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ISBN: 978-607-424-528-8

      


RECORRIDOS DE LA PRENSA MODERNA
A LA PRENSA ACTUAL
Universidad Autónoma de Querétaro
Dr. Gilberto Herrera Ruiz
Rector

Dr. Irineo Torres Pacheco


Secretario Académico

Dra. Ma. Margarita Espinosa Blas


Directora de la Facultad de Filosofía

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo


Dr. Medardo Serna González
Rector

Dr. Jaime Espino Valencia


Secretario Académico

Dr. Sergio García Ávila


Centro de Estudios sobre la Cultura Nicolaita

Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica


Consejo Académico
Dra. Adriana Pineda Soto (UMSNH)
Dra. Laura Edith Bonilla de León (UNAM-FES-Acatlán)
Mtro. Luis Felipe Estrada Carreón (UNAM-FES-Acatlán)
Dra. Fausta Gantús (Instituto de Investigaciones Dr. José Maria Luis Mora)
Dr. Sarelly Martínez (UNACH)
Dr. Marco Antonio Flores (UAZ)
Dr. Carlos Sánchez Silva (UABJO)
Mtro. Francisco José Ruiz Cervantes (UABJO)
Recorridos de la prensa moderna
a la prensa actual

Adriana Pineda Soto


Coordinadora

Universidad Autónoma de Querétaro


Facultad de Filosofía

Red de Historiadores de la Prensa y el Periodismo en Iberoamérica


Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

LA HISTORIA POLÍTICA Y LA HISTORIA DE LA PRENSA:


LOS DESAFÍOS DE UN ENLACE

PAULA ALONSO
George Washington University

All language is historically


conditioned, and all history
is linguistically conditioned.1

Estas reflexiones se inician con un punto de partida que es simple pero que vale la pena
subrayar, y es que el enlace entre la historia política y la historia de la prensa tiene una
historia relativamente corta. Hasta las décadas de 1980 y 1990, cada una había corrido
por carriles relativamente separados. La prensa era utiliza principalmente como insumo
o fuente de la historia política, y la política era, por lo general, el contexto referencial
de una historia de la prensa focalizada en temas de tiradas de diarios, circulación,
autoría, etc. Hoy, esto ha cambiado de tal modo que resulta improbable que el análisis
de la historia política no incluya un análisis de la prensa como aspecto constitutivo de
la misma, o que un análisis de la prensa en el pasado no se entrelace con el mundo
político sobre el que actuó, modificándolo. Para decirlo en forma algo simplista: mien-
tras la prensa hacía política, la política hacía prensa, por lo que resultaría imposible
analizar a una desligada de la otra.
Naturalmente, hay varios factores que obedecen a dicha transformación. El sur-
gimiento en los años ochenta de lo que se llamó la “Nueva Historia Política”, eviden-
ció sus principales renovaciones al señalar el peligro de reducir el comportamiento
político a determinantes sociales, al tiempo que resaltaba la relativa autonomía de la
política y subrayaba el rol crucial del lenguaje y los conceptos en moldear los compor-
tamientos y dotarlos de sentido. La matriz de análisis de la historia política se vio
expandida de las instituciones, los sistemas representativos y los actores, hacia un área

1
Reinhart Kolleleck, “Linguistic Change and the History of Events”, Journal of Modern History, vol. 61,
Nº. 4 (diciembre 1989) p. 649.

11
鵻 Paula Alonso

de estudio sin límites precisos ni metodologías preestablecidas genéricamente llamada


“cultura política”.2 Por esta última, según sus principales mentores, debía entenderse
aquellas arenas en que distintos grupos compiten por apropiarse o imponer sus propias
definiciones.3
La historia de la prensa, no es necesario decirlo, también se vio renovada, y
entre sus cambios pueden subrayarse el viraje de enfoque de estudios sobre tiradas,
características e inventarios de los diarios o panfletos hacia: i) un análisis de sus conte-
nidos; ii) a estudios sobre los entornos o grupos que producen y regulan la prensa; y iii)
a temas variados que incluyen el periodismo como empresa; la vida de los periodistas,
los periodistas como intelectuales. La historia de la prensa ha sido redescubierta como
un área que ofrece varios atractivos: es un campo fértil para el trabajo comparativo y
para el trabajo en equipo (zonas generalmente ríspidas para historiadores empiristas);
puede ser abordada desde una variedad de disciplinas (historia de las ideas, cultura
política, lingüística, comunicación), y susceptible de ser escudriñada por una variedad
de métodos, tanto cuantitativos como analíticos.4 El auge de los estudios de la prensa,
del que este Congreso es testimonio, es incluso cuantificable. Se ha estimado, por ejem-
plo, que ha habido más estudios de la prensa en Francia desde 1969 que para todo el
período entre 1789 y 1969.5 Lo mismo podría decirse para América Latina.6

2
Wharman, Dror, “The New Political History: A Review Essay”, Social History, vol. 21, Nº. 3, octubre
1996, pp. 343-344.
3
Entre los principales mentores de la “cultura política” cabe citar a Francois Furet, Interpreting the French
Revolution, Cambridge, Cambridge University Press, 1981; Lynn Hunt, Politics, Culture and Class in the
French Revolution, Berkeley, University of California Press, 1984; y su “Introduction: History, Culture and
Text”, en Lynn Hunt (ed.), The New Culural History: Essays, Berkeley y Los Angeles, University of California
Press, 1989; Mona Ozouf, Festivals and the French Revolution, Cambridge, MA, Harvard University
Press, 1988. Para un análisis de la “nueva historia política” en America Latina, véase Guillermo Palacios
(coord.), Ensayos sobre la nueva historia política de América Latina, s. XIX, México, El Colegio de Méxi-
co, 2007. Para el caso argentino, véase en dicho volúmen el capítulo de Hilda Sabato, “La política argentina
en el siglo XIX: notas sobre una historia renovada”; Tulio Halperín Donghi, “El resurgimiento de la historia
política: Problemas y perspectivas”, en Beatriz Bragoni (ed.) Microanálisis: ensayos de historiografía
argentina, Buenos Aires, Ed. Prometeo, 2004; Paula Alonso, “La reciente historia política de la Argentina
del ochenta al centenario”, Anuario iehs, Nº. 13, 1998, pp. 393-395.
4
Jack R. Censer y Jeremy D. Popkin, “Historians and the Press”, en su Press and Politics in Pre-
Revolutionary France, Berkeley y Los Angeles, University of California Press, 1987, pp.11-13; Jeremy
Popkin, “The Press and the French Revolution after two Hundred Years. Review Article”, French History
Studies, vol. 16, Nº. 3, primavera 1990, p. 671; y Joan B. Landes, “More Than Words: The Printing Press
and the French Revolution. Review Essay”, Eighteen Century Studies, vol. 25, Nº. 1, otoño, 1991, pp. 87-
88. Un excelente ejemplos de trabajo comparativo puede verse en Stephen Botein, Jack R. Censer y Harriet
Ritvo, “The Periodical Press in Eighteen-Century English and French Society: A Cross-Cultural Approach”,
Society for Comparative Studies in Society and History, vol. 23, Nº. 3 (julio 1981), pp. 464-490.
5
Jack R. Censer, The French Press in the Age of Enlightment, London and New York, Routledge, 1994, p. 2.
6
Mientras que las publicaciones son muchas como para hacer una mención exhaustiva, puede verse a
modo de ejemplo los trabajos coleccionados en los siguientes volúmenes: Adriana Pineda Soto, Plumas y
tinta de la prensa Mexicana, (Universidad Michoacana de San Miguel de Hidalgo), 2008; Adriana Pineda

12
La historia política y la historia de la prensa 鵼

También es conocido que estos cambios, tanto en la historia política como en la


historia de la prensa, obedecen a transformaciones más generales experimentadas en
las ciencias humanas, los cuales pueden pensarse como una combinación de nuevas
epistemologías y metodologías desarrolladas, así como también de modas temáticas.
Los principales resortes de dichas transformaciones provinieron, como es sabido, del
post-estructuralismo y los llamados giros lingüístico y cultural, que aunque disímiles,
generalmente se colapsan en las discusiones historiográficas. Dentro del giro lingüísti-
co hoy se engloban una diversidad de cuestiones, como ser, “la investigación filosófica
del lenguaje; las exploraciones antropológicas de la cultura, los interrogantes
psicoanalíticos de la formación del sujeto; y afirmaciones radicales sobre las posibili-
dades y límites del conocimiento”,7 cuyo impacto, ha naturalmente afectado a las dis-
tintas disciplinas en forma desigual. Junto a dichos desafíos, a veces en forma paralela
y otras en función de los mismos, temáticas como sociabilidad, asociacionismo, crimi-
nalidad, esfera pública, ciudadanía, imaginarios, irrumpieron en esos años.8
Hoy el giro lingüístico se ha dado por superado (para muchos con alivio) y la
mirada se ha puesto en los nuevos “giros”, que ya se han asomado, muchos de ellos,
como los anteriores, con aspiraciones hegemónicas sobre la disciplina.9 Así, el giro
imperial, el trasnacional, el internacional, el del medio ambiente, se presentan como
los componentes del nuevo horizonte historiográfico, aunque en dicho listado se con-
fundan muchas veces, como ha sido notado, desafíos epistemológicos y metodológicos
con modas temáticas.10 Mientras que el posmodernismo ha tenido una muerte más
lenta que la anunciada repetidamente en los últimos años, balances retrospectivos so-
bre sus aportes y/o sus acechos a la disciplina de la historia nos han ayudado a com-
prender más claramente su significado e impacto que cuando se encontraban en su
momento de esplendor. Genealogías sobre sus orígenes y desarrollo, sobre la incohe-

Soto y Fausta Gantús, Miradas y acercamientos a la prensa decimonónica, Morelia, (Mich.: Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo), 2013; Fausta Gantús y Alicia Salmerón (Coords.), Prensa y
elecciones. Formas de hacer política en el México del siglo XIX, (México, Instituto Mora), 2014; Francisco
A. Ortega Martínez y Alexander Chaparro Silva (eds.), Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultu-
ra política, siglos XVIII y XIX, (Bogotá, Universidad Nacional de Colombia), 2012; Paula Alonso, Construc-
ciones impresas. Panfletos, diarios y revistas en la formación de los estados nacionales en América Lati-
na, 1820-1920, (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica), 2004. Ensayos historiográficos para el caso
Argentino puede verse en Hilda Sabato, “Los desafíos de la República. Notas sobre la política en la Argen-
tina pos Caseros”, Estudios Sociales, Nº. 46 (primer semester 2014), pp. 77-116.
7
Judith Surkis, “When Was the Linguistic Turn? A Genealogy”, The American Historical Review, vol. 117,
Nº. 3, junio 2012, p. 703.
8
Véase, John E. Toews, “Intellectual History after the Linguistic Turn: The Autonomy of Meaning and the
Irreductibility of Experience”, The American Historical Review, vol. 92, Nº. 4 (octubre 1987), pp. 879-907.
9
Véase, por ejemplo, James T. Kloppenberg, “Thinking Historically: A Manifesto of Programatic
Hermeneutics”, Modern Intellectual History, 9, 1 (2012), pp. 201-216.
10
Gary Wilder, “From Optic to Topic: The Foreclosure Effect of Historiographic Turns”, The American
Historical Review, vol. 117, Nº. 3, junio 2012, pp. 723-745.

13
鵻 Paula Alonso

rencia de algunas de sus propuestas, sobre la diversidad que invocamos y a la vez


aplanamos bajo el rótulo de “giro lingüístico”, así como evaluaciones sobre el concep-
to mismo de “giro”, han colaborado en esclarecer tanto su naturaleza como sus efec-
tos.11
Las actas de defunción de este movimiento epistemológico, ahora en ocaso, nos
ha permitido contemplar que la versión más extrema del giro lingüístico no ha tenido
mayores seguidores entre los historiadores. La idea de que no existe un universo obje-
tivo independiente del lenguaje que puede ser “conocido”, encontró escasos adeptos.
Aún así, resulta innegable que el desafío semiótico dejó profundas marcas en la forma
en que pensamos la historia, en los reclamos que hacemos o nos animamos a hacer
sobre su “realidad” y posible aprehensión, y sobre las metodologías que empleamos.12
Y uno de los efectos más significativos, a mi entender, ha sido la forma en que las
viejas fronteras entre la historia social, la historia intelectual, la historia política y (en
menor medida) la historia económica han sido desdibujadas. El giro lingüístico afectó
en forma diferenciada a cada una de ellas pero el resultado es que hoy resulta difícil
definir marcos precisos.
¿De que forma estas transformaciones se relacionan con el título de mi ponen-
cia? A modo general cabe afirmarse que si las subdisciplinas de la historia han sido
afectadas en sus temáticas, en sus metodologías, y en sus bordes, dicho proceso le ha
ofrecido tanto a la historia política como a la historia de la prensa un amplio ámbito de
posibilidades, fortaleciendo en el proceso los vínculos entre ambas. Naturalmente, no
todos los que se sentían parte de la “Nueva Historia Política” se interesaron por las
posibilidades que ofrecía reparar en sus aspectos discursivos y simbólicos. Por lo
general, sin embargo, la historia política se acercó a la historia cultural e intelectual
aunque sus precursores no constituían un grupo homogéneo. La llamada Escuela de
Cambridge, y la escuela alemana de historia de los conceptos, corrieron por vías para-
lelas por varias décadas, si bien más recientemente se trazaran puentes entre ellas.13
Los precursores de la historia cultural francesa, por su parte, decían diferenciarse de la
Americana, mientras que en la academia Americana se ligaba a los cultores del giro

11
Véase Gabriel M. Spiegel, “The Task of the Historian”, The American Historical Review, vol. 114, Nº. 1,
febrero 2009, pp. 1-15; y The American Historical Review Forum: Historiographic “Turns” in Critical
Perspective”, vol. 117, Nº. 3, junio 2012, particularmente, Surkis, “When was the Linguistic Turn?”; Gary
Wilder, “From Optic to Topic”; James W. Cook, “The Kids Are All Right: On the “Turning” of Cultural
History, pp. 746-771; y Nathan Perl-Rosenthal, “Comment: Generational Turns”, pp. 804-813.
12
Spiegel, “The Task of the Historian”, p. 2.
13
Véase, por ejemplo, Quentin Skinner, “Retrospect: Studying rhetoric and concept change” en su Visions
of Politics, vol. 1, (Cambridge, Cambridge University Press), 2002, pp, 175-204; Kari Palonen, The Struggle
with Time. A Conceptual History of “Politics” as an Activity”, LIT Verlag Hamburg, 2006; Samuel Moyn
(eds.), “Imaginery Intellectual History” en Darrin M. McMahon y Samuel Moyn, Rethinking Modern
European Intellectual History, Oxford University Press, Oxford, 2014, pp. 112-130.

14
La historia política y la historia de la prensa 鵼

cultural con los intelectuales franceses, como muestran los debates sobre el texto de
Roger Chartier, “Al borde del acantilado”.14
Cabe recordar, sin embargo, que las discusiones epistemológicas relacionadas
con los giros lingüístico y cultural, si bien contribuyeron a la revitalización de la histo-
ria política, su principal objeto de estudio no era la prensa, sino textos extensos, gene-
ralmente producidos por un solo autor, libros que por diferentes razones son escogidos
como referencia, aunque su análisis demanden que sean contextualizados (a la manera
de Skinner) o se consideren parte de un determinado campo semántico (a la manera de
Koselleck).
Un segundo aspecto del relativamente reciente enlace de la prensa con la “nue-
va historia política” y relacionado con el primero, se relaciona con el rol o impacto de
la prensa en “la política”. Cabe en estas páginas solamente brindar algunos
cuestionamientos a como pensar dicha relación. Más allá de elucidar las ideologías en
pugna, las cuales se emplean para hacer política, pensar en la relación entre la prensa y
la política no se agota en su mera reconstrucción. ¿Qué se entiende por “política” al
vincularla con la prensa? ¿Cómo pueden pensarse las diversas formas en que dicho
enlace tuvo lugar? Para ello nos remitiremos a conceptos ya clásicos pero aún vigentes,
como ser las distinciones entre “lo político” y “la política”, así como la relevancia de la
noción habermasiana de “esfera pública” para este tipo de análisis.
Las siguientes páginas, por lo tanto, son algo eclécticas. En ellas se mezclan, en
primer lugar, una reflexión sobre el momento historiográfico que se inició en los años
1980 cuando comenzó a enlazarse intencionalmente a la historia de la prensa con la
“Nueva Historia Política”. Lejos de ser un análisis de la producción llevada a cabo
desde entonces, estas reflexiones intentan abordar algunos aspectos de las metodologías
empleadas en dicho enlace. Dado que el giro lingüístico y el cultural se encuentran
para muchos ya “superados”, este es un momento oportuno para sopesar cual ha sido el
impacto de dichas metodologías para el análisis de la prensa. ¿Cuál han sido sus alcan-
ces y también sus limitaciones? ¿En que forma han podido emplearse para el estudio
del contenido de la prensa metodologías destinadas a otro tipo de textualidad? Como
bien ha dicho, David Hollinger, uno de los principales legados del giro lingüístico (y
podría agregarse también del giro cultural) es que nos ha hecho metodológicamente
más rigurosos.15 ¿Pero como se ha manifestado dicha “rigurosidad” para el análisis de
la prensa?
La relevancia de dichas cuestiones para los historiadores de la prensa va a estar
marcada por nuestros propios objetivos, y por la naturaleza de nuestro objeto de estu-

14
Véase, por ejemplo, el vol. 21, Nº. 2 (primavera 1998) de French Historical Studies, en especial los
textos de William H. Sewell Jr., “Language and Practice in Cultural History: Backing Aways from the Edge
of the Cliff, pp, 251254; y Jonathan Dewald, “Roger Chartier and the Fate of Cultural History”, pp. 221-242.
15
Toews, “Intellectual History”, p. 893.

15
鵻 Paula Alonso

dio en un determinado tiempo y lugar. Al fin y al cabo, uno de las principales objecio-
nes a la historia cultural se destina a destacar que, dada su naturaleza, la misma queda
sujetada a espacios y temporalidades de pequeña dimensión.16 En estas reflexiones,
por lo tanto, ofreceré ejemplos de mis propios trabajos, no como “modelos”, sino como
referencia a casos particulares y concretos en los que me he enfrentado a los desafíos
de unir ambos elementos —la política y la prensa. Los utilizo, por lo tanto, únicamente
para ejemplificar algunas de las cuestiones metodológicas a las que hago mención.
Un segundo ángulo en estas páginas eclécticas se refiere a la prensa y la política
en otro sentido. Mientras que en el primer análisis se ofrece una reflexión sobre las
posibilidades de análisis del contenido de la prensa como forma de construir las ideo-
logías de quienes la utilizaran para esgrimir en la arena política, en esta última sección,
en cambio, la reflexión se encuentra dedicada a pensar a qué nos referimos con el
término de “política” al pensar su vinculación con la prensa. Nuevamente, trayendo a
colación el caso de la prensa en la Argentina de fin de siglo XIX, en esta sección se hace
referencia a la distinción de la política como “actividad” de “lo político” y a las distin-
tas posibilidades que nos ofrece dicha diferenciación al relacionarla con la prensa.
En la intención de estas páginas se anida el anhelo de que sirvan para reflexio-
nar, cuestionar, y, en lo posible, producir nuevos interrogantes.

La “prensa política” de la Argentina de fin de siglo XIX

¿Cómo utilizar a la prensa para reconstruir las disputas ideológicas entre diferentes
partidos políticos a fines del siglo XIX en la Argentina? Siguiendo a Clifford Geertz, una
ideología es definida en estos trabajos como una vaga asociación de ideas destinada a
generar apoyo, promover entendimiento, e inspirar acción. Su relevancia radica en que
las mismas definen funciones, jerarquizan valores, crean identidades y adjudican roles.
Naturalmente, influida en la década de 1980 por un nuevo entendimiento del discurso
como un elemento constitutivo y a las vez constituyente de la política, la prensa se me
presentaba en los inicios de mi investigación, como una fuente hasta el momento poco
explorada en la forma en que me proponía hacerlo, es decir para discernir a través de
ella las batallas llevadas a cabo por los distintos partidos políticos por imponer una
determinada representación de la sociedad, compitiendo con representaciones rivales.
Además, me interesaba principalmente el período de las dos últimas décadas
decimonónicas en la Argentina, porque allí tenía lugar conjuntamente la “moderniza-
ción” de los partidos políticos y la “modernización” de la prensa. Por modernización
de lo los partidos cabe entenderse un proceso ni lineal ni uniforme en que los partidos
políticos intentan darse una organización democrática, con comités, elecciones inter-

16
Véase, por ejemplo, Lynn Hunt Writing History in the Global Era, W.W. Norton & Company, 2014.

16
La historia política y la historia de la prensa 鵼

nas para la elección de candidatos, etc. En el caso de los partidos opositores de la


década de 1890, dicha modernización se vinculaba a la vez con una lucha por movili-
zar a la población para incitarla a participar del ámbito público, representada por la
formación del la Unión Cívica Radical, la Unión Cívica Nacional y poco más tarde el
Partido Socialista. Por el contrario, el partido en el gobierno, el Partido Autonomista
Nacional, desechó la idea de modernización partidaria, negando darse una
institucionalidad interna, o incluso acordar informalmente la selección de candidatos a
puestos electivos, invistiendo a su partido de un discurso desmovilizador en el que el
ejercicio ciudadano debía limitarse al momento electoral para luego dejar tranquilo al
gobierno para ejecutar su obra.
En dicho contexto mi foco de atención estuvo centrado en la reconstrucción de
las disputas ideológicas que tuvo lugar a través de la prensa partidaria en los años 1880
y 1890, entre el PAN, la Unión Cívica Radical y la Unión Cívica Nacional.17
¿En qué consistía la prensa sobre la que trabajaba para reconstruir dichos deba-
tes? La definición de “prensa política”, si bien es la utilizada comúnmente para este
tipo de prensa, en realidad explica poco sobre su naturaleza ya que toda prensa era, por
definición “política”, y como tal, se trataba de uno de los principales componentes en
la vida pública Argentina (y también latinoamericana) del fin de siglo XIX. Sin embargo
había distintos tipos de “prensa política”. En su estudio pionero sobre la prensa Argen-
tina, Ernesto Quesada definía al diario político como “los diarios que tienen voz
delibernante en las cuestiones del momento” y estimaba que de las 214 publicaciones
del país en 1882, 146 correspondían a esta categoría.18 Para mis propósitos, sin embar-
go, adopté una categoría más restringida ya que me interesaba principalmente aquella
prensa que pertenecía a cada partido o agrupación política. Ellas eran el principal me-
dio a través del cual cada facción o partido político lanzaba sus ideas, combatía al
adversario y se defendía de los ataques de la oposición.
El objetivo de esta prensa partidaria distaba de ser el de informar al lector sobre
los eventos del día, locales e internacionales, reclamando mantener cierta independen-

17
Estas preocupaciones se plasmaron en “En la primavera de la historia’. El discurso político del roquismo
de la década del ochenta a través de su prensa”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana
“Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, Nº.15, pp. 35-70, 1er semester 1997; Entre la revolución y las
urnas. Los orígenes de la Unión Cívica Radical y la política argentina en los años noventa,(Buenos Aires,
Ed. Sudamericana/Universidad de San Andrés, 2000); “Tribuna Nacional, Sud-América y la legitimación
del poder (1880-1890)”, Entrepasados, año XII, Nº. 24/25, 2003; “La Tribuna Nacional y Sud-América:
tensiones ideológicas en la construcción de la Argentina Moderna en la década de 1880”, en Construccio-
nes impresas; “Ideological Tensions in the Foundational Decade of “Modern Argentina”. The Political
Debates of the 1880s”, Hispanic American Historical Review, vol. 87, Nº.1, febrero 2007; “Los lenguajes
de oposición en la década de 1880: La Nación y El Nacional¨, Revista de Instituciones, Ideas y Mercados,
Nº. 46, XXIV, mayo, 2007; Jardines secretos, legitimaciones públicas. El Partido Autonomista Nacional y
la política argentina de fin del siglo XIX, (Buenos Aires, Ed. Edhasa, 2010).
18
Ernesto Quesada, El periodismo argentino”, La nueva revista de Buenos Aires, año III, 1883, pp. 84-86.

17
鵻 Paula Alonso

cia u objetividad. Tampoco era este el caso de una prensa semi-independiente que en
períodos electorales se inclinaba abiertamente por uno u otro partido. Y tampoco se
trataba de emprendimientos comerciales privados. Por el contrario, La Tribuna Nacio-
nal, el diario del partido en el gobierno, explicaba a su público: “No somos simples
espectadores que, en el teatro del mundo político, juzguemos tranquilamente los he-
chos que pasan, como el sabio los fenómenos sometidos a su observación”.19 Los miem-
bros de la prensa política eran actores importantes del mundo político y por lo tanto la
parcialidad en los juicios y la arbitrariedad en los comentarios constituían un aspecto
esencial de su naturaleza. Esta característica se agudizaba aún más en el caso de la
prensa partidaria ya que era el partido político el que les daba vida con el único fin de
ser su portavoz en el batallar de la vida pública. Era el partido político (o para ser más
precisos los directivos superiores de cada partido) el que les daba origen, los financia-
ba, los proveía con el personal de redacción y les impartía las directivas sobre la mate-
ria y el tono de los editoriales.20 En su nacimiento, supervivencia y muerte, el diario
político estaba atado al partido o facción que le había dado origen. “Los diarios no son
sino instrumentos de propaganda” afirmaba abiertamente LTN, y la propaganda que
ejercían era, exclusivamente, la de su propio partido.21
La prensa partidaria de los años 1880 y 1890, por lo tanto, estaba compuesta
por un pequeño número del enorme caudal de periódicos que circulaban en el Buenos
Aires del fin de siglo, estaba geográficamente concentrada en Buenos Aires y, por sus
objetivos, estilo y contenido, era un híbrido en transición entre el panfleto político y el
diario “moderno”. El adjetivo de ‘pequeño número’ solo es aplicable si se tiene en
cuenta que el Buenos Aires de las últimas décadas decimonónicas poseía, a nivel mun-
dial, una de las mayores circulaciones de periódicos por habitante. En las décadas de
1880 y 1890 se imprimían entre 25 y 28 diarios cada día, que sumaban una circulación
total de 17,000 ejemplares, constituyendo un promedio de 23 ejemplares por cada 100
habitantes.22 Es necesario aclarar que de estos 25 o 28 diarios que circulaban en Bue-
nos Aires en estos años solo 18 cumplieron los requisitos necesarios para calificar

19
“Programas y hechos”, La Tribuna Nacional, 14 de enero de 1886.
20
Duncan, “La prensa política”, p.763.
21
La opinión pública”, La Tribuna Nacional, 13 de julio de 1887.
22
M.G. y E.T. Muhall, Handbook of the River Plate, Londres, 1885, p. 11. Ernesto Quesada estimaba que
la Argentina se ubicaba en 1887 en el cuarto lugar mundial en la relación de cantidad de periódicos por
habitante, para escalar al tercer puesto en 1882. “El periodismo argentino”, La nueva revista de Buenos
Aires, año III, 1883. Sobre las tiradas de los diarios véase además, J. Navarro Viola, Anuario de la prensa
argentina, 1896, Buenos Aires, 1897; Ema Cibotti, “Periodismo político y política periodística, la cons-
trucción pública de una opinión italiana en el Buenos Aires finisecular”, Entrepasados, Nº.7, 1994,
pp.7-25, Eduardo Zimmermann “La Prensa y la oposición política en la Argentina de comienzos de siglo: el
caso de la ‘La Nación’ y el Partido Republicano”, Estudios Sociales, año 8, Nº. 15, 1998; Adolfo Prieto,
El discurso criollista en la formación de la argentina moderna, (Buenos Aires, Ed. Sudamericana), 1988,
pp. 26-82.

18
La historia política y la historia de la prensa 鵼

como prensa partidaria y solo algunos pocos entre ellos existieron en forma conti-
nua.23 Durante períodos no electorales, el elenco de la prensa partidaria apenas sobre-
pasaba la media docena.
Si Buenos Aires era el centro de la prensa política, esto se debía a una serie de
razones. La ciudad gozaba de un largo linaje de liderazgo político que arrancaba desde
la colonia, habiéndose formalmente convertido en capital federal de la República en
1880; disfrutaba de una mayor concentración de población alfabeta que otras ciudades
y, siendo el hogar de los partidos políticos porteños y de las autoridades nacionales, era
un centro de constante agitación de la vida pública. Y aunque las principales ciudades
provinciales contaban con sus propios diarios, la prensa política que se imprimía en la
Capital Federal era distribuida en las provincias. En el caso de los diarios “oficiales”,
es decir, los del partido en el gobierno, esta distribución se realizaba a través de
suscripciones hechas por los gobernadores leales al partido a cuenta del gobierno na-
cional o provincial, mientras que en caso de los partidos de oposición y de los gober-
nadores no pertenecientes al partido del presidente, la distribución se realizaba a través
de suscripciones hechas por los miembros provinciales de cada partido, ya sea con el
fin de estar al día en los últimos chimentos políticos, como para demostrar apoyo por la
causa partidaria.
Este tipo de prensa era de tirada diaria en el Buenos Aires de fin de siglo, se
publicaba por la tarde, y principalmente se destinaba a dar la opinión “del partido”
sobre los asuntos del día. Eran de dos o tres páginas, la primera se dedicaba a “anali-
zar” la política ofreciendo la visión del partido, y a debatir entre ellos mismos; la se-
gunda ofrecía algunos avisos publicitarios de estudios de abogados o algún comercio
relacionado generalmente con los amigos políticos. Por lo general, estos diarios parti-
darios no incorporaban caricaturas en sus impresos, ya sea por disminuir costos como
por desear aparecer como diarios serios de debate, a través del uso de la palabra en
lugar de la imagen, habiendo en Buenos Aires otro tipo de impresos que utilizaron la
caricatura efectivamente.24 La relevancia de la prensa partidaria, abocada al debate no
tiene paralelos cuando se trata de reconstruir las ideologías de los partidos políticos, ya
que, a diferencia de los discursos presidenciales, los debates en el Congreso, o los
libros, ellas eran la voz oficial de cada partido o facción política.
Por lo tanto, el aspecto que más me interesaba de este híbrido en transición
entre el puro panfleto político y el diario moderno, era justamente su arista panfletaria,
es decir aquellas características que no sobrevivieron a la transición al diario moderno
e incluso no se interesaron en afrontarla. Este tipo de prensa es hoy un fenómeno extin-

23
Duncan, “La prensa política: Sud- América, 1884-1892”, en Ferrari, La Argentina del ochenta, p.773.
24
Sobre este tipo de publicaciones en la Argentina y en México, véase Andrea Matallana, Humor y Políti-
ca: Un Estudio Comparativo de Tres Publicaciones de Humor Político, (Buenos Aires, Eudeba), 2000;
Fausta Gantús, Caricatura y poder político. Crítica, censura y represión en la ciudad de México, 1876-
1888, (México, El Colegio de México), 2009.

19
鵻 Paula Alonso

guido, habiendo sido gradualmente reemplazada desde los primeros años del siglo XX
por una prensa que se decía ‘independiente’ que, como muestra de su ‘objetividad’
proclamaba ser apolítica —o, mejor dicho, no apoyar demasiado abiertamente o con
indiscutible lealtad a un determinado partido político— y cuya principal fuente de
financiamiento estaba compuesta por avisos publicitarios. Por el contrario, la prensa
partidaria de fin de siglo no cumplía prácticamente con ninguno de los requisitos de la
llamada prensa “moderna”, y es justamente el tratarse de un periodismo muy distinto y
ya extinguido lo que la convierte en un atractivo objeto de investigación. A su vez,
estas mismas características eran las que habían alejado por mucho tiempo a los histo-
riadores que buscaban en la prensa “datos fácticos” ya que, al ser diarios del partido,
no proporcionaban “veracidad” y no eran considerados una fuente fidedigna para ha-
cer historia.25
Las posibilidades que ofrece un análisis de esta prensa son innumerables, y
también lo son sus frutos. Volviendo a los ejemplos de la Argentina decimonónica,
según las palabras de Tulio Halperín Donghi, la Argentina es un país nacido liberal, es
decir, donde los antagonismos oposiciones entre liberales y conservadores, republica-
nos y monárquicos, unitarios y federales, no tuvieron cabida en este horizonte ideoló-
gico, generalmente descripto como relativamente homogéneo luego de los acuerdos de
gobernabilidad alcanzados en la segunda mitad del siglo.26 Dicha homogeneidad pare-
cía aún más acentuada llegada la década de 1880, caracterizada por una relativa tran-
quilidad y desmovilización partidaria, interrumpida en 1890 con la organización de la
oposición. Pero aún con el surgimiento de una oposición, una mirada a las proclamas
partidarias de estos grupos, con la excepción del Partido Socialista, parecía confirmar
la ausencia de diferencias ideológicas significativas entre el gobierno y la oposición.
Sin embargo, un análisis de la prensa partidaria en estos años, arrojó una interpretación
distinta. No solamente estos análisis mostraron en cuales cuestiones diferían los que
estaban en el gobierno y los que estaban fuera de él, sino que también iluminó impor-
tantes diferencias ideológicas dentro del partido oficial.27

25
Con estos diarios ocurrió algo similar a la renovación historiográfica que tuvo lugar sobre el rol y la
naturaleza de las elecciones del siglo XIX. Consideradas tradicionalmente como la “leyenda negra” de la
política decimonónica por no acercarse a los parámetros democráticos del siglo XX, habían permanecido
ignoradas, consideradas irrelevantes como objeto de estudio. Así como en las últimas décadas las eleccio-
nes han pasado a constituir un foco indispensable para el análisis de la política del siglo XIX, justamente por
sus propias características, una transformación similar ha ocurrido con la prensa política.
26
Tulio Halperín Donghi, “Argentina: Liberalism in a country born liberal”, en J. Love y N. Jacobsen
(eds.), Guiding the Invisible hand. Economic liberalism and the State in Latin American History, New
Cork, Praeger, 1988. Un análisis del liberalismo en estos años puede verse en Paula Alonso y Marcela
Ternavasio, “Liberalismo y ensayos políticos en el siglo XIX argentino”, en Iván Jaksic y Eduardo Posada
Carbó (eds.), Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX: Ensayos de historia política e intelec-
tual, (Santiago de Chile, Fondo de Cultura Económica), 2011.
27
Véase, Alonso, Jardines secretos.

20
La historia política y la historia de la prensa 鵼

Los “giros” y sus posibilidades

En parte dichas reconstrucciones ideológicas fueron posibles por las herramientas y los
horizontes metodológicos desplegados por el giro lingüístico y cultural en boga en
aquellos años. Si las ideologías sirven para legitimar acciones o políticas, me interesa-
ba el “speech-act”, es decir la perfomatividad de los vocablos, las luchas por imponer
ciertos significados a los conceptos, las formas en que se emplean los lenguajes y son
manipulados con el fin de convencer y/o descalificar al oponente. Las batallas por la
(re)conceptualización se me presentaban como la esencia no sólo de los debates ideo-
lógicos sino de la política misma.
Aunque no fuese necesariamente una novedad del giro lingüístico, su propuesta
nos hizo particularmente consientes del peligro de realizar lecturas literales del lengua-
je o apartadas de sus contextos, invitándonos a desentrañar la forma en que los voca-
blos son utilizados en determinado tiempo y lugar, así como sus transformaciones a lo
largo del tiempo. Asimismo, también nos alertó (o revitalizó alarmas ya existentes)
sobre los peligros de realizar lecturas lineales de las narrativas construidas por los
actores. En el caso de la prensa partidaria, dichos recaudos son particularmente rele-
vantes. En la reconstrucción y difusión de sus propias versiones del pasado para defen-
der posturas del presente y para definir sus propias identidades, estos diarios llevaban
a cabo un proceso dinámico y constante de apropiación, selección, reconstrucción y
difusión de dicho pasado. Mientras que algunos representantes de la Nueva Historia
Política llevaron al extremo la idea de que toda tradición es “inventada” o deliberada-
mente construida, no puede perderse de vista que detrás de las versiones del pasado
difundidas por esta prensa partidaria yacen decisiones estratégicas no solo sobre qué
seleccionar de aquel pasado y cómo reconstruir una “tradición” para su propio partido
o facción, sino también sobre cómo presentar a la audiencia la selección realizada y las
lecciones que de él debían extraerse.28
Trayendo nuevamente a colación los ejemplos de la prensa que he trabajado,
cabe mencionar los arduos intentos de La Nación, el diario de Bartolomé Mitre, por
reconstruir en los años 1880 un pasado para su propio partido que lo uniera con el
Partido Unitario de la década de 1820. Y también, en el otro extremo, los intentos del
partido en el gobierno, el Partido Autonomista Nacional, por presentarse así mismo en
1881 como un partido nuevo, sin conexiones con el ayer, aunque sus directivos fuesen
veteranos de las luchas políticas, la mayoría con participación relevante en administra-
ciones anteriores.29

28
En este sentido comparto la irritación de Frank O´Gorman sobre la exageración de la “invención” de las
tradiciones, un concepto que si bien puede ser útil, ha sido utilizado muchas veces sin demasiada reflexión
sobre sus implicancias. Véase su reseña a William M. Kuhn, Democratic Royalism: The Transformation of
the British Monarchy, 1861-1914, (New York, St. Martin’s Press), 1996, The Journal of Modern History,
vol. 71, Nº. 3. (septiembre 1999), pp. 687-689.
29
Alonso, “En la primavera de la historia”.

21
鵻 Paula Alonso

Al mismo tiempo, tanto la reconstrucción histórica que los partidos llevaban a


cabo a través de la prensa, así como los conceptos que esgrimían en su batallar diario,
debían convencer y volverse aceptables para tener alguna utilidad en las luchas políti-
cas.30 Nuevamente, los orígenes de la Unión Cívica Radical (UCR) pueden servir de
ejemplo. La UCR fue fundada en un contexto de crisis política y económica signados
por la renuncia del presidente Juárez Celman en agosto de 1890, luego de haber enfren-
tado una revolución el mes anterior, y en momentos en que lo que se conoció como la
Crisis Baring ponía fin a una década de acelerado crecimiento económico sumiendo al
país en una de las más agudas crisis financieras de su historia. Con el fin de deslegitimar
a la nueva oposición, el gobierno los tildó de radicales, retratándolos como aquellos
quienes en un afán desenfrenado agudizaban la crisis del país arriesgándolo todo.
La oposición recogió el guante y desde su periódico aceptó llamarse Radicales, defi-
niendo sus posturas en los siguientes términos:

Hoy han cambiado los tiempos y con los tiempos el valor de las palabras, a tal punto que
pedir ahora lo elementar en materia de libertad y de garantías electorales es una intran-
sigencia tan grande y una temeridad tan impertinente, que ya no puede hacerse con la
sencillez de los viejos tiempos. Para tan poca cosa es necesario llamarse radicales.31

Ambos, gobierno y oposición, se disputaban el término conservador para definirse


a si mismos, pero cargándolo de distinto significado. Mientras que el gobierno decía
representar la paz y el orden, los Radicales lo acusaban de haber subvertido la consti-
tución, violando su espíritu. En contraste, se presentaban públicamente como los ver-
daderos conservadores que aspiraban a restituir el imperio de la constitución en la
república.
Una manipulación similar de los conceptos puede verse en la defensa que hicie-
ron los Radicales del recurso revolucionario. Mientras que para el gobierno toda insu-
rrección armada era ilegítima, los Radicales defendían la revolución como el deber de
todo ciudadano por restaurar las leyes y la constitución, socavadas por el partido ofi-
cial. “Cuando un poder extralimita sus funciones”, los Radicales denunciaban, “cuan-
do quiebra por su base el sistema político que rige los pueblos, sistema que ellos mis-
mos se han dado para garantía de sus derechos y de sus libertades, ese poder ha perdido
su autoridad, ha salido de la fuente de la ley, y por consiguiente se ha colocado en las
condiciones de un verdadero agresor”. El objetivo del partido, decían, era defender “en
nombre de las gloriosas tradiciones de la Nación (…) el orden constitucional profunda-

30
Sobre la importancia de la credibilidad de los relatos, aunque pensado para el análisis de otro tipo de
fuentes, véase Natalie Zemon Davis, Fiction in the Archives: Pardon Tales and Their Tellers in Sixteenth-
Century France, (Stanford, California, Stanford University Press), 1987.
31
El Argentino, 5 de Julio de 1891. Citado en Alonso, Entre la revolución y las urnas, p. 135.

22
La historia política y la historia de la prensa 鵼

mente perturbado”. Rechazando abiertamente la experiencia de la Revolución France-


sa, la cual “conmovió la sociedad entera y llevaba una innovación profunda en el orden
político, en el orden social y en el orden económico”, su misión, decían, “se reduce a
obtener el restablecimiento de las instituciones sin pedir la reforma de ninguna de ellas”.
Los Radicales acusaban al gobierno a través de su diario de ser los verdaderos revolu-
cionarios. “Han anarquizado todo”, denunciaban, “nociones de política honrada, ideas
de administración honesta, doctrinas y enseñanzas sobre decoro personal, todo ha des-
aparecido bajo su influencia perniciosa”. Por lo tanto, preguntaban, “¿Quién puede
negar que en estas circunstancias la revolución significa el ejercicio de un derecho
sancionado ya por el juicio filosófico de la historia del mundo?”32
Un segundo desafío en este tipo de análisis es el de evitar investir los contenidos
de la prensa de una excesiva coherencia, tergiversando así su propia naturaleza. John
Pocock se refirió al peligro de otorgarle al análisis de un texto un grado de abstracción
excesivamente superior al otorgado por su autor.33 En forma similar, Quentin Skinner
se refirió a la mitología de la coherencia, es decir a exigirle coherencia a un texto sin
atender a sus contradicciones. Dichas advertencias son aún más necesarias para el aná-
lisis de la prensa. Escrita por varias plumas, siguiendo la coyuntura, esta prensa bata-
llaba por un fin inmediato, y en un ámbito como la política en donde la coherencia y
consistencia no son pre-requisitos del lenguaje político y del simbolismo. Benedetto
Crocce la definió con desdén como escritos sin ninguna originalidad ni profundidad,
producidos por mentes superficiales y de un rango inferior al de otros géneros. “Los
periodistas crean e improvisan filosofía e improvisan historia”, denunciaba, “y toda
improvisación requiere de hombres con escasos escrúpulos mentales y sin ninguna
sensibilidad estética”.34 Las palabras exageradas de Crocce remiten a la irritación de
quienes, cooperando con la “Leyenda Negra” sobre el periodismo decimonónico, juz-
gan a la prensa por lo que no es, en lugar de analizar su naturaleza. Aún así, aunque
exageradas o incluso desacertadas, sus palabras son al mismo tiempo útiles para
alertarnos cuando realizamos la reconstrucción ideológica de un periódico o de un
debate entre distintos periódicos, sobre los peligros en exagerar la coherencia de un
lenguaje estratégico, diverso y simbólico, desvirtuando o incluso destruyendo la natu-
raleza misma de nuestro objeto de estudio.
En la reconstrucción textual que realizamos de la prensa política y/o partidaria,
debemos tener presente, por lo tanto, que estamos “creando” un texto a través del
recorte de distintos fragmentos, y además ponemos dichos “textos” reconstruidos por

32
Véase, Alonso, “Entre la revolución y las urnas, pp. 154-156.
33
John Pocock, “Languages and Their Interpretations”, en Pocock, Politics, Language and Time, (Londres
y Nueva York, University of Chicago Press), 1972, p. 6.
34
Citado por Brendan Dooley, “From Literary Criticism to Systems Theory in Early Modern Journalism
History”, Journal of the History of Ideas, vol. 51, Nº. 3, julio-septiembre, 1990, pp. 461-462.

23
鵻 Paula Alonso

nosotros mismos en dialogo con otros. Antes de “desconstruir” un texto nosotros lo


construimos, y lo hacemos siguiendo nuestras propias pautas e intereses. Nuestra “in-
tervención” como historiadores es mucho más aguda, creativa y quizás hasta violenta
de la que puede hacerse sobre textos canónicos u otro tipo de géneros. Mientras que
este tipo de prensa es una prensa guerrera, interesada en lo contingente, debemos tener
presente que al hacer una reconstrucción ideológica de sus fragmentos estamos reali-
zando una “intervención” particular.
Más aún, en dicho proceso de “construcción textual”, no solamente investimos
a su lenguaje de una coherencia que apenas esbozaba, sino que además intentamos
clasificarlo dentro de genealogías y pertenencias ideológicas. Quizás el mejor ejemplo
que pueda ilustrar los riesgos de este ejercicio sea el debate que por más de treinta años
tuvo lugar en la historiografía anglosajona denominado informalmente “liberalismo vs
republicanismo”. La idea imperante, articulada principalmente por Louis Hartz, de un
Estados Unidos nacido liberal bajo el predominio de las enseñanzas de John Locke, fue
disputada, por quienes propusieron en cambio que la ideología primordial en tiempos
de la revolución fue la del “humanismo cívico” o republicanismo.35 Entre los promoto-
res iniciales de esta segunda interpretación se encuentran Bernard Bailyn, Gordon Wood
y J. G. A. Pocock.36 Uno de los legados más significativos de ese debate es el de haber
manifestado tan claramente las dificultades de enmarcar al liberalismo y al
republicanismo dentro de definiciones precisas. Finalmente, no resultó convincente
compartimentar al primero como el defensor de derechos individuales, de la libertad en
su sentido moderno, y de las ideas de libre mercado, y contraponerlo al republicanismo
como el defensor de la virtud, de la libertad positiva, y temeroso de los efectos políti-
cos y sociales del comercio.37

35
Louis Hartz, The Liberal Tradition in America: An Interpretation of American Political Thought since
the Revolution, (New York, Harcourt, Brace), 1955.
36
Bernard Bailyn, The Ideological Origins of the American Revolution, Cambridge Mass., Belknap Press,
1967; Gordon S. Wood, The Creation of the American Republic, 1776-1787, (Chapell Hill, University of
North Carolina Press), 1969; J. G. A. Pocock, The Machiavellian Moment: Florentine Political Thought
and the American Republic Tradition, Princeton, Princeton University Press, 1975. Una aguda crítica a
estas interpretaciones puede encontrarse en Joyce Appelby, Liberalism and Republicanism in the Historical
Imagination, (Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press), 1992.
37
Diversos trabajos han apuntado a señalar de que estas dos vertientes no son antagónicas y que la división
entre el liberalismo y el republicanismo ha sido exagerada. Esto se debe en parte a que el republicanismo
sajón es una versión suave del republicanismo clásico en el cual se entrecruzan los lenguajes de John
Locke. Veáse Thomas L. Pangle, The Spirit of Modern Republicansim: The Moral Vision of the American
Founders and the Philosophy of Locke, (Chicago, University Of Chicago Press),1988; y Richrad Sinopoli,
The Foundation of American Citizenship: Liberalism, the Constitution and Civic Virtue, (Oxford, Oxford
University Press), 1992; Issak Kramnick, Republicanism and Bourgeois Radicalism. Political Ideology in
late Eighteenth-century England and America, (Ithaca y Londres, Cornell University Press), 1990, pp.1-5.
Así, por ejemplo, también se ha señalado que republicanismo norteamericano resultó compatible con una
economía comercial en expansión y que la virtud republicana pasó a ser asociada con la actividad económi-

24
La historia política y la historia de la prensa 鵼

El legado de dicho debate historiográfico ha dejado tras de sí serias dudas sobre


cuales pueden considerarse los elementos propios y exclusivos del liberalismo y del
republicanismo. Más significativo aún, también ha dejado tras de si serias dudas sobre
si en realidad se trataba de ideologías, paradigmas o grupos de ideas antitéticas entre
ellas. Muchos abandonaron la idea inicial de ideologías históricamente enfrentadas en
favor de una interpretación que argumenta que los enfrentamientos teóricos general-
mente se desvanecen y son analíticamente poco apropiados cuando se trata de apreciar
contextos históricos donde los actores hablan lenguajes entrecruzados, sin advertir las
tensiones lógicas entre ellos.38 Para ir, una vez más a los Radicales argentinos de 1890,
a la vez que sostenían una idea de libertad en sentido republicano de participación,
defendían también al libre mercado, un concepto generalmente vinculado al liberalis-
mo.39 Por lo tanto, al analizar este tipo de prensa debemos enfrentar una serie de desa-
fíos: evitar investir al leguaje de una excesiva coherencia e intentar insertar dicha re-
construcción dentro de canales ideológicos de difícil precisión, sin atender al carácter
políglota de los actores. Conceptos como liberalismo, conservadurismo, republicanismo,
revolución formaban parte de las herramientas a utilizar en el batallar diario más que
componentes de nítidas ideologías.40
Podríamos concluir que aunque pensado principalmente para otro tipo de géne-
ro, el giro lingüístico ha iluminado posibilidades y también desafíos cuando se lo apli-
ca a objetos tan particulares como fue la prensa. Pero una de las ventajas de analizar
este tipo de impresos es que resulta más fácil descubrir la intencionalidad de sus auto-
res y/o de sus principales dueños. Mientras que deducir de un texto canónico la
intencionalidad de su autor ha sido uno de los aspectos más cuestionados de la pro-
puesta de Quinten Skinner por la dificultad que ello implica, el objetivo o la

ca durante el siglo XVII a pesar de haber sido interpretada en su sentido clásico como una actividad peligrosa
y antagónica a ella. Véase Drew McCoy, The Elusive Republic. Political Economy in Jeffersonian America,
(Chapel Hill, The University of North Carolina Press), 1980; Issak Kramnick, “Republic Revisionism
Revisited”, American Historical Review, 87, Nº. 3, junio, 1982.
38
Véase Richard E. Shalhope, “Republicanism and Early American Historiography”, Williamn and Mary
Quaterly, vol. XXXIX, Nº. 2, abril, 1982, pp. 334-356; Daniel T. Rodgers, “Republicanism: the Career of a
Concept”, The Journal of American History, vol. 79, Nº. 1, junio 1992, pp. 11-38; J.A.G. Pocock, “Between
Gog and Magog: The Republican Thesis and the Ideología Americana”, Journal of the History of Ideas,
vol. XLVIII, Nº. 2, abril-junio, 1987, pp. 325-346; Lance Banning, The Jeffersonian Persuation. Evolution
of a Party Ideology, (Ithaca y Londres, Cornell University Press), 1978; Isaac Kramnick, “The Great National
Discussion: The Discourse of Politics in 1787”, en su Republicanism, pp. 261-295.
39
Alonso, Entre la revolución y las urnas, pp. 245-247.
40
Véase Erika Pani” Maquialvelo en el Septentrión. Las posibilidades del republicanismo en Hispanoamé-
rica”. Prismas, Nº. 13, 2009, pp. 295-300; Elías Palti, “Las polémicas sobre el liberalismo argentino. Sobre
virtud, republicanismo y lenguaje”, José Antonio Aguilar Rivera, En pos de la quimera. Reflexiones sobre
el experimento constitucional atlántico. (México, FCE-CIDE), 2000; Elías Palti, “Orden político y ciudada-
nía. Problemas y debates en el liberalismo argentino en el siglo XIX”, en Estudios Interdisciplinarios de
América Latina y el Caribe, vol. 5, Nº. 2, 1994.

25
鵻 Paula Alonso

intencionalidad detrás de esta prensa puede resultar más accesible para los historiado-
res, tanto cuando la analizamos como emprendimiento editorial como cuando estudia-
mos su contenido.

¿Prensa y política?

Sin embargo, definir la relación entre la prensa y la política y la intencionalidad de la


primera para impactar en la segunda, requiere primero reparar en qué pensamos cuan-
do invocamos el concepto de política. Pierre Rosanvallon nos ha ofrecido en este sen-
tido un punto de partida de utilidad al distinguir a “lo político” de “la política”. Por el
primero, se refiere a aquel ámbito en el que el poder da forma y jerarquiza la trama
social. El análisis de “lo político”, se nutre a través de una historia de las mentalidades,
“de la manera en que los grandes textos son leídos, de la recepción de trabajos litera-
rios, del análisis de la prensa y los movimientos de opinión, de la vida de los panfletos,
la construcción de discursos transitorios, de la presencia de imágenes, de rituales signi-
ficativos, e incluso del trazado efímero de canciones”.41 Y distingue “lo político” de
“la política” diferenciando los ámbitos del “poder y la ley, el estado y la nación, la
igualdad y la justica, la identidad y la deferencia, la ciudadanía y la civilidad —en
suma, todo lo que constituye la vida política más allá del campo inmediato de la com-
petencia por el poder político, las acciones diarias de los gobiernos y las funciones
ordinarias de las instituciones”.42
En este último sentido, Kari Palonen nos propone distinguir el concepto de la
“política como actividad” de la “esfera política”, posicionando el surgimiento de la
primera en el siglo XIX Europeo, facilitado por el proceso de democratización y de
expansión de la participación electoral, de la periodización regular de las elecciones,
del desarrollo de los partidos políticos y de la emergencia del político profesional.43
Aunque quizás no sea sencillo distinguir históricamente la emergencia de la política
como actividad, distinta de la esfera política, podemos intentar desglosarlas cuando las
relacionamos analíticamente con la prensa política.
¿Que pistas podemos seguir al pensar la relación de la prensa con “la actividad
política” o es decir, con el mundo de las elecciones, de los debates, de las diarias
disputas partidarias por una legitimidad que se percibía esquiva?
En 1883 Ramón J. Cárcano, cuando era todavía un joven cordobés en rápido
asenso en el mundo de la política, le daba el siguiente consejo a Miguel Juárez Celman
cuando este último comenzaba su carrera hacia la presidencia en 1886: “He leído que

41
Pierre Rosanvallon, “The Study of Politics in History”, en Samuel Moyn (ed.), Democracy Past and
Future, (New York, Columbia University Press), p. 46.
42
Rosanvallon, “The Study of Politics in History”, p. 36.
43
Palonen, The Struggle with Time.

26
La historia política y la historia de la prensa 鵼

Bismarck suele mirar con glacial indiferencia los ataques de la prensa, sin rehusar
refutarlos por eso cuando cree llegado el caso. Por esta razón, le recuerdo que no
abandone el propósito de tener un diario propio. Su utilidad es indiscutible y la empre-
sa es fácil, porque hay muchísima gente dispuesta a dar dinero para eso. Un diario para
un hombre público es como un cuchillo para el gaucho pendenciero: debe tenerse siem-
pre a mano”.44 La recomendación de Cárcano era innecesaria. En cada período electo-
ral, se contabilizaban los diarios de cada candidato con la misma relevancia que se
contabilizaban los apoyos de gobernadores, congresistas y power brokers de diversa
índole. “Hay tres diarios mitristas,” Julio A. Roca le escribía al mismo Juárez en 1878,
cuando pensaba lanzar su campaña presidencial: “La Nación (el único importante),
‘El pueblo argentino’, y ‘La libertad’ de Bilbao que agonizan. El resto de los diarios
está con nosotros. Sea habilidad o suerte, la verdad es que hasta ahora no ha habido
ningún porteño que disponga o pueda disponer de tantos diarios como yo, en este
momento dado. Y Ud. sabe que este pueblo se gobierna y tiraniza con sus diarios”.45
Cada campaña electoral brindaba oportunidades para hombres de letras en bus-
ca de empleo, quienes ofrecían sus servicios para dirigir o escribir en la prensa de los
candidatos.46 Mayormente, estos diarios/panfletos eran subvencionados por los mis-
mos candidatos y sus partidarios, o dependiendo del caso, por el gobierno nacional o
los gobiernos provinciales. Así el gobernador de Buenos Aires, Dardo Rocha, poseía
un listado de 13 diarios en la Capital y 21 en las provincias subvencionados por su
comité de campaña para apoyar su candidatura presidencial en 1886.47 La relevancia
de esta prensa, por lo tanto, no estaba determinada por la demanda de lectores, sino por
la demanda de los políticos. El rol de estos diarios no solo consistía en ser voceros de
los candidatos sino además, en reflejar el poder de los mismos y sus chances para ser
elegidos. Era importante hacer saber al público con cuantos diarios contaba cada can-
didato ya que formaban parte de su poder simbólico.
Pero aunque necesario, contar con un diario no era suficiente para alcanzar el
poder. Como reconocía Roca, La Nación era el diario más importante del país, y el
único que navegó con éxito esa hibrides entre diario partidario y diario comercial.48
Pero a pesar del poder de su diario, el poder y prestigio de Mitre continuó en declive
desde su presidencia (1862-1866) hasta su muerte. Y mientras que poseer un diario no

44
Citado por Duncan, “La prensa política”, p. 761.
45
Julio A. Roca a Miguel Juárez Celman, 17 de diciembre de 1878, Archivo General de la Nación (AGN),
Archivo Miguel Juárez Celman, leg. 2.
46
Véase, por ejemplo, Olegario Andrade ofreciendo sus servicios para la campaña de Roca en su corres-
pondencia con Miguel Juárez Celman, 16 de agosto de 1879 en AGN, Archivo Miguel Juárez Celman, leg. 3,
y años más tarde a Dardo Rocha, 1882 (sin mes o día); AGN, Archivo Dardo Rocha, leg. 31.
47
AGN, Archivo Dardo Rocha, leg. 208
48
Para una historia del diario véase, Ricardo Sidicaro, La política mirada desde arriba, las ideas del
diario La Nación, (Buenos Aires, Editorial Sudamericana), 1993.

27
鵻 Paula Alonso

era suficiente para alcanzar el poder, el tener poder tampoco era suficiente para soste-
ner un diario político y hacerlo crecer. Aunque su poder no fue uniforme a lo largo de
los años, Julio A. Roca fue indiscutidamente el político más poderoso de fines de siglo,
siendo particularmente talentoso en contrarrestar a sus opositores fuera y dentro de su
partido.49 Una vez ganadas las elecciones presidenciales en 1880, Roca se preocupó de
hacerse de un diario propio y La Tribuna Nacional apareció con tal fin dos días antes
de su asunción, convirtiéndose en uno de los elementos fundamentales de su adminis-
tración.
Roca debía gobernar desde una ciudad que se había alzado en armas en contra
de su elección, desde una metrópolis que no conocía bien, en la que tenía pocos ami-
gos, y en donde su apoyo político se basaba en un grupo de aliados porteños en los que
desconfiaba. Más importante aún, debía gobernar desde una ciudad en la que la opi-
nión pública no podía ser ignorada, y donde desde La Nación Mitre había incitado a los
porteños a resistir por las armas su elección presidencial, en lo que resultó ser la revo-
lución más sangrienta del último cuarto de siglo.50 La Tribuna Nacional, por lo tanto,
debía cumplir el rol crucial de crearle una legitimidad a un presidente cuyo rotundo
éxito en las urnas no había alcanzado a otorgarle, trazándole la imagen pública, di-
fundiendo su doctrina, y defendiéndolo “del desprestigio que pueden atraerle las opi-
niones inconsistentes, apasionadas o alarmantes de la prensa opositora”.51
Dada la importancia de su rol, Roca se abocó personalmente a la conducción de
su periódico, dirigiendo el tono de su contenido, e incluso escribiendo frecuentemente
en forma anónima. Su correspondencia testimonia la dedicación con la que fijaba pau-
tas sobre qué decir, cómo decirlo y cuando callar, así como su meticuloso seguimiento
de las finanzas del diario. Llegado el fin de su administración, y en la cúspide de su
poder, Roca intentó convertir a su diario en algo más que un diario partidario, y poner-
lo a la altura de su mayor competidor, “ese elefante blanco de La Nación, que nos ha
estado explotando con el tamaño, como el pigmeo del cuento”.52 Los objetivos de
Roca se hicieron evidentes en el incremento del cuerpo de redacción, en anuncios so-
bre la ampliación de corresponsales europeos (tanto voluntarios como remunerados),
en la reorganización de una sección comercial, y en los inicios de construcción de una
nueva casa para su imprenta. Pero sus ambiciones nunca se cumplirían. Aún con sus

49
Alonso, Jardines secretos. Legitimaciones públicas, pp. 180-183.
50
Sobre la revolución véase Hilda Sabado, Buenos Aires en arms. La revolución de 1880, (Buenos Aires,
Siglo veintiuno editores), 2008, pp. 14-19; Ariel Yablón, “Disciplined Rebels: The Revolution of 1880 in
Buenos Aires”, Journal of Latin American Studies, 40, 2008, pp. 484-485, y sobre las tensiones en las
elecciones de 1880 que desembocaron en dichos eventos, véase Paula Alonso, “The Argentine Presidential
Election of 1880”, presentado en ‘Contentious Elections And Democratization In The Americans During
The Nineteenth Century’, Rothermere American Institute, Oxford University, 17 March 2012.
51
“Nuestra prograganda”, La Tribuna Nacional, 19 y 20 de marzo de 1889.
52
Miguel Juárez Celman a Julio A. Roca, 1 de julio de 1886, AGN, Archivo Roca, leg. 53

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La historia política y la historia de la prensa 鵼

renovados bríos la tirada diaria de La Tribuna Nacional alcanzó un pico de 5.500


ejemplares, muy por debajo de las 18.000 impresiones diarias de La Nación. La casa
de imprenta no pudo ser terminada, y dado su contenido, La Tribuna Nacional nunca
dejó de sobrepasar su condición de diario partidario de la tarde. Finalmente el diario
cerró en 1889 cuando sus rivales dentro del partido le cancelaron las subvenciones del
gobierno.
Aún así, y dado que era el diario del hombre más poderoso del país, LTN sobre-
vivió por más tiempo que la mayoría de los diarios partidarios, cuyos destinos estaban
atados a los de su facción política. La empresa del periodismo partidario no era tan
fácil como insinuara Cárcano en sus consejos a Juárez Celman en la cita ya menciona-
da. Y ser el vocero de una facción o partido era no solamente una propuesta de corta e
incierta vida, sino también un asunto peligroso. Aún en la década de 1880, una década
de relativa paz y estabilidad en comparación con años anteriores y posteriores, la pren-
sa era frecuentemente víctima de la violencia. Así, Corvalán Gómez le enviaba un
telegrama a Luis María Campos, jefe de la campaña presidencial de Dardo Rocha en
1885, anunciándole desde la provincial de Santiago del Estero: “Anoche a las 11:30
algunos particulares acompañados de agentes de policía asaltaron casa de comité e
imprenta en la que penetraron rompiendo puertas. Imprenta ha sido empastelada y (sic)
incendiada. Comandantes y ayudantes presenciaron todo y dejaron escapar a los culpa-
bles, entre los que están David Beltrán, edecán y cuñado del vicegobernador y también
se cree que el comisario correa fue autor de los hechos. Beltrán andaba diciendo en el
café que mataría a todos los directores de ‘El País’”.53
Sería un error, sin embargo, reducir a la prensa partidaria a un mero instrumento
para alcanzar el poder, y sus frecuentes referencias a ella como cuchillo o puñal de la
política, pueden ensombrecer otras intenciones. Para las élites, la prensa era más que
un instrumento para hacer política, ella tenía un rol primordial en la construcción de “lo
político”, ese mundo donde se creaban y editaban las ideologías con las que se preten-
día articular el mundo social, político y económico. Más que en textos de largo aliento,
era a través de la prensa política donde se forjaban los imaginarios con lo que se aspi-
raba articular “lo político”. Sus principales dueños y editores veían en la prensa parti-
daria una plataforma de “educación” en un país nuevo, cuya vorágine en ritmos de
crecimiento, número de inmigrantes y transformaciones de todo tipo aceleradas al final
del siglo, producían reacciones diversas en sus dirigencias. Mientras que las cifras de
crecimiento eran festejadas como símbolo de modernidad y progreso, las elites intelec-
tuales y políticas también sostenían que tal metamorfosis económica y social demanda-
ba de la prensa un rol pedagógico.
Pero naturalmente, si la prensa del siglo XIX tenía un rol educativo a cumplir en
la construcción de la república y la definición del ciudadano, como nos recuerda Ángel

53
Corvalán Gómez a Dardo Rocha, 13 de septiembre de 1885, AGN, Archivo Dardo Rocha, leg. 205.

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Rama, las lecciones a impartir no eran neutrales.54 Así, por ejemplo, Bartolomé Mitre
hacía saber a través de su diario La Nación, que la república necesitaba de un ciudada-
no activo, veedor del gobierno, dispuesto a alzarse en armas de ser necesario; mientras
que Roca, por el contrario, difundía a través de La Tribuna Nacional que la construc-
ción de la República requería de un progreso material que solo el ciudadano
desmovilizado podía otorgarle. Los Radicales, sin repudiar el progreso, alertaban des-
de El Argentino sobre los posibles efectos negativos del materialismo sobre la austera
virtud republicana; y por su parte, La Vanguardia, órgano oficial del Partido Socialista,
se avocaba a la concientización y emancipación de la clase trabajadora.55
Cada uno de estos periódicos intentaba educar y moldear a la opinión pública
definiendo los conceptos y los valores a defender. Y ese accionar, lejos de parecer
incongruente con la función de la prensa, era percibido como el principal y legítimo
objetivo de la misma. Así, Miguel Cané, por ejemplo, contrastaba positivamente el rol
que la prensa política se adjudicaba a si misma en la Argentina, con una visión peyora-
tiva de la prensa de los Estados Unidos. Sus libros de Viajes, publicados en 1884,
concluían con una lectura negativa de lo que percibía como los indeseados efectos de
la masificación y del carácter “áspero y egoísta en sus formas de los yankees”. Cané no
escondía su desprecio por el periódico como empresa comercial que según él caracte-
rizaba al periodismo de los Estados Unidos. Allí, “es el anuncio y la información lo que
les da vida y no la opinión política”, se quejaba, “Que le importa a un yankee lo que
piensa un diario? Lo compra, va a los telegramas y luego á los avisos.”56 Lo que más
lamentaba Cané era que el periodismo yanquee renunciaba a ejercer la función princi-
pal de la prensa: la de guiar y educar a la opinión. “El valor e importancia del Times”,
se lamentaba, “consiste en su preocupación incesante de reflejar la opinión, con todas
sus aberraciones, en vez de pretender dirigirla”.57
Tanto por los objetivos que sus dueños y publicitas le adjudicaban, como por la
naturaleza de los mismos, la prensa partidaria de fin se siglo XIX en la Argentina distaba
mucho de formar la “esfera pública” habermasiana. Las condiciones que Habermas
describe en su modelo que permiten el surgimiento de dicha esfera estaban dadas.58
Buenos Aires formaba parte de un sistema capitalista en expansión, ofrecía varios es-
pacios de reuniones sociales, y no faltaron ocasiones en que ciudadanos privados se

54
Angel Rama, The Lettered City, (North Carolina, Duke University Press) 1985, pp. 47-66. Véase también,
Duncan, “Sud-América”.
55
Véase, Juan Buonuome, “La Vanguardia, 1894-1905. Cultura impresa, periodismo y cultura socialista en
la Argentina”, Tesis de Maestría en Investigación Histórica, Universidad de San Andrés, 2014.
56
Citado por Paula Bruno, “Lecturas de Miguel Cané sobre la función de la prensa en las sociedades
modernas”, Cuadernos Americanos, Nº. 123, 2008, pp. 113-138.
57
Bruno, “Lecturas”, p. 128.
58
Jurguen Habermas, Historia crítica de la opinión pública. La transformación structural de la vida
pública, (Barcelona, Gistavo Gilli), 1986.

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unieron para debatir asuntos del estado, que empresas periodísticas comerciales tam-
bién discutieran los eventos políticos del día, o que hombres relativamente humildes
participaran de debates públicos a través de los diarios. Sin embargo, la prensa política
analizada aquí estaba en manos de hombres públicos, y si bien algunos diarios conte-
nían una sección comercial y otros intentaban expandirla para solventar los gastos,
tanto por su naturaleza como por la labor a la que eran destinados escasamente reflejan
la emergencia de una esfera pública, aun cuando uno pueda compartir el ideal norma-
tivo de dicho concepto.
Quizás pudiera describirse mejor la participación de este tipo de prensa en la
construcción de una esfera pública si la comprendemos en sentido laxo, como espacio
público, o lugar público. No es un dato menor que la traducción del libro de Habermas
al español se titula Historia crítica de la opinión pública, en lugar de “esfera pública”
como aparece en su versión inglesa. Y no es de extrañar que en la historiografía del uso
del concepto habermasiano en América Latina, analizada por Pablo Picato, se subraye
que los historiadores latinomaericanos hemos apelado a un utilización menos rígida de
estos vocablos para denotar genéricamente una arena de publicidad.59 A lo largo del
siglo XIX el concepto de opinión pública evidenció una trayectoria diversa. Según los
análisis de Elías Palti y de Noemí Golman para el Río de la Plata, la misma fue inter-
pretada como “tribunal”, como sostén requisitorio del sistema representativo, como
razón pública o guía moral, o, hacia fin del siglo, como fuerza integradora y excluyente
de una elite, con fines estratégicos y proselitistas”.60 Sin embargo, la prensa política
analizada en estas páginas, superponía todos estos roles. Se creía tribunal, se sabía
indispensable para construir la legitimidad republicana, ambicionaba unanimizar, guiar,
moldear y educar, y era indispensable para la lucha partidaria.

Reflexiones finales

El resurgimiento de la nueva historia política, con su acento en la relativa autonomía de


lo político de determinismo sociales, y en definir a la política como una serie de prin-
cipios en pugna que ambicionan ordenar a la sociedad en función de los mismos, abrió

59
Pablo Piccato, “Public Sphere in Latin America: A map of the historiography”, Social History, 35, 2,
2010. Ejemplos recientes de un uso irrestricto del concepto puede verse en Hilda Sabato, “Nuevos espacios
de formación y actuación intelectual: prensa, asociaciones, esfera pública (1850-1900), en Historia de los
intelectuales en América Latina, (Buenos Aires, Katz Editores), 2008, pp. 387-411.
60
Elías Palti, “Las polémicas en el liberalism argentine. Sobre virtud, Republicanismo y lenguaje”, en José
Antonio Aguilar Rivera y Rafael Rojas (Coords.), El republicanismo en Hispanoamérica. Ensayos de
historia intelectual y política México, Fondo de Cultura Económica), 2002, pp. 167-209; Noemí Goldman
y Alejandra Pasino, “Opinión Pública”, en Noemí Goldman, Lenguaje y Revolución. Conceptos políticos
clave en el Río de la Plata, 1780-1850, (Buenos Aires, Prometeo), 2008, pp. 99-114. Palti expandió dichos
conceptos para México en El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado, (Buenos Aires, Siglo XXI),
2007.

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鵻 Paula Alonso

una serie de posibilidades para la incorporación de la prensa como un aspecto constitu-


tivo de “lo político” y una herramienta de “la política”. El giro cultural, asimismo,
enfatizó la relevancia del lenguaje y las representaciones, al tiempo que el giro lingüís-
tico y las diversas escuelas relacionadas con el mismo brindaron un arsenal de herra-
mientas de las que podemos disponer para el análisis del contenido de la prensa.
Como muestran algunos de los ejemplos mencionados en estas páginas, los cam-
pos de análisis que abrieron estos cambios son diversos. Debates ideológicos, es decir,
pugnas por la apropiación y definición de conceptos claves, pueden ser reconstruidos y
analizados para brindarnos un entendimiento de los mismos que vagas y homogéneas
proclamas partidarias no lograban ilustrar. Y en momentos como el fin de siglo XIX en
la Argentina (y en América Latina), cuando ciertas pautas sobre la organización del
estado ya habían sido acordadas, resulta más relevante aún comprender la naturaleza
de dichos debates generalmente aplanados bajo una idea de consenso que no permite
ver dichas fisuras o comprender su relevancia.
La prensa política representa un pivote que articulaba la política como activi-
dad con “lo político” y, como tal, resulta indispensable para iluminar las relaciones
entre la esfera de la política y la de sus prácticas. Y mientras que los giros lingüístico y
cultural nos han alertado que los desafíos de dicho enlace son varios y de dificultad
diversa, es difícil pensar en otro artefacto del fin de siglo XIX que pueda ofrecernos un
mejor instrumento para comprender ambos mundos.

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