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Sin embargo, los Estados sí que han logrado, internamente, trascender el estado de
naturaleza y pasar al estado civil o legal. Para que el sistema internacional alcance
la paz perpetua es necesario instituir explícitamente un estado de paz a través de
una organización legal entre Estados. Para Kant, esta organización legal entre
Estados no debe poseer un poder soberano sino que tiene que ser una alianza o
federación, revocable a voluntad y que necesite renovación periódica. Un estado
universal acabaría degenerando en despotismo universal
Kant trata en este texto un tema ya visitado por otros ilustrados como el Abate
Saint Pierre o Rousseau: cómo organizar la sociedad internacional para que haya
una coexistencia pacífica entre estados.
En la segunda sección, Kant establece tres artículos definitivos para una paz
perpetua entre Estados.
Sin los mecanismos antes citados, la única manera que tienen los Estados de hacer
valer su derecho es el recurso a la guerra; pero para Kant la guerra va contra la
razón y por tanto contra la moral.
La solución que Kant propone es la creación de una “federación de paz” cuyo fin
sea poner fin a toda guerra y asegurar la libertad de todos los estados federados
sin que estos deban someterse a leyes políticas o coacción legal. Kant confía en el
surgimiento de un Estado poderoso e ilustrado que, al constituirse en república,
tenga tendencia hacia la paz perpetua. Este pueblo sería un centro de atracción
para otros Estados, formándose una federación de Estados entre los que se
establecería la paz perpetua y el derecho de gentes. Esta federación iría
extendiéndose con la incorporación de nuevos Estados hasta reunirlos a todos.
En el tercer artículo, Kant expone la necesidad, para la paz perpetua, del derecho
de hospitalidad, es decir, del derecho de los extranjeros a no recibir un trato hostil
por hallarse en el territorio de otro Estado. Este derecho fomenta, en opinión de
Kant, el comercio y las relaciones pacíficas entre Estados.
En el suplemento primero Kant afirma que la paz perpetua es inevitable, que está
garantizada de manera teleológica por la Naturaleza. La Naturaleza, a través de
diversos mecanismos, incluyendo la guerra, ha poblado toda la tierra y ha hecho
que los hombre establezcan relaciones entre ellos.
Para Kant, la razón humana impone la obligación moral de la paz perpetua. Pero si
el hombre no hace uso de su libertad para alcanzar este fin, la Naturaleza misma
establece, utilizando en su provecho el mecanismo de las inclinaciones humanas,
las condiciones que llevan al hombre inevitablemente hacia la paz perpetua.
Así, aunque un pueblo no quiera organizarse como Estado con un sistema legal que
regule su funcionamiento, se ve obligado a hacerlo ya que la Naturaleza ha
colocado pueblos vecinos que lo acosan. El pueblo se ve obligado a organizarse
para hacer frente a los enemigos exteriores. La ley surge como una forma de
supervivencia antes que como un derivación de imperativos morales.
En el segundo suplemento, Kant explora las relaciones entre filosofía y poder. Kant
considera que el poder debe escuchar a los filósofos, tenerlos en cuenta cuando
diseña sus políticas. La filosofía puede aportar, en opinión de Kant, profundidad a
la acción política. Sin embargo, Kant en ningún momento aspira a que la filosofía se
convierta en la única guía para la acción política.