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El Diccionario de la Lengua Española, de la

Real Academia Española, define gentilicio de


la siguiente manera: “Del latín gentilicius,
derivado de gentilis, que pertenece a una
misma nación o a un mismo linaje”. “Dicho
de un adjetivo o de un sustantivo que denota
relación con un lugar geográfico” y, también,
“perteneciente o relativo a las gentes o
naciones”. María Moliner, en su Diccionario
de uso del español, añade que, en lingüística,
gentilicio “se aplica particularmente a los
nombres y adjetivos que expresan naturaleza
o nacionalidad, como andaluz, castellano o
barcelonés”. De conformidad con estos
significados, se infiere que el gentilicio
natural de los oriundos del país llamado
Santo Domingo no es otro que “dominicano”,
el cual se usa desde el siglo XVII.
Trayectoria del gentilicio. Luis José
Peguero, natural de Baní, fue el primer
nativo de la isla en escribir una historia desde
el llamado descubrimiento hasta mediados
del siglo XVIII, titulada “Historia de la
conquista de la isla española de Santo
Domingo, trasumtada el año de 1762”.
Durante casi dos siglos, el manuscrito
original fue conservado en la Biblioteca
Nacional de Madrid hasta que fue rescatado y
publicado por primera vez en 1975, en dos
tomos, auspiciado por el Museo de las Casas
Reales, con estudio introductorio y notas del
historiador Pedro Julio Santiago. En el tomo
primero aparece un Romance en el que su
autor consigna “que los valientes
dominicanos han sabido defender su isla
española”. Más adelante, en el segundo tomo,
Peguero nueva vez llama dominicanos a los
oriundos de la isla de Santo Domingo y
consigna “que este [es el] nombre [que]dan a
los naturales de esta isla”. Del libro
“Seudónimos dominicanos”, de Emilio
Rodríguez Demorizi, transcribo lo siguiente:
“dominicano, nuestro gentilicio. ¿Desde
cuándo se usa entre nosotros? “Y este
(Concilio) Provincial le podréis intitular
dominicano”, dice una Real Cédula de 1621,
refiriéndose al Concilio dominicano
celebrado en Santo Domingo en 1622Ö
“dominicanos o españoles criollos”, escribe
Sánchez Valverde en su “Idea del valor de la
isla española”, publicada en 1785. “Fieles y
valerosos dominicanos”, dice el gobernador
Urrutia en su proclama con motivo del asalto
de sus tropas colecticias a los audaces
marinos de Simón Bolívar en la Bahía de
Ochoa. “Fieles dominicanos”, exclama el
Gobernador Kindelán en su Manifiesto del 10
de diciembre de 1820. Pero desde antes, en
tiempo de la Reconquista (1808-1809), ya se
había hecho frecuente el uso de nuestro
gentilicio”.
Duarte y el gentilicio. Durante el período
de la llamada “Unión con Haití (1822-1844)”
se produjo una suerte de hiato histórico
respecto del uso de nuestro gentilicio y el
colectivo estuvo a punto de perder ese rasgo
distintivo de la identidad nacional debido,
principalmente, a que en los documentos
oficiales los dominadores casi nunca se
referían a nuestros ancestros como
dominicanos, sino como “hispano haitianos”.
Con el fin de contrarrestar esa práctica
desnacionalizante fue que Juan Pablo
Duarte, años antes de iniciar su apostolado
revolucionario, reivindicó nuestro gentilicio.
En efecto, Rosa Duarte, en su célebre
“Diario”, refiere que: “Juan Pablo nos dijo
varias veces que el pensamiento de libertar
su patria se lo hizo concebir el Capitán del
buque español en donde iba para el Norte de
América en compañía de Dn. P. Pujol; nos
decía que, al otro día de embarcados, el
capitán y D. Pablo se pusieron a hablar de
Sto. Dgo., sumamente mal y el Capitán le
preguntó a él si no le daba pena decir que era
haitiano. [Juan Pablo le contestó: yo soy
dominicano. A lo que con desprecio le
contestó el capitán: tú no tienes nombre,
porque ni tú ni tus padres merecen tenerlo,
porque cobardes y serviles inclinan la cabeza
bajo el yugo de sus esclavos.” Todo estudioso
de la vida y obra del fundador de la
República sabe que para escribir sus
“Apuntes”, Rosa utilizó documentos y
manuscritos de su hermano, y que hay
pasajes en los que ella habla de Duarte en
tercera persona y otros en los que es el
propio Duarte quien habla. Pues bien, al
hiriente comentario del capitán del barco,
Duarte reflexionó de esta manera: “La
vergüenza, la desesperación, que me causó
tal confesión de que merecíamos ser tratados
tan sin ninguna consideración, me impidió
pronunciar una palabra, pero juré en mi
corazón no pensar ni ocupar[me] de
proporcionar[me] los medios, sino de
probarle al mundo entero que no tan solo
teníamos un nombre propio, dominicanos,
sino que nosotros (tan cruelmente
vilipendiados) éramos dignos de llevarlo”. ¡Y
por el orgullo de ser y sentirse dominicano
fue que Juan Pablo Duarte dio al Estado que
contribuyó a fundar en 1844 el nombre de
República Dominicana!
Antonio de Herrera

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