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Bibliografía:
- National Geographic: (Revista) “Historia: La Europa Medieval, el mundo del
año mil” (2016) -utilizado-
- Rosamond McKitterick: “La Alta Edad Media” (2002) -utilizado-
- Jacques Le Goff: “La civilización del Occidente Medieval” (1999) -utilizado-
- Perry Anderson: “Transiciones de la antigüedad al feudalismo” (1997) -
utilizado-
- Giuseppe Sergi: “La idea de Edad Media” (2001) -utilizado-
- J. A. García de Cortázar y J. A. Sesma Muñoz: “Manual de Historia Medieval”
(2014) -utilizado-
- Emilio Mitre: “Historia de la Edad Media en Occidente” (1995) España,
Madrid: Ediciones CÁTEDRA S.A.
Mapa extraído de: Duby, Georges. (2007) “Altas Histórico Mundial”. (Página 86) Barcelona, España: LARROUSE
Escogimos este mapa porque allí se puede distinguir minuciosamente los diversos
territorios incorporados al imperio carolingio distinguiéndose las conquistas previas y
las pertenecientes a la época de Carlomagno propiamente dicha así como sus
zonas de influencia, su extensión, la organización territorial, los estados pontificios y
los pueblos circundantes y sus movimientos sobre el Imperio, así como los
movimientos de éste.
Introducción:
“El Imperio Carolingio debe su nombre a Carlomagno, que apostó por un modelo
territorial que uniera Austrasia y Neustria con el Rin como eje, y en cuya
organización política y administrativa tuvieron un importante papel las marcas.
Como emperador Carlomagno aspiraba a integrar Europa en una única entidad
política…” (National Geographic : 2016 , pág. 83)
“En Europa occidental, el período comprendido entre el siglo VII y principios del XI
está dominado por la expansión franca en Europa dirigida por la familia carolingia y
sus sucesores. Los hombres dirigentes de la familia carolingia habían triunfado al
monopolizar la posición superior de mayordomo de palacio en Austrasia (la región
este del reino merovingio en el bajo Rin, el Mosela y las regiones del Mosa) hacia
finales del siglo VII.
Una serie de matrimonios acertados acrecentó su riqueza personal y gradualmente
extendieron su poder e influencia sobre Neustria, esto es, la zona entre el Sena y el
Loira y Borgoña (los valles de los ríos Ródano alto y Saône y la actual Suiza
occidental).
Las constantes sucesiones de conquistas francas dirigidas por los gobernadores
carolingios Carlos Martel, Pipino III y Carlomagno en el curso del siglo VIII, durante
el cual Alemania, Frisia, Aquitania, el reino lombardo del norte de Italia, Septimania,
Baviera, Sajonia y Bretaña fueron añadidas al corazón de la Galia, crearon un
inmenso Imperio.” (R. McKitterick : 2002 , pág. 28)
Vinculaciones con los francos: Los francos eran los habitantes naturales y
esenciales de la entidad política de la que Carlomagno obtuvo su sustento para la
creación de su imperio. Antes de su coronación imperial, y antes incluso de su
ascensión al trono franco, la situación política del reino franco era más bien una
exhibición de aspectos y sensaciones mezcladas; los reyes holgazanes (llamados
así por Eginardo, un biógrafo de Carlomagno con el objetivo de legitimar su dinastía)
reinaban como tales, es decir, eran reyes, pero no ostentaban el ejercicio del poder
en la práctica, por más que tuvieran sangre real, sin embargo, sus agentes más
cercanos; los mayordomos de palacio, tenían la influencia y el alcance necesario en
la corte real como para hacerse con el poder político efectivo dentro del reino tal y
como lo hicieron, lo que llevó a que Dagoberto I le quitara el cargo a Pipino de
Landen, que por cierto recuperó con el monarca Sigeberto III. Estos mayordomos
tenían singular riqueza y diversas posesiones entre los ríos Mosa, Mosela y Rin en
Austrasia, y sintieron que sus prácticas taumatúrgicas a la hora de probar su
santidad y su ascendencia, no eran suficientes para legitimar su realpolitk que
buscaba desplazar a los reyes holgazanes con el pretexto de su afección pagana.
Las victorias de Carlos Martel sirvieron de acicate para este propósito y
envalentonaron a Pipino el Breve para dirigir una embajada a Roma integrada por el
obispo de Wurzburgo y el abad de Saint-Denis, que plantearon al papa Esteban II si
Pipino debía ser rey cuando se daba la existencia de un rey paralelo que no ejercía
el poder real, a lo que el papa respondió que “rex venit a regendo”; a rey se llega
reinando, lo que confirmaba el apoyo del papado para la coronación de Pipino como
rey de los francos en el 754, declarando a él y a sus hijos reyes de los francos,
patricios romanos y también les prohibió bajo pena de excomunión declarar rey a
cualquiera que no perteneciera a su linaje, y bajo esta sanción, se consolidaba el
reino de Pipino III, pero aún faltaba un paso; el papa solicitó su asistencia ante la
presencia lombarda en la península itálica donde éstos habían tomado Rávena, tras
deponer a Childerico III, último rey merovingio, en el 751, Pipino se dirigió hacia las
clusae y derrotó a Astolfo, rey longobardo, en lo que se interpretó como una victoria
fingida en el año 755, pues tras ello Pipino tuvo que volver a atacar a los
longobardos que estaban asediando Roma y con el asedio franco de Pavía en el
año 757 lograron derrotar definitivamente a Astolfo y de este modo Pipino, para
sellar de forma segura su alianza con el papado, realizó una donación de estos
territorios de Rávena y Roma a la administración papal, creando así a los estados
pontificios que dividían a la mitad el territorio de la península itálica. Esto fue posible
no sólo gracias a la asistencia otorgada por Pipino al papado ante el asedio
longobardo como intercambio por su coronación como rey de los francos, sino que
también se debía a que el éxito arrasador e irresistible cosechado por Pipino en sus
campañas había dejado a la cristiandad con la imagen de que Pipino era un
individuo destinado por Dios para poner orden en el desorden, para dar lustre a los
siglos. La palabra empleada por los escribanos de palacio para describir esta misión
fue correctio, pues se trataba de una corrección del curso de la historia. Por tal
motivo, no le fue de importancia el tomar por bueno un documento falso: la
Donación de Constantino, donde éste, había jurado en una declaración de singular
impresión lo siguiente: “Nosotros juzgamos oportuno transferir nuestro imperio (...)
puesto que allí donde la jefatura sacerdotal y la capital de la religión cristiana han
sido establecidas por el Emperador de los Cielos, no es justo que el Emperador
terrestre ejerza su poder. Concedemos y entregamos (al papa) la ciudad de Roma,
las regiones de Italia y Occidente para que estén gobernadas por él y sus sucesores
y sean sometidas a su tutela.” El hecho político relevante fue que a partir de
entonces las autoridades papales se dirigieron siempre a los carolingios cuando se
vieran comprometidos los intereses de Roma, dejando de lado al emperador
bizantino.
Pipino también protagonizó un gesto que de cierto modo sentó una tradición y dotó
de magnificación real a la dignidad papal; al arribar el papa a la ceremonia de
coronación de Pipino, éste al verlo, descabalgó e hizo las veces de palafrenero
guiando al caballo del papa, sin embargo, esto hizo a Pipino receptor de una
importante condecoración al ayudar a la Iglesia católica a recuperarse en un
momento de singular dificultad.
Como rey de los francos, Carlomagno ejerció una política expansionista cuando, en
771, tres años después del fallecimiento de Pipino III el breve, su hermano,
Carlomán, murió de una enfermedad, dejándolo como el único rey de los francos, y
en su notoria ambición deseaba expandir su domnio.
(National Geographic: (Revista) “Historia: La Europa Medieval, el mundo del año
mil”) (2016)
“La protección del papado, además, se convirtió en un cometido cada vez más
urgente. [...] Este era un papel que aumentaba tanto el prestigio del rey, al menos a
los ojos de su familia, como su legitimidad.” (Ídem)
“Tal historia (la de la Cristiandad latina) estuvo presidida por los esfuerzos de
Carlomagno y sus sucesores en los ámbitos de la cultura (renacimiento carolingio) y
de la Iglesia (fortalecimiento doctrinal; reforma del clero, tanto secular como regular;
regulación de la práctica religiosa; cristianización del mundo rural) tendentes a
modelar, con un alto grado de pragmatismo, una sociedad cristiana.” (J. A. García
de Cortázar : 2012 , pág. 180)
“La alianza entre Carlomagno y el papado se fortaleció en los últimos años del siglo
VIII gracias a la personalidad del nuevo pontífice, León III. Ambos se buscaron para
convertir en ley lo que era una realidad desde hacía una década: convertir a
Carlomagno en el gobernante supremo del Occidente cristiano. El Imperio romano
de Occidente era una sindicatura papal desde la exoneración del niño-césar Rómulo
Augústulo en el año 476. Trescientos veinticuatro años después, la sola idea de que
volviera a haber un emperador que no fuera el de Constantinopla resultaba absurda.
Pero eso cambió en la Navidad del año 800. Fue el acto final de un proceso de
adquisición de los reyes francos, que se realizó conforme a la buena regla bizantina:
coronación por el obispo metropolitano, aclamación por el pueblo, adoración por
todos los presentes. La restauración fue, al cabo, la coincidencia de varias
voluntades personales.(...) El 25 de abril de 799, apenas tres años después de
haber sido elegido, el papa León III fue atacado por un grupo de hombres armados
cuando se dirigía en procesión hacia la misa de Pascua que debía celebrarse en
Roma. Se vertieron sobre él graves acusaciones de adulterio y de perjurio, pero
logró escapar en medio de rumores que hablaban de que los conjurados le habían
sacado los ojos y cortado la lengua; sin embargo, la realidad es que había huido en
busca del rey de los francos, el único que podía prestarle ayuda.(...) Cuando León
llegó junto a él (Carlomagno) se descubrió la verdad, y en medio del regocijo del
papa le recordó que su deber era defender la Iglesia de Roma con todos los medios
y, por tanto, dirigirse a Roma para imponer el orden católico.
Carlomagno aceptó el reto, aunque sin ninguna prisa, consciente de la dificultad de
ejercer el arbitraje entre el papa y la aristocracia romana. El informe recibido de las
presuntas actuaciones de León III hacía aún más difícil la situación. En el 800, llegó
por fin y se proclamó a favor de la inocencia del papa. Después, en la misa de
Navidad que se celebraba en la basílica de San Pedro, y según narran los Anales
de los reyes francos, Carlomagno se arrodilló ante la tumba del apóstol en el
momento en el que la tercera misa tocaba a su fin. Entonces el papa León colocó
una corona sobre su cabeza, y lo aclamó ante las personalidades congregadas en el
templo repitiendo por tres veces la fórmula de coronación: “Salud, victoria y felicidad
al grande y pacífico Carlos Augusto, coronado por Dios emperador de los romanos”.
Después, como prueba de lo que decía, el papa se postró a sus pies con la cabeza
agachada y los brazos estirados; un gesto que sólo debía hacerse ante el
emperador de Constantinopla. Con ello se quiso decir que urbi et orbi que Occidente
volvía a tener un emperador propio”.
National Geographic: (Revista) “Historia: La Europa Medieval, el mundo del año mil”
(2016)(Págs 90-91)
“El periodo que discurre entre el ascenso de los carolingios al poder y los años
iniciales del siglo X ha sido considerado desde la óptica de los institucionalistas
como el segundo momento en la evolución de las relaciones feudovasalláticas”
(Mitre, 1995, pág. 119)
“... existen unas razones de índole política que conducen a la extensión del vasallaje
bajo los carolingios.
En primer lugar, el vasallaje fue visto por los propios monarcas francos como un
medio de consolidar su propia autoridad. Recurriendo al principio de la fidelidad, los
carolingios pensaron que se podían establecer unos estrechos lazos entre el poder
central y los grandes magnates investidos en muchos casos como agentes de la
autoridad real: condes, duques, marqueses… Una forma en definitiva de compensar
la debilidad de las propias instituciones.
En segundo lugar, la propia inseguridad de los tiempos y el deseo de éstos mismos
grandes de crear sus propios sistemas de vasallaje acabaron grandes de crear sus
propios sistemas de vasallaje acabaron entrando en connivencia. Numerosos
hombres libres, así, ante el peligro de los conflictos civiles o de las razzias de
magiares o normandos, optaron por entrar, bajo alguna forma de vasallaje, en la
casta de los guerreros, para no dejarse confundir con los simples campesinos. Se
fue creando de este modo todo el sistema de vasallajes y subvasallajes, típico de
una sociedad feudal en la que lo que cuenta es la relación con un personaje de
superior categoría, no las conexiones con una abstracta noción de Estado, por aquel
entonces en progresiva descomposición.
Este proceso, que se fue acentuando desde la muerte de Carlomagno, en el 814,
condujo a que el elemento real (el beneficio) acabase imponiéndose sobre el
personal (vasallaje). (...)
Entre las altas esferas de poder, la disgregación política, que los mecanismos de la
feudalidad propiciaban, provocó una regionalización del poder. En algunos casos, el
secesionismo político (...) puede conducir al establecimiento de auténticos poderes
que contestan abiertamente a la autoridad real. En otros, un principado feudal (...)
puede erigirse en plataforma de regeneración del poder central mediante un cambio
de dinastía. Y, en múltiples casos, mediante privilegios de inmunidad otorgados por
los soberanos, los señores logran sustraer sus beneficios a la autoridad de los
agentes reales”. (ídem, p. 119-120).
“...los derechos de propiedad del señor sobre su tierra eran normalmente sólo de
grado: el señor recibía la investidura de sus derechos de otro noble (o nobles)
superior, a quien tenía que prestar servicios de caballería, esto es, provisión de una
ayuda militar eficaz en tiempo de guerra. En otras palabras, recibía sus tierras en
calidad de feudo. A su vez, el señor ligio era frecuentemente vasallo de un superior
feudal, y la cadena de esas tenencias dependientes vinculadas al servicio militar se
extendía hacia arriba hasta llegar al punto más alto del sistema –en la mayoría de
los casos, un monarca–, de quien, en última instancia, toda la tierra podía ser en
principio dominio eminente. A comienzos de la época medieval, los vínculos
intermedios característicos de esa jerarquía feudal, entre el simple señorío y la
monarquía soberana, eran la castellanía, la baronía, el condado y el principado. La
consecuencia de tal sistema era que la soberanía política nunca se asentaba en un
solo centro. Las funciones del Estado se desintegraban en una distribución vertical
de arriba abajo, precisamente en cada uno de los niveles en que se integraban por
otra parte las relaciones políticas y económicas. Esta parcelación de la soberanía
era consustancial a todo el modo de producción feudal.” (Anderson, 1997, p. 148)
“En Inglaterra, el abismo más abrupto que existía entre los órdenes romano y
germánico condujo posiblemente a un cambio más radical en los métodos del cultivo
agrícola. En todo caso, el modelo de los asentamientos rurales anglosajones
contrastaba notablemente con el de la agricultura romana que le había precedido y
prefiguraba algunos de los más importantes cambios de la posterior agricultura
feudal. Mientras las fincas romanas estaban situadas normalmente en terrenos
montañosos con suelos ligeros, que se parecían a los de tipo mediterráneo y podían
cultivarse con arados superficiales de madera, las anglosajonas estaban situadas
habitualmente en valles con suelos densos y húmedos, cuyos habitantes utilizaban
arados de hierro; mientras la agricultura romana tenía un componente pastoril más
importante, los invasores anglosajones tendieron a despejar grandes zonas de
bosque y pantanos para convertirlas en tierras cultivables.” (Ídem, págs. 122 y 123)
“La síntesis histórica que finalmente tuvo lugar fue, por supuesto el feudalismo. […]
La colisión catastrófica de dos modos anteriores de producción –primitivo y antiguo–
en disolución produjo finalmente el orden feudal que se extendió por toda la Europa
medieval. […] el feudalismo occidental fue el resultado específico de una fusión de
los legados romano y germánico…” (Ídem, pág. 126)
“El señorío, por su parte, procede ciertamente del fundus o villa galorromana […]
son fincas autosuficientes, cultivadas por campesinos dependientes o coloni que
entregan a su señor terrateniente productos en especie…” (Ídem, pág. 129)
Organización política:
“La herencia de Pipino el Breve quedó durante algún tiempo en manos de sus dos
hijos Carlos y Carlomán. La muerte de este último, en 771. dejó a Carlos como
único gobernante del regnum francorum.
La figura de Carlomagno ha sido identificada con frecuencia —y con demasiada
generosidad también— como la del primer unificador del Occidente europeo.
Unificación que habría de tener su plasmación en el restablecimiento del Imperio en
el 800.
De hecho, Carlos no hizo más que consolidar las posiciones de sus antecesores,
dando al territorio franco una mayor estabilidad.” (E. Mitre : 1995 , pág. 95)
“Como sistema político, el Imperio carolingio era una emulación consciente del
pasado romano, en especial porque recreaba dentro de sus límites gran parte del
antiguo territorio del mismo Imperio Romano occidental. Era por encima de todo el
antiguo Imperio Romano cristiano, y en particular los emperadores cristianos
Constantino y Teodosio, quien proporcionaba la inspiración más fuerte a los
gobernadores francos.” (R. McKitterick : 2002 , pág. 29)
“El Imperio carolingio fue dividido en muchos reinos y ducados pequeños. [...] La
nueva dinastía capeta en Francia, que reemplazaba a la familia carolingia en el año
987, gobernó sobre un grupo dispar de principados territoriales semiautónomos.
Pero aún muchos vínculos, simbólicos y reales (en especial los del matrimonio entre
las élites gobernantes), siguieron uniendo a todos, muy especialmente en aquellos
territorios que habían formado parte alguna vez del gobierno carolingio. La proeza y
la leyenda del mismo Carlomagno resultaron ser inspiraciones poderosas para sus
muchos sucesores.” (Ídem, págs. 30 y 31)
“Más allá de la esfera de control franca pero todavía en algún tipo de interacción con
ella estaban Escandinavia, las Islas Británicas, la España musulmana, el papado,
Bizancio, los Balcanes y Europa oriental. Debido a la enorme región bajo jurisdicción
franca en el siglo IX y a los contactos con las formas de gobierno vecinas, las
influencias francas en la práctica y en la ideología de gobierno son un elemento tan
decisivo en la formación política de Europa como el legado romano.” (Ídem)
“La conducta política de las gentes de la alta Edad Media puede reconstruirse a
partir de sus acciones y sus expectativas copiadas en las fuentes primarias. Los
relatos narrativos, como las llamadas historias nacionales de los francos, godos,
lombardos y anglosajones, y la extensa serie de anales de todas partes de Europa
occidental han sido muy influyentes determinando mucho de nuestra comprensión
actual de las culturas de poder en este período. Estas fuentes enfatizan sobre todo
dos aspectos: el consenso y la proximidad al gobernante. [...] está claro que la
política a nivel local reflejaba la conducta política, con los potentes, los hombres
poderosos, participando activamente en el gobierno a cada nivel.
La monarquía es un sistema político en el que la habilidad personal, el talento y los
recursos del gobernante son tan importantes como el propio sistema. Hasta cierto
punto, como atestiguan las muchas minoridades, interregnos o regencias que
pueden documentarse en todos los reinos altomedievales, el sistema podía
sustentar a un individuo como rey, que era personalmente incapaz de ganar el
consentimiento de la extensa comunidad política para lo que él quería hacer. Pero el
caso de un rey o de una serie de reyes que buscasen aprovecharse demasiado del
sistema o, más comúnmente, a quienes les faltase la tenacidad para explotarlo lo
suficiente, como vemos en el caso de los visigodos y los francos merovingios, podía
suponer, respectivamente, la caída de un individuo o de una dinastía aunque la
monarquía como institución permaneciera. [...] La lealtad era algo que se ganaba y
se retenía, pero también podía ser comprada e institucionalizada. Obsequios en
forma de oro, joyas, armas o animales, concesiones de tierra y cargos podían
fomentar una cohorte de hombres fieles alrededor de un rey, así como acrecentar su
propio poder. Los seguidores que elegían a un rey también se proclamaban sus
partidarios fieles.” (Ídem, págs. 44, 45 y 46)
“En la mayoría de las regiones de la Europa latina, los poseedores reales del poder
público en el siglo X, los focos de placita (asambleas judiciales) y los defensores de
la paz eran, sin embargo, duques y condes en vez de reyes. Lo hicieron al modo
carolingio, pero actuaban a escala más pequeña.” (Ídem, pág. 48)
“Los hombres reunidos en la corte actuaban como consejeros del rey y funcionarios
dentro de palacio. Una manera de entender el gobierno del período altomedieval es
no categorizar sus oficiales o sus estructuras y sus esferas de jurisdicción
demasiado estrictamente. [...] Bajo los carolingios, la versatilidad de los oficiales
públicos es particularmente evidente. Un notario judicial también podía ser erudito y
clérigo. Un obispo podía administrar su diócesis espiritual y materialmente, pero
también servir como consejero real, missus [...] y embajador. Un conde podía ser
missus, juez, mandar una sección del ejército en campaña, administrar su propio
dominio, ser un erudito y un mecenas de la Iglesia. Los clérigos jugaban un papel
importante en el gobierno. Los laicos mantenían la Iglesia y algunos poseían
abadías, al menos en el siglo IX. Era cuestión de premiarlos por su servicio.
Disfrutaban de los ingresos procedentes de un monasterio pero también se les
exigía tener el debido cuidado de los hermanos y proteger sus intereses. Tenían el
mismo papel los clérigos y los laicos en la expansión y en la consolidación del
dominio del reino franco. Cada uno tenía ambiciones similares premiadas de una
manera similar que producían las mismas manifestaciones de poder y riqueza.
Aunque la causa común de clérigos y laicos en el ámbito político está mejor
documentada en las fuentes francas, es probable que ambiciones muy similares
prevalecieran en otras partes.” (Ídem, págs. 48 y 49)
“Todos los reyes dependían de un grupo de oficiales que llevaban a cabo funciones
administrativas en la corte y en otras partes del reino.
Una chancillería real franca con un canciller principal y notarios puede
documentarse a lo largo del los siglos VIII, IX y X. [...] También los francos fundaron
una capilla en el palacio con capellán y personal (quienes pueden haber tenido una
función dual como notarios). [...] El grado en el que las cortes reales de los diversos
reinos bárbaros, de manera más importante las de los carolingios, expedían
instrucciones orales y escritas y textos es sorprendente y confirma el alto nivel de
alfabetización pragmática en la Europa altomedieval. Era una sociedad en la que la
escritura y la administración estaban arraigadas en la práctica social y política. Un
resultado directo de la gran expansión de los gobernantes carolingios hacia el este
fue la reorganización de la administración laica y eclesiástica, además de la corte y
la cooperación íntima entre ellos a cada nivel. En Francia, el rey afianzó las líneas
de comunicación local y la administración, en primer lugar, a través de una red de
condes que actuaban como agentes en las localidades. En segundo lugar, está la
institución franca de los missi dominici, probablemente de finales del siglo VIII,
reorganizada en el año 802 y cuyos deberes parecen haber ido unidos con los de
los príncipes locales a finales del siglo IX. Los missi eran agentes reales que
actuaban en parejas, un conde y un obispo, a cargo de una área conocida como
missaticum. Juntos, los missi arbitrarían e investigarían que los asuntos funcionasen
propiamente y la justicia se preservase.” (Ídem, pág. 50)
“La presencia real era una manifestación física del poder del rey. La corte estaba
donde el rey estaba. [...] la residencia del rey era una localización central de su
poder y la ubicación de una administración central (si la había), así como un
complejo palaciego. Sin embargo, muchos reyes del período altomedieval, al
principio al menos, también eran itinerantes. Una corte itinerante vivía en palacios
urbanos y rurales y en pabellones de caza. [...] El rey y su séquito también eran los
invitados de obispos y abades en las grandes sedes y monasterios del reino. [...]
Las asambleas eran un medio principal de gobierno y de toma de decisiones. Eran
grandes reuniones públicas de magnates laicos y eclesiásticos, a nivel central y
local. En ellas se zanjaban disputas, se oían peticiones, se tomaban decisiones y se
hacían leyes. Las asambleas, a menudo, se programaban para coincidir con el pase
de revista al ejército en primavera antes de una campaña militar.” (Ídem, pág. 52)
“Muchos elementos del sistema legal y judicial elaborados en los varios reinos del
período altomedieval, y de las instituciones y métodos de gobierno introducidos o
consolidados por los gobernantes carolingios, proporcionaron un legado duradero y
un modelo para los períodos alto y bajomedieval. [...] La Iglesia era una parte
integral de ese logro. No sólo cumplía con su contribución personal a los asuntos del
gobierno y la administración; sus ideales espirituales eran una parte esencial de la
ideología política de los gobernantes seculares. Las preocupaciones religiosas e
intelectuales eran asunto tanto de los gobernantes seculares como de los clérigos.
Más tarde las distinciones entre «Iglesia» y «Estado» no son relevantes en el
período altomedieval. Es notable que muchos eclesiásticos importantes insistieran
en la autoridad del derecho y ayudaran a mantenerlo.” (Ídem, págs. 53 y 55)
“Desde finales del siglo VII, los reyes contaron con la solidaridad creciente de las
élites políticas inspiradas por el éxito militar. En la Francia de tiempos de Carlos
Martel (714-741), e incluso de Pipino III (741-768) y Carlomagno (768-814), las
campañas militares y la expansión progresiva del territorio constituyeron un aspecto
regular y dominante de la vida franca y un aumento continuado de la riqueza de
tierras. Los historiadores han insistido correctamente en la fuerza creciente del
ejército franco, de guerreros profesionales, armados y normalmente montados a
caballo, cuyo sustento estaba asegurado con la concesión de propiedades reales y
eclesiásticas en beneficio. [...] Aunque continuaron gobernando a través de
magnates como intermediarios, los gobernantes carolingios también buscaron dotar
a la Iglesia de nuevos recursos y nuevos instrumentos. La economía política del
período carolingio estuvo dominada a lo largo del siglo VIII y primer tercio del siglo
IX por la necesidad de centralizar y suministrar mano de obra, instrumentos
agrícolas y productos alimenticios al rey. El más importante entre los nuevos
recursos del gobernante fue el nuevo método de dirección de las propiedades reales
y eclesiásticas.” (Ídem, pág. 61)
“Las dificultades políticas y los ataques del exterior forzaron a muchas de las
antiguas ciudades a permanecer como recintos cerrados. En el 869, Carlos el Calvo
ordenó a las ciudades fortificar sus murallas. Los barrios que permanecieron en los
suburbios sufriíásén cruelmente las agresiones, como ios de Narbona, en el 793.
Incluso los propios recintos murados fueron expugnados en ocasiones, como les
sucedió a los de las ciudades hispanocristianas en la segunda mitad del X ante las
razzias de Almanzor: Coimbra, en 987; Barcelona, en 985, o Compostela, en 997.
Las sistemáticas incursiones danesas en la Inglaterra alfrediana llevaron a algunos
monarcas anglosajones a multiplicar el número de recintos fortificados o «boroughs»
para refugio de la población de los alrededores. Ejemplo éste que parece fue
imitado por los monarcas sajones de la Alemania del siglo X, promotores de ía
fundación de diversos «burgi».
Las segundas invasiones (sarracenos, normandos, magiares) no fueron obstáculo
para el mantenimiento de algunas ciudades como centros de intercambios
comerciales, por más que éstos fueran muy limitados, y a merced de los golpes de
los incursores,como el barrio de mercaderes de Hamburgo, barrido por los
normandos, en el 845. Los sufijos wic, wik o ztrich se encuentran en los nombres de
un alto número de poblaciones, canto al sur (Quencovic) como al norte del Canal de
la Mancha, designando a localidades en las que el tráfico mercantil tiene alguna
importancia. En la Inglaterra de los siglos vil ai x se encuentran no sólo a lo largo de
las costas, sino también de los ríos navegables: Fordwich, Sandwich, Norwich,
ípswich, etc…”(ídem, página 108)
“El cereal, en sus diversas variedades de trigo, cebada o avena, constituía la fuente
básica de la alimentación de las poblaciones del alto Medievo. Los impuestos en
especie de los colonos suelen ir con frecuencia especificados en grano. Los
productos de huerta, y los frutales (manzano, peral, ciruelo...) se encuentran
mencionados también con cierta frecuencia.
De ios otros dos productos de la «trilogía mediterránea», la vid no parece que sufra
un retroceso, sino que, por el contrario, a lo largo de estos siglos experimentó una
difusión incluso hasta límites en donde las circunstancias climatológicas lo hacían
difícil.
Las necesidades del culto en unos años de franca expansión del cristianismo
explican en buena medida esta vitalidad. El olivo mantuvo su predominio en las
zonas más meridionales de Europa, pero una de las grandes productoras — la
España del sur— cayó en estos años en la órbita política del Islam.
Aunque siempre complementaria de la agricultura, la ganadería aparece en todas
las grandes explotaciones agrícolas. Diversas especies figuran no sólo en los bienes
propios de algunos monasterios, sino también entre los tributos pagados por
colonos y arrendatarios. Cerdos y cameros parecen constituir el ganado más
habitual que provee de carne la mesa de los poderosos. Sin embargo, sugiere
Doehaerd, la preferencia en relación con el ganado mayor, va, en primer lugar, en
función de su fuerza de tracción.
Luego, en virtud, de los productos lácteos y el abono. Y, sólo en último lugar,
por la producción de cuero, o carne..
En relación con un ganado de no muy buena calidad se encuentra el aprovechar
miento del bosque (el «saltas»), que constituye la zona de caza y pastoreo por exce
lenda y del que además se obtiene la madera para la construcción o la calefacción y
las pieles para la vestimenta.
Algunas disposiciones como el Capitular de milis, o ciertas cartas otorgadas por
Carlos el Calvo hada el 864, reglamentaron lo que podían ser unas ordenadas
roturaciones en los espados boscosos. Los intermitentes avances sobre el valle del
Duero o la Cataluña Vieja fueron, igualmente, marcados por la puesta en cultivo de
antiguas tierras. Algo similar tuvo lugar en ei siglo X hada Oriente, en los bosques
situados entre Bohemia y el Danubio. Un fenómeno que tendrá en las abadías sus
prindpales agentes y que es una premonidón de otro de mucho mayores
dimensiones que se desarrollará después del año 1000.” (Ídem, página 109)
“El siglo VII se ha considerado, por algunos autores como la primera etapa en la
difusión de unas técnicas agrícolas que alcanzarán su plenitud en las centurias
siguientes.
Se ha mencionado, en este-sentido, la utilización de la rotación trienal que permitía
la existencia de una hoja de siembra en primavera. Fuentes escritas al norte del
Loira, en d Rin y en Baviera son bastante elocuentes a este respecto. Sin embargo,
ei paso de la rotación bienal a la trienal parece sólo ceñido a ciertas grandes
explotaciones, en las que el crecimiento demográfico facilita un superior aporte de
trabajo.”(Ídem)
Organización social:
“Los primeros siglos de la Edad Media no habían sido, por lo tanto, ni puros
transmisores de valores de la antigüedad clásica, ni inertes campos de afirmación
de los valores nuevos de los pueblos germanos, sino un terreno de integración de
tradiciones diversas.
La integración verdadera había sido realizada por los francos: la suya había sido
coronada con el éxito en mayor medida que los encuentros étnicos, parciales y
frenados, realizados por otros pueblos en otras regiones.” (G. Sergi : 2001 , pág. 43)
“Esta lograda integración explica por qué Europa fue una construcción franca: sobre
esta base el Imperio Carolingio fue realmente una gran realización, original en el
mantenimiento de fuertes connotaciones germanas y en la paralela inspiración
institucional romano – bizantina.
Primero en la Galia y después en Italia, insertándose progresivamente, los francos
habían encontrado situaciones en gran parte nuevas respecto a sus costumbres. En
un primer momento sus aldeas eran centros suministradores de explotación agrícola
y refugios tras las expediciones de saqueo. A continuación, en cambio, los francos
introdujeron en sus habituales modos de vida el latifundio y las ciudades. El
latifundio, base de continuidad de las familias senatoriales galo – romanas, fue
siempre considerado también por los francos un elemento imprescindible en los
procesos de reforzamiento de las familias aristocráticas.
Las ciudades, con sus obispos y sus cargos civiles, imponían un bagaje de
tradiciones públicas a los nuevos dominadores, que en parte lo adaptaron a sus
exigencias. Además, exponentes de las mayores familias galo – romanas se habían
introducido en las cortes de los distintos reinos de la Galia –
gobernados entonces por reyes de la dinastía llamada «merovingia»–, con misiones
ligadas a su cultura y a las nuevas exigencias administrativas. Con la dinastía
merovingia primero, y después, desde el siglo VIII, con la dinastía carolingia, se
consolidó perfectamente el encuentro entre la cultura germánica –hecha de
movilidad, mito del valor guerrero y traición de mando sobre los hombres– y la
latina, hecha de componentes religioso – literarios, competencias administrativas,
valoración del latifundio y tradición de poder sobre el territorio.
Por tanto, en los primeros siglos de la Edad Media se había formado un estamento
dirigente mixto, con composición distinta según las áreas de dominio franco (más
latino en Aquitania, más germano en Austrasia, con fuerte presencia burgundia en
Borgoña, particularmente equilibrado en Neustria)…” (Ídem, págs. 44 y 45)
“El nuevo estamento dirigente altomedieval había conseguido, con dificultades pero
también con éxito, conferir a la estructura social y a las instituciones un carácter
híbrido […] Este carácter híbrido –un verdadero «Estado» de inspiración romana
pero con muchísimos elementos de la sociedad tradicional germana en su interior–
es el signo dominante del Reino carolingio. Precisamente por este carácter híbrido,
por el delicado pero logrado equilibrio entre componentes distintos, las instituciones
forjadas en aquel período condicionaron de modo significativo los siglos siguientes.”
(Ídem, págs. 45 y 46)
Renacimiento Carolingio:
“La cristalización de un imperio cristiano se afianzó y se sostuvo en parte gracias a
un eslogan creado por Alcuino de York y que a veces se oía en la voz de
Carlomagno: renovatio Romani Imperii, es decir, la restauración del Imperio romano.
[...] La idea de la renovatio del Imperio romano consistía en el hecho de que el
susodicho imperio actuaba por encima de todo como el garante y el guardián de la
paz universal entre todos los pueblos, una paz que había que ganar y conservar día
tras día, tanto en la vida de las naciones como en el corazón de los individuos, y
ello con el fin de que el orden terrestre fuese el fiel reflejo del orden celestial. Para
conseguirlo, el pueblo debía estar preparado para ponerse en movimiento con las
armas y seguir al emperador allí donde fuera preciso. En este sentido, Carlomagno
procuró regularlo y mejorarlo todo, desde las costumbres del clero hasta la aleación
de la moneda; desde las colecciones de textos jurídicos hasta las canciones épicas
populares. Fomentó, además, un decidido renacimiento de la cultura clásica,
simbolizado en la adopción de los gestos y la indumentaria romanos, con gran
disgusto -como era previsible- por parte de los tradicionalistas francos.
El renacimiento carolingio representó, sin duda, un enorme esfuerzo por sostener la
cultura latina, comenzando con la creación de la minúscula carolina como soporte
de la escritura y terminando con el estudio de las letras clásicas. Gracias a este
esfuerzo se pudo desarrollar una notable producción artística.” (National Geographic
: 2016 , pág. 94)
“El medio principal para el pago de estos derechos era el denarius o penique
de plata. [...] El sistema monetario de Europa occidental había evolucionado hacia el
monometalismo, al principio basado en la acuñación en oro cada vez más rebajado
y, con el tiempo, en plata. La emisión de moneda cambió gradualmente de la
acuñación imperial romana a imitaciones de la acuñación imperial. A la larga se
produjeron monedas distintivas de los gobernantes visigodos, lombardos, ingleses y
francos, aunque el grado de control político ejercido sobre las casas de la moneda y
sobre la acuñación varió considerablemente en los distintos reinos.” (pág. 62)