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Sin embargo, el argumento revela de forma ilumina-
dora alguno de los principales presupuestos que subya-
cen a los métodos de Descartes. Si tiene que decir que,
al comparar su propio estado con la idea de Dios, pue-
de reconocer su propia imperfección, entonces presu-
pone que lo que está en el punto de mira es una compa-
ración entre su propio estado y lo que se atribuye a Dios
en su idea; en efecto, su propio esfuerzo por conseguir
el conocimiento tiene que ser correctamente considera-
do como una aspiración al estado de conocimiento
perfecto de Dios, una aspiración que se encuentra , por
así decirlo, en la dirección correcta y que representa los
aspectos más elevados de su naturaleza . Pero, ¿por qué
debería darlo por sentado? En parte porque ha supues-
to, como ya dije, algunos restos de la perspectiva medie-
val de un orden universal de la realidad, en el que cada
cosa se esfuerza a su manera hacia una cierta perfección
por debajo de la de Dios; y es quizás sólo desde esta
perspectiva desde la que parecería tener sentido hablar
de los grados de perfección de diferentes tipos de cosas.
Pues, ¿·en tanto qué está afirmando Descartes que es
imperfecto? Si es en tanto que hombre, entonces no tie-
ne ninguna prueba de que sea imperfecto -pues quizás
un hombre perfecto sea aquel cuyas experiencias in-
cluyen la duda y la tristeza. Pero si no es en tanto que
hombre, entonces , ¿en tanto qué? Desde luego no en
tanto que Dios, pues no tendría sentido suponer que
Descartes había descubierto que era un Dios imperfec-
to. Su respuesta es sólo que es un ser imperfecto; y esto,
si es que significa algo, lo tiene que hacer desde las no-
ciones, enormemente elaboradas y especulativas, del or-
den general de la realidad que hemos señalado antes.
Quizás Descartes podría decir en este momento que
no necesita suponer nada que no se encuentre ya implí-
cito e·n su Método. Se trata de un Método para la adqui-
sición de conocimiento, y el mismo hecho de que se
esté dedicando a él conlleva la aspiración de conoci-
miento que, a la luz de su idea de conocimiento perfec-
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to e infinito de Dios, puede ver que no logrará realmen-
te nunca su propósito. El mismo hecho de que sepa tan
poco, y que tenga que sufrir tales penurias para librarse
de la falsedad, revela su limitación e imperfección, una
vez que tenga la idea de un conocimiento que no invo-
lucre tales penurias. Se podría decir que su compromiso
con el Método le da su meta, y su necesidad del Método
revela cuán lejos se encuentra de esa meta. Pero esta
línea de argumentación, si es que ha de expresar el pen-
samiento de Descartes, lo único que realmente revela
son los presupuestos de otra forma. Pues su conclusión
es que él es, en algún sentido objetivo, imperfecto , no
simplemente que esté imperfectamente adaptado para
la tarea que él mismo se ha propuesto, a saber, la bús-
queda del conocimiento; y ello presupone que la
búsqueda del conocimiento no es sólo un propósito
arbitrario con el cual esté comprometido, sino su propó-
sito más elevado o característico.
Éste es entonces el itinerario por el que Descartes
afirma, en la Tercera Meditación, alcanzar una demostra-
ción de la existencia de Dios. "A decir verdad," nos dice
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¿De quién entonces, se pregunta, proviene su exis-
tencia? Si no proviene de Dios entonces, sugiere, tal vez
provenga de sí mismo, o de sus padres, o de alguna
causa similar menor que Dios. Sin embargo, no puede
suceder que se haya creado a sí mismo. Porque si lo hu-
biera hecho, entonces no tendría dudas, ni deseos, ni
otras imperfecciones similares:
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biera existido desde toda la eternidad, y no existiera
Dios u otra fuerza exterior a sí mismo que le mantuviera
en su ser, él estaría manteniéndose a sí mismo en su ser,
creándose continuamente, por así decirlo, de instante a
instante; y esto, una vez más, requeriría un grado de
perfección tal que le hubiera permitido proporcionarse
todas las perfecciones . Esta doctrina de la necesidad de
un poder causal para conservar una sustancia revela,
dicho sea de paso, cuán profundamente considera Des-
cartes que la existencia de algo depende de la existencia
de Dios. Lo que aquí dice con especial referencia a una
sustancia pensante, a saber, él mismo, es también válido
desde luego a fortiori para el mundo físico de la mate-
ria, cuya existencia viene finalmente a reconocer una
vez más; y podemos ver en esto cuán diferente es la
opinión de Descartes del tipo de opiniones que tuvieron
particular vigencia en el siglo XVIII, para las que Dios
creó el mundo de la nada dejándolo entonces funcionar
de acuerdo a las leyes que había implantado en él. Tal
opinión, el deísmo, le da a la materia y a cualquier otra
sustancia creada un momento de existencia, como se
podría decir: una vez hecha, continuará en su existencia
a menos que, por un acto posterior de Dios, sea aniqui-
lada. Para Descartes sucede lo contrario, y cualquier
cosa creada tiende constantemente a desaparecer, sien-
do mantenida en su ser sólo por la continua actividad de
Dios. Desde esta perspectiva , y en la descripción rela-
cionada que Descartes da de sí mismo como algo que
está "a mitad de camino entre el ser y Ja nada" (IV Med.:
VII 54, P.G., 46), uno tiene el sentimiento de inseguridad
de la existencia contingente, que representa uno de los
mál? genuinos elementos religiosos de Ja perspectiva de
Descartes .
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