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COMPRENSIÓN LECTORA

El filósofo Michel Serres apuntaba que todos los seres vivos operan como «sistemas abiertos»
que absorben energía de su entorno y la transforman. La afirmación de este pensador francés
es de puro sentido común, pero en la sociedad posindustrial hay otro factor que acelera el cambio
y contribuye a modelar la conciencia de los hombres: la tecnología.
Ya Heidegger alertaba hace casi un siglo de que la tecnología no es sólo una forma de
relacionarse con el mundo sino que, sobre todo, es una forma de ver el mundo. Hoy resulta obvio
que la red se ha convertido en un gigantesco espacio que determina la percepción de las cosas.
La realidad universal e invasiva de internet no sólo amenaza nuestra individualidad sino que
niega cualquier posibilidad de exterioridad porque todos estamos dentro de ese universo virtual
de ordenadores, teléfonos móviles y aplicaciones que forman parte de nuestro trabajo y nuestra
vida cotidiana.
Pero internet posee además otra cualidad que la diferencia de cualquier objeto artificial o
manufacturado: se expande sin control hasta el infinito, crece y se retroalimenta sin límite alguno,
se desarrolla de forma totalmente autónoma y nos convierte en súbditos de esa república digital
y universal.
La existencia de la red ha abolido la diferenciación tradicional entre el sujeto y el objeto puesto
que en el juego de máscaras de la navegación electrónica todos los papeles son intercambiables.
No sólo eso, hemos llegado al punto de que resulta imposible distinguir quién está detrás de la
comunicación: si es una máquina o es un hombre. La inteligencia artificial ha abierto la posibilidad
de la existencia de seres virtuales que podrían simular cualquier conducta humana tras codificar
todas nuestras pautas de comportamiento.
Desde el Neolítico, los objetos fabricados por el homo sapiens han estado sujetos al deterioro
físico y, por tanto, a su inevitable sustitución. Pero eso no sucede con la red, que se expande y
evoluciona hasta el infinito hasta llegar a todos los rincones y penetrar todas las conciencias.
Pero el mayor peligro de internet es que ya está sustituyendo a nuestras funciones cerebrales
en la medida en que no sólo acumula conocimiento sino que nos induce además a pensar y
comportarnos con determinadas pautas. Los nuevos amos del Universo nos sugieren al oído que
abandonemos ese inútil hábito de la memoria porque todo se halla a nuestra disposición
mediante un solo click.
Si Adán y Eva, inducidos por la serpiente, cayeron en la tentación de morder la manzana, las
redes nos ofrecen también ser como dioses, superando las barreras del tiempo y el espacio y
poniéndonos al alcance la inmortalidad digital.
Acaso el acto de máxima rebeldía será hoy reafirmarnos en la dolorosa contingencia de nuestro
propio yo y optar por desconectarnos de esta galaxia de bytes y pixeles que envuelven el mundo
como una segunda piel. Sólo en la vuelta al tacto de las cosas está nuestra salvación.

Recuperado de https://www.abc.es/opinion/abci-amos-universo-201901180022_noticia.html

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