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Introducción
El estado civil es definido por Hobbes como una persona artificial creada por el
hombre mediante el arte, imitando el arte divino, es decir, imitando la naturaleza por la cual
ha sido creado el hombre natural. En la consideración metódica del Estado, entendido como
persona artificial, el método analítico lleva a Hobbes a preguntarse por las partes del
mismo, es decir, por la materia constitutiva del Estado, por esto El Leviatán empieza con
una epistemología del individuo. Por su parte, el método sintético lo conduce a investigar la
relación entre los individuos entre sí y el modo por el cual buscan unirse al todo, esta es la
razón por la que Hobbes, después de la pregunta por el individuo, analiza las relaciones de
éste en su estado natural y las condiciones que lo llevan a formar parte de ese todo,
constituyendo el estado artificial.
Un cuerpo político, al igual que una persona natural, requiere de los elementos
necesarios para su conservación, pues éste es el sumo bien al que aspiran todos los
hombres. El individuo se conserva integro por medio de la salud física, la salud del Estado
es de otra naturaleza. En efecto, la salud del Leviatán no es otra que la estabilidad estatal, y
ésta se logra por medio de la obediencia de los súbditos al poder soberano. Pero la
obediencia a un soberano, aunque provenga de un pacto, solo perdura por medio de la
regulación de las conductas de los hombres, que por sus pasiones buscan por cualquier
medio satisfacer sus deseos. La mejor forma de regular la conducta humana es por medio
de la imposición de leyes civiles, que determinan, mediante órdenes o prohibiciones, lo que
es bueno y lo que es malo, lo que se puede o no se puede hacer e incluso lo que se puede
pensar y expresar. Las leyes son al Estado lo que la medicina es al hombre. Ambas
garantizan la conservación de la vida.
El hombre tiende a conservar su vida, este es el principal fin que debe perseguir, sin
embargo, por naturaleza esta vida se debilita, la enfermedad le es inherente y ésta, si bien se
puede intentar prevenir, sólo es una intención. El movimiento necesariamente conlleva a la
extinción de la misma, y el sumo bien, el que siempre fue perseguido por el hombre, cesará.
En la consideración del hombre artificial es necesario establecer las mismas condiciones, al
Estado le es inherente la enfermedad, y esta no es otra que todas aquellas situaciones que
cuestionen la autoridad del soberano y, por lo tanto, que conlleven a la inestabilidad estatal.
Para terminar con el desarrollo de la analogía entre hombre natural y artificial, vale
decir que el fin del hombre natural es realizar todos los actos que garanticen tanto su vida
como su bienestar. En el caso del Estado, el fin del soberano, que es el representante del
mismo, es garantizar la conservación estatal y la maximización del bienestar de los
súbditos. Ambos se logran por la instrucción y la regulación legislativa. Lo primero
garantizando la estabilidad, lo segundo procurando el bien del pueblo, que no es otro que la
seguridad individual.
La principal medicina para la salud estatal es lo que se denomina ley civil, la cual
los hombres están obligados a cumplir por pertenecer a un Estado, es decir, por ser partes
pactantes de un contrato, en el cual autorizaron que un poder superior los rija. Por lo tanto,
la ley no es un consejo, es un orden, un precepto que hay que cumplir por ser un mandato
del poder soberano.
Aquellas reglas que el Estado le ha ordenado de palabra o por escrito o con otros signos
suficientes de la voluntad, para que las utilice en distinguir lo justo de lo injusto, es decir,
para establecer lo que es contrario y lo que no es contrario a la ley.
Sólo el Estado puede hacer leyes, este hombre artificial es el único con autoridad
legítima para legislar. Pero como el Estado actúa por medio de su representante, es el
soberano el legislador. Sus mandatos son ley, es él quien determina qué se debe ordenar o
prohibir para garantizar tanto la seguridad individual como la estatal. El soberano no está
sujeto a las leyes, él es libre de pleno derecho, pues no puede restringirse la libertad a sí
mismo. También sobre él recae la potestad de abrogar leyes por medio de nuevos mandatos,
incluso puede revocarlas creando otras nuevas o dejarlas sin validez jurídica.
La ley puede ir contra la razón privada, e incluso la de los jueces, pero nunca contra
la razón soberana. Por tanto, la jurisprudencia carece de validez jurídica si va en contra de
la intención del soberano, pues él es el legislador.
Los que no tienen medio para conocer la ley, como los imbéciles, niños, locos, etc.,
no son objeto de acciones jurídicas, pues la ley civil sólo tiene efecto para aquellos que
tienen medios suficientes para conocerla. Por tal motivo, toda ley debe darse a conocer,
excepto la ley natural. Es obligación del soberano promulgar y publicar las leyes, así
mismo, es obligación de los súbditos hacer todo lo necesario para informarse sobre las
leyes escritas que los rigen, pues si son conscientes de que están siendo protegidos por un
poder superior, también deberán ser responsables del conocimiento de los mandatos de este
poder. Pero “tampoco basta que la ley sea escrita y publicada, sino que han de existir,
también, signos manifiestos de que procede de la voluntad del soberano”, así, un súbdito
deberá dudar de toda ley hasta que conozca que su procedencia es legítima.
La jurisprudencia no es fuente del Derecho, pues “la sentencia del juez [sólo] es ley
para la parte que litiga”, mas no para cualquier juez que le suceda en su cargo. Ningún juez
está obligado a fallar con base en un caso análogo anterior, pues él, por autorización, es
libre de tomar la decisión que considere más acertada. Sólo hay un sentido de la ley, el
sentido que se exprese en una sentencia, sin embargo son muchos los sentidos de la letra, la
cual por sí misma produce ambigüedades.
Un juez siempre actúa en representación del soberano, y por tanto requiere de unas
aptitudes que lo hacen merecedor del cargo. Así, un juez debe brindar una correcta
interpretación de la principal ley de la naturaleza, la equidad, lo que implica que sus fallos
tengan por fin impartir justicia por igual, esto es, con imparcialidad. Esta idea también
supone que el juez no sea amante de las riquezas, las cuales pueden llevar a un juicio
motivado por la ambición. También es necesario que un juez no actué impulsado por sus
pasiones humanas, en un juicio debe dominar su racionalidad sobre el temor, el amor, el
odio, la compasión, etc. Igualmente deberá tener paciencia “para oír, atención al escuchar y
memoria para retener, asimilar y aplicar lo que se ha oído” de modo correcto.
Finalmente, Hobbes dice que los conceptos de Derecho y Ley han sido
frecuentemente confundidos. Para diferenciarlos nos aclara que Derecho es libertad, la
libertad que deja la ley, esa posibilidad de movimiento que deja la legalidad. Por el
contrario, ley civil es obligación, es restricción de libertad natural, es obstáculo para el
movimiento natural del hombre.
Capítulo XXVII
Hobbes empieza este capítulo con una distinción entre delito y pecado, pues luego
de definir el concepto de ley civil se hace necesario la definición de su contrario, esto es, de
la transgresión. El delito consiste en la “comisión (por acto o por palabra) de lo que la ley
prohíbe, o en la omisión de lo que ordena” y el pecado en la “comisión de lo que la ley
prohíbe, omisión de lo que la ley ordena o intención o propósito de transgredir”. Todo
delito es pecado, mas no todo pecado es delito. La diferencia fundamental entre ambos
radica en la figura de la imputación, es decir, de la acusación legítima. En el caso del delito,
cualquier hombre puede acusar a otro de la transgresión de una ley, mientras que el pecado
genera responsabilidad únicamente con Dios.
Si bien sólo con respecto a los niños, a los locos y a los imbéciles la ley no tiene
efectos, hay otro tipo de ignorancia que recae sobre las personas conscientes, que puede
eximir o atenuar la responsabilidad jurídica frente a determinado hecho. La ignorancia
puede ser de 3 clases:
Si la ley civil se crea como garantía de seguridad y reporta un beneficio para los
miembros del Estado, ¿por qué los hombres tienden a violarlas? La respuesta es que por
defecto en el razonar, es decir, por error, los hombres siguen falsos principios o deducen
falsas consecuencias que los llevan a transgredir las normas, estos errores pueden darse de
3 maneras:
Además hay causas por las cuales se comete un delito que no provienen de un error
en el razonamiento, sino que provienen de satisfacción de deseos como la vanagloria, el
odio, la concupiscencia, la codicia, o el miedo en algunos casos. También la falta de temor
al castigo por la creencia de la absolución de los cargos es causa de delitos, como la idea de
que la riqueza puede eximir su responsabilidad, o la convicción de que muchos amigos o
amigos poderosos son la excusa y defensa de su acción.
Luego de estas consideraciones, es deducible afirmar que como las causas de los
delitos no son iguales, las consecuencias, esto es, los delitos, tampoco lo serán. Todos los
delitos son injusticia, pero no todos son de la misma clase. Por tanto, según el delito, la
sanción será severa, tendrá atenuantes o se eximirá completamente.
Así, es necesario medir los delitos “primero por la causa, o fuente, segundo por el contagio
o ejemplo, tercero por el daño del efecto y cuarto, por la concurrencia de tiempos, lugares y
personas”.
Capítulo XXVIII
Una ley civil, sin una pena que garantice su cumplimiento, no es sino un conjunto
de palabras vacías o un consejo que se respeta por voluntad propia. Una pena es definida
por Hobbes como:
Un daño infligido por una autoridad pública sobre alguien que ha hecho u omitido lo que se
juzga por la misma autoridad como una transgresión de la ley, con el fin de que la voluntad
de los hombres pueda quedar, de este modo, mejor dispuesta para la obediencia.
Podría preguntarse ¿por qué los hombres autorizan la posibilidad de que otro los castigue si
esto va en contra del sumo bien? Nadie ha pactado expresamente el derecho a disponer de
su vida o de su integridad personal, sin embargo, la autorización que le dan al soberano
para que los proteja supone la necesidad de que él puede hacer cualquier cosa que garantice
la seguridad, incluso atentar contra la integridad personal de un hombre con el fin de
proteger la de otros hombres. El pacto restringe la libertad natural, y cada hombre, como
miembro pactante, debe respetar este pacto. El castigo no es una imposición del soberano,
es una autoimposición, en la medida en que esa función fue autorizada.
1. La pena sólo puede provenir de una autoridad pública, por tanto, las injurias y
venganzas privadas no son penas; tampoco son penas los daños que provengan del
poder usurpado o por jueces sin autoridad del soberano. Es al soberano al que se le
autorizó el ejercicio de la fuerza como medio necesario para la consecución del fin
supremo, la seguridad; no a otro hombre.
2. Es necesario que el castigo vaya precedido de un juicio en el cual se haya
condenado la acción, pues sólo el ejercicio racional del soberano o de un delegado
suyo puede juzgar la intención de la ley transgredida y valorar la causa y
consecuencia de la acción.
3. El daño que produce la pena es necesario para el respeto y cumplimiento de la ley, y
tiene por fin la obediencia de los súbditos a la autoridad suprema. El propósito de la
sanción no es tanto el temor, sino la concientización del respeto a la norma.
4. Un castigo menor al beneficio que se obtiene con la transgresión de la ley no
constituye una pena, a lo sumo es una reprimenda o incluso se puede catalogar
como un estímulo.
5. Los daños naturales no obtienen la denominación de pena, sólo el poder soberano
sanciona los delitos, los daños naturales pueden ser consecuencia de un pecado, y la
autoridad soberana puede ser Dios, el cual está impartiendo equidad.
6. Un castigo mayor al contenido por la ley no es pena, tampoco un daño por un acto
que no sea objeto de alguna ley que lo prohíba puede ser considerado como pena,
ambos son acto hostiles.
7. Ningún castigo contra el soberano puede ser considerado como pena, obviamente no
puede ser juez y juzgado al mismo tiempo. Él legisla, establece el sentido de la ley y
juzga, por tanto no es sujeto de imputación jurídica. Además él no puede establecer
una pena en contra de sí mismo, esto va en contra de la ley natural de la razón.
8. El daño a los enemigos tampoco es pena, porque ellos nunca han estado sujetos a las
leyes civiles, y si alguna vez estuvieron sujetos a ellas, son ellos los que no quieren
seguir sujetos, por tanto rompen el pacto y cualquier acción realizada contra ellos es
en beneficio de los súbditos, no de ellos.
Todas estas son penas humanas, a las cuales da lugar la transgresión de leyes civiles,
instituidas por el soberano. La pena puede ser:
Como hay penas, también hay recompensas, los cuales son beneficios para el que
cumpla los mandatos soberanos de manera desinteresada. A los beneficios por contrato se
les denomina salario y a los beneficios por liberalidad, esto es, por donación, se los
denomina gracia de quién lo otorga.
Capítulo XXIX
La naturaleza, arte divino por el cual Dios crea todo, puede generar cosas
inmortales, pero el arte humano, ese que intenta imitar lo divino, no logra la perfección de
la inmortalidad, pues su obra es perecedera. Sin embargo, el hombre crea el cuerpo político
con el propósito de que dure tanto como el género humano, aunque ello sea una tarea
imposible de alcanzar. Uno de los problemas que enfrenta el Estado, que tiende a debilitarlo
o destruirlo, quizá el peor de todos, es la guerra, tanto externa como interna. La guerra
externa no depende del arbitrio de los arquitectos que dieron lugar al estado, y el único
modo de afrontarla es por medio de la batalla. Pero la guerra interna si se puede prevenir,
construyendo un estado sólido que conserve integralmente la estructura del cuerpo político.
1. El soberano no detenta suficiente poder, situación que implica que implica que no
dispone de los medios suficientes para garantizar la seguridad de todos los súbditos.
Esta situación de inseguridad en los súbditos conlleva a una condición de rebeldía,
pues si el soberano no les protege a cabalidad sus vidas, está violando los términos
del pacto, y, por tanto, ya no le deben obediencia.
3. Los súbditos acostumbran leer textos griegos y romanos que los llevan a la rebelión
en el sistema de gobierno monárquico, pues Hobbes considera que tienden a ser de
carácter democrático, ya que llaman al rey tirano y consideran legítimo el
tiranicidio. Estas situaciones conllevan la inestabilidad del estado monárquico.
También hay otro tipo de enfermedades estatales, estas de carácter más leve, como:
El representante soberano debe procurar cumplir los términos del pacto por el cual
fue instituido como representante de todos, eso garantiza la obediencia de sus súbditos. El
objeto del contrato pactado es la seguridad de todos los asociados, es por esto que la misión
del soberano será garantizar por cualquier medio posible la seguridad del pueblo, a ello está
obligado por ley natural. Esta seguridad no se agota en la protección de la vida, sino
también en la defensa de todo aquello que el hombre pueda conseguir de manera legal.
La mejor forma como el gobernante puede garantizar la seguridad del pueblo, y por
ende, la seguridad estatal, es la instrucción de los súbditos y la creación de buenas leyes,
ambos formas unidas logran fomentar una verdadera obediencia, ya que la ley civil, por sí
misma, no es garantía de obediencia, es necesario fundamentar la ley civil en una ley
natural que la justifique.
La educación de los súbditos se hace por medio de las universidades, lo que implica
que el soberano posee el poder absoluto de lo que es enseñado en ellas, él dispone lo que se
debe enseñar y la forma de hacerlo. En este sentido, el fin de las universidades será educar
a los alumnos en el respeto a la ley, no por miedo al castigo, sino por obligación natural y
moral.
Con respecto a la legislación de buenas leyes, se entiende que una ley es buena
cuando es necesaria y, por lo tanto, evidente para el bien del pueblo. El atributo de
necesidad radica en que represente un beneficio para el soberano, ya que el bien del
soberano y el del pueblo nunca discrepan. Por su parte, el atributo de evidencia implica que
el propósito por el cual se legisla sea claro, esto es, que la razón por la que se promulgó la
ley sea suficientemente conocida.
Hobbes va a terminar este capítulo XXX ofreciendo una perspectiva sobre lo que
denomina ley de las naciones, aquella ley universal que regula las relaciones entre
soberanos. La idea de que un soberano esté sujeto a las leyes civiles es risible y absurda
desde varios aspectos ya expuestos, por tanto, las relaciones entre los Estados sólo será
regulada por una ley natural, la cual en cada Estado será que el soberano proteja la
seguridad de su pueblo.