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“Lo que estructuró al capitalismo fue algo puramente económico: el mercado. Podemos prever a
partir de estos antecedentes que el postcapitalismo —cuya precondición es la abundancia— no
consistirá simplemente en una forma modificada de una sociedad de mercado compleja. Pero, a
la hora de formular en positivo cómo será realmente, de momento solo podemos formular
conjeturas muy aproximadas.” (p.310)
De todo el párrafo, la idea que organiza esta reflexión y a todas las subordinadas
es que la precondición del poscapitalismo es la abundancia.
A lo largo del libro la discusión que Mason propone sobre la inviabilidad futura
del capitalismo está sustentada en el hecho de que ya en el presente las
tecnologías de la información están promoviendo un cambio de paradigma.
Si la existencia del mercado como forma (específicamente histórica) de
intercambio dentro del sistema capitalista se basa en la escasez, desde el punto
de vista lógico un intercambio entre humanos basado en la abundancia (que se
traduciría en bienes de coste marginal cero o gratuitos) no puede ser
capitalista. Es decir, en términos literales el capitalismo no podría prosperar en
un contexto así.
De esa manera, lo que está en debate en el marco del libro de Paul Mason no
sería necesariamente si cualquiera de los fenómenos de cambio que se están
produciendo en el presente son así o no y, hasta cierto punto, tampoco sería
necesario que este razonamiento que él propone no fuera válido en sí mismo; es
decir dentro de su propio espacio lógico. Lo que está en debate es: a) si la
relación que él establece entre estas precondiciones y la realidad se cumple; y b)
si se cumpliera, si el tipo de cambio o transición que él augura, sería viable en
esos mismos términos.
Para pensar sobre esta posibilidad lo primero que haría falta determinar es si
cuando Mason se refiere a la relación entre escasez y abundancia, está hablando
de algo que ocurre en la realidad o es un paradigma. Si es un paradigma, una
abstracción, un recurso teórico, la forma de proceder con respecto a esta
relación es una. Si en cambio es algo concreto y responde a hechos y datos que
se pueden corroborar, el procedimiento es otro. O también se puede considerar
una tercera posibilidad: que la relación entre escasez y abundancia se encuentre
en una situación potencial. Es decir, no es un paradigma ni algo que está
teniendo lugar ahora, sino una condición transitoria: nos encontraríamos en un
sistema capitalista regido por el mercado, donde la escasez sería su rasgo
definitorio (su precondición), pero simultáneamente nos estaríamos moviendo a
un tipo de relación de intercambio en la que dominará la abundancia y nos
colocará en un sistema poscapitalista.
Mi opinión personal es que Mason se mueve constantemente entre estas tres
posibilidades, en función del tipo de argumento que quiera proponer. De todas
maneras, en tanto estamos hablando de una situación que se debería realizar en
el futuro (ya que su libro se ofrece como una guía para el futuro), la relación
entre escasez y abundancia es ante todo paradigmática y teórica, y tiene una
frágil capacidad de corroboración con la realidad concreta.
Gran parte de la caja de herramientas teórica de la que se vale Paul Mason para
su propuesta, proviene –de manera desigual- del bagaje postoperaísta. Sobre
todo a través de la relación que establece la tecnología de la información como
dinamizadora del cambio, y a la cual no se le puede desprender dos categorías
como son la de General Intellect y Social Factory, que Mason comparte. Y le
reconoce a Negri y sus discípulos el haber sido los primeros en formular una
teoría del infocapitalismo que ellos denominaron capitalismo cognitivo. Según
los postoperaístas:
“Hardt and Negri argue that in the final decades of the twentieth century, industrial labour lost
its hegemony and immaterial labour came to the fore, pulling, as industrial labour had done
before it, other forms of labour and society itself into its ‘vortex’.” (p.208)
“Ahora bien, la teoría del capitalismo cognitivo evidencia un fallo importante. Una cosa es decir
que «ha nacido un nuevo tipo de infocapitalismo dentro del capitalismo industrial tardío», y
otra muy distinta es afirmar, como hacen muchos teóricos clave del capitalismo cognitivo, que
este es ya un sistema plenamente funcional por sí mismo. Según estos teóricos, puede
parecernos que las fábricas de Shenzhen, los suburbios marginales de Manila o los talleres
metalúrgicos de Wolverhampton tienen el mismo aspecto que hace diez años, pero lo cierto es
que sus funciones económicas se han transformado.
Esa no deja de ser una técnica bastante común en el pensamiento especulativo europeo: me
refiero a la costumbre de inventarse una categoría y aplicarla a todo, reclasificando así todas las
cosas que ya existen como si fueran subcategorías de esa idea nueva. Ahorra a los pensadores de
turno el esfuerzo de analizar la compleja y contradictoria realidad.” (p.194)
“Hoy día, no hay tantas cosas escasas como entonces. La capacidad de los habitantes de una
ciudad como Estambul para acumular una montaña de alimentos gratuitos da buena fe de ello.
Las plantas de reciclaje de residuos de las ciudades europeas también lo atestiguan: además de
basura que directamente lo es, hay gente que lleva allí prendas de vestir en buenas condiciones,
libros en estado impecable, aparatos electrónicos que funcionan... Artículos, en definitiva, que
en tiempos tenían un valor y que hoy carecen de precio de venta y que, por ello, son regalados
para que sean reciclados o compartidos por otras personas. La energía, por supuesto, continúa
siendo algo escaso, o quizá deberíamos decir más bien la energía basada en carbono a la que tan
adictos somos. Pero nada tiene de escaso el producto más fundamental de la vida del siglo xxi: la
información. La información es abundante.” (pp. 201-202)
A pequeña escala, en las dimensiones micro, hay muchas iniciativas que pueden
ser llevadas adelante. Es la historia recurrente del grano de arena que uno
puede, siempre, aportar al mejoramiento del mundo. Es posible que ante las
situaciones de precariedad que se han extendido en el mundo y fuerzan a
muchos a asociarse para salir adelante, el grano de arena se convierta en un
puñado. Pero el problema del capitalismo como sistema no son los nichos, sino
la dimensionalidad, su conjunto.
Y frente a esa dimensión, quizás la tecnología tenga muy poco que hacer.
La mayor parte de la literatura que propone que una revolución tecnológica ya
ha tenido lugar, o que la tecnología está desaprovechada, quizás esté
sobreestimando sus capacidades y sus efectos. Tal vez haya que repensar
algunos criterios a este respecto.
Es cierto que la tecnología digital entró en el mundo como un medio de
computar y reducir procesos. Entró en una parte de la producción industrial y
entró en los hogares y amplió las posibilidades de vivir “mejor”. Y si bien el
desarrollo productivo y del bienestar en términos globales se mantiene en un
estancamiento importante, nos encontramos a su vez con que el acceso a los
objetos de consumo tecnológico ha servido (y se utiliza) en gran medida como
placebo vital frente a la falta de progreso.
La subjetividad se ha visto más recompensada en el ámbito cibernético que en el
real, y eso viene a un precio. No voy a referirme a cuestiones morales, ese precio
primero es traducible a dinero concreto, y luego a la incapacidad social de
avanzar en otros aspectos. Hay varios estudios interesantes en EEUU sobre
cómo el abaratamiento y acceso a los bienes de consumo tiene un contrapeso en
la pérdida de beneficios estructurales. Se vuelve inviable cambiar de casa o
acceder a una mejor educación o salud pública, o incluso a una mejor
alimentación (suele ser más cara), mientras que la dinámica de caída de precios
de los gadgets tecnológicos lo compensa “todo”.
En un momento en el que la viabilidad y la subsistencia de la humanidad está
puesta bajo un signo de interrogación, tal vez la incógnita a resolver no está en
la expansión infinita de la información, sino en todas esas otras variables
relacionadas con la vida concreta y con la calidad de vida y con la movilidad
social, que no tienen dinámicas ni abundantes ni tendientes a costos marginales
a cero.
En la propuesta de Mason de transición al poscapitalismo, por debajo de la
apariencia de inquietud social, hay mucho también de insolidario. Porque si su
hipótesis se hiciera viable con el goteo y el gradualismo que pretende, eso
querría decir que el mundo sería de los que accedieran al Arca de Noé
poscapitalista y el resto seguiría atado a una dinámica del capital cada vez más
expoliadora y violenta. Claramente mucho más inflamada en los países
periféricos que en los centrales. Y para ver eso sí que no hace falta esperar a que
el futuro dé la razón. Para eso el presente ya tiene todos los indicadores activos y
en números rojos.
Tal vez en este momento lo que habría que discutir más a fondo es cuáles son las
necesidades políticas globales y tener una noción más adecuada de los
problemas graves, más que promover alegres huidas hacia adelante como si solo
nosotros importáramos, mientras el mundo que queda atrás se aboca a resolver
sus deudas con la voracidad del mercado como mejor le quepa.