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Hacia una primacía de la eticidad a partir de la relación entre filosofía y poesía en Platón

Pedro Pablo Calvo Navarrete

“Al contrario que los poetas, los filósofos aparecen increíblemente


bien ataviados. Sin embargo, están desnudos, lastimosamente
desnudos, si se considera con qué pobre imaginería tienen que
manejarse la mayor parte del tiempo”

Durs Grünbein.

Introducción

A lo largo de la historia de la humanidad, el sentido del drama y el quehacer del hombre se han visto
presididos por la continua tensión y controversia entre la racionalidad y la emotividad. En el ámbito
de la reflexión filosófica el impulsivo anhelo por llegar a las primeras causas y verdades que dan
cuenta de todo lo existente ha hecho del concepto un constituyente fundamental, aunque limitado
como se verá más adelante, del carácter objetivo del conocimiento. No obstante, se hará evidente que
precisamente en aquellas lejanas dimensiones en las cuales el lenguaje analítico no llega a iluminar,
es en donde los primeros filósofos -entre ellos Platón - resuelven invocar a la tradición mitológica y
poética que ha precedido a su propio pensamiento con el fin de llenar aquel vacío que el razonamiento
lógico no puede colmar; cabe preguntar: ¿qué caracteriza a esta dimensión la cual escapa a la
explicación y a la valoración puramente racional? ¿no es justamente aquella en donde el sentimiento
y la belleza solo pueden ser aprehendidos por el hombre a través del lenguaje metafórico propio de
la poesía?

Ahora bien, a través del presente ensayo me permitiré hacer explicita la influencia que ha tenido
la poesía en la especulación filosófica de Platón; pues, coincidiendo con Diego Romero (1981),
considero necesario hacer evidente que entre la poesía y la filosofía no existe una radical ruptura sino
más bien una continuidad propia de una tendencia inherente a la naturaleza humana que, con vistas a
un fin practico y moral, se caracteriza por intentar revestir la experiencia del mundo bajo el velo
translucido y cristalino del lenguaje, entendiendo éste último no solo en un sentido conceptual y
estricto sino también metafórico y poético. Así, a partir de esta dimensión estética, en la que filosofía
y poesía se complementan y se asimilan, pretendo encontrar el nexo entre el conocimiento meramente
teórico, propio de la reflexión y especulación filosófica, y el ámbito de lo inmediato, quiero decir el
mundo practico, en el cual el filósofo en virtud de sus acciones morales –presididas ciertamente por
un proceso de racionalización- llega a un estadio ético a cuya realización debe ir dirigida toda
reflexión y especulación filosófica.

La expulsión de los poetas en la Republica de Platón

Es bien sabido que, desde la antigüedad, el deseo, el asombro, la admiración y el estupor de quien
presencia por vez primera las maravillas del mundo y, en suma, el apasionamiento del alma regido
por la multiplicidad de matices propia de la experiencia inmediata de las cosas mismas se ha visto
domeñado bajo el yugo de la certeza, el rigor lógico y la precisión del concepto con el fin de llegar a
un conocimiento certero y univoco acerca de la naturaleza y el mundo en general. Es en razón de este
pathos, pasión o padecimiento carente de una explicación lógica, por el cual el mismo Platón acusa a
los poetas puesto “que dicen muchas cosas bellas, pero no las comprenden” (Platón, trad. 2009, p.
56) Así, siguiendo a María Zambrano (2002), puedo afirmar que al establecer las bases fundamentales
para una sociedad perfecta en la Republica, Platón condena explícitamente la poesía, pues al ir ésta
en contra de la verdad también está en contra de la justicia. En efecto, es posible considerar a Platón
como un filósofo que durante su madurez siguió muy de cerca, aunque no exclusivamente, la doctrina
del ser de Parménides la cual es llevada en sus reflexiones, a lo largo de los Diálogos, hasta las últimas
consecuencias, considerando todo cuerpo sensible, (el cual está sujeto a cambio, a la generación y a
la corrupción y por tanto es mutable por su propia naturaleza) como algo acerca de lo cual no es
posible establecer un conocimiento certero precisamente por el hecho de estar merced al constante
devenir propio del mundo sensible. Ahora bien, si se considera al poeta tal como lo describe el mismo
Platón (trad. 2009) en el dialogo Ion, a saber; como una suerte de hombre poseído por la divinidad y
la belleza de lo inmediato, por el sentimiento irracional que escapa a toda comprensión lógica y como
un personaje que habla de cosas acerca de las cuales no posee conocimiento alguno, entonces:

Para Platón, en realidad la poesía no es que sea una mentira, sino que es la mentira. Solo la

poesía tiene el poder de mentir, porque solo ella tiene el poder de escapar a la fuerza del ser…

Solo ella finge, da lo que no hay, finge lo que no es; transforma y destruye. (Zambrano, 2002,

p. 30).

Hasta aquí se ha visto que en el mismo pensamiento de Platón hay una marcada escisión entre
filosofía y poesía la cual es evidentemente desdeñada en virtud de su concepción gnoseológica y
ontológica, pues parece indudable que mientras el poeta permanece delirante, como divinizado y sin
saber qué hacer, el filósofo por su parte, pretende en virtud del logos o razón, hacerse dueño de sí
mismo, o en otras palabras; aquello que resulta ser real para el poeta para el filósofo por su parte, es
mera apariencia, sin embargo ¿sucede realmente así? ¿es posible señalar una manifiesta ruptura entre
la filosofía platónica y el carácter metafórico propio de la poesía?

La limitación del concepto y la contemplación

Todo acto filosófico, está sometido “a la dinámica y a las limitaciones ejecutivas del habla
humana” (Steiner, 2012, p. 13) todo intento de pensar la realidad obedece al mandato del antiguo
logos el cual, en su afán de explicar y abarcar la totalidad de lo existente, representa el intento de
superar, no solo toda materia sensible sino también la diversidad de matices propia del mundo real y
aunque esta representa la fuente de inspiración del poeta, tal diversidad al ser considerada como mera
apariencia debe ser reducida a lo esencial, a aquello que Platón denomino como forma; fundamento
metafísico de todo lo existente, el cual se caracteriza por ser eterno e inmutable y que se expresa
mediante lo que comúnmente denominamos concepto. Ahora bien, sabemos por la experiencia que el
concepto tiene su origen no en lo formal sino en lo real, la realidad representa el fundamento de aquel
y es en virtud de la intuición del mundo físico, de la multiplicidad propia del mundo inmediato, que
es posible constituir tal o cual concepto, sin embargo, es precisamente esa realidad la que niega y
supera no solo al concepto sino también al intelecto mismo. “No podemos penetrar con este intelecto
en el ser propio de las cosas; siempre hay algo inexplicable que nos sobrepasa; cualquier aspecto de
la realidad… esconde una brizna misteriosa, incluso dentro de nosotros” (Romero, 1981, p. 34)

De esta manera se hace necesaria una emancipación del pensamiento meramente abstracto y
racional, se hace necesaria una contemplación, una visión intuitiva que permita la conquista del
espíritu sobre la totalidad de lo real. En Platón esto se hace evidente en varios diálogos, especialmente
en el Banquete:

El que en los misterios del amor se haya elevado hasta el punto en que estamos, después de

haber recorrido en orden conveniente todos los grados de lo bello y llegado, por último, al

término de la iniciación, percibirá como un relámpago una belleza maravillosa, aquella…

que era objeto de todos sus trabajos anteriores; belleza eterna, increada é imperceptible,

exenta de aumento y de diminución; belleza que no es bella en tal parte y fea en cual otra,

bella sólo en tal tiempo y no en tal otro, bella bajo una relación y fea bajo otra, bella en tal
lugar y fea en cual otro, bella para éstos y fea para aquellos; belleza que no tiene nada de

sensible como el semblante o las manos, ni nada de corporal (Platón, trad. 2009, p. 344)

Así la visión de la belleza en Platón muestra una conciencia que se deja absorber por la
contemplación. Sujeto (alma) y objeto (belleza) se vuelven unos mismo y así el individuo olvidándose
de sí mismo, se convierte en puro sujeto de conocimiento alcanzando la Idea o la Forma eterna de la
belleza. Superando de esta manera los límites del concepto y llegando, mediante la metáfora, al
ámbito de lo inexpresable; pues como menciona George Steiner (2012) es necesario admitir que en
toda filosofía se oculta un deseo de superar los límites del lenguaje apelando a intuiciones anteriores
a éste. Pues ¿no es acaso tarea del filósofo tratar de abarcar, en la medida de sus posibilidades, la
totalidad de lo real? ¿no es necesidad del filósofo remontarse a las primeras causas de todo aquello
que es?

Necesidad del estadio ético como fin de la especulación filosófica

Es evidente que existe en la misma naturaleza contemplativa una deficiencia. El estadio estético,
meramente teórico y, por tanto, contemplativo manifiesta una limitación que exige ser superada; esta
superación se realiza mediante la acción, mediante la práctica. El estadio estético solo es eso, un
estadio que requiere ser superado en razón de la imperfección que guarda en su naturaleza misma,
esta imperfección se manifiesta en su carácter pasivo, entonces es necesaria la acción.

La ética es, de alguna manera, la otra estética, aquella que se instala en nuestra manera de

vivir… que une arte y vida en una conducta que trae la belleza a los mismos actos, a los ojos

a las palabras a los pensamientos, iluminando la vida de los individuos y de los pueblos.

(Romero, 1981, p. 36).

Al superarse la individualidad surge la figura del hombre de acción; el hombre ético es quien ve
los intereses propios en los ajenos, lo individual en lo colectivo. Una vez que la razón se cierne sobre
las acciones mismas el comportamiento queda emancipado de lo animal, de lo irracional; entonces,
la belleza se imprime en la acción y el logos queda encarnado.

Si todo pensamiento reflexivo está dirigido hacia la totalidad de lo real; así el conocimiento y la
sabiduría no solo comprenden un rigor lógico y preciso con vistas a lo que se considera propiamente
conocimiento, sino que también comprenden un compromiso con la realidad, con el entorno histórico
y social en donde la actividad filosófica se desarrolla como un pensamiento crítico, no solo teórico
sino también practico; así Aristóteles (trad. 2009) menciona en su Ética Nicomaquea que si bien, la
actividad más elevada a la que puede consagrarse el filósofo es la contemplación, este no puede
prescindir, sin embargo, de su actividad política. Por otra parte, en el dialogo de la Republica, Platón
(trad. 2009) no olvida, en su mito de la caverna, que aquel hombre que ha sido liberado de su
esclavitud y que ha logrado salir de su prisión subterránea con gran esfuerzo para contemplar las
verdades eternas, debe descender nuevamente con vistas a compartir tal conocimiento y así liberar a
sus compañeros que cegados por la bruma de la ignorancia no han contemplado tales verdades.

Conclusión

Se ha demostrado que el quehacer filosófico en virtud de su inacabable búsqueda por alcanzar lo


verdadero y abarcar la totalidad de la experiencia humana, debe tomar en consideración no solo la
determinación precisa y por tanto abstracta de todo aquello subsumible bajo una estructura lógica,
sino también aquella realidad que contiene y sobrepasa al concepto mismo, realidad en la que es
posible problematizar la intolerancia, la injusticia y el sufrimiento, así como la humildad, la alegría y
el arte mismo.

Referencias bibliográficas

Platón, (2009), Fedro, (Emilio Lledo, trad.), (en Tomo III, Diálogos), Madrid, España: Gredos.

Platón, (2009), Ion, (Emilio Lledo, trad.), (en Tomo III, Diálogos), Madrid, España: Gredos.

Platón, (2009), Republica, (Emilio Lledo, trad.), (en Tomo III, Diálogos), Madrid, España: Gredos.

Platón, (2009), Apología de Sócrates, (Emilio Lledo, trad.), (en Tomo III, Diálogos), Madrid, España:
Gredos.

Platón, (2009), Banquete, (Carlos García Gual, trad.), (en Tomo III, Diálogos), Madrid, España:
Gredos.

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