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1.

Acaba de publicar un libro que constituye una auténtica diatriba


contra la posmodernidad, ¿por qué?
Eso mismo me pregunto yo. El mundo editorial posee razones que la razón
ignora. Esto último lo digo desde el cariño y el asombro. La publicación de este
libro no es fruto de mi voluntad autónoma; se debe al apoyo económico y la
apuesta intelectual de mis editores. Ellos sabrán lo que hacen, digo yo.

2. Atreverse a cuestionar tan duramente a autores como Heidegger,


Derrida, Deleuze, Lévinas, Lyotard o Vattimo es algo que no se
perdona fácilmente. ¿Cómo han sido las críticas que ha recibido
hasta el momento?
No he recibido críticas extremadamente duras por el momento. El horizonte
está despejado por ahora. Habrá que esperar.

3. También es muy crítico en su libro con la prensa y los medios de


comunicación en general. Realmente, ¿para qué sirve hoy día no ya
la prensa, sino la prensa a la que podemos acceder? ¿Acaso son más
valiosos los blogs particulares de Internet que los grandes medios de
comunicación de masas?
Mi fuente de información principal es Internet, para mí hablar de grandes
medios de comunicación de masas es hablar de Facebook, Twitter y demás redes
sociales. De todas formas, yo sí que otorgo cierta importancia política y
periodística a la emergencia de nuevas plataformas de debate en el seno de los
viejos medios de comunicación.

Estoy pensando en el boom de las tertulias de derechas a raíz de la aparición de


la TDT. Ahora que la extrema derecha posee el monopolio de la violencia
televisiva ha llegado el momento de replantear cual es la posición de la izquierda
radical dentro de la caverna mediática y qué estrategias de poder se pueden
poner en marcha para obtener la autonomía mediática que requieren los nuevos
agentes políticos en España (DRY, PAH, JSF, etc).

4. En los últimos años la bibliografía en contra de la posmodernidad


ha ido creciendo cada vez con más fuerza. Su obra se inscribe en
medio de este proceso de desmitificación y crítica a la retórica
posmoderna. Editorial Academia del Hispanismo publicó
recientemente una obra en esa dirección —muy en la línea de los
argumentos que Vd. sostiene en su libro— en la que participaron
más de 30 investigadores de diferentes países, Contra los mitos y
sofismas de las “teorías literarias” posmodernas. ¿Es la
posmodernidad un “invento” editorial de empresarios franceses e
italianos, para aprovecharse de un consumo masivo, al que se
entrega acríticamente una masa de universitarios que ha sustituido
la ciencia por la retórica y la crítica académica por la ideología
gremial?
Todos nosotros somos inventos editoriales. Es un error pensar que el medio de
comunicación es algo meramente accesorio. Tienes razón en algo, a pesar de la
maldad hiperbólica latente en tu pregunta, a saber: la consagración de la
postmodernidad, el postestructuralismo y el postcolonialismo va de la mano de
cierta inflación editorial en los países anglosajones, de cierta malinterpretación
productiva por parte de los anglosajones.

Yo no le daría tanta importancia a las estrategias editoriales, ni tampoco


acusaría de consumo masivo a la compra de dos o tres ejemplares de más. Me
parece más interesante rebatir argumentos que adentrarme en la senda de la
conspiranoia. Además, los grandes beneficiarios del star system intelectual en
Francia e Italia no han sido los postmodernos precisamente, sino los herederos
del humanismo más rancio y traicionero (estoy pensando en los nouveaux
philosophes).
Me he tomado la molestia de rebatir a algunos de los teóricos más importantes
del paradigma postmoderno porque creo que en sus modelos interpretativos hay
una apuesta arriesgada en favor de una visión del mundo muy particular que
merece la pena ser tenida en cuenta, aunque sea para criticarla.

5. El Materialismo Filosófico, sistema de pensamiento constituido


por Gustavo Bueno, considera que hoy día no hay pensamiento débil
en todas partes, sino que el Catolicismo, el Islam o el Neoliberalismo
financiero constituyen sistemas de pensamiento
extraordinariamente fuertes y poderosos. ¿Cuál es su interpretación
al respecto?
No conozco con profundidad la obra de Gustavo Bueno, pero esta reflexión que
citas me parece muy acertada. Estoy de acuerdo con él. Tomo nota.

6. En su libro, la Universidad no es una institución particularmente


mencionada. Ciertamente no es el tema del libro, pero, seamos
sinceros, ¿para qué sirven nuestras facultades actuales y qué cabe
esperar de ellas a corto plazo? ¿Sigue siendo la Universidad un lugar
para la crítica y el conocimiento?
No puedo contestar a esta pregunta con un sí o un no. El proyecto Bolonia
trasforma radicalmente las estructuras de poder, los mecanismos de exclusión y
los dispositivos de coerción (a través de los cuales se ejerce la violencia
simbólica) que constituyen la base de lo que yo denomino el campus (de
concentración) universitario.

Resumiendo mucho: la política académica de los autores (basada en el principio


de la autoridad) está dejando lugar a la política académica de los tutores (basada
en el principio de la gestión). El lema del nuevo plan de estudios consiste en
“enseñar en formatos y no en contenidos”. Para la generación de mi padre
acudir a la Universidad y realizar intervenciones en clase suponía participar de
un espacio común donde operaban unos códigos de reconocimiento y se
establecía una relación jerárquica de maestro-discípulo, que podía ser
subvertida eventualmente por alguna intervención contra el poder establecido.

La autoridad era bien visible y, por lo tanto, podía ser abolida. Los estudiantes,
por el mero hecho de acceder a la Universidad, detentaban un considerable
capital simbólico que era desconocido para la generación previa. Mis abuelos
maternos, por ejemplo, son analfabetos y siguen pensando que ir a la
Universidad es garantía de tener un puesto de trabajo asegurado.

El saber es para ellos una fuente de estatus, seguridad y poder. Esto ha dejado
de ser así para los que nacimos después 1980. Yo pertenezco a la segunda
generación de jóvenes que acudieron masivamente a la Universidad, una
generación de transición entre la obscenidad jerárquica y el nuevo modelo de la
administración burocrática, una generación que inaugura la figura estudiante-
masa.

El estudiante-masa no es acreedor de ningún privilegio social, no detenta


apenas capital simbólico, no posee un estatus extremadamente diferenciado; el
estudiante-masa es la materia prima de la explotación precaria a través de
prácticas externas, contratos temporales y parciales. Esta segunda generación
de estudiantes universitarios se relaciona con las instalaciones de la Universidad
de un modo radicalmente distinto. La Universidad no es un espacio de lo
común, sino una máquina expendedora de títulos académicos. Una vez
desaparecida la figura de la autoridad, las intervenciones en clase —por poner
un ejemplo— quedan reducidas a la mera expresión de formulación de dudas
puntuales (“¿puedes repetir eso?”, “no te he oído”, etc.), en vez de buscar el
reconocimiento de la autoridad encarnada en el profesor.

Este es un tema apasionante y podría hablar durante horas de él. De hecho,


ahora mismo estoy trabajando en un ciclo de conferencias que impartiré en la
UAM después del 20-N sobre esta cuestión, titulado provisionalmente: “Del
Homo Académicus al Maestro Ignorante. Génesis y estructura del campus (de
concentración) universitario.”

7. Es muy crítico en su libro con algunos mitos fundamentales de la


posmodernidad, como el tema del “otro” y la “alteridad”, y también
la retórica del “multiculturalismo”. ¿Considera que se ha pasado de
la explotación de la riqueza a la explotación de la miseria? ¿Cabe
entender en ese sentido su crítica a las ONG’s? La frase que cita de
Slavoj Zizek es muy reveladora: “La caridad es el pilar básico de
nuestro injusto sistema económico y la tolerancia su maquillaje
represivo”.
El fin último por el que deberían trabajar las ONG’s consiste, a mi juicio, en
crear las condiciones económicas, políticas y sociales en las que su propia
existencia sea prescindible por completo. Esto es, el ideal regulativo de toda
organización caritativa consiste en serrar la rama sobre la que se posa, atentar
contra sus propias condiciones de posibilidad, dotar de herramientas a las clases
subalternas para que éstas puedan escapar por sí mismas de la situación de
dependencia estructural en la que se encuentran.

Por desgracia, no conozco ninguna ONG dispuesta a suicidarse. La mayor parte


de ellas prefieren aplazar la solución y perpetuar el problema. De este modo
aplazan el momento en que su organización tenga que disolverse. El actual
sistema de redistribución de la renta a través de la conducta caritativa de las
ONG’s en vez de potenciar la formación de movimientos sociales de base sirve
de salvoconducto para frenar en seco la mala conciencia de los nuevos ricos.

8. Vd. parece reprochar a la izquierda contemporánea ser más


compasiva que inteligente… ¿Cierto?
No se lo reprocho yo. Es Oscar Wilde quien, a través de los siglos, reprochó a la
izquierda piadosa ser demasiado compasiva y muy poco inteligente. No es un
problema propio de nuestro tiempo (siempre ha habido almas bellas), si bien es
cierto que los repuntes de violencia que se han producido en los últimos años
han tenido como respuesta una inflación de cierto moralismo bienintencionado
por parte de cierta izquierda tolerante y multicultural.

Mi propuesta se aleja radicalmente de esta senda y, sin embargo, sigo pensando


que la dimensión afectiva juega un papel determinante en la configuración del
espectro y el espacio político. Ahora mismo estoy preparando una
reconstrucción emocional de las fuentes ideales de los derechos fundamentales.
Este proyecto, que así en bruto puede sonar tremendamente abstruso, es en
verdad una investigación sobre el afecto pre-político de la indignación (definido
por Spinoza como “el odio hacia aquél que hace sufrir a otra persona”).

La indignación es el único afecto recogido en la Ética que supera la barrera


emocional del sufrimiento individual y las limitaciones morales de la compasión
intersubjetiva. La indignación posibilita, de este modo, el acceso al campo
político de la acción coordinada entre varios sujetos en respuesta a la infamia
del mundo realmente existente. Entiendo por indignación aquella disposición
reactiva (y pre-política) fundada sobre el fenómeno moral de la identificación
prerreflexiva con ese ser sintiente que sufre.

La dignidad, fundamento último de la Declaración de los Derechos Humanos,


mantiene con la indignación una relación etimológica muy precisa que habría
que estudiar con detenimiento. Sostengo que la dignidad puede deducirse del
fenómeno de la indignación. La intuición sobre la que se basa mi investigación
es la siguiente: el sufrimiento humano es la fuente de todo derecho. Como dice
Boaventura de Sousa-Santos, lo que nosotros llamamos derechos fundamentales
son, en verdad, injusticias originales. Las disposiciones afectivas son previas y, a
partir de ahí, se deducen las categorías morales y jurídicas.

9. Teresa Hernández Cortés sostiene en su libro El mito del


multiculturalismo. Distopías de la utopía(Editorial Academia del
Hispanismo, 2010), ideas muy afines a las suyas. Si la sociedad
multicultural parece estar llegando a su fin, por razones
económicas, y no culturales, como Vd. apunta, ¿qué interpretación
cabe hacer del multiculturalismo?
En términos económicos: una estrategia de diversificación del mercado. En
términos políticos: un intento fallido de domesticación de las diversas
tradiciones culturales a la etiqueta de lo políticamente correcto, basado en el
consenso de mínimos, la coexistencia pacífica, el fetichismo (consumista) de la
alteridad y la falta de confrontación crítica. El nuevo marco de las sociedades
post-seculares debe encontrar otros lenguajes, otros mecanismos de traducción,
otras líneas de fuga, otras válvulas de escape para la liberación de tensiones. La
nula tolerancia no es (ni ha sido nunca) el Bálsamo de Fierabrás de los
conflictos internacionales.

10. Vd. califica en su libro de “chovisnismo filosófico” a mucha de


esta retórica posmoderna, afirma que el “pensamiento débil” del que
habla Vattimo “carece proyecto y se entretiene en pensar de nuevo lo
ya pensado” (p. 76), llama “ontología necrofílica” al gusto de
Heidegger y sus seguidores por ese deleite que les inspira a hablar
una y otra vez del ser para la muerte (“Sein zum Tode”), y concluye
en que muchas de las respuestas que ha dado la posmodernidad “son
el colmo del escapismo, una broma filosófica sin gracia resultante de
la trombosis conceptual y la diarrea mental que caracteriza a los
anacrónicos herederos de Heidegger… ¿Qué espera Vd. de sus
lectores cuando lleguen a estas páginas? ¿Para quién escribe Vd.?
Mi padre me enseñó que hay que escribir adoptando el punto de vista de un
lector ideal y, a poder ser, el punto de vista de un maestro. El resto del mundo
no importa. Mi padre escribía (y sigue escribiendo) pensando en Octavio Paz;
Octavio Paz escribía pensando en André Breton. Supongo que yo escribo
pensando en mi familia. No sé que pensará el resto del mundo de lo que escribo,
ni si merece la pena perder siquiera un segundo en estas cuestiones. Cuento con
el apoyo incondicional de un reducido grupo de conocidos, empezando por mi
mismo, y escribo con la contundencia que me exige la cuestión. Será la audacia
de la juventud, o algo por el estilo. El caso es que no me preocupo demasiado
por la recepción. Quién sabe. Cuando uno se pone a pensar en sus lectores, al
final sólo le queda la vaga sensación de haber utilizado, como es mi caso, la
expresión “el resto del mundo” con extremada ligereza y ambición. Y eso no es
bueno para la salud.

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