido de lo que dice. No habla de lo que


le han contado, sino de lo que él mismo ha visto con sus
propios ojos.

Pero él no es el único testigo; Pedro habla solidariamente


con todos los apóstoles: "Nosotros somos testigos..." En
sentido estricto, "apóstol", es el testigo cualificado, elegido
por Dios para proclamar que Jesús de Nazaret, el mismo
que fue crucificado en Jerusalén, es ahora el Señor que ha
resucitado. Por eso, únicamente puede ser "apóstol" un
hombre que haya conocido a Jesús, que haya vivido con él
a partir del bautismo en el Jordán y hasta su ascensión a
los cielos: cuando los apóstoles buscaron un sustituto que
ocupara en el Colegio de los Doce el lugar del traidor, lo
eligieron entre aquellos que conocieron a Jesús
personalmente (Hch 1. 21-26). El testimonio de los
apóstoles puede resumirse en estas palabras: Jesús es el
Cristo, el Señor.

Hay, pues, una identidad entre el Cristo predicado y el


Jesús histórico, y esta misma identidad constituye la
sustancia de la fe cristiana.

Jesús es el Señor, el juez de los vivos y muertos; pero es


también el rostro humano del amor de Dios: en él se ha
manifestado que Dios nos ama y nos perdona. Pedro
invoca el testimonio unánime de los profetas para
anunciarnos la gran noticia: que todos sin distinción
alguna, podemos recibir el perdón de Dios si creemos que
Jesús es el Señor. El evangelio es el anuncio de la muerte
y resurrección de Jesús y, en consecuencia, el anuncio del
perdón de Dios a todos los que creen en el nombre de
Jesús. El evangelio es siempre evangelio de reconciliación.

 
 
 

2.

El cap. 10 de los Hechos señala un momento crucial en la


vida de la Iglesia primitiva por sus consecuencias. Es el
primer encuentro con un pagano. Lucas no ha inventado el
hecho, aunque lo ha enriquecido y acomodado. Del relato
que circulaba en la comunidad, Lucas deduce dos
conclusiones fundamentales: 1ª. Dios ha mostrado que
hay que admitir a los paganos sin imponerles la ley
mosaica; 2ª. Pedro, por voluntad de Dios, acepta la
hospitalidad de un incircunciso-pagano. En el trasfondo
está la problemática de las relaciones entre judío-
cristianos y pagano-cristianos. La interpretación de la
visión había hecho comprender a Pedro que no debía
preocuparse por la impureza legal (Hech 10, 10-16). Lucas
quiere dejar muy claro que acoger a los paganos en la
Iglesia, sin las obligaciones de la ley judía, no es obra ni
de Pablo, ni de Pedro sino de Dios.

Según la concepción hebrea de la muerte y sepultura, el


anuncio de la resurrección, al tercer día, tenía su
importancia en orden a la realidad de la muerte y de la
resurrección. Para el autor de los Hechos no es una
determinación temporal, sino una afirmación histórico-
salvífica.

Hay que separar los elementos que son expresión de la


concepción del mundo de la época de Jesús y considerar la
Pascua como un acontecimiento que está en relación con
nuestra historia, pero que la supera. El resucitado se hace
presente en este mundo, pero no pertenece ya a este
mundo. Así los evangelistas no pueden describir el proceso
que ha seguido la resurrección (=el modo de la
resurrección), sino sólo el hecho de las apariciones.

Si bien las narraciones de la resurrección sirven para


explicar y hacer comprensible la Pascua, sin embargo no
son relaciones de lo que aconteció. Son predicación y

 
 
 
profundización teológica. La resurrección no es
directamente objeto de la ciencia histórica. Es realidad
trascendente. Los discípulos llegan a la fe por las
apariciones, no por el sepulcro vacío.

1-3.

Este quinto discurso de Pedro en Hechos es, en sus


detalles, estructura y estilo una composición de Lucas,
pero presenta los temas básicos de la predicación cristiana
primitiva, del "kerigma" como suele decirse.

En este anuncio lo esencial es el acontecimiento pascual,


aunque "la cosa haya empezado en Galilea". La referencia
rápida a la vida de Jesús sirve para introducir y razonar el
acontecimiento central. No se puede separar la muerte de
Jesús de toda su vida anterior, como si fuera algo mágico
o inesperado, sino provocado por la misión de Jesús contra
los poderes del mal encarnados en los personajes
concretos de su tiempo. Los oprimidos que Jesús ayuda no
son sólo victimas del "diablo", sino del mal producido por
los hombres, simbolizado en esa figura, pero que no ha de
despistar al lector.

A Jesús lo matan los hombres (nótese el "lo mataron" del


v. 39) y, en contraposición Dios lo resucita. Es decir, le da
la razón y se la quita a los poderosos que lo han
ejecutado. La resurrección es el Sí de Dios a la forma de
vivir de Jesús en favor de los oprimidos y contra los
opresores. No conviene ideologizar ese suceso quitándole
su fuerza polémica y su significado de condena del mal en
el mundo. La resurrección es la proclamación de la
liberación.

No es sólo algo positivo para Jesús, sino para todos los


hombres. Ni sólo una esperanza, sino un juicio sobre la
situación del mundo. Ni del mundo sólo de entonces. Una
forma de "quitarle hierro" a la resurrección es referirla sólo

 
 
 
a los judíos, contra los que se yergue el Resucitado. En
realidad es condena de toda opresión y mal humanos. Y
un grito de esperanza liberadora para todos los que ahora
viven.

4.

Nos encontramos ante uno de los varios discursos,


construidos por Lucas, para presentar el anuncio de la
primitiva Iglesia. Es paralelo a otros que nos encontramos
en este libro. Reproducen los puntos fundamentales del
anuncio, pero están construidos libremente por Lucas.

En este párrafo destaca: 1) la realidad terrestre de Jesús,


la referencia a El como base de lo demás. Aunque se nos
escapen detalles de esa historia, es imprescindible para
apoyar todo el resto; 2) anuncio de la muerte, también
histórica y real del propio Jesús. Hay una alusión a los
actores de esa muerte, no mítica o casual, sino provocada
por su actividad anterior; 3) sobre todo el anuncio de la
Resurrección de Cristo, atestiguada por los propios
apóstoles. Es el acontecimiento sobre el que se basa el
anuncio y la verdad de Jesucristo para nosotros. No se
puede disminuir en lo más mínimo; 4) dimensión
salvadora de todos estos hechos. No son puro recuerdo de
algo pasado, sino ofrecimiento y realidad de la salvación
de Dios, de su comunicación con el hombre que se abre a
esta accción de Dios en la historia. La muerte y la
resurrección nos constituyen, si nos abrimos a ella, en una
relación diferente con Dios que recibe el nombre de
salvación que es más que el mero perdón de pecados. Es
la vida total de Dios en nosotros.

5.

Es la hora del testimonio. Es la hora de los testigos. Para


empezar, nadie mejor que Pedro, el que siguió a Jesús

 
 
 
paso a paso desde el principio, desde lo de Galilea y el
bautismo de Juan. Lo siguió paso a paso, menos en uno.
Pero este fallo también formará parte de su testimonio.
Pedro conoce bien a Jesús y toda su historia, que ahora
cuenta a la familia de Cornelio.

Este testimonio de Pedro es un modelo de predicación


kerigmática, centrada en el anuncio de la salvación que
nos viene de Cristo, el que encarnó entre nosotros la
presencia de Dios, el que estaba ungido por el Espíritu, el
que pasó como un meteoro de luz y alegría, el que fue
apagado por los hombres, pero Dios lo devolvió a la luz y
se ha convertido en la estrella viva de la mañana.

Mirar esta estrella, creer en este Ungido, eso es la Pascua,


una fiesta de liberación. Creer en el Cristo de Dios es
nuestra alegría y nuestra vida, es perdón y reconciliación,
es paz y principio de vida eterna.

6.

Lectura: Hechos 10,34a.37-43. Nosotros hemos comido y


bebido con él

La lectura es un fragmento del c.10 que narra la


predicación de Pedro ante un prosélito romano: el
centurión Cornelio en Cesarea. Es la primera vez que el
mensaje cristiano sale del círculo estrictamente judío en
sus diferentes grupos religiosos. Pedro se centra en el
anuncio kerigmático típico de los múltiples discursos del
libro de los Hechos: 1 / Cristo ha muerto y ha resucitado;
2 / la Escritura, los profetas en este caso, ya lo
anunciaban; 3/ nosotros somos testigos de todo lo
sucedido; 4 / cambiad de vida, aceptad la fe en Cristo y
bautizaos.

Dios es protagonista absoluto: ha guiado a Jesús con su


Espíritu, lo ha resucitado, ha dejado que lo vieran aquellos

 
 
 
que él ha querido, y ha encargado a los discípulos la
predicación de su mensaje. La resurrección de Cristo es,
pues, don de Dios para el pueblo, empezando por los
judíos e incluyendo a los paganos.

El salmo responsorial nos presenta la contraposición entre


la piedra desechada y la piedra escogida como angular. La
muerte aparente es vida en realidad. Y por eso mismo, es
obra de Dios. "Es el Señor quien lo ha hecho..." En la línea
de la lectura anterior, Dios es el único protagonista.

SALMO RESPONSORIAL
Sal 117,1-2. 16ab-17. 22-23

R/. Este es el día en que actuó el Señor:


sea nuestra alegría y nuestro gozo. [o, Aleluya]

Dad gracias al Señor porque es bueno,


porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

La diestra del Señor es poderosa,


la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.

La piedra que desecharon los arquitectos,


es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

SEGUNDA LECTURA

 
 
 
El cristiano, por el hecho de tener ya asegurada su
resurrección, no puede conformarse con los valores
puramente terrenos e históricos, sino que debe estar
constantemente proyectado hacia esa zona superior,
donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Si los
cristianos ofreciéramos únicamente una esperanza de
liberación terrena, engañaríamos al pueblo.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los


Colosenses 3,1-4.

Hermanos:

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los


bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a
la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba,
no a los de la tierra.

Porque habéis muerto; y vuestra vida está con


Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo,
vida nuestra, entonces también vosotros
apareceréis, juntamente con él, en gloria.

Palabra de Dios.

O bien puede sustituirse por la siguiente:

SEGUNDA
LECTURA

Los cristianos no pueden contentarse con la vejez y


decadencia de un mundo que se cree orgullosamente
autosuficiente; al contrario, deben poner en juego su
imaginación para captar y producir los nuevos modos y
maneras de transformar el mundo.

 
 
 

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los


Corintios 5,6b-8.

Hermanos:

¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda


la masa? Barred la levadura vieja para ser una
masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha
sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así,
pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja
(levadura de corrupción y de maldad), sino con los
panes ázimos de la sinceridad y la verdad.

Palabra de Dios.

SECUENCIA

Ofrezcan los cristianos


ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado


que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte


en singular batalla

 
 
 
y, muerto el que es Vida,
triunfante se levanta.

¿Qué has visto de camino,


María, en la mañana?
-A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.

Primicia de los muertos,


sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate


de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Amén. Aleluya.

COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA


Col 3. 1-4

1. BAUTISMO

La resurrección no es sólo lo que sucedió una vez en


Cristo, sino lo que ha de suceder en nosotros por Cristo y
en Cristo. Más aún: en cierto sentido, es lo que ya ha

 
 
 
sucedido por el bautismo. Ha sucedido radicalmente, en la
raíz, pero ha de manifestarse aún en sus consecuencias,
en los frutos.

Porque ya ha sucedido en nosotros, es posible la nueva


vida; porque todavía no se ha manifestado, es necesario
dar frutos de vida eterna. Nuestra vida se mueve entre el
"ya" y el "todavía-no".

Hay, por lo tanto, un camino que recorrer y un deber que


cumplir. Estamos en ello, en el paso o trance de la
decisión. Hay que elegir, y nuestra elección no puede ser
otra que "los bienes de arriba". Lo cual no significa que el
cristiano se desentienda de los "bienes de la tierra", si ello
implica desentenderse del amor al prójimo. Pues los
"bienes de arriba", es decir, lo que esperamos, es también
la transformación por el amor del mundo en que
habitamos.

Lo que ha sucedido visiblemente, es decir, en la


expresividad del símbolo bautismal, y en la interioridad del
espíritu, no ha cambiado aparentemente la vida de los
bautizados, pues la auténtica vida está escondida con
Cristo en Dios. Cristo, ascendido al cielo, es "nuestra vida"
(sólo participando de la manera de ser de Cristo
resucitado, podemos vivir de verdad).

Cuando Cristo aparezca, se mostrará en él nuestra vida y


entonces veremos lo que ahora somos ya radicalmente,
misteriosamente.

Entonces aparecerá la gloria de los hijos de Dios y la


nueva tierra. Mientras tanto, la creación entera está ya en
dolores de parto esperando la manifestación de los hijos
de Dios (/Rm/08/19-22). Buscar las cosas de arriba es
también llevar a plenitud las cosas de abajo.

2.

 
 
 
La comunidad de Colosas, tras un momento inicial de
desarrollo, está en crisis. La causa hay que buscarla en el
fuerte influjo ambiental de la filosofía; 2,8. El autor
presenta los elementos de este mundo como peligrosos
poderes angélicos que quieren determinar el orden
cósmico y el destino de cada uno de los hombres. Hacer
caso de estos elementos es separarse de Cristo; 2,10. Las
prácticas que se insinúan son caracterizadas como
ejercicios ascéticos de procedencia judaica.

El texto de hoy abre la parte parenética de la carta y es


como el fundamento de la ética o comportamiento
cristiano. Contrapone las cosas de arriba a las de abajo. La
diferencia sustancial entre el anuncio de la filosofía y el del
evangelio radica en la relación histórica que determina el
fundamento de la ética cristiana. A la concepción dualista
del mundo no contrapone una metafísica cristiana sino una
realidad histórica: Cristo crucificado, resucitado y
glorificado. Hay una identidad total entre el Cristo
glorificado y el Cristo crucificado.

Por tanto el paso de lo de "abajo" a lo de "arriba" no se


realiza por prácticas ascéticas, gnosis o misterios, sino por
la confesión de fe en Cristo Jesús.

La contraposición entre las cosas de arriba y las de abajo


ha influido fuertemente en la teología y en la piedad
cristiana, y ha dejado a un lado con frecuencia la realidad
de la vida. Basta recordar algunos textos de oraciones,
incluso litúrgicas. Buscar las cosas de arriba no significa
despreciar los bienes de la tierra para poder amar los del
cielo. La responsabilidad del progreso material no se
puede separar de la moral cristiana. La piedad ha valorado
excesivamente algunas prácticas destinadas a mortificar el
cuerpo para liberar el alma.

 
 
 
3. BAUTISMO/MUERTE/VIDA/NUEVA

Estos cuatro versículos de la carta a los de Colosas


cabalgan entre la parte de la carta en polémica con las
falsas doctrinas -de la que sería al final- y la exhortación a
lo que debe ser realmente la vida cristiana.

Pablo nos define primeramente al cristiano como aquel


que, al bajar a las aguas bautismales "murió", y salió de
ellas "resucitado con Cristo" a una nueva vida. Si ésta es
la realidad fundamental del creyente, todo su modo de
pensar y de actuar debe acomodarse a ello: "buscad los
bienes de allá arriba". El bautismo, la unión con Cristo
resucitado, marca para el cristiano la orientación
fundamental de su vida. Y se trata de una vida que camina
hacia una plenitud y que está llamada a crecer
continuamente.

4.

Este texto aparece en el contexto de la nueva vida en


Cristo. Es insistir una vez más en la fuente de donde ella
brota y en las consecuencias que tiene. Subraya la
dimensión salvadora de la Resurrección, porque no otra
cosa es la vida que Cristo resucitado nos da a quienes
estamos unidos con él.

Por un lado, se hace la afirmación fuerte de lo ya sucedido


a quien por la fe y el bautismo, la vida en la iglesia, ha
establecido relación íntima y total con Cristo. Unión que es
también, y sobre todo, por el amor a Él y a los hombres.
El autor de Colosenses llega a afirmar una resurrección del
cambio que produce en la vida esta unión con el
resucitado. De ahí surge la motivación de cualquier
conducta del cristiano.

La unión con Cristo lleva necesariamente consigo una


forma de vivir acorde con eso que se es. Por otro lado,

 
 
 
también hay un recuerdo del "todavía no". La vida poseída
está escondida. Aún no se vive en todas sus consecuencias
de gozo, seguridad, imposibilidad de perderla. También
por ello cabe la esperanza. Pero en algo que ya se tiene,
no en algo sólo futuro.

5. BAUTISMO/VIDA-NUEVA:

Por su bautismo, los cristianos penetran en el campo


abierto de una nueva vida. Lo que ha sucedido en ellos
socialmente y en la interioridad de su espíritu ha de
acreditarse ahora manifestándose en una vida orientada
hacia Dios. Primero es siempre el indicativo evangélico:
"Habéis resucitado con Cristo", y sobre este hecho se
funda después el imperativo de la Nueva Ley: "Buscad las
cosas de arriba".

Sin embargo, aparentemente, nada ha cambiado para los


cristianos que han sido bautizados: Cristo, "nuestra vida"
(porque sólo participando de la manera de ser de Cristo
resucitado podemos vivir), ha sido elevado al cielo y
sentado a la diestra del Padre y, así, está ahora oculto a
nuestros ojos carnales. En la Parusía se manifestará la
gloria de Cristo y con ella también nuestra vida escondida
ahora en Dios. Entonces veremos claramente lo que ahora
ya somos misteriosamente y contra todas las apariencias:
resucitados con Cristo e incluso sentados por él a la
diestra del Padre (Ef. 2, 5).

6.

No sólo Cristo ha muerto y resucitado, también nosotros.


No es que resucitaremos, sino que estamos resucitados.
Lo que quiere decir que Cristo no sólo resucitó sino que
resucitó para mí y que resucita en mí. Cristo vive y vive en
mí. Dicho de manera insuperable: «Cristo, vida nuestra».

 
 
 
Lo que pasa es que todo esto aún está muy «escondido en
Dios». Pero algún día se manifestará gloriosamente.
Mientras tanto, dejémonos atraer por Cristo, tendamos a
él, aspiremos a él, vivamos para él, y no para las cosas del
mundo. Toda esta vida de consumo no es vida.

Leemos este texto pensando en el bautismo. En él fuimos


sumergidos, muriendo en Cristo, y por él resucitamos en
Cristo. «Cuando nos bautizaron nos llevaron a enterrar. En
el mismo momento quedasteis muertos y nacisteis» (SAN
CIRILO DE JERUSALEN). El bautismo es tumba y seno.

7. /Col/03/01-17 CV/BAUTISMO/VCR

Pablo considera al creyente como un hombre que ha


muerto con Cristo a los elementos del mundo y ha
resucitado juntamente con él. En esta misma línea aborda
lo que hoy llamaríamos el compromiso cristiano. Este,
como tal, lo es para la vida. Es decir, el creyente se ha
comprometido a vivir de distinta forma que vivía antes.
Creer implica, pues, descubrir esta nueva manera de vivir,
llamada globalmente vida cristiana, como algo posible -si
lo quiere- para el que cree. La vida cristiana, sin embargo,
no se desarrolla por sí misma sin más, sino que, de hecho,
se encuentra continuamente acechada por fuerzas hostiles
que la obstaculizan y que anidan en el propio hombre. Es
decir, el creyente, pese a su buena voluntad y a la
atracción que pueda sentir por su nueva manera de vivir,
no se ve -por eso sólo- liberado de los obstáculos a la hora
de ser consecuente en sus decisiones con aquello que ha
creído y ha visto. Por eso, lo que llamamos conversión es
en realidad una tarea de toda la vida. Cristiano no será,
pues, el hombre convertido, sino, más exactamente, el
que nunca cesa de convertirse. Así se entiende la intención
de Pablo de despertar esta conciencia en los creyentes:
buscad, desead lo que es de arriba, no lo que es de la
tierra.

 
 
 
Es evidente que, en la vida de un hombre que busca y
desea efectivamente lo que es de arriba, las inevitables
inconsecuencias no merecen sino comprensión y
benevolencia. Ambas están presentes -aunque no
explícitas- en el trasfondo del texto del Apóstol, el cual
sabe muy bien que no se dirige a cristianos perfectos.
Además es consciente de que a él no se le ha concedido
juzgar a nadie. Su enseñanza no busca tampoco el
perfeccionamiento de instituciones y estructuras. La
doctrina de Cristo, tal como él la entiende, busca al
hombre concreto y real, del que aquéllas tienden a
adueñarse, para abrirle caminos de libertad. Juntamente
con Cristo, a Pablo se le ha revelado el hombre.

8.

«Cristo, vida nuestra». La fe en Cristo resucitado no es


sólo una convicción de que Jesús vive, es una experiencia
de que Cristo es vida nuestra, que Cristo alienta nuestra
vida, que nos hace resucitar. No sólo creemos que Cristo
resucitó, sino que Cristo está resucitando en mí, en su
Iglesia.

Este texto es una catequesis bautismal. Todo bautizado


muere y resucita con Cristo. Por eso, debe empezar a vivir
una vida nueva, una vida resucitada. Hay que buscar "los
bienes de arriba", no los de la tierra; los valores
auténticos, no los del consumo. Hay que alzar la puntería,
porque Cristo está arriba.

Vida nueva. En la noche bautismal de Pascua todo era


nuevo: el fuego, la luz, el agua, los vestidos, la levadura.
Empezamos una vida nueva.

9. /Col/03/1-17

 
 
 
Evidentemente, hay una cierta exigencia lógica entre lo
que cada uno cree y su propio comportamiento. En eso se
apoya el razonamiento de Pablo en relación a los
creyentes cuando les dice: «Por tanto, si habéis resucitado
con Cristo, buscad lo de arriba...; estad centrados arriba,
no en la tierra» (vv 1s). Sin embargo, la inteligencia de lo
que el Apóstol dice y el esfuerzo para vivir en consonancia
con ello tropiezan con un escollo. Y tal escollo reside en
que la vida no se presenta aquí como dice la doctrina; es
decir, el creyente -pese a haber sentido que ha resucitado
con Cristo- sigue sujeto a la muerte, como cualquier otro
hombre, y vive atraído por todas las cosas de la tierra. En
otras palabras: la fe no cambia la realidad que el hombre
ve. La fe dice que la realidad no es como se presenta, pero
no hace que se muestre como dice que es.

Sin embargo, la enseñanza evangélica no cesa de hablar al


hombre de una nueva manera de vivir que, si quiere,
puede hacer realidad en sí mismo, ya que la vida, ante
todo, sólo se da en la propia intimidad de cada uno. En
este sentido, Pablo le dice que, aunque no pueda extirpar
los deseos terrenos, sí puede -en su interior- oponerse al
deseo de poseer las cosas de la tierra, ahorrándose las
preocupaciones que comporta cualquier ley de posesión.
La lógica de la recomendación de Pablo tiene un aspecto
indiscutible: al poner de manifiesto la caducidad de
cualquier posesión y, por tanto, su falta de sentido, revela
que, a fin de cuentas, nada de aquí abajo vale la pena. Se
trata de la muerte, que para el hombre significa la
caducidad efectiva de todo. Es verdad que la comprensión
que uno pueda tener de la muerte no parece bastar por sí
sola para moverlo a vivir según el evangelio. Ahora bien:
tal vez tampoco lo es siquiera la esperanza de una
glorificación con Cristo en el futuro, dado que la opacidad
de la misma muerte borra también cualquier certeza y
seguridad. Todo eso hace pensar que probablemente sólo
aquellos que libremente se empeñan en vivir según lo que
creen pueden decir si realmente vale la pena. Y no en el
otro mundo, sino ya ahora.

 
 
 

EVANGELIO
María Magdalena, Pedro y Juan no eran unos visionarios,
sólo constataban los hechos escuetos. Ahora bien, estos
hechos no demostraban la resurrección de Jesús. Ellos
llegaron a creer porque aceptaron la llamada invisible de
Dios. Dios no suele hablar en medio del bullicio del
fanatismo religioso.

En lugar de este evangelio puede leerse el de la Vigilia


Pascual. Cuando se celebra la misa por la tarde, también
puede leerse en ella el evangelio Lc 24,13-35, como en el
III Domingo de Pascua.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20,1-9.

El primer día de la semana, María Magdalena fue al


sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y
vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el


otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo:

-Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos


dónde lo han puesto.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del


sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro
discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó
primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas
en el suelo: pero no entró.

 
 
 
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en
el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario
con que le habían cubierto la cabeza, no por el
suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio
aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que


había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la


Escritura: que él había de resucitar de entre los
muertos.

Palabra del Señor

COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 20. 1-9

1.

"El había de resucitar de entre los muertos"

También en los relatos pascuales el evangelio de Juan


presenta notables diferencias respecto a los evangelios
sinópticos, si bien es probable que parta de tradiciones
comunes, que, no obstante, han pasado por la criba de la
teología propia del círculo juánico.

En las palabras de María Magdalena resuena


probablemente la controversia con la sinagoga judía, que
acusaban a los discípulos de haber robado el cuerpo de
Jesús para así poder afirmar su resurrección. Los
discípulos no se han llevado el cuerpo de Jesús. Más aún,
al encontrar doblados y en su sitio la sábana y el sudario,
queda claro que no ha habido robo.

 
 
 
La carrera de los dos discípulos puede hacer pensar en un
cierto enfrentamiento, en un problema de competencia
entre ambos. De hecho, se nota un cierto tira y afloja: "El
otro discípulo" llega antes que Pedro al sepulcro, pero le
cede la prioridad de entrar. Pedro entra y ve la situación,
pero es el otro discípulo quien "ve y cree".

Seguramente que "el otro discípulo" es "aquel que Jesús


amaba", que el evangelio de Juan presenta como modelo
del verdadero creyente. De hecho, este discípulo,
contrariamente a lo que hará Tomás, cree sin haber visto
a Jesús. Sólo lo poco que ha visto en el sepulcro le
permite entender lo que anunciaban las Escrituras: que
Jesús no sería vencido por la muerte.

2. TUMBA-VACIA:

Ninguno de los discípulos se esperaba la resurrección de


Jesús. Puede notarse el simbolismo de la escena del
sepulcro vacío: Jesús se ha "desatado" de los lazos del
reino de la muerte; en cambio, Lázaro tiene que ser
"desatado" para poder caminar (para seguir a Jesús). Esto
es lo que "ve", desde la fe, el Discípulo amado, y con él, la
comunidad. Es el hoy del resucitado.

3. DISCIPULO-ANONIMO:

Algo, sin embargo, me parece importante destacar a


propósito del discípulo a quien Jesús quiere y que nunca
tiene nombre propio.

Esta falta de nombre no parece obedecer a un recuerdo de


modestia del autor para evitar referirse a sí mismo
(interpretación anecdótica), sino a la intención del autor
de englobar a todos y cada uno de los creyentes en Jesús,
incluidos los que no han conocido a Jesús según la carne,
como diría Pablo. Por eso este discípulo no puede tener un

 
 
 
único nombre propio. Su nombre es el tuyo y el mío, que
este día de Pascua creemos en Jesús resucitado y
experimentamos en nosotros el amor de Jesús resucitado.

4.

Texto. María hace una constatación en el sepulcro y


comunica su interpretación a dos discípulos (vs, 1-2). Los
dos discípulos inspeccionan por separado el sepulcro,
llegando a conclusiones distintas (vs, 3-8). Comentario
editorial explicando el presupuesto desde el que se había
llevado a cabo la inspección (v. 9).

Pre-texto. Isaías 26, 19-21: "¡Vivirán tus muertos, tus


cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que
habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz y la
tierra de las sombras parirá. Anda, pueblo mío, entra en
los aposentos y cierra la puerta por dentro: escóndete un
breve instante mientras pasa la cólera. Porque el Señor va
a salir de su morada para castigar la culpa de los
habitantes de la tierra: la tierra descubrirá la sangre
derramada y no ocultará más a sus muertos".

Sentido del texto. María va al sepulcro poseída por la falsa


concepción de la muerte; cree que la muerte ha triunfado;
busca a Jesús como un cadáver. Su reacción, al llegar, es
de alarma y va a avisar a Simón Pedro (símbolo de la
autoridad) y al discípulo a quien quería Jesús (símbolo de
la comunidad). Las dos veces que hasta ahora han
aparecido juntos ambos (cfr. Jn. 13, 23-25; 18, 15-18), el
autor ha establecido una oposición entre ellos dando la
ventaja al segundo. Es lo mismo que vuelve a hacer en
este relato y que volverá a hacer en 21, 7. El discípulo
amado llega antes (v. 4) y cree (v. 8); Pedro, en cambio,
llega más tarde (v. 6) y de él no dice que creyera. Correr
(CORRER/SIMBOLO) más de prisa es imagen plástica para
significar tener experiencia del amor de Jesús.

 
 
 
Pedro no concibe aún la muerte como muestra de amor y
fuente de vida. En el atrio del sumo sacerdote había
fracasado en su seguimiento de Jesús (cfr. Jn. 18, 17. 25-
27); el otro discípulo, en cambio, siguió a Jesús (cfr. Jn.
19, 26). De esta manera, puede ahora marcar el camino a
la autoridad en la tarea, común a ambas, de discernir a
Jesús y encontrarse con él; corriendo tras la comunidad es
como podrá la autoridad alcanzar su meta. Ambas,
autoridad (Pedro) y la comunidad (discípulo amado)
habían partido de la misma no-inteligencia, de la misma
obscuridad, del mismo sepulcro. Ni Pedro ni el otro
discípulo habían entendido, cuando partieron, el texto de
Is. 26, 19-21. Pero el otro discípulo, al ver, creyó, captó el
sentido del texto: la muerte física no podía interrumpir la
vida de Jesús, cuyo amor hasta el final ha manifestado la
fuerza de Dios.

5. CRUZ/TRONO.

Contexto. Jesús ya ha transmitido el espíritu (cfr. Jn. 19,


30). De ahí que el que no nazca de arriba no puede ser del
Reino (cfr. Jn. 3, 3). Arriba es la cruz. El espíritu es el
amor capaz de dejarse matar por los demás. En el cuarto
evangelio la cruz es trono y gloria: es la hora del triunfo
de Jesús, pues pone de manifiesto quién es Jesús. La cruz
expresa un estilo, un talante de vivir y de ser.

Sentido del texto. Este estilo, este talante, son una tarea
ardua y difícil, pues pasa inevitablemente por la
experiencia aniquiladora del que vive ese espíritu. En el
relato de Juan, María Magdalena adquiere la función de
recordar y hacer viva esta experiencia: "Se han llevado del
sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". En
el relato de Juan no hay ángeles ni mensajes pascuales.
Para Juan, el mensaje pascual y el triunfo de Jesús están
en la cruz. La resurrección de Jesús es su amor a prueba
de la propia vida. Es este amor el que ha roto la muerte,
porque, al amar al máximo, Jesús se ha encontrado con la

 
 
 
potencia viva del Padre, que es sólo amor. Esto requiere
un gran esfuerzo de credibilidad (fe), porque es un desafío
a las reglas elementales de lo empírico.

De los dos personajes que corren al sepulcro en el relato,


sólo uno rompe el reto de lo empírico. El discípulo amado
"vio y creyó" (v. 9). Una vez más, Pedro no capta la
situación. De él sólo se dice que vio, pero no que creyó.
Pedro todavía no ha entendido que vivir es amar. Pedro
todavía no posee el espíritu que Jesús transmite. No lo
poseerá hasta más adelante (cap. 21) y entonces sólo
gracias a este discípulo amado que le ayudará en la ardua
y difícil tarea de creer (cfr. Jn. 21, 7). De ser cierto lo que
fundadamente dicen algunos exégetas de que el discípulo
amado simboliza en el cuarto evangelio a la comunidad
cristiana, habrá que restituir hoy para la comunidad
cristiana el protagonismo que el autor del cuarto evangelio
quiso darle.

6.

María ha visto que el sepulcro está abierto y corre adonde


están los discípulos, pero sólo puede hacer una banal
constatación: "Se han llevado del sepulcro al Señor". María
piensa en ladrones de cadáveres. Es verdad que aún no ha
despertado del todo y no es un modelo de creyente: a
pesar de lo cual, para los tiempos venideros será la
iniciadora, la que presintió las secretas promesas del
cuerpo sin vida que ella tanto amó.

Pero aún le queda camino por recorrer. Primero necesita


escuchar el testimonio oficial de la Iglesia, el que da Pedro
y para el que el príncipe de los apóstoles reunió todas las
pruebas: las vendas por el suelo, y en un lugar aparte, el
sudario cuidadosamente doblado. Son unas pruebas
silenciosas, pero ¿acaso no es el tiempo de recogimiento,
en que cada objeto adquiere el valor de signo visible que
remite a lo invisible? La ausencia del cuerpo no es,

 
 
 
ciertamente, la prueba de la resurrección; es el indicio de
que el poder glorificador del Espíritu no ha olvidado el
cuerpo.

Juan es el último en llegar al final del camino. Ve las


vendas, pero no las hace caso. En efecto, su mirada se ha
vuelto ya hacia el interior; si revuelve algo, es en sus
recuerdos y en su corazón. El vino de las bodas, el templo
purificado, Lázaro...

Otros tantos presentimientos de lo posible, de un


insospechado orden de las cosas. Un sepulcro abierto y
unas vendas, una mujer y dos hombres para interpretar...
Todo es ordinario y cotidiano, pero todo tiene valor de
signo. "Vio y creyó"

SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO


Jn 20,1-9: ¿Qué necesidad tienes de lo que no amas?
-Dámelo

Hoy se ha leído la resurrección del Señor según el


evangelio de San Juan y hemos escuchado que los
discípulos buscaron al Señor y no lo encontraron en el
sepulcro, cosa que ya habían anunciado las mujeres,
creyendo, no que hubiera resucitado, sino que había sido
robado de allí. Llegaron dos discípulos, el mismo Juan
evangelista -se sobreentiende que era aquel a quien
amaba Jesús- y Pedro con él; entraron, vieron solamente
las vendas, pero ningún cuerpo. ¿Qué está escrito de Juan
mismo? Si lo habéis advertido, dice: Entró, vio y creyó (Jn
20,8). Oísteis que creyó, pero no se alaba esta fe; en
efecto, se pueden creer tanto cosas verdaderas como
falsas. Pues si se hubiese alabado el que creyó en este
caso o se hubiera recomendado la fe en el hecho de ver y
creer, no continuaría la Escritura con estas palabras: Aún
no conocía las Escrituras, según las cuales convenía que

 
 
 
Cristo resucitara de entre los muertos (Jn 20,9). Así, pues,
vio y creyó. ¿Qué creyó? ¿Qué, sino lo que había dicho la
mujer, a saber, que habían llevado al Señor del sepulcro?
Ella había dicho: Han llevado al Señor del sepulcro y no sé
dónde lo han puesto (Jn 20,2).

Corrieron ellos, entraron, vieron solamente las vendas,


pero no el cuerpo y creyeron que había desaparecido, no
que hubiese resucitado. Al verlo ausente del sepulcro,
creyeron que lo habían sustraído y se fueron. La mujer se
quedó allí y comenzó a buscar el cuerpo de Jesús con
lágrimas y a llorar junto al sepulcro. Ellos, más fuertes por
su sexo, pero con menor amor, se preocuparon menos. La
mujer buscaba más insistentemente a Jesús, porque ella
fue la primera en perderlo en el paraíso; como por ella
había entrado la muerte, por eso buscaba más la Vida. Y
¿cómo la buscaba? Buscaba el cuerpo de un muerto, no la
incorrupción del Dios vivo, pues tampoco ella creía que la
causa de no estar el cuerpo en el sepulcro era que había
resucitado el Señor. Entrando dentro vio unos ángeles.
Observad que los ángeles no se hicieron presentes a Pedro
y a Juan y sí, en cambio, a esta mujer. Esto, amadísimos,
se pone de relieve, porque el sexo más débil buscó con
más ahínco lo que había sido el primero en perder. Los
ángeles la ven y le dicen: No está aquí, ha resucitado (Mt
28,6). Todavía se mantiene en pie llorando; aún no cree;
pensaba que el Señor había desaparecido del sepulcro. Vio
también a Jesús, pero no lo toma por quien era, sino por
el hortelano; todavía reclama el cuerpo de un muerto. Le
dice: «Si tú le has llevado, dime dónde le has puesto, y yo
lo llevaré (Jn 20,15). ¿Qué necesidad tienes de lo que no
amas? Dámelo». La que así le buscaba muerto, ¿cómo
creyó que estaba vivo? A continuación el Señor la llama
por su nombre. María reconoció la voz y volvió su mirada
al Salvador y le respondió sabiendo ya quien era: Rabi,
que quiere decir «Maestro» (Jn 20,16).

 
 
 
Hoy celebramos la Pascua, "la fiesta de las fiestas",
porque es el día de la resurrección del Señor. Por esto,
hoy, cielos y tierra cantan el aleluya, expresión de alegría
que significa "alabad al Señor", antiguo grito de alabanza
litúrgica heredado del culto israelítico.

Celebramos hoy -después de escuchar esta pasada noche


el anuncio pascual- el hecho central de nuestra fe: que
Cristo, tal como decimos en el Símbolo de la fe, después
de su crucifixión, muerte y sepultura, "resucitó al tercer
día".

-Pascua es un acto de fe: Cristo es el Viviente

Con una conciencia clara de que no podemos agotar el


contenido de esta fiesta de hoy, que continuamos -como
en una sola y única fiesta- durante toda la cincuentena
pascual, hasta Pentecostés, repasemos las tres lecturas
bíblicas de esta celebración.

Y, en primer lugar, el evangelio, que nos invita a dejarnos


penetrar por la luz de la fe ante el hecho del sepulcro vacío
de Jesús.

Este hecho desconcertó primeramente a las mujeres y a


los mismos Apóstoles, pero después entendieron su
sentido: aceptaron un hecho histórico y comprendieron su
sentido de salvación a la luz de las Escrituras. El cuerpo de
Jesús, muerto en la cruz, ya no estaba allí. Pero no porque
hubiera sido robado, sino porque HABÍA RESUCITADO.
Aquel Cristo a quien habían seguido era el VIVIENTE; en El
triunfaba la vida; en El se anticipaba el "Día del Señor", en
el que los mejores israelitas esperaban la resurrección de
los muertos. Cristo era el vencedor de la muerte: "Victor
mortis".

Sí, la Pascua nos pide sobre todo un gran ACTO DE FE.


Creemos que Cristo vive; creemos que es nuestro
Redentor, el Redentor del hombre y de todo hombre que

 
 
 
no lo rechaza; creemos que en Cristo tenemos la Vida
verdadera...

-Pascua es una transfiguración de nuestra vida

Cristo resucitó por todos nosotros. El es la primicia y la


plenitud de una humanidad renovada. Su vida gloriosa es
como un inagotable tesoro, que todos estamos llamados a
compartir desde ahora.

Mediante el bautismo, su presencia se ha compenetrado


con nuestro ser y nos da ya ahora, germinalmente, la
gracia de nuestra futura resurrección. El pasaje de la Carta
a los Colosenses que leemos en la misa de hoy es una
reminiscencia de una homilía bautismal y nos sitúa muy
bien en el sentido de esta fiesta para nosotros: "Ya que
habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá
arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios..."

En Cristo todo adquiere un sentido nuevo. Por esto en la


Pascua, como nos recuerdan a menudo las homilías de
aquellos grandes obispos de los primeros siglos llamados
"Padres de la Iglesia", se alegran a la vez el cielo y la
tierra; los ángeles, los hombres y la creación entera:
porque todo está llamado a ser transfigurado, a ser
liberado de la esclavitud del pecado y a compartir la gloria
del Señor Resucitado. Si nuestra fe es sincera, nuestra
alegría pascual tiene que ser profunda y contagiosa.
Pascua nos pide amar la vida más que a nadie.

-Pascua es un compromiso de testimonio

Sin la resurrección de Cristo no se habrían escrito los


Evangelios ni existiría la Iglesia. Los Apóstoles fueron,
antes que nada, testigos de la resurrección de Jesús, como
vemos hoy escuchando la predicación de Pedro, leída en la
primera lectura de esta misa del día de Pascua.

Aquel mismo testimonio, que ha sido como un fuego que


ha ido dando calor a las almas de los creyentes hasta hoy,

 
 
 
llega en este año de gracia hasta nosotros. No nos reúne
nada más. Seamos conscientes de que no tenemos otro
objetivo, en nuestra convocatoria de hoy y de cada
domingo -¡todo el año es como una celebración pascual!-
que acoger el don de Dios Padre en el Cristo Viviente y
transmitir este mensaje a las nuevas generaciones. Sean
cuales sean las dificultades, éste es nuestro deber más
sagrado: transmitir la BUENA NOTICIA DE QUE, EN
CRISTO, LA VIDA HA VENCIDO A LA MUERTE, como glosa
poéticamente la secuencia de la misa. Digamos al mundo
hoy, día santo de Pascua, y todo el año que:

"lucharon vida y muerte


en singular batalla
y, muerto el que es Vida,
triunfante se levanta".

(Secuencia de Pascua)

50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE


RESURRECCIÓN
1-9

1.

A veces es útil hacerse preguntas. Y hoy, en este solemne


y glorioso día de Pascua, al iniciar la gran fiesta de los
cristianos -la gran fiesta de la fe- podría ser oportuno
preguntarnos si sabemos exactamente lo que creemos. No
quisiera ofender a nadie. Quisiera únicamente que todos
hoy nos interrogáramos sinceramente para que así
podamos celebrar bien estas siete semanas de fiesta
cristiana que es el tiempo pascual. Y, para celebrarlo bien,
es necesario que sepamos bien qué creemos.

-¿Qué es ser cristiano? ¿El cristiano, es el hombre que


cree en Dios? Sí, pero no es necesario ser cristiano para
creer en Dios: hay millones de creyentes que no son

 
 
 
cristianos (y no únicamente en países lejanos; también
entre nosotros).

¿El cristiano, es aquel que cree en una vida que no


termina con la muerte? Sí, pero tampoco es exclusiva
nuestra creer en la pervivencia: también hay hombres que
esperan otra vida sin ser cristianos.

¿El cristiano, es el hombre que cree en la necesidad de


cierto tipo de comportamiento, basado en el amor, en la
justicia, en la verdad...? Sí, pero -una vez más- debemos
reconocer que no es necesario ser cristiano para creer en
la exigencia de un camino de amor, de lucha por la
justicia, de búsqueda de la verdad... Hay muchos hombres
-incluso no religiosos- que de hecho procuran vivir así.

Todas estas preguntas no definen lo que es nuestra fe.


Pero tampoco basta decir que el cristiano es aquel que
quiere inspirar su vida en la palabra y en el ejemplo de JC.
Ciertamente, el cristiano -como dice la misma palabra- se
define en relación, en referencia con Cristo. Pero para
nosotros, Jesús no es únicamente un maestro, un ejemplo.
Nuestra fe nos pide un paso más, un paso de una
importancia -y no lo escondamos: de una dificultad-
decisiva.

La pregunta sobre nuestra fe tiene una respuesta precisa y


concreta: ser cristiano es creer en la resurrección de JC.
Quien tiene esta fe -con todas sus consecuencias- es
cristiano; quien no cree en la Resurrección, no puede
llamarse cristiano (por más que pueda ser un hombre
admirador de Jesús o un hombre religioso o un hombre
justo). Ser cristiano no pide nada más ni nada menos que
esto: creer que Jesús de Nazaret, después de seguir su
camino de anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios,
para ser fiel a ello hasta el extremo, aceptó el camino de
la cruz con una fe, con un amor, con una esperanza total.
Y que por ello Dios Padre le resucitó, es decir, le comunicó
aquella plenitud de vida que Él había anunciado,

 
 
 
constituyéndole así Señor -es decir, criterio y fuente de
vida-, para todos los que creyeran en Él.

Pero hagamos un paso más. Hagámonos otra pregunta:


¿Cómo los que creemos en JC resucitado, vivo, vivimos
nosotros vinculados a su vida? Y la respuesta será: la
consecuencia de nuestra fe en JC vivo, es que nosotros
creemos que su Espíritu -aquel Espíritu de Dios que dicen
los evangelios que estaba en él- está en nosotros.

El tiempo de Pascua debe significar para los cristianos un


progreso en esta fe en el Espíritu de JC que penetra,
ilumina, fortalece, nuestro camino. Porque es gracias a
que el Espíritu Santo está presente en mí, en ti, en cada
uno de nosotros, que yo, tú, todos nosotros, estamos
injertados, vinculados con JC resucitado.

El error de los cristianos muy a menudo es éste: nos lo


queremos arreglar solos, porque olvidamos el Espíritu de
Dios que está en nosotros, como estaba en los primeros
cristianos. Repitámoslo: creer en la Resurrección de JC -
esto que define nuestra fe- es lo mismo que creer que
tenemos en nosotros su Espíritu. El camino no lo hacemos
solos: el camino es el Espíritu quien lo hace en nosotros.

Y si ésta es nuestra fe, ésta es también la causa de


nuestra alegría. Por eso, la Pascua es tiempo de alegría,
de fiesta, de abrirnos sin miedo a la vida de Dios. De ahí
que ahora, como hemos hecho en la celebración de
anoche, en la solemne Vigilia Pascual, renovemos nuestro
compromiso bautismal de lucha contra todo mal, de fe en
el Padre que es amor, en el Hijo que es nuestro camino,
en el Espíritu que está presente y vivo en nosotros.

Renovación de nuestra fe que es renovación de vida y


llamada a la alegría.

2. CINCUENTENA:

 
 
 
-La gran fiesta que dura 50 días

Hermanas y hermanos: hoy es la gran fiesta cristiana, la


mayor de todas. Una fiesta tan fiesta que no tenemos
bastante con un día para celebrarla: por eso la Pascua
dura nada menos que 50 días, siete semanas, hasta la
Pascua de Pentecostés (que significa precisamente
"cincuenta"). Y todo como una sola y única y gran fiesta.

En realidad, es la única fiesta de los cristianos porque es la


que celebramos también cada domingo. Y es normal que
así sea porque la Pascua significa aquello que ES EL
NÚCLEO, LA RAÍZ Y LA FUERZA DE LA FE CRISTIANA: la
gran afirmación de que Jesucristo ha resucitado, está
plenamente vivo, es el triunfador de la muerte y de todo
mal. Es la gran afirmación de nuestra fe y es una
afirmación no para guardarla -como en el congelador para
que se conserve- sino para sembrarla en lo más vivo de
nuestra vida para que la renueve, penetre y transforme.
Porque si Jesucristo vive, vive para nosotros y en
nosotros.

Ayer por la noche la comunidad cristiana se reunió para


aquella VIGILIA expectante que desemboca en el canto
jubiloso del aleluya: la vigilia pascual, la más importante
de las reuniones cristianas del año. Y allí los cristianos que
pudieron asistir, renovaron su COMPROMISO BAUTISMAL -
como haremos nosotros en esta misa- para expresar
sencillamente esto: queremos compartir la muerte y
resurrección de Cristo, es decir, LUCHAR contra todo lo
que hay de mal en nosotros y en el mundo, ABRIRNOS A
LA VIDA que es de Dios, que nos enseñó Jesús de Nazaret,
que siembra en nosotros el Espíritu Santo.

-Pedro nos explica qué es la Pascua

Para entender y vivir más esta realidad central de nuestra


fe, podríamos fijarnos unos momentos en la 1. Lectura
que hemos leído. Es un resumen de la fe y de la
predicación de la PRIMERA COMUNIDAD cristiana. En las

 
 
 
palabras de san Pedro encontramos los ASPECTOS
PRINCIPALES de la afirmación de la fe. Es decir, de lo que
es la Pascua. Esquemáticamente podríamos decir que
encontramos tres aspectos.

1) En primer lugar la INICIATIVA, la acción gratuita y


amorosa de Dios. Pedro insiste en que es Dios quien nos
dio a Jesús de Nazaret, quien lo consagró con su Espíritu y
su fuerza de verdad y amor. Jesucristo pasó haciendo el
bien (dice san Pedro) y liberando del mal "porque Dios
estaba con él". Pero la acción de Dios se MANIFESTÓ
SOBRE TODO RESUCITANDO A JESÚS, no permitiendo que
el mal y la muerte triunfara sobre Aquél que se había
entregado totalmente al bien y a la vida.

2) Esta acción de Dios sigue eficaz y actual hoy para


nosotros.

JC está vivo y está con nosotros, por gracia, por obra de


Dios. Pero NOSOTROS TENEMOS QUE RECONOCERLO,
tenemos que descubrir su presencia. Y éste es el segundo
aspecto que es preciso entender.

De nada nos serviría crecer y repetir que JC ha resucitado


si no sabemos QUIÉN ES JC Y QUÉ es para nosotros. JC
resucitado es el mismo Jesús de Nazaret que nos
presentan los evangelios. El mismo que dijo: "YO SOY LA
FUENTE del agua de vida que brotará dentro de vosotros";
"Yo soy LA LUZ que guía hacia la vida y vosotros también
tenéis que ser luz que guíe"; "Yo soy la RESURRECCIÓN y
la vida, y el que crea en mí nunca morirá"; "Yo soy EL REY
y mi misión es dar testimonio de la verdad". Aquella
verdad que es simplemente: Dios es amor.

3) Este es JC para nosotros, en nosotros. Es necesario que


lo encontremos, lo reconozcamos, en el evangelio y en
nuestra vida. Y es preciso también (es el tercer aspecto
que subraya san Pedro) QUE LO VIVAMOS, QUE DEMOS
TESTIMONIO de él, que lo anunciemos. Es nuestra misión
de cristianos, de Iglesia en el mundo. Una misión que es

 
 
 
lucha por la verdad y el amor, por el Reino de Dios. Una
misión que es un camino difícil, doloroso (como el de JC),
pero que conduce HACIA LA PLENITUD de vida que la
Resurrección de JC inicia y anuncia. Por eso es una lucha y
un camino de esperanza e incluso de fiesta.

Expresamos en la eucaristía de hoy estos tres aspectos de


la Pascua: damos gracias al Padre por su constante acción
amorosa y fecunda: reconocemos a JC vivo en nosotros,
revelador y comunicador de la vida de Dios; pedimos ser
más fieles a esta vida siempre nueva y para todos, que
nos permite abrirnos sin miedo a la alegría, a la lucha, a la
esperanza, a la fiesta.

3.

Hoy no es un domingo cualquiera: HOY ES PASCUA. Si


cada domingo celebramos la resurrección del Señor, hoy la
celebramos con mayor solemnidad junto con su Pasión.
Rebosa tanto de sentido, lleva consigo tanto gozo el
domingo de Pascua, que NECESITAREMOS CINCUENTA
DÍAS para celebrarlo debidamente. Es el tiempo pascual, o
la cincuentena pascual, que va desde la fiesta de hoy
hasta domingo de Pentecostés, estos cincuenta días que
son como un solo y único día festivo, como un gran
domingo.

-"Dios lo resucitó al tercer día... Nosotros somos


testigos..." Este es el anuncio de Pedro en casa de
Cornelio: "Dios lo resucitó al tercer día": Pedro y los
demás discípulos nos dan testimonio. Podemos tenerlo por
muy seguro. No pecan en absoluto de ilusos o mentirosos:
¡BASTANTE LES COSTO creérselo! Primero, no se fían
nada de unas mujeres visionarias. Luego, comprueban con
sus propios ojos que efectivamente el sepulcro está vacío.
Pero no descartan la sospecha de que alguien se haya

 
 
 
llevado el cuerpo del Señor. Y así, entre dudas y miedos,
recordando las palabras del Maestro y leyendo de nuevo
las Escrituras, avanzan hacia la luz. Hasta que llega LA
PRUEBA DEFINITIVA, LA DE LA AMISTAD, LA DEL AMOR:
se sientan a la mesa con él. Sí, Jesús de Nazaret, el hijo
del carpintero, el que fue ungido con el Espíritu Santo y
con poder, que pasó por el mundo haciendo el bien y
terminó colgado en un patíbulo, a éste, ¡DIOS LO HA
RESUCITADO! Nadie lo ha visto con los ojos de la carne,
pero él no está en el lugar donde lo pusieron y por el
contrario se ha aparecido, no a todo el pueblo, sino a unos
testigos que Dios había designado.

Nosotros creemos que Jesús resucitó porque UNOS


HOMBRES, unos sencillos pescadores, NOS LO HAN DICHO
Y LO HAN RUBRICADO con su sangre. Y porque, después
de ellos, muchos otros cristianos han vivido y han muerto
por esta misma causa durante veinte siglos.

Nosotros estamos ahora aquí porque, habiendo sido


BAUTIZADOS en esta fe, que es la de la Iglesia,
QUEREMOS EXPERIMENTARLA una vez más y proclamarla
en todo el mundo y TRANSMITIRLA, eslabones de la
tradición, a las gene- raciones que vendrán.

-Nosotros también somos testigos Eso es lo que


deberíamos poder anunciar también nosotros, después de
esta celebración, después de cada celebración, convertidos
en apóstoles y evangelistas actualizados. Teniendo muy en
cuenta que, si somos capaces de afirmar de palabra y de
confirmar con las obras la resurrección de Jesús, es
porque también nosotros hemos sido resucitados con él
por la fuerza del Espíritu.

-Debemos ser HOMBRES DE ESPERANZA. No se puede


andar por el mundo con cara de angustias y profetizando
calamidades. Debemos mantenernos, a pesar de todo, en
un optimismo insobornable, hecho a prueba de amor y de
muerte. Como el de Juan XXIII. Muy realista pero lleno de
buen humor. Jesús, el martes de Pascua, comía arenques

 
 
 
con sus amigos junto al mar de Tiberíades. Debemos estar
al lado de los jóvenes y de los hombres de buena voluntad
que luchan por un mundo mejor. La salvación del hombre
y de la humanidad no es una utopía. El amor y la vida
triunfarán. Cristo ha vencido al pecado y la muerte.

-Debemos entrar sin miedo "en el sepulcro de Dios" que es


EL MUNDO MODERNO -tan secularizado, tan vacío de Dios
aparentemente- para descubrir en él, contrastando los
hechos con la Escritura, la presencia y la ACCIÓN DEL
RESUCITADO. Juan llegó primero al sepulcro, pero fue
Pedro el primero que entró y creyó. No tenemos que
esperar que la jerarquía vaya siempre por delante; pero sí
tenemos que esperar su palabra y que, dejándose de
seguridades demasiado humanas, fiándose bastante más
del Espíritu, acepte también ella el riesgo de la fe.

-(MISA/DO)Debemos tomarnos en serio LA MISA DE CADA


DOMINGO, no como un precepto religioso que hay que
cumplir, como una mera ceremonia que nos puede
justificar por sí misma, sino como el lugar y el momento
privilegiado de nuestro encuentro semanal con el Señor,
encuentro que nos ayudará a renovarnos en nuestro
compromiso bautismal, a no perder nunca de vista el
horizonte de la trascendencia en el atareamiento por las
cosas temporales, a distinguir "los bienes de arriba" de
"los bienes de la tierra", puesto que "allá arriba" es "donde
está Cristo, sentado a la derecha de Dios". Deberíamos
convertir siempre nuestra reunión dominical, y más
especialmente en este tiempo, en una auténtica fiesta
desbordante de alegría, que prefigurase el banquete del
Reino.

Dispongámonos, pues, a CELEBRAR la Pascua del Señor, a


hacer la experiencia del Señor resucitado. El está aquí con
nosotros. No lo vemos pero está. ¡Claro que está! Como
estamos nosotros mismos. Sólo nos falta darnos cuenta,
RECONOCERLO, intimar con él.

 
 
 
Lo acabamos de escuchar, nos sentamos con él a la mesa.
En virtud del pan y del vino, también nosotros podemos
decir que "hemos comido y bebido con él". Y entonces
NUESTRA VIDA será como la de Jesús, y NUESTRO
TESTIMONIO como el de los apóstoles.

4. FIESTA

Celebramos la Resurrección de Cristo. Celebramos nuestra


propia resurrección, es decir, el hecho que hemos sido
transformados en Nuevas Criaturas. Nuestra alegría
consiste en que lo más profundo de nuestra persona, lo
más íntimo, ese reducto que nadie ni nada puede llenar
satisfactoriamente, se ha encontrado con Dios mismo.

Y este encuentro tiñe toda nuestra vida, nuestra relación


con los demás, y la ofrecemos, pobremente pero con
inmensa confianza a todos los hombres y a todas las
situaciones. Hoy es un día que debemos, como nunca,
hablar desde nuestra fe.

Pero debemos hacerlo también de la forma más realista,


más inmediata, más sobria. Porque hemos de hablar de
nuestra Fiesta real y concreta, a los hombres reales y
concretos. Hoy se tiene que levantar la voz de la
comunidad creyente con la misma sencillez y con la misma
fuerza que tuvieron aquellas palabras: "Vosotros conocéis
lo que sucedió...". Jesús "nos encargó predicar al pueblo,
dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado
juez de vivos y muertos".

¿A quién predicamos esto? ¿A quién invitamos a la Fiesta?


Predicamos e invitamos a los hombres -comenzando por
nosotros mismos- que están en la lucha, en los afanes, en
los logros y los reveses de su concreta vida. Proclamamos
una fiesta distinta de la vacación, del descanso o del

 
 
 
desvarío. Proclamamos una fiesta que se refiere a lo más
sagrado que el hombre tiene en sí.

Proclamamos la fiesta siendo conscientes de que muchos,


muchísimos hombres son heridos en su intimidad.
Proclamamos la fiesta sintiendo en nuestra carne y en la
de los hermanos los límites de nuestra condición.

Para muchos hoy la fiesta cristiana es un contrasentido o


una utopía. Muchos cristianos, incluso, se desalientan y no
son capaces tampoco de afirmar la alegría de la Buena
Nueva. Pero si la fiesta desapareciese, si no fuésemos
capaces de celebrar, si creyésemos que todo se había de
resolver en la horizontalidad de nuestras experiencias, la
Iglesia no sería ya el lugar de comunión de todos los
hombres y cada uno de nosotros habría perdido la
posibilidad de entrar en comunión con los demás.

La Fiesta cristiana de la Resurrección que se celebra cada


domingo y especialmente en éste es el descubrimiento de
que en lo más escondido de nuestra intimidad hay una
salvación. Es el descubrimiento en cada uno de nosotros
que la realidad de nuestra vida ha sido esencialmente
transfigurada por el HECHO de la Resurrección de Cristo.

La Fiesta cristiana es una convocación a aquello que


tenemos en común. Esa soledad última, esa pregunta que
nadie sacia, esa inquietud, si se quiere, que no nos deja
descansar, esa búsqueda de sentido, ese anhelo por el
bien en cualquiera de sus formas, esa razón que buscamos
al dolor, al envejecimiento, al impulso por vivir
dignamente... a esto nos convoca la Fiesta.

Sentirse transformado porque Cristo ha dado sentido


salvador a todo, porque nos hace pasar por el valle oscuro
de la existencia y de la muerte y nos conduce más allá de
toda lágrima, es ponerse en situación de fiesta.

La resurrección de Cristo ha vencido los poderes


demoníacos que hay en el fondo de nuestro ser: esos

 
 
 
desalientos y agresividades, esa búsqueda de lo inmediato
y de lo egoísta, esa maldición de tener que morir. Y...
cuando esto se descubre en la fe de un acontecimiento
que es presente, se juega, se baila, se canta y se celebra.
Se está en Fiesta.

Jugar en vez de apostar. Esperar en vez de maldecir.


Amar en vez de odiar. Creer en vez de "saber". Vivir la
alegría de que "todo era verdad". La verdad de Jesús de
Nazaret. Esa verdad que cambia todo sin cambiar nada.
Sobre todo que nos hace cambiar a nosotros y nos
impulsa a decir a todos que la alegría es una realidad que
disuelve y asume todos nuestros dolores. Hoy sabemos
que nuestra fe se mide por la capacidad de fiesta como
iremos viendo en los domingos que vienen.

5.

Se abrió el mar en dos mitades, y un pueblo de esclavos lo


atravesó "a pie enjuto". Este pueblo comenzó a vivir en
libertad.

He aquí la pascua de Israel. He aquí la fiesta de la


liberación que año tras año celebran los judíos hasta
nuestros días.

Se abrió una tumba de par en par, y el que había muerto


bajo el poder de Poncio Pilato resucitó: la muerte no pudo
tragarlo, y la tumba quedó vacía. Esta es nuestra pascua:
éste es el paso de la muerte a la vida: ésta es en verdad
para todos los cristianos la gran fiesta de liberación. Año
tras año, domingo tras domingo, la celebraremos.

No hay pascua sin ruptura: no hay resurrección sin


ruptura: no hay libertad sin ruptura. ¿Continuismo? El que
padece la esclavitud no puede continuar, si quiere llegar a
la libertad. En algún momento decisivo tiene que dar el
paso hacia delante, ha de saltar, ha de romper; pues sólo

 
 
 
es posible llegar a la libertad, en libertad. Y esto vale para
el hombre, para cada hombre, en la historia de su vida, y
para el pueblo, para cada pueblo, en su larga biografía.
Hay que dejar al faraón que se hunda con sus caballos en
el Mar Rojo. La libertad está en la otra orilla.

Es cierto que los hombres y los pueblos viven en la


tradición, y aun de la tradición; pero la tradición de los
hombres que aman la libertad no puede ser otra que la
memoria inapreciable de todos los hechos de
emancipación. Cualquier otra tradición que no sea ésta es
un fardo inútil que retrasa la marcha, una trampa, un lazo
que nos hace caer en el pasado, una tentación que nos
hace volver el rostro para que nos convirtamos en
estatuas de sal.

La verdadera tradición cristiana, en la que estamos y en la


que entramos por el bautismo, es la memoria subversiva
de la muerte y resurrección de Jesús. Memoria subversiva
sí, porque es la memoria que nos subleva ante cualquier
tipo de esclavitud y mantiene despierta la conciencia de la
vocación a la libertad de los hijos de Dios; pues para esto,
para que vivamos en libertad, Cristo ha levantado la losa
de la tumba y ha dejado abierto el camino a nuestra
esperanza.

En el principio de esta tradición hay unos hombres que


perdieron el miedo a la muerte. Son los testigos, los
apóstoles. Para ellos la experiencia pascual fue
ciertamente liberadora: Desató su lengua cuando estaban
callados como muertos, desató sus pies cuando estaban
acorralados por el miedo a los judíos, irguió su esperanza
cuando estaban abatidos, les abrió el sentido de las
escrituras cuando éstas se hallaban herméticamente
cerradas a su comprensión... Y estos hombres liberados
salieron por las calles y plazas y por todos los caminos del
mundo a predicar con valor el anuncio y la denuncia del
evangelio. Es verdad que la fe en la resurrección del Señor
no podrá evitar que Pedro y Pablo sean encadenados, pero
¿quien ha podido encadenar ya el evangelio? ¿Quién podrá

 
 
 
detener ya la esperanza, una vez desatada? Pues hay una
promesa pendiente que se ha de cumplir no obstante y a
pesar de todo. Dios es fiel y no defrauda a sus testigos:
"Si Cristo no ha resucitado, somos los más desgraciados
de los hombres; pero ¡Cristo ha resucitado!" He aquí la
adversativa que nadie puede dominar. "¡Si Cristo ha
resucitado, también nosotros resucitaremos!" La
resurrección, la pascua, es irreversible. Porque es un paso
hacia delante. Cristo no resucita para volver a morir. La
resurrección de Cristo no es el mito del eterno retorno:
vivir para morir, morir para vivir, y vuelta a empezar. No,
la resurrección es un hecho histórico, el hecho mayor de
toda la historia de la salvación o de la liberación. No tiene
que ver nada con un suceso de la naturaleza. Por eso es
siempre una ruptura, pues el que resucita no vuelve ya a
las andadas.

En este sentido nos dice Pablo: "Ya que habéis resucitado


con Cristo, buscad los bienes de allá arriba...; aspirad a
los bienes de arriba, no a los de la tierra". Pero ¡cuidado!,
la fe en la resurrección no pone a los creyentes en una
órbita extraterrestre, no puede dispararlos más allá de las
realidades de este mundo. Es decir, no puede privarnos de
la responsabilidad de alumbrar con dolores de parto la
nueva tierra en la que habita la justicia. La resurrección es
una ruptura respecto al pecado del mundo, respecto a las
estructuras injustas o formas de este mundo que pasan;
pero es una vinculación y un compromiso con la esperanza
de toda la creación que suspira para que un día se
manifieste, al fin, la gloria de los hijos de Dios.

6. JESÚS/PRIMOGENITO

Jesús murió: ¿Cabía esperar otra cosa? Y si no cabía


esperar nada más que la muerte de Jesús, porque era un
hombre, y si no podemos los hombres esperar otra cosa
que la muerte..., ¿qué sentido tiene la vida? ¿Es el hombre
un ser para la muerte? Y, en este supuesto, ¿qué puede

 
 
 
ser la historia de la emancipación del hombre, sino una
pasión inútil, al fin y al cabo? Pues la muerte no vencida,
el último enemigo, es la gran necesidad a la que van a
parar todas las libertades.

Los idealistas esperan que llegue un día a florecer la


revolución final y traiga consigo la cosecha de la sociedad
deseada. Los idealistas esperan, y luchan..., y mueren por
la justicia, por la paz y por la libertad de todos. Pero ¿qué
justicia, qué paz y qué libertad habrá aquel día -si es que
llega- para los que ya murieron y sacrificaron su vida a tan
grandes ideales? Rehabilitar el nombre de los mártires y
rescatar su memoria -"¡hermano, no te olvidamos!"- no es
hacerle justicia. Entonces ¿qué? Entonces, nada; nada
para los que ya murieron. Valga, pues, el refrán: "el
muerto al hoyo y el vivo al bollo", y disfruten los vivos de
la plusvalía de los muertos. ¿Cinismo? En absoluto, es el
único realismo si no hay resurrección.

Pero Cristo ha resucitado: Así lo confesaron los Apóstoles.


Cuando todo parecía que había terminado en una tumba
como siempre, hallaron la tumba vacía y anunciaron que
había sucedido lo imposible y lo nunca visto: que Jesús, el
justo, había sido rehabilitado por Dios, él mismo y no sólo
su memoria; que Jesús de Nazaret, juzgado por el
Sanedrín y ejecutado bajo el poder de Poncio Pilato, él
mismo y no otro, había resucitado.

No entenderíamos este mensaje si pensáramos que la


resurrección no es más que la continuación en el mundo
de la causa por la que él vivió y murió. No lo
entenderíamos si creyéramos que Jesús, por su muerte
ejemplar, en vez de pasar de la muerte a la vida pasó de
la vida a la historia, como se dice de los "inmortales".

-Primogénito de los muertos: La resurrección de Jesús fue


para los Apóstoles, y es para los creyentes, un paso
adelante y no un retroceso. Jesús no resucitó como
Lázaro, para volver a morir. La resurrección auténtica de

 
 
 
la muerte, el paso definitivo del reino de la necesidad al
reino de la libertad.

Y así derribó Jesús, de una vez por todas, el muro de la


desesperación. Ya hay camino hacia la nueva humanidad,
porque ha sucedido lo imposible y ahora todo es posible
con la gracia de Dios. Porque ha nacido en el mundo una
esperanza contra toda esperanza, contra la muerte que
todo lo mortifica. La acción y la pasión de los que luchan y
esperan no será confundida, pues todos los dolores del
mundo son ahora dolores de parto. Jesús encabeza el
triunfo de la vida, es el primogénito: si él ha resucitado,
también los que luchan y mueren como él resucitarán.

RS/REVOLUCION: La resurrección de Jesús es la señal de


que Dios ha decidido llevar a cabo la gran insurrección de
todos los que fueron explotados hasta el límite de la
muerte. A diferencia de las revoluciones humanas, que no
redimen a los muertos, la revolución de Dios en Jesucristo
es verdaderamente radical y universal. Y esto nos permite
a los creyentes sentirnos solidarios en una misma lucha no
sólo con las generaciones futuras, sino también con las
generaciones pasadas.

-Testigos de la resurrección: Creer en la resurrección de


Jesús no es sólo tener por cierto que resucitó, sino
resucitar con él.

Porque es vencer, ya en esta vida, por la esperanza la


desesperación de la muerte. La fe en la resurrección de
Jesús es la única fuerza que puede disputar a la muerte su
dominio. La muerte es el último enemigo y el arma más
poderosa de todos los enemigos del hombre. El poder de
la muerte se anuncia en el hambre, las enfermedades, la
explotación, la marginación, las injusticias... y todo cuanto
mortifica a los hombres y a los pueblos. Creer en la
resurrección de Jesús es sublevarse ya contra ese dominio
de la muerte.

 
 
 
7.

La Resurrección no es un mito para cantar lo que siempre


sucede, el eterno retorno de la naturaleza o el proceso
interminable de continuadas reencarnaciones, un volver a
la vida para volver a morir desesperadamente... Tampoco
es una "historieta piadosa" nacida de la credulidad y de la
profunda frustración de un puñado de discípulos, ni un
hecho histórico hundido en el pasado y sin actualidad y
vigencia para nosotros. La Resurrección de Jesús se
presenta como un acontecimiento que sucede una sola vez
y, por lo tanto, una vez por todas: El que murió bajo
Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado de
entre los muertos, Jesús vive ya para siempre y no vuelve
a morir.

Ciertamente no se trata aquí de un hecho documentado


históricamente ni tan siquiera documentable -la "tumba-
vacía" no es una prueba histórica irrefutable de la
Resurrección, los incrédulos pueden hallar otras hipótesis
más "razonables" y plausibles-, no es un hecho que pueda
ser objeto de una investigación histórica como las
campañas de Julio César o el incendio de Roma. Pero
aunque no puede ser registrado por una cámara
fotográfica, es un acontecimiento real y verdadero para el
creyente y para cuantos se dejan sorprender por la acción
imprevisible de Dios. No queremos decir, sin embargo,
que la Resurrección deba entenderse como lo que sucedió
tan sólo en el interior de la fe de un grupo de discípulos,
como un acontecimiento puramente subjetivo. No; es la
Resurrección lo que hizo posible la fe y no la fe lo que
produjo la Resurrección. La Resurrección como misterio de
salvación es acción de Dios en Jesucristo que sale al
encuentro de la incredulidad de sus discípulos

-"Nosotros esperábamos...", "Si no veo en sus manos la


señal de los clavos... no creeré"-, y así, un hecho exterior
y objetivo. Este es el sentido de todo cuanto se dice en el
Nuevo Testamento sobre las "apariciones" a "los testigos
que Dios había designado". Los evangelistas presentan el

 
 
 
acontecimiento de la Resurreción como sentido último y fin
de todo cuanto nos dicen de la vida concreta e histórica de
Jesús, el Nazareno; por otra parte, la Resurrección es el
fundamento y el principio de la historia de la comunidad
de la que se ocupará San Lucas en el Libro de los Hechos.
Este acontecimiento central y culminante no puede ser
entendido como una ficción de cuanto supone y origina.

Así, pues, aunque el relato de las apariciones exprese ya


la fe de la comunidad cristiana, esa fe se presenta como
una fe fundada en la Resurrección; y no obstante las
contradicciones y oscuridades de estos relatos, una cosa
clara dicen los textos: que Jesús vive, que es el Señor y se
presenta a sus discípulos.

La Resurrección es un hecho improbable desde cualquier


punto de vista meramente humano, pues está en contra
de lo que parece absolutamente cierto: que la muerte
acaba con todas las posibilidades de vida. Pero he aquí
que cuando todas las posibilidades humanas se han
agotado, Dios actúa sorprendentemente y hace valer para
el hombre la posibilidad que únicamente él tiene en sus
manos. Este hecho imposible es por otra parte lo más
conveniente y los más deseado, lo único que puede librar
al hombre de todo cuanto le esclaviza y mortifica sus más
hondas esperanzas. Si siempre pasara en el mundo lo que
siempre es posible, no habría salvación para nosotros.
Pero ahora es distinto: ¡Ha sucedido lo imposible! ¡La
muerte ha sido vencida! Jesús, el Hijo de Dios, pero
también un hombre entre los hombres, vive eternamente.
Esta novedad radical, que supera de antemano todas las
revoluciones y las hace posibles, actúa en el mundo para
recrearlo desde un nuevo principio. Porque Jesús, el
hombre que murió como un esclavo víctima de los poderes
de este mundo, ha resucitado y ha sido constituido en
Señor y Juez de la historia, podemos y debemos mantener
la esperanza y llevarla adelante contras todas las
injusticias hasta que todos los enemigos le sean
sometidos.

 
 
 
El Cristo misterioso, Jesús, muerto y resucitado, es una
garantía de que la lucha por la justicia tiene sentido.
Jesús, vivo por la fe en la comunidad de los creyentes,
funda una esperanza invencible que nadie ni nada pueden
ya domesticar. Jesús, el Señor, es también la garantía de
que "todas las fuerzas de intereses bastardos, de
conformismo, de cobardía, de pesimismo histórico, que
tratan de ahogar cuanto es contestación en nombre de la
liberación y de la justicia, serán impotentes para eliminar
de la historia la resistencia contra el egoísmo, la injusticia
y la opresión".

8. EL ANHELO DE VIVIR: V/DESEOS:

Es un dato de experiencia que todos sentimos un profundo


deseo de vivir, y de vivir en armonía, en comunión con los
hombres y con el universo entero. Pero frente a tal deseo
se impone una realidad muy distinta: la limitación de
nuestro cuerpo, la injusticia, la separación... y la muerte.
Sin embargo, algo dentro de nosotros se resiste a este
fracaso; por eso, los hombres buscamos salidas a estos
problemas, especialmente al mayor: a la muerte.

-LOS ANHELOS Y LAS PROMESAS DE ISRAEL

También Israel sintió tales anhelos y sufrió idénticas


decepciones; sin embargo, a Israel se le habían hecho una
serie de promesas: vivir por encima de fracasos y
pecados, comunicación plena con todos los hombres,
armonía con el Universo, etc. Todas estas promesas no
eran sino respuestas, soluciones a las angustias del
hombre.

-EL CUMPLIMIENTO DE ESAS PROMESAS EN JESÚS

En determinado momento de la historia surge un hombre,


Jesús de Nazaret, que dice que en él se cumplen todas las
promesas que le habían sido hechas a Israel: "Yo soy la

 
 
 
resurrección y la vida" (Jn 11, 25). Pero ese hombre, un
buen día, es apresado, juzgado y condenado a muerte.

-UN GRUPO DE HOMBRES PROCLAMAN EL HECHO

Aquel hombre había formado un grupo de seguidores.


Estos, tras su muerte, se dispersan. Pero a los pocos días
estos hombres se reúnen y proclaman un hecho; que
Jesús de Nazaret, aquél a quien los sumos sacerdotes
habían crucificado, ha resucitado, cumpliendo así las
promesas que se le habían hecho a Israel y dando
respuesta al problema más angustioso de todos los
tiempos: la muerte había sido derrotada. Los pescadores
tímidos e ignorantes, llenos de miedo, se han convertido
ahora en ardientes propagandistas que se dejarán matar
por defender su convicción de que Jesús ha resucitado.

-LOS APÓSTOLES VIVIERON UNA EXPERIENCIA


DESCONCERTANTE

Aquellos hombres habían quedado llenos de dudas tras la


muerte de su jefe y su guía. Y aunque él les había hablado
de resucitar al tercer día, esto no es sino una expresión
que ellos la entendían como: "al final de los tiempos"; por
eso, los apóstoles no esperaban la resurrección inmediata
de Jesús; era algo que no entra, ni por asomo, en su
imaginación. Tan cierto es esto que, cuando Jesús se
manifieste a sus discípulos, éstos no le van a crecer al
principio.

Pero algo sucede, y algo desconcertante, que obliga a los


discípulos a superar sus dudas, sus temores; algo distinto
de una resurrección al estilo de la de Lázaro, y distinto a
una aparición cualquiera; algo maravilloso, nuevo, distinto
a cuantas experiencias podían haber tenido hasta
entonces: viven la experiencia de que su maestro ha
resucitado, de que un hombre como ellos ha resucitado,
ha superado los fracasos de esta existencia, de que a uno
como ellos, Dios, su Padre, lo ha introducido en la vida
definitiva.

 
 
 
-LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA SE CONVIERTE EN
TESTIGO

Ese algo que han experimentado los discípulos ha


cambiado, ha transformado radicalmente a éstos y da
lugar a la aparición de la primera comunidad cristiana. Es
el primer acontecimiento histórico que se ha producido
tras la cruz. En el momento de la muerte de Jesús los
discípulos tienen miedo. Ahora se deciden a formar una
comunidad en nombre de aquel muerto; ¿qué ha sucedido
en el intermedio? Que el muerto ha resucitado y así lo han
experimentado los discípulos, y por eso forman esa
comunidad, comunidad que, por los motivos que han
ocasionado su origen, se ha convertido en testigo, en el
primer signo histórico que aparece del misterio pascual.

-JESÚS HA SIDO RESUCITADO

Dios Padre ha resucitado a Jesús y ahora Jesús existe y


establece, con esta su nueva existencia, su reinado sobre
el mundo entero, un mundo transformado. Por su
resurrección, un hombre de nuestra tierra y raza se
convierte en la cumbre efectiva de la creación entera, con
lo cual la humanidad toda queda exaltada. Por eso la
resurrección de Jesús nos atañe a todos. Si Jesús ha
resucitado, también nosotros resucitaremos. "Porque si los
muertos no resucitan, tampoco ha resucitado el Cristo, y si
el Cristo no ha resucitado, nuestra fe es ilusoria...” (1 Cor
15, 16 s).

En la resurrección de Jesús se hace realidad ante nosotros


el acontecimiento del fin: en él contemplamos el término
hacia el que caminamos nosotros. En el resucitado
contemplamos un hombre que ha triunfado sobre todos los
fracasos de esta vida y que existe totalmente orientado
hacia Dios y hacia los demás. Su resurrección es la
anticipación de la nuestra; en Jesús resucitado se ha
cumplido la promesa de Dios para él y para nosotros. Y,
sin embargo, todo queda aún por hacerse: la resurrección

 
 
 
de Jesús es nuestra esperanza y nuestra exigencia de
transformación histórica de la vida.

-JESÚS VIVE

Que Jesús ha resucitado significa que, desde los primeros


discípulos hasta nuestros días, hay una serie de personas
que tienen la experiencia real de que Jesús vive. Se trata
de descubrir y afirmar que Jesús está entre nosotros.

Lo que interesa es que nosotros, como los primeros


discípulos, tengamos la experiencia de que Jesús ha
resucitado, sintamos en nuestras carnes que Jesús vive,
porque hayamos entrado en contacto con él, y que esto
transforme nuestras vidas como transformó las vidas de
sus discípulos primeros.

9.

La Resurrección de J.C. es el origen, el objeto y el


fundamento de la fe cristiana. En la medida en que fuera
incierta o dudosa la Resurrección, sería incierta o dudosa
la fe cristiana. No hay comunidad cristiana -ni del siglo
primero ni del siglo XX- cuya verdad central no sea ésta:
¡Cristo ha resucitado! Siempre habrá que traer a la
memoria la frase tan sabida de Pablo: "Si Cristo no ha
resucitado, vana es nuestra predicación y vana vuestra fe"
(1Co/15/14). "Tanto ellos (los Doce) como yo, esto es lo
que predicamos; esto es lo que habéis creído" (v. 11).

Si la muerte de Jesús en la cruz hubiera sido el último


episodio de aquella vida, no se hubiera escrito ni una
página del N.T., ni hubiera surgido la Iglesia. No hubiera
llegado a nosotros ni el Padre-nuestro, ni las
Bienaventuranzas, ni sus bellísimas parábolas... La historia
no hubiera conservado ni el nombre de Jesús de Nazaret.
Hubiera quedado olvidado como uno más en la larga lista
de condenados por Roma a la pena de la crucifixión.

 
 
 
Pero la muerte de Jesús no fue el último episodio de
aquella vida. La sentencia dictada por Pilato contra Jesús
no fue la última palabra en aquel proceso. La última
palabra estaba todavía por decirse, por pronunciarse. La
última palabra fue pronunciada por Dios Padre resucitando
a Jesús de entre los muertos. La Resurrección es la
revisión de aquel proceso entablado contra Jesús y que,
aparentemente, sus enemigos habían ganado, y la
ratificación de la sentencia. Dios había apostado por Jesús,
confirmando solemnemente toda su predicación y
actuación. Luego Jesús tenía razón. Luego Jesús tenía
razón cuando proclamaba por los caminos que Dios es el
Padre de todos, que Dios es amor al hombre, y nos decía
que todos éramos hermanos y que teníamos que vivir
como hermanos. Luego Jesús tenía razón cuando nos
invitaba a pasar por la vida haciendo bien todas las cosas
y haciendo el bien a todos.

Hay verdades y verdades. Hay acontecimientos y


acontecimientos. Hay verdades teóricas, que no nos
conciernen íntima y vitalmente, y que nosotros aceptamos
simplemente con la cabeza. Pero hay verdades y
acontecimientos que son decisivos, radicalmente decisivos
para el hombre: toda la persona queda comprometida,
afectada. Exigen una respuesta total, que implican la fe y
la conversión, es decir, un cambio radical en nuestra
forma de pensar, de sentir y de vivir.

La Resurrección es la verdad más importante, y es


también la más decisiva, la más radicalmente decisiva. Es
una verdad cargada de infinitas consecuencias para la
persona que la acoge. Exige la conversión; exige decir que
"sí" a Jesús, con todas las infinitas e imprevisibles
consecuencias que ese "sí" implica. Confesar y celebrar la
Resurrección exige vivir como Jesús vivió, vivir como
Jesús nos enseñó a vivir. "Lo viejo pasó; ahora comienza
lo nuevo" (2Co/05/17). Y surge un hombre nuevo, que no
se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su Señor y
vive para él. Y se convierte en testigo.

 
 
 
La Resurrección no es una verdad puramente teórica, que
pueda, sin más, ser aceptada intelectualmente, sino que
es una verdad vital, existencial, que afecta íntima y
vitalmente a la totalidad de la persona, que sólo puede ser
acogida en la fe y en la conversión. No creemos de verdad
en la Resurrección si no creemos del todo, y no creemos
del todo si no nos tomamos totalmente en serio aquello
que creemos y ajustamos nuestra vida a las exigencias de
esa verdad central de nuestra fe, que tiene luz y fuerza
capaces de cambiar todas nuestras personas y todas
nuestras vidas.

Evoquemos, para confirmación de esto, el primer discurso


de Pedro al pueblo judío: "Vosotros lo matasteis, pero Dios
lo ha resucitado" (Hch/02/23-24). Los oyentes escuchan
aquella predicación con el corazón compungido, y dicen a
los Doce: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" (He 2'37). Y
Pedro, en nombre de los Doce: "Convertíos y bautizaos en
el nombre de Jesús". Y a continuación, el autor del libro de
los Hechos nos describe aquel insólito, nunca visto ni
imaginado estilo de vida de la primitiva comunidad
cristiana. Se había estrenado, por primera vez en la
historia, como consecuencia de la fe en la Resurrección, el
ideal del Evangelio, que es el ideal del amor y de la
fraternidad. Los tres famosos sumarios del libro de los
Hechos son un conmovedor y bello testimonio de la
conducta de aquellos hombres que creen en la
Resurrección de Jesús (He 2,42-47; 4,32-35; 5, 12-16).

Y podemos evocar también el caso ejemplar de Pablo. El


encuentro de Pablo con Cristo Resucitado a las puertas de
Damasco enciende en Pablo la fe en la Resurrección.
Aquella fe parte en dos mitades la persona y la vida de
Pablo. Pablo quedó deshecho y rehecho. Y surge un
hombre nuevo. El encarnizado perseguidor se convierte en
el más apasionado seguidor de Jesús. Y desde aquel
instante vivirá totalmente para su Señor (Ro 14,8) y
consagrará toda su vida para la causa de su Señor (He
15,26).

 
 
 
La fe en la Resurrección iluminará y transformará las vidas
de Pablo y de los Doce y los lanzará a todos los horizontes
del mundo, proclamando con una audacia, firmeza y
perseverancia indomables la Buena Noticia de la
Resurrección. Y nada ni nadie -ni las prohibiciones, ni las
amenazas, ni los castigos de las autoridades- podrán
impedir que sigan inquietando a todos con aquel extraño
mensaje. Y en pocos años, la increíble noticia, avalada y
hecha creíble por el testimonio de vida de los
predicadores, hará surgir florecientes comunidades
cristianas por el vasto Imperio Romano.

50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE


RESURRECCIÓN
10-18

10. EL DÍA QUE HIZO EL SEÑOR: /SAL/117/24

Este es el DÍA que hizo el Señor, canta gozosa la Iglesia


en el Día de Pascua. Este DÍA de triunfo, de gloria, de
promesas cumplidas, es el DÍA que hizo el Señor, es el
DÍA por antonomasia de los cristianos. No lo son el Jueves
ni el Viernes Santos, días en los que Cristo dio la medida
exacta de su talla gigantesca. No. El DÍA que no necesita
calificativos ni apellidos (como son ahora los hombres
famosos a los que se les conoce sólo por el nombre e
incluso por las iniciales) es el Domingo de Resurrección.
Hoy.

Este DÍA irrumpe sin que nada ni nadie pueda detenerlo


en el horizonte de la vida cristiana para que, como decía

 
 
 
San Pablo, no seamos los más miserables de los hombres
ni sea vana nuestra fe. El sepulcro vacío, sin cadáver, es
una llamada a la esperanza y a lo que debe ser el estilo de
vida cristiano, un estilo de vida que tiene por norte un
HOMBRE RESUCITADO, porque el Dios cristiano no es un
Dios de muertos, sino de vivos, un Dios que quiere que los
hombres sean felices y gocen y rían; un Dios que quiere
que los hombres sean hombres de verdad, capaces de
comprender al hombre, de compartir con él la alegría y el
dolor, la escasez y la abundancia, los proyectos y las
decepciones; un Dios que quiere que vivamos en una
espléndida libertad porque El murió y vivió precisamente
para que seamos libres, con una libertad como nada ni
nadie puede darnos, porque está apoyada en la verdad. Lo
dijo El en su vida pública con toda rotundidad.

Es inconcebible cómo teniendo este DÍA como quicio en el


que se apoya nuestra fe, y por consiguiente nuestra vida,
hayamos dado al mundo, en tantas ocasiones, el
espectáculo de un cristianismo duro, aburrido, intolerante
y hasta cruel. Es incomprensible pero es funesta
costumbre no arrumbada del todo. En buena lógica no
podría haber en el mundo hombres más equilibrados que
los cristianos, quizá porque tenemos como fundamento de
nuestra vida la resurrección que supone el triunfo
definitivo sobre lo que resulta más doloroso e inexplicable:
la muerte.

Hoy es un DÍA de buenas noticias y el mundo está


necesitando sin duda que le lluevan noticias favorables,
noticias que le descubran lo mucho que hay en el hombre
de bueno si es capaz de vivir, como dice hoy San Pablo en
su carta, buscando las cosas del cielo y no las de la tierra.
Naturalmente que lo dice para aquéllos que, creyendo en
la resurrección, se sienten ya resucitados con Cristo. Esta
postura de Pablo, que la hizo vida de su vida, supone un
estilo que apenas tiene nada que ver con el estilo al uso,
pero hay que advertir que buscar las cosas del cielo no es,
ni mucho menos, vivir un angelismo desencarnado y
simplista (algo así como el famoso «opio del pueblo»).

 
 
 
Buscar las cosas del cielo es vivir conociendo
perfectamente las de la tierra para ordenarlas
debidamente según una jerarquía de valores y cuando
llegue la hora de elegir, que llegará en algún momento, lo
hagamos desde una fe que se fortalece hoy: la fe en Cristo
resucitado.

Creer en Cristo resucitado tiene que producir en los


cristianos, en todos nosotros, un cambio que -repito-
resume San Pablo en la Epístola de hoy de modo tan
conciso: buscar las cosas del cielo para hacerlas realidad
en la tierra, que es donde vivimos y donde tenemos que
hacer que Cristo viva para que los hombres crean de
verdad que ha resucitado y camina con nosotros en el día
a día que, a veces, resulta un tanto fatigoso. El DÍA que
hizo el Señor, hoy, es un reto importante en nuestra vida.
Es un DÍA que no puede acabar cuando hayamos cantado
con especial énfasis el Gloria y el Aleluya que la liturgia
pone como demostración comunitaria de alegría, sino que
tiene que ser el origen de un cambio profundo para que
quienes nos vean adivinen nuestra fe en la resurrección y
perciban la impronta de esa buena noticia que tenemos y
que no pretendemos guardar avaramente, sino darla a los
demás, porque comprendemos que haciéndolo servimos al
hombre y le indicamos, con toda sencillez, el camino que
conduce a Dios, un Dios que ha vencido a la muerte
precisamente para que el hombre no mate ni muera, sino
que viva con la mayor intensidad posible.

La resurrección necesitó testigos en su momento; los


necesita hoy también: los cristianos. Pero sólo según
vivamos, nuestro testimonio será fiable.

11.

1. El acontecimiento pascual, sacramentalmente celebrado


en la eucaristía, no se reduce sólo a Cristo y a la Iglesia,
sino que tiene relación con el mundo y con la historia. La

 
 
 
eucaristía pascual es promesa de la Pascua del universo,
una vez cumplida la totalidad de la justicia que exige el
reino. Todo está llamado a compartir la Pascua del Señor,
que, celebrada en comunidad, anticipa la reconciliación
con Dios y la fraternidad universal.

2. En el día pascual de la resurrección, Jesús se apareció a


las «mujeres», a los discípulos de Emaús y a los Once en
el cenáculo. Comió con todos ellos. Son comidas
transitorias entre la resurrección y la venida del Espíritu.
Estas comidas expresan el perdón a los discípulos y la fe
en la resurrección. Enlazan las comidas prepascuales de
Jesús con la eucaristía.

3. Denominada «fracción del pan» por Lucas y «cena del


Señor» por Pablo, se celebraba al atardecer, a la hora de
la comida principal. Había desde el principio un servicio
eucarístico (mesa del Señor) y un servicio caritativo (mesa
de los pobres). Se festejaba el «primer día de la semana»,
con un ritmo celosamente observado. Surge así la
celebración del día del Señor (pascua semanal), y poco
después la celebración anual de la Pascua.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Vivimos un cristianismo gozosamente pascual?

12.

1. El amor nos hace ver a Jesús

El evangelio de hoy es una alegoría de Juan que nos hace


descubrir qué necesitamos para «ver» a Jesús en su nueva
dimensión de Hombre Nuevo.

Es el primer día de la semana, aún de madrugada, casi a


oscuras, cuando la fe aún no ha iluminado nuestro día.
Estamos, como la Magdalena, confusos y llorosos, mirando
con miedo el vacío de una tumba. Ese vacío interior que a

 
 
 
veces nos invade: cansancio de vivir, acciones sin sentido,
rutina. El vacío que se nos produce cuando estamos en
crisis y los esquemas antiguos ya no tienen respuesta;
cuando sentimos que tal acontecimiento o nueva doctrina
nos quita eso seguro a lo que estábamos aferrados.

Cuando tomamos conciencia de ello, nos asustamos,


creyendo que se derrumba nuestro mundo bien armado.

¿Y Jesús? Nos lo han robado, justamente a nosotros que


creíamos tenerlo tan seguro, tan bien «conservado».

Habíamos casado a Jesús con cierto modo muy definido de


vivir, como si el tiempo se hubiera detenido para que
nosotros pudiéramos gozar y recrearnos indefinidamente
en ese mundo ya hecho y terminado.

Pero sobreviene la crisis, cae ese mundo y Cristo


desaparece... Entonces pedimos ayuda, y Pedro y Juan
comienzan a correr... ¿Será posible que Jesús no esté allí
donde lo habíamos dejado debajo de una pesada piedra
para que no escapara?

Es la pregunta de la comunidad cristiana, atónita cuando


algo nuevo sucede en el mundo o en la Iglesia, y debe
recomponer sus esquemas. Pedro y Juan se largan a la
carrera. Pedro, lo institucional de la Iglesia. Juan, el amor,
el aspecto íntimo. El amor corre más ligero y llega antes,
pero deja paso a la autoridad para que investigue y
averigüe qué ha pasado. Pedro observa con detenimiento
todo, pero no comprende nada. Mas Juan, el discípulo «a
quien Jesús amaba», el que había estado a los pies de la
cruz en el momento en que todos abandonaron al
maestro, el que vio cómo de su corazón salía sangre y
agua, el que recibió a María como madre..., el Juan que
compartió el dolor de Cristo, «vio y creyó». Intuyó lo que
había pasado porque el amor lo había abierto más al
pensamiento de Jesús. Pedro siempre había resistido a la
cruz y al camino de la humillación; el orgullo lo había
obcecado y no se decidía a romper sus esquemas galileos.

 
 
 
Pero tiempo más tarde, cuando junto al lago de Genesaret
Jesús le exija el triple testimonio de amor: "¿Me amas más
que éstos?", y le proponga seguirlo por el mismo derrotero
que conduce a la cruz, entonces Pedro será recuperado y
no solamente creerá, sino que -como hemos leído en la
primera lectura- dará testimonio de ese Cristo resucitado
que "había comido y bebido con él después de la
resurrección".

La lección del Evangelio es clara: sólo el amor puede


hacernos ver a Jesús en su nueva dimensión; sólo quien
primero acepta su camino de renuncia y de entrega,
puede compartir su vida nueva.

Inútil es, como Pedro, investigar, hurgar entre los lienzos,


buscar explicaciones. La fe en la Pascua es una
experiencia sólo accesible a quienes escuchan el Evangelio
del amor y lo llevan a la práctica.

El grano de trigo debe morir para dar fruto. Si no


amamos, esta Pascua es vacía como aquella tumba. Si
esta Pascua no nos hace más hermanos, sus palabras son
mentirosas. Si esta comunidad no vive y crece en el amor,
si no pasa «haciendo el bien y curando a los oprimidos»
(primera lectura), ¿cómo pretenderá dar testimonio de
Cristo? ¿Y cómo lo podrá ver y encontrar si Cristo sólo
está donde "dos o tres se reúnen en mi nombre"?

2. La Pascua, levadura del mundo

El breve mensaje de Pablo (segunda lectura) sirve de


magnífico cierre para estas reflexiones de cuaresma y
semana santa. «Basta un poco de levadura para fermentar
toda la masa.» No nos preguntemos con los técnicos de
estadísticas cuántos somos los cristianos en el mundo, es
decir, los bautizados por el agua. Lo que importa es cómo
vivimos esa fe -y aquí no podemos hacer estadísticas-, si
como levadura vieja o nueva. Hace dos mil años, un
pequeño grupo de hombres, conscientes de la Presencia
viva de Cristo y llenos de su Espíritu, se metieron

 
 
 
sigilosamente en la gran masa humana, colocando en ella
la nueva levadura de la Pascua. Ya conocemos los
resultados.

Hoy los cristianos somos un escaso grupo, aunque


numéricamente grande, en proporción al mundo moderno
y sus problemas. Pero no es esa la cuestión que debe
preocuparnos. El interrogante es otro: ¿Qué significamos
para el mundo de hoy? ¿Qué nueva levadura aportamos?
¿Qué representará para los hombres de este 1978 el que
nosotros hayamos celebrado una Pascua más? Pablo nos
invita a celebrarla «con los panes ácimos de la sinceridad
y la verdad». Quizá sea éste nuestro camino y el mejor
aporte a un mundo corrompido por la mentira. Predicarles
el mensaje de la verdad con una vida nueva, amasada de
sinceridad... Bastará un poco. y con el tiempo fermentará
toda la masa.

13.

1. La Resurrección, signo del Reino

Es muy común considerar la resurrección de Jesús como


un simple milagro biológico por el cual un cadáver tomó
nuevamente vida para no abandonarla. O bien centrar
toda la atención en la crónica de los relatos evangélicos
como si éstos trataran de una descripción minuciosa de
hechos que hubiesen sido presenciados por testigos
oculares, algo así como hacen nuestros periodistas
modernos.

Si todo se redujera a esto llegaríamos a una muy confusa


conclusión, ya que si leemos los diversos relatos tanto de
los evangelistas como de Pablo, nos encontraríamos con
que existen evidentes contradicciones entre ellos, tanto
acerca de la presencia de las mujeres, como de los
apóstoles, del ángel y otras circunstancias más.

 
 
 
Si, en cambio, partimos de que para la primitiva
comunidad cristiana la resurrección de Jesús es el
acontecimiento fundamental de su fe y de que los relatos
tratan de ahondar en el sentido de ese acontecimiento,
nos encontramos con que nuestros ojos deben estar muy
abiertos para saber descubrir el significado o los
significados profundos de ese signo llamado
«resurrección», que será siempre para la ciencia y para la
historia un verdadero enigma.

En efecto, la resurrección no se instala en el más acá de la


historia, sino en el más allá, pues es la misma puerta de
entrada al Reino definitivo de Dios y su manifestación
suprema. Comprender o pretender comprender la
resurrección con un criterio biologista o simplemente
historicista es lo mismo que querer abarcar el misterio del
Reino desde esos mismos ángulos. Si toda la vida de Jesús
no fue sino el abrirse del Reino tanto por sus palabras
como por sus actos (signos), su resurrección fue la
irrupción plena del Reino en el mundo, como si se
anticipara en Cristo a fin de que los demás hombres nos
aferráramos a él con segura confianza. Es así como Pablo
pudo decirles a los corintios que dudaban del significado
de la resurrección: "si Cristo no ha resucitado, nuestra fe
es inútil" (1 Cor 15,14).

Quizá todo esto pueda sorprendernos, pero no nos debiera


sorprender si pensamos que el Reino no es el
establecimiento de cierta institución religiosa en el mundo
(tal como pensaban los judíos) sino el advenimiento de la
liberación total a un hombre que se siente pobre, ciego,
oprimido, en lágrimas o muerto.

La palabra "resurrección", que de por sí sólo significa


«levantarse», es la expresión evangélica de que en Cristo
el Reino es ya una plena realidad. Cristo -como recuerda
Rom 6,3-11- es el primero en ser liberado radicalmente de
toda forma humana de servidumbre (servidumbre a la ley,
al pecado y a la muerte, según Pablo) para surgir como un
hombre que sólo ahora puede llamarse con propiedad

 
 
 
«nuevo» porque no tiene ejemplar alguno similar en la
raza humana adamítica.

Y siendo Cristo la cabeza de una nueva raza de hombres,


el primero entre todos, su resurrección no se cierra en él
como una aureola particular, sino que pasa a ser en la
esperanza el patrimonio de toda la humanidad creyente.

Creer en la resurrección de Cristo es mucho más que


afirmar que él fue sacado por Dios de la tumba; es
reconocer que el proyecto de Dios se realiza en cada
hombre, ahora sólo entre luchas y como primicias,
mañana como total realidad. Por esto, la resurrección es la
garantía de nuestro sentido de trascendencia. Los
cristianos creemos --o debiéramos creer, por lo menos-
que si hoy reina en el mundo la opresión bajo variadas
formas, si nuestra historia se rige por la ley del más fuerte
o astuto, si el odio y la ambición funcionan como motores
de muchas gestas humanas, también estamos
convencidos de que esa triste realidad puede cambiar y
debe cambiar, no sólo relativamente sino absolutamente.

En síntesis: la palabra o el concepto de «resurrección»


pretende significar que el Reino triunfa sobre el mundo
tenebroso. El triunfo del Reino es la victoria de la vida en
cuanto tal, la victoria sobre las limitaciones humanas,
sobre los conflictos que prostituyen al hombre, sobre los
obstáculos que se oponen a una liberación plena.
Subrayamos la palabra «plena» porque el Reino de por sí,
por ser de Dios, es plenitud de vida. En Cristo está esa
plenitud, por eso él es nuestra plenitud, y en él vemos
como anticipadamente cuál es la última intención de Dios
sobre el hombre.

Jesús alcanza la resurrección después de pasar por la


puerta estrecha de la muerte. En este sentido su
resurrección nos muestra que morir como murió Cristo, en
libertad y por amor, no es algo sin sentido, que su muerte
no fue inútil ni el trágico desenlace que nos puede
emocionar pero que sigue siendo un hecho «irreparable»,

 
 
 
tal como sucede en los cementerios donde encontramos
lápidas que rezan la «irreparable pérdida que los deudos
lloran acongojados».

El viernes santo veíamos en la muerte de Jesús la muerte


brutal, anónima, silenciosa o heroica de millones de
hombres sacrificados al ritmo de una historia manejada
por las manos de los poderosos. Pues bien, esas muertes
no son un absurdo ni una pérdida definitiva. Desde la
resurrección de Cristo, ellas aparecen como una positiva
contribución a la caída definitiva de toda estructura
opresora -sea del signo que sea- que impida al hombre
llegar a ser aquello para lo que fue llamado: la imagen de
Dios, del Dios de la vida.

Que tal resurrección sea una utopía o un sueño de niños


ingenuos no es algo que debamos discutir hoy. El cristiano
no se avergüenza de creer en esta utopía, pues lo es, ya
que «no tiene cabida aquí entre nosotros todavía».

Porque creemos en esta utopía -la utopia del Reino- aún


podemos llamarnos cristianos. Y a eso le damos el nombre
de esperanza. Y esta esperanza es al fin y al cabo la
palanca que mueve la historia.

2. La Resurrección, fruto de la lucha diaria

La resurrección del domingo de Pascua no puede ser


entendida si la desconectamos de toda la vida de Jesús.
En efecto, Cristo no se encontró de repente y
sorpresivamente con la resurrección que le ofrecía Dios;
en realidad, recogió en su muerte lo que había sembrado
durante toda su vida. Jesús luchó por la pervivencia del
Reino entre los hombres; lo anunció, pero también lo hizo
efectivo: dio de comer a los hambrientos, curó a los
enfermos, se enfrentó con las autoridades, rebatió sus
esquemas religiosos, criticó duramente la actitud de zorros
de algunos y la voracidad de otros, sin pensar en ningún
momento que todo se iba a resolver buenamente en la
otra vida. No fue un piadoso idealista, un romántico de la

 
 
 
revolución social o un poeta de la utopía. De ello dan
testimonio todos los evangelios.

Sin embargo, no siempre el cristiano entendió que la


esperanza del Reino -o de la resurrección- no podía
limitarse a cruzar los brazos para que con la muerte todo
se solucionara. Esta actitud fue definida en el siglo pasado
como «opio del pueblo», como cortina de humo que
impide al hombre asumir toda su responsabilidad en la
liberación de los pueblos y de sí mismo. El cristianismo -
como se desprende de los relatos de la resurrección- no es
la religión de los muertos. «No busquéis entre los muertos
al que está vivo...» No anuncia que la muerte todo lo
resuelve y que es mejor estar en el cementerio con Dios
que aquí entre los hombres. Por todo ello, nuestra fe en la
resurrección implica por su misma esencia un compromiso
cotidiano y real para que la liberación del Reino se haga
presente aquí y ahora, si bien reconocemos de antemano
que tal liberación podrá no ser completa y definitiva. Pero
menos podrá ser completa si nos desentendemos de los
conflictos que hoy vive la humanidad para refugiarnos en
la religión del sopor y de la mentira.

La crisis de fe que atraviesa el mundo moderno no tiene


por motivo la persona de Jesucristo ni la validez de su
evangelio sino precisamente la ausencia de Cristo y del
evangelio en el cristianismo tal como se lo vive. No es de
fe de lo que se nos acusa sino de pereza y cobardía, dos
vicios que son el anti-cristo por antonomasia. Decíamos
que la resurrección del hombre y de la historia debe ser
sembrada con hechos concretos. Los cristianos hemos
pecado de idealismo y de buenas palabras. Tampoco
bastan las buenas intenciones, ni siquiera las oraciones
que hacemos por la paz, por los pobres y por cuanta
necesidad hay en el mundo. Se necesitan estructuras
concretas -perdonen si insistimos en esta palabra
«concreta»- para que todo el esfuerzo que se derrocha en
palabras durante todos los domingos del año se
transforme en acciones mancomunadas, organizadas,

 
 
 
pensadas, evaluadas, criticadas y superadas con un
esfuerzo constante.

Por eso decíamos al principio que no se puede entender la


resurrección de Jesús si no se la relaciona con toda su
vida. Cuando Jesús dio su último aliento, terminó de
triunfar en él la vida; pero ese triunfo comenzó cuando
prefirió la pobreza de Belén, la oscuridad de Nazaret, la
compañía de publicanos y prostitutas, el mal aliento de los
leprosos, el hambre de los pobres, el dolor de los
enfermos, etc.

Signo de este inteligente esfuerzo de Jesús es la creación


de una comunidad que continúa en el tiempo y en el
espacio la obra iniciada por él. Si él se limitó más bien a
las ovejas perdidas de Israel y no traspasó los confines de
su patria, envió a los suyos a proclamar el evangelio del
Reino hasta los confines del mundo y hasta el final de los
tiempos.

Por eso resucitó Jesús: para que hasta ese final, hasta la
plenitud de la historia los hombres contáramos con su
presencia, acicate y exigencia de una lucha que dentro o
fuera del cristianismo no se puede detener...

3. La Resurrección, eclosión del Espíritu Pascua es «la


fiesta» cristiana por antonomasia; es «el día del Señor»,
que se prolonga a lo largo de todo el año en cada
domingo, pequeña pascua semanal. Pero es la fiesta de
una comunidad renovada por el Espíritu de la vida. Según
Pablo, fue el Espíritu Santo el que dio vida al cuerpo de
Jesús transformándolo en el Señor y la cabeza de la
Iglesia (Rom 8,11).

Pues bien, la Pascua -tan íntimamente relacionada con


Pentecostés por lo que acabamos de decir, de tal forma
que conforma con ella una sola solemnidad- adquiere
sentido desde una comunidad cristiana que se renueva
permanentemente a impulsos del Espíritu. Si la Nueva
Alianza es la obra del Espíritu que graba en nuestros

 
 
 
corazones la ley del amor, la Pascua es la eclosión e
irrupción de ese Espíritu en hombres dispuestos a decirle
sí a la vida.

Una de las experiencias más tristes del cristianismo es la


de haber perdido la frescura del Espíritu, el permanente
rebrotar de la primavera. Nunca podemos olvidarnos de
que Jesús resucita en la luna llena de la primavera, como
si toda la naturaleza que despierta de la muerte invernal
fuese el preludio de un renacimiento universal, tanto de
los hombres como del universo entero, como interpreta
Pablo (Rom 8,19-23).

Pues bien -aunque en los domingos del tiempo pascual


vamos a tener la oportunidad de reflexionar más
detenidamente sobre este tema-, es importante que hoy
tomemos conciencia de que una Pascua que no suponga la
renovación de la comunidad es una pascua vacía. Es cierto
que el empuje de una comunidad no puede ser constante
y supone sus altibajos; por eso cada año surge la Pascua,
cíclicamente, como una llamada a despertar y revitalizar lo
que se ha transformado con el tiempo en rutina, tedio,
cansancio, aburrimiento e indiferencia.

Vivir esta Pascua supone, por ejemplo, el esfuerzo por


cambiar, por pensar de nuevo las cosas como si hoy
mismo comenzáramos a hacerlas, como si todo lo ya
hecho fuese sólo un peldaño en el ascenso hacia el Reino,
plenitud de la vida.

La Pascua nos urge a profundizar en el significado de los


textos bíblicos -tal como hace Jesús con los discípulos de
Emaús- para aprender a ver con nuevos ojos cosas que
antes no veíamos o veíamos de un modo imperfecto.

La Pascua no exige hoy preguntarnos por la marcha de


esta comunidad, para ver si todo lo que se hace en ella
está orientado al proyecto de Cristo, para encontrar los
motivos de ciertos fracasos o para revisar por qué cierto
esfuerzo no logra sus objetivos. Es inútil que hoy digamos

 
 
 
celebrar la Pascua si la vida de nuestra comunidad no
acusa cambio positivo alguno, si todo sigue con el mismo
ritmo de inercia. Cierta quietud y perezosa estabilidad de
nuestras comunidades suenan más a sábado que a
domingo de Pascua.

El mejor testimonio de la resurrección de Jesús no son los


textos bíblicos sino la renovación de la Iglesia, su
constante rejuvenecimiento, su permanente búsqueda, su
incansable acción.

En este sentido, hoy podemos preguntarnos: ¿Cuál es la


pascua o «paso» que debemos dar este año? ¿Trabajamos
en la comunidad con alegría, con espíritu de comprensión,
con respeto mutuo, con espíritu de diálogo, con ganas de
aportar sentimiento, pensamiento y acción al proyecto
común? ¿No hay aspectos en los cuales nos hemos
quedado dormidos, o no existen ciertas estructuras que
más parecen una tumba vacía sobre la que nos inclinamos
a llorar como aquellas mujeres del relato bíblico? Es triste
constatar cómo muchos feligreses abandonan sus
parroquias porque allí «no pasa nada» (no hay pascua),
no se dan oportunidades o se coartan las iniciativas. Y, sin
embargo, suele suceder... Pascua no es una palabra; es
acción, es la fuerza del Espíritu. No es un orden estático
sino el constante movimiento de la historia; es urgencia
por pensar, por aportar, por mejorar. Es apertura a las
nuevas ideas, a la sangre joven, a arriesgadas
iniciativas... Podemos también hoy preguntarnos. ¿Por qué
los varones y en general los jóvenes no se suelen sentir
identificados con la Iglesia, y esa misma gente que nada
pudo o supo hacer en su comunidad cristiana es capaz de
hacer tantas cosas y con tanto sacrificio en un sindicato,
en un partido político o en una organización de barrio? ¿O
no será que tampoco creemos en la presencia del Espíritu
en la gente de nuestro pueblo, que es lo mismo que negar
que «todos hemos resucitado con Cristo»? La Pascua
cuestiona hoy a toda la Iglesia para que se mire a sí
misma con sinceridad y se pregunte si el abandono masivo
de tantos cristianos no se debe precisamente a que la

 
 
 
resurrección sólo es una palabra ritual, pero no la fuerza
que dinamiza la vida de la sociedad.

La Pascua es el centro de la vida cristiana, de la liturgia,


de la catequesis. Y esta Pascua debe ser anunciada. Pero
anunciar la Pascua no es solamente decir que «Cristo
resucitó»... Es creer, es tener confianza en el futuro, es
vivir con optimismo, es derrochar energía y alegría. Hoy
se necesitan, como ayer, testigos de la resurrección, pero
¿en qué consiste este testimonio que debe estar acorde
con los tiempos que vivimos y con nuestra situación
cultural y política?

En síntesis: hoy debemos interiorizar la Pascua, traducir el


testimonio de los textos evangélicos en una forma de vida
capaz de ilusionar y esperanzar a cuantos viven en esta
coyuntura histórica.

Los apóstoles -como veremos en los próximos domingos-


fueron testigos de una experiencia que transformó sus
vidas. Pues bien, ¿cuál es esta experiencia nueva que
debemos vivir y testificar? ¿Qué implica el dicho de Pablo
de que «todos hemos resucitado con Cristo»? ¿De qué
resucitamos y a qué resucitamos? Si Cristo es la
primavera del mundo..., ¿cuáles son los brotes de esa
primavera?

14.

AMENAZADOS DE RESURRECCIÓN

él había resucitado de entre los muertos.

Cada vez es más intenso el afán de todos por estrujar la


vida, reduciéndola al disfrute intenso e ilimitado del
presente. Es la consigna que encuentra cada vez más
adictos: «Lo queremos todo y lo queremos ahora».

 
 
 
No dominamos el porvernir y, por ello, es cada vez más
tentador vivir sin futuro, actuar sin proyectos, organizar
sólo el presente. La incertidumbre de un futuro demasiado
oscuro parece empujarnos a vivir el instante presente de
manera absoluta y sin horizonte. No parece ya tan
importantes los valores, los criterios de actuación o la
construcción del mañana. El mañana todavía no existe.
Hay que vivir el presente.

Sin embargo, cada uno de nosotros vive más o menos


conscientemente con un interrogante en su corazón.
Podemos distraernos estrenando nuevo modelo de coche,
disfrutando intensamente unas vacaciones,
sumergiéndonos en nuestro trabajo diario, encerrándonos
en la comodidad del hogar. Pero, todos sabemos que
estamos "amenazados de muerte".

En el interior de la felicidad más transparente se esconde


siempre la insatisfacción de no poder evitar su fugacidad
ni poder saborearla sin la amenaza de la ruptura y la
muerte. Y aunque no todos sentimos con la misma fuerza
la tragedia de tener que morir un día, todos entendemos
la verdad que encierra el grito de Miguel de ·Unamuno-M:
«No quiero morirme, no, no, no quiero ni puedo quererlo;
quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este
pobre yo que soy y me siento ser ahora y aquí».

Este pobre hombre que somos todos y cuyas pequeñas


esperanzas se ven tarde o temprano malogradas e,
incluso, completamente destrozadas, necesita descubrir en
el interior mismo de su vivir un horizonte que ponga luz y
alegría a su existencia. Felices los que esta mañana de
Pascua puedan comprender desde lo hondo de su ser, las
palabras de aquel periodista guatemalteco que,
amenazado de muerte, expresaba así su esperanza
cristiana:

«Dicen que estoy amenazado de muerte... ¿Quién no está


amenazado de muerte? Lo estamos todos desde que
nacemos... Pero hay en la advertencia un error

 
 
 
conceptual. Ni yo ni nadie estamos amenazados de
muerte. Estamos amenazados de vida, amenazados de
esperanza, amenazados de amor.

Estamos equivocados. Los cristianos no estamos


amenazados de muerte. Estamos «amenazados» de
resurrección. Porque además del Camino y la Verdad, él es
la Vida, aunque esté crucificada en la cumbre del basurero
del Mundo».

15

DIOS LO HA RESUCITADO

Vio y creyó...

Pocos escritores han logrado hacernos intuir el vacío


inmenso de un universo sin Dios, como el poeta alemán
Jean Paul en su escalofriante "Discurso de Cristo muerto"
escrito en 1795. Jean Paul nos describe una visión terrible
y desgarradora. El mundo aparece al descubierto. Los
sepulcros se resquebrajan y los muertos avanzan hacia la
resurrección. Aparece en el cielo un Cristo muerto. Los
hombres corren a su encuentro con un terrible
interrogante: ¿No hay Dios? y Cristo muerto les responde:
No lo hay. Entonces les cuenta la experiencia de su propia
muerte: «He recorrido los mundos, he subido por encima
de los soles, he volado con la vía láctea a través de las
inmensidades desiertas de los cielos. Pues bien, no hay
Dios. He bajado hasta lo más hondo a donde el ser
proyecta su sombra, he mirado dentro del abismo y he
gritado allí: ¡Padre! ¿Dónde estás? Sólo escuché como
respuesta el ruido del huracán eterno a quien nadie
gobierna... Y cuando busqué en el mundo inmenso el ojo
de Dios, se fijó en mí una órbita vacía y sin fondo...».

Entonces los niños muertos se acercan y le preguntan:


Jesús, ¿ya no tenemos Padre? Y él contestó entre un río

 
 
 
de lágrimas: Todos somos huérfanos. Vosotros y yo.
¡Todos estamos sin Padre!...».

Después Cristo mira el vacío inmenso y la nada eterna.


Sus ojos se llenan de lágrimas y dice llorando: «En un
tiempo viví en la tierra. Entonces todavía era feliz. Tenía
un Padre infinito y podía oprimir mi pecho contra su rostro
acariciante y gritarle en la muerte amarga: ¡Padre! saca a
tu hijo de este cuerpo sangriento y levántalo a tu corazón.
Ay, vosotros, felices habitantes de la tierra que todavía
creéis en El. Después de la muerte, vuestras heridas no se
cerrarán. No hay mano que nos cure. No hay Padre...».

Cuando el poeta despierta de esta terrible pesadilla, dice


así. «Mi alma lloró de alegría al poder adorar de nuevo a
Dios. Mi gozo, mi llanto y mi fe en El fueron mi plegaria».
Cristianos habitados por una fe rutinaria y superficial, ¿no
deberíamos sentir algo semejante en esta mañana de
Pascua? Alegría. Alegría incontenible. Gozo y
agradecimiento. «Hay Dios. En el interior mismo de la
muerte ha esperado a Jesús para resucitarlo. Tenemos un
Padre. No estamos huérfanos. Alguien nos ama para
siempre». Y si ante Cristo resucitado, sentimos que
nuestro corazón vacila y duda, seamos sinceros.
Invoquemos con confianza a Dios. Sigamos buscándole
con humildad. No lo sustituyamos por cualquier cosa. Dios
está cerca. Mucho más cerca de lo que sospechamos.

16.

Para este proyecto he optado, en las misas de la mañana,


por el evangelio de Marcos, el mismo de la Vigilia, por ser
él el "evangelista del año". Para las misas vespertinas, por
el de Lucas (Emaús): en este caso se sustituye el primer
párrafo por el segundo. Como segunda lectura he elegido
la de Colosenses.

• (La mejor noticia del año)

 
 
 
(En las misas de la mañana: Alegraos, hermanos. El ángel
nos lo ha anunciado también a nosotros, no sólo a las
mujeres que acudieron al sepulcro: "¿Buscáis a Jesús el
Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado").

(En las misas de la tarde: Alegraos, hermanos. Los


apóstoles nos han asegurado también a nosotros, como a
los dos discípulos de Emaús: "¡Era verdad: ha resucitado
el Señor!". Y los que venían de Emaús, a su vez, contaron
a todos la experiencia que habían tenido al reconocer al
Señor Resucitado en la fracción del pan).

Fue el acontecimiento que cambió la vida de aquellos


primeros discípulos de Jesús. Y que nos llena de alegría
también a nosotros. Tenemos todo motivo para cantar,
como hemos hecho hace un momento: "Este es el día en
que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo".

Algunos de nosotros ya lo hemos celebrado esta noche


pasada, en la solemne Vigilia Pascual. Y miles y miles de
comunidades cristianas lo están celebrando en todo el
mundo, en este domingo que es el más importante de los
domingos del año y también el momento central del Año
Santo del Jubileo. Por eso hemos encendido este hermoso
Cirio Pascual, que arderá en las misas de las siete
semanas del Tiempo Pascual que empieza hoy, 23 de
abril, hasta el día 11 de junio, el domingo de Pentecostés.
Como símbolo silencioso pero expresivo de la presencia
viva del Señor Resucitado.

• (Cristo ha iniciado su Vida Nueva; nosotros también)

Las lecturas nos ayudan a darnos cuenta de la importancia


de esta fiesta: Cristo Jesús, después del trágico camino de
la cruz y de la muerte, ha sido resucitado a una Vida
Nueva por la fuerza de Dios.

¿Os habéis dado cuenta del valiente testimonio que ha


dado Pedro, el que había negado cobardemente a Jesús?
Ahora, como hemos leído en la primera lectura, delante de

 
 
 
todos declara: "A Jesús de Nazaret lo mataron colgándolo
de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo
hizo ver a nosotros, que hemos comido y bebido con él
después de su resurrección". A partir de ahora nadie podrá
hacer callar a Pedro. Ni a los demás discípulos, que irán
anunciando a todos la buena noticia: "Dios ha nombrado a
Jesús juez de vivos y muertos. Los que creen en él
reciben, por su nombre, el perdón de los pecados".

Si creemos esta buena noticia, algo tiene que cambiar en


nuestra vida. Ante todo, se nos ha invitado a vivir
pascualmente, o sea, según el estilo de vida de Jesús.
Pablo, en la segunda lectura, nos ha propuesto, a los que
hemos sido bautizados en Cristo Jesús, un programa muy
dinámico y exigente: "Ya que habéis resucitado con Cristo,
buscad los bienes de allá arriba... aspirad a los bienes de
arriba, no a los de la tierra". Todos entendemos qué
diferencia hay entre vivir según los criterios de este
mundo, que se obsesiona con los intereses de aquí abajo,
y vivir según los criterios de Jesús, que nos incita a poner
los ojos en los valores definitivos. Vivir según la Pascua
significa vivir en alegría, sin perezas, sin cobardías ni
medias tintas. La Pascua de Cristo tiene que llegar a ser
también nuestra Pascua. Para que nuestra vida sea más
enérgica, más claramente inspirada en la alegría del
Resucitado.

• (Saber anunciar a otros la noticia de la Pascua)

Pero además tendríamos que anunciara los que nos


rodean nuestra fe pascual. La comunidad cristiana,
siguiendo el ejemplo de aquellos primeros discípulos, y
sobre todo de Pedro, hace ya dos mil años que proclama
ante el mundo este acontecimiento que ha cambiado la
historia. Entonces decía Pedro: "Nosotros somos testigos...
nos encargó predicar, dando solemne testimonio, su
resurrección". Las mujeres, después del susto inicial,
fueron también las primeras anunciadoras de la noticia.
Los de Emaús corrieron a decírsela a los demás discípulos.

 
 
 
¿Y nosotros? Todos podemos ser misioneros y mensajeros,
no tanto con discursos sino con nuestro estilo de vida, de
la noticia de la Pascua, de la convicción de que la salvación
está en Cristo Jesús, que él es quien da sentido a nuestra
existencia, que vale la pena seguir su camino porque ahí
está la verdadera felicidad. Cada uno en su ambiente: en
nuestra familia (los padres a los hijos y los hijos a los
padres), en nuestra sociedad (en el mundo del trabajo o
de las amistades o de la escuela o de las distintas
actividades), en la comunidad cristiana (con la catequesis,
con la colaboración en la vida parroquial)...

Si celebramos bien la Eucaristía, nuestro encuentro con el


Resucitado, en que él nos comunica su vida, tendremos
ánimos para ser, en la historia de cada día, unas personas
"pascuales", que contagian a todos la alegría de su fe.

17.

SI A LA VIDA

Cuando uno es cogido por la fuerza de la resurrección de


Jesús, comienza a entender a Dios de una manera nueva,
como un Padre "apasionado por la vida" de los hombres, y
comienza a amar la vida de una manera diferente.

La razón es sencilla. La resurrección de Jesús nos


descubre, antes que nada, que Dios es alguien que pone
vida donde los hombres ponemos muerte. Alguien que
genera vida donde los hombres la destruimos.

Tal vez nunca la humanidad, amenazada de muerte desde


tantos frentes y por tantos peligros que ella misma ha
desencadenado, ha necesitado tanto como hoy hombres y
mujeres comprometidos incondicionalmente y de manera
radical en la defensa de la vida. Esta lucha por la vida
debemos iniciarla en nuestro propio corazón, «campo de

 
 
 
batalla en el que dos tendencias se disputan la primacía:
el amor a la vida y el amor a la muerte» (E. Fromm).

Desde el interior mismo de nuestro corazón vamos


decidiendo el sentido de nuestra existencia. O nos
orientamos hacia la vida por los caminos de un amor
creador, una entrega generosa a los demás, una
solidaridad generadora de vida... O nos adentramos por
caminos de muerte, instalándonos en un egoísmo estéril y
decadente, una utilización parasitaria de los otros, una
apatía e indiferencia total ante el sufrimiento ajeno. Es en
su propio corazón donde el creyente, animado por su fe en
el resucitado debe vivificar su existencia, resucitar todo lo
que se le ha muerto y orientar decididamente sus energías
hacia la vida, superando cobardías, perezas, desgastes y
cansancios que nos podrían encerrar en una muerte
anticipada.

Pero no se trata solamente de revivir personalmente sino


de poner vida donde tantos ponen muerte.

La «pasión por la vida» propia del que cree en la


resurrección, debe impulsarnos a hacernos presentes allí
donde «se produce muerte», para luchar con todas
nuestras fuerzas frente a cualquier ataque a la vida.

Esta actitud de defensa de la vida nace de la fe en un Dios


resucitador y «amigo de la vida» y debe ser firme y
coherente en todos los frentes.

Quizás sea ésta la pregunta que debamos hacernos esta


mañana de Pascua: ¿Sabemos defender la vida con
firmeza en todos los frentes? ¿Cuál es nuestra postura
personal ante las muertes violentas, el aborto, la
destrucción lenta de los marginados, el genocidio de
tantos pueblos, la instalación de armas mortíferas sobre
las naciones, el deterioro creciente de la naturaleza?

 
 
 
18.

Los cristianos hablamos casi siempre de la resurrección de


Cristo como de un acontecimiento que constituye el
fundamento de nuestra propia resurrección y es promesa
de vida eterna, más allá de la muerte. Pero, muchas
veces, se nos olvida que esta resurrección de Cristo es, al
mismo tiempo, el punto de partida para vivir ya desde
ahora de manera renovada y con un dinamismo nuevo.
Quien ha entendido un poco lo que significa la resurrección
del Señor, se siente urgido a vivir ya esta vida como «un
proceso de resurrección», muriendo al pecado y a todo
aquello que nos deshumaniza, y resucitando a una vida
nueva, más humana y más plena.

No hemos de olvidar que el pecado no es sólo ofensa a


Dios. Al mismo tiempo, es algo que paga siempre con la
muerte, pues mata en nosotros el amor, oscurece la
verdad en nuestra conciencia, apaga la alegría interior,
arruina nuestra dignidad humana. Por eso, vivir
«resucitando» es hacer crecer en nosotros la vida,
liberarnos del egoísmo estéril y parasitario, iluminar
nuestra existencia con una luz nueva, reavivar en nosotros
la capacidad de amar y de crear vida.

Tal vez, el primer signo de esta vida renovada es la


alegría. Esa alegría de los discípulos «al ver al Señor».
Una alegría que no proviene de la satisfacción de nuestros
deseos ni del placer que producen las cosas poseídas ni
del éxito que vamos logrando en la vida. Una alegría
diferente que nos inunda desde dentro y que tiene su
origen en la confianza total en ese Dios que nos ama por
encima de todo, incluso, por encima de la muerte.

Hablando de esta alegría, Macario el Grande dice que, a


veces, a los creyentes «se les inunda el espíritu de una
alegría y de un amor tal que, si fuera posible, acogerían a
todos los hombres en su corazón, sin distinguir entre
buenos y malos». Es cierto. Esta alegría pascual impulsa al
creyente a perdonar y acoger a todos los hombres, incluso

 
 
 
a los más enemigos, porque nosotros mismos hemos sido
acogidos y perdonados por Dios.

Por otra parte, de esta experiencia pascual nace una


actitud nueva de esperanza frente a todas las
adversidades y sufrimientos de la vida, una serenidad
diferente ante los conflictos y problemas diarios, una
paciencia grande con cualquier persona.

FE/EXP-PASCUAL: Esta experiencia pascual es tan central


para la vida cristiana que puede decirse sin exagerar que
ser cristiano es, precisamente, hacer esta experiencia y
desgranarla luego en vivencias, actitudes y
comportamiento a lo largo de la vida.

50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE


RESURRECCIÓN
19-27

19.

«Dinos, María, ¿qué has visto en el camino?»

Una de las piezas maestras del canto gregoriano es, sin


duda, la secuencia de la fiesta de hoy: Victimae paschali
laudes, «Alabanzas a la víctima pascual». Con anterioridad
al concilio de Trento existían numerosas secuencias
litúrgicas medievales, un canto que precedía a la
proclamación del evangelio. Desde ese Concilio, quedan
sólo unas pocas en la liturgia que tienen una gran calidad
musical: recordemos, por ejemplo, el famoso Veni Creator
del día de Pentecostés, el Stabat Mater del Viernes de
Dolores, o el Dies irae de la misa de difuntos.

 
 
 
El texto latino de la secuencia de hoy, que es del siglo Xl,
no tiene especial valor, pero incluye un diálogo lleno de
lirismo e ingenuidad con María Magdalena. La traducción
oficial española lo versifica con dignidad: "¿Qué has visto
de camino, María en la mañana?". Y María responde: «A
mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles
testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y
mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí
veréis los suyos la gloria de la pascua».

María Magdalena, la que los cuatro evangelios presentan


al pie de la cruz, es la gran protagonista de las primeras
apariciones del Resucitado. Su nombre está recogido por
los tres sinópticos dentro del grupo de mujeres que fueron
a embalsamar el cuerpo de Jesús y se encontraron con la
tumba vacía y el anuncio de que Jesús había resucitado.
En el evangelio de Juan, María Magdalena acude sola al
sepulcro, lo encuentra vacío y vuelve corriendo a
comunicarlo a los discípulos, como hemos escuchado en el
relato de hoy. Inmediatamente después continúa con la
aparición de Jesús a Magdalena en la que ésta le confunde
con el hortelano.

MAGDALENA/QUIEN-FUE: ¿Quién fue María Magdalena?


Los datos que tenemos claros son los siguientes: aparece
dentro del grupo de mujeres que acompañaban a Jesús y
le ayudaban con sus bienes. De María Magdalena dirá
Lucas que Jesús había expulsado siete demonios. Y, como
indicábamos antes, Magdalena tiene un puesto muy
importante, tanto al pie de la cruz, como en las primeras
apariciones del Resucitado. Estos son los datos claros
sobre María Magdalena procedentes de los evangelios.

Es probable también que hubiese nacido en la población


galilea de Magdala. Hay que añadir además que la
tradición cristiana ha hecho coincidir a María Magdalena
con aquella mujer, pecadora pública, que irrumpe durante
la comida de Jesús con el fariseo Simón y a la que se le
perdonan sus muchos pecados porque amaba mucho. Y
también se la ha hecho coincidir con María, la hermana de

 
 
 
Lázaro y Marta. Sería también, por tanto, la que
escuchaba a los pies de Jesús mientras su hermana Marta
se afanaba en el trabajo doméstico, la que fue testigo de
la resurrección de su hermano y, también la que vertió,
ante el escándalo de Judas, una libra de perfume de nardo
puro sobre los pies de Jesús. Pero notemos que, según los
evangelios, no es claro que se dé esta coincidencia. Según
esta interpretación Magdalena sería una conversa a la que
Jesús había cambiado la vida, que se mantiene fiel cuando
han huido atemorizados los discípulos y que es testigo
privilegiado de las primeras apariciones del Resucitado.

Últimamente se han construido sobre la figura de María


Magdalena otras hipótesis que carecen de fundamento en
los evangelios: recordemos desde lo que podía insinuar
Jesucristo Superstar hasta La última tentación de Cristo de
Martín Scorsesse. Sin que se pueda probar la imagen
global de María Magdalena, que ha sido acentuada por la
tradición cristiana, hay que reconocer que esa
interpretación es bella y ajustada al mensaje del
evangelio.

María Magdalena pudo haber sido aquella mujer que


experimentó, en aquella comida convencional ofrecida por
el fariseo al maestro, que nadie la había mirado con tanta
pureza y comprensión y nadie había sabido reconocer la
existencia de su mucho amor en su corazón como lo hizo
el maestro. Y fue ese amor nuevo, que la limpieza de
Jesús había hecho surgir dentro de su ser, el que le
empujó a derramar aquella libra de nardo puro, intuyendo
de alguna manera que no lo iba a poder hacer en el día de
su sepultura. Y aquella mujer nueva, que amaba mucho
porque sentía que se la había perdonado mucho, será la
que estará firme junto a la cruz y la protagonista del
anuncio inesperado de que el maestro había resucitado.

En este día de pascua en que, como dice la vieja


secuencia, los cristianos presentan «ofrendas de
alabanza», nos dirigimos a esta mujer que fue primer
testigo del centro de nuestra fe: la muerte y la

 
 
 
resurrección de Cristo. Y, podemos preguntarle también
con esa vieja e ingenua secuencia de pascua: « ¿Qué has
visto de camino, María, en la mañana?». Ojalá nuestra fe
nos pueda decir, en esta mañana de la pascua siempre
florida -porque el grano de trigo ha comenzado a dar vida-
lo que sintió aquella mujer que quizá había sido pecadora,
de cuyo corazón Jesús había expulsado muchos demonios
y que, fue fiel a su Señor en la cruz y en la resurrección.

«Dinos, María», en esta mañana de pascua, que nadie


hablaba tan de verdad al corazón como aquel a quien tú
escuchabas sentada a sus pies. Dinos que tenemos que
trabajar, que entregarnos a la lucha de la vida, a las
personas a las que queremos... Pero que nunca nos
olvidemos de lo que es últimamente lo único necesario:
estar a la escucha de nuestro yo, en donde pueda resonar
la palabra del Señor resucitado.

«Dinos, María», que Jesús resucitado puede expulsar de


nosotros todos esos demonios que están como agarrados
a nuestro corazón; que él puede cambiar nuestro corazón
de piedra por uno de carne y hacer que nos nazca una
carne nueva sobre nuestra carne vieja y podrida.

«Dinos, María», lo que sentiste cuando Jesús te miraba a


los ojos y al corazón en aquella fría comida del fariseo.
Dinos que podemos encontrar en Jesús a alguien que nos
mira siempre con limpieza; que espera de nosotros lo
mejor; que sabe descubrir en los escondrijos de nuestro
ser y de nuestra vida ese pozo de bondad que todos
llevamos dentro. Dinos que es más importante amar
mucho que errar mucho, que al que mucho se le perdona,
mucho ama. Dínoslo hoy, María, al corazón...

"Dinos, María", que cuando se vive en el amor se está más


allá de esas lógicas fariseas que siempre calculan todo;
que la fuerza del amor es inseparable del riesgo y la
generosidad, hasta de cierta locura... Es lo que tú hiciste
derramando sobre los pies de Jesús esa libra de nardo
puro.

 
 
 
"Dinos, María", que valió la pena estar junto a la cruz del
Señor, intentándole dar aunque sólo sea tu compañía y tu
amor, y que el seguidor del maestro tiene que estar junto
a las cruces del hombre de nuestro tiempo.

Y «dinos, sobre todo, María», en esta mañana de pascua,


que podemos sentir que Cristo resucitado nos llama por
nuestro propio nombre y nos dice siempre al corazón una
palabra de aliento y esperanza. Dinos que hay siempre
una Galilea, una patria de bondad, en la que Cristo nos
aguarda. Dinos que Cristo debe ser nuestro amor y
nuestra esperanza. Dinos que ese Cristo resucitó de veras
que sigue hoy vivo ante mi propia vida. «Dinos, María»,
que ha resucitado Cristo nuestra esperanza y nos llama
por nuestro nombre, con el mismo cariño con el que
pronunció el tuyo; que el amor es más fuerte que el
pecado y la vida más fuerte que la muerte.

«Dinos, María», en esta mañana de pascua, lo que decía la


vieja secuencia medieval: "¡Resucitó de veras mi amor y
mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí
veréis los suyos la gloria de la pascua.

20.

- El hecho.

El evangelista Juan nos relata dos hechos. María


Magdalena, la más madrugadora, va al sepulcro y se
encuentra la losa quitada, el sepulcro vacío. No creyó. Se
limitó a contar lo que le pareció más razonable: "se han
llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto". El
segundo hecho es la visita temprana de Pedro y Juan,
avisados por las palabras de María Magdalena. Salen
corriendo. Naturalmente corre más y llega antes Juan,
pero espera a que Pedro llegue y entre. Pedro ve el
sepulcro vacío, pero también las vendas por el suelo y el
sudario, cuidadosamente plegado y puesto aparte. Juan

 
 
 
vio lo mismo. Vio y creyó. Vio la tumba vacía y las vendas
y el sudario aparte, y creyó que Jesús había resucitado. Y
creyeron en las Escrituras y en las palabras de Jesús, que
había anunciado su muerte y resurrección.

-El evangelio.

El evangelio es la Buena Noticia de la resurrección de


Jesús. Más que un hecho, es un acontecimiento que
cambia la vida y el mundo. Pues si Cristo ha resucitado,
también nosotros resucitaremos. Por eso es una buena
noticia, la mejor para los seres mortales. En el evangelio
se anuncia lo imposible, sí, pero también lo irrenunciable,
la resurrección, la vida después de la vida, el triunfo y
desmitificación contra la muerte. Morir ya no es morir, es
sólo un paso, el tránsito hacia la vida perdurable y feliz.
Así lo entendieron los apóstoles. No entendieron sólo que
la causa de Jesús perduraba, ni que Jesús pasaba a la
historia de los inmortales. Entendieron que Jesús estaba
vivo. Y comprendieron que su promesa de vida eterna era
una promesa que se cumpliría a pesar de todo.

-La evangelización.

Y así lo proclamaron a los cuatro vientos, haciendo


hincapié en su experiencia: nosotros somos testigos, lo
hemos visto todo. Hemos vivido con él, hemos asistido
atónitos a su muerte y, cuando todo parecía acabado en la
frialdad de la tumba, la tumba está vacía y el muerto ha
resucitado. Y nosotros con él. Evangelizar es siempre eso,
anunciar la Buena Noticia, proclamar la resurrección del
Señor, anunciar a todos que la muerte ha sido vencida,
que la muerte no es el final, que la vida sigue más allá de
la muerte. Jesús ha derribado de una vez por todas el
muro de la desesperación humana. Ya hay camino hacia
una nueva humanidad, porque lo imposible ya es posible
por la gracia y con la gracia de Dios. ¿Lo creemos?

-La fe que vence al mundo.

 
 
 
Creer en la resurrección de Jesús no es sólo tener por
cierta su resurrección, sino resucitar, como nos dice san
Pablo. Creer es realizar en la vida la misma experiencia de
la vida de Jesús. Es ponernos en su camino y en el camino
de nuestra exaltación, resueltamente y sin echar marcha
atrás. Jesús entendió su exaltación como subida a la cruz,
como servicio y entrega por todos, dando su vida hasta la
muerte. El que ama y va entregando su vida con amor, va
ganando la vida y verifica ante el mundo la fuerza de la
resurrección, porque en "esto hemos conocido que hemos
pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los
hermanos", en que estamos dispuestos a dar la vida y no
a quitarla. Sólo esta fe viva, esta experiencia de la nueva
vida inaugurada por el Resucitado, puede discutir a la
muerte y a la violencia su dominio. Sin esa experiencia,
nada de lo que digamos sobre la resurrección podrá
convencer a los otros. Tenemos que ser testigos de la
resurrección, resucitando y ayudando a alumbrar la nueva
vida.

-El testimonio.

Creer es ser testigos de la resurrección. Creer es resucitar,


vencer ya en esta vida por la esperanza la desesperación
de la muerte. La fe en la resurrección de Jesús es la única
fuerza capaz de disputar a la muerte, y a los ejecutores de
la muerte, sus dominios. La muerte es el gran enemigo, el
mayor enemigo del hombre. El poder de la muerte se
evidencia en el hambre, en las enfermedades y
catástrofes, en la violencia y el terrorismo, en la
explotación, en la marginación, en las injusticias, en todo
cuanto mortifica a los hombres y a los pueblos. Creer en la
resurrección es sublevarse ya contra ese dominio de
muerte. Es trabajar por la vida, por la convivencia en paz.
Es trabajar y apoyar a los pobres y marginados, a los
desprotegidos, a los oprimidos. Y debe ser también plantar
cara a los partidarios de la muerte, a los asesinos, a los
violentos, a los explotadores, a los racistas y extremistas.
Porque sólo trabajando para la vida puede resultar creíble
la fe en una vida eterna y feliz.

 
 
 

21.

1. Iglesia de hombres, Iglesia de mujeres.

En el evangelio, María Magdalena, la primera que ha visto


la losa quitada del sepulcro, corre a informar del hecho a
los dos discípulos más importantes, Pedro, el ministerio
eclesial, y Juan, el amor eclesial. Se dice que los dos
discípulos corrían «juntos» camino del sepulcro, pero no
llegaron a la vez: el amor es más rápido, tiene menos
preocupaciones y está por así decirlo más liberado que el
ministerio, que debe ocuparse de múltiples cosas. Pero el
amor deja que sea el ministerio el que dictamine sobre la
situación: es Pedro el primero que entra, ve el sudario
enrollado y comprende que no puede tratarse de un robo.

Esto basta para dejar entrar también al amor, que «ve y


cree» no en la resurrección propiamente dicha, sino en la
verdad de todo lo que ha sucedido con Jesús. Hasta aquí
llegan los dos representantes simbólicos de la Iglesia: lo
que sucedió era verdad y la fe está justificada a pesar de
toda la oscuridad de la situación. En los primeros
momentos esta fe se convertirá en verdadera fe en la
resurrección sólo en María Magdalena, que no «se vuelve a
casa», sino que se queda junto al sepulcro donde había
estado el cuerpo de Jesús y se asoma con la esperanza de
encontrarlo. El sitio vacío se torna ahora luminoso,
delimitado por dos ángeles, uno a la cabecera y otro a los
pies. Pero el vacío luminoso no es suficiente para el amor
de la Iglesia (aquí la mujer antes pecadora y ya
reconciliada, María Magdalena, ocupa sin duda el lugar de
la mujer por excelencia, María, la Madre): debe tener a su
único amado. Ella le reconoce en la llamada de Jesús:
¡María! Con esto todo se colma, el cadáver buscado es
ahora el eterno Viviente. Pero no hay que tocarle, pues
está de camino hacia el Padre: la tierra no debe retenerle,
sino decir sí; como en el momento de su encarnación,
también ahora, cuando vuelve al Padre, hay que decir sí.

 
 
 
Este sí se convierte en la dicha de la misión a los
hermanos: dar es más bienaventurado que conservar para
sí. La Iglesia es en lo más profundo de sí misma mujer, y
como mujer abraza tanto al ministerio eclesial como al
amor eclesial, que son inseparables: «La hembra abrazará
al varón» (Jr 31,22).

2. El ministerio predica.

Pedro predica, en la primera lectura, sobre toda la


actividad de Jesús; el apóstol puede predicar de esta
manera tan solemne, meditada y triunfante sólo a partir
del acontecimiento de la resurrección. Esta arroja la luz
decisiva sobre todo lo precedente: por el bautismo Jesús,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, se ha
convertido en el bienhechor y salvador de todos; la pasión
aparece casi como un interludio para lo más importante: el
testimonio de la resurrección; pues testimonio debe ser,
ya que la aparición del Glorificado no debía ser un
espectáculo para «todo el pueblo» sino un encargo,
confiado a los testigos «que él había designado» de
antemano, de «predicar al pueblo» el acontecimiento, que
tiene un doble resultado: para los que creen en él, el
Señor es «el perdón de los pecados»; y para todos será el
«juez de vivos y muertos» nombrado por Dios. La
predicación del Papa es la sustancia de la Buena Nueva y
la síntesis de la doctrina magisterial.

3. El apóstol explica.

En la segunda lectura Pablo saca la conclusión para la vida


cristiana. La muerte y resurrección de Cristo,
acontecimientos ambos que han tenido lugar por nosotros,
nos han introducido realmente en su vida: «Habéis
muerto», «habéis resucitado con Cristo». Como todo tiene
en él su consistencia (Col 1,17), todo se mueve y vive con
él. Pero al igual que el ser de Cristo estaba determinado
por su obediencia al Padre, así también nuestro ser es
inseparable de nuestro deber. Nuestro ser consiste en que
nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, ha sido

 
 
 
sustraída al mundo y por tanto ahora no es visible; sólo
cuando aparezca Cristo, «vida nuestra», podrá salir
también a la luz, juntamente con él, nuestra verdad
escondida. Pero como nuestro ser es también nuestro
deber, tenemos que aspirar ante todo a las cosas celestes,
a las cosas de arriba; aunque tengamos que realizar
tareas terrestres, no podemos permanecer atados a ellas,
sino que hemos de tender a lo que no solamente después
de la muerte sino ya ahora constituye nuestra verdad más
profunda. En el don de Pascua se encuentra también la
exigencia de Pascua, que es asimismo un puro regalo.

22.

«ESTE ES EL DÍA»

Este es el día que hizo el Señor. Un día que empezó


aquella madrugada del sábado al lunes de hace dos mil
años y que perdurará para siempre. De lo que ocurrió ese
día arranca «todo» para el cristiano.

Es verdad que, como dijo Pedro, «la cosa empezó en


Galilea», concretamente en Nazaret, cuando el ángel se
llegó a María y le dijo: «Dios te salve, llena de gracia...».
Pero, cuando las cosas empezaron a «tener sentido de
verdad» fue aquella mañana de resurrección. Es decir,
hoy.

Porque daos cuenta. La muerte de Jesús cortó por lo sano


todas las ilusiones de los apóstoles y de sus seguidores.
¿Quiénes eran los apóstoles? Gentes que «lo habían
dejado todo y le seguían». ¿Por qué? Porque «una rara
virtud salía de Él y curaba a todos». Porque «tenía
palabras de vida eterna». O porque, como los de Emaús,
«esperaban que fuera el futuro libertador de Israel». Lo
cierto es que «a aquel profeta poderoso en obras y
palabras, los sumos sacerdotes y los jefes lo condenaron a
muerte y lo crucificaron». Y entonces, a todos sus

 
 
 
seguidores, se les hundió el mundo. Y sobre sus vidas y
sobre su corazón, cayó una losa, tan grande y fría como la
que cayó sobre el sepulcro de Jesús. «Causa finita». Fin.

Pero no. Más bien: Principio, Aurora definitiva. Día


«octavo» de la Creación. «La primavera ha venido. Y todos
sabemos cómo ha sido». Leed despacio el evangelio de
hoy, y el de ayer-noche, y el de todo este tiempo. Y veréis
cómo van «resucitando» todos: la Magdalena, los de
Emaús, y los apóstoles desconcertados. Escuchad su grito
estremecido que se les sube por los entresijos del alma:
«Era verdad, ha resucitado y se ha aparecido a Simón».

Es decir, tras el aparente fracaso de Cristo crucificado, que


da al traste con todas sus ilusiones, la resurrección trajo
un cambio radical en su mente y en su vida. Dio «sentido»
a todo lo que los discípulos antes no habían entendido: al
valor de la humillación, del dolor, de la pobreza;
comprendieron aquella obsesión de Jesús por el Padre, la
fuerza del «mandamiento nuevo», distinto, imprescindible.
Todo lo entendieron.

Y así, la resurrección se convirtió para ellos en la piedra


fundamental de su fe, en el convencimiento de la divinidad
de Jesús, y en el núcleo de toda su predicación. Eso. Ya no
pensaron en otra cosa. Esa fue su chaladura: declarar
oportuna e inoportunamente que «ellos eran testigos de la
muerte y de la resurrección de Jesús». Y que «creer eso,
era entrar en la salvación». Ese fue su pregón. Y ésa debe
ser la única predicación de la Iglesia.

Lo que ocurre es que, a partir de ahí, los hombres se


dividen en dos: los que no creen y piensan que todo acaba
con la muerte. Y prefieren no pensar en ella, aunque la
ven cabalgando por todos lados, de un modo inevitable. Y
se agarran a la «filosofía de la dicha», ya que el tiempo
corre que vuela. Y proclamen como Camús: «No hay que
avergonzarse de ser dichosos». Y, segundo los que
creemos, a pesar del tormento de la duda y la humillante
caducidad de las cosas. Los que hemos aceptado el

 
 
 
kerigma de Cristo resucitado. Porque algo nos dice en
nuestro interior que no pueden quedar fallidas nuestras
ansias de inmortalidad. Y, sobre todo, porque como dirá
Pablo: «Si Cristo no hubiera resucitado, seríamos los seres
más desdichados». Por eso, dejadme que os repita: «La
primavera ha venido. Y todos sabemos cómo ha sido».

23. «LA PRIMAVERA HA VENIDO»

No hace falta ser profeta, ni experto en sociologías y


sicologías, para reconocer que la vida del hombre es un
tejer y un destejer, una línea ascendente de ilusiones y
proyectos, y otra descendente, en la que todos
terminamos cantando aquello de «las ilusiones perdidas,
hojas son, ¡ay! desprendidas, del árbol del corazón».

Cada uno hemos escalado una vereda de primaveras


diciendo que «la vida es bella». Y cada uno también, de
pronto, nos hemos encontrado en una niebla de tristezas,
quebrantos y soledades. Añadid el despojo que hacen los
años... Y entenderéis al poeta: «Todo el mundo es otoño,
corazones desiertos..., palomares vacíos de las blancas
palomas que anidaron ayer». Sí, con los años, después de
combatir en mil batallas, hacemos el recuento de las
«bajas» y nos llenamos de melancolía; acaso, de
desolación.

Pero, ¡ojo!, yo no quería salpicaros de pesimismo. Al


contrario. Esta noche he leído muy atentamente los textos
litúrgicos. Y muchos de mis «cables cruzados» se han
puesto en orden. Os subrayaré algo:

EL SEPULCRO VACÍO.-He aquí una primera realidad


reconfortante. ¡Qué malo hubiera sido que María
Magdalena hubiera descorrido la piedra y hubiera
embalsamado a Jesús! A estas horas sus seguidores, si
quedábamos, estaríamos diciendo: «Ni contigo, ni sin ti,
tienen mis males remedio». Pero, no. Encontró el sepulcro

 
 
 
«vacío». Y tuvo que comprender que sus ungüentos eran
regalos inútiles, alivios ridículos para un cuerpo inmortal.
« ¡No estaba allí! ¡Había resucitado!» Allá sólo estaban las
reliquias de la muerte: «unas vendas, un sudario».
Constataciones de un dolor superado y redentor. Agua
pasada. Banderas de la muerte, humilladas por el huracán
de la Vida.

Por eso, comprendió -y nosotros con ella- muchas cosas.


Por ejemplo:

1. ° Las sagradas escrituras.-«Era verdad», dijeron los de


Emaús. Y «era verdad» es lo que nos vemos obligados a
decir todos los que creemos. -Y nos referimos a todo lo
que anunciaron los profetas, a todo lo que predijo Jesús.
Desde entonces, el creyente sabe que la muerte y
resurrección de Jesús son el broche final de toda la obra
salvadora de Dios. La Creación, el pecado, las vicisitudes
del pueblo de Israel, la Encarnación, la Cruz..., encuentran
su culmen en la «Resurrección». ¡Aleluya!

2. ° Comprendemos también «nuestra incorporación a


Cristo». San Pablo lo pregona en la segunda lectura de
hoy: «Si hemos muerto con Cristo, también viviremos con
El, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado, ya no
muere más...». Lo dice de mil maneras: «Si nuestra
existencia está unida a Él en una muerte como la suya, lo
estará también en una resurrección como la suya».
¡Aleluya, Aleluya!

3. ° No ha lugar al pesimismo.-Efectivamente, vistas


desde esta panorámica, todas las tristezas y quebrantos
que el hombre va acumulando, todas las enfermedades y
soledades, todas las incomprensiones y frustraciones,
empiezan a «tener sentido». Si al final de la vida el
hombre tiene la sensación de que todo se le vuelve
«otoño», con la resurrección de Jesús, tiene la certeza de
que todo es primavera. Eterna primavera. Los árboles del
«cielo nuevo y la tierra nueva» que ya no acabarán.
Antesala del «séptimo día». O mejor, amanecer del Día

 
 
 
Primero. Día sin ocaso. Ocasión propicia para escuchar a
Pablo: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los
bienes de arriba». Y volver a cantar: « ¡Aleluya, aleluya,
aleluya!»

24. EL «PASO» Y LOS «PASOS»

Durante esta semana que acaba de terminar, las calles


más típicas de nuestras viejas ciudades, a pesar del clima
de secularización reinante, han visto desfilar escenas
bellísimas y entrañables, memoriales de nuestra fe,
escultura dolorida y procesional de la Pasión del Señor,
catequesis vivas -de hoy, de ayer y de mañana-, para
quienes se quieran dejar interpelar. Joyas del arte y de las
creencias de nuestro pueblo. Celebración popular de estos
extremos de amor, por los que quiso «pasar» el Hijo de
Dios. Son «los pasos» de la Pasión. Todos ellos -la entrada
en Jerusalén, la cena, el prendimiento, la flagelación, la
crucifixión, el descendimiento, los cristos yacentes- son
«pasos hacia la muerte».

Pero he aquí que, en esta noche recién terminada, ha


cambiado la decoración. Han desaparecido los «pasos de
la muerte» y sólo contemplamos el «Paso hacia la Vida»:
la PASCUA. El gran PASO con mayúscula y definitivo. La
Vigilia que ayer noche celebrábamos nos ha introducido en
ese Paso ya para siempre. Y ésa es nuestra Vida. Repasad
la liturgia de esta madrugada. Y veréis que todos los
símbolos que en ella vemos expuestos, todas las lecturas
que hemos proclamado, todas las aclamaciones que
hemos cantado, dicen lo mismo: «El Señor no es un Dios
de muertos, sino de vivos». Eso eran las lecturas del A.T.
Hablan del Dios que es «creador», del Dios que «libera a
Israel», del Dios que, con el diluvio, «hace brotar una
naturaleza nueva». Es decir, un Dios que desborda vida. Y
la bendición del fuego, el desfile del cirio pascual por entre
las tinieblas del templo, el canto del pregón pascual, el
gloria a toque de campanillas, lo mismo. Son

 
 
 
proclamaciones de que el Hijo de Dios ha vencido a la
muerte, tal y como lo anunció: «Yo soy la resurrección y la
vida».

Yo no sé cómo los cristianos no vibramos más y nos


dejamos arrastrar más por esta noticia, válida por sí sola
para que hagamos cada uno nuestro verdadero «paso»
hacia la Vida única. Quizá por esta razón, los obispos de
nuestra tierra, siguiendo esa buena costumbre de
ofrecernos cada cuaresma un alimento de primera calidad,
nos han brindado esa magnífica carta-pastoral titulada «Al
servicio de una vida más humana». ¿La habéis leído? ¿No?
A mí, más que pastoral de cuaresma, me parece pastoral
de Pascua. Si la leéis, llegaréis a convenceros de tres
cosas «clave» por lo menos:

Una. Aunque todos, hoy, parecemos proclamar el derecho


a la vida y hemos avanzado asombrosamente en logros
médicos increíbles, sin embargo, paradójicamente, vamos
inventando más descarados sofismas para aparcar de la
vida a muchos seres, generalmente indefensos,
absolutamente menesterosos, juzgando de esta manera
que esas vidas no eran necesarias.

Dos. Aunque hemos conseguido cotas indiscutibles en


cuanto a nivel de vida y a calidad de existencia, es posible,
casi seguro, que esa «calidad» la hemos centrado
únicamente en la vertiente material del hombre, en sus
posibilidades de confort y de consumismo; y no en su
dimensión espiritual.

Y tres. Frente a todas las ofertas de «vida efímera» que


nos brindan por ahí, la Fuente de «vida verdadera» sigue
siendo Dios. El, «a través del sufrimiento liberador del
crucificado» y de la «resurrección con Cristo», nos regala
la oportunidad de «vivir una Vida Nueva». Por eso decimos
que «nuestra Pascua es Cristo». Porque, frente a todos los
«pasos de la muerte» nos ha traído el «PASO HACIA LA
VIDA».

 
 
 

25.

Frase evangélica: «El primer día de la semana»

Tema de predicación: EL DÍA DE LA RESURRECCIÓN

1. Después de la muerte de Jesús en el «último día», el


evangelio de Juan presenta el «primer día», tiempo de la
nueva Pascua y de la nueva Creación. De este modo
culminan la obra de Jesús y el proyecto creador de Dios.
Comienza el día por un «amanecer», aunque todavía
«oscuro», porque el pensamiento de María Magdalena está
en el sepulcro, en el cadáver de Jesús.

2. El evangelio del Domingo de Resurrección descubre la


búsqueda de Jesús por parte de los discípulos: una mujer
(la Magdalena) y dos hombres (Pedro y Juan). La mujer se
adelantó, y por su testimonio corrieron «juntos» los dos
hombres. Los discípulos reconocen los signos: la losa
retirada (roto el sello mortal), los lienzos aparte (el cuerpo
desatado) y el sudario enrollado en otro sitio (la muerte
superada). La muerte no tiene la última palabra: ha sido
vencida por la vida.

3. Pedro, a pesar de sus negaciones, pasa el primero,


después de seguir a Juan, el cual se había adelantado por
ser testigo de la cruz y por su experiencia de amor. La
Escritura y la decisión de encontrar al Señor contribuyen a
creer que Jesús «resucitó de entre los muertos».

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Sabemos comprobar los signos de muerte?

¿Transcendemos estos signos hasta constituir muestras de


vida?

 
 
 
26.

Frase evangélica: «Él había de resucitar de entre los


muertos»

Tema de predicación: LA VIDA DESDE LA MUERTE

1. El tesoro más apreciado por el ser humano es la vida.


Símbolo bíblico de la vida es el árbol -de por sí resistente-
de la vida plena. Por ser don de Dios, es sagrada; por ser
la suprema riqueza del ser humano, es inapreciable; y por
estar amenazada por la enfermedad y la muerte, es frágil.
De hecho, el dolor -sobre todo el injustamente infligido-
domina la vida. Hay una distancia considerable entre la
vida ideal y la fatigosa (y a menudo injusta) vida real.
Pero todos deseamos y buscamos una vida placentera y
plena, a pesar de estar tan sometidos y condicionados por
influencias de todo tipo. Ciertamente, hoy se conocen y
dominan muchos aspectos de la vida, pero se corre el
peligro de desconocer el sentido de la vida. Se da esta
paradoja: al crecer los medios de vida, decrecen las
razones para vivir: en el «primer mundo» abundan dichos
medios, mientras que en el «tercer mundo» sobreabundan
las mencionadas razones.

2. El ser humano ha recibido de Dios la vida, no


simplemente para vivirla, sino para realizarla. Y sólo se
realiza con una vida ética y, en el caso del creyente, con la
práctica de la palabra de Dios. Una vida alejada de los
hermanos y de Dios es la muerte, precisamente porque
Dios es la síntesis de la vida. Por pertenecer a la vida el
cuerpo y el espíritu, no hay vida sin cuerpo: de ahí la
necesidad de prestar atención a los cuerpos desnutridos
de vida. En suma, la vida espiritual no es vida abstraída
del mundo, sino fuente de toda vida, con misericordia y
con justicia.

3. Frente a la vida presente -en continuidad y, a la vez, en


ruptura- está la vida plena futura. Ésta sobreviene, no por
la inmortalidad del alma, sino por la resurrección de los

 
 
 
muertos con la intervención de Dios. Según el Nuevo
Testamento, dicha vida está determinada por la
resurrección de Jesucristo y es comunión con Dios,
vencedor de la muerte. El creyente vive ya una vida nueva
por la fuerza del Espíritu, entre el ya y el todavía no: es
realidad presente con dimensiones de futuro. Será plena
cuando sea vencido el último enemigo, que es la muerte,
con todas sus actuales mortandades.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Hacemos algo en beneficio de la vida de los demás?

¿Cómo entendemos los cristianos la calidad de la vida?

27.

Los cristianos orientales tienen una manera muy bella y


teológica de hablar de la resurrección. Dicen que el
ateísmo es no creer en la resurrección. Sólo se puede
creer en Dios si hay resurrección: la de Jesús y la nuestra.
Porque si Dios permanece impasible e impotente en su
bienaventuranza celeste, contemplando la historia de las
injusticias, opresiones y asesinatos que es la historia
humana, si ve cómo los injustos y malvados casi siempre
triunfan, mientras que los justos e inocentes padecen en
sus manos, y no hace nada, este Dios no es creíble.
Pensemos sólo en los seis millones de judíos deportados y
exterminados cruelmente en los campos de concentración
nazis, o en los millares de "desaparecidos" bajo los
regímenes militares sudamericanos, o de "campesinos"
asesinados en Centroamérica, o de negros de Sudáfrica...
Ante esta injusticia radical, si Dios no actúa, no es Dios,
sino un monstruo o un impotente. Sólo un Dios que pueda
resucitar a los muertos es digno de fe. Si no podemos
creer en la resurrección, no podemos creer en Dios. La
resurrección es el gran acto de justicia de Dios hacia su
Hijo JC, y esperamos que también, hacia sus otros hijos

 
 
 
que han sufrido absurdamente, que han padecido
inocentemente.

Esto es esencial. La palabra definitiva de Dios no puede


ser el oscuro silencio del Calvario, sino la luz
resplandeciente de la Pascua.

La Pascua es la protesta de Dios contra la malicia e


injusticia de los hombres. La resurrección es el acto de
protesta de Dios contra la injusticia que mata a su Hijo
inocente, la protesta de Dios contra la maldad de los
hombres que se matan unos a otros. Si la resurrección no
ha acaecido "vana es nuestra fe" (1Co 15, 14). Se ha de
poder creer en un Dios que hace justicia, y la justicia es
que el inocente injustamente aplastado sea restablecido a
la vida. Por eso la resurrección es realmente la llave de la
Historia. Parece que los justos e inocentes son
abandonados y que el mal siempre triunfa. Los malvados
odian, engañan, hacen violencia, explotan, matan al débil,
al pobre, al indefenso, y Dios parece que no hace nada
para impedirlo. "Esta es vuestra hora y el poder de las
tinieblas" (Lc 22, 53). Como si Dios no se entrometiera en
este mundo.

Es que éste es el mundo de nuestra responsabilidad, de


nuestra libertad. Aquí hay que recurrir a lo que Jesús nos
quiso decir con las parábolas del Reino de Dios. Dios es
aquel señor de las parábolas que se fue a tierras lejanas
(Lc 19. 11-27). Dejó a sus administradores a cargo de sus
bienes, y ellos los malgastaron. Pero el Señor volvió. La
resurrección es el momento en que el Señor vuelve, o en
que nosotros volvemos al Señor y le tenemos que dar
cuentas. Si no hubiese este momento, este señor que se
va y deja que los otros hagan lo que quieran y no se
preocupa de nada no es un Señor de verdad. Por eso la
resurrección es la clave de nuestra vida cristiana. Creer en
la resurrección no es sólo creer una doctrina. Se ha de
creer en la resurrección con la vida; no sólo con la cabeza.
Tenemos que hacer nuestra la resurrección haciendo
nuestro el juicio de Dios contra el mal. Dios no tolera

 
 
 
impasible el mal de los oprimidos, y nosotros tampoco lo
debemos tolerar. Sólo cree en la resurrección el que no
está conforme con el mundo tal como es.

Tenemos que creer en la resurrección con nuestra actitud


y nuestras obras. Tenemos que hacer resurrección.
Tenemos que preguntarnos si nuestra vida, nuestra
existencia, es causa de vida o causa de muerte a nuestro
alrededor, si es causa de crucifixión o de resurrección para
los que nos rodean. Esto es importante, porque quizá
podemos pasarnos la vida cantando el misterio pascual y
"haciendo la pascua" a todo el mundo. Podríamos decir
que nosotros somos como colaboradores de la
resurrección. "Tenemos que completar lo que falta a la
pasión de Cristo" (Col 1, 24).

Y tenemos que completar también lo que falta a la


resurrección de Cristo. Los Santos Padres decían que
Cristo no está todavía totalmente resucitado y, según
como se entienda, hay en esto cierta verdad.

Cristo no posee el pleno gozo de la resurrección mientras


haya alguien que sufra. No le dejamos, por así decir, ser
plenamente resucitado, porque se ha identificado con
todos nosotros. Si engañamos, si explotamos, si hacemos
violencia, si estamos con las fuerzas del mal y de la
muerte contra la resurrección, continuamos la pasión de
Cristo y atrasamos la Pascua total. Si, por el contrario,
amamos, servimos, compartimos, ayudamos, estamos con
Dios contra el padecimiento del justo y a favor de la
resurrección, hacemos resplandecer la gloria de la
resurrección. La resurrección no es algo del último día,
sino que la vamos haciendo. San Pablo lo dice de manera
muy bella: Cristo es las primicias (1Co 15, 20), el primer
fruto, el comienzo de una abundante y espléndida
cosecha. Cristo ha resucitado ya, ciertamente. Pero
nosotros vamos haciendo nuestra resurrección y la de los
otros a medida que vamos madurando en el amor.

 
 
 

50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE


RESURRECCIÓN
28-38

28.

De las distintas posibilidades de lecturas que se ofrecen


para la misa de hoy, este proyecto supone que se lee
como segunda lectura la carta a los Corintios y como
evangelio el mismo de la Vigilia, de Lucas.

La fiesta de las fiestas

"No está aquí. Ha resucitado". Hermanos, alegrémonos de


corazón. Ésta es la Buena Noticia por excelencia. En medio
de tantas informaciones tristes o preocupantes que nos
aporta la historia, los cristianos hemos escuchado con
gozo el anuncio del evangelio: Dios ha dicho un "si"
decisivo a la humanidad al resucitar de entre los muertos
a su Hijo y Hermano nuestro, Cristo Jesús, que se había
entregado a la muerte por solidaridad con todos nosotros.
Aunque muchos no se hayan enterado, ha sido un
inmenso regalo para toda la humanidad. Los cristianos
tenemos motivos muy válidos para cantar con convicción
lo que nos ha hecho repetir el salmo de hoy: "Este es el
día en que actuó el Señor, sea nuestra alegra y nuestro
gozo".

Esta noche pasada, con la solemne Vigilia Pascual, hemos


dado comienzo a la gran fiesta de Pascua, que va a durar
siete semanas, hasta el día de Pentecostés, el 31 de
mayo.

La victoria de Cristo es también nuestra victoria

 
 
 
Lo que celebramos no es un aniversario. Es una realidad
que todavía sigue sucediendo. Jesús, hace dos mil años,
inauguró la Pascua: la Pascua sigue viva. Él, Cristo Jesús,
sigue vivo. Aunque no le vemos, está en medio de
nosotros.

Con qué valentía lo ha dicho Pedro ante las autoridades,


él, que negó a Jesús delante de una criada y unos
guardias: "Lo mataron, colgándolo de un madero, pero
Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver y lo ha
nombrado juez de vivos y muertos". La resurrección de
Jesús cambió la historia. Transformó a Pedro y a los
demás discípulos de la primera comunidad.

Y quiere transformarnos también a nosotros. La Pascua de


Cristo es también nuestra Pascua. Cristo quiere crear algo
nuevo en nosotros, darnos su vida, su energía, su
entusiasmo, su alegría. Como nos ha dicho Pablo, en la
carta a los Corintios: ya que los judíos celebran su Pascua
con panes ácimos, sin levadura, destruyendo todo el pan
que tuvieran de antes y comiendo sólo pan nuevo, así
nosotros, los cristianos, hemos de celebrar nuestra Pascua
no con levadura vieja, levadura de corrupción y de
maldad, sino con los panes nuevos de la sinceridad y de la
verdad.

Una comunidad pascual

Pascua es noticia festiva y, a la vez, compromiso y


estimulo para una vida nueva, según Cristo Jesús. Se
tiene que notar no sólo en nuestros cantos y en el color de
los vestidos y las flores y en el cirio que estará encendido
durante siete semanas: sino en nuestra vida, en nuestro
amor, en nuestra actitud de verdad y sinceridad.

Pascua es fiesta y es también tarea. Pedro nos ha dicho


que Jesús, al aparecerse a ellos, llenándoles de alegría, les
encargó que predicaran al pueblo y dieran testimonio de
su resurrección. Es lo que hicieron aquellas valientes
mujeres, las que habían estado al pie de la Cruz de Jesús

 
 
 
y ahora eran los primeros testigos de su nueva vida:
"recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y
anunciaron todo esto a los once y a los demás". Se
convirtieron en "apóstoles de los apóstoles", en
pregoneras de la Buena Noticia a todo el que quisiera
escucharlas, aunque no les hicieran mucho caso. (Y lo que
hicieron los dos discípulos de Emaús. Al reconocer a Jesús,
fueron corriendo a Jerusalén y contaron lo que les habla
pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir
el pan).

Cada uno en su ambiente -jóvenes, familia, escuela,


mundo de los enfermos y los marginados, medios de
comunicación, trabajo profesional, comunidad religiosa-
debemos ser testigos de la Pascua de Jesús, contagiando a
los demás, sin demasiados discursos, pero si con una vida
convincente, su alegría y su dinamismo.

Dejémonos llenar del mismo Espíritu de Dios que llenó a


Jesús. Este año, especialmente, Pascua tendría que ser
para nosotros totalmente llena del Espíritu del Resucitado.
O sea, llena de vida, de energía, de novedad, de aire
fresco, tanto personalmente como en la comunidad
eclesial.

Hermanos, dejemos actuar en nosotros al Espirito de Dios:


el que resucitó a Jesús quiere resucitarnos también a
nosotros. Y así, Pascua no sólo será fiesta por Cristo, sino
también por cada uno de nosotros.

29.

La acción transformadora más palpable de la resurrección


de Jesús fue su capacidad de transformar el interior de los
discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y
atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en
torno a la causa del evangelio y llenarlos de su espíritu de
perdón. La pequeña comunidad de los discípulos no sólo

 
 
 
había sido disuelta por el ajusticiamiento de Jesús, sino
también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad
que deja en un grupo la traición de uno de sus
integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la


verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había
entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por
eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a
su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos
estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la
comunidad de seguidores, darles cohesión interna en el
perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la
igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la
presencia y la fuerza interior del resucitado lo logró.

Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten


interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y
cuando la comunican, es cuando realmente experimentan
su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas
las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico
de los relatos del Resucitado actuando que presentan a la
comunidad, revela el proceso renovador que hace el
Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Veamos cómo demuestran esto las tres lecturas de este


domingo. A nivel cronológico, debemos empezar por el
evangelio (Jn 20, 19-31). La comunidad anda todavía
disuelta. Tomás, el incrédulo, es sólo un ejemplo. ¿Qué
hace Jesús para aunarlos? Dar al grupo su Espíritu de
perdón, para que haga lo mismo con los demás y tomar a
Tomás como ejemplo de reconciliación. En una comunidad
reconciliada renace la fraternidad, la alegría, la capacidad
de entrega... y se puede convertir en una comunidad
creadora de nuevas comunidades reconciliadas. Este
proceso de sentirse perdonado y de tener capacidad de
perdonar a otros es el que va a ir activando la presencia
del Resucitado en todos los que entren en contacto con la
comunidad cristiana original. Es el mismo Jesús quien
pone todo el énfasis de su resurrección en el sentirlo

 
 
 
interiormente, más que en el verlo o en palparlo
físicamente, a través de apariciones. Esta afirmación
queda sellada con sus palabras: "Dichosos los que sin
haber visto han creído".

Hch 5, 12-16 nos presenta el actuar de una comunidad


que cree en el Resucitado: quien lo siente vivo y actuante
en su interior, trata de comunicarlo de la misma forma. El
testimonio que irradia la pequeña comunidad es el de una
comunidad reconciliada, en la que todos tienen "un mismo
espíritu" (v. 12), causan por eso impacto en la sociedad
que los rodea (v. 13), despiertan nuevos seguidores y
entregan gratuitamente a otros el amor que recibieron del
Maestro. A partir de aquí, cualquier milagro es posible y es
plenamente explicable. La lectura del libro del Apocalipsis
(1, 12-13.17-19) nos coloca en medio de una comunidad
perseguida por el solo hecho de seguir las enseñanzas del
Crucificado, ahora Resucitado. Es la fuerza del Resucitado
la que preside y guía la comunidad perseguida. Si ella
sabe mantener viva la presencia de Jesús Resucitado, se
mantendrá viva y fuerte aun en medio de la persecución
más tenaz. El cristiano no debe tener miedo frente a nada
ni nadie, pues no es la muerte su destino, sino la
resurrección. A la comunidad cristiana no la preside la
muerte. La preside la vida. Y es precisamente a partir de
la vida, en cuyo servicio está, en donde el cristianismo
tiene su fuerza. Cualquier participación o apoyo a procesos
de muerte, es una traición al resucitado y un golpe mortal
a su propia vida.

Para la revisión de vida

-¿Cómo va mi alegría, mi esperanza, mi optimismo o


pesimismo frente a la realidad global?

-¿Es mi fe en la resurrección de Jesús una opción también


por la vida a todos sus niveles?

Oración comunitaria

 
 
 
Oh Dios que en la resurrección de Jesús has dejado clara
tu voluntad y tu propuesta de Vida abundante para todos;
llenos de alegría te damos gracias por la confirmación que
en la resurrección de Jesús has dado a todas nuestras
esperanzas. Por N.S.J.

Para la oración de los fieles:

-Para que la resurrección de Jesús se expanda a toda la


humanidad y el cosmos, y triunfe siempre el Amor y la
Vida, roguemos al Señor...

-Para que vivamos siempre el cristianismo como lo que es:


una buena noticia de alegría y salvación...

-Por la Iglesia entera, para que sea siempre testimonio de


esperanza, de optimismo, de alegría, misericordia y
acogida...

-Por todos los que tienen esperanza en la transformación


del mundo, para reciban el premio a sus esfuerzos...

-Para que el Señor nos dé el coraje de afirmar siempre la


vida sobre la muerte, la esperanza sobre la desesperanza,
y el amor sobre toda forma de egoísmo...

30.

Este proyecto está redactado a partir del evangelio de


Mateo, el mismo de la Vigilia. En las vespertinas, el de
Lucas 24,13-35. En este caso, en lugar del primer párrafo
del proyecto, se dice el segundo, el que va entre corchetes
[ ]. Como segunda lectura escogemos la de Colosenses.

-La fiesta principal del año

"Ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ha


resucitado, como había dicho". Hermanos, ¡qué anuncio

 
 
 
más gozoso nos hace el ángel! La mejor noticia de todo el
año: Cristo ha resucitado.

["Era verdad: ha resucitado el Señor". Y ellos contaron


cómo lo habían reconocido al partir el pan. Fue el
acontecimiento que cambió la vida de los dos discípulos de
Emaús y de todos los demás. Habían visto a Cristo morir
en la cruz y ahora se les aparece resucitado].

Con razón hoy es la fiesta principal de los cristianos. Si


cada domingo nos reunimos para celebrar la presencia del
Resucitado en medio de nosotros, hoy, día de Pascua, con
mayor motivo todavía. Estos últimos días hemos seguido a
Jesús en su camino hacia la Cruz, en su Muerte y
sepultura, y ahora nos gozamos, con todos los cristianos
del mundo, de su resurrección.

Muchos ya nos hemos reunido esta noche pasada, en la


Vigilia Pascual, para escuchar las lecturas de la Historia de
la Salvación, recordar nuestro Bautismo y, sobre todo,
para proclamar el evangelio de san Mateo: que Cristo ha
salido del sepulcro, triunfando de la muerte y del pecado.
En esa celebración se ha encendido este Cirio que nos
acompañará durante siete semanas, como símbolo del
Señor victorioso, Luz del mundo.

-Cristo ha resucitado

Las lecturas nos lo han dicho con entusiasmo. Qué


convicción muestra san Pedro cuando, en su catequesis de
la primera lectura, nos ha resumido el misterio de Cristo:
"Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del
Espíritu: lo mataron, colgándolo de un madero, pero Dios
lo resucitó al tercer día y lo nombró juez de vivos y
muertos: los que creen en él reciben el perdón de los
pecados".

Dejándonos contagiar de su alegría, hemos cantado con el


salmo: "Este es el día en que actuó el Señor". Y luego
proclamaremos en el prefacio: "Cristo, nuestra Pascua, ha

 
 
 
sido inmolado: muriendo, destruyó nuestra muerte;
resucitando, restauró la vida". Si hemos admirado, a lo
largo de la Cuaresma y de la Semana Santa, la entrega
generosa de Cristo a la muerte, por solidaridad con todos
nosotros -su "sí" a la humanidad y a Dios-, ahora nos
alegramos del "sí" que Dios Padre ha dicho a su Hijo, y a
nosotros, resucitándole a una nueva existencia.

-El testimonio de la comunidad

La comunidad cristiana, siguiendo el ejemplo del ángel, y


de las mujeres que acudieron al sepulcro, y de los
discípulos de Emaús, y de la primera comunidad de los
apóstoles, y sobre todo de Pedro, hace dos mil años que
proclama ante el mundo este acontecimiento que ha
cambiado la historia. Entonces decía Pedro: "Nosotros
somos testigos... nos encargó predicar, dando solemne
testimonio, su resurrección".

Y lo seguimos diciendo ahora: que Cristo es el que da


sentido a toda la existencia humana. Que, en medio de un
mundo agitado por mil crisis, él es el Salvador y Liberador,
que nos conduce a la salvación y la vida verdadera. Por
eso nos gozamos en ser cristianos, agradecemos a Dios el
don de la fe e intentamos evangelizar a la sociedad en
torno nuestro: comunicarle esta Buena Noticia.

-Invitación a una vida pascual

Pero el mejor modo de comunicar a otros la noticia de la


Pascua es que vean reflejada en nosotros la vida pascual
de Jesús.

Es lo que nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura:


"Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de
allá arriba... aspirad a los bienes de arriba..."

Por el sacramento del Bautismo (que hemos recordado con


la aspersión al inicio de esta misa) fuimos incorporados al
Señor Resucitado, a su muerte y resurrección. Por eso

 
 
 
somos invitados a vivir como "resucitados". La fiesta de
hoy, junto con la alegría y la esperanza que nos comunica,
nos compromete también a vivir según la vida nueva de
Jesús, a mirar las cosas de arriba, dando a nuestra historia
de cada día una dimensión pascual. La Cincuentena que
hoy iniciamos -las siete semanas de Pascua, hasta el día
de Pentecostés, 23 de mayo- supone que nuestra vida no
es la misma de antes. Pascua no admite tristeza, ni
pereza, ni egoísmo, ni desánimo, ni apego a lo viejo, ni
esclavitud.

La Pascua de Cristo Jesús quiere ser también Pascua


nuestra. Porque "hemos resucitado con Cristo", tenemos
que dejar a Cristo y a su Espíritu que actúen en nosotros
el milagro de cada Pascua: una nueva vida, una vida más
"pascual".

31.

Hch 10, 34a.37-43: Testigos de su resurrección Salmo


117, 1-2.16-17.22-23 Col 3, 1-4: Si han resucitado con
Cristo busquen las cosas de arriba Jn 20, 1-9: El primer
día de la semana María Magdalena fue al sepulcro

Los Hechos nos presentan el discurso de Pedro en


presencia de los gentiles, antes del pentecostés de
Cesarea. Las palabras de Pedro están articuladas en dos
secciones.

La primera parte sustenta la apertura a los no judíos. El


Dios de la vida, que resucitó a Jesús, acoge sin acepciones
a todos aquellos que anuncian el Reinado de Dios y
construyen la paz. La práctica de Jesús fue siempre recibir
a los excluidos y conformar un grupo humano donde se
creciera en humanidad y amor al Padre. Por eso, la
apertura a todas las naciones del mundo estaba inscrita en
los planes de Dios y en el ministerio de Jesús. La Buena

 
 
 
Noticia se comunica a todos los seres humanos de buena
voluntad.

La segunda parte (Hch 10, 37-43), describe el ministerio


de Jesús como una transformación de la humanidad
marginada y deprimida: "haciendo el bien y curando a los
poseídos por el demonio". La acción de Jesús rompía las
mentalidades e ideologías esclavizadoras y posesivas. Con
su enseñanza preparaba a hombres y mujeres a un nuevo
éxodo: la liberación del ser humano hacia un nuevo pueblo
de seres humanos libres.

En esta parte, Pedro hace énfasis en el testimonio. Los y


discípulos son testigos de la práctica liberadora de Jesús,
de la injusta muerte a la que fue condenado, del triunfo de
Dios sobre la tiniebla de la historia: Jesús fue resucitado.
La resurrección es la experiencia del grupo de seguidores
y seguidoras que compartieron con él la comida diaria, el
trabajo y los afanes cotidianos. La comunidad se
transforma en la presencia del resucitado y se siente
llamada a dar testimonio de su presencia en la
humanidad.

La carta a los Colosenses enfrenta las dificultades de una


comunidad que se ve expuesta a una desviación, práctica
y doctrinal, de la auténtica enseñanza cristiana. La
comunidad se encuentra en un medio con fuertes
influencias de creencias misteriosas, gnosticismo y otras
tendencias religiosas que pululaban en el momento. El
problema es diferente al de las iglesias de Jerusalén y
Antioquía. Ya no es el legalismo judío que amenazaba con
absorber al cristianismo. La dificultad radica en la
confusión respecto al lugar que Jesús ocupa en la historia
humana. Por esto, Cristo es presentado como Señor del
universo, cabeza de la Iglesia y vencedor de los grandes
poderes que someten a la humanidad y al mundo.

El pasaje que hoy leemos es la conclusión de una extensa


exposición doctrinal. Enfatiza en la necesidad de
permanecer abierto a las realidades históricas pero sin

 
 
 
crear innecesarias confusiones doctrinales. Exhorta a no
trastocar lo que es una experiencia de vida fundada en la
catequesis paulina con los caprichos religiosos de moda.

Concluye contraponiendo lo que pertenece al mundo del


Espíritu frente a las propagandas religiosas. Lo de arriba
manifiesta la máxima aspiración de los creyentes: la
resurrección. Lo de abajo las pasajeras modas ideológicas.
La vida de la comunidad se convierte entonces en una
semilla de esperanza: la voluntad de Dios es irrevocable.
La comunidad está llamada a hacer de la "vida en
abundancia" el derrotero de su acción, y para esto
necesita estar firme en su enseñanza apostólica.

El evangelista Juan nos presenta la resurrección como un


acontecimiento del "primer día". La pasión, crucifixión y
muerte presentadas como un acontecimiento del día
sexto. Como en el Génesis el día sexto es la conclusión de
la obra de creación, en el evangelio es el final de la vida
física de Jesús. Ahora, en un nuevo día, en un nuevo
génesis, Dios comienza una nueva etapa de la humanidad.
La negatividad de la historia es transformada por la acción
de Dios. Pero, al igual que toda la acción de Jesús, todo
ocurre en la discreción de la vida humilde y sencilla. Sólo
una comunidad, representada por tres figuras: María
Magdalena, Pedro y el otro discípulo, da testimonio de lo
acontecido. El evangelio nos presentará diversas actitudes
frente a la ausencia del crucificado.

El Evangelio nos relaciona a los testigos del resucitado


representados en tres grupos con actitudes diferentes. El
primero, el de María Magdalena. Ella se asoma a la tumba
cuando todavía hay tinieblas. La oscuridad es símbolo de
la oposición a Dios. Jesús vence las tinieblas. María,
desafía la situación de oscuridad y busca el cuerpo del
crucificado. En esta actitud priman el desconcierto y la
constatación abierta e insistente: "se han llevado a mi
Señor y no sé donde lo han puesto".

 
 
 
Luego viene el par de discípulos. Uno identificado con el
nombre propio: Pedro. Lo acompaña alguien identificado
genéricamente como el otro discípulo. Ambos corren a
verificar el anuncio de la Magdalena. El otro se adelanta,
examina la situación de la tumba y se abstiene de entrar.
Pedro, por el contrario, entra y se encuentra con el
sepulcro vacío. Ante las vendas que atan los pies e
impiden la movilidad, y ante el sudario que representa la
muerte, Pedro no tiene ninguna reacción. El "otro
discípulo", por el contrario, al ingresar al sepulcro cree y
alcanza la comprensión cabal de lo que le ha ocurrido a
Jesús.

Las tres actitudes ilustran tres diferentes procesos de la


resurrección. De un lado el complejo y completo proceso
de la primera testigo de la resurrección. De la actitud de
desconcierto y zozobra pasa al encuentro desprevenido e
inconsciente con el Señor en el huerto. Por último
descubre la presencia del resucitado y se convierte en
testigo cualificado de la buena noticia.

Pedro, alterna con el "otro discípulo". Pedro representa a


un grupo fiel a las expectativas del Israel histórico. Por
eso, ante la ausencia del crucificado no se percibe reacción
alguna. A pesar del diligente seguimiento, al grupo de
Pedro le cuesta asumir la nueva situación de Jesús como
una fuente de agua viva, como una semilla de vida (Jn 12,
24). Su actitud se contrapone a la del "otro discípulo".
Este es más ágil en el seguimiento. El texto simboliza su
disposición con la frase "corría más que Pedro". A la vista
de la tumba, guarda un silencio respetuoso y reflexivo. Las
vendas en el piso le significan una nueva situación que se
debe entender con la mirada. Luego, entra en el sepulcro
y alcanza la inteligencia de la nueva realidad en oposición
a la falta de comprensión de Pedro. Sin embargo, el "otro
discípulo" comprende todo ante la evidencia de la tumba
según la Escritura, y no a partir de una experiencia con el
resucitado. Será la totalidad de la comunidad la que, a
partir del testimonio de la mujer, llegue a una
comprensión plena del Resucitado.

 
 
 
Para la revisión de vida

¿He vivido esta Semana Santa como el camino que es a la


resurrección y a la vida eterna? ¿He apostado por la vida,
en mi vida?

Para la reunión de grupo

- Pedro describe a Jesús como el que pasó por la vida


"haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo".
¿Es también así nuestro paso por la vida, el de nuestro
grupo, comunidad; el de la Iglesia? ¿Somos testigos de
que Cristo ha resucitado?

- El bautismo nos asocia a Cristo muerto y resucitado.


¿Cómo vivimos el bautismo, como un rito mágico o como
el gesto que nos da una nueva vida? Y nuestra vida
posterior, ¿es coherente con esa nueva vida recibida en el
bautismo?

- Jesús ha resucitado; ¿esto es un artículo del credo, un


enunciado que yo tengo que aceptar, o es una
experiencia, un sentimiento en mi corazón y en mi vida,
igual que experimento y siento, por ejemplo, el amor y el
cariño de amigos y familiares? ¿Creo, sinceramente, en la
resurrección de Cristo, en la resurrección de los muertos y
en la vida eterna?

Para la oración de los fieles

- Para que la Iglesia dé testimonio de la resurrección


trabajando siempre en favor de la vida, y de una vida
digna y justa. Oremos.

- Para que todos los pueblos avancen en el camino de


libertad, la justicia y la paz. Oremos.

- Para que el esfuerzo personal y colectivo de todos los


que buscan una persona más humana y una sociedad más
justa y fraterna, no resulte estéril. Oremos.

 
 
 
- Para que todos los que sufren las secuelas de la
opresión, la violencia y la injusticia, encuentren más apoyo
en nosotros para salir de su situación. Oremos

- Para que nuestra fe en la resurrección nos haga perder


todo miedo a la muerte y sus secuelas. Oremos

- Para que el gozo por la resurrección de Cristo nos afiance


en nuestro compromiso con el Reino de Dios y su justicia.
Oremos.

Para la hora acción comunitaria

Dios, Padre nuestro, que nos llenas de gozo al abrir para


todos en este día las puertas de la vida, por medio de tu
Hijo, vencedor de la muerte; protégenos y ayúdanos para
que, renovados por tu amor, trabajemos siempre por
vencer a la muerte y hacer crecer tu Reino, hasta que
recibamos el don de la resurrección. Por Jesucristo.

32.

Testigos de la Resurrección

Durante todos los domingos del tiempo pascual la primera


lectura será de los Hechos de los Apóstoles. En los
primeros domingos encontraremos fragmentos de la
primera predicación cristiana a través de los discursos de
Pedro (domingos primero, tercero y cuarto) y el proyecto
de vida de la primera comunidad cristiana (segundo
domingo). En el quinto domingo veremos a Pablo tomando
contacto con la comunidad de Jerusalén; y el domingo
sexto ya estará marcado por la referencia al Espíritu. Los
textos de la Ascensión y Pentecostés son los propios de
estas solemnidades.

El testimonio sobre la resurrección de Jesús que se


encuentra en la parte final es el núcleo del fragmento de
hoy. El discurso de Pedro en casa de Cornelio sigue el

 
 
 
esquema de la primitiva predicación apostólica, en la que
la resurrección es el hecho fundamental, la más
importante de las acciones salvíficas de Dios.

La lectura nos ofrece también otros aspectos dignos de


consideración. Los apóstoles han tenido una experiencia
muy real de la presencia del Resucitado ("comimos y
bebimos con él") que es la fuente de su predicación. La
resurrección es el cumplimiento pleno de la salvación
anunciada por los profetas; la fe en Jesús Resucitado es la
aceptación explícita de la salvación.

La resurrección y exaltación de Cristo es lo que da sentido


a la vida de "Jesús de Nazaret", que Pedro ha resumido en
la primera parte del texto ("Dios consagró a Jesús de
Nazaret... pasó haciendo el bien").

Resucitados con Cristo

Estos cuatro versículos de Colosenses inician la parte


exhortativa de la carta, en la que se quiere subrayar cómo
debe ser la vida cristiana auténtica.

Cristiana es aquella persona que, al bajar a las aguas del


bautismo, "murió" y subió de estas aguas "resucitado con
Cristo" para una nueva vida. Si ésta es la nueva realidad
del creyente, todo su modo de pensar y de actuar tiene
que estar de acuerdo con su ser: "busquen... piensen en
las cosas de arriba". El bautismo, la unión con Cristo
resucitado, marea la orientación fundamental de la vida
del cristiano. Y se trata de una vida que camina hacia una
madurez o plenitud, en crecimiento continuo.

«Las 'cosas de arriba' en el lenguaje bíblico son las cosas


de Dios. A ellas debemos aspirar (cf. Col 3,2). Lo propio
de Dios es la vida, toda la vida; nada de lo que llamamos
material y espiritual, temporal y definitivo, escapa al don
gratuito de la vida. Creer en la resurrección del Señor
significa 'dar testimonio' de aquel que es 'juez de vivos y
muertos' (Hch 10,42). Sólo viviremos la alegría pascual si,

 
 
 
como el Cristo de nuestra fe, damos vida" (Gustavo
Gutiérrez).

Jesús debía resucitar de entre los muertos. Para Juan, el


sepulcro abierto y vacío es un signo de la resurrección. Los
discípulos lo ven y creen. Las apariciones que siguen (cf.
segundo y tercer domingos de Pascua) vendrán a
confirmar y a dar sentido pleno a este signo que en sí es
ambiguo, y darán lugar a una profesión de fe más explícita
(declaración de Tomás, en el próximo domingo).

El cuarto evangelista pretende subrayar, por una parte, el


realismo corporal de Cristo resucitado y, por otro, la
condición nueva y definitiva de esta corporeidad. Se da
también una referencia a la primacía de Pedro: él entra en
el sepulcro, porque tiene que ser el primero en anunciar la
Buena Noticia (cf. primera lectura de hoy). Pero sólo de
Juan se subraya la fe (vio y creyó). Lucas nos mostrará
que para comprender las Escrituras es necesario que el
propio Cristo abra la mente del discípulo (cf. evangelio del
tercer de Pascua).

33.

¡ALELUYA! CRISTO HA RESUCITADO. ALELUYA.

1. Los enemigos de Jesús habían conseguido lo que tanto


tiempo pretendían y creían que todo había terminado.
Ahora, ya están tranquilos. También los amigos de Jesús
creían que con su muerte había llegado el final. La fe de
todos se tambaleó. Sólo María, la Madre de Jesús, se
mantuvo firme, sin ninguna sombra de vacilación. La vela
del tenebrario que queda encendida después de todas
apagadas en maitines. Se lleva detrás del altar y se saca
después. Es la fe de María. María Magdalena no hacía más
que llorar. Para ella nada tenía ya sentido. Jesús ya no
está con ellos. Su cadáver está en el sepulcro. Ella hacía
poco tiempo que había derrochado una fortuna para

 
 
 
ungirle con perfume. Judas la criticó y Jesús la defendió
porque le había perfumado ungiéndole para la sepultura.
El viernes, a las tres de la tarde, todo se había
consumado. José de Arimatea y Nicodemo le amortajaron
y le enterraron. María Magdalena quiso perfumarle
también, después de muerto, una vez transcurrido el
descanso legal del sábado judío.

2. Cargada iba de perfumes y llorando camino del sepulcro


del Jesús que le había cambiado la vida y se la había
llenado de alegría. ¡Pero qué impresión tan fuerte cuando
vio el sepulcro abierto y las vendas depositadas y plegadas
sobre el sepulcro! Juan 20,1.

3. Corriendo ha ido a anunciar lo que ha visto a los


Apóstoles. Pedro y Juan escuchan y reciben el mensaje de
María Magdalena y van corriendo al sepulcro. "Entonces
entró también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro; vio y creyó". Sólo en esta ocasión
dice el Evangelio que alguien cree en la Resurrección al
ver el sepulcro vacío. El evangelista tiene en cuenta que la
mayoría de lectores a quienes no se les ha aparecido
Cristo Resucitado, han de creer. Juan quiere demostrar
que si él ha creído sólo por haber visto el sepulcro vacio,
no es necesario verle resucitado, para creer en la
resurrección.

4. Para él fue un hecho inesperado, insólito, nuevo: "No


había aún entendido la Escritura que dice que Él había de
resucitar de entre los muertos". Los Apóstoles se fueron. Y
María se quedó junto al sepulcro, llorando... "Se volvió
hacia atrás y vió a Jesús allí de pie, pero no sabía que era
Jesús. ¿Jesús le dijo: "Mujer, por qué lloras? ¿A quién
buscas?". -"María". -"Maestro" (Jn 20,11). Cristo se
aparece a una mujer, porque fue una mujer la causa del
pecado de Adán, ha de ser una mujer la que anuncie a los
hombres la resurrección y por tanto la liberación del
pecado.

 
 
 
5."Jesús le dijo: Suéltame, que aún no he subido al Padre;
ve a mis hermanos y diles que subo al Padre mío y
vuestro" (Jn 20,17). María deja alejarse a su Amado, y en
esa privación se encierra el más hermoso homenaje que
una mujer haya hecho a un hombre, porque es su Dios.
San Juan de la Cruz cantará con voz sublime el
alejamiento del Amado: "¿Adónde te escondiste, Amado, -
y me dejaste con gemido? -Como el ciervo huiste -
habiéndome herido, - salí tras tí clamando - y eras ido".

6. Otra vez María en busca de los discípulos. El amor es


activo, no puede estar quieto. "Qui non zelat non amat",
dice San Agustín. El encuentro con Jesús engendra
caminos de búsqueda de hermanos para anunciarle. La
experiencia de la belleza y del amor impone
psicológicamente la comunicación de lo que se
experimenta, de lo que se goza. Por eso sólo puede
anunciar a Cristo con fruto, quien ha experimentado su
amor. Los apóstoles son testigos de la resurrección porque
han visto a Jesús, el que bien conocían, vivo entre ellos
después de la resurrección. Vieron que no estaba entre los
muertos, sino vivo entre ellos, conversando con ellos,
comiendo con ellos. No anunciaron una idea de la
resurrección, sino al mismo Jesús resucitado, con una
nueva vida, que no era retorno a la mortal, como Lázaro,
sino inmortal, la vida de Dios. Ha vencido a la muerte y ya
no morirá más.

7. Pedro, testigo de la resurrección, repite una y otra vez:


"que lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo
resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a nosotros que
hemos comido y bebido con él después de la resurrección.
Los que creen en él reciben el perdón de los pecados"
Hechos 10,34. En consecuencia: "Ya que habéis resucitado
con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, no los de la
tierra" Colosenses 3,1.

8 Si María Magdalena se hubiera cerrado en su


decaimiento, la resurrección habría sido inútil. María

 
 
 
Magdalena hizo, como Juan y Pedro, lo que debieron
hacer: salir, abrirse, comunicar. Es el mejor remedio para
curar la depresión. San Ignacio aconseja "el intenso
moverse" contra la desolación (EE 319). De esta manera,
la sabia colaboración de todos, ha conseguido la
manifestación de Cristo Resucitado.

9. Proclamemos que "este es el día grande en que actuó el


Señor: sea el día de nuestra alegría y de nuestro gozo"
Salmo 117. Exultemos de gozo con toda la Iglesia, porque
éste es el gran día de la actuación de las maravillas de
Dios. "¿De qué nos serviría haber nacido, si no hubiéramos
sido rescatados?" (Pregón Pascual). Hay que profundizar
en el misterio de belleza que encierra la resurrección de
Jesús. Según los autores bíblicos «bello es todo aquello
que ha sido tocado por la presencia de Dios». Según el
mundo y la mentalidad dominante de la actual sociedad de
la imagen, saturada de erotismo, la belleza parece ser el
valor más buscado, hasta llegar a la idolatría, usurpando
el puesto de Dios, con una extraña indiferencia por el bien
y la verdad.

10. Existe una ambigüedad intrínseca en la belleza,


cuando sólo se la mira bajo el aspecto sensual, como lo
demuestra la publicidad, el mundo del espectáculo, los
medios de comunicación, la moda, e incluso el mundo
telemático de Internet. Es decir, cuando la belleza se
concentra únicamente en el cuerpo humano y en el
erotismo.

11. Ha escrito un autor ortodoxo: Dios no es el único que


se reviste de belleza. El mal le imita y hace la belleza
profundamente ambigua. Eva fue seducida por la belleza,
se dio cuenta de que el fruto era bello, deseable,
estéticamente atrayente. Esto quiere decir que, si bien la
verdad siempre es bella, la belleza no siempre es
verdadera. Esta ambigüedad es superada por Jesús, quien
redimió la belleza privándose de ella por amor en el
misterio de su pasión, muerte y resurrección. De este

 
 
 
modo, el Hijo de Dios demostró que sólo hay algo
precioso: la belleza del amor que pasa a través de la cruz
y que es purificada por la cruz. Más que cerrar los ojos
ante la belleza ambigua hay que abrir de par en par la
mirada a la belleza de Cristo resucitado.

12. Y así como Cristo ha resucitado, nos resucitará a


nosotros. Vivamos ya ahora como resucitados que mueren
cada día al pecado. La resurrección se va haciendo
momento a momento. Es como el crecimiento de un árbol,
que no crece de golpe, sino imperceptiblemente.
Tendremos tanta resurrección cuanta muerte. Con el
auxilio de la gracia siempre actuante en nosotros.
"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección,
Señor Jesús".

34.

"RESUCITO"

1. Hoy es la fiesta de las fiestas, y el día de Cristo Señor


por antonomasia.

Hoy Jesús, vencedor de la muerte y del pecado, se


manifestó a los suyos resucitado.

En el templo de la Sagrada Familia de Barcelona, la figura


de Cristo atado a la Columna, tiene la columna rota. Cristo
rompe el mundo viejo del pecado y crea el mundo nuevo
de la gracia. Crea al hombre nuevo. "Celebremos la
Pascua, no con levadura vieja (de corrupción y de
maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la
verdad 1 Corintios 5, 6.

2 "La cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de


Nazaret" Hechos 10,34. Jesús ha vivido en Nazaret la
mayor parte de su vida. En Nazaret ha crecido, se ha
desarrollado. Ha pasado de niño a adolescente, de joven a

 
 
 
adulto. De Nazaret guarda recuerdos imborrables. De su
dulce vida familiar de trabajo, silencio, oración en familia y
personal solitaria. De sus horas de oración, donde ha ido
descubriendo la ternura del Abbá, el cariño dulce y
absorbente que ha ido llenando su corazón día a día,
donde ha ido creciendo en edad y en sabiduría y gracia.
Allí ha ido descubriendo la voluntad del Padre y ha
resuelto seguirla hasta la muerte, con la fuerza del Espíritu
Santo.

3 "Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo". Es


necesario que descubramos el papel principal que el
Espíritu Santo ejerce en la vida de Jesús de Nazaret, y en
cada cristiano, animado por él, y en la Iglesia. Un obispo
maronita, León XXIII, llegó a decir en el Concilio: "La
Iglesia latina es aún adolescente en pnematología".
Conviene que en este año del ESPIRITU SANTO corrijamos
este vacío. Con la fuerza del Espíritu Santo afirma Pedro
que Jesús pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos
por el diablo y soportó la muerte colgado de un madero, y
Dios lo resucitó y nos lo hizo a ver a los testigos que él
había designado y nos encargó predicar al pueblo, y según
el unánime testimonio de los profetas, los que creen en él
reciben el perdón de los pecados" (Is 49,6; Mal 1,11).

4 "Entró también el otro discípulo: vio y creyó" Jn 20,1. Es


la única vez que se dice en el evangelio que alguien cree
sólo por ver el sepulcro vacío. Sabe el que lo escribe que
sus lectores no habrán tenido un encuentro personal con
Cristo resucitado, y quiere convencerles de que esa
prueba no es necesaria para creer. Afirma también Juan
que esta fe fue una novedad para él.

5. Como resucitó a Lázaro, que estaba muerto (Jn 11,43),


Cristo resucita al mundo. Aquella era una profecía de su
Resurrección. Lázaro ya olía a muerto, pero Cristo lo
resucita. A pesar de que el mundo huele ya a cadáver,
Cristo lo resucita también. Pero la resurrección de Cristo
no es como la de Lázaro, que es un cadáver que retorna a
la vida anterior. La resurrección de Cristo es recibir la

 
 
 
plenitud de la Vida. Con la resurrección de Cristo nos llega
toda la Vida, no sólo que durará, sino que se tiene toda a
la vez: "Tota simul et perfecta possesio" (Boecio).

6 Cristo hombre muere y vuelve a la tierra, como Adán.


Antes de morir había entregado su espíritu al Padre. Su
espíritu, su alma, la que le informaba hombre vivo. Porque
el Verbo, no se había separado de él. El Padre le devuelve
el espíritu y su cuerpo, al recibir de nuevo el alma,
resucita y vive como hombre vivo, siguiendo unido a la
persona divina. No dejará nunca de ser hombre, como
nunca dejará de ser Dios.

6. Pero, aunque Cristo ha hecho brotar el manantial,


hemos de acercarnos a la fuente para sacar agua:
"Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación"
(Is 12,3). Jesús no nos chapuza en el agua a la fuerza.

Como al hombre que llevaba treinta y ocho años paralítico


le pide permiso para curarlo: "¿Quieres curarte?" (Jn 5,6),
respeta nuestra voluntad libre. ¿Quieres curarte de tus
viejos pecados, de tus defectos viejos? ¿De tu levadura
vieja? Acude a la fuente. El sacramento de la penitencia
actualizará en tí la Resurrección.

7. Dice Juan que los Apóstoles no habían comprendido qué


era la resurrección (20,9). Es difícil de comprender,
porque es un misterio, que sólo se comprende por la fe.

8. Estamos celebrando la Eucaristía, el sacramento de la


fe. En él Cristo muere y resucita hoy, y cada día. Por
nosotros, para quitar de nosotros la levadura vieja.

9. "Nuestra víctima pascual: Cristo, ha sido inmolada" 1


Corintios 5, 7. Celebremos la Pascua resucitando con él y
colaborando con su Espíritu para permanecer resucitados
siempre, inmolándonos con Cristo, para ser también
víctimas con él, "extirpando lo que hay de terreno en
nosotros: lujuria, inmoralidad, pasión, deseos rastreros y
codicia" (Col 3,5); "pues hemos muerto con él, y nuestra

 
 
 
vida está escondida con Cristo en Dios" Colosenses 3,1,
para gloria de Dios Padre, que por la fuerza del Espíritu
Santo, ha resucitado y exaltado a su Hijo, constituyéndolo
Señor. Y "cuando se manifieste él glorioso, que es nuestra
vida, os manifestaréis también vosotros gloriosos".

10 Glorifiquemos al Señor porque "este es el día en que


actuó, y es la causa de nuestra alegría y gozo. Porque su
diestra es poderosa y excelsa. Y porque resucitando a
Jesús, nos promete que también nos resucitará a nosotros
y nos hará partícipes de su vida gloriosa. No he de morir,
no nos ha creado el Señor para la muerte, sino para la
vida. Viviremos para cantar las hazañas del Señor " Salmo
117. A El triunfante y glorioso la gloria por los siglos.

Amen.

35.

CREER EN LA RESURRECCIÓN ES CREER EN EL DIOS DE


LA VIDA

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia,


porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva
historia, una nueva esperanza para todos los hombres.

Si bien la muerte de Jesús es el comienzo de nueva


historia, porque su muerte es redentora, es en la
resurrección donde se muestra todo lo que el Calvario
significa. Por eso, la Pascua cristiana adelanta nuestro
destino.

Al modo, pues, de la muerte de Cristo, nuestra muerte,


también, es el comienzo de algo nuevo, que se revela en
nuestra propia resurrección.

Explayaremos esas ideas en el comentario a las tres


lecturas de la Misa.

 
 
 
1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se
resuelve en la resurrección "Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios..., que pasó haciendo el bien... Lo
mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al
tercer día y nos lo hizo ver... a nosotros, que hemos
comido y bebido con él después de la resurrección".

1.1. Esta primera lectura del día corresponde al discurso


de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10, 34.37-42),
una familia pagana que con su conversión viene a ser el
primer eslabón de una apertura imparable en el proyecto
universal de salvación de todos los hombres. Pedro, tal
como lo ha entendido Lucas, expone ante esta familia
pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad
del camino que los cristianos han emprendido después de
la resurrección.

1.2. El apóstol ha debido pasar por el trauma de salir de


su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, para ir a una
casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de
Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se
adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu
del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa.

1.3. El texto de la lectura es, primeramente, una


recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva
comunidad con él, a través de lo que se expone en el
Evangelio y en los Hechos: la Predicación en Galilea y en
Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las
experiencias pascuales en las que los discípulos
«conviven» con él, en referencia explícita a las eucaristías
de la primitiva comunidad.

Se trata, por tanto, de un discurso de tipo kerygmático,


que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y
resurrección del Señor.

2ª Lectura (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de


Cristo "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los

 
 
 
bienes de allá arriba....; aspirad a los bienes de arriba, no
a los de la tierra..."

2.1. Esta segunda lectura, de la carta a los Colosenses


3,1-4, es, sin duda, un texto bautismal, y en ella se sacan
las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y
aceptar el misterio pascual. Ese misterio supone pasar de
la muerte a la vida, del mundo de abajo al mundo de
arriba; un cambio bien simbolizado en el sacramento del
bautismo.

2.2. Por el bautismo, en efecto, nos incorporamos a la vida


de Cristo y estamos en la estela de su futuro. Esto es muy
importante, ya que creer en la resurrección no es adoptar
una actitud estética que contemplemos pasivamente, sino
comprometernos con Cristo. Aunque hemos de amar y
transformar la historia humana, debemos saber que
nuestro futuro no es consumirnos en la debilidad de lo
histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra
esperanza apunta más alta, hacia la vida de Dios, que es
el único que puede hacernos eternos.

3ª Evangelio (Jn 20,1-9): El discípulo verdadero creyó,


porque había amado. "El primer día de la semana, María
Magdalena fue al sepulcro al amanecer..., y vio la losa
quitada del sepulcro.... Pedro y el otro discípulo salieron
camino del sepulcro... El otro discípulo vio las vendas en el
suelo y el sudario...Vio y creyó. Hasta entonces no habían
entendido la Escritura...”

3.1. El evangelio de Juan 20,1-9, que todos los años se


proclama en este día de la Pascua, nos propone
acompañar a María Magdalena al sepulcro, y nos hace vivir
el asombro y la perplejidad de que el Señor ya no está en
el sepulcro.

¿Es que podía estar allí quien entregó la vida para


siempre? No. En el sepulcro no hay vida, y El, Jesús, se
había presentado como la resurrección y la vida (Jn
11,25).

 
 
 
3.2. También el evangelio de hoy nos ofrece el ejemplo
fascinante del «discípulo amado» -clave en la teología del
cuarto evangelio-, que corre con Pedro, que corre incluso
más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es
el discípulo

- que espera hasta que el desconcierto de Pedro pase;

- que, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor


por medio de la fe, nos hace comprender que la
resurrección es el infinito; que las vendas que ceñían a
Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia;
que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera
absolutamente distinta y renovada.

3.3. Creer en la resurrección conlleva, pues, asumir una


calidad de vida que nada tiene que ver con la búsqueda de
intereses mundanos que se hace entre nosotros, y con
nuestras propuestas de tipo humano y social. Es asumir
una calidad teológica de vida que nos lleva más allá de
toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no
debería ser absurda, pero, si lo es para alguien, debemos
mostrarle, desde la fe más profunda, que Dios nos has
destinado a vivir con Él. Rechazar esta dinámica de
resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No
solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio
la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en
una vida nueva para cada uno de nosotros.

3.4. Creer en la resurrección es creer en el Dios de la vida.


Y no solamente eso; es creer en nosotros mismos como la
verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios.

Aquí, no hemos sido todavía nada, casi nada, comparado


con lo que nos espera más allá de este mundo. No es
posible engañarse.

Aquí nadie puede estar realizado en ninguna dimensión de


la nuestra propia existencia. Más allá está la esperanza.

 
 
 
La resurrección de Jesús es la primicia de que en la
muerte se nace ya para siempre.

36.

MEDITACIÓN: " EL SEPULCRO ESTÁ VACÍO”

¡Cristo vive! Esta es la gran verdad que llena de contenido


nuestra fe.
Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado. Ha triunfado
de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la
angustia.
El tiempo pascual es tiempo de alegría.
De una alegría que no se limita a esa época del año
litúrgico, sino que se instala en todo momento en el
corazón de los cristianos, porque Jesús está vivo.
Jesús no es una figura que pasó, que existió en un tiempo
y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo
maravillosos. No: Cristo vive. Jesús es el Emmanuel; Dios
con nosotros.
Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los
suyos.
¿Puede la mujer olvidarse del hijo de sus entrañas? Pues
aunque se olvidara, yo no me olvidaré de ti, había
prometido el Señor, según lo relata el libro de Isaías. Y ha
cumplido su promesa.

La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para


interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe.
Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda
predicación sería inútil, y nuestra fe estaría vacía de
contenido.

La Resurrección de Cristo es la realidad central de la fe


católica. La importancia de este milagro es tan grande,
que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la
Resurrección. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo
de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte

 
 
 
siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La
Resurrección es el argumento supremo de la Divinidad de
Nuestro Señor.

Después de resucitar por su propia virtud, Jesús glorioso


fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de
que era Él mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer,
comprobaron las heridas de los clavos y de la lanza. Los
Apóstoles declaran que se manifestó con numerosas
pruebas, y muchos de estos hombres murieron
testificando esta verdad.

Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el corazón.


Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe.
Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado
sobre el dolor y la muerte. En Él, encontramos todo. Fuera
de Él, nuestra vida queda vacía.

La Resurrección de Jesús, no tuvo otro testigo que el


silencio de la noche pascual. Ninguno de los evangelistas
describe la Resurrección misma, sino solamente lo que
pasó después. El hecho de la Resurrección misma no fue
visto por nadie, ni pudo serlo. La Resurrección fue un
acontecimiento estrictamente sobrenatural. No se puede
constatar por los sentidos de nuestro cuerpo mortal, ya
que no fue un simple levantarse de la tumba para seguir
viviendo como antes. La Resurrección es el paso a otra
forma de vida, a la Vida gloriosa.

María de Magdala fue a visitar el sepulcro de Jesús, al


amanecer del primer día de la semana, del Día del Señor.
Todas las apariciones de Jesús Resucitado ocurren en el
día domingo.
El día del Señor, fue el amanecer de la Nueva Creación en
Jesucristo. En el Señor fue renovada la primera creación,
que había caído bajo la corrupción del pecado. Por eso los
cristianos santificaron desde el comienzo este día.

María de Magdala es precisamente una de aquellas

 
 
 
mujeres que estaban al pie de la cruz de Jesús y que
estaban presentes cuando lo sepultaron. Así que no hay
error posible a propósito de la tumba de Jesús.

Jesús, al resucitar de entre los muertos, no ascendió


inmediatamente al cielo. Si lo hubiera hecho, los
escépticos que no creían en la Resurrección, hubieran
resultado más difíciles de convencer. El Señor decidió
permanecer cuarenta días en la tierra. Durante este
tiempo se apareció a María Magdalena, a los discípulos
camino de Emaús y, varias veces, a sus Apóstoles.

El Señor ha resucitado de entre los muertos, como lo


había dicho. ¡Alegrémonos y regocijémonos todos, porque
reina para siempre, aleluya!
Nunca falta la alegría en el transcurso del año litúrgico,
porque está permanentemente relacionado, de un modo u
otro, con la solemnidad pascual, pero es en este día,
Domingo de Pascua de Resurrección, cuando este gozo se
pone especialmente de manifiesto.

Con la Muerte y la Resurrección del Señor hemos sido


rescatados del pecado, del poder del demonio y de la
muerte eterna.

La alegría profunda de este día tiene su origen en Cristo,


en el amor que Dios nos tiene y en nuestra
correspondencia con ese amor. Se cumple aquella
promesa del Señor: Yo les daré una alegría que nadie les
podrá quitar. La única condición que nos pone es no
separarnos nunca del Padre, no dejar nunca que las cosas
nos separen de Él; experimentar en todo momento que
somos hijos suyos.

Nexo entre las lecturas

¡Qué noche tan dichosa! Canta el pregón pascual que se


proclama en esta solemne vigilia. En esta noche toda la

 
 
 
comunidad cristiana está invitada a velar con sus lámparas
encendidas porque Cristo triunfa de la muerte y del
pecado mediante su resurrección. El sentido profundo de
las lecturas de esta noche se anuncia claramente en la
introducción que hace el celebrante principal al inicio de la
liturgia de la Palabra: “Recordemos las maravillas que Dios
ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el
avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los
últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que con
su muerte y su resurrección, salvara a todos los hombres”.
La vigilia de esta noche se ilumina con la Palabra de Dios
que nos narra la historia de la salvación: la creación, el
sacrificio de Abraham, el paso del mar rojo, la promesa de
una misericordia que nunca acaba, la purificación de los
corazones... el significado del bautismo. El evangelio de
san Marcos pone de relieve que el “crucificado” ha
resucitado, no para volver a una nueva vida terrenal, sino
que ha sido elevado a una nueva dimensión: con la fe en
la resurrección de Jesús encuentra la comunidad primitiva
su propia salvación, contempla así su futuro definitivo.

Mensaje doctrinal

1. La resurrección del Señor el primer día de la semana.


La Resurrección de Cristo es el principio y fundamento de
la fe cristiana, pues "si Cristo no resucitó, vana es nuestra
fe" ( 1 Cor 15, 16s). La Resurrección de Cristo es el
culmen de la Historia de la Salvación: Jesús ha vencido al
pecado y a la muerte y es el principio de nuestra
justificación y de nuestra futura resurrección. Por eso, esta
noche celebramos la fiesta de las fiestas, aquella que da
significado a todo nuestro humano caminar.

Después de escuchar atentamente las lecturas del Antiguo


Testamento y la Epístola de san Pablo, llegamos al
momento culminante de la proclamación del evangelio. En
el ciclo B se lee el evangelio de Marcos quien pone su
acento en que “el crucificado, es el mismo que ha
resucitado”. La tres mujeres que habían estado en la

 
 
 
crucifixión: María de Magdala, María la de Santiago y
Salomé se reúnen, como era costumbre entre los judíos,
para visitar la tumba de Jesús, deseaban, además, ungirlo
debidamente, pues la tarde del viernes todo había sido
muy precipitado. El reposo sabático no les había dado la
oportunidad de hacerlo. Ahora, al despuntar el día, se
dirigen al sepulcro, no sin un profundo dolor y una viva
emoción. Se debe notar que san Marcos habla del “primer
día de la semana”. Hasta ahora, los anuncios de la
resurrección hablaban del “tercer día”. Cómputo que se
hacía a partir del día de la crucifixión (Cfr. Mt 16,21; Lc
9,22). El tercer día en la biblia se reconocía como día de la
teofanía. Al tercer día desciende Yahveh sobre el Sinaí (Ex
19,16); al tercer día llega Abraham al lugar del sacrificio
con su hijo Issac (Gen 22,4). Por su parte los santos
Padres prefieren mencionar el “octavo día” poniendo de
relieve la venida del Señor al final de los tiempos.

Comenta el Card. Ratzinger al respecto: “De este modo,


los tres simbolismos (primer día de la semana, tercer día
de la semana, octavo día de la semana, respecto a la
pascua ndr ) terminan por identificarse: el más importante
de ellos, sin embargo, es del “primer día de la semana”.
En el mundo mediterráneo en el que el cristianismo se ha
formado, el primer día de la semana era visto como el día
del sol,.... El día de la celebración litúrgica de los cristianos
había sido elegido como memoria del obrar de Dios, a
partir de la resurrección de Cristo” Joseph Ratizinger
Introduzione allo spirito della liturgia, San Paolo Milano
2001, p. 92 (la traducción es nuestra). Es decir, el tiempo
encontraba su punto de referencia para los cristianos a
partir de la resurrección de Cristo, de aquí nace la
importancia del domingo cristiano. A esto se debe añadir
que “el primer día” es el día de la creación. La nueva
creación re-toma la antigua. Así, el día de la resurrección
es también fiesta de la creación: la comunidad cristiana da
gracias a Dios por el don de la creación. Esto ha quedado
de manifiesto en la primera lectura de esta vigila que
narra poéticamente la creación del mundo y del hombre.

 
 
 
Dios no permite que la creación se destruya, sino que la
reconstituye después de las prevaricaciones del hombre.
En el término “primer día de la semana” está también
contenida la idea paolina según la cual la creación espera
la manifestación de los hijos de Dios (Rm 8,19): como el
pecado destruye la creación, así la creación se cura
cuando los “hijos de Dios” se hacen presentes (Cfr.
Ratzinger ibidem).

2. Id a decir a sus discípulos y a Pedro. Las mujeres


reciben el encargo de decir a Pedro y a sus discípulos que
“el crucificado ha resucitado”. Aquellas mujeres que
habían conocido a Jesús, que habían visto sus milagros,
que habían oído su predicación, que habían sido objeto de
su misericordia y que lo habían visto materialmente
destrozado en la cruz, reciben un mensaje inesperado y
desconcertante para ellas: “el crucificado ha resucitado”.
Aquel que ellas tanto amaban y por el que habían
arriesgado su vida siguiéndole hasta la cruz, ha
resucitado. No simplemente ha vuelto a la vida, sino que
ya no muere más. Así las mujeres fueron las primeras
mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios
Apóstoles (cf. Lc 24, 9_10). Jesús se apareció en seguida
a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15,
5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos
(cf. Lc 22, 31_32), ve por tanto al Resucitado antes que
los demás y sobre su testimonio es sobre el que la
comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado
y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34). Se debe notar,
sin embargo, que las primeras en anunciar la resurrección
del Señor fueron las mujeres.

El catecismo de la Iglesia católica nos dice: “La


Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra
fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad
cristiana como verdad central, transmitida como
fundamental por la Tradición, establecida en los
documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte
esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:

 
 
 
Cristo resucitó de entre los muertos.
Con su muerte venció a la muerte.
A los muertos ha dado la vida.

(Liturgia bizantina, Tropario de Pascua)

Catecismo de la Iglesia católica 638.

Esto es lo que hoy también estamos invitados a anunciar.

Sugerencias pastorales

1. La meditación sobre la resurrección. La piedad cristiana


se ha detenido siempre mucho en los misterios de la
pasión y muerte, y con razón, pues de ellos depende
nuestra salvación. Sin embargo, no siempre ha dado la
importancia que merece al misterio de la resurrección, es
decir, no siempre ha considerado el misterio pascual de
Cristo de forma integral. Creo que sea muy útil introducir
a nuestros fieles en la meditación del misterio de la
resurrección del Señor como victoria sobre la muerte y el
pecado. En un mundo transido de violencia y terror, es
precisamente la resurrección del Señor la que debe alentar
e impulsar llena de esperanza la vida de los cristianos.
Ellos deben seguir siendo en la sociedad como el alma
para el cuerpo, porque ellos tienen el deber de anunciar
que el amor de Dios en Cristo ha vencido por encima de la
mentira, del pecado, de la calumnia y, sobre todo, de la
muerte. Aquello que el catecismo aplica a Pedro y a los
apóstoles, podemos aplicarlo a nosotros creyentes de este
nuevo milenio: “Todo lo que sucedió en estas jornadas
pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles _ y a
Pedro en particular _ en la construcción de la era nueva
que comenzó en la mañana de Pascua”. Lo que sucede en
esta Vigilia Pascual, en este domingo de resurrección nos
compromete a todos en la construcción de un nuevo
mundo, en la construcción de la civilización del amor.

 
 
 
2. Valorar el propio bautismo. La vigilia pascual con su
liturgia bautismal nos invita a considerar el valor del
propio bautismo. Por medio de él, nos dice san Pablo,
hemos sido injertados en Cristo, hemos sido incorporados
al cuerpo de Cristo, liberados del pecado y hechos hijos de
Dios. ¡Oh cuántas cosas grandes ha obrado Dios en favor
nuestro! Sucede, sin embargo, que a veces vivimos
distraídos de las verdades fundamentales que sostienen
nuestras vidas. Nos dejamos arrebatar por el miedo, el
cansancio, el sueño, porque no nos damos cuenta de las
riquezas que llevamos en el alma: “Despierta tú que
duermes y el Señor te alumbrará”. Que cada uno valore
hoy la dignidad de su ser cristiano (Reconoce Oh Cristiano,
tu dignidad decía san León Magno), que cada uno sienta
en toda su belleza la alegría de ser hijo de Dios -porque en
verdad lo somos-, de ser coheredero con Cristo, de ser
partícipe de la misión de Cristo. Si, así lo hacemos,
nuestra vida dará un vuelco y seremos “más cristianos”,
alejaremos de nuestra vida la tentación de vivir de forma
pagana como si Dios no existiese y como si Cristo no
hubiese muerto y resucitado por nosotros.

37.

COMENTARIO 1

PASION Y RESURRECCION DEL PUEBLO

Cansado de sufrir, casi resignado a su suerte, nuestro


pueblo se ha fijado en la pasión y muerte de Jesús de
Nazaret. Su dolor y marginación, su vejación y postración
de siglos se han proyectado religiosamente en la imagen
del nazareno, varón de dolores, y de su madre, María. Los
artistas han ido captando en los pasos de Semana Santa,
uno a uno, todos los fotogramas de la película de los
últimos días del profeta galileo, plasmándolos en tallas e
imágenes de las más variadas escuelas escultóricas de los
últimos siglos.

 
 
 

El Cristo de la borriquita, de la oración del huerto, del


prendimiento, de la sentencia, amarrado a la columna, con
la cruz a cuestas, caído, coronado de espinas... El Cristo
que se encuentra con su madre, crucificado en el Calvario,
de la buena muerte, descendido de la cruz, sepultado...
Cristo de la expiación, de la clemencia, de la humildad y
paciencia, de la misericordia, de la gracia y perdón.
También María, su madre, su fiel compañera, María de la
esperanza, de gracia y amparo, de la merced, de la
piedad, del amor, del silencio, de la paz... María de los
desamparados, de la amargura, de los dolores, de las
lágrimas en su desamparo, del mayor dolor en su soledad,
de la Madre de Dios en sus tristezas...

De los pasos procesionales que tiene la Semana Santa,


muy pocos son los que recuerdan el desenlace subversivo
de tan trágico triduo sagrado, que el apóstol Pedro
anunció así a los israelitas: «Rechazasteis al santo, al
justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al
autor de la vida, pero Dios lo resucitó; nosotros somos
testigos (Hch 3,14-15).

Parece como si nuestro pueblo, vejado durante siglos, se


hubiera identificado casi en exclusiva con tanto
padecimiento y, armado de paciencia, se hubiera
resignado a vivir zarandeado por los poderosos de la tierra
que injustamente lo han oprimido. Al final o al principio,
poco importa, este sentimiento, esta compasión se han
hecho liturgia en la calle, rezo y fiesta, celebración del
dolor compartido.

Poca atención ha merecido en las procesiones de Semana


Santa la Resurrección de Jesús. Sin embargo, el domingo
de Resurrección presenta al creyente una rara utopía, el
sueño dorado y frustrado de tanta marginación, la
subversión de tantos derechos humanos pisoteados, el
grito de victoria de un pueblo que no se deja vencer, que
sabe llevar airosamente la cruz de sus dolores, pero que

 
 
 
espera, cada día con más fuerza, ver la luz, la libertad, el
gozo, la alegría.

Es una pena que toda esta celebración de Pascua de Resu-


rrección se haya quedado encerrada en los templos,
expresada en una hierática y fría liturgia que deja poco
margen a la fiesta.

En este día, los cristianos tendríamos que salir a las calles


a gritar que es posible la vida, y otra vida, y otro mundo,
sin tantas injusticias y desigualdades. Tendríamos que
denunciar a todos los que, desde alguna de las gradas del
poder, nos llevan a diario a la marginación, al paro, a la
pobreza, a la dominación. Como los apóstoles, deberíamos
denunciar el suplicio, la tortura, la muerte de todos
aquellos que, injustamente, van cayendo a nuestro lado
cada día, víctimas de un sistema que da vida a pocos y
muerte a los más. Habría que entonar un 'no nos
vencerán' dedicado a quienes manejan los hilos de nuestra
historia y disponen de nuestro futuro. Tanto dolor no
puede ser baldío ni tanta lucha sofocada. Y todo esto equi-
valdría a gritar con palabras de hoy el mensaje de
siempre: que ese Cristo doloroso con el que se identifica
nuestro pueblo no acabó en la muerte y en la tumba.

Ninguna tumba puede encerrar tanto amor, tanta lucha,


tanta ilusión, tanta fuerza, tanta vida. Tras tanto padecer,
como Jesús, también a nuestro pueblo le espera la vida,
¿lo creemos?

38

COMENTARIO 2

EL AMOR SIGUE SIENDO SUBVERSIVO

La muerte de Jesús no entraba, como tal muerte, dentro

 
 
 
del plan de Dios; pero era seguro que llegaría, al
mantener Jesús con firmeza su compromiso de amor. Pero
el amor es siempre la derrota de la muerte y la victoria de
la vida. Murió por amor, y el amor lo devolvió a la vida.
Decir esto en un mundo de muerte sigue siendo
subversivo, pero, por eso, necesario.

LO ENCONTRO EL AMOR

El primer día de la semana, por la mañana temprano,


todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio
la losa quitada del sepulcro. Fue entonces corriendo a ver
a Simón Pedro y también al otro discípulo a quien quería
Jesús y les dijo:

-Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde


lo han puesto.

Aquel día, aunque ya había amanecido, María Magdalena


(que simboliza a la comunidad de Jesús) estaba aún en
tinieblas, pues muy a su pesar creía que la tiniebla había
vencido definitivamente a la luz, que la muerte había
prevalecido sobre la vida, que el poder había vencido al
amor. Cuando llegó al sepulcro no encontró al Señor: la
tumba estaba vacía; sólo quedaban los lienzos con los que
lo ataron después de su muerte. María se asustó. Y fue
corriendo a avisar a los discípulos.

Ante el anuncio de María reaccionan dos discípulos: Pedro,


el que había negado a Jesús porque en el fondo creía que
la muerte es más fuerte que el amor (Jn 18,16.25-27), y
el que había entrado con Jesús en la sala del juicio y lo
había acompañado hasta la misma cruz (Jn 18,15; 19,26),
dispuesto a dar la vida, por amor, con él. Allí, al pie de la
cruz, fue testigo de que cuando la vida se entrega por

 
 
 
amor es fuente de más y más vida. Por eso, al llegar al
sepulcro, sólo él supo interpretar los signos que tenían
ante sí y sólo creyó él.

María tardó muy poco -lo cuenta el evangelio en el párrafo


siguiente (20,1l-18)-en descubrir vivo a Jesús. María
Magdalena y el discípulo amado son, en el evangelio de
Juan, figuras simbólicas del amor de Jesús -ternura y com-
promiso- que da fruto en la comunidad cristiana; ellos son
figura de la comunidad que ha recibido y aceptado el amor
de Jesús, amor que están dispuestos a poner en práctica.
Y porque están identificados con su amor, lo buscan y lo
encuentran vivo.

Pedro tardó un poco más. Entra el primero y ve antes que


nadie que el sepulcro está vacío...; vio, pero no creyó.
Porque no había aceptado todavía ni la fuerza
revolucionaria del amor ni la revolución que nace de esa
fuerza. El, preocupado de conseguir el poder y de
aumentar el prestigio de su santa religión, tardó un poco
más en acoger sin condiciones el mensaje de Jesús.
Entonces sí: aceptó el amor sin límites a la humanidad y
decidió seguir a Jesús y comprometerse a ser, como él,
pastor dispuesto a dar la vida por las ovejas, compromiso
que lo llevaría a manifestar, también él, con una muerte
por amor, la gloria de Dios Jn 21,15-19).

BARRED LA LEVADURA VIEJA

¿No sabéis que una pizca de levadura fermenta toda la


masa? Haced buena limpieza de la levadura del pasado
para ser una masa nueva.

(Segunda lectura) Colosenses 3,1-4

 
 
 
Era «el primer día de la semana», el día que empezó una
nueva cuenta de los días porque un hombre nuevo y una
nueva humanidad habían nacido del costado abierto del
Nazareno; surgía una nueva posibilidad: un modo nuevo
de ser hombre, comprometido en la tarea de transformar
este mundo y de construir y consolidar un modelo de
relaciones entre los hombres que de verdad se pudiera
decir que procedía de Dios. Relaciones basadas en el amor
y la vida, en la verdad y la justicia, y en la libertad, la
única tierra que produce amor y vida, verdad, justicia y
paz.

En esta nueva etapa continuará el conflicto entre el amor


y la muerte, pero desde ahora con la certeza de que la
victoria se iría logrando. Aunque no sin resistencias, que
persisten hasta el presente: el odio y la arrogancia del
poder todavía son fuertes, el imperio aún se opone al
designio de Dios, que quiere la libertad para los hombres y
para los pueblos; todavía hay algún imperio que busca la
alianza del altar para poner también a Dios a su servicio,
mientras obliga a que se rece en las escuelas, dispone la
muerte de los que están del lado de los pobres, y todavía
hay algún altar que acepta con gusto la alianza con el
imperio. Todavía queda mucha levadura (en este párrafo
de Pablo la levadura simboliza todo lo que hay que
abandonar para poder ser cristiano) por barrer para que
este mundo llegue a «ser una masa nueva». En el
momento presente no son el amor y la vida los valores en
los que se funda la convivencia entre los hombres. Sigue
siendo el dinero, el fanatismo, la adulación al poder
imperial..., la muerte. La muerte voluntaria de aquellos
que renuncian a amar para aparentar que siguen viviendo,
y la muerte violenta de los que, para que otros vivan, se
juegan la vida y momentáneamente la pierden. Por eso no
podemos soltar la escoba. No podemos bajar la guardia.

Hoy, domingo de resurrección, proclamamos la victoria de


la vida; pero cuidado!, que defender la vida sigue siendo,
ya en los umbrales del siglo XXI, subversivo. Y, además,

 
 
 
para algunos, pasado de moda. No hay más que oír lo que
dicen y ver lo que hacen- algunos que fueron progres
cuando estaba de moda -¡y cuando parecía que el viento
del poder soplaba en esa dirección!- serlo. Pero si
queremos dar testimonio de que a Dios no se le puede
atribuir la muerte, sino la vida, si creemos que el amor
vencerá, que está venciendo a pesar de las apariencias, si
seguimos creyendo en la resurrección..., no podemos
abandonar. ¡Aunque nos llamen subversivos! ¿Es que
acaso no lo somos?

39.

COMENTARIO 3

La acción transformadora más palpable de la resurrección


de Jesús fue su capacidad de transformar el interior de los
discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y
atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en
torno a la causa del evangelio y llenarlos de su espíritu de
perdón. La pequeña comunidad de los discípulos no sólo
había sido disuelta por el ajusticiamiento de Jesús, sino
también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad
que deja en un grupo la traición de uno de sus
integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la


verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había
entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por
eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a
su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos
estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la
comunidad de seguidores, darles cohesión interna en el
perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la
igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la
presencia y la fuerza interior del resucitado lo logró.

 
 
 
Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten
interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y
cuando la comunican, es cuando realmente experimentan
su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas
las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico
de los relatos del Resucitado actuando que presentan a la
comunidad, revela el proceso renovador que hace el
Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Veamos cómo demuestran esto las tres lecturas de este


domingo. A nivel cronológico, debemos empezar por el
evangelio (Jn 20, 19-31). La comunidad anda todavía
disuelta. Tomás, el incrédulo, es sólo un ejemplo. ¿Qué
hace Jesús para aunarlos? Dar al grupo su Espíritu de
perdón, para que haga lo mismo con los demás y tomar a
Tomás como ejemplo de reconciliación. En una comunidad
reconciliada renace la fraternidad, la alegría, la capacidad
de entrega... y se puede convertir en una comunidad
creadora de nuevas comunidades reconciliadas. Este
proceso de sentirse perdonado y de tener capacidad de
perdonar a otros es el que va a ir activando la presencia
del Resucitado en todos los que entren en contacto con la
comunidad cristiana original. Es el mismo Jesús quien
pone todo el énfasis de su resurrección en el sentirlo
interiormente, más que en el verlo o en palparlo
físicamente, a través de apariciones. Esta afirmación
queda sellada con sus palabras: "Dichosos los que sin
haber visto han creído".

Hch 5, 12-16 nos presenta el actuar de una comunidad


que cree en el Resucitado: quien lo siente vivo y actuante
en su interior, trata de comunicarlo de la misma forma. El
testimonio que irradia la pequeña comunidad es el de una
comunidad reconciliada, en la que todos tienen "un mismo
espíritu" (v. 12), causan por eso impacto en la sociedad
que los rodea (v. 13), despiertan nuevos seguidores y
entregan gratuitamente a otros el amor que recibieron del
Maestro. A partir de aquí, cualquier milagro es posible y es
plenamente explicable. La lectura del libro del Apocalipsis

 
 
 
(1, 12-13.17-19) nos coloca en medio de una comunidad
perseguida por el solo hecho de seguir las enseñanzas del
Crucificado, ahora Resucitado. Es la fuerza del Resucitado
la que preside y guía la comunidad perseguida. Si ella
sabe mantener viva la presencia de Jesús Resucitado, se
mantendrá viva y fuerte aun en medio de la persecución
más tenaz. El cristiano no debe tener miedo frente a nada
ni nadie, pues no es la muerte su destino, sino la
resurrección. A la comunidad cristiana no la preside la
muerte. La preside la vida. Y es precisamente a partir de
la vida, en cuyo servicio está, en donde el cristianismo
tiene su fuerza. Cualquier participación o apoyo a procesos
de muerte, es una traición al resucitado y un golpe mortal
a su propia vida.

40.

COMENTARIO 1

PERO DIOS LO RESUCITO

Si las tradiciones populares reflejan con fidelidad el modo


de pensar de los pueblos, los cristianos andaluces
deberíamos estar muy preocupados por nuestro modo de
celebrar la Semana Santa. Aparte de otras muchas
consideraciones que, desde el punto de vista de la fe,
podríamos hacer, hay algo especialmente grave en
nuestro modo de recordar los momentos culminantes de la
misión de Jesús de Nazaret: celebramos su muerte más,
mucho más, que su resurrección; y celebramos la muerte
desconectada de la resurrección.

TODAVÍA EN TINIEBLAS

«El primer día de la semana, por la mañana temprano,


todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio

 
 
 
la losa quitada».

No podía ser. Los discípulos no se lo podían creer. No en-


traba dentro de las posibilidades que ellos manejaban. A
pesar de que Jesús se lo había anunciado varias veces (Jn
10,17-18; 12,7.23-28; véase también Mc 8,31; 9,31;
10,33-34), no creían que Jesús pudiera resucitar. Por eso,
aunque ya era de día, María Magdalena (que simboliza a la
comunidad de Jesús) estaba aún en tinieblas. Porque, muy
a su pesar, pensaba que la tiniebla había vencido
definitivamente a la luz, que la muerte había prevalecido
sobre la vida, que el poder había vencido al amor. Ella
estaba triste; pero seguro que había muchos que todavía
estaban celebrando la que creían que era su victoria.

Todos se equivocaron. No había lugar para la tristeza de la


Magdalena ni para la alegría de los que hicieron matar a
Jesús. Su misión no era cosa de sólo tejas abajo, que se
pudiera destruir con sólo derramar su sangre. Su misión
estaba respaldada y lo habrían visto, si hubieran tenido
ojos para verlo, en la inmensidad del amor que se
manifestó en la cruz por el mismo Dios. Por eso, a pesar
de que María Magdalena estaba todavía en tinieblas, aquel
día amaneció.

EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA

Y empezó una nueva época para la humanidad. El proyec-


to que Dios había presentado a los hombres por medio de
Jesús no se iba a ver interrumpido por la oposición del
gobernador de una lejana provincia del Imperio romano y
por algunos jerarcas religiosos con delirios de grandeza. Al
contrario: su actuación iba a tener el efecto contrario al
que ellos deseaban. Su mundo, el de ellos, y no el de
Jesús, empezaba a desaparecer con la nueva era que

 
 
 
comenzaba aquel primer día de la semana.

Aquel domingo (pronto empezaría a llamarse así, «día del


Señor») comenzaba de nuevo la cuenta de los días del
hombre, del hombre nuevo y la nueva humanidad nacidos
del costado abierto del Nazareno; comenzaba una nueva
posibilidad para el hombre: un modo nuevo de ser
hombre.

Era el principio de la primavera, y en aquel huerto/jardín


(que recuerda el jardín del Edén, en donde sitúa el libro
del Génesis la primera pareja humana: Gn 2,8ss) en el
que estaba el sepulcro de Jesús se iba a manifestar la
victoria de la vida sobre el poder homicida.

VIO Y CREYO

«Llegó también Simón Pedro,... entró en el sepulcro y


contempló los lienzos puestos, y el sudario... Entró
también el otro discípulo, el que había llegado primero al
sepulcro, vio y creyó».

Cuando llegó María al sepulcro, no encontró allí al Señor. Y


corrió, asustada, a avisar a los discípulos. El sepulcro
estaba vacío y los lienzos con los que habían atado a Jesús
después de su muerte estaban allí como testigos
silenciosos del triunfo del amor y de la vida.

Ante el anuncio de María, reaccionan dos discípulos: Pe-


dro, el que había negado a Jesús porque en el fondo creía
que la muerte es más fuerte que el amor (Jn 18,16.25-
27), y el que, siguiendo a Jesús, había entrado con él en la
sala del juicio y lo había acompañado hasta la misma cruz
(Jn 18,15; 19,26), dispuesto a dar la vida, por amor, con
él. Y allí, al pie de la cruz, fue testigo de que, cuando la

 
 
 
vida se entrega por amor, es fuente de más y más vida.
Por eso sólo él supo interpretar los signos que tenían ante
sí. Por eso, vio y creyó. Pedro aún tenía que decidirse a
ser pastor al estilo de Jesús, dispuesto a dar la vida por
las ovejas. En ese momento aceptaría que el triunfo está
en la vida y no en la muerte, en el amor y no en el poder
(Jn 21,15-19).

Y DIOS LO RESUCITO

Sí. Porque la misión de Jesús no era sólo cosa suya. Dios


estaba con él. Y Dios lo resucitó.

Muchas veces, a lo largo de la historia y a lo ancho de la


geografía, se ha querido presentar a Dios como el que
justificaba los abusos homicidas del poder: en nombre de
Dios condenaron a Jesús de Nazaret y en nombre de Dios
se sigue condenando a los verdaderos luchadores por la
liberación de los pueblos. Pues a pesar de que los tiranos
invoquen a Dios, y a pesar de que existan profesionales de
la religión que dan la razón a los tiranos, la resurrección
de Jesús nos muestra de parte de quién está Dios. Y,
además, la resurrección de Jesús demuestra que -aunque
no siempre sea necesaria la mayor prueba de amor, dar
de una vez la vida por aquellos a quienes se quiere- el
amor es el único camino que conduce a la salvación de
este mundo; que la entrega de la propia vida por amor es
el único instrumento verdaderamente eficaz para construir
un mundo en el que todos puedan vivir felices.

MUERTE Y RESURRECCION

Tenemos que tomar conciencia del significado de la resu-


rrección de Jesús y preguntarnos por qué es tan poco
importante para nosotros. María Magdalena, Pedro y el

 
 
 
otro discípulo, amigo de Jesús, seguían estando de parte
de Jesús. Por supuesto que todos ellos consideraban que
su muerte había sido una injusticia, un verdadero
asesinato; pero les faltaba todavía la fe en la fuerza de la
vida.

Como a nosotros los andaluces. Jesús crucificado, el dolor


de María, su Madre, lo injusto de esos sufrimientos, nos
conmueven sinceramente; y así lo expresamos (allí donde
lo que se haga sea una verdadera manifestación de fe).
Pero conmemorar sólo la muerte de Jesús y olvidar su
resurrección es o no querer comprometer nuestra propia
vida en la lucha por la construcción de un mundo mejor, o
presentar la muerte de Jesús como un fracaso y, de esa
manera, hacer el juego a los opresores de todos los
tiempos, a quienes conviene que se siga creyendo que la
muerte es más fuerte que el amor. La resurrección de
Jesús muestra lo contrario.

41

COMENTARIO 2

Hoy conmemoramos la Pascua de Jesús, su paso de la


muerte a la resurrección, paso al que fuimos asociados
todos los creyentes al recibir el bautismo. Preside nuestra
celebración el cirio pascual que anoche, en la solemne
vigilia de resurrección fue bendecido, incensado y cantado,
como símbolo de la luz que es Jesucristo, de su Palabra y
su vida. En muchos lugares a la largo y ancho del mundo,
donde haya cristianos, los recién bautizados de anoche
participan hay en la fiesta pascual de la comunidad
cristiana. Y nosotros mismos conmemoramos y renovamos
hoy nuestro bautismo.

En estos 50 días del tiempo pascual, que hoy se inaugura,


leeremos el libro de las Hechos de los Apóstoles, donde se
narran los orígenes de la Iglesia cristiana, nacida de la

 
 
 
muerte y de la resurrección de Jesús y del don de su
Espíritu Santo. Una muy antigua tradición que data del
siglo II, lo atribuye a San Lucas, lo mismo que el tercer
evangelio. Se trata, según la misma tradición, de un
discípulo de Pablo, mencionado en Flm 24; Col 4,14 y
2Tim 4,11. Él habría sido testigo de muchas de las cosas
que narra, otras las habría conocido por la tradición de los
apóstoles y de los primeros cristianos.

La 1ª lectura de hoy está tomada del libro de los Hechos.


Es uno de los muchos discursos que Lucas pone en boca
de las apóstoles Pedro y Pablo y que conservan el
recuerdo fidedigno de lo que los apóstoles predicaban
después de la resurrección de Jesús. Es el llamado
"Kerygma" o proclamación solemne del núcleo de la fe
cristiana, destinada a los judíos y a los paganos,
invitándolos a creer en Jesucristo, a confiarse en El, a
incorporarse a su Iglesia. No se trata de una ideología, ni
de un código moral detallado. Se trata del anuncio de los
acontecimientos que acabamos de celebrar en la Semana
Santa: La vida, muerte y resurrección de Jesús de
Nazaret. A sus oyentes -y a nosotros hoy- Pedro exhorta a
creer en Jesucristo para obtener la salvación.

Este es el contenido fundamental de nuestra fe, que todos


debemos testimoniar gozosamente con nuestra vida y con
nuestras palabras. Porque son hechos salvadores,
liberadores, por los cuales Dios se nos entrega como
Padre, perdonando nuestros pecados y dándole sentido a
nuestra vida, a veces tan extraviada.

La 2ª lectura, muy breve, es un pasaje de la carta de


Pablo a los colosenses. Afirma categóricamente el apóstol
que hemos resucitado con Cristo. Este es el efecto de
nuestro bautismo: nos hace morir al pecado para resurgir
a la vida de la gracia divina en el nombre de Jesús.

El evangelio, tomado de Juan, narra el hallazgo de la


tumba vacía de Jesús por parte de María Magdalena. Es

 
 
 
todo un signo de la victoria de Dios sobre la muerte. Los
ojos del verdadero discípulo sabrán descifrar el significado
de las vendas mortuorias tiradas por el suelo, del sudario
que cubría el rostro del crucificado enrollado aparte de las
vendas. Es que Jesús ha resucitado, ya no está aquí en la
tumba, como dirán los ángeles en otros relatos. Más tarde
se aparecerá a los suyos, se hará ver por sus discípulos, y
los llenará con la alegría de su vida nueva y definitiva, la
misma vida de Dios.

Es significativo que el primer testigo de la resurrección sea


una mujer, María Magdalena, discípula y amiga de Jesús.
Ahora misionera y apóstol. En esto son unánimes los
evangelistas: en que los primeros testigos de la
resurrección de Jesús fueron mujeres de su grupo que
llevaron la alegre noticia a los apóstoles. Para irnos
curando de machismos, y para que comprendamos, por
fin, que en la Iglesia de Jesucristo todos somos iguales.

También nosotros hemos de correr hacia la tumba vacía


de Jesús, hemos de entrar en ella, para ver con los ojos de
la fe, no con los de la carne, que Jesús ya no está allí, y
para creer entonces en El, que vive para siempre. La
resurrección de Jesús da sentido a nuestra vida de
cristianos. Sin ella, como dijo san Pablo (1Cor 15,14-15),
«vana es nuestra fe», porque nos remitiríamos a una
ilusión. Con ella cobra sentido todo: El compromiso en la
lucha por hacer un mundo más justo y más humano, el
servicio a los pobres y a los necesitados, el anuncio del
Evangelio a todos los pueblos, llevado con tantos
esfuerzos y sacrificios, hasta enfrentar la muerte por él.
Con Cristo resucitado renace la esperanza en una vida
nueva, donde no haya dolor ni sufrimiento, separación,
muerte ni olvido, donde todos los seres humanos podamos
ser felices como quiere Dios. Esto es lo que significan esa
tumba vacía y esos lienzos y el sudario que vieron los
discípulos.

 
 
 

50 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE


RESURRECCIÓN
42-50

42.

Este Domingo: Creer en la Resurrección es confiar en el


Dios que da vida

María Magdalena y un grupo de mujeres son las


protagonistas en la mañana de Pascua. Ellas descubren,
cuando aún es de noche, el gran acontecimiento de la
historia. Es un amanecer desconcertante del todo: ¡Se han
llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!

Ponerse en camino movidos por el amor es el primer paso


para encontrarnos con el Viviente y para anunciar que no
entendemos nada, pero que algo grande ha ocurrido. Y
por eso echan a correr, como echará a correr la noticia de
que Dios, fiel a su Palabra, resucitó a su Hijo y con Él nos
da la posibilidad de vivir una vida nueva

La experiencia de las mujeres, y la de Pedro, es nuestra


propia y cotidiana experiencia: Nosotros tampoco hemos
visto a Jesús Resucitado, sólo hemos constatado el vacío
de una tumba, pero en lo profundo de nuestro corazón,
hemos experimentado la vida nueva, la cercanía del Dios
viviente, de Jesús Resucitado.

Hemos comido y bebido de su Cuerpo y de su Sangre,


hemos podido superar el escándalo del viernes santo y un
horizonte infinito se abre ante nuestras vidas: el Señor ha
resucitado ¡y hay que celebrarlo!, ha vencido toda muerte
y opresión y ni el pecado ni el mal tienen ya poder sobre

 
 
 
nosotros que hemos compartido su mesa y su suerte.

Es tiempo de “buscar las cosas de arriba”. Es tiempo para


la alegría y el gozo, para la vida nueva. La Pascua nos
ofrece la oportunidad de “estrenar” nuevamente nuestro
Bautismo y de profesar con convicción nuestra fe en Jesús
que, según las Escrituras, ha resucitado de entre los
muertos.

Es Pascua, toca vivir y revivir la resurrección de Jesús


porque su vida es la levadura que hará fermentar nuestra
vida y la del mundo entero.

Comentario bíblico:
Creer en la Resurrección es confiar en el Dios que da vida

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia,


porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva
historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si
bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo,
porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo
que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta
nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte
también es el comienzo de algo nuevo, que se revela en
nuestra propia resurrección.

1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se


resuelve en la resurrección
I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de
Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42), una
familia pagana ("temerosos de Dios", simpatizantes del
judaísmo, pero no "prosélitos", porque no llegaban a
aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a
ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el
proyecto universal de salvación de todos los hombres.
Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el

 
 
 
"Pentecostés pagano", a diferencia de lo que se cuenta en
Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el mundo
de entonces.

I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática


en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en
una visión (Hch 10,1-33), tal como lo ha entendido Lucas.
Veamos que la iniciativa en todo este relato es "divina",
del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la
comunidad de Jesús resucitado.

I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su


mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos
con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es
el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a
sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va
más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues,
se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los
discípulos judeo-cristianos palestinos de romper con
tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que
no podían asumir la libertad nueva de su fe, como sucedió
con los "helenistas". Lo que se había anunciado en
Pentecostés (Hch 2) se debía poner en práctica.

I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta


familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la
novedad del camino que los cristianos han emprendido
después de la resurrección.

I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una


recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva
comunidad con Él, a través de lo que se expone en el
Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en
Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las
experiencias pascuales en las que los discípulos "conviven"
con él, en referencia explícita a las eucaristías de la
primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la
Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la
fuerza de la Resurrección del Crucificado.

 
 
 

I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje


en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.

2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de


Cristo
II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda.
Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal,
que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando
los primeros catecúmenos recibían su bautismo en nombre
de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada
esta liturgia.

II.2. El texto saca las consecuencias que para los


cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual:
pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al
mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos
a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.

II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha


introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo
compuesto de gran expresividad en las teología paulina
"syn-ergeirô"= "resucitar con". Es decir, la resurrección de
Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben
de vivir, lo que se confirma con los versos siguientes de
3,5ss. Es muy importante subrayar que los
acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el principal la
resurrección como vida nueva, debe adelantarse en
nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en
medio de las miserias de este mundo.

II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un


discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante
este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta
manera expresa la mística del bautismo cristiano que
encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de
Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que

 
 
 
en Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de
la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente
para el final de los tiempos.

II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que


hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una
actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien
es verdad que ello no nos excusa de amar y transformar la
historia, debemos saber que nuestro futuro no está en
consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos
ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto,
hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos
eternos.

III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la


experiencia del discípulo verdadero
III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se
proclama en este día de la Pascua, nos propone
acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un
símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa
el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el
sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida
para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había
presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25).
María Magdalena descubre la resurrección, pero no la
puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por
el simbolismo de ofrecer una primacía al "discípulo amado"
y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo
texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque
pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado
como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo”
de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer,
desde luego, es testigo de la resurrección.

III.2. La figura simbólica y fascinante del "discípulo


amado", es verdaderamente clave en la teología del cuarto
evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que

 
 
 
éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante
todo, "discípulo", y por eso es conveniente no identificarlo,
sin más, con un personaje histórico concreto, como suele
hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro
pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor
por medio de la fe, nos hace comprender que la
resurrección es como el infinito; que las vendas que
ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta
historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra
manera absolutamente distinta y renovada.

III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una


calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda
que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y
económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima
que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte
absurda. La muerte no debería ser absurda, pero sí lo es
para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más
profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con Él.
Rechazar esta dinámica de resurrección sería como
negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar
el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que
ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada
uno de nosotros.

III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios


de la vida. Y no solamente eso, es creer también en
nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que
tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido
todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera
más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí
nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión
de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida
verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que
en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía
de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de
vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la
respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido
vencida, está consumada, ha sido transformada en vida

 
 
 
por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

Pautas para la homilía

¡Alégrate, Cristo Ha resucitado!

El Padre ha resucitado a Jesús y nos lo ha manifestado y


ahora nos toca a nosotros dar testimonio de que Él nos ha
merecido la liberación definitiva.

Testimoniar a Jesús resucitado, que Vive, comporta el


compromiso insobornable de hacer lo que Él hizo y de vivir
a impulsos del Espíritu (el mismo Espíritu que le ungió a
Él, se nos dio en plenitud en el Bautismo) que lo empujaba
a “pasar haciendo el bien y a curar a los oprimidos”.

“Dios estaba con Él”, -y está con nosotros- a pesar de que


la “justicia humana le condenó a una muerte ignominiosa,
al igual que como las que hoy sigue condenado a tantos
inocentes. Dios su Padre –y nuestro Padre- no se dejó
vencer y lo resucitó constituyéndolo como juez de vivos y
muertos, ¡juez universal! El Padre, queriendo ejercer
misericordia con los hombres y mujeres, nos lo puso fácil:
Uno de los nuestros, uno que ha compartido nuestra
suerte, nos juzgará y saldrá fiador nuestro porque es
capaz de reconocernos como hermanos. Y esto es motivo
de esperanza y alegría.

Resucitados con Cristo, busquemos los bienes de arriba

Pero el Padre no sólo ha resucitado a Jesús, nos ha


resucitado también a nosotros regalándonos la posibilidad
de vivir el acontecimiento pascual de su Hijo. La muerte,
el pecado, la debilidad y el fracaso ya no tienen la última
palabra. Si hemos compartido su mesa nutriéndonos de su
Cuerpo y de su Sangre; pero sobre todo, si Él ha querido
identificarse radicalmente con nosotros nos tiene, en

 
 
 
virtud de su naturaleza humana, “escondidos en Dios”, o
sea, ganados para su causa. De este modo es imperativo
buscar “las cosas de allá arriba” dónde está Cristo, pero
donde también estamos nosotros. ¡La muerte ha sido
vencida y ya nunca más podrá herir a sus amigos, a sus
hermanos!

Nosotros somos testigos

Es la hora del testimonio y de la Buena Noticia. Como


María Magdalena y las otras mujeres hemos de ir, movidos
por el amor, al encuentro del Señor, al encuentro del que
Vive. El sepulcro vacío nos abre los ojos de la fe para
entender lo que tal vez hasta ahora no hemos entendido:
la muerte y resurrección de Jesús, ¡la pasión y muerte de
nuestro mundo y, en esta perspectiva, también su
resurrección y su vida nueva!

Es el momento de “creernos” la Buena Noticia de la


Salvación y dejar que el Espíritu nos permita “entender las
Escrituras” para, como Jesús, pasar haciendo el bien, dar
la vida por amor y reconocer a Dios que nos da la vida
nueva, como Padre, y a los hombres y mujeres, como
hermanos en el Resucitado

43.

Nexo entre las lecturas

Cristo resucitado, éste es el mensaje central de la liturgia


de Pascua. Ante todo, Jesucristo resucitado, como objeto
de fe, ante la evidencia del sepulcro vacío: "vio y creyó"

 
 
 
(Evangelio). Cristo resucitado, objeto de proclamación y
de testimonio ante el pueblo: "A Él, a quien mataron
colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día"
(primera lectura). Cristo resucitado, objeto de
transformación, levadura nueva y ácimos de sinceridad y
de verdad: "Sed masa nueva, como panes pascuales que
sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido
ya inmolado" (segunda lectura).

Mensaje doctrinal

1. Cristo resucitado, objeto de fe. El sepulcro, aunque esté


vacío, no demuestra que Cristo ha resucitado. María
Magdalena fue al sepulcro y llegó a la siguiente
conclusión: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no
sabemos dónde lo han puesto". Pedro entró en el sepulcro
y comprobó que "las vendas de lino, y el paño que habían
colocado sobre su cabeza estaban allí". Ni María ni Pedro
creyeron, al ver el sepulcro vacío, que Jesucristo había
resucitado. Sólo Juan, "vio y creyó", porque el sepulcro
vacío le llevó a entender la Escritura, según la cual Jesús
tenía que resucitar de entre los muertos (Evangelio). "Esto
supone, nos enseña el catecismo 640, que constató en el
estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de
Jesús no había podido ser obra humana". El conocimiento
que, hasta entonces, Juan tenía de la Escritura era
nocional, por eso afectaba solamente sus ideas; ahora, al
entrar en el sepulcro vacío, ver las vendas y el sudario, el
conocimiento de la Escritura se convierte en experiencia y
vital. Todavía Cristo resucitado no se le ha aparecido, pero
ya lo ha "visto", porque la Palabra de Dios es verdadera;
las apariciones de Cristo a los discípulos no harán, sino
confirmar la fe en la resurrección.

2. Cristo resucitado, objeto de proclamación. Cuando el


hombre vive una experiencia profunda, no la puede callar,
por más que sea consciente de que sus palabras no
lograrán nunca expresar la intensidad, viveza y plenitud

 
 
 
de la experiencia. La experiencia de Cristo resucitado fue
tan marcada en el alma de los apóstoles y discípulos, que
necesariamente tenían que hablar de ella, a quienes no la
habían tenido. Bueno, no sólo hablar de ella, sino también
testimoniarla, es decir, proclamar su verdad, incluso,
llegado el caso, con el sufrimiento y con la vida. Callar esa
experiencia, hubiese sido una muestra de egoísmo
imperdonable. Por eso, los cristianos, durante los primeros
años, y como primer anuncio, eran monotemáticos. Lo
único que decían era que "Cristo fue matado por los
judíos, pero que Dios lo resucitó de entre los muertos".
Todo lo demás gira en torno a este grande mensaje. No
proclaman ideas, por muy bellas que puedan ser, sino
acontecimientos vividos en primera persona. Esta
experiencia de Cristo resucitado no fue pasajera, sino que
llegó a incorporarse, por así decir, a su misma existencia
en este mundo, y por este motivo, nunca cesaron de
proclamar con sus labios y con su vida la resurrección de
Jesucristo.

3. Cristo resucitado, objeto de transformación. Hay una


relación estrechísima entre resurrección de Jesucristo y
transformación del hombre. Cristo, hombre perfecto, es el
primero transformado al ser resucitado por Dios, llegando
a ser un hombre totalmente penetrado por el Espíritu. San
Pablo nos habla de la transformación ética, que comporta
la experiencia de Cristo resucitado, una transformación
que toca las raíces mismas del hombre: la sinceridad y la
verdad. A su vez, el hombre transformado por Cristo
resucitado, es capaz de transformar a otros, como la
levadura es capaz de hacer fermentar toda la masa. Esta
transformación ética y misionera se fundamenta en la
transformación interior, operada por el Espíritu de Cristo,
que hace de todo el que ha experimentado a Cristo
resucitado un hombre enteramente espiritual, impregnado
del Espíritu.

Sugerencias pastorales

 
 
 

1. Experimentar a Cristo resucitado. La experiencia se


hace o no se hace, se tiene o no se tiene. No puedes
mandar un representante para que haga la experiencia por
ti. El cristianismo es una fe, pero penetrada por una
experiencia vital, a fin de que la fe no decaiga. La
experiencia viva de Cristo resucitado la puede hacer
cualquier cristiano. Puesto que es un don que Dios
concede, lo primero que habrá que hacer es pedirla. ¡Qué
mejor día que el domingo de Pascua para pedir al Señor la
gracia de esta experiencia! El cristiano puede disponerse a
recibir el don de esta experiencia, mediante el desarrollo
de una sensibilidad espiritual creciente. Al contacto con
Dios, el hombre va gustando a Dios y las cosas de Dios, va
adquiriendo una mayor capacidad de escucha y de
docilidad al Espíritu, va sintonizando más con la fe de la
Iglesia. Esto constituye el terreno cultivado para que en él
pueda nacer y florecer la experiencia de Cristo resucitado.
Todos sin excepción estamos llamados a hacer esta
experiencia. No pensemos que es sólo para unos cuantos
místicos, que tienen una cierta propensión a estos estados
del alma. Es importante, para todo cristiano, el hacerla,
porque, quien la haya hecho, no podrá seguir viviendo de
la misma manera, incluso si ya se llevaba una vida
cristiana buena. Esa experiencia viva e intensa toca y
cambia la mentalidad, las costumbres, el estilo de vida, el
modo de relacionarse con los demás, los criterios de
acción, las mismas obras, hasta el mismo carácter. Si has
hecho ya esta experiencia de Cristo resucitado, creo que
estarás de acuerdo conmigo en que con ella nos vienen
todos los bienes. Si todavía no la has hecho, pide al Señor
que te conceda hacerla cuanto antes. ¡Ojalá sea el don
que Dios te concede esta Pascua!

2. La resurrección de Jesucristo y la ética cristiana. ¿Existe


una ética cristiana? Digamos, al menos, que existe un
modo cristiano de vivir la ética. Existe sobre todo un
fundamento de la ética cristiana, que es la persona de
Jesucristo, principalmente el misterio de su resurrección.

 
 
 
Una ética que no esté fundada en la persona y en el
mensaje de Jesucristo, no podrá recibir el nombre de
cristiana. Y cuando hablo de ética cristiana, no me refiero
ni sólo ni principalmente a los profesores de ética en las
universidades, en los institutos o en los seminarios, sino al
comportamiento cristiano en su trabajo, ante los medios
de comunicación, en el ámbito de la familia, ante los
impuestos, ante el pluralismo religioso, etcétera. Cristo
resucitado nos ha hecho partícipes de su vida divina
mediante el bautismo y la gracia santificante, y desea
continuar repitiendo en nosotros su presencia ejemplar en
la historia. Vivamos la experiencia de Cristo resucitado, y
estemos seguros de vivir siempre un comportamiento
ético digno del hombre. Entonces realmente la
resurrección de Jesucristo será el centro de nuestra vida y
de nuestra fe.

44.

¡Ha resucitado el Señor!

Juan 20, 1-9

Reflexión

“¡Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las


jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso,
que las trompetas anuncien la salvación!”. Con estas
palabras inicia el maravilloso pregón pascual que el
diácono canta, emocionado, la noche solemne de la Vigilia
de la resurrección de Cristo. Y todos los hijos de la Iglesia,
diseminados por el mundo, explotan en júbilo incontenible
para celebrar el triunfo de su Redentor. ¡Por fin ha llegado
la victoria tan anhelada!

En una de las últimas escenas de la película de la Pasión


de Cristo, de Mel Gibson, tras la muerte de Jesús en el
Calvario, aparece allá abajo, en el abismo, la figura que en

 
 
 
todo el film personifica al demonio, con gritos estentóreos,
los ojos desencajados de rabia y con todo el cuerpo
crispado por el odio y la desesperación. ¡Ha sido
definitivamente vencido por la muerte de Cristo! En este
sentido es verdad –como proclamaba Nietzsche— “que
Dios ha muerto”. Pero ha entregado libre y
voluntariamente su vida para redimirnos, y con su muerte
nos ha abierto las puertas de una vida nueva y eterna.

Es muy sugerente el modo como Franco Zeffirelli presenta


la escena de la resurrección en su película “Jesús de
Nazaret”. Los apóstoles Pedro y Juan vienen corriendo al
sepulcro, muy de madrugada, y no encuentran el cuerpo
del Señor. Luego llegan también dos miembros del
Sanedrín para cerciorarse de los hechos, y sólo hallan los
lienzos y el sudario, y el sepulcro vacío. Y comenta
fríamente uno de ellos: “¡Éste es el inicio!”.

Sí. El verdadero inicio del cristianismo y de la Iglesia. De


aquí arrancará la propagación de la fe al mundo entero.
Porque la Vida ha vuelto a la vida. Cristo resucitado es la
clave de todas nuestras certezas. Como diría Pablo más
tarde: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación,
vana es vuestra fe; aún estáis en vuestros pecados… Pero
no. Cristo ha resucitado de entre los muertos como
primicia de los que duermen” (I Cor 15, 14.17.20). En Él
toda nuestra vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo
rumbo, una nueva dimensión: la eterna.

Y, sin embargo, no siempre resulta fácil creer en Cristo


resucitado, aunque nos parezca una paradoja. Una de las
cosas que más me llaman la atención de los pasajes
evangélicos de la Pascua es, precisamente, la gran
resistencia de todos los discípulos para creer en la
resurrección de su Señor. Nadie da crédito a lo que ven
sus ojos: ni las mujeres, ni María Magdalena, ni los
apóstoles –a pesar de que se les aparece en diversas
ocasiones después de resucitar de entre los muertos—, ni
Tomás, ni los discípulos de Emaús. Y nuestro Señor tendrá

 
 
 
que echarles en cara su incredulidad y dureza de corazón.
El único que parece abrirse a la fe es el apóstol Juan, tal
como nos lo narra el Evangelio de hoy.

Pedro y Juan han acudido presurosos al sepulcro, muy de


mañana, cuando las mujeres han venido a anunciarles,
despavoridas, que no han hallado el cuerpo del Señor.
Piensan que alguien lo ha robado y les horroriza la idea.
Los discípulos vienen entonces al monumento, y no
encuentran nada. Todo como lo han dicho las mujeres.
Pero Juan, el predilecto, ya ha comenzado a entrar en el
misterio: ve las vendas en el suelo y el sudario enrollado
aparte. Y comenta: “Vio y creyó”. Y confiesa
ingenuamente su falta de fe y de comprensión de las
palabras anunciadas por el Señor: “Pues hasta entonces
no habían entendido la Escritura: que Él debía de resucitar
de entre los muertos”.

¿Qué fue lo que vio esa mañana? Seguramente la sábana


santa en perfectas condiciones, no rota ni rasgada por
ninguna parte. Intacta, como la habían dejado en el
momento de la sepultura. Sólo que ahora está vacía, como
desinflada; como si el cuerpo de Jesús se hubiera
desaparecido sin dejar ni rastro. Entendió entonces lo
sucedido: ¡había resucitado! Pero Juan vio sólo unos
indicios, y con su fe llegó mucho más allá de lo que veían
sus sentidos. Con los ojos del cuerpo vio unas vendas,
pero con los ojos del alma descubrió al Resucitado; con los
ojos corporales vio una materia corruptible, pero con los
ojos del espíritu vio al Dios vencedor de la muerte.

Lo que nos enseñan todas las narraciones evangélicas de


la Pascua es que, para descubrir y reconocer a Cristo
resucitado, ya no basta mirarlo con los mismos ojos de
antes. Es preciso entrar en una óptica distinta, en una
dimensión nueva: la de la fe. Todos los días que van desde
la resurrección hasta la ascensión del Señor al cielo será
otro período importantísimo para la vida de los apóstoles.
Jesús los enseñará ahora a saber reconocerlo por medio

 
 
 
de los signos, por los indicios. Ya no será la evidencia
natural, como antes, sino su presencia espiritual la que los
guiará. Y así será a partir de ahora su acción en la vida de
la Iglesia.

Eso les pasó a los discípulos. Y eso nos ocurre también a


nosotros. Al igual que a ellos, Cristo se nos “aparece”
constantemente en nuestra vida de todos los días, pero
muy difícilmente lo reconocemos. Porque nos falta la
visión de la fe. Y hemos de aprender a descubrirlo y a
experimentarlo en el fondo de nuestra alma por la fe y el
amor.

Y esta experiencia en la fe ha de llevarnos paulatinamente


a una transformación interior de nuestro ser a la luz de
Cristo resucitado. “El mensaje redentor de Pascua –como
nos dice un autor espiritual contemporáneo— no es otra
cosa que la purificación total del hombre, la liberación de
sus egoísmos, de su sensualidad, de sus complejos;
purificación que, aunque implica una fase de limpieza y
saneamiento interior –por medio de los sacramentos— sin
embargo, se realiza de manera positiva, con dones de
plenitud, como es la iluminación del Espíritu, la vitalización
del ser por una vida nueva, que desborda gozo y paz,
suma de todos los bienes mesiánicos; en una palabra, la
presencia del Señor resucitado”.

En efecto, san Pablo lo expresó con incontenible emoción


en este texto, que recoge la segunda lectura de este
domingo de Pascua: “Si habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo sentado
a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a
los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo,
vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis,
juntamente con Él, en gloria” (Col 3, 1-4). ¡Pidamos a
Cristo resucitado poder resucitar junto con Él, ya desde
ahora!

 
 
 

45.

¡¡Ha resucitado y vive para siempre!!

Autor: Autor desconocido

Lo que tengo que decirles lo han oído otras veces, pero


me gustaría que no pareciera lo de siempre. Es necesario
que les suene a nuevo, que les dé la impresión de que no
lo han oído nunca.

Olviden un momento la rutina: esas reflexiones a veces


tan monótonas que apenas les rozan la piel.

Olviden un momento la vida diaria: las discusiones


caseras, los huesos que duelen, las jaquecas, las rabietas
de los niños, los pelmazos que no dejan vivir.

Hoy quisiera que mis palabras sonaran a nuevas.

Si creen mi palabra de hoy, si de verdad toman en serio lo


que hoy les voy a decir... su vida será nueva, empezarán
a vivir de una forma distinta, la rutina diaria tendrá una
profundidad desconocida, las celebraciones religiosas les
traspasará el alma, la alegría que nadie puede quitar será
su huésped, incluso la muerte será una puerta llena de
posibilidades, la vida será una ruta acompañada por la
esperanza, la misma enfermedad tendrá una cara
desconocida. Para que entiendan bien lo que voy a
decirles, es necesario que el Señor esté con ustedes... que
levantemos el corazón... que demos gracias al Señor
nuestro Dios...

Hermanos, esto es lo que hoy tengo que decirles: Jesús de


Nazaret, el hijo de José y de María, el muerto
injustamente y sepultado, ¡¡Ha resucitado y vive para
siempre!!! La muerte ha sido vencida: el muro
impenetrable, la oscuridad existencial, el mal constante

 
 
 
que nos envuelve, la queja permanente... no son verdad
del todo.

Alguien ha roto el misterio, ha trocado la noche en aurora


luminosa, ha iniciado una nueva creación. Óiganlo todos:
¡Cristo ha resucitado!

Ustedes jóvenes, que les asusta la dureza de la vida:


Cristo resucitado fortalece su rebeldía contra la injusticia.

Ustedes padres y madres de familia, Cristo vivo


resplandece en el amor fiel que se tienen, ilumina y
sostiene la entrega generosa a los hijos.

Solteros y solteras, Cristo resucitado los hace fecundos,


pone en sus manos otro modo de crear vida, construye
otra familia no según la carne y la sangre, sino en el
Espíritu de hijos y hermanos.

Hombres y mujeres de la tercera edad, Cristo resucitado


vive con ustedes, no permite que se reseque su alma, con
Él hasta el final llegarán llenos de vida.

Ustedes, enfermos, Cristo vivo está con ustedes en la cruz


de su dolor, con ustedes se pone en las manos del Padre,
con ustedes cruza la frontera de la vida sin fin.

Ustedes, pobres de la tierra, únanse a Cristo resucitado, Él


está animando su lucha por salir de la miseria, por lograr
que los respeten y los escuchen; Él está dentro de ustedes
y se identifica con ustedes.

Ustedes, los que luchan por la justicia, libertad, amor, y


dignidad de todo ser humano, sepan que Cristo resucitado
los está sosteniendo, les patrocina la tarea, les asegura
que resucitarán y su vida será todo un éxito.

Hermanos: Cristo, el amigo de los niños, el que perdona a


la adúltera, el cercano a los enfermos, el que se sienta con

 
 
 
los pecadores, el que quiere a las prostitutas, el que
acepta a todo hombre... resucitado, sigue haciendo lo
mismo. No dejen de acercarse a su presencia; crean en él,
enciendan las velas en su vida resucitada. Vengan y vean,
experimenten una vida nueva.

Que no pase este Tiempo de Pascua sin haber conectado


con Cristo vivo.

46.

LECTURAS: HECH 10, 34. 37-43; SAL 117; COL 3, 1-4; JN


20, 1-9

SE HAN LLEVADO DEL SEPULCRO AL SEÑOR Y NO


SABEMOS DÓNDE LO HABRÁN PUESTO.

Comentando la Palabra de Dios

Hech. 10, 34. 37-43. ¿Realmente creemos en Cristo?


¿Realmente vivimos como hombres nuevos, liberados de
la esclavitud del pecado y dejando atrás nuestros signos
de muerte? Quien, en Cristo, ha sido hecho una criatura
nueva, debe pasar haciendo el bien y curando a los
oprimidos por el diablo, pues Dios estará con nosotros. Sin
embargo nuestra lucha de liberación no puede reducirse a
la liberación de los males que aquejan a la humanidad en
la historia. Ciertamente no podemos cerrar los ojos ante
las angustias, tristezas, pobrezas, injusticias,
persecuciones y muerte, de que son víctimas muchos
hermanos nuestros. Pero no podemos sólo levantar la voz
para defenderlos. Sin dejar de hacerlo, debemos
esforzarnos denodadamente para que la salvación y el
amor de Dios llegue al corazón de aquellos que generan
todos estos males; sólo así estaremos luchando
efectivamente para que el Reino de Dios llegue a lo más
íntimo del hombre y lo transforme. Nosotros, que nos

 
 
 
sentamos a la Mesa del Resucitado, demos testimonio de
Él con una vida recta, justa e intachable; y proclamemos a
todos el Evangelio de salvación para que el Señor anide en
el corazón de cada uno de nuestros hermanos, y así,
juntos, iniciemos el Reino de Dios hasta que llegue a su
plenitud en nosotros por obra del mismo Dios.

Sal. 117. Demos gracias a Dios porque su Misericordia es


eterna. Él nos libró de la mano de nuestros enemigos con
su diestra poderosa. Envió a su propio Hijo para
rescatarnos del pecado y de la muerte y para que,
reconciliados con Él, nos hiciera hijos suyos. Aquel que no
tenía ya aspecto atrayente, y que más que un hombre
parecía un gusano cualquiera, por su actitud reverente y
por su obediencia incondicional y fiel a su Padre, ha sido
elevado en gloria para reinar eternamente. Quienes
unimos a Él nuestra vida participamos de su Victoria y
somos hechos hijos de Dios. Pero ser hijo de Dios no es
sólo una dignidad, es todo un compromiso para dar
testimonio de que nuestras esclavitudes al pecado y a la
muerte han quedado atrás. Ya no continuemos en la
muerte; dejemos que Cristo nos levante de nuestras
miserias y vivamos para contar las hazañas del Señor con
una vida recta, que hable de que en verdad Dios está en
nosotros y nosotros en Él.

Col. 3, 1-4. Jesucristo, antes de padecer, rogó a su Padre


Dios por sus discípulos diciendo: Ellos están en el mundo,
sin ser del mundo. No te pido que los saques del mundo,
sino que los preserves del mal. Los cristianos no somos
seres desencarnados de la realidad, sino totalmente
comprometidos con el hombre de nuestro tiempo.
Hacemos nuestras sus aspiraciones y cargamos sobre
nuestros hombros sus miserias para remediarlas con la
gracia de Dios. Vamos esforzándonos continuamente por
construir una ciudad terrena más digna del hombre;
aportamos nuestro trabajo en la diversidad de campos en
los que se desarrolle nuestra existencia; lo hacemos con
un gran amor y con una altísima responsabilidad. Sin

 
 
 
embargo no podemos decir que nuestras aspiraciones se
queden sólo en lo temporal y pasajero. Si así fuera
estaríamos engañando al pueblo al que hemos sido
enviados por Cristo para proclamarles su Buena Noticia de
salvación. La salvación del hombre se inicia ya desde este
mundo, pero no termina aquí. Nuestra mirada se eleva
hacia los bienes eternos, ahí donde está Cristo dándole
sentido a nuestro camino, a nuestra entrega, a nuestros
sufrimientos y a nuestra muerte. Por eso la acción pastoral
de la Iglesia no puede reducirse a una simple filantropía.
Amamos a nuestro prójimo porque lo queremos ver como
un lugar sagrado en el que Dios quiere hacer su morada y
transformarlo para que pueda amar, trabajar por la paz,
ser capaz de perdonar y de vivir en un auténtico amor
fraterno. Cuando realmente el Espíritu de Dios habite en
nosotros y guíe nuestros pasos por el camino del bien,
podremos decir que estamos en camino hacia la posesión
de los bienes definitivos, donde viviremos eternamente
glorificados con Cristo y unidos todos como hermanos, ya
sin sombras de pecado, de división ni de muerte, en torno
a nuestro único Dios y Padre.

Jn. 20, 1-9. Muchas veces el fanatismo religioso nos puede


llevar a creer falsamente en Cristo. Hacer que nuestra fe
en Él se base sólo en algunas señales que nos deben
conducir a Él es una fe demasiado frágil. Nuestra fe no
aumenta por tocar los lugares o las cosas que estuvieron
en contacto con Cristo. Si después de llenarnos de objetos
sagrados no sabemos dónde ha quedado Cristo, si Él se
quedó fuera de nuestro corazón y sólo recibe incienso en
sus imágenes estamos demasiado equivocados en lo que
es la fe auténtica en Él. El que ha depositado su fe en
Cristo abre su corazón para que Él haga ahí su morada; se
deja invadir totalmente por el Espíritu Santo para que no
sólo sus palabras, sino sus obras y toda su vida se
conviertan en un signo del amor de Dios en el mundo.
Creer en Cristo es entregarle nuestra vida para que la
transforme cada día hasta llevarla a la perfección que Él
posee, recibida del Padre, y de la que nos quiere hacer

 
 
 
partícipes. El Señor ha resucitado de entre los muertos, y
ahora vive en cada uno de nosotros. ¿Dónde lo han
puesto?; El no ha desaparecido de entre nosotros;
busquémoslo en aquellos con quienes Él ha querido
identificarse para que ahí lo amemos y sirvamos conforme
al mandato que nos dio.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

Nuestro Dios y Padre, que nos ha reconciliado consigo por


medio de la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo, nos
sienta a su Mesa para que alimentados con este
Sacramento podamos llegar a la gloria de la resurrección.
Participar juntos de la Mesa del Señor, sin odios ni
divisiones, nos hace sentirnos y vernos como hermanos;
nos hace experimentar el amor de Dios y nos impulsa para
que aprendamos a compartir lo nuestro con los demás. El
Resucitado es nuestra Victoria sobre el pecado y la
muerte. Entremos en comunión de vida con Él, de tal
forma que en verdad podamos hacer nuestra su Vida y,
revestidos de Él, podamos no sólo participar de su
Banquete, Memorial de su Pascua, sino que también nos
calcemos las sandalias para ponernos en camino y
proclamar, desde una vida sencilla pero llena de amor,
que Dios ha venido como el Camino que nos une como
hermanos y nos conduce hacia la casa paterna para vivir
eterna y plenamente unidos como hermanos con nuestro
Dios y Padre, para que pueda en verdad lograrse que Dios
sea todo en todas las cosas.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida


del creyente.

Ser un signo de la Pascua de Cristo para nuestros


hermanos debe llevarnos no sólo a invocar a Dios como
Padre nuestro en la celebración Eucarística, sentándonos a
su mesa junto con nuestros hermanos; sino que nos debe
llevar a sentar también nosotros, a nuestra mesa, a todos
aquellos que necesitan el pan de cada día, o que necesitan

 
 
 
vestir su cuerpo, o tener una vivienda digna, o ser
asistidos en sus enfermedades y sacados de sus
marginaciones. Si muchos han proclamado el Evangelio de
la gracia a los demás dejando sus hogares, no pudieron
llegar a ellos sólo para cumplir con una misión de unos
días en que no tenían otra cosa que hacer, sino que deben
haber iniciado un nuevo compromiso para estar cercanos a
aquellos que necesitan el consuelo constante en sus
desgracias, o una luz que los guíe y ayude a salir de sus
pecados. El Señor espera de su Iglesia un auténtico
compromiso de fe para hacer llegar el amor, la paz, la
misericordia y la alegría a todos aquellos que viven
oprimidos por el mal, por el pecado o por la pobreza. Al
paso de los días no podemos dejar que se diluya nuestro
amor por aquellos con quienes vivimos intensamente estos
días pascuales; los hemos de seguir amando y hemos de
volver a ellos para continuar recorriendo juntos el camino
de fe, e impulsando hacia una vida más plena a quienes
amamos como Cristo los ama y como Cristo nos ama a
nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima


Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber ser un
signo de Cristo resucitado para todos aquellos con quienes
constantemente entramos en contacto en la vida para
conducirlos, con el Poder del Espíritu Santo que actúa en
nosotros, hacia un encuentro personal con Cristo, y hacia
un verdadero compromiso personal con Él para que,
juntos, podamos manifestar nuestra fe y nuestro amor con
las buenas obras, dando así razón de nuestra esperanza
en el mundo. Amén.

47.

QUITEMOS LA LOSA

La vida no está libre de problemas, pesadumbres y


situaciones que amenazan con quitarnos la paz. Estas

 
 
 
contradicciones se pueden afrontar de diversas maneras,
particularmente tras un primer movimiento de enfado o
desolación pongo los medios posibles (humanos y divinos)
para solucionarlos, hago algún comentario jocoso y al día
siguiente continúo afrontando los problemas de ese día sin
dejar que los pasados problemas sean una carga más en
el caminar de mi vida. Perder la paz suele ser un problema
muy relacionado con la soberbia y el orgullo que
guardamos celosamente tras la losa de nuestro sepulcro
íntimo y que no queremos abrir pues, como las hermanas
de Lázaro, tenemos miedo a que “ya huela”. Tenemos a
veces la manía de llenar nuestra vida de sepulcros, bien
cerrados y sellados, y acabamos –como los reyes de
España en el Monasterio de El Escorial-, del trono de la
realeza de hijos de Dios a habitar en “el pudridero”, que es
un nombre que por desagradable me hace gracia.

“María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún


estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.” Tal vez,
a pesar de la luz que anoche rompió las tinieblas, sientas
que sigues en la oscuridad, que no encuentras la paz, que
tu alma sigue llena de sepulcros cerrados que guardan en
su interior no el cuerpo de Cristo sino los cuerpos pútridos
de tu soberbia, tu egoísmo, tu ira, tus envidias, … ¡Quita
la losa!, anímate, no te dé miedo, descubre el feo rostro
de todo lo que lleva a la muerte, y deja que Cristo
resucitado airee esos rinconcillos de tu alma. ¡Quita esas
losas!, con decisión, con fe y verás que, como los
vampiros en las películas de serie B, esos monstruos que
se esconden en las cavernas de tu alma se desvanecen al
contemplar a Cristo resucitado, se vuelven polvo y ceniza,
se quedan en nada. ¡Quita esas losas! y cuando las
personas malvadas o las circunstancias quieran tocar tu
orgullo encontrarán una cueva vacía, cuando te quieran
herir en tu amor propio descubrirán un hueco vano,
cuando te humillen tu soberbia habrá abandonado tu alma
y sólo habrá sitio para el amor entrañable de Cristo
resucitado que airea todo.

 
 
 
Un consejo, confía en la Iglesia “Llegó también Simón
Pedro detrás de él y entró en el sepulcro” que te dirá que
efectivamente los sepulcros de tus vanidades están vacíos,
que lo que creías imposible, lo que no habías entendido,
ha sucedido y tiene pleno sentido, que eres como Juan
que “vio y creyó.”

¡Quita la losa!, “quitad la levadura vieja para ser una masa


nueva”, “panes ázimos de la sinceridad y la verdad”, y
encontrarás la paz, el mensaje tan repetido de Cristo
resucitado, que nadie te podrá arrebatar pues tu vida ya
no es tuya, ya no te perteneces, eres de Cristo. La Virgen
sabe que, si te dejas, su hijo Jesucristo arrancará las losas
de los sepulcros de tu alma y convertirá un cementerio en
el paraíso donde el Espíritu Santo hará de ti testigo de la
resurrección.

48.

Sagrada Escritura:
Primera: Hch 10,14ª 37-43
Salmo: 117
Segunda: Col 3,1-4
Evangelio: Jn 20,1-9

Nexo entre las lecturas

La fe en la Resurrección del Señor es el tema fundamental


de este día. “Este es el día en el que actuó el Señor” canta
el Salmo 117. Es el domingo por excelencia. Es el día en el
que se expresó su poder soberano venciendo la muerte y
que, en consecuencia, es motivo de gozo y alegría para
todos los cristianos. En su discurso, Pedro proclama que se
le ha encomendado el anunciar y predicar la Resurrección
de Cristo. Los apóstoles son los testigos que han visto al
Resucitado, han comido y bebido con Él. Ellos han recibido
el encargo de predicar que Cristo resucitado ha sido
constituido juez de vivos y muertos (1L) San Pablo

 
 
 
subraya, de modo especial, que la Resurrección del Señor
instaura una nueva vida en el bautizado. El cristiano es
aquel que ha muerto con Cristo y ha resucitado con Él a
una vida nueva. La fe en la Resurrección es la roca firme
para san Pablo, el lugar donde se asienta todo su
dinamismo apostólico. (2L). El Evangelio nos muestra a
Pedro y Juan que, entrando en el sepulcro, “ven y creen”.
El sepulcro vacío es para ellos el inicio de una meditación
que los conduce a la fe en Cristo resucitado.

Mensaje doctrinal

1. Cristo ha resucitado. “La Resurrección de Jesús es la


verdad culminante de nuestra fe en Cristo” nos dice el
Catecismo de la Iglesia Católica (CCC 683). La comunidad
cristiana de los primeros tiempos vivió esta verdad como
el centro de su existencia. Todas sus certezas: su caridad
patente a todos, su serenidad ante el martirio, su amor
por la Eucaristía... todo se refería en último término al
misterio Pascual de Cristo a su muerte y su resurrección.
“Si Cristo no resucitó vana es nuestra fe” argumenta san
Pablo.

Así como las primeras comunidades cristianas vivían de la


fe en la Resurrección del Señor, así también los cristianos
están llamados a vivir más a fondo el misterio de la
Resurrección en sus vidas. “Si habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas de arriba”. Para el creyente la
resurrección es el dato culminante de su fe en Cristo; por
la resurrección se confirman todas las promesas del
Antiguo Testamento. El Señor ha sido fiel a su amor y se
ha dado sin límites, con sobreabundancia. Por la
Resurrección se confirma la divinidad del Señor: verdadero
Dios y verdadero hombre. La Resurrección nos enseña la
verdad íntima acerca de Dios (Dios es amor) y acerca de
la salvación humana. Cristo en su misterio pascual lleva a
su plenitud la revelación de Dios. Auto revelación definitiva
de Dios. Por eso, es contraria a la fe católica la tesis del

 
 
 
carácter incompleto, limitado e imperfecto de la revelación
en Cristo y que se completaría con la revelación de otras
religiones (Cfr. Dominus Iesus 6).

Conviene poner de relieve el carácter universal y salvífico


de la muerte y resurrección del Señor. Cristo murió por
todos para perdonarlos a todos de sus pecados. Porque
Dios quiere que todos los hombres se salven.

2. El cristiano está llamado a “con-resucitar” con Cristo y a


“buscar las cosas de arriba”. Él es una creatura nueva, lo
antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado y su vida está
escondida con Cristo en Dios. ¿Está muy lejos de nuestra
vida diaria esta verdad fundamental? A veces parecería
que sí, que es una verdad demasiado bella para ser
realidad, que es un sueño, un ideal inalcanzable. Parecería
que el pecado y la muerte son más fuertes y condenan al
hombre a una vida de obscuridad. Sin embargo, cuando
consideramos con mayor atención el problema nos damos
cuenta de que el poder y el amor de Dios son más fuertes
que el pecado. “El amor es más fuerte” y Dios suscita en
el corazón de los hombres anhelos de conversión, de bien,
de transformación, y, con su Providencia Divina los
conduce por caminos de salvación. Creed vivamente en la
resurrección del Señor para vivir una nueva vida llena de
esperanza, de fortaleza, de amor. Resucitar con Cristo
será no vivir más en el pecado; será participar con Cristo
en el misterio de la cruz y la salvación de los hombres;
será vivir esta vida como peregrinos hacia la posesión
eterna de Dios.

Sugerencias pastorales

1. Las mujeres son las primeras encargadas de anunciar la


resurrección. El Evangelio nos dice que fueron las mujeres
las primeras mensajeras de la resurrección del Señor,
incluso antes que los apóstoles. Por su feminidad la mujer
tiene una particular sensibilidad religiosa y humana.

 
 
 
Comprende más rápida e intuitivamente las verdades
religiosas y las verdades humanas. Se inclina
espontáneamente al valor religioso, a la protección de la
vida humana, al cuidado de los más débiles. A ella se le
encomendó anunciar el triunfo definitivo de Cristo sobre la
muerte. Ella experimenta, como lo muestra el Evangelio,
una particular fortaleza de espíritu porque comprende que
se le ha encomendado de algún modo el bien de los
hombres.

En el mundo post-moderno que nos toca vivir con un


fuerte relativismo y pérdida de la fe, la mujer cristiana
está llamada a ser nuevamente mensajera privilegiada de
las verdades cristianas. Ella será en el hogar aquella que
irradia amor, comprensión y que educa a la familia en los
valores sobrenaturales. Podemos decir que de la mujer
depende en gran medida la fe del hogar, porque ella la
transmite no sólo por sus palabras, sino por medio de su
vida, de sus actitudes, de su capacidad de sufrimiento, de
perdón. Ella, en el seno del hogar, o en el seno de una
comunidad religiosa, o en el seno de la sociedad, o en la
vida pública, o en los hospitales, o en la escuela... es la
que hace presente los valores trascendentes y, lo que es
más importante, la que revela a Dios como amor, la que
muestra a Cristo resucitado y conduce hacia Él. Ella es
maestra de la fe. Ella es el sol de la familia y de la
sociedad.

2. La comprensión de la resurrección del Señor. Sabemos


que hay una gran ignorancia religiosa en nuestras
generaciones jóvenes. Surgen por todas partes ideas
erróneas de la fe, de la Iglesia, del dogma... En el tema de
la resurrección también se da este fenómeno. No son
pocos los que piensan en la reencarnación o en cosas
semejantes. Es pues importante, salir al encuentro de
nuestros fieles y ayudarlos a conservar su fe. Ayudarles
con nuestra predicación, con nuestra atención personal,
proporcionándoles, además materiales de apoyo como
buenas lecturas, folletos, documentales... que les ayuden

 
 
 
a ilustrar su fe. Promover círculos bíblicos, escuelas de
oración, encuentros fortuitos o preparados para defender y
promover la fe de nuestros fieles. Debemos hacer todo lo
que está en nuestras manos para que ninguna oveja se
pierda por ignorancia o por falta de cultivo de nuestra
parte.

María, reconoció a Jesús resucitado cuando escuchó


pronunciar su nombre. Quizá muchos de nuestros fieles
puedan descubrir a Cristo resucitado cuando experimenten
su amor, cuando comprendan su pasado, su presente y su
futuro a la luz de este amor. Cuando hagan la experiencia
de Cristo resucitado en sus propias vidas.

49

“Ha resucitado verdaderamente”

Los discípulos que la tarde de la pascua volvieron de


Emaús a Jerusalén para anunciar que habían visto al
Señor entrando en la sala donde estaban reunidos los
otros discípulos, aun antes de que abrieran la boca fueron
acogidos por un coro de voces que gritaban: el Señor ha
resucitado verdaderamente y se apareció a Simón
(Lc.24,34). Todas las lecturas de hoy dicen que Cristo
“resucitó”, pero el texto de Lucas contiene además el
adverbio “verdaderamente”. Es una palabra pequeña (en
griego, ontos ), pero ¡cuan densa de significado!) quiere
decir: en realidad (no por decirlo así), según el ser (no
según la apariencia solamente).

La comunidad apostólica nos inculca de tal modo que, a


propósito de la resurrección, no basta una fe cualquiera,
por ejemplo una fe en un significado espiritual y simbólico,
sino que es necesaria una fe en el “hecho” de la
resurrección, una fe en su verdad “histórica”. Este

 
 
 
adverbio será por tanto el núcleo de nuestra homilía
pascual de este año.

¿En qué sentido se puede hablar de la resurrección como


de un acontecimiento histórico? En un sentido
particularísimo: ella está en el límite de la historia, como
el hilo que divide el mar de la tierra firme; está dentro y
fuera al mismo tiempo. Con ella, la historia se abre a lo
que está más allá de la historia, a la escatología. En cierto
sentido, es la ruptura de la historia y su superación, así
como la creación es su comienzo. De ahí resulta que la
resurrección sea un acontecimiento en sí mismo no
testimoniable y no asible con nuestras categorías mentales
que están todas ellas liga das a la experiencia. Nadie
asiste al instante en el cual Jesús resucita. Nadie puede
decir haber visto “resucitar” a Jesús, sino sólo haberlo
visto “resucitado”. La resurrección no se conoce sino “a
posteriori”, en segundo momento. Exactamente como la
Encarnación es la presencia física del Verbo en María que
demuestra el lecho de que él se ha encarnado. Así es la
presencia espiritual de Cristo en la comunidad, hecha
visible en las apariciones, que de muestra que Jesús ha
resucitado verdaderamente. Esto explica el hecho
desconcertante de que ningún historiador profano
mencione la resurrección. Tácito, que con todo, recuerda
“la muerte de un tal Cristo en el tiempo de Poncio Pilato” (
Annales , 25), calla de la resurrección. Ese acontecimiento
no tuvo relevancia y sentido sino para aquéllos que
experimentaron sus consecuencias en el seno de la
comunidad.

¿En qué sentido, entonces, hablamos de una aproximación


histórica a la resurrección de Cristo? Lo que se ofrece a la
consideración del historiador y le permite hablar de la
resurrección son dos hechos: la imprevista e inexplicable
fe de los discípulos (una fe tan tenaz que resiste hasta la
prueba del martirio) y la explicación que de tal fe ellos
mismos nos han dejado. Recorramos su testimonio para
ver hasta qué punto nos es dado, con él, acercarnos al
acontecimiento de la resurrección.

 
 
 
Cerca del año 56 d.C. el apóstol Pablo escribe: Les he
transmitido lo que yo mismo recibí Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a la Escritura. Se apareció a
Pedro y después a los apóstoles. Luego se apareció a más
de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte
de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se
apareció a Santiago y de nuevo a todos los Apóstoles. Por
último se me apareció también a mí, que soy como el fruto
de un aborto (1 Cor. 15,3-8).

El núcleo central de este testimonio es un “credo” anterior


a san Pablo que -él mismo como dice explícitamente-
recibió de otros y que podemos remontar a cerca del año
35 d.C., es decir, a 5-6 años después de la muerte de
Jesús. Testimonios antiquísimos, pues.

Pero, ¿qué testimonian en concreto sus palabras? Dos


hechos:

Primero: “Ha sido resucitado”, en el sentido de “se


despertó de nuevo”, “resucitó”, o en el pasivo “ha sido
redespertado, resucitado”, se entiende, por Dios. Son
palabras claramente inadecuadas. Cristo, de hecho, no
resucita hacia atrás (como parece sugerirlo la partícula
“re” que precede estos verbos). No vuelve a la vida de
antes como Lázaro para después morir de nuevo, sino que
resucita hacia adelante, hacia el nuevo mundo, a la nueva
vida según el Espíritu (cfr. Rom. 1,4). Se trata de algo que
no tiene semejanza en la experiencia humana y por esto
debe ser expresado en términos impropios y figurados.

Segundo: “aparece”, en el sentido de “se mostró”, ha sido


hecho visible por Dios. Se trata de una experiencia
fortísima y concretísima, por lo cual no pueden no hablar
(Hech. 4,20). Quien la hizo está seguro de haber
encontrado personalmente a Cristo, Jesús de Nazaret, no
sólo un fantasma. Pablo dice que la mayoría todavía viven,
enviando así tácitamente al lector a ellos para que pueda
cerciorarse. La experiencia hecha por los otros es
confirmada después por la propia experiencia: se apareció

 
 
 
también a mí. Cuando alguien como san Pablo afirma con
toda simplicidad y seguridad una cosa como ésta, quedan
pocas alternativas: o vio realmente a Cristo resucitado y
vivo o es un mentiroso.

Las narraciones evangélicas reflejan una fase ulterior del


testimonio de la Iglesia. El núcleo central, empero, sigue
siendo el mismo: ¡El Señor resucitó y apareció vivo! A esto
se añade un elemento nuevo: el sepulcro vacío. De ello
saca san Juan una prueba casi física de la resurrección de
Jesús (cfr. Jn. 20 ssq). Pero también para los evangelios el
hecho decisivo siguen siendo las apariciones.

He aquí, pues, en síntesis, lo que dicen las fuentes.


Después de la muerte, Jesús se hizo visible corporalmente
a una serie de testigos por los cuales se ha hecho
reconocer como aquél que vivía y actuaba entre ellos
antes de la muerte. Se trata de una experiencia concreta,
corporal: vieron al Resucitado con sus ojos, lo escucharon
con sus oídos, y, tal vez, lo tocaron (cfr. Mt. 28, 9; Jn. 20,
27). Al aparecer Jesús dio la impresión de estar
corporalmente presente en el espacio y el tiempo, de
moverse en este mundo. Fueron encuentros personales,
de tú a tú, como cuando él estaba vivo. Los testigos tenían
la certeza de que se trataba de la misma persona de
antes. El Nuevo Testamento, que bien conoce la
experiencia de la visión, describe las apariciones del
Resucitado como algo completamente distinto.

Las apariciones testimonian, sin embargo, también la


nueva dimensión del Resucitado, su modo de ser “según'
el Espíritu” que un modo nuevo y diverso respecto del
modo de existir de antes, “según la carne”. Él puede ser
reconocido por ejemplo, no por cualquiera que lo ve, sino
sólo por aquél a quien él mismo se da a conocer. Su
corporeidad es distinta de la de antes está libre de las
leyes físicas: entra y sale por las puertas cerradas;
aparece y desaparece. ¿Dónde estaba Jesús cuando
desaparecía y de dónde parecía? Es un misterio como es
un misterio su comer después de la resurrección. Nos falta

 
 
 
cualquier experiencia del mundo futuro -el mundo de Dios
en el cual él entró- para poder hablar de él como cuando
uno llega corriendo con los propios pies hasta la orilla del
mar y después debe detenerse y contentarse con echar
más allá sólo su mirada, porque en el agua no rigen ya las
leyes físicas que permiten caminar sobre la tierra firme. En
el mundo de la resurrección se entra sólo con la fe.

Todas las objeciones contra el cristianismo se rompen -se


ha dicho- contra la piedra derribada del sepulcro de Cristo
y son repelidas como olas contra un arrecife. Es verdad,
pero los creyentes no pueden eximirse de mirarlas en la
cara y darles una respuesta, aun sabiendo que sus
respuestas serán siempre estériles hasta que el Resucitado
mismo no eche luz en la mente del que escucha.

Sobre todo a propósito de las apariciones. Una explicación


común es que se trata de visiones psicógenas, es decir, de
sensaciones, tan vívidas de Cristo que los afectados creen
haberlo visto de verdad. Pero esto, si fuese verdad, sería
un milagro no menos grande. Supone que distintas
personas, en lugares y situaciones distintos, tuvieron la
misma “impresión” (o alucinación).

Los discípulos no pudieron engañarse, eran gente


concreta, pensadores, todo, menos afectos a las visiones.
Primero, no creen y Jesús debe casi derribar su resistencia
(Lc. 24,25): ¡Hombres, duros de entendimiento, cómo les
cuesta creer...! (Mc. 16,14): (Los reprendió por su
incredulidad y dureza de corazón). No pudieron ni siquiera
engañar a los otros: todos sus intereses se oponían a ello.
Habrían sido ellos los primeros en estar y sentirse
engañados por Jesús si él no hubiera resucitado. ¿Con qué
fin, entonces, afrontar la persecución y la muerte por él?
Las visiones llegan de costumbre al que las aguarda y las
desea intensamente, no al que ni siquiera piensa en ellas.
Pero los apóstoles, después de los hechos del Viernes
Santo, no esperaban nada ya. Al contrario, dieron por
concluido el caso de Jesús y estaban pensando volver a
sus aldeas y a sus tareas de antes. ¿Qué determinó en

 
 
 
ellos el cambio súbito y radical del estado de ánimo para
que crean, testimonien, funden iglesias, si no
precisamente las apariciones de Jesús resucitado?

De cuando llegó a la palestra la idea (propuesta por R.


Bultmann) de la demitologización, se suele poner esta
objeción de fondo contra el hecho de la resurrección: esto
-se dice- refleja el modo de pensar y de representarse el
mundo de una época pre-científica que concibe el universo
como hecho de planos superpuestos (el de Dios, el del
hombre y el de los infiernos) con la posibilidad de pasar
del uno al otro. Esta sería una concepción “mítica” del
mundo que hoy ya no puede ser mantenida. A esto se
debe responder que la idea de la demitización no puede
ser aplicada de esta manera al hecho de la resurrección de
Cristo. La resurrección de la muerte, de hecho,
contrastaba con la concepción antigua del mundo como
contrasta con la de hoy, como demuestra el discurso de
Pablo en Atenas (cfr. Hech. 17,32). Si, por tanto, los
apóstoles la defendieron tan tenazmente no es porque ella
es conforme a las representaciones de su tiempo, sino
porque era conforme a la verdad, es decir, a lo que ellos
habían visto, oído y tocado.

Muchos de aquéllos que niegan el carácter histórico de la


resurrección admiten, sin embargo, que Dios intervino
directamente en el caso de Jesús de Nazaret avalando su
causa a los ojos del mundo. Pero si es así, está claro que
en algún modo Dios obró milagrosamente en Jesús de
Nazaret. Y si obró milagrosamente, ¿qué diferencia existe
en admitir que se trató de verdadera resurrección y de
apariciones verdaderas y no de hechos anteriores y
puramente visionarios? ¿Hay acaso algo que sea
demasiado grande para Dios o quizás Dios ama el
ilusionismo?

Pero hay más. Si se niega el carácter histórico de


acontecimiento real a la resurrección, el nacimiento de la
Iglesia y de la fe se convierte en un misterio más
inexplicable que la resurrección misma. “La idea de que el

 
 
 
imponente edificio de la historia del cristianismo sea como
una enorme pirámide colocada sobre un fiel, es decir,
sobre un hecho insignificante, es ciertamente menos
creíble que la afirmación de que la resurrección ocupó
realmente un puesto en la historia, parangonable a lo que
le atribuye el Nuevo Testamento” (Dodd).

¿Cual es, entonces, el punto de llegada de la investigación


histórica a propósito de la resurrección de Cristo?
Podemos recogerlo -como sugiere Kierkegaard- en las
palabras de los discípulos de Emaús: algunos discípulos, la
mañana de Pascua, fueron al sepulcro de Jesús y
encontraron que las cosas eran como las mujeres habían
relatado; pero a él no lo vieron (cfr. Lc. 24,22-24).
También la historia va al sepulcro de Jesús y debe
constatar que las cosas están así como lo dijeron los
testigos. Pero a él, al Resucitado, no lo ve. No basta
constatar históricamente, hay que “ver” al Resucitado, y
esto no lo puede dar la historia, sino sólo la fe. Además,
acontece lo mismo para los testigos de entonces: también
para ellos fue necesario un salto: de las apariciones y tal
vez del sepulcro vacío -que eran hechos históricos-
llegaron a la afirmación: ¡Dios lo resucitó! , que es una
afirmación de fe. En cuanto afirmación de fe, ésta más que
una conquista es un don. Y de hecho, en el evangelio no
todos ven al Resucitado, sino sólo aquéllos a quienes él
mismo se da a conocer. Los discípulos de Emaús habían
caminado con él sin reconocerlo hasta que, cuando él
quiso, sus ojos se abrieron y lo reconocieron (Lc.24, 31).

Sólo hay que rezar para que también nuestros ojos se


abran en esta Pascua para recibir de un modo nuevo la luz
de la resurrección para reconocer al Señor al partir el pan
y así testimoniar también nosotros a nuestros hermanos
que “El Señor resucitó verdaderamente”.

COMENTARIOS GENERALES. SAN ISIDORO DE SEVILLA

 
 
 
Descendiendo, libró a los que quiso, de la muerte

Porque descendiendo al infierno a aquellos que estaban


cautivos los arrancó de la dominación del demonio,
tomándolos a los goces celestiales, ya mucho tiempo antes
Él mismo lo había anunciado por Oseas: “Yo, dice, yo haré
mi presa y me iré con ella; yo la tomaré y no habrá quién
me la quite, me marcharé y me volveré a mi habitación,
esto es, al solio celeste” (Oseas 5 14) y más abajo: “No
obstante, yo los libraré del poder de la muerte; de las
garras de la muerte los redimiré. ¡Oh muerte!, he de ser la
muerte tuya: seré tu destrucción, ¡oh infierno! (Oseas 13,
14.)

El cuerpo de Cristo no vio la corrupción en el


sepulcro

Porque el cuerpo de Cristo no vio la corrupción en el


sepulcro, sino que inmediatamente, vencida la muerte,
resurgiendo, salió de los infiernos, esto mismo por el
profeta lo predijo en los salmos: “Porque yo sé que no has
de abandonar Tú, oh Señor, mi alma en el sepulcro, ni
permitirás que tu santo experimente la corrupción.” (Ps.
15, 10 De esta misma resurrección canta el Salmo 3: “Yo
me dormí, y me entregué a un profundo sueño y, me
levanté, porque el Señor me tomó bajo su amparo” (Ps 3,
6.)

Para qué otra cosa indica el profeta, que habiendo


dormido resucitó sino para indicar que este sueño era
muerte, y el despertar resurrección, lo cual en el Ps.
cuadragésimo más abiertamente se muestra cuando dice:
“Pero Tú, Señor, ten piedad de mí. y levántame, que yo
les daré a ellos su merecido (Ps. 46, 11). Y nuevamente:
“¿Mas, por ventura, el que duerme, no ha de volver a
levantarse?” (Ps, 40, 9.) Lo mismo se canta en el Ps. 4:
“Mas yo, Dios mío, dormiré en paz y descansaré en tus
promesas, porque Tú, oh Señor, sólo Tú, has asegurado
mi esperanza.” (Ps. 4, 9-10.). “De una manera singular”,

 
 
 
porque sólo Él descansó de esta manera, para resucitar
inmediatamente después de la muerte.

También por Isaías de su misma resurrección así clama:


“Mas ahora, me levantaré yo, dice el Señor; ahora seré
ensalzado, ahora seré glorificado” (Is. 33, 10.) Con este
testimonio abiertamente señala su resurrección y su
ascensión. A continuación describe la envidia de los judíos
diciendo: “Vosotros conseguiréis fogosos designios y el
resultado será paja; vuestro mismo espíritu cual fuego, os
devorará.”

Resucitó de entre los muertos

Porque había de resucitar al tercer día, el profeta Oseas lo


había predicho diciendo: “En medio de sus tribulaciones se
levantarán con presteza para convertirse a Mí. Venid,
dirán, volvámonos al Señor, porque Él nos ha cautivado,
pero Él mismo nos pondrá en salvo, Él nos ha herido, y Él
mismo nos curará. Él mismo nos volverá a la vida después
de dos días; al tercero día nos resucitará, y viviremos en
la presencia suya.” (Oseas 6, 1-3.) Todo esto se cumplió
en Cristo. Entregado y muerto el viernes y el sábado,
resucitó el domingo muy de madrugada. Por esto añade el
profeta: “Preparado está a su advenimiento como la
aurora.” (Oseas 6, 3.) Empero, en cuanto a lo que dijo:
“Nos resucitará y viviremos en la presencia suya”; esto el
profeta lo dice de su persona o de los santos, que estaban
en los infiernos y resucitaron con Él al tercer día.

EL CONSUELO DEL SEPULCRO PASCUAL

El silencio profundo, sepulcral, del Sábado Santo se rompe


por el alegre repiqueteo de las campanas en el mundo
entero. Los templos, corno ríos salidos de madre, echan

 
 
 
de sí corrientes de hombres, millares de fieles, y por
doquiera se vuelva la mirada no se ve más que un gentío
onduloso, rostros con expresión de fiesta, ojos que brillan
de alegría.

¿De dónde procede esta fuerza jubilosa de Pascua? ¿De


dónde esta alegría del espíritu humano? ¿Para qué las
procesiones, los cánticos entusiastas? ¿Para qué este salir
a la calle? ¿Por qué este júbilo desbordante, que pone
tensas las venas? ¿A quién se dirige el festivo repiqueteo?

Esta alegría efusiva, vibrante, de Pascua parte de un


sepulcro e inunda el mundo entero. Junto al sepulcro de
Jesucristo escarnecido, ultrajado, crucificado y ya
resucitado, se apodera de nuestra mente un doble
pensamiento:

En el día de Pascua, la vida triunfó de la muerte, y la


justicia pisoteada cantó Victoria sobre la maldad. Es decir,
la Pascua es: 1º La fiesta del porvenir; y 2º La fiesta
triunfal de la justicia.

I- Pascua es la fiesta del porvenir

La ley general de la caducidad de esta vida abruma


nuestra alma; pero Jesucristo triunfador, que sale del
sepulcro para no morir, nos asegura que más allá del
perecer terreno nos espera un porvenir más hermoso, más
completo.

La fuerza motriz y jubilosa de Pascua brota de esta gran


verdad: la muerte del individuo y la destrucción de los
mundos no son una muerte y una destrucción definitivas,
sino que la vida terrena tiene su continuación en una vida
inmortal.

De esta verdad brota la alegría vivificadora y perenne del


acontecimiento más trascendental de la historia, la
resurrección de Cristo, y por esto brotan también del

 
 
 
sepulcro del Resucitado las fuentes vivas del valor, de vivir
y del optimismo, que triunfa del mundo.

Desde el rosicler de la primera aurora pascual iluminó los


pálidos rostros de los Apóstoles y les dio la magnífica y
gozosa nueva, han pasado ya casi dos mil años en la
historia. No es posible contar las corrientes culturales, que
des de entonces se ofrecieron como guías, prometiendo
conducir al hombre a la tierra de la felicidad.

También por encima de los hombres de hoy, nerviosos y


quebrantados, ondean, reclutando centenares de espíritus,
banderas diferentes, mas los centenares de millones de
hombres que en la noche sublime del Sábado Santo rinden
tributo de pleitesía por todo el orbe a Cristo resucitado,
confiesan con fuerza instintiva las palabras del Apóstol:
“No se nos dio otro nombre en que podamos salvar nos,
sino este nombre de Jesucristo”.

Ved un sepulcro que desde hace ya dos mil años no se ha


enfriado; un sepulcro al cual monta guardia la piedad de
centenares de millares de fieles, porque todos saben que
fuera de Jesucristo resucitado no puede haber una
orientación segura de la vida, ni puede haber porvenir ni
esperanzas ni punto de apoyo para ella.

El hombre que se satura del misterio pascual siente


también la fuerza del perecer, mas él no baja al sepulcro
como vencido, sino como vencedor. Para El la muerte no
es el final, sino el principio; no aniquilamiento, sino
partida. Después de la patria terrena, la patria eterna;
después del prólogo, el libro.

Todas las veces que el pensamiento paralizador del


perecer se presenta a su alma para apoderarse de ella, El
muestra con una superioridad triunfal el sepulcro pascual
vacío. ¡Sí! En Pascua germinan los brotes, en Pascua se
abren los capullos, en Pascua se despliegan los pétalos, en
Pascua empieza una nueva pulsación de vida después del
anquilosa miento invernal, en Pascua, una fuerza

 
 
 
misteriosa llena los árboles, al parecer muertos. . ., y
también las almas humanas.

Los Césares pueden levantar imperios mundiales, los


sabios pueden sorprender a la Humanidad con alardes
siempre nuevos de la técnica, los artistas pueden brindarle
obras maestras que llenen de admiración; pero nadie es
capaz de llenar las profundidades del alma humana, si no
quiere seguir las huellas del Resucitado.

El héroe del Fausto, de Goetthe, lo probó todo; cuando


desengañado de todo, desilusionado de todo, quiere
arrojar de sí la vida, oye de repente el solemne repiqueteo
de las campanas, que llega hasta él de una iglesia
cercana; la mano, levantada ya para el suicidio, cae
inerme, y un nuevo estremecimiento de vida sacude el
corazón desalentado.

El glorioso sepulcro pascual pregona una fiesta de


consuelo para todos aquellos -y son legión- que con sudor
en su frente, con las heridas de la lucha por la vida en su
cuerpo, pero con la paz de una conciencia tranquila en su
corazón, cumplen silenciosamente su deber con la santa
convicción de que la Justicia y la Bondad no pueden
perecer.

¡Ah, cómo nos vivifica el Salvador resucitado! ¡Cuánta


esperanza, y qué noble empuje brota de su sepulcro vacío!
De modo que el Viernes Santo, ¿no es siempre sombrío y
luctuoso? De modo que ¿no es posible ahogar por
completo a la justicia?

Cristo murió en la cruz. Murió el pastor y se dispersó la


grey. . . ¡Infierno; ésta fue tu victoria!

Cristo murió en la Cruz. Derramó toda su Sangre; los


soldados montaban guardia delante de su sepulcro
sellado; nadie creía que pudiera hablarse todavía de vida,
de resurrección. . . ¡Infierno, ésta fue tu victoria!

 
 
 
Cristo murió en la cruz. Pero apenas inclinó su cabeza, se
estremeció la tierra, se resquebrajaron las rocas, se
abrieron las tumbas, el sol se obscureció... ¡Infierno,
cuidado con tu victoria!

Cristo murió en la cruz. Pero al tercer día el fulgor del


sepulcro pascual puso en fuga todas las tinieblas, y al
fúlgido resplandor de Cristo resucitado huyó el pecado y la
muerte. . . ¡Infierno!, ¿dónde está tu victoria?

Cristo murió en la cruz. Pero su muerte heroica infundió


nueva vida a la grey dispersa; las almas se encendieron
con el fuego de Pentecostés. . . ¡Infierno!, ¿dónde está tu
victoria?

Cristo murió en la cruz. Pero desde hace dos milenios los


ojos de millones de hombres, arrasados de lágrimas,
miran con amor agradecido el sepulcro pascual y cantan
con alegría desbordante el himno triunfal: “Cristo ha
resucitado hoy, ¡aleluya!”

Sí, Pascua es la fiesta del porvenir, la fiesta de la vida.

II- Pascua es la fiesta de la justicia

¿Podrá tomarlo a mal alguno sí nosotros, húngaros


atribulados, cobijamos con solicitud en nuestro espíritu,
junto al santo misterio de Pascua, otro pensamiento
amado?

La presente festividad nos enseña que no hay vida sin


muerte, que el sol sale de la noche, y que a través del
sepulcro del sufrimiento se llega a la alegría pascual.

El noble sacrificio y la Pasión de Cristo inocente atestiguan


con toda claridad la gran verdad de la filosofía de la
historia, es a saber, que los pueblos viven de los sacrificios
que hacen de sí mismos los miembros mejores, más
puros, más santos de la nación.

 
 
 
Los antiguos creían que para que los cimientos de un
edificio fuesen resistentes era necesario mezclar en la
argamasa sangre de hombres inocentes. Pues bien, la
verdad pascual nos enseña que del sufrimiento que los
húngaros soportan con tesón y virilidad -sufrimiento cuya
cruz llevan cargada sobre sus hombros ensangrentados
precisamente los mejores de la nación- puede brotar una
fuerza de consistencia a un nuevo milenario en la historia
húngara.

En la aurora pascual, la Justicia condenada, pisoteada,


ejecutada en medio de crueles tormentos, salió del
sepulcro, enseñándonos que hemos de conseguir el
derecho de la alegría pascual pasando por las estaciones
sangrientas del Calvario.

¿Es maravilla si Cristo, que salió de su sepulcro para una


vida nueva y triunfadora, está hoy tan cerca del pueblo
húngaro que lucha y está a la vera de una fosa abierta?
¿Es maravilla, si la fuerza del gran misterio pascual
acaricia nuestras almas como el rayo de sol de un
resplandeciente día de mayo?

La Justicia nunca gozó de popularidad; es posible sujetar


con cadenas también a la Justicia durante cierto tiempo;
es posible hacer befa de la Bondad; pisotear el Honor;
pero su fuerza, superior al mundo, sale hasta del sepulcro
cerrado y sellado, y se muestra triunfadora con el fulgor
de la aurora pascual La suerte definitiva de la Justicia no
puede ser la oscuridad del Calvario, el Viernes Santo, sino
el resplandor deslumbrante de la aurora pascual.

¡Repicad, pues, tocad campanas de la Pascua! Pregonad al


mundo universo, doquiera que haya hombres oprimidos,
hombres que sufren, decid que no durará para siempre la
oscuridad del Viernes Santo que la noche huirá ante la luz
de la aurora pascual. Nosotros creemos que después de
cada Viernes Santo sigue la Pascua, Nosotros creemos que
al final de todo camino ensangrentado y después del

 
 
 
Huerto de los Olivos y del Gólgota brilla siempre la luz del
sepulcro pascual.

Creemos que las estaciones ensangrentadas del Vía


Crucis, que recorre la historia húngara, aun en medio de
los latigazos de los Pilatos, Caifás y Herodes, conducen al
sepulcro de la resurrección. Sí, creemos firmemente que si
bien nuestro Viernes Santo durará más de veinticuatro
horas, llegará, no obstante, la aurora pascual. ¿Cuándo?
No lo sabemos. Pero que un día alboreará, nos lo pregona
y lo exige también la ley fundamental del orden moral de
este mundo.

Toda Europa atraviesa por una hora de aguda crisis: quiso


vivir volviendo las espaldas a Jesucristo y hubo de ver que
el sufrimiento no se mitigaba, antes al contrario, que
menguaba su alegría. Nosotros tenemos la obligación de
volver fielmente al Amor crucificado, y entonces nos
inundará él resplandor pascual.

De ahí que hoy brote de nuestros labios, en dos sentidos,


con pensamientos de la patria terrena y de la patria
eterna, la viva súplica pascual a Jesucristo resucitado,
pidiéndole que, en medio de la oscuridad de nuestro triste
Calvario, se despeje el cielo y alboree sobre nosotros la
suave luz de la mañana pascual.

En ello consiste el consuelo vivificador del sepulcro vacío


de Cristo resucitado.

¡Exsurge Christe, adjuvanos, libéranos, sálvanos!


¡Levántate, Cristo! ¡Ayúdanos, líbranos, sálvanos!

La herida más grave de la tierra

 
 
 
LA TUMBA VACÍA

En la historia del mundo solo se ha dado una vez el caso


de que delante de la entrada de una tumba se colocara
una gran piedra y se apostara una guardia para evitar que
un hombre muerto resucitara de ella: fue la tumba de
Cristo en la tarde del viernes que llamamos santo. ¿Qué
espectáculo podría haber más ridículo que el ofrecido por
unos soldados vigilando un cadáver? Pero fueron puestos
centinelas para que el muerto no echara a andar, el
silencioso no hablara y el corazón traspasado no volviera a
palpitar con una nueva vida. Decían que estaba muerto;
sabían que estaba muerto; decían que no resucitaría, y,
sin embargo, vigilaban. Le llamaban abiertamente
impostor. Pero ¿seguiría acaso engañando? ¿Acaso el que
les había engañado dejándoles que creyeran que habían
ganado la batalla, ganaría la guerra de la verdad y el
amor? Recordaban que Jesús había dicho que su cuerpo
era el Templo y que, después de tres días de que ellos lo
hubieran destruido, Él volvería a edificarlo, recordaban
también que se había comparado con Jonás, y había dicho
que, así como Jonás había estado en el vientre de la
ballena por tres días, así Él estaría en el seno de la tierra
por tres días y luego resucitaría. Al cabo de tres días
recibió Abraham a su hijo Isaac, ofrecido antes en
sacrificio; tres días estuvo Egipto sumido en tinieblas que
no eran naturales; al tercer día se apareció Dios en el
monte Sinaí. También ahora existía cierta preocupación
por lo que ocurriría el tercer día. Al amanecer del sábado,
por tanto, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos,
quebrantando el descanso sabático, se presentaron ante
Pilatos para decirle:

Señor, recordamos que aquel impostor dijo mientras vivía


aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues,
asegurar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que
vengan sus discípulos de noche, y le hurten, y digan al
pueblo: Ha resucitado de entre los muertos. Y el postrer
error será peor que el primero. (Mt 27, 63s).

 
 
 
El que ellos pidieran una guardia hasta el “tercer día
indicaba” que pensaban más en las palabras que había
dicho Cristo que en el temor que pudieran sentir de que
los apóstoles robaran un cadáver y lo colocaran de pie
simulando una resurrección. Pero Pilatos no se sentía de
humor para ver a aquel grupo porque ellos eran los culpa-
bles de que hubiera condenado sangre inocente. Había
hecho su investigación oficial para cerciorarse de que
Cristo estaba muerto; no se sometería a la idea absurda
de usar los soldados del César para custodiar una tumba
judía. Pilatos les dijo así:

Tenéis una guardia; id, y guardadlo como sabéis. (Mt 27,


65).

La guardia era para prevenir la violencia, el sello era para


prevenir todo fraude. Debería haber un sello, y los
enemigos serian quienes lo pusieran. Debía haber una
guardia, y los enemigos serian quienes se encargaran de
ello. Los certificados de la muerte y resurrección serían,
por lo tanto, firmados por los mismos enemigos. Por
medio de la naturaleza, los gentiles se aseguraron de que
Cristo estaba muerto; los judíos, por medio de la ley.

Ellos, pues, se fueron, y sellando la piedra, aseguraron el


sepulcro por medio de la guardia. (Mt 27,66).

El rey yacía de cuerpo presente con su guardia personal a


su alrededor. Lo más asombroso en este espectáculo de la
vigilancia en torno a un cadáver era que los enemigos de
Cristo esperaban la resurrección mas no así sus amigos.
En este caso los fieles eran los escépticos; los infieles eran
los que creían. Sus seguidores necesitaban y pidieron
pruebas antes de darse por convencidos. En las tres
grandes escenas del drama de la resurrección hubo una
nota de tristeza e incredulidad. La primera escena fue la
de una dolorosa Magdalena que vino por la mañana
temprano a la tumba, provista de especias aromáticas, no
para saludar al Salvador resucitado, sino para ungir su
cuerpo inerte.

 
 
 
Magdalena junto al sepulcro

En el amanecer del domingo viose a varias mujeres que se


acercaban al sepulcro. El mismo hecho de que las mujeres
llevaran drogas aromáticas demuestra que no esperaban
la resurrección. Esto parece extraño después de las
muchas referencias que nuestro Señor había hecho a su
muerte y resurrección. Veto, por lo visto, los discípulos y
las mujeres, cuando Jesús les hablaba de su pasión, pare-
cían recordar más lo que había dicho de su muerte que lo
de su resurrección. Nunca se les ocurrió que esto fuera
posible. Era algo extraño a su modo de pensar. Cuando la
gran piedra fue rodada hasta la entrada del sepulcro, no
solo quedó sepultado Cristo, sino también todas las
esperanzas de ellos. La única idea que tenían las mujeres
en aquellos momentos era la de ungir el cuerpo exánime
de Cristo, acción que era fruto de su amor falto de
esperanza y de fe. Dos de ellas, por lo menos, habían
presenciado el sepelio; de ahí que lo que principalmente
les interesaba fuera la acción práctica: ¿Quién nos
apartará la piedra de la puerta del sepulcro? (Mc 16, 3).

Era el grito de los corazones de poca fe. Unos hombres


vigorosos habían cerrado la entrada de la tumba colocando
contra ella aquella gran piedra; la preocupación de las
mujeres era hallar el modo de apartarla para poder
realizar su obra de misericordia. Los hombres no
acudieron a la tumba hasta que fueron requeridos para
que lo hicieran, tan poco era la fe que en aquellos
momentos tenían. Veto las mujeres fueron solamente
porque en su tristeza trataban de hallar consuelo al
embalsamar al difunto. Nada resulta más anti histórico
que decir que las piadosas mujeres estaban esperando
que Cristo resucitara de entre los muertos. La resurrección
era algo que nunca esperaron. Sus ideas no estaban
alimentadas por ninguna clase de sustancia de la cual
pudiera desarrollarse tal esperanza.

Pero al aproximarse vieron que la piedra había sido


retirada. Antes de que llegasen se había producido un gran

 
 
 
terremoto, y un ángel del Señor, descendido del cielo,
apartó la piedra y se sentó sobre ella: Su aspecto era
como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve; y
por miedo de él los guardias temblaron y quedaron como
muertos. (Mt 28, 4).

Al acercarse las mujeres vieron que aquella piedra, a


pesar de ser tan grande, había sido ya retirada de su sitio.
Veto no llegaron inmediatamente a la conclusión de que su
cuerpo había resucitado. La conclusión a que podían haber
llegado era que alguien había retirado el cadáver. En vez
del cuerpo de su Maestro, vieron a un ángel cuyo aspecto
era como el de un deslumbrador relámpago y sus vestidos
de nívea blancura, el cual les dijo: ¡No os asustéis! Buscáis
a Jesús Nazareno, que fue crucificado; ha resucitado; no
está aquí, mirad el lugar donde le pusieron. Más partid,
decid a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de vosotros
a Galilea; allí le veréis, así como os lo dijo.

Para un ángel, la resurrección no era ningún misterio, pero


si lo habría sido la muerte de Jesús. Para el hombre, la
muerte de Jesús no era ningún misterio, pero si lo sería su
resurrección. Par tanto, lo que ahora era objeto de
anuncio era lo que había resultado cosa natural para el
ángel. El ángel era uno más de los guardianes que los
enemigos habían colocado junta a la tumba del Señor, un
soldado más de los que Pilatos había autorizado.

Las palabras del ángel fueron el primer evangelio


predicado después de la resurrección, y este evangelio
remontábase hasta la pasión, puesto que el ángel habló de
El coma de Jesús el Nazareno, el cual fue crucificado.
Estas palabras encerraban el nombre de su naturaleza
humana, la humildad de su lugar de residencia y la ig-
nominia de su muerte; estas tres cosas: humildad,
ignominia y oprobio, son puestas en contraste con la gloria
de su resurrección de entre los muertos. Belén, Nazaret y
Jerusalén se convierten en las señales de identificación de
su resurrección.

 
 
 
Las palabras del ángel: “Mirad el lugar donde le pusieron”,
confirmaba la realidad de su muerte y el cumplimiento de
las antiguas profecías. Las lápidas funerarias llevan la
inscripción: Hic ictcet, (Aquí reposa); luego sigue el
nombre del difunto y tal vez alguna frase de elogio sobre
el mismo. Pero aquí, formando contraste con esto, el ángel
no escribió, mas expreso un epitafio diferente: “El no está
aquí”. El ángel hizo que las mujeres contemplaran el lugar
en que el cuerpo del Señor había sido colocado como si la
tumba vacía fuera prueba suficiente del hecho de la
resurrección. Las indujo a que se apresuraran a anunciar
la resurrección. El nacimiento del Hijo de Dios fue
anunciado a una mujer virgen. A una mujer caída le fue
anunciada su resurrección.

Las mujeres que vieron la tumba vacía recibieron el


encargo de ir a Pedro, que había tentado en cierta ocasión
al Señor para que renunciara a su cruz y que por tres
veces había negado conocerle. El pecado y la negación no
pudieron reprimir el amor divino. Aunque pareciera
paradójico, cuanto mayor era el pecado, menor era la fe;
y, sin embargo, cuanto mayor era el arrepentimiento del
pecado, mayor la fe. Los que recibieron las muestras más
expresivas de amor fueron la oveja perdida, los publícanos
y las rameras, los Pedros negadores y los Pablos
perseguidores. Al hombre que había sido llamado la Roca
y que quiso apartar a Cristo de su cruz, el ángel le
mandaba ahora, por medio de tres mujeres, el mensaje de
la resurrección: “Id y decid a Pedro”.

La misma preeminencia individual que se dio a Pedro en la


vida pública de Jesús continuaba dándose en el periodo de
la resurrección. Veto aunque se mencionaba aquí a Pedro
junto con los apóstoles de los cuales era ella cabeza, el
Señor se apareció a Pedro a solas antes de manifestarse a
los discípulos de Emaús. Esto resulta evidente del hecho
de que más adelante dirían los discípulos que el Señor se
había aparecido a Pedro. La buena nueva de la redención
era dada así a una mujer que había caído y a un apóstol
que había negado, pero ambos se habían arrepentido.

 
 
 
María Magdalena, que en la semioscuridad del crepúsculo
se había adelantado a sus compañeras, observó que la
piedra había sido ya apartada y que la entrada del
sepulcro estaba abierta. Una rápida mirada la convenció
de que la tumba estaba vacía. En seguida pensó en ir a
avisar a los apóstoles Pedro y Juan. Según la ley mosaica,
no podía llamarse a una mujer a declarar coma
testimonio. Veto María no les llevaba noticias de la
resurrección, puesto que no la estaba esperando. Suponía
que el Maestro se hallaba todavía baja el poder de la
muerte cuando dijo a Pedro y a Juan: Han quitado del
sepulcro al Señor, no sabemos donde le han puesto. (Jn
20, 2).

De todos los discípulos y seguidores hubo solo cinco que


estuvieron “Velando”: tres mujeres y dos hombres, como
las cinco vírgenes que aguardaban la llegada del esposo.
Todos ellos estaban lejos de sospechar que Jesús hubiera
resucitado.

Llenos de excitación, Pedro y Juan corrieron al sepulcro


dejando a María mucho más atrás. Juan era el que más
corría, por lo cual llegó antes que su compañero. Cuando
llegó Pedro, ambos entraron en el sepulcro, donde vieron
los lienzos por el suelo, así coma el sudario que habían
puesto sobre la cabeza de Jesús, pero este velo o sudario
no estaba junto con los lienzos, sino doblado en cierto
lugar aparte. Lo que había tenido efecto, había sucedido
de una manera correcta y ordenada, no como si lo hubiera
hecho un ladrón, ni siquiera un amigo. El cuerpo había
desaparecido de la tumba; las vendas fueron encontradas
enrolladas. Si los discípulos hubieran robado el cuerpo,
con la prisa no se habrían entretenido en quitarle las
vendas y dejado allí los lienzos. Cristo se había desem-
barazado de sus ataduras por su divino poder. Pedro y
Juan No conocían todavía la Escritura, que decía que había
de resucitar de entre los muertos. (Jn 20, 9).

Tenían los hechos y la prueba de la resurrección, pero no


comprendían todo su significado. El Señor dio comienzo

 
 
 
ahora a la primera de sus once apariciones registradas en
la Biblia entre su resurrección y su ascensión: a veces a
sus apóstoles, otras a quinientos hermanos juntos, y en
otras ocasiones a las mujeres. La primera aparición fue a
María Magdalena, la cual volvió al sepulcro después de que
Pedro y Juan hubieron salido de él. Parecía no caberle en
la cabeza la idea de la resurrección, a pesar de que ella
misma había resucitado de una tumba sellada por los siete
demonios del pecado. Al encontrar la tumba vacía, volvió a
romper a llorar. Con los ojos bajos, mientras el sol
matutino empezaba a extender su claridad por encima de
la hierba cubierta de rocío, advirtió vagamente la presen-
cia de alguien que le preguntaba: Mujer, ¿por qué lloras?
(Jn 20, 13).

Estaba llorando por lo que había perdido, pero la pregunta


que se le hacía le hizo interrumpir su llanto para
responder: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé
donde le han puesto. (Jn 20, 14).

No hubo terror al ver los ángeles, puesto que aun el


mundo en llamas no la habría conmovido, tanta era la
pena que se había adueñado de su alma. Al contestar,
María se volvió y vio a Jesús de pie ante ella, pero no le
reconoció. Creyó que era el hortelano, el hortelano de José
de Arimatea. Suponiendo que este hombre sabría donde
podía encontrar al Señor, María Magdalena se arrodilló y
preguntóle: ¡Señor, si tu le has quitado de aquí, dime
dónde le has puesto, y yo me lo llevaré! (Jn 20, 15).

¡Pobre Magdalena! ¡Agotada par la fatiga del viernes


santo, rendida par la angustia del sábado santo, con las
fuerzas debilitadas al extremo, y todavía pensaba en
“llevárselo”! Tres veces habló de Él sin mencionar su
nombre. La fuerza de su amor era tan grande, que
suponía que nadie podía crecer que se refiriera a ninguna
otra persona. Díjole entonces Jesús: ¡María! (Jn 20, 15).

Aquella palabra la sorprendió más que si acabara de oír un


trueno repentino. Había oído decir una vez a Jesús que El

 
 
 
llamaba a sus ovejas por el nombre. Y ahora María se
volvió hacia aquel que personificaba todo el pecado, la
tristeza y las lágrimas del mundo y marcaba cada alma
con un amor personal, particular e individual, y, al ver en
las manos y pies de aquel hombre las llagas rojas y amo-
ratadas, solo pronunció esta palabra: ¡Rabboni! (Jon 20,
16). (Que en hebreo significa (Maestro). Cristo había dicho
“María” y puesto todo el cielo en esta sola palabra. María
había pronunciado también solo una palabra, Y en ella
estaba comprendido todo lo de la tierra. Después de la
noche del alma, producíase ahora este deslumbramiento;
después de horas de desesperación, esta esperanza;
después de la búsqueda, el hallazgo; después de la
pérdida, este descubrimiento. Magdalena estaba
preparada solamente para verter lágrimas de respeto
sobre la tumba; para lo que no se hallaba preparada era
para ver caminar al Maestro en alas de la mañana.

Sólo la pureza y un alma exenta de pecado podía recibir al


santísimo Hijo de Dios en su llegada a este mundo; de ahí
que María Inmaculada saliera a su encuentro en las
puertas de la tierra, en la ciudad de Belén. Pero solamente
un alma pecadora arrepentida, que a su vez había
resucitado ya de la tumba del pecado a una nueva vida en
Dios, podía comprender adecuadamente el triunfo sobre el
pecado. En honor a las mujeres, hay que pregonar
eternamente: una mujer fue quien más cerca de la cruz
estuvo en el viernes santo, y la primera junto a la tumba
en la mañana de pascua.

María estuvo siempre a los pies de Jesús. Allí estuvo al


ungirle para su sepultura; allí estuvo en su crucifixión;
ahora, llena de alegría al ver de nuevo al Maestro, se
arrojó a sus pies para abrazarlo pero El le dijo,
impidiéndolo con un ademán No me toques; porque no he
subido todavía al Padre. (Jn 20, 17).

Las muestras de afecto de María iban dirigidas más al Hijo


del hombre que al Hijo de Dios. Por ello le decía que no le

 
 
 
tocase. San Pablo enseña a los corintios y a los colosenses
la misma lección:

Aunque hayamos conocido a Cristo según la carne, ahora


empero ya no le conocemos así. (2Cor 5, 16).

Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra


porque ya moristeis, y vuestra vida está escondida con
Cristo en Dios. (Col 3, 2).

Sugeríale Jesús que era preciso que se secara las


lágrimas, no porque había vuelto a verle, sino porque El
era el Señor de los cielos. Cuando subiera a la derecha del
Padre, lo que significaba el poder del Padre; cuando
enviara el Espíritu de la Verdad, que sería el nuevo
Consolador de ellos y la presencia íntima de Jesús,
entonces María tendría realmente a aquel por quien
suspiraba: el Cristo resucitado y glorificado. Después de
su resurrección era ésta la primera vez que aludía a la
nueva relación que existía entre Él y los hombres, relación
de la que tanto había hablado durante la noche de la
última cena.

Habría que dar la misma lección a sus discípulos, que


estaban demasiado preocupados por la forma humana de
Jesús, diciéndoles que era conveniente que los
abandonase. Magdalena deseaba estar con El cómo antes
de la resurrección, olvidando que la crucifixión había sido
necesaria para la gloria de Jesús y para que éste pudiera
enviar su Espíritu.

Aunque Magdalena se viera humillada por la prohibición


que le dio nuestro Salvador, estaba destinada, sin
embargo, a experimentar que era ensalzada al tener el
honor de llevar la noticia de la resurrección. Los hombres
habían comprendido el significado de la tumba vacía, pero
no su relación con respecto a la redención y la victoria
sobre el pecado y el mal. María Magdalena estaba
destinada a romper el precioso vaso de alabastro de la
resurrección de Jesús, para que su aroma llenara el

 
 
 
mundo. Jesús le dijo: Ve a mis hermanos, y diles que subo
a mi Padre y vuestro Padre, y a mi Dios y vuestro Dios.
(Jn 20, 27).

Está era la primera vez que llamaba a sus apóstoles mis


hermanos. Antes de que el hombre pudiera ser hijo de
Dios, tenía que ser redimido de la enemistad con Dios.

En verdad, en verdad os digo que al menos que el grano


de trigo caiga en tierra y muera, queda solo; mas si
muere, lleva mucho fruto. (Jn 12, 24).

Aceptó la crucifixión para multiplicar su condición de Hijo y


hacer que muchos otros fueran también hijos de Dios.
Pero había una gran diferencia entre El mismo como Hijo
natural y los seres humanos que por medio de su Espíritu
llegarían a ser hijos adoptivos. De ahí que, como siempre,
hiciera una neta distinción entre mi Padre y vuestro Padre.
Ni una sola vea en su vida dijo “nuestro Padre”, como si la
relación entre Él y el Padre fuera la misma quo entre el
Padre y ellos; su relación con el Padre era única e in-
transferible; la filiación era de El por naturaleza; los
hombres solamente podían llegar a ser hijos de Dios por la
gracia y el espíritu de adopción

Tampoco dijo a María que informara a los apóstoles de que


había resucitado, sino más bien de que subiría al Padre. La
resurrección quedaba implicada en la ascensión, la cual
tardaría cuarenta días en realizarse. Su propósito no era
precisamente recalcar que el que había muerto estaba
vivo ahora, sino que aquello era el comienzo de su reinado
espiritual que se haría visible y unificado cuando el enviara
su espíritu. Obediente, María Magdalena corrió a avisar a
los discípulos, que estaban lamentándose y llorando. Les
dijo que había visto al Señor y las palabras que El le labia
dicho. ¿Como recibieron ellos la noticia? Una vea más el
escepticismo, la duda y la falta de fe. Los apóstoles habían
oído al Señor hablar en símbolos, parábolas, figura y
también directamente acerca de la resurrección que
seguiría a su muerte, pero:

 
 
 
Al oír quo e vivía y había sido visto por ella, no lo
creyeron. (Mc 16, 11).

Eva creyó a la serpiente, pero los discípulos no creían al


Hijo de Dios. En cuanto a lo que María y cualquier otra
mujer pudiera decir sobre la resurrección del Maestro, sus
palabras les parecían un desvarío; y no las creían. (Lc 24,
2).

Esto era un modo de predecir como recibiría el mundo la


noticia do la redención. María Magdalena y las otras
mujeres no creían al principio en la resurrección; tuvieron
que convencerse de ello. Tampoco creyeron los apóstoles.
Su respuesta fue: “¡Ya conocéis a las mujeres! Siempre
están imaginando cosas”. Mucho antes de que hiciera su
aparición la psicología científica, la gente siempre tenía
que la mente los hiciera alguna jugarreta. La incredulidad
moderna frente a lo extraordinario no es nada en
comparación con el escepticismo quo saludó
inmediatamente las primeras noticias de la resurrección.
Lo que los modernos escépticos dicen acerca del relato de
la resurrección, los discípulos fueron los primeros en
decirlo, o sea que se trataba de un cuento de viejas. Como
agnósticos primitivos de la cristiandad, los apóstoles
convinieron unánimemente en rechazar como un engaño
toda aquella historia. Algo muy extraordinario había de
ocurrir v una prueba muy concreta había de dárseles para
que todos aquellos escépticos vencieran la repugnancia
que sentía para creer.

Su escepticismo era incluso más difícil de superar que el


escepticismo moderno, porque el suyo procedía de una
esperanza que aparentemente había sido frustrada en el
Calvario; éste era un escepticismo mucho más difícil de
curar que el escepticismo moderno, que carece de toda
esperanza. Nada más lejos de la verdad que afirmar que
los seguidores de nuestro Señor estaban esperando la
resurrección, y que, por tanto, se hallaban dispuestos a
creerla o a consolarse de una pérdida que parecía
irreparable.

 
 
 
Ningún agnóstico ha escrito acerca de la resurrección algo
que Pedro o los otros apóstoles no hubieran pensado
antes. Cuando murió Mahoma, Omar salió corriendo de su
tienda empuñando la espada, y declaro que mataría a
cualquiera que dijera que el profeta hubiera muerto. En el
caso de Jesús existía predisposición a creer que había
muerto y aversión a creer que estuviera vivo. Pero quizá
se les permitiera dudar para que los fieles de los siglos
venideros no dudaran jamás.

La guardia sobornada

Una vez las mujeres hubieron ido a notificar a los


apóstoles lo quo habían visto, los guardas que habían
estado junto a la tumba y sido testigos de la resurrección
fueron a la ciudad do Jerusalén y dijeron a los jefes do los
sacerdotes todo cuanto labia sucedido. Los jefes de los
sacerdotes reunieron al punto el sanedrín con el expreso
propósito de sobornar a los guardas.

Cuando se hubieron reunido con los ancianos, Y tomando


consejo, dieron mucho dinero a los soldados, diciendo:
“Decid que sus discípulos vinieron de noche, y le hurtaron,
estando nosotros dormidos.” Y si esto fuere oído del
gobernador, nosotros le persuadiremos, y os haremos
seguros. Ellos, pues, tomando el dinero, hicieron como
fueron enseñados Y este dicho ha sido divulgado entre los
judíos hasta el día de hoy. (Mt 28, 12-15).

El mucho dinero contrastaba con las escasas treinta


monedas de plata que había cobrado Judas. El sanedrín no
negó la resurrección; en realidad, lo que hacía era dar
testimonio de la misma. Y este testimonio lo dieron a los
gentiles a través de Pilato. Incluso dieron el dinero del
templo a los soldados romanos a quienes despreciaban,
puesto que hablan encontrado un odio mayor. El dinero
que Judas les había devuelto no quisieron tocarlo porque
era “precio de sangre”. Pero ahora estaban dispuestos a
comprar una mentira para escapar a los efectos de la
sangre purificadora del Cordero.

 
 
 
El soborno de los guardas fue realmente una manera
estúpida de esquivar el hecho de la resurrección. Ante
todo, existía el problema de lo que harían con el cuerpo
una vez los discípulos se hubieran apoderado de él. Los
enemigos de nuestro Señor no habrían tenido que hacer
otra cosa sino sacar el cuerpo de Jesús para demostrar
quo no había resucitado. Aparte el hecho de que era muy
poco probable que toda una guardia de soldados romanos
estuviera durmiendo en vez de cumplir con su deber, era
absurdo que dijeran que lo que había sucedido ocurrió
mientras estaban dormidos. A los soldados se les aconsejo
que dijeran que estaban dormidos; y, sin embargo, al
parecer habían estado lo suficientemente despiertos para
ver a los ladrones y darse cuenta de que se trataba de los
discípulos. Si todos los soldados dormían, nunca pudieron
descubrir a los ladrones, si alguno de ellos estaba
despierto, podría haber impedido el hurto. Es igualmente
improbable que unos pocos discípulos temerosos
intentaran robar el cuerpo del maestro de un sepulcro
cerrado con una gran piedra, sellado oficialmente y
custodiado por soldados, sin que al hacerlo despertara a la
guardia dormida. Además, el orden en que se encontraron
los lienzos dentro de la cueva constituía otra prueba de
que el cuerpo no había sido sacado de allí por sus
discípulos.

Por lo que respecta a los discípulos de nada habría servido


retirar secretamente el cuerpo del maestro, ni siquiera
debió de ocurrírsele esta idea a ninguno de ellos; de
momento, la vida del Maestro había resultado un fracaso y
una derrota. El delito era ciertamente mayor de parte de
los sobornadores que de parte de los sobornados, puesto
que los miembros del sanedrín eran gente instruida y
religiosa, los soldados eran sencillos. La resurrección de
Cristo fue proclamada oficialmente a las autoridades
civiles; el sanedrín creyó antes que los apóstoles en la
resurrección. Habían comprado el beso de Judas y ahora
esperaban comprar el silencio de los guardas.

 
 
 

“¿Quién no removerá la piedra de la puerta del sepulcro?”

(San Marcos, 16, 3).

El Viernes Santo, cuando Jesús hubo exhalado su espíritu


en manos del Padre Celestial y su cuerpo se puso frío
como se pone el cuerpo de todo hombre muerto, sin
palpitar ya su corazón, amigos que se habían encerrado en
sus casas y admiradores anónimos que habían escondido
su entusiasmo en el granero, comenzaron a aparecer. No
habían estado junto a Él en su agonía, cuando tenía
necesidad de ellos, pero ahora se hallaban a su lado al
morir, entretejiendo guirnaldas, vertiendo copiosas
lágrimas sembrando elogios...

Uno de ellos era José de Arimatea, que amaba


secretamente al Salvador, no con el coraje suficiente para
demostrarlo mientras El estaba vivo. Ahora buscaba
mitigar su remordimiento, proveyendo a la sepultura del
amigo ajusticiado. El rico consejero se dirigió
resueltamente a Pilatos y le pidió el cuerpo de Jesús,
queriendo con ello evitar al Señor deshonrosa sepultura,
como el ser arrojado, por ejemplo, en una fosa común
donde los cuerpos de los delincuentes eran amontonados y
a veces quemados.

Pilatos se mostró sorprendido al enterarse que el Señor ya


había expirado y quiso del centurión una confirmación
oficial de su muerte. Oído que hubo el informe del
centurión, él accedió al pedido de José de Arimatea. José
volvió entonces al Calvario, bajó a Jesús de la cruz, lo
envolvió en un sudario recién adquirido y lo depositó en un
sepulcro excavado en la piedra. Porque solamente una
extraña tumba convenía a Aquel que es extraño a la
muerte.

 
 
 
Entretanto se había difundido la noticia que el Señor había
recibido decorosa sepultura de manos de José, el rico. Con
la rapidez del rayo los fariseos acudieron a Pilatos para
protestar contra la entrega de Su cuerpo a José. En vida
habían querido la ofrenda de Su vida, y ahora, hasta
después de muerto, sobre El tenían pretensiones.

Reunidos delante de Pilatos, manifestaron: “Señor, nos


acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún:
«Después de tres días resucitaré.» Manda pues que se
asegure el sepulcro hasta el día tercero; porque no vengan
sus discípulos de noche y le hurten y digan al pueblo:
Resucitó de los muertos. Y será el postrer error peor que
el primero “(San Mateo, 27, 63-64).

Pilatos, irritado, respondió: “ Tenéis una guardia: id,


aseguradlo como sabéis .” Las Escrituras nos refieren que,
con la doble vigilancia de los romanos y de los fariseos
“yendo ellos, aseguraron el sepulcro, sellando la piedra,
con la guardia.”

De dos modos se aseguran contra el engaño; se sirvieron


de una roca que, con palabras del Evangelio, era “enorme”
y la sellaron. Y esto, para impedir que cualquiera pudiese
tocar el cuerpo.

Jamás ha habido en la historia del mundo espectáculo más


grotesco que el de esos soldados desviviéndose en cuidar
un cadáver. Pero se vigiló el sepulcro porque Jesús había
dicho que resucitaría al cabo de tres días. Aquí se apostan
centinelas por miedo a que el difunto camine, por miedo a
que, aquel que ha callado, hable todavía y que el corazón
traspasado se despierte al respiro de la vida. Lo dicen
muerto; saben que está muerto; se obstinan en repetir
que no resucitará al cabo de tres días, pero aún vigilan.
Han llamado impostor a Jesús. ¿Los engañará una vez
más? ¿Acaso no les ha engañado ya, haciéndoles creer, en
conclusión, que Aquel que ha perdido la batalla ganará la
guerra?

 
 
 
Esta inaudita locura de vigilar una tumbe describe
exactamente la actual situación del mundo, ya sea en
Rusia como en el espíritu contemporáneo en general.
Rusia ha difundido la idea de que Dios ha muerto y que la
religión pasa por sus últimos momentos. El comunismo se
basa en la teoría de que la religión es una invención del
capitalismo para sostener la propiedad privada. Y afirma
que, una vez eliminada la propiedad privada, la religión ya
no será necesaria. En Rusia no existe el capitalismo desde
1917: no hay pues ningún hombre alrededor de los
cuarenta años de edad que haya recibido instrucción
religiosa.

Pero si Dios ha muerto, y la religión es un mito y la fe es


el opio de los pueblos, ¿por qué vigilar entonces el
sepulcro, sellarlo, difundir propaganda contraria a la
religión, asesinar sacerdotes, desterrar a los fieles,
deshumanizar a los Stepinac y a los Mindzenty? ¿A qué
entonces el artículo 124 de la Constitución soviética, que
prohíbe toda propaganda religiosa, si la fe ha muerto?
¿Por qué la quema de todos los libros religiosos en la zona
oriental de Berlín? ¿Por qué no difundir noticias contra el
zar o custodiar la tumba de Trotzky, cuando se apostan
millones de centinelas destinados a custodiar aquello que
se cree una tumba? Si Jesús, en su Iglesia, ha muerto,
¿por qué temer una Resurrección? ¿Por qué perifonear
contra una ilusión, montar guardia junto a un cuerpo en
corrupción, vigilar un sepulcro, hablar en contra de los
cadáveres, atravesar con la espada una fantasía, armarse
contra una ilusión, rechazar fantasmas que caminan de
noche, desenfrenarse contra una invención de la mente?

¡Rusia! Por una sola razón entre todas, tú sellas el


sepulcro de un hombre: porque temes una resurrección.
Porque temes que, de cualquier modo, no obstante toda la
vigilancia, en otra Pascua, habrás de desfallecer cuando la
alborada traiga en sus suaves alas al Cristo redivivo. Echa
una mirada a tu alrededor, en esta primavera, y
contempla las diminutas tímidas violetas surgir desde la
tierra para contarles su secreto al sol y al aire. Ellas te

 
 
 
cuentan que otra resurrección te está rodeando y que ha
de llegar un día en que Jesús redivivo, a quien tú has
imaginado muerto para siempre, caminará nimbado por la
luz para entonar un réquiem sobre tus tumbas y hacer
nuevamente de Rusia, la Santa Rusia, en la fe de Cristo
que es Resurrección y Vida.

Lo que acaece en Rusia, sucede también en el espíritu


contemporáneo. Para él también Dios ha muerto. Y los
hombres, arrogándose, bajo el nombre de eutanasia, el
derecho de tronchar la vida humana, estiman que ha
dejado de existir el mandamiento moral “no matarás”. Y,
evadiendo por medio del divorcio al divino mandamiento:
“El hombre no separará lo que Dios ha unido “, dan por
muerta la moral cristiana del matrimonio.

La educación moderna sostiene que la religión ha muerto y


a los jóvenes se les enseña que el hombre no está hecho a
imagen y semejanza de Dios sino que es tan sólo un costal
fisiológico repleto de libídine psicológica.

Pero si Dios ha muerto y Jesús está sepultado para


siempre como un hombre cualquiera ¿por qué afanarse
entonces en plantar rocas delante de su sepulcro? ¿Por
qué decir a los secuaces de Freud: “Vigilemos nuestras
conciencias e impediremos que el sentido de culpa venga
a atormentarnos durante la noche; digámonos que Dios no
es otra cosa que un complejo de Edipo y ya lo veremos
aparecer en el transcurso del análisis? “

Si Dios ha muerto, ¿por qué insinuar a la inteligencia que


selle la tumba de Cristo; por qué hablar de evolución y de
bestias de la jungla primitiva si no por miedo a que Jesús
resurja en nuestras conciencias donde lo habíamos
sepultado?

Jesús ha muerto en su Cuerpo Místico, ¿por qué escribir,


publicar, escarnecer, atacar a la Iglesia y poner al
descubierto las manchas solares para probar que el sol ya
no alumbra?

 
 
 
De este modo, la conciencia moderna presenta el
espectáculo más estúpido del mundo; no soldados y
centuriones, mas filósofos, escépticos, agnósticos y
psicoanalistas freudianos montan guardia ante la tumba
de Jesús a fin de que El no resucite: amenaza y
provocación en su pecaminosa vida.

Yo os lo digo: ellos verdaderamente tienen miedo de una


resurrección. Pero podrían, del mismo modo, montar
guardia a fin de que el sol no surja. Y in embargo sus
centinelas quedarán desmayados, rotos sus sellos, vencida
su resistencia y Jesús ha de volver a brotar en sus
conciencias y con El ¡el Amor!

Y nosotros también, los que ensalzamos nuestra fe,


tenemos necesidad de una lección. Muchos de entre
nosotros son como María Magdalena, que se aprestaba a
aromar un cuerpo muerto, aún sabiendo que El es la
resurrección y la vida, y se preguntaba junto a la tumba: “
Quién echará a rodar la piedra para liberar la entrada del
sepulcro? “ Así también nosotros, viendo ochocientos
millones de personas bajo el talón del Anticristo, con
calvarios levanta lo largo de toda la Europa oriental y a la
Iglesia misma en un momento de derrocamiento, nos
hallamos tentados de dirigir, en lenguaje moderno, la
pregunta de Magdalena: “ ¿Quién levantará la cortina de
hierro de la tumba de la Iglesia? “

La resurrección del Cuerpo Místico de Cristo se


desenvolverá probablemente como en la primera Pascua,
a través de una doble ceremonia en la cual tomarán parte
cielo y tierra, porque Jesús renació de la muerte y la tierra
se estremeció y el cielo envió a un ángel para remover la
piedra. ¡Pueda nuestra generación asistir de nuevo a la
misma unión de catástrofe terrestre y de manifestación
divina, antes de que Jesús en su Cuerpo Místico vuelva a
caminar triunfante sobre la tierra! Se inicia la nueva era
con la llegada de los cosacos y el arribo del Espíritu Santo.
Y, así como entonces, el poder divino no vino separado del
temblor de tierra, del mismo modo no podrá comenzar

 
 
 
ahora una nueva época de paz, ni para la Iglesia ni para el
mundo, si antes nuestros corazones no han de ser
sacudidos y todas las rocas de nuestro egoísmo destruidas
pedazo a pedazo.

Si se avecina la hora del sacudimiento de la tierra,


próximo se halla también el día del triunfo. El demonio
tiene su cuarto de hora pero Dios tiene su día. La Iglesia
no ha tenido jamás su Viernes Santo sin su Domingo de
Ramos. La Iglesia ha nacido bajo el signo de la tragedia,
siendo derrotada y su Jefe es Aquel que se abre camino
fuera de la tumba. No está lejano el d en el cual el Lirio
del Rey se abrirá sobre otra Pascua, y aquellos que
pensaban que todo había terminado, oirán preguntar por
los ángeles: “¿Por qué buscáis al Vivo entre los muertos? “
Cuando las naciones yazgan en su sangre y sus reyes
formen parte de las generaciones sepultadas, veremos
venir hacia nosotros sus pies caminando sobre las aguas.”

Ellos llaman a Jesús un impostor, y es la verdad. Pero sólo


un impostor como Jesús puede satisfacer a nosotros que,
del mundo, hemos tenido la primera desilusión: porque
nos ha prometido paz y nos ha dado guerra; nos ha
prometido eterno amor y nos ha dado la saciedad que
traen los años.

¡Ven, pues, oh Jesús, tú que eres segundo en engañarnos,


tú que apareces tan majestuoso y severo porque estás
“vestido de púrpura y coronado de ciprés “, tú que pareces
crucificar nuestra carne y nuestro Eros! A la primera
mirada, nos apartamos de ti protestando: “¿Es que acaso
todos tus campos deben ser fertilizados con la muerte? “
Mas ¡qué dulce engaño! porque, cuando comenzamos a
conocerte hallamos en Ti el Amor que siempre habíamos
buscado, desde el día en que el mundo nos engañó por
vez primera.

¡Divino Traidor! ¡Apareces tan muerto y eres en cambio la


Vida renacida! ¡Engáñanos con tus llagas para que

 
 
 
nuestras almas frágiles, rompiendo sus cadenas, libres,
vuelvan a Ti!

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