Вы находитесь на странице: 1из 10

La propiedad como fundamento de los derechos humanos en John Locke

Por. Juan Diego Agudelo Molina

I. Introducción

En la actualidad abundan declaraciones, convenios y tratados internacionales que buscan


proteger los derechos que tienen los seres humanos como individuos de la especie humana, como
participantes de la categoría de humanidad. Estos derechos que se recogen en declaraciones, tratados y
convenios internacionales, es lo que se conoce como derechos humanos y como discurso son, en cierta
medida, ampliamente aceptados como un consenso al que han llegado los miembros de la raza humana.
Esta amplia aceptabilidad del discurso sobre los derechos humanos contrasta con una realidad fáctica
que muestra una amplia vulneración de aquellos derechos que en los documentos se hacen llamar
inviolables. Los derechos humanos, siguiendo a Habermas,

[t]ienen un rostro jánico que está dirigido a la vez a la moral y al derecho. A pesar de su contenido moral
tienen la forma de derechos jurídicos. Como normas morales se refieren a todo aquello que ‘tenga un
rostro humano’, pero como cormas jurídicas sólo protegen a las personas en la medida que pertenecen a
una determinada comunidad jurídica, por lo general a los ciudadanos de un Estado nacional” (Habermas,
2000, p. 153).

Según lo anterior, el contenido moral de los derechos humanos consagra valores universales que son
predicables de cualquier hombre, mientras que el aspecto jurídico presupone la consideración de los
hombres como personas jurídicas. Esta categoría jurídica depende de que un orden jurídico-político
determinado considere a un ser humano como titular de derechos y obligaciones y, por tanto, como
titular de derechos humanos1.

Sin embargo, el hecho de que la personalidad jurídica dependa de un determinado estado no


implica relativizar el discurso. Afirmar que los derechos humanos, como derechos jurídicos, no son
universales toda vez que dependen de la aplicación fáctica de una comunidad jurídica específica es
confundir el discurso normativo con las posibilidades prácticas de su materialización. Ya nos decía
Rousseau en su Contrato social que no se debe fundamentar el derecho por el hecho. (Rousseau, 1762,
Lib. I, cap. 2). No se pueden realizar análisis realistas -como el hecho de que los derechos humanos no

1
Esta categoría de personalidad jurídica, desde una perspectiva filosófica, puede entenderse como “el derecho a tener
derechos” de que hablaba Hannah Arendt, un derecho a ser reconocido como miembro de un estado-nación, susceptible de
ser valorado como persona por el derecho. Véase Arendt, Hannah (1998). La decadencia de la nación-estado y el final de
los derechos del hombre. En: Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Editorial Taurus, S. A., pp. 225-252.
son universales porque su concretización depende de un estado específico- para refutar la universalidad
del discurso normativo. La propuesta normativa está en un plano epistemológico diferente del análisis
realista.

Luego de esta aclaración, podemos decir que el objeto de este trabajo es pensar el concepto de
derechos humanos como discurso teórico-normativo, tomando por referente el pensamiento político del
filósofo inglés John Locke. Específicamente quiero mostrar que los derechos humanos lockeanos
tienen un aspecto problemático, dependiendo del significado que le otorguemos al concepto central de
la obra lockeana, a saber, la propiedad. Para lograr este objetivo en un primer momento muestro cómo
el concepto de propiedad es la base de toda la teoría política lockeana. En un segundo momento
expongo el concepto de propiedad en su aspecto restringido, considerándola como un derecho de
apropiación ilimitado. Luego desarrollo el concepto de propiedad en sentido amplio, asociándolo con
las libertades negativas de los modernos. Después presento cómo la propiedad y los derechos que de
ella se derivan se entienden como derechos humanos, lo que implica reconocer que las dos acepciones
del concepto de propiedad se esgrimen como límites al ejercicio del poder político. Finalmente realizo
una brece conclusión.

I. La propiedad como base de la teoría política lockeana

La teoría política lockeana está fundamentada en dos conceptos, a saber, en los conceptos de
propiedad y libertad. El modelo contractual lockeano describe un estado de naturaleza de perfecta
libertad, en el que cada hombre es juez de su propia causa y, por tanto, dueño de sus acciones. Sin
embargo, está latente la posibilidad de guerra de todos contra todos, ya que al no haber un poder común
que sirva de juez imparcial ante los conflictos, los hombres, en su estado natural, pueden exagerarse en
su castigo, y hacer de éste motivo de venganza. El estado civil, por tanto, se instaura con el fin de dotar
a un tercero imparcial del poder de juzgar imparcialmente, esto con el objetivo de que cada quien
preserve su libertad y, en consecuencia, su derecho natural a la propiedad. Así, “el grande y principal
fin que lleva a los hombres a unirse en Estados y ponerse bajo un gobierno es la preservación de su
propiedad” (sec. 1242). Si la protección de la propiedad es el fin último que lleva a los hombres a
conformar un cuerpo político, la pregunta que surge es ¿qué entiende Locke por propiedad? Para
entender este concepto es necesario diferenciar dos acepciones distintas del término: una que
llamaremos ‘amplia’ y otra que llamaremos ‘restringida’.

2
Voy a citar el número de la sección de la obra de Locke Segundo tratado sobre el gobierno civil, ya que considero que así
prescindimos del problema de concordar las páginas de diversas editoriales. Igualmente, se supone que las citas donde
aparezca el prefijo “sec.” se refieren a la obra de Locke. Para las demás citas sí utilizo el sistema común de citación.
II. Propiedad en sentido restringido3

Locke considera una condición natural de los hombres buscar la autoconservación, la cual se
logra haciendo uso de los frutos que da la naturaleza, ya que es de la naturaleza que el hombre deriva el
sustento que le permite satisfacer sus necesidades: comer, beber, etc. Esta naturaleza es propiedad
común, ya que “Dios […] «ha dado la tierra a los hijos de los hombres», es decir, que se la ha dado a
toda la humanidad para que ésta participe en común de ella” (sec. 25). La tierra, en su estado natural, es
propiedad de la humanidad y de ella se benefician todos los seres humanos en igual proporción.

Si bien la tierra es producto común, “Dios […] también les ha dado [a los hombres] la razón”
(sec. 26) y esa razón les dicta que la forma de satisfacer sus necesidades es apropiarse privadamente de
los frutos de la tierra, ya que una autorización de todos los demás miembros de la humanidad para
hacer uso de un fruto implicaría la no satisfacción de la necesidad en medio de la abundancia. Esta
apropiación requiere una acción del hombre para modificar el estado natural de las cosas, esta
modificación se denomina trabajo. Así, “el trabajo de su cuerpo y la labor producida por sus manos
podemos decir que son suyos” (sec. 27), es decir, el trabajo de un hombre modifica la condición natural
de los frutos y por aprehensión material los convierte en su propiedad. De esta misma manera se
adquiere la propiedad sobre la tierra, el trabajo que un hombre ejerza sobre ella al cultivarla está
modificando su estado natural y, por tanto, la está haciendo suya. Es así como la propiedad, que en
estado natural pertenece comunitariamente a todos, artificialmente se convierte en propiedad privada.

II.I. Limitación de la propiedad privada

El derecho de propiedad privada se presenta de manera confusa a lo largo del capítulo V Sobre
la propiedad. En principio se presenta como un derecho limitado por criterios normativos que implican
el reconocimiento del otro como un ser que también tiene derecho a la apropiación privada, pero la
introducción de ciertas ideas terminan invalidando estas limitaciones y configurando un derecho de
apropiación absoluto, sin más limitaciones que la incapacidad racional para conseguir más.

II.I.I. El criterio de la suficiencia

El derecho de propiedad privada encuentra su primera limitación en la idea de la suficiencia.


Locke nos dice “este trabajo, al ser indudablemente propiedad del trabajador, da como resultado el que
ningún hombre, excepto él, tenga derecho a la cosa en cuestión, al menos cuando queden todavía

3
Sigo en esta reconstrucción el trabajo de Crawford Macpherson en su libro La teoría política del individualismo posesivo.
suficientes bienes comunes para los demás” (sec. 27). El hombre, mediante su trabajo, puede
apropiarse de los frutos y de la tierra, siempre y cuando deje frutos y tierra para los demás.

Esta primera limitación se ve superada por varias ideas que terminan legitimando la apropiación
sin consideración de lo que pueda quedarles a los demás. En primer lugar, Locke parte del supuesto de
que hay cosas sin dueño que aún pueden ser apropiables y de que hay tierra suficiente de la cual pueden
apropiarse los demás. Locke dice:

Así fue en las primeras edades del mundo, cuando los hombres corrían más peligro de perderse si se
alejaban los unos de los otros en el vasto espacio de la tierra deshabitada que de estorbarse mutuamente
por falta de lugar donde afincarse. Y esa misma medida puede seguir permitiéndonos hoy sin perjuicio
de nadie, por muy lleno que nos parezca que esté el mundo. (sec. 36).

Esta ideas contrastan con una realidad fáctica de la época lockeana que muestra cómo la
mayoría de las tierras británicas hacían parte de dominios privados, quizá la abundancia de tierras a la
que se refiere se presenta en la recién descubierta América, la cual sí posee tierras infinitas sin dueño
pero que son casi inalcanzable para los ciudadanos comunes ingleses.

La segunda idea es el concepto de productividad. La tierra no apropiada es menos útil que la


tierra privada cultivada. En palabras de Macpherson: “la mayor productividad de la tierra apropiada
compensa sobradamente la falta de tierra disponible para otros.” (Macpherson, 2005, p. 210). La tierra
común, por sí misma, sólo da los frutos que la naturaleza disponga, sin embargo, el cultivo del hombre
hace que la tierra sea más productiva, incluso en proporción del ciento por uno (sec. 37). Un ejemplo
de esta situación la ve Locke en América, así nos dice: “Allí un rey de un territorio extenso y fructífero
[...] se alimenta, se viste y se aloja peor que un jornalero en Inglaterra” (Macpherson, 2005, p. 210).
Estas dos ideas –la idea de las tierras sin dueño y la de la mayor productividad de la tierra apropiada-,
hacen que la primera limitación de la propiedad sea superada.

II.I.II. El criterio de la inutilización

Locke nos dice: “Todo lo que uno pueda usar para ventaja de su vida antes de que se eche a
perder será aquello de lo que le esté permitido apropiarse mediante su trabajo. Mas todo aquello que
exceda lo utilizable será de otros” (sec. 31). Esta segunda limitación determina que un hombre sólo
puede apropiarse de aquello que él pueda utilizar, es decir, todo aquello que pueda llegar a consumir, el
excedente de lo que pueda consumir y que se destruya con el paso del tiempo no es susceptible de
apropiación. De nuevo esta limitación supone un reconocimiento del otro, en tanto se considera que lo
que no pueda utilizar un determinado hombre le va a servir a los demás.

Esta limitación se inválida completamente con la introducción del dinero. El dinero es un bien
no perecedero que, por consentimiento tácito (sec. 36), se le asignó un valor, valor que permitía
intercambiarlo por cualquier otro bien. Al ser un bien no perecedero, la regla lockeana permite su
acumulación ilimitada, toda vez que no hay un bien que pueda desperdiciarse. El asunto problemático
es que el dinero se convierte en tierra por decisión de quien lo posee al comprarlas, es decir, quien
acumula dinero también acumula tierra, ya que en cualquier momento puede convertir su dinero en
tierra. Además, el producto de la tierra puede ser vendido a cambio de dinero y esto permite que un
hombre se apropie ilimitadamente de tierra, que utilice parte de sus frutos en su propia conservación y
que los frutos excedentes, aun sean perecederos, se intercambien a cambio de dinero, el cual si puede
acumularse, “pues, médiate tácito y voluntario consentimiento, han descubierto el modo en que un
hombre puede poseer más tierra de la que capaz de usar, recibiendo oro y plata a cambio de tierra
sobrante” (sec. 50). Macpherson nos dice sobre este punto:

Pero ahora es posible cambiar cualquier cantidad de producto por algo que jamás se echa a perder; no es
injusto ni necio acumular gran cantidad de tierra para hacerla producir un excedente convertible en
dinero y utilizable como capital. La limitación de la inutilización, impuesta por la ley natural, se ha
vuelto inválida respecto de la acumulación de tierras y de capital. Locke ha justificado la apropiación de
tierras y de dinero específicamente capitalista (Macpherson, 2005, p. 206).

Este argumento de la introducción del dinero, que se presenta a modo de abstracción lógica y
condición histórica hipotética, burla completamente esta segunda limitación, el dinero permite
acumular bienes perecederos hasta que sean vendidos y, así, convertidos en bienes no perecederos, los
cuales nunca se van a echar a perder.

II.I.III. El criterio del trabajo

Una consideración especial merece la noción de trabajo. El trabajo es el argumento que limita la
apropiación ilimitada a lo largo de todo el capítulo V. Sólo es apropiable lo natural que se pueda
transformar con el trabajo. El trabajo no sólo genera propiedad privada, el mismo trabajo es un tipo de
propiedad. El considerar el trabajo mismo como propiedad privada da lugar a que éste pueda ser
enajenado:
Cuanto más enfáticamente se afirma que el trabajo es una propiedad, más se comprende que es alienable.
Pues la propiedad […] no es solamente un derecho a disfrutar o usar: es un derecho a disponer, a
cambiar, a enajenar. Para Locke, el trabajo es tan indiscutiblemente una propiedad suya que puede
venderlo libremente a cambio de un salario (Macpherson, 2005, p. 212).

En el capítulo VII del Segundo tratado, que rata de las sociedades, este argumento es evidente.
Entre un amo y su siervo también hay un tipo de sociedad, que se da por un consenso entre las partes,
“pues un hombre libre se hace siervo de otro vendiéndole, por un cierto tiempo, el servicio que se
compromete a hacer a cambio del salario que va a recibir” (sec. 85). Este argumento también se
desprende del concepto amplio de propiedad que mencionamos al principio. El hombre, al ser
propietario de su vida y de su libertad, puede enajenarla a cambio de un salario, con el fin de garantizar
su subsistencia, cuando no hay tierras sin dueño que le permitan hacerlo por sí mismo. Así, el trabajo
del siervo también hace parte de la propiedad del amo, en tanto éste tiene el trabajo de retribuirle por su
prestación. Locke nos dice: “la hierba que mi caballo a rumiado, y el heno que mi criado ha segado, y
los minerales que yo he extraído de un lugar al que yo tenía un derecho compartido con lo demás, se
convierten en propiedad mía.” (sec. 28). El hecho de que los productos que se deriven de la labor de un
criado sean de su patrón invalida también el criterio normativo del trabajo directo, pues no puede
considerarse un trabajo pagarle a un ciervo por su labor.

II.II. Apropiación ilimitada

Por lo anteriormente expuesto, es claro que Locke justifica un derecho natural a la apropiación
ilimitada. Es curioso que condene la codicia, no de aquellos “hombres industriosos” que trabajan su
tierra, sino de los desposeídos que ambicionan las posesiones de los propietarios. Así nos dice que
“[Dios] ha dado el mundo para que el hombre trabajador y racional lo use; y es el trabajo lo que da
derecho a la propiedad, y no los delirios y la avaricia de los revoltosos y pendencieros” (sec. 34). Estos
revoltosos, pendencieros e irracionales son los avaros y codiciosos, que desean arrebatarle el trabajo al
hombre racional, que por mandato de su razón acumula propiedades.

III. Propiedad en sentido amplio

El concepto de ‘propiedad en sentido amplio’ lo utiliza Locke para designar tanto las
posesiones, como la vida y libertades de una persona. Locke nos dice, “no sin razón está [un hombre]
deseoso de unirse en sociedad con otros que ya están unidos o que tienen intención de estarlo con el fin
de preservar sus vidas, sus libertades y sus posesiones, es decir, todo eso a lo que doy el nombre
genérico de ‘propiedad’” (sec. 123). Este sentido amplio de propiedad se deduce del dominio que
ejerce una persona sobre sí mismo, sobre su cuerpo. Una persona, en tanto dueña de su propio cuerpo,
es dueña de sus pensamientos y, asimismo, es dueña de sus acciones, por tanto es libre de expresar esos
pensamientos o de realizar dichas acciones, ya que está haciendo uso del derecho de propiedad que por
naturaleza tiene sobre sí mismo. El ejercicio de esta libertad, producto del derecho de propiedad, sólo
tiene por límite el derecho de propiedad del otro, y es función del Estado civil intervenir cuando el
derecho de propiedad de un hombre entre en conflicto con el de otro.

III.I. La propiedad en sentido amplio como libertad negativa

El término libertad civil puede entenderse de dos maneras diferentes. El primer sentido se
conoce como libertad positiva, y se asocia a las libertades de los antiguos. El segundo sentido se
concibe como libertad negativa, y se inscribe en la tradición moderna. Distinguiendo ambos conceptos,
Isaiah Berlin dice:

El primero de estos sentidos que tienen en política las palabras freedom o liberty (libertad) —que
emplearé con el mismo significado— y que, siguiendo muchos precedentes, llamaré su sentido
«negativo», es el que está implicado en la respuesta que contesta a la pregunta «cuál es el ámbito en que
al sujeto —una persona o un grupo de personas— se le deja o se le debe dejar hacer o ser lo que es capaz
de hacer o ser, sin que en ello interfieran otras personas». El segundo sentido, que llamaré «positivo», es
el que está implicado en la respuesta que contesta a la pregunta de «qué o quién es la causa de control o
interferencia que puede determinar que alguien haga o sea una cosa u otra». (Berlin, 1958, pág. 3).

Las libertades positivas, según la anterior distinción, implican la acción del individuo en la esfera
pública, y por lo tanto, suponen una serie de mecanismos de participación política que posibiliten al
individuo influir directamente en la toma de decisiones de carácter público. Estas libertades se asocian
a las libertades propias de los antiguos en la medida que la democracia directa que se dio en la antigua
Grecia es la mejor forma de representar la manera en que los individuos participan en las decisiones
públicas.

Las libertades negativas, por el contrario, se entienden como un margen de acción privada del
individuo sin interferencia externa, lo que supone una protección a la intervención del Estado o de otros
individuos en la esfera privada de un individuo. El individuo se entiende como un sujeto que persigue
sus propias concepciones del bien y, en esa medida, su acción privada debe dirigirse a la consecución
de ese bien, sin la interferencia de agentes externos. La interferencia sólo se justifica en la medida que
la acción del individuo interfiera con la acción de otro individuo, así, en su ensayo Sobre la libertad,
Stuart Mill nos dice: “el único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o
colectivamente, se entremeta en la libertad de uno cualquiera de sus miembros, es la propia protección”
(Mill, 2009, p.68). Sólo es posible limitar la acción de un individuo si ésta puede perjudicar la esfera
privada de los demás. Esta libertad se asocia a las libertades modernas en la medida que es en la
modernidad donde se empieza a reclamar la individualidad, con el surgimiento del liberalismo político.

La libertad, entendida como libertad negativa, es lo que está defendiendo Locke con su idea del
derecho natural a la propiedad. El individuo, que es dueño de su cuerpo, de sus actos y de sus
posesiones materiales, al actuar, está ejerciendo actos de propietario, y este ejercicio de su derecho de
propiedad sólo puede ser limitando si interfiere con el derecho de propiedad de otro. La libertad, para
los modernos, “es el derecho de no estar sometido sino a leyes, de no poder ser arrestado, detenido o
muerto, ni maltratado de ninguna manera por el efecto de la voluntad arbitraria de uno o varios
individuos” (Constant, 1819, pág.1), es decir, es el derecho de ejercer actos de propietario sin coacción,
sin interferencia externa.

IV. La propiedad como derecho humano en la obra lockeana

Los derechos humanos se entienden, en el sentido dado por los modernos, como derechos
naturales, por tanto, prepolíticos, que en el Estado civil marcan un límite al ejercicio del poder político.
En la tradición contractualista, que podemos considerar el origen de la teoría política moderna, los
derechos humanos se expresan como condición necesaria para el pacto civil, es decir, se erigen como el
contenido del contrato, pues los hombres salen de su condición prepolítica con el objetivo de preservar
esos derechos naturales a través de leyes civiles4. En el autor objeto de reflexión, podemos definir el
contenido del contrato como la renuncia de cada quien a ser juez de su propia causa y la instauración de
un poder imparcial (secs. 95-98), con el objetivo de preservar la propiedad en sentido amplio (sec.
124). Es decir, esta propiedad, entendida como vida, libertad y posesiones, es lo que se considera el fin
último del pacto social, esto es, el fundamento último de la asociación política. Es en este sentido que
los derechos humanos en Locke se entienden como aquella facultad que tiene el individuo naturalmente
de ejercer actos de propietario, tanto sobre bienes materiales, como sobre sus acciones y pensamientos.

La idea de derechos humanos funciona en el estado civil lockeano como el fundamento que
legitima el poder político, es decir, un gobierno se justifica en la medida que se encarga de proteger el
derecho de propiedad de los miembros del cuerpo político. Así, la protección de la vida, la defensa de

4
Hablo de los autores contractualistas con exclusión de Hobbes, ya que en su formulación del contrato la situación
cambia. Desde diversas lecturas de su obra se puede deducir que él no impone límites al ejercicio del poder político y que
más que proponer criterios de legitimidad del poder se ocupa por su eficacia.
las libertades negativas –libertad de culto, de credo, de locomoción, de pensamiento, de prensa, de
expresión, etc.– y la protección de los bienes materiales constituyen los derechos humanos lockeanos,
todos derivados del concepto amplio de propiedad.

V. Conclusión

El concepto de propiedad en sentido amplio es el fundamento del discurso sobre los derechos
humanos. Sin embargo, en el concepto amplio de propiedad lockeano también se contempla el derecho
de propiedad privada sobre bienes materiales que, siguiendo la lógica del ensayo, también debe ser
considerado como derecho humano. Bajo la propuesta de Locke de una limitación inicial a la propiedad
privada y luego una justificación de la apropiación ilimitada se expone una base moral que legitima la
diferencia de clases y la enajenación del trabajo para la subsistencia. Todas estas ideas se exponen
como derecho natural que se presenta en un estado de naturaleza hipotético y, por tanto, se consideran
límites al ejercicio del poder político al momento de constituirse el estado civil. Esto significa que el
estado no puede impedir la diferencia de clases que se presenta de manera natural, configurando así una
sociedad civil dividida entre propietarios racionales y desposeídos irracionales, clases que Marx
denominará burguesía y proletariado y que terminarán desarrollándose fácticamente en el sistema
capitalista en la época de la revolución industrial británica.

El anterior es el aspecto problemático de la teoría lockeana, pero pese a este problema, la teoría
lockeana debe ser considerada como una defensa del individuo y como las bases del liberalismo
político. Considerar la propiedad como vida, libertad y posesiones es reclamar esa soberanía de la que
hablaba Mill al decir “en la parte que concierne a él, su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre
sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano” (Mill, 2009, p.68). Locke, al
proponer la propiedad como derecho humano reivindica la soberanía que el individuo ha perdido sobre
sí mismo a manos de las monarquías absolutas y éste es un gran logro que las tradiciones liberales
siempre le reconocerán al autor inglés.
Bibliografía citada

- Berlin, Isaiah (1958), Dos conceptos de libertad. Versión electrónica.


- Constant, Benjamín (1819), La libertad de los antiguos comparada con la de los modernos.
Versión electrónica.
- Locke, John (2000), Segundo tratado sobre el gobierno civil. Madrid: Alianza Editorial,
S.A.
- McPherson, Crawford B. (2005), La teoría política del individualismo posesivo: de Hobbes
a Locke. Madrid: Editorial Trotta, S.A.
- Mill, Stuart (2009), Sobre la libertad. Madrid: Alianza Editorial, S.A.
- Rousseau, Jean-Jacques (1762), El contrato social. Madrid: Editorial Tecnos, S.A. (1988).
- Habermas, Jürgen (2000). Acerca de la legitimación basada en la idea de los derechos
humanos. En: La constelación posnacional, Barcelona: Editorial Paidós, S. A., pp. 147-166.

Вам также может понравиться