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Los sentidos de la Estética y las claridades posibles de un término

confuso
Julio del Valle
Pontificia Universidad católica del Perú

Voy a empezar con dos escenarios bien distintos. No les adelanto nada y
paso directamente al primero:
Cuando era estudiante en el doctorado de filosofía de la Universidad de
Heidelberg la secretaria de la biblioteca me preguntó, al verme extranjero
y lector cotidiano, a qué me dedicaba. Le dije que mi trabajo tenía que ver
con la Estética. Su cara de sorpresa demoró algunos segundos en
preguntarme adicionalmente: ¿Por qué lee tanto una persona que trabaja
en Estética? Contexto: Pasando la Bismarckplatz, el centro de la ciudad, hay
un centro de Estética [Das Kosmetik-Esthetik Fachzentrum, en la Alten
Glockengiesserei 11] y nunca veía ella allí a nadie que lea y tampoco
pensaba que se necesite leer tanto para hacer ese trabajo. Creo que mi
alemán no era tan bueno como para explicarme bien acerca de lo que hacía
yo en la biblioteca de filosofía, así que su sorpresa no menguó. Ahora bien,
más allá de la anécdota, la pregunta es válida, pues no va a pasar mucho
tiempo si es que alguien del auditorio sale a la avenida más próxima y se
tope con un salón de Belleza o Estética. Se topará con un mundo distinto al
de las preguntas y consideraciones de este auditorio. Con un poco de
atención, cada palabra revela un mundo. Pero el mundo que nos abre la
palabra “estética” no es solo uno, sino múltiple y en cada uno de sus
mundos sus habitantes hablan una lengua que piensan se entiende en los
otros mundos (palabra polisemántica, y en cada uno significa como el
único). Propiamente, es una palabra “confusa”. También en el mundo de
los salones de Estética.
Siempre ha sido un tema, para mí, explicar, y explicarme, qué entiendo por
un término que, sin embargo, lo siento, íntimamente, tan claro y afín con
mis intereses intelectuales. Y como hasta hace un tiempo tenía esa espina
en la conciencia (ese orgullo intelectual; a saber, ¿cómo pueden llamarse lo
mismo actividades tan distintas, la Estética que nos reúne acá y la Estética
de un Salón de belleza?) le escribí esta vez al gran hermano Google la
siguiente frase: “la estética no es un salón de belleza”. Me ofreció, como
siempre, una lista muy rápida de enlaces, todos ellos vinculados con salones
de belleza. En lugar de rendirme de impotencia ante la configuración de
intereses sobre los que gira el mundo, me detuve a verlos y me encontré
con esta opinión: [PPT]

“Luccy la diferencia es muy sencilla [la pregunta atañe a la diferencia entre


salón de belleza y salón de estética]: el centro de estética es solo de
estética, y salon de belleza son estética y peluqueria las dos cosas se hacen.
Ejemplo: tu vas a el centro de estética a hacerte un tratamiento de
rellenador de arrugas o una pedicura o otras cosas relacionadas. Y el salon
de belleza a parte de peluqueria tiene tinte de pestañas, manicura y poco
mas. Ahora bien donde es mejor hacerte la manicura pues por supuesto en
un centro de estética que sabe de ello. Si vas a un salon de belleza la chica
que este haciendo estética la mayoria no han hecho ningún curso de
estética. En resumen hacerse cosas de estética hay que ir a una esteticien
en un centro de estética.” [https://www.beautymarket.es/estetica/diferencia-entre-centro-de-
estetica-y-salon-de-belleza-4-160397-forop.php. Enviado el día: 20-05-08 a las 21:54 pm]

Me pareció en verdad interesante y empecé a tener claridades: el término


“estética” es un término genuina y esplendorosamente confuso. Descartes
nos ha acostumbrado a considerar que la “confusión” es una deficiencia
intelectual, sinónimo de respuesta mal formulada, de incapacidad
intelectual para entender algo. “Confuso” es solamente lo “no distinto”. Lo
que se nos presenta aglomerado, complejo, fusionado. Este auditorio me
es confuso en este momento, si los veo a todos en un golpe de vista. Verlos
en un golpe de vista puede ser atemorizante, embriagador, estimulante,
según sea la personalidad de cada quien. Los veo. Me será menos “confuso”
y más “distinto” si los voy identificando a cada uno de ustedes. Tendré más
seguridad y menos temor si pudiera saber, identificando a cada uno de
ustedes, si me están siguiendo bien, si están entendiendo, si están
sintonizando; incluso, llevando a mayor detalle la distinción, podría estar
más tranquilo si supiera cuánto saben y qué preguntas podrían hacerme.
Tendré un conocimiento distinto de este auditorio cuando pueda identificar
con rigor, luego de un análisis, cada parte que compone este todo. Tal
distinción no puedo llevarla a cabo y tampoco me es necesaria. No todo
saber debe estar orientado a la dominación. Me quedo, pues, con la
“confusión”.

Entonces, nuestra palabra: “Estética” revela, desde una primera y


anecdótica aproximación una naturaleza “confusa”, polisemántica,
compleja. Este aspecto “confuso” en la significación estética le es natural y
característico desde la definición original de Baumgarten, quien es, en
verdad, una clara luz en este camino y a quien recurriremos muy pronto.

Pasemos al segundo escenario y a la mirada desde adentro por el lugar de


la Estética en el escenario de discusión filosófico y artístico. Podemos
ignorar lo que sucede en la calle. Eso los filósofos lo hacemos muy bien,
dicho sea de paso; de la misma manera que también la calle nos ignora,
mucho mejor, dicho sea también de paso. Por ejemplo: hace algún tiempo
escuché en una discusión de competentes colegas académicos que en

relación con el arte los filósofos somos como unos dinosaurios. [PPT]
Voy a quedarme con esta imagen porque es buena, pese a la evidente
crítica contenida. La imagen es buena y me muevo más a gusto entre
imágenes que entre conceptos determinantes. La comparación apela al
carácter rezagado de unos lentos y enormes reptiles ya extintos. Pienso en
sus movimientos, los imagino. Es cierto, el arte de nuestro tiempo va muy
aprisa y si quisiéramos estar a su ritmo desde la reflexión seríamos como
jinetes cogidos de la cola no de uno, sino de múltiples caballos desbocados.
Esta imagen, más bien, la de los caballos desbocados, no me es grata y
tampoco creo que sea pertinente. La imagen del dinosaurio me gusta,
aunque ellos están extintos y nosotros aún entramos en un auditorio.
Digamos que somos elefantes, más que dinosaurios, en un mundo que gira
muy aprisa. La prisa, sin embargo, me parece, no es un valor en sí mismo.

Me quedo con la imagen, dije. Imaginemos los pasos del elefante, como si

fuera a buscar agua en un día de calor en una extensa llanura. La


llanura es una imagen que utilizo pensando en el Fedro de Platón. Nuestra
llanura no está arriba; está acá y a nuestro alrededor. La habitamos,
representamos y significamos desde nuestros sentidos y con la sensibilidad
que nos despierta. Como adelanté hace unas líneas, he reemplazado los
ágiles y díscolos corceles por estos lentos paquidermos. En la llanura, la
topología de lo existente que nos ofrecen las ciencias determinantes ya la
conocemos. Sin embargo, no es suficiente el análisis determinante para
saber del mundo, pues somos más que la discriminación genérica que nos
ofrecen los conceptos. Somos las particularidades que nos diferencian
entre las similitudes que nos identifican como especie dentro de un género
y somos también las expectativas y esperanzas que movilizan los sentidos
que le damos a la vida en este mundo; somos esa sensibilidad atenta y
pensante, esa reflexividad que se inventa Kant como juicio distinto al
determinante y que le da cuerpo a ese tipo de relación con el mundo no
mediada por el afán de conocimiento científico (es decir, distinto).
Habitamos un mundo y este, el mundo que habitamos, el que hacemos
nuestro, está cargado de referencias a nosotros en nuestra individualidad.
Nuestros ojos no son neutros cuando lo miramos; siempre miramos,
digamos, anticipadamente, desde cierto modelo significativo. El modelo
antecede. Un modelo cargado de símbolos, asociaciones de sentidos,
relaciones de pertenencia, memorias individuales y colectivas. Si nos
queremos poner en modo existencial: no hay física sin metafísica; y no
habría, quizás, metafísica sin estética, así sea esta preconceptual. Sin estar
parado en un sitio y habitándolo no habría principio de orden, conciencia
de lugar y búsqueda de pertenencia y sentido. El elefante busca el agua que
le dará frescura a su gruesa piel en esta tarde de calor en la extensa llanura.
Busca un lugar donde habitar y quedarse, al menos por un tiempo. Nuestra
llanura hoy es la Estética y sabemos que es un término confuso. ¿Qué
claridades, sin embargo, nos ofrece?

Preguntaré: ¿cuáles son los sentidos de la Estética que me parece propio


distinguir? Quizás puedan habitar todos ellos juntos estos distintos
mundos.

Tenemos varias perspectivas posibles (la más actual es la perspectiva


política, pero no me ocuparé de ella explícitamente; otros, más entendidos
que yo, lo hacen mucho mejor); pongo cuatro a consideración y disculparán
las omisiones:

Primera, muy común y cotidiana: embellecimiento. Lo vimos con el primer


escenario. Sin embargo, la Estética que nos reúne e interesa asumo que
apela a algo más que el embellecimiento de algo o de alguien y va más allá
que el sentido que le podemos dar a la palabra “bonito”. Tal comprensión
identifica la estética con una cosmética; es decir, con un adorno. La vida
necesita adornos y puntos de fuga cosméticos para aligerar cada cierto
tiempo la existencia, pero esta perspectiva de entender la Estética la dejo
de lado en este momento.

Segunda, bastante común en círculos más académicos: una consideración


estética es una consideración sobre el buen gusto. Sin embargo, siendo
afines con el criterio de una forma de experiencia desde la sensibilidad, no
hay una identificación necesaria entre la Estética y el buen gusto, pues el
disgusto es también un asunto estético (pues afecta también nuestra
sensibilidad); tampoco hay una identificación necesaria, siendo rigurosos,
entre arte y buen gusto, pues buena parte del arte de los últimos cien o
ciento veinte años se ha elaborado al margen de los criterios del buen

gusto. Un ejemplo claro es el siguiente, de Piero Manzoni.

Por tanto, una comprensión amplia de la Estética no la reduce a ser


sinónimo del “buen gusto”, tampoco de la “belleza”. Tal identificación tiene
ancla en la historia del surgimiento del término filosófico en el siglo XVIII,
en un contexto especial, pero no agota el sentido del término para
nosotros, ahora, ni lo hace actual y pertinente para la reflexión en el vínculo
que quisiéramos que haya con el arte de nuestro tiempo. Quienes reducen
la consideración estética a una reflexión sobre el buen gusto consideran
que la reflexión estética es hoy un anacronismo. Desde este reduccionismo
histórico tienen razón.

Tercera, habitual en el lenguaje de la crítica de arte: la Estética como


expresión del estilo de un artista. Desde esta perspectiva se juzga la
propuesta de un artista, su apuesta por el uso de conceptos y materiales
con el fin de expresar la idea que está en juego. Esta definición es más
técnica y altamente pertinente para juzgar una obra de arte. Sin embargo,
deja de lado, para mis intereses, la dimensión humana que me seduce
fundamentalmente; a saber, la sensibilidad; la respuesta de la conciencia
sensible en relación con un entorno.

Hay algo más que estilo en una obra de arte y la sensibilidad que despierta
le es sustantiva, como podemos encontrarla, por ejemplo, en Tape

Recorder, de Bruce Nauman. En esta obra, no solo el buen gusto no


entra en consideración (¿quién podría sentirse complacido con un áspero
bloque aislado de cemento, del que sale un cordón con un enchufe?), sino
que los criterios de estilo dejan de mirar un aspecto crucial de la obra. Tape
Recorder apuesta por el concreto como material, un recurso mínimo; pero
también señala que dentro de ese bloque de concreto se encuentra una
máquina grabadora con las cintas que recogen los gritos de reclusos en las
cárceles; la máquina, nos dice el artista, está en play, aislada y
desconectada. La propuesta artística, conceptual, estética, es clara y
definida, pero insuficiente para comprender su sentido: los gritos que
imaginamos y el contexto en el que están situados, las múltiples capas de
referencias que nos despiertan y los significados que cada quien les puede
atribuir. Una articulación compleja de emociones, memorias personales,
conciencias. Una fisura. Sin la activa respuesta de la conciencia sensible esta
obra pierde su sentido. Sería una declaración sin corazón. Sin corazón no
hay Estética.

Lo que me lleva a la cuarta consideración, que es la que me interesa


personalmente y que apela a esta dimensión reflexiva de la sensibilidad y al
juego libre que presupone entre la imaginación y los conceptos. Esta
aproximación tiene un origen filosófico kantiano, pero tiene su corazón en
un autor anterior; en Baumgarten, propiamente, y será él quien nos guíe
por la llanura. Un autor contemporáneo me acompañará hacia el final:
Christoph Menke. La dimensión estética de este libre juego que me
interesa, de esta complicidad lúdica y creativa entre la imaginación y los
conceptos; la dimensión estética de la asociación simbólica como fuerza
comprensiva es el contrapunto más sugerente, me parece, de la lógica de
la causalidad. También comprendemos sintiendo. El elefante se acerca. Su

trompa se asemeja a una serpiente que se acerca a la tierra , como

aquellas que dibujaba la etnia Pueblo y que fascinaron a Aby Warburg.

Busquemos a Baumgarten, quien ofrece diversas definiciones de la Estética1


[PPT]: en las Meditaciones filosóficas en torno al poema (1735), §§115-116;
en la Metafísica (1739), §533; en la Sciagraphia encyclopaedia
philosophicae (hacia 1741), §25; en las Cartas filosóficas de Aletheophilus
(1741), segunda carta; en la segunda edición de la Metafísica (1742), §533
(donde mantiene la definición de una ciencia sensitiva, pero elimina tanto
la referencia a la retórica como a una poética universal y la caracteriza como
una lógica de la facultad cognitiva inferior); en la Philosophia generalis
(hacia 1742), §147; en la cuarta edición de la Metafísica (1750), §533
(donde agrega a la lógica de la facultad cognitiva inferior, una filosofía de
las gracias y musas y la referencia al análogo de la razón); en las Lecciones
sobre Estética (hacia 1750), §1 (donde la definición es casi similar a la que
nos ocupará prontamente); en la Aesthetica (1750-1758), §1, que es la que
tomaremos y dice:

1
Jäger, Einführung, pp. 40-42.
“Aesthetica (theoria liberalium artium, gnoseología inferior, ars pulchre
cogitandi, ars analogi rationis) est scientia cognitionis sensitivae.”2 [PPT]

Que la Estética sea una ciencia de la cognición sensible podrá ser materia
de otra aproximación. Lo que a mí me llama la atención y colabora con la
atención que le he prestado a la palabra “confusión” es el paréntesis. El
paréntesis presenta de manera extensa la palabra “Estética”. En lugar de
ser una definición cerrada, puntual, distinta, la definición es abierta y
compleja: la presenta como teoría de las artes liberales, como una
gnoseología inferior, como un arte del pensamiento bello y como un arte
del análogo de la razón. La presenta, pues, de cuatro formas, y no nos indica
si son cuatro distintas maneras o cuatro articuladas maneras de ver lo
mismo. La presenta, primero, como teoría, como gnoseología (es decir,
como una teoría del conocimiento) y la presenta, también, como arte.

Como teoría de las artes liberales refiere a las Humaniora, las que para el
siglo XVIII alemán significaban: gramática, poesía, retórica, música y
pintura. Significa que una de las raíces desde la que aflora el tronco múltiple
de la Estética es la tradición de las letras cultas y su larga historia. Una
sensibilidad cultivada en la lectura e interpretación de los clásicos. Quien se
dedica a la Estética, pues, es un humanista, no un científico natural, físico o
matemático. La llanura que habita es aquella de las letras, la cultura y las
artes.

Como gnoseología inferior refiere al interés por conocer el tipo de


representación del mundo que desde Leibniz se tipificó como conocimiento
claro y confuso3; el tipo de representación del mundo que, según Wolff, se

2
Baumgarten, Alexander, Aesthetica, edición
3
Leibniz, meditaciones
origina desde las facultades inferiores del alma (imaginación, memoria y
sensación) y que, si bien no alcanza a conocer distintamente las cosas,
revela una forma de conciencia inferior de ellas. Conciencia de ellas que
expresa, sin embargo, un vínculo con la creación mediada por la sensibilidad
y el placer; placer que es entendido, además, como conciencia intuitiva de
la perfección o armonía del mundo y que involucra ingenium, que es la
capacidad de encontrar semejanzas entre las cosas.4 En este caso,
encontrar placer en la manera como las partes están todas enlazadas y que
revela en su armonía la perfección del cosmos. Baumgarten le va a dar a
esta facultad representativa del alma una valoración distinta. La llama aún
inferior, pero no en los términos de una jerarquía de conocimientos. Es
inferior porque refiere al vínculo sensible del ser humano con las cosas,
pero es valorativamente situada al mismo nivel que las facultades
superiores del alma, pues colabora en dar cuenta complementariamente de
la representación que tiene el ser humano del mundo.

Como arte del pensamiento bello refiere, en primer lugar, a que es una
actividad productiva y no solo una cognición. Refiere, pues, a la capacidad
de producir ideas y pensamientos bellos. Lo hace desde el espíritu ilustrado
que está en la matriz de su pensamiento; es decir, lo hace buscando las
reglas que permitan una tal creación. La belleza es su norte, ciertamente, y
no siendo anacrónicos, nos es fácil entender por qué. El mundo en el que
piensa y se sitúa es un cosmos, un orden creado, y la belleza es la conciencia
de ese orden desde la sensibilidad. En este caso, la relación de un sujeto,
desde su particularidad, con ese orden. La capacidad de crear pensamientos
bellos identifica a los poetas, que es la actividad artística privilegiada por él,
pero no solamente a ellos. Identifica toda forma creativa de relación con el

4
Wollf, Beiser
mundo y que, como dirá Kant, estimulará la generación de múltiples
pensamientos. Pronto serán cuestionados dos de los soportes de esta
caracterización: la referencia a un cosmos perfecto y la privilegiada
orientación hacia la belleza. Lo hará, en primer lugar, Herder, pero acá lo
que está en juego, para nosotros, es que esta tercera característica coloca
como parte de la Estética la capacidad de crear; su naturaleza poiética (a
ella hará mención Menke).

Como arte del análogo de la razón entramos en un terreno más difícil de


discernir y es el que me parece más sugerente. En la tradición de la escuela
racionalista alemana la primera referencia a esta expresión aparece en
Leibniz, en la Monadología, §§26-28, y es asumida por Wolff en su
Psychologia empírica (§506) y en su Psychologia rationalis (§765), y alude a
lo similar a la razón que habita en los sentidos y que permite responder al
mundo así la respuesta no sea racional. En su primera manifestación tiene
como trasfondo el interés por explicar cómo y por qué los animales deciden
hacer esto o aquello. La explicación es que hay en ellos una cierta facultad
parecida a la razón que les motiva a hacer esto o aquello. Tal facultad oscura
y misteriosa que opera desde el vínculo sensible y que llamó la atención a
Leibniz y Wolff es convertida por Baumgarten en algo distinto. Es convertida
en la facultad propia del conocimiento sensible y opera desde la asociación
creativa que despierta la imaginación. Recoge en ella las características que
desde Wolff se le otorgan al ingenium: la capacidad de dar cuenta de las
similitudes entre las cosas, lo mismo que sus diferencias (perspicacia), la
memoria sensitiva, el sentido del gusto y la capacidad de distinguir lo
característico bajo el ropaje de la singularidad. Es el arte de expresarse con
símbolos, metáforas, alegorías, sinécdoques. Es el arte de la asociación
lúcida y creativa; la expresión de una conciencia que entiende desde el
ensamble o fusión de elementos significativos. La pretensión es la de llegar
al intelecto a través de los sentidos. Tal arte no es exclusivo de las “bellas
artes”, sino que también tiene una historia en los salones olvidados del
pensamiento occidental; en los tratados herméticos y alquímicos, “artes”
aún no muy lejanas del mundo en el que vivió Baumgarten y que eran más
que familiares para muchos de los autores renacentistas que valoramos,
como Marcilio Ficino o Giordano Bruno. Leamos, para comprender acerca
de qué va el analogon rationis, un breve poema de Auden, un fragmento
de Verástegui en homenaje a Bruno, una iconografía de Achille Bocchius
(de sus Symbolicarum quaestionum, de 1555, y que retrata al otro Hermes,
el que le pide silencio a la luz, pues no todo puede o debe ser alumbrado o
comunicado con distinción. El mensajero versátil y veloz pide calma, porque
darle lugar a la opacidad y al silencio no es una cuestión menor hermética,
tampoco estética) y veamos un grabado de Blake dedicado a Los, su
llamado profeta de la imaginación.

La definición de la Estética que ofrece Baumgarten es un estupendo


ejemplo de claridad “confusa” y es coherente con su pretensión de
presentar el tipo de claridad que constituye al conocimiento estético y que
él denomina claridad “extensa”. Su potencia reveladora como comprensión
está fundada en asociar, agregar, juntar. Mientras más extensa, más fuerte,
más rica, más verdadera. Como teoría, la Estética, da cuenta; como arte
expresa y produce. No es solamente uno, tampoco es solamente el otro.
Pero no solo es confusa, sino también es ambivalente. Puede ser más una
teoría que un arte; puede, a veces, parecer más un arte que una teoría. Yo
prefiero llamarla una sensibilidad reflexiva y no me perturba que sea una
teoría que presente y que sea también un arte que mueva la sensibilidad.
Lo que nos pide la filosofía es responder al asombro de la existencia.
Pensando en este carácter especial, complejo, confuso y ambivalente de la
Estética apelo a Christoph Menke. En Aún no. El significado filosófico de la
Estética5 Menke pregunta por el origen y el significado del régimen estético;
es decir, pregunta por la significación que el surgimiento de la Estética tiene
para la filosofía. Su respuesta es clara: al preguntar por lo estético, la
filosofía se cuestiona a sí misma. ¿Por qué? Porque se descoloca respecto a
la posición que usualmente tiene cuando cuestiona una representación que
se tiene del mundo. Veamos un ejemplo clásico: Ión es un rapsoda y está
feliz por su triunfo en las últimas Panateneas hasta que se encuentra con
Sócrates. Sócrates lo interpela y le pide que dé cuenta del saber
comprendido en su arte. Ión lo hace: canta. Sócrates lo interrumpe y le pide
que se explique mejor. La explicación que le pide es el dar cuenta de la
filosofía (el logon didonai). La toma de control del saber; colocarlo primero.
Pide respuestas a preguntas. Platón saca al rapsoda de su medio (hacer,
ejecutar) y lo fuerza a entrar en el campo de la filosofía que le interesa
desarrollar. Ión acepta (deja de ser un rapsoda para ser un ingenuo aprendiz
de dialéctico). Ión pierde. Pierde al desnaturalizar la poesía. Y es que el
hacer del arte se sustrae al dar cuenta. El dar cuenta viene después, en este
caso. Según Menke, la estética filosófica es la teoría de un hacer semejante.
Es la teoría, pues, de un representar confuso, y es también la teoría de un
pensar “enfático”, “fuerte”, que mueve los sentimientos. Es el medio
reflexivo de regresar con el pensamiento a un hacer de imágenes originario
y se constituye en una forma peculiar de autorreflexión: asociativa,
simbólica, opaca. Por ello, señala, la reflexión estética no puede ser sino
también una praxis: el fondo oscuro del alma al que aviva la reflexión
estética no es un posible objeto del saber, sino que se muestra solo en la

5
Menke, Christoph,
ejecución. Otro ejemplo clásico: en el tratado Sobre lo Sublime, el ignoto
autor del texto señala que el tratado que presenta es mejor que el de su
oponente (Cecilio), porque no va a tratar de lo sublime, simplemente, sino
que va a ser un texto sublime también. Y lo consigue, si es que uno entra en
el juego.

Para Menke, la disciplina estética es un reto para la filosofía porque


mantiene viva la controversia ancestral entre las facultades cognitivas y las
fuerzas del ánimo. Su ambivalencia respecto a la filosofía radica en el
conflictivo entretejimiento que constituye su naturaleza: su disposición a
pensar y también a sentir.

El elefante va a estirar la trompa hacia el agua. ¿Qué nos ofrece esta


dimensión reflexiva desde la sensibilidad? Esta dimensión reflexiva nos
revela, a mi juicio, una forma genuina y primordial de situarse en el mundo.
En el caso nuestro, y tomando prestadas unas palabras de Martin Seel:
situarnos desde nuestra particularidad inconmensurable en nuestro
indomeñable presente. El mundo no como objeto de determinaciones, sino
como escenario de nuestra experiencia, de nuestra forma de habitarlo y
significarlo; también de descolocarnos, extrañarnos. Se trata, en la Estética
que me interesa (y hay otras posibles), de un sentido para el aquí y el ahora
de la propia vida; se trata de la sensibilidad reflexiva que revela la
conciencia libre y plena de lo finito y efímero; su goce, también, placentero
o atemorizante; de cómo nos afecta y cómo lo habitamos desde nuestra
temporalidad finita; nuestra vivaz mortalidad. Decir que somos presente es
un juicio estético. Uno planifica el futuro, interpreta el pasado, procura
predecir y dominar los fenómenos naturales; uno siente reflexivamente y
habita conscientemente su presente.
Esta conciencia hace posible, además, asumir el presente no como una
carencia, sino como una oportunidad; oportunidad que revela de manera
propia el sentido fundamental de la libertad. Nos hace detenernos ante lo
existente al enriquecer las posibilidades de la percepción y comprensión
humana y nos sustrae, así, de la funcionalidad de la existencia, que es el
anzuelo mayor y más agresivo de la publicidad dominante, su curioso y
agresivo narcótico a través de la atosigante estetización de su mensaje.

Lo que me seduce de la reflexión estética es la herencia que se puede


encontrar en ella del mito y de la tragedia; un espacio análogo a la razón
determinante, el espacio de una razón intuitiva y asociativa; frágil en su
reflexión, débil desde la mirada de una epistemología tradicional. Frente a
ella, más fuerte, dura, se yergue la racionalidad de los fines y de los medios,
del dominio, más solitaria y fría. Imagino que cada una puede tener su lugar
bajo el sol. Desde la filosofía clásica, nosotros somos los sensibles. Si me
preguntan, prefiero ser sensible a ser una especie de entomólogo del
pensamiento, pero creo que podemos convivir en tensa pero fructífera
armonía, de la misma manera que conviven bien los cuatro elementos de la
determinación estética de Baumgarten. Todo eso es la Estética, hasta una
cosmética.

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