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UNIVERSIDAD DE LOS LAGOS

MAGISTER LATINOAMERICANO EN ESTUDIOS CULTURALES Y LITERARIOS

LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DEL SUJETO


PELIGROSO EN LA SOCIEDAD CHILENA
ACTUAL
POR
MARÍA FERNANDA AMPUERO CATALÁN

TESIS PARA OPTAR AL GRADO DE


MAGISTER LATINOAMERICANO EN ESTUDIOS CULTURALES Y LITERARIOS
PROFESOR TUTOR EDUARDO CASTRO RIOS

OSORNO, 2018
Dedico este trabajo a mi familia, a mis padres Patricio y Nelly
A mis hermanos Jocelyn y Felipe…
Por su compañía, su apoyo, su amor.

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ÍNDICE TEMÁTICO

Introducción 4
I Capítulo
Formulación general del proyecto 6

II Capítulo
Referentes teóricos para explicar la construcción imaginaria del Sujeto Peligroso 12

Medios de Comunicación: Escenificación mediática del S.P. 27

Estado Punitivo 32

III Capítulo 40
Metodología
VI Capítulo
Mecanismos de creación del S.P en la sociedad chilena 42
Los efectos del espectáculo televisivo 46

Promueve el miedo y la inseguridad 52

Conceptualización del S.P. 57

Promueve el castigo a través del prejuicio la discriminación y la violencia 59

El desarrollo de un Estado de control interno 62

V Capítulo 67
Conclusión

VI Capítulo 69
Selección archivo de prensa

Bibliografía 104

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INTRODUCCIÓN

De manera histórica en Chile se han dibujado diversas figuras urbanas que materializan la
figura criminal de la época; el bandido, el vagabundo, el mendigo son personajes que, si
bien siguen existiendo hoy, son remplazados por el delincuente, el choro, el lanza. Por lo
pronto, los primeros siguen existiendo y son los segundos los que hoy toman protagonismo.

Chile en la actualidad mantiene una atmósfera de notable preocupación por los niveles de
delincuencia en los últimos años. Desde el estudio del PNUD en 19981 ya comienza a
aparecer el problema de la seguridad como una de las preocupaciones fundamentales de la
sociedad donde la materialización de aquello se reflejará en los sentimientos que produce
la criminalidad. Así este Informe señalaba en unas de sus páginas lo siguiente:

“La primera imagen que surge al hablar de inseguridad es el delito y los sentimientos
que produce. El discurso se orienta casi espontáneamente a los temas de la
seguridad ciudadana. Esto es explicable si se tiene en cuenta que la gente comunica
sus experiencias con el lenguaje que le provee la sociedad. En Chile los medios de
comunicación de masas no solo han identificado inseguridad con delito y seguridad
con policía, sino que han hecho de este tema uno de los espacios en que buscan su
conexión con las emociones de la gente. Más allá́ de la presencia objetiva de la

1
“El IDH de 1998 es generalizadamente visto como un hito significativo, y una amplia ma-
yoría coincide en señalarlo como el que provocó más impacto, el que resultó más interpe-
lante, y que generó mayor controversia. Se lo ve como el que plantea el enfoque, que los
siguientes informes seguirán desarrollando. Su argumento básico es también el más recor-
dado y comentado. Es el informe más fuerte en términos de propuesta explicativa, inter-
pretativa y como esquema analítico”. (Zincke, 2006). Sobre el mismo informe, señala Már-
quez que allí se “planteaba que, más allá del crecimiento económico y otros indicadores que
mostraban una clara mejoría en el país, las personas percibían sus vidas cotidianas llenas de
inseguridades. Así sucedía con la salud, el trabajo, la previsión, las relaciones con otras personas y
la delincuencia” (Márquez, 2015)

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delincuencia, que resulta ser menor que el temor frente a ella, ésta es una
explicación del hecho de que el miedo al delito sea el objeto espontáneo de las
conversaciones sobre inseguridad” (PNUD,1998. P.117).

En este estudio se apunta a que uno de los miedos fundamentales de la sociedad tiene que
ver con “el otro”, provocando una sensación generalizada de inseguridad, cuestión que
contribuye a la construcción de un símbolo objeto de ese temor y que se sintetiza en el así
llamado “sujeto peligroso”, el cual, entre otras consecuencias, “permite asignarle una causa
real, conocida, ubicable al miedo, otorgándole a éste veracidad y fundamento.” (Ídem. P.
118). Pareciera ser que las sociedades contemporáneas están particularmente marcadas
por la idea de “inseguridad” (Bauman, 2011; Bude, 2017, Beck, 1998); no obstante ese
hecho “objetivo”, también han surgido preguntas que interpelan por la instrumentalización
política de esa condición fundamental y la manera en que, más allá de las magnitudes
estadísticas, “el miedo” y la “inseguridad” han sido convertidas en herramientas efectivas
para la invisibilización de los problemas estructurales que están a la base de los afectos
colectivos.

Entendemos que este fenómeno, si bien no es algo que pueda ser explicado de manera
lineal y monocausal, está relacionado con la manera en que, a través de diferentes
mecanismos, se instituyen socialmente arquetipos (imágenes, objetos, situaciones) que
deben ser temidas y se definen las estrategias de cómo la sociedad se debe proteger de
aquellas. Es esto último es lo que entendemos como instrumentalización política de los
afectos. Dentro de ello, no solo el contenido de los mensajes emitidos por lo medios de
comunicación, sino la puesta en escena de ellos tiene un efecto en la manera en que
socialmente se procesa y se direcciona el temor. Wacquant sostiene que la “agitación
pública en torno a la seguridad” (Wacquant, 2009. P.14) es un asunto que ha sido pensado
“con el objetivo expreso de ser exhibido y visto, escrutado, devorado con los ojos: la
prioridad absoluta es montar un espectáculo, en sentido estricto del término” (ídem). El
“miedo” y “la seguridad”, siguiendo las tesis de Wacquant y Foucault, no solo han implicado

-5-
el florecimiento de una gran industria (mediática y de protección), sino, además, cumplen
la función de regular la conducta individual y colectiva. (Wacquant, 2010; Foucault, 2012).

Es en estos problemas donde centramos los objetivos de esta investigación. Nos interesa
observar de qué manera los medios de comunicación instalan la imagen del sujeto peligroso
y logran convertirla como uno de los ejes centrales en torno a los cuales gira la política de
seguridad. No postulamos que los medios de comunicación sean los únicos productores de
imaginarios sociales, sin embargo, consideramos que son los que mayor influencia tienen
en la actualidad. El problema de la delincuencia y la inseguridad también está atravesado
por otras variantes que tienen que ver con la imagen histórica y cultural que se tiene sobre
los sectores marginales y, de distintas maneras, la instalación de aquellos imaginarios
constituye mecanismos a través de los cuales se administra la pobreza (Ampuero, Codoceo,
2018; Cuneo, 2017).

Este trabajo se centra en la observación y revisión de los noticieros de dos años 2015 – 2016
de los canales de televisión abierta Chilevisión y Canal 13. Bajo la misma lógica
seleccionamos una serie de notas de prensa escrita y televisiva realizadas en el período de
formulación de la Agenda Corta Antidelincuencia (2015-2016) y, finalmente, añadiremos
dos programas de televisión que se encuentran siendo emitidos por los dos canales ya
mencionados, Alerta Máxima, en su versión Tras las Rejas (Chilevisión) y Nadie Está Libre
(Canal 13). Hemos seleccionado estos canales dado que creemos que deberán ser dos polos
opuestos: una mirada más conservadora, por parte de Canal 13 y, la otra, Chilevisión,
debiera expresar un enfoque más sensacionalista. La Agenda Corta Antidelincuencia, por su
parte, generó debate en torno al problema de cómo abordar la delincuencia, por eso
consideramos integrarla a nuestro universo de análisis. Lo que señalamos es que hay entre
los dispositivos político-comunicacionales y la estrategia punitiva levantada por la Agenda
Corta Antidelincuencia una relación de complementariedad.

-6-
CAPÍTULO I

FORMULACIÓN GENERAL DEL PROYECTO

El problema de la delincuencia y la criminalización está dado desde los comienzos de la


república. Las elites comienzan a hacer referencia al “mundo popular” o “bajo mundo”
desde muy temprano y es en ahí donde se concentraban los peores males de la sociedad
que crecía y se desarrollaba. La masa popular no era, como ahora, parte de los avances que
traía el desarrollo y la justificación que usualmente consignada en la prensa es que se
trataría de personas ociosas, viciosas, vividoras, moralmente débiles y que había que
controlar porque atentaban contra el desarrollo de la nación (León, 2015).

En la actualidad el problema de la delincuencia y los actos en contra de la norma establecida


también son atribuidos, de manera directa o soterrada, a los sectores populares o
socialmente excluidos. A ello se suma la percepción de inseguridad y violencia que ha
experimentado un acelerado crecimiento desde hace bastantes años en nuestro país.

Son los medios de comunicación quienes han sido los principales vehículos para idear la
imagen de un “sujeto peligroso” que amenaza la existencia pacífica y normal de la sociedad.
La delincuencia constituye una práctica social, pero, al mismo tiempo, las explicaciones que
se hacen sobre ella, son una construcción ideológica que, casi históricamente, ha sido usada
para ampliar los recursos de control y disciplinamiento que socialmente son desplegados a
objeto de garantizar el orden y la seguridad.

En el estudio del Ministerio del Interior y prevención del delito del 2015 señala que en
nuestro país un 86,8% cree que la delincuencia aumentó en el país; un 41,3% cree que él
podría ser víctima de delito en los próximos 12 meses y solo un 26,4% fue víctima real de
delito en su hogar. Lo que queremos destacar con estos datos es que, si bien, existe un
problema de delincuencia en el país, la percepción de peligro y violencia es mucho mayor a
la real. Por lo tanto, se ha generado un clima que ha agudizado el problema y lo ha
transformado en una percepción que genera pánico y paranoia.

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El miedo y la inseguridad han generado una atmósfera controversial que produce diversas
reacciones. Los gobiernos suelen operar desde un populismo penal y ponen en marcha
polémicos métodos como la así llamada Agenda Corta Antidelincuencia, que, entre otras
cuestiones, esta hecha para aumentar el castigo, endurecer la penas, entregar mayores
atribuciones a la policía y ejercer medidas fiscalizadoras sobre la población que es definida
como potencialmente criminal.

El problema del sujeto peligroso se puede abordar desde dos puntos de vista desde los
cuales se configura su articulación. En primer lugar, aquello forma parte de la construcción
de imaginarios. Las creencias son textos que pueden ser producidos para justificar diversas
prácticas. En este caso sostenemos que la construcción del sujeto peligroso constituye un
chivo expiatorio que permite explicar aspectos críticos que no tienen que ver con la
delincuencia propiamente tal, sino con figuras que más bien ponen en cuestión el orden
moral y la limpieza de la ciudad, tales como mendigos, vendedores ambulantes, viajeros,
jóvenes habitantes de zonas periféricas, gitanos, artistas callejeros, mochileros, niños
pordioseros, etc. (PNUD, 1998).

En segundo lugar, dado que los medios de comunicación han jugado un rol importante en
todo este engranaje, es importante descifrar el contenido de los mensajes que son enviados
y situarlos en los horizontes políticos en que ellos son producidos. Los medios no
proporcionan información neutral. Ellos promueven lecturas sobre la “peligrosidad” que
favorecen la consolidación moral y política de determinados grupos de interés (Wacquant,
2010) y que, entre otras cosas, promueven una interpretación descontextualizada del
fenómeno de la violencia y los así llamados sujetos peligrosos. Los medios han sido los
principales conductores y generadores de estigmas. Han sido utilizados como instrumentos
con los que se sobreexplota el concepto de violencia, se han identificado y construido
imaginarios sociales que proyectan imágenes específicas sobre determinados sujetos que
son calificados como potencialmente peligrosos y, para ello, han invisibilizado el contexto
que genera la violencia y la reproducción de prácticas sociales asociadas a las incivilidades

-8-
y la cultura delictual. Al parecer vender este tipo de televisión ha resultado rentable, de ahí
que la producción de programas vinculados a la cárcel, a la persecución policial tengan una
alta convocatoria televisiva. En esos productos comunicacionales se expone la vida de las
personas de manera burda, se los ridiculiza, sin considerar ni hacer mención a que las
cámaras también logran captar las condiciones miserables en las que viven. Los medios
cumplen un rol fundamentalmente potenciador de la violencia y la crueldad y sobre todo
como un generador de estigmas, proyectando la violencia vinculada solamente al
delincuente, haciendo desaparecer, con ello, la violencia estructural, que pareciera ser la
causa principal de la violencia cotidiana. La forma en que es tratada la información sobre la
violencia y delincuencia promueve una imagen de “maldad natural” que debe ser
combatida a través del castigo y el encierro (Wacquant, 2004). El sujeto peligroso no solo
constituye un peligro, sino que también carga con diferentes estigmas. Son proyectados
como sujetos moralmente descompuestos, deshonestos, naturalmente violentos e
insuficientemente humanos. Es frecuente, además, poner a estos seres humanos en
conexión con problemas de consumos de droga, alcoholismo e incluso son definidos a partir
de ciertas fisonomías físicas y corporales (Goffman, 2012). Las elaboraciones mediáticas con
que se trasmite el fenómeno de la violencia y la delincuencia han sido bien usadas para
expandir las justificaciones sobre el necesario castigo físico que debe caer sobre el cuerpo
de estos supuestos inmorales y el fortalecimiento de las políticas de seguridad que permitan
tener controlada la sociedad en su conjunto y, en particular, aquella población y territorios
calificados como “peligrosos”.

Para Wacquant estas estrategias comunicacionales son propias de los estados que
necesitan controlar la desaparición del Estado Social y su paulatino reemplazo por el así
llamado Estado Penal (Wacquant, 2008). El sensacionalismo con el que se promueve el
crecimiento de la delincuencia ha justificado el endurecimiento de las leyes para quienes la
infringen, de este modo se entrega una visión descontextualizada del problema de la
violencia porque es considerado principalmente como un problema de seguridad (falta de

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contingente policial, penas insuficientes, falta de “mano dura”), y no como una
consecuencia producto de la falta de oportunidades y la exclusión social. Desde algunos
años se han venido implementando desde distintas áreas, programas que permitan el
estudio y la prevención de la delincuencia y la violencia, que van, por ejemplo, desde la
creación de la Fundación Paz Ciudadana (1995), hasta la modificación en el Ministerio del
Interior y Seguridad Pública, sin que esto signifique un cambio en la forma en la que este
pensada el problema de la delincuencia.

Dado que este es uno de los problemas fundamentales para la sociedad chilena, también
se ha transformado en un conveniente slogan para las campañas políticas, que se han
apropiado del discurso de seguridad y “mano dura” contra la delincuencia como tópicos
centrales de las campañas electorales.

Las nuevas leyes en esta materia se han tramitado con urgencia. Así la recién elaborada
Agenda Corta Antidelincuencia, apunta justamente al endurecimiento de las penas y a
desarrollar una atmósfera de miedo y control policial. Sin duda estas políticas no
constituyen un acto neutral, sino político. Centrar la visión en el problema de la delincuencia
y la inseguridad solo provoca la invisibilización del problema real, la precarización laboral,
el desempleo, la relegación de los barrios desposeídos y la estigmatización de grupos
específicos (Wacquant, 2007).

Pero la delincuencia no solo ha resultado ser un negocio rentable para los políticos, también
lo ha sido para las empresas. El sistema de cárceles concesionadas por ejemplo ha sido un
negocio potente, son establecimientos con gran capacidad para mantener una cantidad de
internos que significan para el Estado un gasto de poco más de 700 mil pesos mensuales.
Sin embargo, esto no ha significado que se garanticen la intervención de los internos y de
este modo sea posible la reinserción social, todo lo contrario, se han convertido en espacios
hacinados, en condiciones deplorables que imposibilitan la intervención social.

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El problema que aquí planteamos tiene varias aristas que lo constituyen. Es de nuestro
interés poner en el eje de las reflexiones la manera en que el “sujeto peligroso” es
construido y cómo, a partir de ello, se configura un imaginario social que es coherente con
los mensajes pulsados por los distintos poderes.

2 HIPÓTESIS DE TRABAJO

La propuesta investigativa se propone analizar la forma en que los noticieros aportan a la


construcción de un imaginario social (Taylor, Castoriadis, Wacquant, Guattari) sobre el
sujeto peligroso. (Wacquant, Bauman)

Los postulados hipotéticos iniciales que orientarán la investigación son los siguientes:

1. Los medios de comunicación transfieren mensajes que están enmarcados en


determinados horizontes políticos y, por ende, no proporcionan información neutral, sino
que a través de ellos se promueven lecturas sobre la “peligrosidad” que favorecen una
interpretación descontextualizada del fenómeno de la violencia y los así llamados sujetos
peligrosos.

2. La forma en que es tratada la información sobre la violencia y delincuencia promueve


una imagen de “maldad natural” que debe ser combatida fundamentalmente a través del
castigo y el encierro (Wacquant).

3. Existe una relación de complementariedad necesaria entre los medios de


comunicación y el discurso punitivo del estado penal.

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3.- OBJETIVOS: (Generales y específicos)

3.1 OBJETIVO GENERAL

La propuesta investigativa se propone analizar la forma en que en que los medios de


comunicación aportan a la construcción de un imaginario social sobre el sujeto peligroso

3.2 OBJETIVOS ESPECÍFICOS:

1.- Analizar los mensajes que son trasmitidos por los noticieros y la manera en que ellos
contribuyen a la construcción de una imagen del así llamado “sujeto peligroso”

2.- Analizar la imagen y los rasgos específicos que según los medios de comunicación
construyen al sujeto peligroso e invisibilizar (táctica descontextualizadora) el contexto
social que produce las prácticas delictuales

3.- Analizar la relación de complementariedad entre los contenidos de los mensajes de


los medios de comunicación de los programas señalados y las lógicas punitivas del Estado
Penal.

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CAPÍTULO II:

REFERENTES TEÓRICOS PARA EXPLICAR EL PROBLEMA DE LA CONSTRUCCIÓN IMAGINA-


RIA DEL SUJETO PELIGROSO

Chile constituye un país que ha sufrido diferentes cambios a lo largo de su historia. En los
últimos decenios estos tienen que ver con el carácter transformacional que tuvo la
dictadura militar. Parte de esos cambios fueron continuados por la elite que condujo la
transición democrática, pues han sido leídos como la mejor estrategia para alcanzar el
desarrollo. Es también que desde ahí se ha publicitado la imagen de un país “modelo” para
Latinoamérica. No obstante, el estudio de PNUD de 1998 es tal vez uno de los primeros
estudios serios que muestra los baches del así llamado “milagro chileno” y lo hace
intentando comprender el sentido y orientación de la modernización en marcha y su
impacto en la vida cotidiana de la gente y su sociabilidad (PNUD 1998). Una de sus
principales conclusiones es que, más allá de lo que puedan mostrar las cifras
macroeconómicas, en el país se experimenta una sensación de insatisfacción generalizada.
Es aquel el sentimiento dominante en la sociedad chilena y ésta se expresaría en tres miedos
fundamentales: miedo a la exclusión económica, miedo al sin sentido y, finalmente, miedo
“al otro”. Además, el informe señala que se ha construido una imagen del “otro” reflejada
en un delincuente omnipresente y omnipotente que condensa un temor generalizado y
exagerado que va más allá de las tasas reales de delitos. Dicha figura estaría utilizada como
un “chivo expiatorio” que nombra y esconde una realidad que queremos negar (PNUD,
1998).

Nos parece interesante que ya desde 1998 se comenzaba a levantar la figura de ese “otro”
configurado en “el delincuente” como un elemento que justifica una serie de prácticas
sociales como la desconfianza, debilitamiento del sentido social y sentimiento de
comunidad (PNUD, 1998), el cuidado por el bien material, el consumismo, la
competitividad. En esta medida el sujeto peligroso pareciera constituirse en un chivo

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expiatorio para encubrir los miedos y las formas sociales que conforman las sociedades en
contexto de neoliberalismo, es decir la desaparición del Estado Social.

La idea del “otro”, el miedo y la inseguridad son los factores que hoy encarnan al “sujeto
peligroso”, asociado principalmente a la delincuencia, aunque no siempre limitado a ella. El
sujeto peligroso que atenta contra la propiedad, el violento, el que esta fuera de la norma
es lo que hoy constituye la figura de la peligrosidad, que hay que controlar y encarcelar. De
este modo la delincuencia es parte de una de las preocupaciones principales de los
proyectos políticos, al igual que se ha trasformado en rating televisivo y en una importante
fuente laboral. Por lo tanto, a partir de todas las formas de abordar el problema de la
delincuencia se ha generado una dicotomía entre la percepción que existe de la
delincuencia y lo que muestran los índices reales de victimización.

De lo señalado anteriormente, proponemos que uno de los fundamentales motores que


contribuyen a la maximización de esta percepción sean los medios de comunicación. No de
manera imparcial, no de manera ingenua los medios han sido los promotores constantes
de episodios de violencia y peligrosidad que contribuyen a desarrollar una atmósfera de
miedo e inseguridad. Considerando además el poder social y cultural que hoy tiene la
televisión.

En cuanto a la preocupación política se han desarrollado una serie de medidas que buscan
amortiguar el efecto de la delincuencia en la sociedad, y a su vez, mostrar acciones
concretas para la erradicación de esta. La creación de Fundación Paz Ciudadana (1992), una
de las primeras entidades de gobierno centrada en atender el problema de la delincuencia,
y de aportar conocimiento en materia de políticas públicas orientadas al desarrollo de la
seguridad, además, de entregar apoyo tanto a víctimas como victimarios, ha sido parte de
las medidas gubernamentales iniciales para atender la problemática de la delincuencia.
Además de constituir parte fundamental de las propuestas en la agenda pública y de ser
una de las protagonistas del slogan de las campañas presidenciales. En materia legislativa
hace muy poco tiempo tenemos la entrada en vigencia de la “Agenda corta

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Antidelincuencia” donde principalmente se aumentan las medidas de control y castigo.
Desde luego que todas las medidas son orientadas a la regulación, control pasando por alto
las causas de la delincuencia que se encuentran arraigadas en el fondo de un problema
social y político, la desigualdad.

CONSTRUCCIÓN IMAGINARIA DEL SUJETO PELIGROSO

Los espacios sociales son lugares conflictivos y mediatizados por distintos grupos de poder.
Lo que pensamos, nuestras creencias no son procesos naturales. Tampoco se deben a un
acto de descubrimiento y de adecuación pasiva e inocua entre nuestros pensamientos y la
realidad. Nuestra manera de ver el mundo, nuestras expectativas y la relación que
establecemos con el entorno depende en gran medida de lo que Félix Guattari denomina
procesos de fabricación de subjetividad (Guattari, 1996).

A partir de las décadas de los 70 y 80 el neoliberalismo se instala en América Latina de


manera definitiva y Chile aparece como un precursor en este proceso de cambio del
modelo de desarrollo. El neoliberalismo no significa solo una modificación en la manera de
poseer la propiedad, sino la introducción de nuevas técnicas de control y dominación que
se ejercen desde lo que Han denomina tecnologías psicopolíticas (Han, 2014). Vale decir,
el dominio coercitivo y castigador es reemplazado por un tipo de poder que, en vez de decir
NO, induce, seduce y arrastra en una dirección determinada, de modo tal que permita de
forma aparentemente voluntaria ampliar y fortalecer el orden hegemónico neoliberal
(ídem).

No obstante, en países como el nuestro donde el orden económico neoliberal ha


significado, por ejemplo, situarnos en una de las naciones como mayores niveles de
desigualdad del mundo y en donde aquello ha significado que para la mayoría de la
población los procesos de modernización le han pasado por el lado, es difícil poder sostener
que los procesos de control puedan ser ejercidos solo haciendo uso de las promesas
placenteras levantadas por el capitalismo neoliberal.

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Es en esta línea crítica pero complementaria de análisis planteado, se inscriben los trabajos
de Thomas Lemke, quien señala que la propagación del miedo y la inseguridad no es una
consecuencia lateral de las sociedades contemporáneas, sino que se trata de un requisito
consustancial de la propia sobrevivencia del neoliberalismo (Lemke, 2010). Dicho de otra
manera sin miedo e inseguridad resultaría muy dificultoso que se extendiera en el tiempo
un modelo económico y político que, con mucha evidencia, no implica bienestar para la
mayoría de la población; sino, al contrario, promueve la segregación social, explotación
laboral, precarización del empleo, sobreexplotación de los recursos naturales, violencia
social, inestabilidad política, banalización de la vida, estigmatización y criminalización de la
pobreza, arribismo cultural e insensibilidad ética ante el sufrimiento del otro.

Consideramos que dentro de la “construcción política del sujeto peligroso” los procesos de
subjetivación son fundamentales, dado que de esta manera se han incorporado a la forma
de ver y comprender la realidad de nuestra sociedad. Dado lo anterior vamos a desarrollar
que es lo que entendemos por procesos de subjetivación y como esto ha permitido la
construcción del sujeto peligroso, en rigor, como se ha sostenido esta imagen a través del
tiempo añadiéndose como parte de nuestra cultura.

PROCESO DE SUBJETIVACIÓN: LA COMPRENSIÓN DEL PROBLEMA DE LA DELINCUENCIA

Es en este contexto que aparece la construcción e instrumentalización política del sujeto


peligroso y que es metamorfoseado en la figura del “Delincuente” omnipresente e
omnipotente. Éste es elaborado particularmente en los medios de comunicación como una
especia de “bestia” oscura. “El delincuente” en tanto “construcción política del sujeto

peligroso” es convertido en el gran enemigo de la sociedad y el causante de sus males y el


promotor principal del sufrimiento humano. El bombardeo comunicacional ejercido por los
mass media y la instrumentalización política que de aquello hacen las elites ha logrado,
como lo señala Bauman, instalar en el imaginario social una suerte de animalización del

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sujeto delincuente. Ya no se trata de un individuo carenciado y necesitado de apoyo para
poder integrarse socialmente, sino una especie de plaga amoral que hay que combatir
porque pone en riesgo la naturaleza y la convivencia humana (Bauman, 2005; 2000).

Instalar este modo de comprender el problema de la delincuencia, ha sido parte de


procesos de subjetivación. Propiamente la cultura de masas produce: individuos
normalizados, articulados unos con otros según sistemas jerárquicos, sistemas de valores,
sistemas de sumisión; no se trata de sistemas de sumisión visibles y explícitos, como en la
etología animal, o como en las sociedades arcaicas o precapitalistas, sino de sistemas de
sumisión mucho más disimulados (Guattari, 2006, p.28). Estas creencias son instaladas y
promovidas sutilmente, por lo que interiorizar dichos imaginarios no resulta un acto
coercitivo, si no, es una aceptación voluntaria de construir formas pactadas y socialmente
aceptadas.

Así se ha instalado la idea de inseguridad, de que Chile es un país peligroso, que no se puede
vivir tranquilo, que las políticas de prevención y castigo del delito no son suficientes, y que
por consecuencia hay que endurecer las penas. Por lo tanto, estos discursos han entrado a
mediar la forma en que las personas ven, comprenden e interpretan la realidad, instalando
todo un aparataje que permita desarrollar un estado más castigador que permita ejercer
control social.

En este sentido el “sujeto peligroso” cumple, en tanto aporta a la construcción del


imaginario social, dos funciones importantes:

i. Justifica la ampliación de las políticas ultra represivas (ampliación del sistema penal)
con las cuales no solo se combate la acción de la delincuencia, sino que,
ii. además, se permite con ello, haciendo uso de las mismas técnicas y recursos,
iii. mantener bajo control aquel
iv. sector de la población que ha sido postergada por las políticas neoliberales y que
pueden llegar a convertirse en una amenaza política contra el modelo.

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v. Convierte los problemas y las consecuencias sociales provocadas por las políticas
neoliberales en problemas de adaptación de los individuos, de falta de respeto a la
norma, como una carencia en las responsabilidades que deben asumir las familias
y, finalmente, como un asunto que compete a la falta de disciplina y construcción
moral de los individuos.

DISCUSIÓN EN TORNO A LA COMPRENSIÓN DEL SUJETO CRIMINAL DESDE LA


CRIMINOLOGÍA

La comprensión del sujeto peligroso siempre se ha abordado desde diferentes


dimensiones. Sin duda, en sus inicios los estudios criminológicos hicieron los aportes más
importantes en esta materia, de modo que desde distintas posturas buscaban abordar y
explicar el problema de la delincuencia desde diferentes variables, unas más totalizantes
que otras.

Es claro que los planteamientos de Lombroso desde aproximadamente 1876 hicieron una
fuerte contribución en esta materia, es desde aquí que se plantea una teoría genética-
biologizante del delincuente que ha trascendido en una línea que comprende el problema
de la criminalidad como uno que tiene que ver con los procesos de desarrollo genéticos de
los sujetos que no han sido totalmente alcanzados y que por lo tanto las conductas
delictivas serian congénitas y heredadas (Lombroso 1902).

Otros planteamientos sostenían que la criminología permitiría además de combatir los


actos delictuales y criminales contribuir a convertir y a desarrollar en los hombres una
profunda y activa bondad, que demuestra el mejoramiento de su condición, que iba en
contra de su estado impulsivo y poco racional (Di Tulio, 1957).

A pesar de que estos planteamientos fueron iniciales y en su tiempo, criticados por los
estudios emergentes al respecto (Escuela Francesa), no se sostuvieron propuestas muy
alejadas de lo que Lombroso había planteado. Así por ejemplo desde la escuela sociológica

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francesa Lacassagne introduce el concepto de “medio social” como parte del desarrollo
criminológico, sin embargo, no excluye que dichos sujetos estén marcados por una
herencia defectuosa (Palacios, Leyton, 2014).

Con el tiempo fueron ampliándose más las interpretaciones sobre los estudios
criminológicos y fueron variando las miradas, se comienzan a introducir nuevos términos,
entendiendo a los estudios criminológicos como la ciencia que busca las causas de las
conductas antisociales presentes durante la evolución de los individuos que lo han llevado
a desarrollar una personalidad antisocial, se extiende de las conductas tipificadas como
delitos y abarca además de éstos, a los trastornos relacionados con la personalidad
antisocial” (Hikal, 2009).

Antonio García-Pablos la define como ciencia empírica e interdisciplinaria, que se ocupa del
estudio del crimen, de la persona del infractor, la víctima y el control social del
comportamiento delictivo, y trata de suministrar una información válida, contrastada,
sobre la génesis, dinámica y variables principales del crimen -contemplado éste como
problema individual y como problema social-, así como sobre los programas de prevención
eficaz del mismo, las técnicas de intervención positiva en el hombre delincuente y los
diversos modelos o sistemas de respuesta al delito (García-Pablos, 2007, pág. 45).

Todas las definiciones que revisamos están atravesadas por las formas en las que se
interpreta el problema de la delincuencia, y las miradas que existen sobre el “sujeto
criminal”. Sin duda estas concepciones permiten dar cuenta de las dimensiones en las que
se enmarca el problema de la criminalidad. En este sentido creemos que desde los estudios
criminológicos se dibujan una serie de creencias sobre el “sujeto peligroso” que están
sostenidas por las siguientes concepciones:

1. Entrega una visión biologisista y evolutiva del sujeto criminal, habla de un ser poco
desarrollado, primitivo. Por lo tanto, sus acciones serían congénitas y no el resultado
del medio social.

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2. Presentan una visión amoral del sujeto que se encontraría fuera de los marcos éticos
establecidos dada su condición primitiva.
3. Entrega una visión psicologisista y desarrollista ya que se asume que los sujetos cri-
minales poseen anomalías psicológicas y que es un problema basado en el desarrollo
de la personalidad del individuo.

En este sentido abordaremos dos perspectivas fuertes que han amparado los estudios cri-
minológicos. En primer lugar, ya señalábamos que existe una fuerte corriente que inicia los
estudios de criminología con Lombroso quien sostenía la teoría del criminal nato. Según
esta teoría los criminales retornarían al pasado por efecto del atavismo. Esto les haría com-
partir numerosas características con los pueblos salvajes que, como se creía en la época,
permanecían anclados a una especia de estado infantil de la evolución (Palacios, 2015, pág.
18). Características como el escaso desarrollo del sistema pilífero (células que forman el
pelo), la escasa capacidad craneal, la frente huida, los senos frontales muy desarrollados
(…), enorme desarrollo de las mandíbulas, piel abundante en pigmentación, cabellera rizada
y espesa, orejas voluminosas, gran agilidad, precocidad a los placeres sensuales, la mayor
analogía de los dos sexos, la menor corregibilidad de la mujer, la pereza, la ausencia de
remordimientos, la impulsividad, la excitabilidad psicofísica, y sobre todo la imprevisión y
el valor alternado con la cobardía; exceso de vanidad, la pasión por el juego y las bebidas
alcohólicas, la violencia y la fugacidad de las pasiones, la superstición, la susceptibilidad
exagerada y hasta la concepción relativa de la divinidad y la moral (Lombroso, 1902, pág.
498). La definición de Lombroso define un ser bestial, sin ningún valor, sin miedo, indolente,
pero además define una serie de conductas sociales, rechazadas moralmente, conductas
con las que se identifican a las mujeres, a los alcohólicos, a los que tienen conductas sexua-
les alteradas, los que ejercen el comercio sexual, el vagabundeo, los mendigos y, en general,
todos aquellos sujetos que provienen del bajo mundo de la pobreza y la marginalidad. En
Lombroso había más que una caracterización al sujeto criminal, se pude percibir una lectura
del rechazo a las prácticas del mundo popular.

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En segundo lugar, se considera que Di Tulio integró a su teoría que el ser humano es una
unidad biopsicosocial (ídem). Todos los individuos, en circunstancias especiales, pueden lle-
gar a un estado de alteración, pues somos individuos que tenemos una particular tendencia
al desarrollo y a diversos procesos de desintegración de la personalidad, con las consiguien-
tes perturbaciones graves en su conducta (ídem, pág. 28). Por lo tanto, en este caso, no
solo imperaba en el sujeto la unidad biológica o psicológica, sino que se entiende al sujeto
en un contexto y bajo normas establecidas para el orden social. Di Tulio hacia una clasifica-
ción del delincuente y los distinguía en dos tipos, Delincuentes ocasionales (1) y Delincuen-
tes constitucionales (2). Nos parece importante esta distinción porque dado que, en caso
de los primeros, son movidos a cometer delitos por causas exógenas que más bien están
relacionadas con circunstancias accidentales, situaciones ambientales de miseria y pobreza
y aquellos que tienen que ver con las pasiones. Y los segundos fundamentalmente están
llevados a cometer delitos por su biológica evolutiva o psicopática (The Karma Police, 2016).
Por lo tanto, en esta teoría si bien se incorporan las situaciones externas del sujeto, se man-
tiene aquello sostenido por Lombroso en el ámbito de lo biológico, que sigue teniendo un
peso importante.

Una última mirada al estudio de la criminología que hemos revisado señala que se deben
abordar las causas de las conductas antisociales, que han llevado a los sujetos al desarrollo
una personalidad antisocial. Si se conocen las causas de la conducta antisocial, dará inicio a
un tratamiento para su rehabilitación (Hikal, 2009). Dentro de esta definición encontramos
varios aspectos interesantes, reconoce que existen condiciones externas que generan “con-
ductas antisociales” y que en el desarrollo del individuo se ha transformado en “personali-
dad antisocial”, esta es una concepción psicologisista del sujeto criminal. El tipo de perso-
nalidad antisocial es definido como un comportamiento general de desprecio y violación a
los derechos de los demás, y es una característica que se va desarrollando desde la niñez.
Este tipo de personalidad también se ha denominado psicopatía o trastorno antisocial de la
personalidad (Ídem, 2009, pág. 22), sus características fundamentales son la inestabilidad

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en sus conductas que proyecta una personalidad conflictiva manteniendo relaciones inter-
personales agresiva y autodestructiva (a), presenta problemas para desarrollar pensa-
miento lógico, dado que se mueve en un plano inmaduro e infantil (b), la comunicación es
inestable y predomina un contenido verbal sádico e infantil, tienden a la manipulación, a la
burla de las personas (c), en la afectividad el sentimiento de culpa es muy disminuido con
escasa capacidad de experimentar emociones (d), presenta una alteración de la conciencia
que lo conduce a perturbaciones en su adaptación social (e), marcan su cuerpo con tatuajes
y cortes que son conductas de identificación y de autodestrucción (Marchiori, 2011).

Desde todos estos enfoques es posible comprender de qué manera se empieza dibujar la
imagen del sujeto criminal, todas las miradas incluyen factores distintos que han ido per-
feccionándose también en el tiempo. Si bien consideramos estos enfoques, ponemos en
duda los planteamientos que se presentan, creemos que la caracterización que se realizan
desde todos los enfoques, ya sean biologicista, psicológico, moral, son estigmatizantes e
instalan la imagen de un sujeto incorregible, patológicamente dañado y que las condiciones
del entorno han empeorado su condición. Creemos que estas investigaciones han alentado
a generar estigmas, en donde se ha preconcebido la idea del delincuente como un ser insu-
ficientemente humano.

Existe un corriente proveniente de la escuela sociológica francesa, crítica de las teorías más
biologicista (Lombroso), estas incorporan el “medio social” como factor importante en la
génesis de la criminalidad, sin embargo, muestra una visión estrecha y señala que “el medio
social es una agregación de individuos cuya evolución cerebral es diferente”. Cada clase
social posee una serie de características psíquicas y morales. Las clases “superiores” eran
las más evolucionadas y más inteligente, mientras en las clases “inferiores” primaban los
instintos (Palacios, 2015, pág. 23). Estas concepciones afirman curiosamente, nuestras per-
cepciones sobre el problema de la criminalidad como uno que está arraigado en la clase
social más excluida y precarizada, y nos hace mucho más sentido con la visión histórica de
Chile sobre la construcción del sujeto criminal.

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Concepciones sobre la criminología y la forma de concebir al delincuente existen muchas,
tratamos de generar una línea temporal en la manera en que se ha ido dibujando una idea
a través del tiempo, sin embargo, en todas las definiciones y formas se encuentran elemen-
tos altamente estigmatizantes, que construyen una idea de un hombre bárbaro, que es ge-
néticamente defectuoso, un ser irracional, impulsivo, amoral, sin conciencia del sufrimiento
del otro, autodestructivo. Finalmente, los estudios criminológicos, han aportado a la estig-
matización que surge entorno a las clases sociales más desprotegidas, han generado ciertos
lineamientos, para explicar el problema de la criminalidad, pero se ha marginado de una
reflexión más política que permitiría conectar los planteamientos criminológicos con el con-
trol social.

¿QUIÉN ES EL SUJETO PELIGROSO?

De lo anterior sostenemos que la delincuencia no constituye un problema de seguridad o


falta de castigo para quienes infringen la ley, más bien, guarda relación con la falta de opor-
tunidades, con la pobreza y la marginalidad social. Sumado a lo anterior una incapacidad
del Estado por garantizar las condiciones mínimas de salud, educación, vivienda, condicio-
nes laborales, etc. Sin duda, sin las garantías mínimas es difícil enfrentarse a un sistema
desigual y precario desde abajo.

Desde la literatura que se ha encargado de seguir la trayectoria de la construcción histórica


de los criminales hay varias líneas que buscan poner en relieve como la “delincuencia” se
ha encontrado estrechamente ligada con los sectores populares y más excluidos. Desde ahí
el libro de Marco León León (2015) enfocado en reconstruir la criminalidad en la sociedad
chilena desde la colonia, reconstruye la conceptualización del sujeto criminal desde las au-
toridades políticas, médicas y legales y su interés por regenerar a los delincuentes e incor-
porarlos al cuerpo social, aunque manteniendo su condición de clase que los estigmatizaba
a lo largo de toda su vida (León, 2015). Por lo tanto, el binomio pobreza-criminalidad ha
estado vinculado de forma histórica a la sociedad chilena.

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Cuando se habla de mundo popular, se habla también de la coexistencia- en su vida coti-
diana- de la transgresión de las normas y marcos morales establecidos por las elites, en
contradicción con la subordinación, sometimiento y aceptación a estas. Al parecer según
Ivette Lozoya, en su libro, Delincuentes, bandoleros y montoneros (2014), hace alusión a
que esta forma de relación entre el mundo popular y las elites efectuaría una especie de
“violencia hacia abajo” en donde el miedo, la angustia y la muerte dominaban la vida del
individuo, el que se ve obligado a tomar medidas de defensa para asegurar su existencia
(Lozoya, 2014). Por lo tanto, la cuna de la violencia y la delincuencia estaría arraigada con
la cultura del mundo popular, asociado con el instinto de sobrevivencia. Los delitos en su
mayoría estaban caracterizados por ser directos contra la persona.

Otros imaginarios respecto del mundo popular obedecen a prácticas asociadas a la flojera,
suciedad, desorden, inestabilidad en sus relaciones, alcoholismo, vagabundaje, vidas itine-
rantes. Es precisamente de los grupos de elites desde donde se han construido que el delito
y las transgresiones a las normas sólo pueden ocurrir entre personas pobres, los que por
flojera y malos hábitos estarían inclinados a la maldad (Cáceres, 2000). Lo que señalamos
anteriormente ha permitido generar el mito de la “pobreza por gusto”, que exacerba una
mirada sobre el mundo popular, que atribuye la responsabilidad a cada individuo de su mi-
seria, dado que no se ha esforzado lo suficiente para acabar con su propia pobreza y cambiar
su condición.

También se habla de una “inferioridad moral”, ya que no estarían en condiciones de respe-


tar el ideal social construido por los sujetos e instituciones dominantes y, por lo tanto, hacen
constante la violación a la “normalidad” definida por la elite, estas transgresiones morales
como el amancebamiento, la actitud festiva y licenciosa en tiempos de fiestas, la propensión
al juego y la desinhibida borrachera hasta la rebeldía violenta expresada en el delito o la
revuelta (Lozoya, 2014). La incapacidad del bajo mundo por apegarse a las normas estable-
cidas y cumplir con las expectativas de las elites los ha transformado en un grupo al que hay

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que corregir, castigar y excluir de la sociedad, por lo que la criminalización de los sectores
populares es permitir establecer orden y cuidado sobre la sociedad que se quiere construir.

En su dimensión territorial, la estigmatización, abordada por Wacquant, señala que los te-
rritorios aislados y marginados son percibidos como “purgatorios sociales” donde solo acep-
tarían vivir los desechos de la cuidad. Es aquí donde habitan los “enemigos” que son trata-
dos como sujetos “meramente peligrosos”, “necesitados de pura contención” y cercenados
en su “carácter de persona” (Zaffaroni, s/f, p.5). La estigmatización de los “barrios sensibles”
está acuñada en la fuerte cobertura mediática que produce imaginarios en que las personas
que allí habitan son construidas en el discurso como sujetos esencialmente peligrosos.

Cuando hablamos de personas privadas de libertad hablamos de un 37% que estuvo en


recintos SENAME o Hogares de menores, de un 43% que tubo padre o madre con problemas
de alcohol y drogas, que el 82% sufrió violencia intrafamiliar en su infancia, el 50% no fue
criado en una familia nuclear, etc. (Fundación Paz Ciudadana, 2015). La historia biográfica
compartida que poseen quienes se encuentran privados de libertad, guarda estrecha rela-
ción con vidas vulnerables, expuestas a la violencia, al peligro y al abandono.

Desde un punto de vista de la historia de la prisión, para Foucault el tratamiento de la de-


lincuencia estaría relacionado con la función que ella cumple en la mantención de un orden
social específico: “la clase en el poder se sirve de la amenaza de la criminalidad como una
coartada continua para endurecer el control en la sociedad” (Foucault, 2012, Pág. 211).
Otros autores ponen leves pero relevantes matices, en el sentido de que la delincuencia
sería más bien el residuo necesario producido por sociedades fragmentadas. Las prácticas
delictuales serían en este sentido, un efecto directo de la desigualdad y la exclusión social y
que “el gran encierro” es el resultado de los recortes presupuestarios que tienen en con-
textos de achicamiento al Estado Social (Wacquant, 2010). La delincuencia es un asunto del
cual, muchos sectores se benefician y se trata de un dispositivo que ha permitido regular el
orden social, traduciéndose así en importantes beneficios económicos para la industria de
seguridad (Wacquant, 2008).

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Las cárceles continúan siendo espacios insalubres en donde las condiciones materiales y las
dinámicas de convivencia entre funcionarios e internos dificulta instalar procesos de rein-
serción social. Las cárceles son espacios oscuros y degradantes, hay prácticas inhumanas y
malos tratos, en su interior se ha creado un mercado de favores y de tratos ilícitos del que
muchos de benefician. A pequeña y gran escala la cárcel parece ser un negocio lucrativo
para muchos, el sistema judicial, los vigilantes y las grandes empresas logran sacar provecho
de la condición del privado de libertad.

El hermetismo de las cárceles y la falta de fiscalización y preocupación por las condiciones


de los privados de libertad, nos hace pensar que no hay una discusión seria en torno a las
políticas de reinserción social y las condiciones carcelarias. Todos los años aparece el In-
forme de la Corte de Apelaciones refiriéndose a las condiciones carcelarias, así mismo, el
Instituto de Derechos Humanos, emite uno similar. Ambos son certeros en mencionar las
insuficiencias y en diagnosticar la crisis por la que atraviesa el sistema, sin embargo, la dis-
cusión sigue estando centrada en la importancia de endurecer las penas por sobre la expe-
riencia, de que la cárcel es un sistema que falló, que no esta dando resultados y que se ha
convertido en un contenedor de pobres y marginados.

Tanto la construcción mediática del sujeto peligroso como el desarrollo de políticas mas
castigadoras solo encubren los hechos de injusticia social. Los pobres, los desempleados,
los migrantes son objetos y objetivos para sistemas desiguales como este. No aceptamos
socialmente que la cárcel es un sistema obsoleto y en crisis y que la delincuencia no es un
acto natural, que esta relacionado con las historias de los mas desposeídos y vulnerables.

Si bien hoy son otras las condiciones y los factores que inciden en la criminalización, los
sectores sociales bajos siguen siendo criminalizados y estigmatizados. Así lo señala Bauman
(2011) cuando hace la diferencia aún más precisa, la expresión “clase marginada” como una
categoría que está por debajo, incluso de las clases, que se encuentra fuera de toda jerar-
quía, sin oportunidades, sin funciones y que por lo tanto no son útiles para la vida de los
demás. Se denomina gente pobre en función de su comportamiento, quienes abandonan

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la escuela y no trabajan, si son mujeres, a las que tienen hijos sin el beneficio del matrimonio
y dependen de la asistencia social, los mendigos, los sin techo, los pordioseros, pobres adic-
tos al alcohol y drogas, los criminales callejeros (Gans, Herbert, citado en Bauman, 2011).
La clase marginada, se convierte en una clase desterrada, los marcados, es una clase casti-
gada por su fracaso en la sociedad, los que, por falta de esfuerzos, perdieron su oportunidad
de ser útiles y están destinados a permanecer fuera y a desarrollar vidas que se encuentran
en el marco de lo clandestino.

Sin duda, la condición bajo las que los seres humanos somos capaces de desarrollar nuestra
vida no está solamente atravesada por la responsabilidad individual o por la iniciativa a
pensar en mejores condiciones, estas están acompañadas de las condiciones del entorno,
de los imaginarios y también por las políticas públicas que debieran velar por las condiciones
mínimas en las que cada individuo desarrolla su vida. Lutz (2013), hace una recensión del
libro Castigar a los Pobres de Waqcuant, en donde señala que los estados neoliberales desa-
rrollarían tres estrategias para tratar la marginalidad: (1) socializar el desempleo y subem-
pleo, (2), medicalizar a los pobres y, (3), la penalización para combatir la pobreza.

El desarrollo de la “penalización” como mecanismo para castigar a los que están fuera del
marco de la ley, además funciona como una técnica para la “invisibilización” de los proble-
mas sociales que el estado ya no quiere asumir. Es en este caso, en donde el principio de
responsabilidad individual juega un rol importante, si el estado no se hace cargo de las ne-
cesidades básica de las personas, son ellas mismas las responsables de sus éxitos o sus fra-
casos, de modo que estas son las únicas responsables de su pobreza y su marginación
(ídem).

Finalmente, lo que las clases marginadas brindan a la sociedad son la de mantener un “chivo
expiatorio” para los miedos a los que está sometida. Así también los Estados desarrollan
estrategias para la construcción de “representaciones falseadas” de la seguridad pública, y
se enfoca en atacar las incivilidades, es decir, el desorden que entra en pugna con los códi-
gos morales, aumentar el número de leyes y reglamentos que consoliden la vigilancia y la

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acción policial (Lutz, 2013, p. 178). De este modo se forma un sistema que logra operar en
todas las dimensiones de la sociedad, iniciada por la difuminación del miedo en la sociedad,
cerrando el círculo en el encarcelamiento de la clase marginada.

MEDIOS DE COMUNICACIÓN: ESCENIFICACIÓN MEDIÁTICA DEL SUJETO PELIGROSO

Los medios de comunicación masiva se han trasformado hoy en uno de los mediadores y
propagadores culturales más importantes de las sociedades actuales. No es sino a través
de los medios de comunicación que hoy se unifican las ideologías y se crean los nuevos
imaginarios sociales. Y es que los medios no son imparciales, estos obedecen a una disputa
hegemónica reproduciendo los discursos de poder (Van Dijk, 2005). La concentración del
poder mediático es un principal resorte de la hegemonía. Quien maneja el intercambio

simbólico, incide también sobre la construcción de la realidad (Hopenhayn, 2005).

Aunque también se debe considerar que la discusión en torno a los medios y la sociedad
no está del todo resuelta y el nudo se encuentra en la forma en que se relacionan los
medios de comunicación con la sociedad y como es que se produce el intercambio que
permite generar concepciones de la realidad. Una teoría señala que los medios constituyen
una institución social establecida, con sus propios conjuntos de normas y prácticas, pero
cuyo ámbito de actividades está delimitado por la sociedad. Por lo tanto, desde esta
perspectiva establece que los medios de masas poseen cierta autonomía, pero dependen
de la sociedad y en particular de sus instituciones económicas y de poder político (McQuail,
2000, pág. 29).

McQuail propone dos enfoques posibles, respecto a los medios de comunicación masiva y
la sociedad. Propone un enfoque “mediacéntrico” (centrado en los medios) este le da
mayor autonomía y se centra solo en las actividades de los medios como agentes
independientes, y un enfoque “sociocéntrico”, (centrado en la sociedad), que piensa los
medios como reflejos de las fuerzas políticas y económicas (McQuail, 2000).

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Creemos que los medios no son agentes independientes que realizan sus actividades
centrados en el propio funcionamiento de ellos mismos, si no, que constituyen una caja de
resonancia de las políticas económicas y de gobierno que son expandidas y difuminadas
por los medios de comunicación. Por lo tanto, no son imparciales y responden ante las
circunstancias específicas de la sociedad.

En el caso de Chile los medios han tomado partido por una programación donde los hechos
violentos ocupan un importante espacio en cada edición televisiva de los noticieros y
periódicos. Aquí el énfasis no recae en la cobertura mediática de los conflictos bélicos y la
violencia política, sino en la cantidad de las manifestaciones la naturaleza de los contenidos
que escenifican el crimen, el delito y el miedo al maleante (Bonilla, 2007, p. 218).

Los medios cumplen un rol político en la escenificación de la violencia criminal, en la


medida en que muestran estos hechos como asuntos de interés público sobre los cuales es

necesario hablar y debatir (Bonilla, 2007, p. 219). Pero ¿Como los medios de comunicación
logran instalar en los imaginarios sociales de la sociedad chilena, la imagen del sujeto
peligroso? Proponemos que es posible considerando los siguientes factores.

EXPOSICIÓN DE EPISODIOS DE VIOLENCIA

Los medios han fabricado una puesta en escena con respecto a los episodios delictuales,
como practica para instaurar una construcción discursiva del miedo, sobre todo, como una
forma de promover la aceptación del desarrollo de medidas punitivas y castigadoras que
permitan controlar a la masa delictual. Se consideran entonces tres niveles en esta práctica
mediática: la programación televisiva de entretenimiento que transmite contenidos de
violencia; el papel que cumplen los medios en el establecimiento de la agenda pública
sobre la violencia, y las consecuencias de estas agendas en la elaboración de políticas de
control social (Bonilla 2007, p. 218).

Por lo tanto, los medios de comunicación ya sea prensa escrita o televisión han propiciado

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una serie de elementos violentos que instalan una atmósfera de descontrol, donde parece
ser que el problema de la delincuencia se salió de las manos y solo las medidas ultra
castigadoras podrán disminuir los efectos de miedo e inseguridad en la sociedad. Bonilla
sostiene al respecto que “de un lado, se confirma que los contenidos de violencia
invadieron la programación televisiva hasta el punto de convertirse en la principal temática
de preocupación de padres de familia, instituciones políticas, centros educativos y
audiencias en general. Del otro, se observa con inquietud que los contenidos de violencia
en la televisión no sólo llegan a los sectores más vulnerables de la población (como los
niños y los jóvenes), sino que pueden contribuir a la aceptación y el incremento de la
violencia en la población (Bonilla, 2007, p.218).

Es fundamental lo que plantea el autor dado que no solo se instala una atmósfera de miedo,
si no que se instala también la naturalización de los hechos de violencia, sobre todo en los
sectores más vulnerables, en donde la resistencia a estos hechos es más dificultosa porque
se tienen menos herramientas para enfrentar la prevención de hechos violentos. También
porque existe una estigmatización, producto de las trasmisiones televisivas, dado que son
ciertos sectores (generalmente los más vulnerables) los que son foco de episodios de este
tipo. Por lo tanto, la violencia se ha asociado inherentemente a los sectores excluidos y a
la pobreza.

CARACTERIZACIÓN: ESTIGMATIZACIÓN DE LA POBREZA.

Los medios han entrado a construir lo público, esto es, a mediar en producción del nuevo
imaginario, que en algún modo integra la desgarrada experiencia urbana de los ciudadanos,
ya sea sustituyendo la teatralidad callejera por la espectacularización televisiva de los
rituales de la política, o desmaterializando la cultura y descargándola de su sentido
histórico mediante tecnologías (Barbero, 2013, p. 172).

Una de las principales funciones de los medios de comunicación es que su alcance tiene la

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capacidad de transmitir una ideología determinada que obedece a una política
determinada. Los medios tienen la capacidad de persuadirnos de establecer
disciplinamiento, disposición emocional y la estigmatización de ciertos sectores de la
población. Este poder de los mass media se explica al analizar su rol como agentes
constructores de la realidad social, pero entendiendo esta realidad no como una cosa
ontológicamente dada, sino como el resultado de acciones sociales intersubjetivas. En este
sentido, los medios de comunicación tecnológicos son capaces de crear o "recrear"
simbólicamente lo cotidiano, lo normal y lo que es aceptado como parte de los horizontes
desde los cuales se organiza la vida cotidiana (Dittus, 2005, p.65).

Así los medios de comunicación han encontrado una mercancía rentable y valiosa en “la
pobreza”, que dejo de ser un fenómeno social producto de relaciones de desigualdad
económica para devenir en mercancía rentable que permite la lucha por el control de la
información sobre las comunidades pobres entre los medios de comunicación (López,
2012:183). Los medios se han dedicado a producir una imagen de la pobreza, una estética
determinada, como lo señala López (2012), y han encontrado una forma de producción de
la miseria y del pobre, que no solo tiene que ver con dimensiones de naturaleza puramente
económica, sino, además, entre otros, con el imaginario estético que es elaborado sobre
ellos.

La elaboración de noticias sobre las comunidades marginadas, reflejan un distanciamiento


de la realidad construida por los medios de comunicación sobre sus propias comunidades.
Este distanciamiento sugiere una formación discursiva que pretende justificar estrategias
dirigidas a observar el fenómeno criminal como un asunto de los pobres y, a su vez,
entender que los problemas sociales radican exclusivamente en dicha población (López,
2012:190).

Un claro ejemplo de lo anterior es la cobertura que han tenido los hechos delictuales desde
hace tiempo en los medios de comunicación tradicional e interactiva. La cantidad de
programas que abordan el tema de la delincuencia en nuestro país es considerable y van

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en aumento. De manera regular los noticieros concentran parte importante de estos en
transmitir los delitos del día. Sin duda alguna en la opinión pública se ha ido generando una
idea de la inseguridad y la desconfianza permanente.

Lo que los medios logran en definitiva es, en primer lugar, instalar la imagen de un
“delincuente” que se encuentra en todas partes, lo que genera una percepción de
inseguridad permanente. En segundo lugar, “estigmatiza” los sectores más vulnerables de
la sociedad al promover figuras amenazantes provenientes de las personas que habitan los
territorios. Y en tercer lugar “invisibiliza” la problemática de la pobreza poniendo
estratégicamente en escena una dramaturgia sobre la delincuencia en el que son
acentuados los supuestos comportamientos de indisciplina y la falta de límites morales de

la población que comete delitos, por sobre las explicaciones sociológicas que hacen
referencia al contexto social marcado por las condiciones de la exclusión que estarían a la
base de las prácticas sociales delictuales.

EXPLICACIÓN TEÓRICA DE LA MANIPULACIÓN MEDIÁTICA.

Nos hemos encontrado en esta búsqueda con una explicación bastante razonable de cómo
los medios de comunicación logran instalar aquello que les interesa sea promovido, es ahí
donde Noam Chomsky (2010) realiza una lista con 10 estrategias, dentro de las cuales
podemos encontrar: La estrategia de la distracción, crear problemas después ofrecer
soluciones, utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión, mantener al público
en la ignorancia y la mediocridad son algunas de las ideas mencionadas por este autor.

Las estrategias que Chomsky señala tienen mucha lógica, nos recuerda a los
planteamientos de Han, cuando señala que la técnica de poder propia del neoliberalismo
adquiere una forma sutil, flexible, inteligente, y escapa a toda visibilidad. El sujeto es
sometido no es siquiera consiente de su sometimiento (Han, 2014, p. 28). Este poder
inteligente, amable, no opera de frente contra la voluntad de los sujetos sometidos, si no

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que dirige esa voluntad a su favor (Ídem, p. 29). De alguna manera los medios reproducen
la técnica de dominación, como un “psicopoder” que dirige y moldea las relaciones
intersubjetivas. De este modo les resulta fácil a los operadores que se encuentran detrás
de la producción mediática, obedecer al modelo dominante neoliberal y establecer
determinados discursos.

Van Dijk por su parte, señala que tanto la producción como la comprensión del discurso
como texto y acto de habla dependen de varios factores cognoscitivos importantes, que
incluyen los conocimientos, las creencias, los deseos, los intereses, los objetivos, las
actitudes, las normas y los valores de los usuarios (Van Dijk, 1996, p. 98). También señala
que la influencia de los distintos medios masivos (primero el periódico, luego la radio y
después la televisión) ha preocupado a los estudiosos, ya que, las creencias y las actitudes
de los individuos de alguna manera se medían “antes” de la comunicación y después de
leer un mensaje (Ídem, p. 98). Las representaciones sociales en general, sistemáticamente
se transmiten a través de la conversación cotidiana, como por medio de las diversas formas
del discurso público, y especialmente de los que se dan en los medios masivos de difusión.
En suma, el discurso de los medios ejerce un impacto en los conocimientos, actitudes e
ideologías sociales, a pesar de las diferencias sociales o políticas de los lectores (Ídem).

Con lo anterior podemos señalar que los medios son herramientas que aportan en gran
medida a la creación de procesos de subjetivación y que reproducen determinados
discursos de poder, por lo tanto, sumado a las creencias personales se traducen en un sentir
colectivo que instala determinados discursos.

UN ESTADO PUNITIVO.

Una sociedad con altos índices de desigualdad y pobreza no solo son sociedades
precarizadas, éstas son el resultado de la ampliación del estado económico, debilitamiento
del estado social, fortalecimiento del estado penal (Wacquant, 2004: 141). En los años 70’

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y 80’ fueron instaladas en Latinoamérica políticas neoliberales y con ello se introdujeron
una serie de modificaciones desde el sector económico hasta los servicios públicos. Según
plantea Müller, existen tres aspectos que han potenciado el estado penal en Latinoamérica,
uno de ellos es el impacto urbano del neoliberalismo, el crecimiento de la inseguridad y la
aplicación de políticas punitivas y la transnacionalización de la guerra contra las drogas
(Müller, año: 406). Los aspectos señalados nos llevan a pensar que el problema de la
marginalidad tiene diversas raíces, de ahí que Wacquant señale que para entender las
políticas policiales y penitenciarias es necesario considerar también una mutación del
estado, ligado a las condiciones laborales precarias y al vaivén de la relación de fuerzas de
las clases y grupos sociales (Wacquant, 2004).

Nos parece importante señalar este auge de las políticas policiales y punitivas, ya que como
hemos venido mencionando está de la mano con el alza de la percepción de inseguridad y
violencia, sin lugar a dudas todo esto ha sido potenciado por los medios de comunicación
los que han aumentado la percepción de inseguridad en los sectores marginados.

En nuestro país las condiciones de un estado punitivo se encuentran explícitas, las


condiciones precarias de trabajo, la mala atención de los servicios públicos, el aumento de
la percepción de inseguridad y el crecimiento de la población penal.

La regulación de las clases populares a través de lo que Bourdieu llama “la mano izquierda”
del Estado, simbolizada por la educación, la salud, la asistencia y la vivienda social, es
sustituida por la regulación que realiza “la mano derecha”- policía, justicia, cárcel-, cada vez
más activa e inserta en las zonas inferiores del espacio social (Bourdieu en Wacquant,
2004:142).

Lo que hemos visto claramente ha sido la estigmatización de los sectores bajos de la


sociedad, en donde las condiciones de pobreza y la precarización constante de los servicios
sociales han deteriorado las condiciones de vida de las personas. Sin embargo el Estado
pone el acento en la delincuencia y en cómo combatirla, pero lo que se ha ido gestando es

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más bien la criminalización constante de los marginados, prueba de ello en nuestro país es
la Agenda Corta Antidelincuencia y todas las medidas que en ella están consideradas, no
apuntan a enfrentar el tema de la delincuencia como un problema social, si no
particularmente como un problema de inseguridad, en donde es necesario considerar
métodos como, delegar autoridad y poder en la policía, permitir “el control preventivo de
identidad”, o detención por sospecha, medidas que sin duda solo contribuyen a la
estigmatización, abuso y violencia.

La descontextualización social y cultural con que es trasmitida el fenómeno de la violencia


y la delincuencia es un dispositivo que no solo busca la justificación del castigo físico sobre
el sujeto peligroso, sino que se trata de uno más amplio a través del cual se fortalece y
amplifica las políticas de seguridad sobre la sociedad en su conjunto y, en particular, sobre
aquella población y territorio calificados como “peligrosos”, es por eso que como señala
Wacquant lo que aquí se está instaurando es la penalización de la pobreza con un sistema
punitivo que no permite protestas.

CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICA SITUACIÓN PENAL EN CHILE

En Chile se han considerado una serie de reformas al derecho penal desde los años 90´ con
el retorno de la democracia. Los esfuerzos por reformar a los sistemas de justicia criminal
de la región no sólo constituyen un trabajo técnico de mejoramiento y modernización del
sistema de administración de justicia, sino que se enmarcan en un proceso mayor: el de
reconfiguración, modernización y democratización del Estado (Duce, 2004, p. 1).

Por lo tanto, pensar en una reforma penal obedece a un contexto histórico, social y político.
En términos concretos, es sólo durante el segundo gobierno de transición democrática
encabezado por el presidente Eduardo Frei (1994-2.000) en donde públicamente se
comienza a debatir la reforma. El 21 de mayo de 1994 en la cuenta pública el presidente
Frey destaca lo siguiente:

...reformar profundamente nuestro procedimiento penal, de modo que agilice

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la resolución de los conflictos y que permita el contacto directo entre el juez y
las partes que solicitan justicia. También se requiere separar la función
investigadora -que deberá confiarse al Ministerio Público- de la sentenciadora,
que en esencia corresponde al juez. Ello a fin de cautelar debidamente las
garantías procesales propias de un Estado democrático, lograr la sanción de los
delincuentes, el amparo de las víctimas y otorgar seguridad a la ciudadanía.
(Duce, 2004, p. 3)

Con lo anterior ya podemos evidenciar que desde 1994 la necesidad de implementar una
reforma penal que pueda garantizar la “seguridad ciudadana”. Se plantea además que la
reforma no es positiva solo en términos de debido proceso, si no, que es también una
muestra de un paso al desarrollo, al crecimiento económico y a la modernización del
estado. Además, constituyen un cambio fundamental para garantizar la seguridad pública,
por medio de la eficiencia de persecución penal (Duce, 2004, p.3). De modo que, una de las
consideraciones fundamentales para el desarrollo de un procedimiento penal más
profundo es el factor de seguridad ciudadana, de hecho, esta reforma fue impulsada por
una serie de Organizaciones civiles que sintieron la necesidad de un cambio en el
enjuiciamiento criminal (Duce, 2004).

Nos parece importante desatacar que, al parecer, el crecimiento económico, el desarrollo


y sobre todo la reacción de la sociedad ante la sensación de inseguridad, sean factores que
potencien modificaciones penales. Por lo tanto, la tesis de Wacquant de alguna manera
comienza a tomar sentido, la difuminación de un sistema económico necesariamente
influye en el desarrollo de un estado penal.

A la fecha en Chile, se han desarrollado un seria de modificaciones a esta reforma, sobre


todo en materia de delincuencia, en estos últimos dos años hemos presenciado la
denominada “Agenda Corta Antidelincuencia” que, con una serie de disposiciones, buscan
controlar los índices de delincuencia, impunidad y control.

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La Agenda Corta Antidelincuencia, se proponía que los delitos contra la propiedad privada
debían ser duramente castigados, atribuyéndole las penas más altas, incluso más que las
que atentan con la vida y la integridad físicas de las personas. Además, generar un banco
de datos con los antecedentes penales que posee el Poder Judicial. También otorgar
mayores atribuciones policiales a la hora de efectuar el control preventivo de identidad,
que facilita la aplicación efectiva de las penas establecidas para los delitos de robo, hurto y
receptación, y mejora la persecución penal en dichos delitos, dado que establece que:

… los funcionarios policiales podrán controlar la identidad de cualquier persona


mayor de 14 años en vías públicas, por cualquier medio de identificación, tal
como cédula de identidad, licencia de conducir, pasaporte o tarjeta nacional
estudiantil. El funcionario policial deberá otorgar a la persona las facilidades del
caso para identificarse, pudiendo utilizarse todos los medios tecnológicos
idóneos para tal efecto. En caso de duda de si la persona es mayor o menor de
14 años, se entenderá siempre que es menor de esa edad (Senado, 2016).

En cuanto a beneficios penitenciarios, la Agenda Corta Antidelincuencia en 2016


manifestaba:

…precisar que en los delitos más graves los condenados podrán acceder a los
beneficios de libertad condicional una vez cumplidos al menos 2/3 de sus penas,
además de otros requisitos. Por regla general, para acceder a la libertad condi-
cional se requiere que el condenado haya cumplido al menos el 50% de la pena
(Senado, 2016).

Por lo tanto, los puntos centrales de esta agenda, tienen relación con aumentar la persecu-
ción penal, y con asegurar el cumplimiento de condenas para quienes se encuentren priva-
dos de libertad. Pero finalmente la “agenda corta” es en gran medida una especia de res-
puesta política populista. En 2015 la encuesta CEP nos indicaba que según las personas en-
cuestadas hay tres prioridades básicas que debiera resolver el gobierno, ahí se encontraban:

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La evolución de la delincuencia, educación y salud. Un 46% plantea que la evolución de la
delincuencia es una problemática que debe ser solucionada con prioridad. En noviembre
del mismo año se realiza la misma pregunta, y no varía demasiado, solo que la preocupación
aumenta a un 58%. Cada vez esta preocupación es más latente y va incrementando.

En marzo de este año Fundación Paz Ciudadana realiza un estudio de percepción de delito,
nos parece interesante señalar lo siguiente:

1.- Un 62% piensa que los delitos son mayores en comparación con el año anterior.

2.- El 60,9% cree que su comuna es mas violenta.

3.- El 65,5% cree que la delincuencia aumentará en el próximo año.

Por lo tanto, en la medida que hablamos de percepción de inseguridad, salta a la vista que
existe un gran número de personas que se encuentra asustada, que cree ser una potencial
víctima de algún tipo de delito. Además de esa sensación de inseguridad se ha ido
levantando otra, igual de influyente para el caso, la sensación de impunidad. Se cree que
finalmente los delincuentes, no reciben el castigo apropiado, es más, que no reciben ningún
tipo de castigo y que sus actos quedan impunes.

En definitiva, lo que se potencia en la opinión pública es que hay que poner fin a esta
situación. De este modo, desde la base de la sociedad se potencia la idea de que las
medidas que se deben tomar para combatir la delincuencia, deben der medidas altamente
castigadoras: persecución policial, endurecimiento de las penas y tolerancia cero.

UTILIZACIÓN POLÍTICA DEL DISCURSO DE SEGURIDAD

A propósito de esta gran sensación de inseguridad y victimización podemos señalar que se


ha convertido también en un slogan publicitario para la clase política. Podemos identificar
en cada una de las campañas presidenciales desde hace varios periodos, podemos observar
una gran utilización de este concepto para captar adherentes, en virtud de la rigurosidad

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de las propuestas en materia de delincuencia. Frases como “Fin a la puerta giratoria” o “se
les acabo la fiesta”, fueron las más promovidas.

Por otro lado, la evolución de la penalidad en los países avanzados en la última década
revela un estrecho vínculo entre el ascenso del neoliberalismo, como proyecto ideológico
y practica gubernamental y propugna la sumisión al “libre mercado” y celebra las
“responsabilidad individual” en todos los ámbitos, por un lado y la adopción de políticas
punitivas e impulsoras del mantenimiento del orden contra la delincuencia callejera (…)
(Wacquant, 2010, p.30).

Por lo tanto, los intereses políticos se encuentran mediados por intereses mayores, es más
la funcionalidad del discurso de la seguridad y la implementación de medidas punitivas
tienen algunas características según señala Wacquant (2010), que habla acerca del “fin de
la indulgencia”, refiriéndose a atacar el problema del crimen, los disturbios urbanos y los
desmanes públicos enfrentándolos directamente, pero desplazando las causas de dichas
incivilidades. En segundo y tercer lugar plantea que existe una proliferación de leyes y un
deseo insaciable de innovaciones burocráticas y dispositivos tecnológicos, traducidos a los
nuevos mecanismos de persecución penal, vigilancia, asociaciones entre policía y servicios
públicos. En cuarto lugar, señala que existe una proclamada guerra contra el crimen y una
preocupación por esa víctima del crimen que necesita protección, revalorizando la
represión y estigmatizando a los más desposeídos (Ídem).

Las detenciones arbitrarias, los montajes policiales, los crímenes de lesa humanidad, los
deliticos políticos y económicos y la consuetudinaria alianza entre una cierta clase de
crimen organizado, el Estado y el sector empresarial. Estos tipos de criminalidad han
recibido una escasa atención, en comparación, con el micro-delito y sus autores, exhibidos
día a día en los medios de comunicación de masas (Palacios, 2014, p. 9).

En definitiva, lo que señalan los dos autores es que tanto el sector político como el
económico se encuentran detrás de esta gran maquinaria de la criminalización de los más

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desposeídos, es en este nivel en donde operan los diferentes mecanismos creados para
establecer un dispositivo de control, acreditado por una clase social emergente que se
victimiza y acusa. Finalmente, el sujeto peligroso constituye el símbolo de todas las
inseguridades que nos ha transferido el modelo neoliberal, el miedo a perder el empleo, a
la relegación económica, a no perder el poder adquisitivo, a no poder acceder a salud, a no
acceder a educación, de este modo los medios han construido un símbolo en el cual se
pueden depositar los demás temores de la sociedad actual, utilizando la problemática
como un chivo expiatorio que sirve para distraer las problemáticas de fondo.

INDUSTRIA CARCELARIA

La industria carcelaria es una conveniente reacción de la masificación de las medidas


punitivas y por supuesto el crecimiento de la población penal. En el caso de Estados Unidos,
por ejemplo, Wacquant ha sostenido no existir un correlato entre el aumento de las tasas
de encarcelación y el aumento de la comisión de delitos, sino que aquel sería producto de
un modelo de control social discriminatorio y excluyente. Bajo esta visión, la explicación
del aumento de las tasas de encarcelamiento tendría su origen, entonces, no en el aumento
de la criminalidad, sino en el de la criminalización, debido sobre todo por la intensificación
del castigo respecto de delitos no violentos, el tráfico de drogas, infracciones a condiciones
impuestas en el medio libre y conductas reincidentes (Arriagada, 2012, p. 12).

En Chile el panorama no es diferente, cada año aumenta la población penal, dado que al
igual que en otros países, el Estado ha decidido compartir su responsabilidad con agentes
privados quienes debieran poder cubrir las necesidades que el Estado desea desechar. Sin
bien en este caso la infraestructura y equipamiento correría por cuenta de la empresa
concesionaria, la dirección y seguridad de los recintos estaría a cargo de Gendarmería de
Chile.

Como señala Arriagada (2012) la lógica que impera en el sistema de privatización del
sistema carcelario tiene algunos matices,

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(…) El trasfondo político y económico que subyace al sistema de concesiones
carcelarias en chile ofrece semejanzas evidentes con el esquema privatizador
de la experiencia internacional. En su faz económica, la experiencia chilena es
vista como un particular ensayo neoliberal en la región llevado a cabo durante
la dictadura de Pinochet y legitimado por los gobiernos de la concertación de
Partidos por la democracia. En su faz social, en chile, como en otros países del
llamado “segundo mundo”, se han tolerado altos niveles de pobreza
generalmente producto de la combinación entre una rápida liberalización
económica y una restricción del estado social. Además, como en otros países de
corte neoliberal, este entramado social y económico ha permitido que en Chile
tengan lugar escandalosas cifras de encarcelamiento y violaciones de derechos
humanos. (Arriagada, 2012, p. 26).

Por lo tanto, esta industrialización del sistema carcelario deja de ser una instancia donde
los sujetos son vistos como con individuos de intervención, para convertirse en clientes de
una industria que se engrasa con su existencia, se convierten en un potencial cliente,
símbolo del sistema económico imperante.

El aumento de la población penal cada vez irá en incremento, la forma en que se está
modificando los modos criminales de poco alcance, aumenta la criminalización de los
sujetos. Por otro lado, no existe un real interés en construir procesos de reinserción social,
de modo que la reincidencia es altamente probable. Los centros de menores infractores,
son preparatorias para las ligas mayores. El maltrato, la violencia, y las condiciones en las
que se encuentran las personas privadas de libertad, constituyen centros de tortura que
imposibilita todo tipo de proceso de integración o revinculación social. Y de cualquier forma
dependan o no del sistema privado, la cárcel es principalmente un dispositivo de control.

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CAPÍTULO III:

METODOLOGÍA DE INVESTIGACIÓN

El objetivo principal de nuestra investigación es analizar la forma en que los medios de co-
municación aportan a la construcción de un imaginario social sobre el sujeto peligroso, para
lo que revisaremos los noticieros de los canales de televisión Canal 13 y Chilevisión, además
de recoger notas de prensa televisiva y escrita sobre el período de discusión de la Ley corta
Antidelincuencia y de seguir los programas “En su propia trampa” y “Alerta Máxima: Tras
las rejas”. Lo que buscamos en estas fuentes de información es dimensionar los aspectos
que son repetitivos a la hora de abordar el problema de la delincuencia.

El proceso se llevó a cabo a través de un archivo creado con las notas periodísticas mas
relevantes entre el año 2015 y 2016, las notas de prensa de agenda corta antidelincuencia,
los capítulos de los programas ya mencionados y notas de campo. La selección de estos
programas e información serán explicadas en un apartado en el capítulo Los mecanismos
de creación del sujeto peligroso en la sociedad chilena.

En este sentido, señalamos que nuestra investigación es de carácter cualitativo, dado que
no procura una descripción “objetiva” sobre la realidad, sino más bien, centra su
preocupación en intentar comprender e interpretar la manera en que aquella realidad es
construida socialmente. En este sentido, la investigación cualitativa siempre es un ejercicio
de lectura a contrapelo (interpreta interpretaciones) (Flick, 2007).

Basándonos en las fases de la investigación cualitativa de Rodríguez y Gil (1999),


desarrollamos el proceso de la siguiente manera:

1) Etapa Preparatoria: en esta etapa identificamos el objetivo de investigación y


delimitamos el marco teórico y discusión bibliográfica, de donde obtuvimos el proyecto
de investigación.

2) Trabajo de campo: en este punto, seleccionamos las fuentes de información y creamos


un archivo con el programa Atlas.ti donde fuimos almacenando el material audiovisual,

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páginas de diarios, anotaciones, textos teóricos. Además, comenzamos a ordenar y
categorizar la información. En cuanto a la recogida de datos, comenzamos a proponer
las dimensiones que mas se observaban. En esta etapa operamos bajo el criterio de
saturación informativa. De estos datos acumulados obtuvimos las directrices para el
proceso analítico.

3) Fase analítica: esta etapa inicia de manera casi paralela con el trabajo de campo, es lo
que nos permitió ir tomando decisiones respecto del proceso de selección y revisión de
la información. De esta etapa se desprenden los criterios y dimensiones para la
elaboración del informe.

4) Fase Informativa: en esta parte preparamos el informe final de la investigación con los
resultados finales del proceso.

En este sentido es que realizamos lecturas e interpretaciones respecto de lo que se produce


en los medios, entendiendo que, son espacios intervenidos por las influencias de quienes
se han apropiado de las maquinarias de producción. Un postulado central de este trabajo
se sostiene en la idea de en los conflictos de poder e interés los dispositivos
comunicacionales juegan un rol central, pues son los que, en gran medida, determinan la
manera en que los individuos y grupos construyen imaginariamente la realidad. Es en este
marco que entendemos que, el rol de los medios no constituye artefactos inocuos, sino que,
al contrario, es a través de ellos que se expresan campos relevantes en disputa.

Para efectos del trabajo de campo hemos utilizamos la Teoría fundamentada como marco
referencial básico para el análisis de la información. Específicamente nos hemos inclinado
por este modelo, pues resulta muy útil y práctico para el ordenamiento de la información y
el desarrollo de teorías que permitan comprender el fenómeno estudiado (Hernández,
Fernández, 2008, p. 687). En este caso, las preposiciones teóricas surgen de los datos
obtenidos en la investigación, más que de los estudios previos, así se genera el
entendimiento del fenómeno comunicacional (ídem), entre otros, que es el objeto de

- 43 -
nuestro estudio. Acompañamos el diseño de investigación con el programa de análisis de
información ATLAS.ti, que nos permitió:

i. Almacenar la información
ii. Ordenar la información por códigos
iii. Delimitar las categorías de análisis
iv. Proponer teorías comprensivo-interpretativas a partir del análisis de relaciones
entre los códigos y categorías.

En esta investigación se pretende establecer las relaciones entre las percepciones y las
lecturas de una realidad, como lo es el problema de la delincuencia, versus las percepciones
y visiones que son construidas desde los medios que aquí forman parte del foco
investigativo.

- 44 -
CAPÍTULO IV: ANÁLISIS DE INFORMACIÓN.

LOS MECANISMOS DE CREACIÓN DEL SUJETO PELIGROSO EN LA SOCIEDAD CHILENA.

La expansión del poder mediático, ha permitido que los medios se hayan posicionado como
un agente social importante, que media y propicia la aparición de “focos” que concentran
toda la atención y que resultan ser los puntos de tensión, que se instalan con insistencia
entre la sociedad y en el aparataje político. En el último tiempo, la delincuencia y con ella la
construcción de un “sujeto peligroso” ha predominado en los medios de comunicación, aun
cuando el termino pueda estar asociado con varias figuras, en la actualidad la que genera
más rechazo y miedo desmedido resulta ser la del “delincuente común”.

La idea principal de esta investigación era poder evidenciar la manera en que los medios de
comunicación sustentan y propagan una idea de “delincuente” que termina
transformándose en un “sujeto peligroso” que atenta no solo en contra la seguridad
personal, sino que, al parecer, su imagen se difumina causando la sensación de la existencia
de un “enemigo interno”. Nuestra investigación se sustentaba inicialmente en tres hipótesis
que han guiado nuestro trabajo. Señalamos que los medios de comunicación eran los
promotores directos del discurso de la peligrosidad y criminalidad promoviendo imágenes
descontextualizadas de la realidad (1), además, potencian una imagen barbarizada del
delincuente que solo hay que combatir con el castigo y el encierro (2), y finalmente
señalamos que, existe un correlato en la información entregada por los medios de
comunicación y el desarrollo del discurso punitivo (3).

Como fuentes principales de análisis utilizamos dos noticieros entre 2015 y 2016 de los
canales de televisión, Canal 13 y Chilevisión. Además, utilizamos archivos de prensa escrita
y notas televisivas del proceso de Agenda corta Antidelincuencia y finalmente utilizamos
dos programas de televisión en sus ediciones 2016, Nadie está Libre (Canal 13), y Alerta
Máxima, Tras las rejas (Chilevisión).

La tarea de este capítulo es explicar la forma en que el aparataje mediático ha construido e

- 45 -
instalado la imagen de un “sujeto peligroso” en la figura del delincuente común, convirtién-
dolo en una de las preocupaciones centrales de la agenda política. Por otro lado, queremos
presentar algunas observaciones preliminares respecto del desarrollo de un estado punitivo
en Chile, entendiendo que, desde el punto de vista de Wacquant (2015), la prisión es utili-
zada principalmente como un artefacto político que permite sostener el control de quienes
se encuentran fuera, empobrecidos y marginados del sistema.

En sus diversas dimensiones, lo que la imagen del “sujeto peligroso” permite es justificar las
políticas punitivas y castigadoras de un sistema que antes de observar la vulneración de
derechos de los niños, la tasa de desempleo, la insuficiencia en el sistema de protección
social, busca financiar por miles de millones, más cárceles e inversión en seguridad que per-
mitan disminuir la tasa de delincuencia.

Sin duda, los medios de comunicación y el desarrollo de un estado punitivo crecen y se


potencian a la par, se complementan para disminuir aquello que es provocado por falta de
seguridad en las condiciones de vida, la falta de políticas que protejan la integridad, por
falta de acceso a la educación, por la falta de herramientas que brindan oportunidades, es
decir, en la desaparición del estado social (Waqcuant, 2015).

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CAPÍTULO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

La prioridad absoluta es montar un espectáculo, en el


Sentido estricto del término. Por eso las palabras y los actos
antidelito deben ser metódicamente puestos en escena,
exagerados, dramatizados e incluso ritualizados.
(Loïc Wacquant en Castigar a los Pobres).

Los medios de comunicación cumplen un rol fundamental en la forma en que se piensan e


imaginan realidades determinadas. Son estos los que aportan una serie de funciones socia-
les, que constituyen el medio a través de cual se conoce y se recibe la mayor parte de infor-
mación que utilizamos diariamente (los noticiarios, las redes sociales, los programas de te-
levisión), además son capaces de sustentar los principios morales de la sociedad y promue-
ven determinadas lecturas de la realidad.

Los medios de comunicación constituyen un poder en sí mismo. Es un espacio desde el cual


se expanden temas importantes para la vida pública, es desde ahí que se otorgan definicio-
nes e imágenes de la realidad social; es decir, se trata de un lugar desde el cual se constru-
yen, almacenan y expresan, de manera visible, aspectos centrales de la cultura y los valores
que a ella acompañan. Los medios aportan a la construcción de significados desde lo cuales
se orienta la vida individual y colectiva (McQuail, 2000). Como lo señala el autor, los medios
se encuentran operando en los espacios de la vida pública otorgando parámetros morales
y culturales de las propias sociedades. Por lo tanto, lo que es transmitido por dichas plata-
formas es aceptado y considerado como verdadero. Los medios han adquirido confiabilidad,
han sido incorporados como medios legítimos de información, por lo tanto, difícil de ser
cuestionados. Particularmente desde hace algunos años, en la televisión se han ido incor-
porando algunos programas orientados al problema de la delincuencia, junto con un amplio
espacio que se le otorga en los noticiarios, lo que sin duda ha comenzado instalar una sen-
sación en los televidentes y en la sociedad en general. Esto sin duda ha contribuido a instalar

- 47 -
y ampliar el tema de la delincuencia como una problemática central a resolver.

En sí mismo, el problema de la delincuencia se ha posicionado como una de las problemá-


ticas centrales del país, en la encuesta CEP de Julio – Agosto 2016 sobre Percepción econó-
mica, visión de país y principales problemas, señala que los tres problemas fundamentales
que debe solucionar el gobierno son delincuencia (52%), salud (32%) y corrupción (36%).
Por lo tanto, la delincuencia y todo lo que trae aparejado bajo el concepto de este, violencia,
robos, miedo, se ha instalado como una de las principales preocupaciones de la ciudadanía.

De manera que la insistencia de los medios de comunicación por hacer de los hechos delic-
tuales un espectáculo, ha influido en la percepción que se tiene de ellos. Prueba de los an-
terior es la Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (2015), señala que un 69,7%
de las personas en el país se informa sobre el aumento de la delincuencia en los medios de
comunicación (tv, radio, prensa escrita) y un 30% a través de su experiencia personal. Estas
cifras grafican el nivel de percepción versus la victimización real.

Por otro lado, en términos de victimización, la misma encuesta señala que en 2015 un 26,4%
fue víctima en su hogar de algún tipo de delito (robo con violencia e intimidación, por sor-
presa, en la vivienda, de vehículos, desde vehículos, hurtos, lesiones). De victimización per-
sonal solo un 9,7% fue víctima de algún tipo de delito (robo con violencia o intimidación,
robo por sorpresa, hurto y lesiones).

Sin embargo, en el estudio de Delincuencia y Opinión Publica realizada por Fundación Paz
Ciudadana y Adimark (2015) señala que un 65,2% de la población cree que la delincuencia
es mayor que el año anterior. El 60,9% cree que la delincuencia es más violenta que hace
un año atrás, el 65, 4% cree que la delincuencia aumentará en el próximo año. Sin duda las
percepciones son mucho mayores a lo medido por victimización real. Este efecto, ha sido el
resultado de la sobresaturación de la información respecto la delincuencia, el exceso de
violencia como eje temático y la utilización emocional que han hechos los medios de comu-
nicación.

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Considerando que los medios están influenciados por las condiciones culturales y materia-
les de la sociedad, no creemos que estos sean los únicos responsables de la creación del
“sujeto Peligroso”. Entendemos esta figura como un chivo expiatorio de los conflictos so-
ciales y políticos internos de la sociedad chilena (PNUD, 1998). Por lo tanto, dicha imagen
no solo depende de los medios de comunicación, si no, más profundamente está arraigado
en una cultura que construye permanentemente imágenes del terror para generar control
social. A continuación, desarrollaremos con mayor profundidad como los medios en con-
junto con el desarrollo de un estado penal han configurado la idea del sujeto peligroso en
la sociedad chilena.

LOS EFECTOS DEL ESPECTÁCULO TELEVISIVO

Los procesos de subjetivación se instalan a través de las maquinarias de producción, que en


el caso de las máquinas tecnológicas de información y comunicación operan en el corazón
de la subjetividad humana, en la sensibilidad, en sus afectos y de sus fantasmas inconscien-
tes (Guattari, 1992; pág.15). Son los medios los que articulan material y moralmente a la
sociedad, han generado una nueva cultura, generan fuerzas que se mueven en el espacio
social y que configuran la forma en la que se piensa la realidad. Según una encuesta reali-
zada por el Consejo Nacional de Televisión (2014), un 89% de las personas utiliza los noti-
cieros para informarse, un 61% declara que estos informan adecuadamente sobre la situa-
ción del país y un 52% declara que es información confiable, transformándose así, en dis-
positivos que operan no solo de manera individual si no, también colectiva, marcando pau-
tas acerca de lo que es importante y lo que no para la sociedad.

De este modo, denominamos “espectáculo televisivo”, a la forma en que los medios de


comunicación han abordado el problema de la delincuencia en Chile, al exceso de informa-
ción, a la sobre exposición de hechos violentos, a la saturación de la información, que per-
mite la naturalización de la violencia, la animalización del delincuente y una representación
descontextualizada del problema de la delincuencia. El efecto que produce el recurso me-

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diático del “espectáculo”, es uno que permite mostrar de manera burda y morbosa un he-
cho que esta atravesado por una problemática mayor, pero que en el transcurso del breve
relato, se expone, sólo, aquello que resulta mas atractivo para la audiencia.

Bourdieu (1997) lo denomina “ocultar mostrando”, de modo que, el exceso de información


y la espectacularización con la que se exhiben los hechos, mas bien “encubre” aquello que
se encuentra en el fondo de una problemática, dado que el exceso de información impide
que la audiencia desarrolle una mirada mas profunda y analítica sobre la información que
se le entrega. El “síndrome del cansancio de la información” término utilizado por David
Lewis y al que refiere Han en obra “El enjambre” (2014), va en la misma dirección, pues
describe como un sujeto bombardeado por toda la información pierde la capacidad de ana-
lizar, perturba su atención y se vuelve incapaz de asumir responsabilidades. Este mecanismo
de “abundancia informativa” acaba con la racionalización de la información y despierta en
la audiencia una “emocionalidad colectiva” que, en el caso de la delincuencia, se traduce en
un odio desmedido hacia quienes comenten delitos.

La televisión es un medio potente y funciona como un artefacto contundente que permite


sostener un imaginario que, en este caso, aumenta la percepción que existe de la delincuen-
cia, la criminalización de la pobreza y la justificación del castigo. La utilización de herramien-
tas como la imagen y el lenguaje construyen y reproducen un imaginario estigmatizante y
criminalizante. La imagen del “sujeto peligroso” es una que se ha construido en torno a la
de un sujeto incivilizado, insuficientemente humano que hay que controlar, encerrar y cas-
tigar. Un artículo publicado por Emol da a conocer un informe encargado por el Gobierno a
Adimark, para atender iniciativas legales en materia penal y conocer las posturas punitivas
para combatir la delincuencia, ahí se señala que el 54% cree que la delincuencia se debe
atacar con medidas mas estrictas para quienes comenten delitos, solo un 17% estuvo de
acuerdo en que para enfrentar la delincuencia es importante pensar en planes de reinser-
ción y el 29% está de acuerdo con aumentar los recintos penitenciarios y la cantidad de
policías para prevenir la delincuencia (Emol, 2017).

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Los resultados de la encuesta son el reflejo de la construcción mediática de peligrosidad,
aumentar los castigos y la llamada “mano dura” se traducen en consignas populistas, que
lejos de considerar el debido proceso y la justicia, buscan “la venganza” para quienes se
atreven a cometer delitos. Sin embargo, no existe ningún cuestionamiento respecto de lo
que la cárcel significa, ni mucho menos el rol que debieran cumplir los programas de rein-
serción social, lejos de eso, se cuestiona la cantidad de recursos que se invierte en cada
privado de libertad y la defensa de sus derechos fundamentales que debieran ser incuestio-
nables a la condición humana resultan relativizados. De este modo es a través de la insis-
tencia de los medios en barbarizar al delincuente y de producir un ambiente de “insosteni-
bilidad y crisis profunda” que se crea un ambiente social acrítico respecto de las condiciones
históricas y sociales que son generadoras de las prácticas delictuales

SOBRE LAS FUENTES DE INFORMACIÓN

Desde hace un par de años comenzaron a aparecer múltiples programas en el formato


“telerrealidad”, que permitía mostrar en tiempo real, el trabajo operativo de las policías, la
vida al interior de las cárceles y las formas en que la delincuencia estaba operando. En
horario prime, después de los noticiarios, comenzaron a aparecer programas como “En su
propia trampa”, “Alerta Máxima”, “Nadie está libre” etc. Además, en los noticiarios, se
concentra gran parte en atender y mostrar la violencia de las calles y el problema de la
delincuencia.

En nuestra investigación incorporamos el programa “Alerta Máxima, Tras las rejas” y “En su
propia trampa”. Además, se agregaron notas periodísticas del proceso de discusión de Ley
Corta Antidelincuencia y revisamos, de manera menos profunda, algunas ediciones del
diario La Tercera. Esto nos permitió tener un panorama mas o menos general de los medios
en materia de delincuencia.

Entendemos, que uno de los fines principales de la televisión, en los géneros que
mencionamos anteriormente, es captar la atención de la audiencia montando un

- 51 -
espectáculo de la delincuencia y el horror de las calles. Sin embargo, lo que nos perece
interesante, es como aquello que se muestra en la televisión, termina incorporándose como
verdades, apropiándose de los discursos de los televidentes, aportando una visión sobre un
problema tan profundo como lo es el problema de la delincuencia.

“En su propia trampa” (2011-2017) es un programa de investigación periodística, en donde


se genera una situación ficticia para hacer caer en una “trampa” al “malhechor” de turno.
En los diversos episodios hemos visto ladrones, estafadores, acosadores, timadores, etc.
caer en las “trampas” del denominado “Tío Emilio” (conductor del programa). Las trampas
son burdas, el protagonista (tío Emilio) se disfraza y juega al agente encubierto, espiando
tras las cámaras, persiguiendo al delincuente de turno, mostrando como todo aquello es
parte de una cuidada y seria investigación periodística. Al momento de enfrentarse al
delincuente, lo increpa haciendo referencia a parámetros morales y éticos, para “persuadir”
al malhechor de que no lo vuelva a hacer.

Por otro lado, esta el caso del programa “Alerta Máxima” (2011-2017) que partió como un
docureality, en donde un grupo de periodistas acompañaban a la policía para mostrar las
detenciones y persecuciones, sin embargo, en su edición del 2016 ingresaron a las cárceles
del país para mostrar la “realidad carcelaria”. El fin del programa era mostrar como se vive
el día a día al interior de los penales del país, sin embargo, las imágenes de internos
queriendo pelear, colgados de las rejas, gritando, las peleas con armas, eran las imágenes
mas utilizadas, sumado a la voz en off del programa que ridiculizaba y constantemente la
condición de las personas privadas de libertad.

Las notas periodísticas del proceso de Ley Corta Antidelincuencia, nos permitió incorporar
las opiniones y la discusión por parte de los sectores políticos y la forma en la que se
abordada la discusión en torno a al control y las penas. Lo que lleva a pensar que por parte
de la mayoría de los representantes de la política, el problema esta centrado en el control
y el castigo y no en la intervención y la prevención.

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Sin duda mas allá de la información o ejemplos concretos, consideramos que todo el
material revisado tenia líneas comunes, que nos permitían establecer las dimensiones que
se encuentran en juego en las fuentes de información. A partir de esas líneas pudimos
establecer las dimensiones de análisis, que nos permitirán generar los resultados de nuestra
investigación

Sin duda la “violencia” expuesta en las imágenes tanto de los noticiarios, como de los
programas antes mencionados, es un elemento recurrente que encontramos en nuestro
análisis, la forma en la que exponen las imágenes, crea un escenario a veces dantesco de lo
que ocurre en ciertas poblaciones o calles del país, sin embargo, nos parece interesante que
este tipo de imágenes sean atractivas para los televidentes. En 2016 en un capitulo de “En
su propia trampa” se mostró un ataque en contra de una familia que vivía en alguna
población de Santiago, en las imágenes se muestra el tiroteo y un incendio provocado por
el mismo ataque, en la casa se encontraban niños pequeños con sus madres. Sin duda
hablamos de un capítulo profundamente violento, sin embargo, alcanzó 32 puntos de rating
liderando la sintonía de esa jornada (Emol, 2016). En el programa “Alerta Máxima, tras las
rejas”, se muestra la violencia de las cárceles y las condiciones en las que viven quienes allí
cumplen su condena. Las peleas por defender sus espacios, las dinámicas internas, las
condiciones de habitabilidad, la presión de Gendarmería, hace que las cárceles sean
espacios violentos en si mismos. A pesar de la crudeza de las imágenes y los episodios que
se desarrollan, este programa alcanza en promedio 20 puntos de rating (Emol, 2016) lo que
lo posiciona como un programa con alta sintonía.

Es interesante como la violencia y el morbo se han transformado en un elemento de


consumo mediático. Creemos que, por un lado, se establece una relación entre las imágenes
violentas y una situación de descontrol lo que despierta el miedo y la inseguridad y que, por
el otro, dada la condición de “descontrol” aumenta la sensación de impunidad por lo que
también crece la impaciencia por el castigo.

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Por otro lado, se encuentra la “imagen” o la configuración gráfica del delincuente, que no
solo tiene que ver con la apariencia física. Hemos visto como en múltiples ocasiones se ha
mostrado al delincuente como un sujeto mal vestido, de piel más oscura, con un acento
marcado, proveniente de sectores marginales. En el capitulo del 13 de octubre del 2016 de
Alerta Máxima, se muestra una pelea al interior del penal, en donde salen varias personas
heridas, este tipo de episodios violentos, que fueron recurrentes en este programa,
aumenta la imagen de que las personas privadas de libertad, serían personas impulsivas,
crueles y violentas. Además, el relato del periodista que conduce el programa, utiliza un
tono burdo, en donde siempre ridiculiza y se burla de los internos, poniendo en duda las
situaciones que ellos exponen.

La utilización de diferentes imágenes, mendigos, estafadores y los mismos delincuentes,


que aparecen, por ejemplo, “En su propia trampa”, contribuye a estigmatizar a quienes
cumplen roles similares, que no siempre son delincuentes, y aumenta la generalización de
las conductas delictivas potenciando el miedo y la desconfianza, y consigo la criminalización.

La impunidad es un tema recurrente en todas las fuentes incluso desde el sector político.
Por un lado, lo que hemos venido mencionando instala una situación de descontrol absoluto
respecto del problema de la delincuencia, sin embargo, sumado a ello la idea de que no hay
castigo para los delincuentes, sin duda produce que aumente una sensación de insuficiencia
ante el castigo. Además, el enfoque de la discusión solo va en pos del control y el aumento
de las penas privativas de libertad y no respecto de la intervención transformadora en las
cárceles y la prevención de las prácticas delictuales.

Titulares, noticias y reportajes respecto de la “delincuencia” siempre apuntan a esta


dirección: insuficiencia en el castigo, falta de mano dura, mayor contingente policial, falta
de rigurosidad en las investigaciones, condenas bajas, etc. En el anexo que incluimos al final
de este trabajo intentamos ilustrar lo que aquí mencionamos y que se expresa en noticias
publicadas por diversos medios.

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Lo que nos lleva a la dimensión del “castigo”, producto de la sensación de impunidad, se ha
ido generando una tendencia a pensar que la dureza y la crueldad del castigo, corregirá el
delito, y que pondrá fin a la delincuencia. No es extraño escuchar de la clase política
discursos como el siguiente:

“Yo me alegro, en que en esta ley corta antidelincuencia estemos subiendo las
penas, (…) tenemos que dar una señal muy clara y eficaz por parte del gobierno
de combatir la delincuencia, porque la percepción de impunidad es muy alta en
nuestro país, (…) restringir las atenuantes en caso de robo, hurto y receptación,
que haya un cumplimiento efectivo de las penas (…), aumentar las penas en los
casos de reincidentes y restringir la libertad condicional para los condenados
(…)”

(Senador Ignacio Walker, 2016, Intervención en Sala de Sesión Nº4)

Discursos como los del Senador, que ven a la delincuencia como un problema de “castigos”
es una mirada superficial y no apunta al problema de fondo. Como también otras que
apuntan a la persecución penal, sin poner énfasis en la reinserción, en donde podemos
encontrar lo siguiente:

“El control preventivo de identidad hace caso a una demanda que tiene que ver
con la seguridad ciudadana, estamos claro de que no vamos a poder combatir
la delincuencia con esto, pero si es una herramienta importante, para por lo
menos, hacer caso a más 66 mil detenciones pendientes que son personas que
deberían estar en las cárceles”.

(Diputada Marcela Sabbat, 2016, entrevista)

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Sin duda, cuando estos discursos bajan a los sectores más populares, tenemos como
resultado las así llamadas “detenciones ciudadanas”, la acumulación de rabia, la
justificación de la violencia excesiva, la falta de empatía ante la violencia de las cárceles,
etc., y, por otro lado, la justificación del endurecimiento del castigo.

En esta materia, las dimensiones que hemos revisado nos han llevado a generar
planteamientos respecto de la función que cumplen estas dimensiones al estar presentes
en los medios y en los discursos de la política, considerando que son elementos cruzados,
como bien señala Zaffaroni (2016) en su prólogo al libro “El encarcelamiento Masivo”,

“Los medios concentrados chilenos, son constructores de realidad que forman


parte del entramado de corporaciones transnacionales y que operan con total
inescrupulosidad, extorsionando al poder político, amedrentando o usando a
sus protagonistas” (Zaffaroni, 2016).

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PROMUEVE EL MIEDO Y LA INSEGURIDAD

“Dividimos el temor entre las víctimas y no víctimas (de delitos). La


sorpresa es que entre quienes no han sido víctima (el temor) pasó de 9%
a 17%. Hay un miedo que no viene de la experiencia, sino de lo que la
gente leyó en los medios, en las redes sociales”
(Director de Gfk Adimark, Roberto Méndez, La tercera, 2015).

Como hemos venido mencionando, la “campaña del terror,” amplificada e insistentemente


sostenida principalmente por la televisión y la prensa escrita, se ha transformado en un
generador de miedo, inseguridad y desconfianza. Sin embargo, es curioso que la
victimización real este muy por debajo de la percepción que existe respecto de la
delincuencia.

La Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana (ENUSC) muestra cada año


gráficamente como ha ido en aumento la percepción del crecimiento de la delincuencia en
contraposición con la mantención de la victimización real.

Gráfico 1: Victimización real versus Nivel de percepción de aumento de la delincuencia


(2010-2016)

Fuente: Elaboración propia a


partir de Encuesta ENUSC
(2010-2016)

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Como bien muestra la gráfica la “Victimización personal” nunca ha estado por sobre un 10%
y si bien la Victimización por Hogares es mas elevada y en ella se reconoce el problema de
la delincuencia, esta no sobre pasa el 30%, sin embargo, el nivel de percepción es mucho
mas elevado, en 2015 un 86,8% creía que la delincuencia había aumentado y que la
inseguridad era mayor, cuando el índice de victimización era de un 26,4% para victimización
por hogares y un 9,7% de victimización personal.

Según la Encuesta Internacional Ipsos More Perils of Perception, Chile ocupa el lugar Nº 13
de países con mas alta “distorsión de la realidad” en al artículo se señala que por ejemplo
de la pregunta “De cada cien personas que están en la cárcel ¿Cuantas son extranjeras?”,
los chilenos responden 21, pero la cifra real muestra que corresponde solo a 3,4. Los
especialistas sostienen que la percepción es un aspecto multivariado, que se relaciona con
diversos factores. A veces una experiencia personal validada por el grupo de pertenencia
suele amplificarse y constituirse como una situación de prevalencia generalizada, que es
construida y aumentada por el grupo, según señalan (Sepúlveda, 2017).

Sin duda creemos que los efectos de “la campaña mediática del terror” esta vinculada con
múltiples factores que construyen una elevada percepción de la inseguridad en nuestro
país. Creemos que un factor importante es “el exceso de violencia” mostrado por los
medios de comunicación. Este no ha hecho sino, aumentar y profundizar el temor. Es en los
medios en donde se construye la imagen del “sujeto peligroso” que puede ir mutando, pero
que siempre apunta a despertar la inseguridad y a criminalizar a los sectores mas
vulnerables y excluidos. Sumado a ello la idea de “la puerta giratoria” que apunta a la falta
de rigor en la ley y la insuficiencia de las penas, genera un sentimiento de falta de fuerza en
la aplicación del castigo, pero por, sobre todo, una desconfianza en el funcionamiento de
las instituciones a cargo de velar por el cumplimiento de la ley. Del estudio de Paz
Ciudadana-Adimark 2017 respecto de la denuncia y el desempeño de las policías y fiscalía
señala lo siguiente:

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Gráfico 2: Porcentaje de Insatisfacción respecto del desempeño de la Policía y de Fiscalía

Fuente: Elaboración propia a partir de Índice de Paz Ciudadana - Adimark 20117

El gráfico anterior muestra un alto nivel de insatisfacción frente al desempeño de las


policías, sin embargo, el problema mayor se centra en el trabajo de fiscalía, en donde en
2016 alcanzó un 67% en el porcentaje de insatisfacción.

Según la encuesta de Libertad y Desarrollo, el 75% de las personas considera que la


presencia policial en su barrio es nula o insuficiente y el 34% cree no poder dejar su casa
sola. Además, el estudio dice que al menos 199.182 delitos no fueron denunciados porque
“no sirve de nada” hacerlo (Ciper, 2009).

Los mitos que han sido generados a través de los medios, apuntan, a un mal desempeño
institucional en esta materia, una insuficiencia en el sistema policial y penal, pero por sobre
todo la sensación de impunidad en la denominada “puerta giratoria”. En el Grafico Nº 3 se
observa lo siguiente:

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GRÁFICO 3: Cantidad de personas atendidas por Gendarmería en Subsistema cerrado, Se-
miabierto y Abierto de Mujeres y Hombres (2010 – 2016)

Fuente: Elaboración propia a partir de las Estadísticas anuales de Gendarmería de Chile (2010-2016).

Según la cantidad de personas atendidas por Gendarmería dentro de los últimos 6 años el
número de personas privadas de libertad ha ido en aumento desde el 2013 alcanzando su
alza mayor en 2015 con 303.890 personas cumpliendo algún tipo de condena. Lo que el
gráfico muestra, es lo contrario al mito de la puerta giratoria, la cantidad de personas
privadas de libertad ha experimentado un alza significativa, y no a disminuido si no hasta el
2016. De este modo podemos sostener que el espectáculo televisivo, sobre la falta de mano
dura, es solo un discurso que apunta a mantener la crisis de descontrol ante una de las
problemáticas que se ha vuelto la mas importante del país. Por otro lado, la crisis de
confianza en las instituciones públicas se ha generalizado en vista de los últimos hechos
expuestos. Sin duda que los casos de corrupción política, los fraudes de instituciones
públicas y las situaciones irregulares despiertan una sensación de desasosiego y por ende
de desprotección ante el incumplimiento de la labor que debieran realizar dichas
instituciones, lo que agudiza también ese sentimiento de desprotección y estabilidad que
debieran representar.

Creemos que otro factor importante que potencia el “miedo y la inseguridad” es la crisis de
“desconfianza intersubjetiva”, el estudio del PNUD (1998) señala a la desconfianza como

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una de las paradojas del desarrollo, dado de que ha pesar de que las redes de comunicación
aumentaron, la confianza y comunicación entre las personas ha ido en retroceso. El mismo
estudio señala también que entre los tres miedos fundamentales de los chilenos se
encuentra “el miedo al otro”. La desconfianza entre las personas ha sentado las bases de
las nuevas formas de relación, las bases de la sociedad ya no se asientan en la cooperación
y en prácticas colectivas sino mas bien, en el desempeño personal y la competencia. No
poder confiar en “el otro” repele las prácticas asociativas y por ende, sentimos desconfianza
de nuestros vecinos y con ello la desprotección.

Finalmente, la construcción del miedo y la percepción de abandono aumentan la


inseguridad y con ella la percepción de desprotección. Por un lado, el exceso de violencia
como recurso utilizado por los medios de comunicación, crea una realidad en donde no
existe control sobre el problema de la delincuencia. El mito de la impunidad y la
desconfianza institucional e intersubjetiva promueven una sensación de desprotección y
desamparo que aumenta la sensación de miedo y permite promover la idea de políticas
punitivas en remplazo de otorgar una mirada al problema de la delincuencia desde los
derechos sociales.

CONCEPTUALIZACIÓN DEL SUJETO PELIGROSO.

…Se fue construyendo una imagen del sujeto criminal visualizado como un
individuo pobre, viciosos y ocioso; que merecía una actitud reactiva por parte de
las autoridades y ante el cual rara vez existían matices por proceder de un
estigmatizado del mundo popular.
(Marco Antonio León, Construyendo un sujeto criminal)

La espectacularización mediática de la delincuencia y lo que ello implica, además de generar


miedo, ha ido construyendo un “enemigo interno” configurado en la imagen del
delincuente. La construcción de la imagen del sujeto peligroso, no es solo una marca
atribuida a un hecho delictual, esta relacionada con una serie de características, que han

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creado un imaginario estigmatizador respecto de ciertos rasgos, clases sociales, territorios
y conductas, etc.

La forma en que los medios han tratado la situación de la delincuencia, ha generado


“externalidades negativas”, como señala en un artículo Alejandra Mohor (INAP),
refiriéndose a un “perfil específico del delincuente que apunta a una población con mayores
niveles de deserción escolar, donde están las mas altas tasas de desempleo, un sector
sumamente vulnerado en sus derechos y muy carenciado, el cual es retratado por los
medios de forma incluso caricaturesca” (Toledo, 2015). Por lo que el fenómeno criminal
parece ser un asunto solo de pobres y que los problemas sociales radican exclusivamente
en ese sector (López, 2012). Por otro lado, existe una carga social profunda en el tipo de
delito cometido. A pesar de que el robo, el asalto son delitos que causan un daño personal
y configuran hechos traumáticos y violentos, estos generan un daño menor que el causado
por las grandes empresas con fraudes y colusiones en cantidades de millones. Sin embargo,
es el delito común el que es castigado por la ley con cárcel y utilizado por la prensa para
escandalizar a la audiencia con las fechorías de los delincuentes comunes.

Sostenemos que las dimensiones de la criminalización del sujeto peligroso radican en el


estigma del cuerpo, del carácter (Goffman), además de considerar el aspecto territorial
(Wacquant) como un elemento mas para la estigmatización y la criminalidad. Es desde estas
aristas que se ha instalado un imaginario sobre el perfil del sujeto peligroso, aumentado y
caricaturizado por los medios de comunicación e instrumentalizado por la clase política.

En su dimensión corporal, desde los estudios criminológicos se han ido creando imágenes
relacionadas principalmente con rasgos físicos primitivos, se hablaba de un mayor espesor
de los huesos del cráneo, un enorme desarrollo de las mandíbulas, piel abundante en
pigmentación, cabellera rizada y espesa, orejas voluminosas, etc. (Lombroso, p. 498, 1902).
Además de poseer una serie de características morales (incivilizado, cruel, sanguinario). La
construcción de la imagen del criminal es una que sigue amparada bajo estos conceptos,
hay una construcción desde los rasgos físicos, el lenguaje, la ropa, los tatuajes que

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caracterizan al “flaite” o “lacra” que se ha convertido en un enemigo interno, una plaga
repudiable que merece ser capturada y expuesta.

En la dimensión del carácter, el delincuente es configurado como un sujeto agresivo, sin


conciencia moral, impulsivo, incorregible, deshumanizado. La violencia y la forma en la que
se muestra mediáticamente su imagen, hace parecer que son insensibles, sin afectos, sin
valores, por lo que cualquier castigo es insuficiente para corregir al delincuente. Los
programas televisivos, que buscaban mostrar la vida al interior de las cárceles, se sumaron
a alimentar la imagen del criminal salvaje, animalizado y a fomentar el estigma que recae
sobre ellos.

Los medios construyen representaciones sociales que se apalancan como prejuicios


colectivos que se autoalimentan, expanden y fortalecen en el tiempo (Champagne, 1999;
Taylor, 2006; Van Dijk, 2006). Los prejuicios y la criminalización de dichos espacios han
crecido y junto con ellos, sectores en donde los pobladores son controlados por las policías
solo por vivir ahí, la marginación de un empleo por venir de un campamento, el acceso
reducido a la salud a la educación, los transforman en lugares hostiles, abandonados por las
políticas de desarrollo. Sin duda que la criminalización territorial construye imágenes de
peligrosidad y figuras del miedo en sus pobladores y en quienes miran el espacio desde
afuera.

Sin duda, no se habla de las condiciones que generan la delincuencia y como un sujeto llega
a ser el que es, no se habla de pobreza de marginalidad, o de abandono. No se habla del
47% de los presos que cometieron su primer delito antes de los 14 años, ni del 7,8% que
tiene su escolaridad completa o que el 42% fue atendido por un centro de menores en su
infancia (Paz ciudadana, 2015). Las prácticas delictuales no son el resultado de un proceso
de autogeneración espontánea. Ellas son el efecto no mecánico pero posible, de
determinadas formas de relación social, que se despliegan contradictoriamente en
contextos de violencia y se nutren de la ausencia de políticas públicas macizas y complejas
(Codoceo, Ampuero, 2016).

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Finalmente, la construcción del sujeto peligroso, en todas sus dimensiones, no es si no, el
chivo expiatorio para hacer a un lado, los problemas de fondo que la provocan.

PROMUEVE EL CASTIGO A TRAVÉS DEL PREJUICIO, DISCRIMINACIÓN Y VIOLENCIA

“Si queremos combatir la delincuencia, entonces una vez que se aprehenda al


delincuente, rápidamente hay que condenar y que se quede en la cárcel y no
como ocurre ahora, que mientras se hace el juicio, el delincuente sale en libertad
condicional” (Ricardo Lagos, El mercurio, 2005)

La creencia en la insuficiencia del sistema policial y judicial y la campaña mediática y política


en contra la delincuencia, haciendo uso del recurso de la violencia y la impunidad, ha llevado
la situación a un estado en que se han puesto en práctica medidas alternativas, como las
detenciones ciudadanas, y una fuerte creencia en que la única salida para dicho problema,
es el castigo del encarcelamiento.

Citas como la del ex presidente Lagos, no hace sino, incitar a un populismo penal que es
coherente con la percepción social creada por los medios de comunicación. Todas las
personas tienen derecho a un juicio justo y son presumiblemente inocentes hasta que no
se diga lo contrario, sin embargo, no hay un llamado a la justicia en sus palabras, sino, uno
a “encarcelar” haciendo a un lado un derecho inalienable. No es extraño que discursos
como estos sean pronunciados por las autoridades políticas, dado que han hecho del
problema de la delincuencia una consigna a través de la cual buscan protagonismo y
popularidad.

La resonancia de dichas campañas, además de la espectacularización televisiva, no hacen


sino, aumentar el prejuicio y la violencia sobre quienes han cometido delitos comunes o se
encuentran privados de libertad. En varias oportunidades hemos visto por medio de la
prensa como se han realizado “detenciones ciudadanas” a delincuentes que han sido
sorprendidos, sin embargo, lo que allí se muestra no es una detención ciudadana

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propiamente tal, lo que allí acontece es un escarnio público, una venganza, una paliza
castigadora, que busca exponer al delincuente. La turba, como denominaremos a la masa
colectiva que toma el castigo en sus manos, es la expresión del malestar y la insatisfacción,
la imagen creada por los medios, ha permitido que cualquier acción violenta cometida hacia
un delincuente por la turba este justificada. Según el Centro de Estudios de Conflictos y
Cohesión Social, señala que el 76% de los chilenos justifica las detenciones ciudadanas y las
golpizas hacia los delincuentes, a ello, se suma que el 88% cree que los jueces debieran
castigar con penas mas altas (COES, 2017). El rechazo y odio desmedido hacia quienes
cometen delitos es el reflejo del malestar constante ante la “sensación de abandono” dada
la crisis institucional, política y de confianzas intersubjetivas, lo que nos lleva a justificar tan
altos niveles de violencia y el comportamiento primitivo de “la turba”. Lo curioso del estudio
citado anteriormente es que en el se puede observar el rechazo que existe hacia otro tipo
de violencia, como el actuar de Carabinero en las manifestaciones, una madre agrediendo
a su hijo, que un empleador le grite a su trabajador, este tipo de violencia es rechazada y
no se justifica, sin embargo, es frente a la delincuencia con toda la carga moral y social que
conlleva, que se está permitido todo tipo de castigo y violencia. Es el delincuente, quien una
vez privado de su libertad, esta expuesto no solo a su condena, si no a una serie de otros
castigos crueles e inhumanos, que poco importan a la sociedad.

El populismo penal y las campañas políticas para ponerle punto final a la delincuencia, no
hacen si no generar un discurso alarmista de descontrol y peligro ante el problema. De este
modo, el relato del miedo y la inseguridad, invisibilizan las causas que provocan la
delincuencia, la discusión, en el fondo, está en como aumentar el castigo y las medidas de
control que permitan encarcelar a quienes comenten delitos y que las penas que paguen
por ellos sean duras y largas.

La sociedad no perdona al delincuente, nunca es suficiente el castigo, ni la cárcel, producto


del imaginario que se tiene de ellos. De ahí que la discusión respecto del tema solo se centre
en el endurecimiento de las penas, en aumentar el contingente policial, en construir mas

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cárceles. No se discute en torno a los programas de reinserción social, en torno a las
condiciones carcelarias, o a la defensa de los derechos de los privados de libertad. El
problema de la delincuencia es un problema de desigualdad, de abandono, de prácticas
estigmatizadoras.

El castigo para un delincuente no es solo la privación de libertad, es lo que ocurre durante


su condena al interior de las cárceles y lo que ocurre una vez recuperada su libertad. Una
persona que cometió un delito y lo pago con cárcel, nunca cumple su condena, porque no
solo perdió su libertad, también perdió su credibilidad, su confianza, su calidad de
ciudadano, su valor ante los demás como una persona. El castigo social no es solo la petición
de cárcel para el delincuente, es la denigración, la marginación, la desconfianza y el repudio.

EL DESARROLLO DE UN ESTADO DE CONTROL INTERNO

Aproximaciones

Este apartado busca mas que nada ser explicativo y entregar algunas visiones respecto de
la construcción del sujeto peligroso y su instrumentalización política. Si bien ya hemos ido
desarrollando en el capitulo anterior ciertos matices, queremos complementar el análisis
centrándonos en una mirada mas global de la delincuencia como problemática.

Sostenemos que, así como los medios fueron creando imágenes del terror, paralelamente
se han ido desarrollando una serie de aprovechamientos políticos en varias direcciones, que
han permitido consolidar la imagen del “sujeto peligroso” no solo mediáticamente, si no
como el objeto del desarrollo de una serie de medidas políticas que encubren los problemas
de fondo como lo son la pobreza y la marginalidad.

Sostenemos lo anterior, dado que ningún sector político ni institución publica, ha prestado
atención al problema de la delincuencia en su génesis y que en su remplazo han
desarrollado, mas bien, un estado de control interno que busca la persecución y el castigo.
Sostenemos que, en este ámbito:

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1. Han contribuido a hacer uso del discurso de seguridad y endurecimiento de las
penas.
2. Han promovido lecturas descontextualizadas del problema de la delincuencia.
3. Se ha potenciado y expandido una industria de la seguridad.

A partir de esto, sostenemos que, más allá del problema de la delincuencia, se ha venido
desarrollando un estado controlador y castigador, que criminaliza y estigmatiza la pobreza.

La clase política ha hecho uso de su tribuna, para ganar popularidad con “el discurso de
seguridad”, de ahí que las campañas políticas estén entre otras cosas centradas en elaborar
planes de prevención de delitos y endurecimiento de las penas, para por fin, poder hacer
justicia, encarcelar a los delincuentes y promover la tolerancia cero hacia el delito. Entre los
planes están desplegar mas funcionarios policiales y establecer patrullajes comunales
ubicando casetas de vigilancia, además de la instalación de una serie de cámaras y drones
que permitan una visión panorámica permanente de ciertos sectores. Todo esto
acompañado con el endurecimiento de las penas a través de la Ley corta Antidelincuencia
del 2015 que busca aumentar el control, endurecer las penas por reincidencia, reincorporar
el control de identidad y mantener un mayor contingente policial, etc.

"Pongamos el caso de ayer, por ejemplo. El delincuente que fue muerto era una
persona que había cometido tres delitos antes [...] lo que demuestran los
hechos es que tenemos que hacer un esfuerzo por tener penas más duras y que
efectivamente se cumplan"

(Mahmud Aleuy, Subsecretario del interior, ADN 2015)

“El Gobierno debe ordenar sus líneas en el Congreso para que esta iniciativa
tenga celeridad en su tramitación, no se deje contaminar por el Partido
Comunista, y que de una vez por todas estos delitos se sancionen como
corresponde, sin beneficios para cumplir penas en libertad”.

(Marcela Sabbat, Diputada de Renovación Nacional, La Segunda 2015)

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"una de las prioridades de nuestro (eventual) gobierno será combatir la
delincuencia con mucha más voluntad, sin debilidad ni ambigüedades".

(Sebastián Piñera, Presidente de Chile, La Tercera 2017)

La clara dureza del discurso “antidelincuencia”, está centrado solo en el carácter del castigo
y el encarcelamiento. Se asumen la delincuencia como un hecho natural y no como un
efecto provocado por la ausencia de políticas públicas para apalear los daños de la
marginalidad. La penalización invisibiliza los problemas sociales del estado, la cárcel actúa
como un contenedor judicial donde se arrojan los desechos humanos de la sociedad (Lutz,
p. 178, 2013).

Las causas genéricas de la delincuencia, como la precariedad del empleo, la disminución de


las garantías laborales y sociales, las restricciones en cuanto al acceso a la salud y las
discriminaciones educativas (ídem), no constituyen una preocupación y mucho menos
existe una discusión en torno a ellas. De ahí que podemos sostener que un estado que no
protege los derechos sociales básicos para garantizar el bienestar de sus ciudadanos, es un
estado que prefiere la cárcel como medida para encubrir su incapacidad para atender las
demás necesidades.

Por eso sostenemos que convenientemente, “promueven lecturas descontextualizadas del


problema de la delincuencia” nos referimos a la forma en que es abordado. Se presenta
una mirada que excluye el binomio delincuencia-exclusión social, y mas bien, lo hacen desde
una óptica de voluntad personal y responsabilidad individual del sujeto, sin mencionar que
en realidad, las prácticas delictuales se desarrollan, en contextos sociales bien específicos y
muestran una tendencia a reproducirse cuando las acciones humanas se despliegan en
escenarios que reúnen un conjunto de “complejidades” que de alguna manera intencionan
y ejercen presión sobre el desarrollo biográfico de un sujeto.

El crecimiento de la Industria de la seguridad se presume es un 46% entre los años 2010 y


2015. Los hogares concentran un 40% de los clientes, un 23% el retail y la industria un 20%

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(El Mercurio, 2015). Es evidente que este crecimiento guarda relación con la percepción de
inseguridad que experimenta la mayoría de los chilenos, que hoy han incorporado la
seguridad como un servicio de consumo para protegerse de las amenazas. Si duda que los
mas beneficiados son las empresas que entregan dichos servicios, sin embargo, no limitados
a ellos. Las concesionarias a cargo de la construcción y mantención de las cárceles privadas,
reciben una subvención que depende de la cantidad de reos que tenga bajo su cuidado, los
gastos consideran, alimentación, salud, aseo, mantención y lavandería como parte de los
servicios, a eso se le asocia un pago por construcción que es semestral y los salarios y
beneficios del personal de la institución, todos con recursos provenientes del estado
(Dammert y Díaz, 2005). La sobrepoblación de una cárcel concesionada es responsabilidad
del Estado, por lo que se deben pagar cuantiosas multas por ello. A pesar de los recursos
que se invierten en esta materia, no se muestran resultados positivos ni en las condiciones
de las prisiones ni mucho menos en materia de intervención.

En suma, a partir de la información revisada observamos que los medios de comunicación


no solo son importantes contribuyentes en la configuración de una subjetividad social, sino,
que, además, son los instrumentos a través de los cuales se expande una determinada
concepción política sobre los fenómenos sociales. En el caso del así llamado “sujeto
peligroso”, si bien su constitución en el discurso no es nueva, en el contexto actual es uno
de los importantes dispositivos con los cuales se genera un estado social de inseguridad y
de permanente amenaza. Es a través de esa sensación que se ha logrado que una parte
importante de la población celebre el endurecimiento de las penas y observe las conductas
humanas delictuales fuera del contexto en las cuales ellas tienen lugar. Por los pronto, a
partir de ello, sostenemos que los medios logran producir eventos mentales de naturaleza
social que tienen las siguientes características:

1. Crean una situación de crisis social y colapso moral que justifica el uso masivo y
progresivo de la violencia.
2. Los sujetos peligrosos son procesados como individuos con los cuales resulta

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imposible y peligroso establecer vínculos comunicacionales, pues adolecerían de
conciencia moral.
3. Políticamente opera como un mecanismo que va más allá del propio sujeto definido
como peligroso, pues permite el control de “masas socio-biometrizadas” que puede
constituir una potencial amenaza contra el orden social establecido.
4. Dado que se trata de una figura que propaga el miedo y, por ende, se vincula con los
afectos, los sujetos que forman parte de la comunidad política pierden toda
capacidad de actuar desde una conciencia crítica que permita el desarrollo de una
comprensión sobre las causas que dan origen a aquello que se teme y de lo que se
desea ser protegido.
5. El sujeto peligroso es tal vez el producto social que con menos ambigüedades
expresa relaciones sociales defectuosas. No obstante, ello es utilizado, política y
comunicacionalmente, para desviar la atención, ocultar los conflictos estructurales
subyacentes y la violencia institucional.

Por último, nos parece importante señalar la importancia de que las ciencias sociales sigan
investigando estos asuntos, pues resultan no solo relevantes para comprender el fenómeno
de la violencia, sino poner enfoques críticos que reposicionen el problema de la justicia
social y las oportunidades que tienen los sujetos para trazar proyectos de vida que sean
coherentes con la convivencia social pacífica.

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CAPÍTULO VI:

REFLEXIONES FINALES

Grimson y Gaggiano sostienen que los “Estudios Culturales” son algo en “emergencia” y de
difícil definición por el vasto y diversificado campo que abarcan. No obstante ello, señalan
que dentro de esa pluri-significación, los Estudios Culturales se caracterizan por leer la
cultura a través de la clave de “hegemonía” y que aquello implica:

“colocar la pregunta acerca de las relaciones de poder en el centro de las


preocupaciones por los modos en que los grupos sociales organizan simbólicamente
la vida en común. Los valores y las creencias, el sentido de las prácticas, las formas
de concebir lo propio y lo extraño, lo semejante y lo diferente, y de definir las
categorías que procuran ordenar el mapa social son interrogados en su articulación
con procesos de construcción, validación o desafío de lo legítimo y lo subalterno, de
relaciones de jerarquía o de desigualdad, de mecanismos de inclusión y exclusión”
(Grimson, 2010. P. 18)

Estamos al tanto de algunas de las complicaciones y resistencias que genera el concepto de


“hegemonía”. No obstante, en este trabajo, de distintas maneras está influenciado por
dichas perspectivas en el sentido que hemos intentado ir produciendo una reflexión en
torno a la producción mediática sobre el “sujeto peligroso” y la relación que aquello tiene
con los discursos que cumplen funciones ordenadoras al interior del espacio social. De este
estudio no se siguen “resultados demostrables” tal cual como son pensados en las ciencias
sociales de corte positivista. No obstante ello, hemos intentado ir avanzando en una
reflexión, fundada en datos, que gira en torno a cómo la industria mediática elabora
discursos en torno al “sujeto peligroso” y que cómo aquello se relaciona con determinada
prácticas penales.

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La institución del “sujeto peligroso” permite hacer sentir como parte de los proyectos de
individuales y colectivos aquello que es implementado por las estrategias institucionales
para mantener bajo control las relaciones sociales. El “sujeto peligroso”, en tanto artificio
comunicacional, es ante todo un ente promotor de deseos: de castigo, de inclemencia, de
encierro, etc.
La existencia de sociedades fragmentadas se sostiene en base a la propagación del miedo,
pues, de acuerdo a Bauman, la producción de “desechos” sociales es consustancial a las
sociedades de consumo (Bauman, 2011). Eso las pone en riesgo permanente dado que no
solo producen altos niveles de riqueza, sino que, al mismo tiempo, van dejando una
escarcha de residuos humanos que la ponen en riesgo permanente. Es en ese contexto que
el “sujeto peligroso” ocupa una función principal al interior de la sociedad neoliberal. El
delincuente, que es quién con mayor plenitud es el contendor físico de aquella peligrosidad,
parece ser, finalmente, el chivo expiatorio que desvía la comprensión crítica, aumenta la
adherencia a las lógicas penales y castigadoras y une a los diferentes grupos sociales en
torno a la idea de protección contra el enemigo.
En este estudio se discute en torno a cómo se ha dibujando, en este caso, la relación entre
construcción mediática del “sujeto peligroso”, miedo y el desarrollo de una política punitiva.
También hemos hecho referencia a un estudio estadístico que fuera desarrollado en el CCP-
de Osorno y en el cual se pudo constatar parte del perfil biográfico y socioeconómico de la
población privada de libertad. No se afirman en este trabajo que sean solo los pobres
quienes pueden expresarse en aquella figura, pero si que los grupos especialmente
perseguidos por las agendas contra la criminalidad están pensados particularmente para
aquellos que poseen el mismo perfil de quienes hoy pueblan las cárceles del país.

La principal advertencia que hicieron la mayoría de los especialistas al momento de estarse


discutiendo la “Agenda Corta Contra la Delincuencia” era que las políticas tendientes a
aumentar las penas de cárcel para delitos cometidos puede constituir una medida

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comunicacionalmente efectista, pero ineficaz en la lucha contra la delincuencia. Si bien se
recurre a la experiencia “tolerancia cero”, implementada por el alcalde de Nueva York,
Rudolph Giuliani, para ilustrar el éxito de estas políticas, ésta pareciera ser contra-
corroborada por el sinnúmero de fracasos que han tenidos las políticas públicas que buscan
potenciar el Estado Penal. La tendencia es que la mejor manera de combatir la delincuencia
no se consigue a través de la persecución mediática, sino fortaleciendo el Estado Social,
mejorando las condiciones de los recintos carcelarios, reeducando laboralmente,
reparando el alma de esos sujetos encarcelados, respetándoles sus derechos humanos,
trabajando con sus familias, controlando fuertemente el comportamiento de los
funcionarios a cargo de los establecimientos penitenciarios, abriendo la cárcel a la
comunidad, impidiendo que los medios de comunicación utilicen las prisiones y las vida de
las personas privadas de libertad a objeto de aumentar las ganancias de la industria
televisiva.
Aquel es tal vez uno de los resultados “indirectos” más importante de este trabajo. Pues
pareciera ser cierto que el desarrollo de una política pública puede ser exitosa en la medida
en que ella va acompañada de mensajes comunicacionales que contribuyan a eso que busca
ser alcanzando.
Finalmente, señalamos que las hipótesis que orientaron este trabajo forman parte del toda
aquella tradición analítica interesada en interrogar y poner en un horizonte crítico la
supuesta neutralidad de los medios informativos y de entretención. En este caso particular
reiteramos lo señalado más arriba, en el sentido que se trata de cápsulas mediales con las
cuales se ha ido creando una sensación de crisis social y colapso moral que justificaria el
uso masivo y progresivo de la violencia; que en virtud de ello los sujetos peligrosos son
procesados como individuos con los cuales resulta imposible y peligroso establecer vinculos
comunicacionales, pues adolecerian de conciencia moral y, por ende, cualquier el ejercicio
de violencia sobre sus cuerpos y almas está plenamente justiicado, pues es emprendido
para proteger a la sociedad de sus fechorias.; que politicamente el “sujeto peligro” opera

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como un mecanismo que va más allá del propio cuerpo de quien porta este estigma, pues
permite el control de “masas socio-biometrizadas” que puedan consituir una potencial
amenaza contra el orden social establecido; que con todo eso y dado que se trata de una
figura que propaga el la comunidad política pierden toda capacidad de actuar desde una
conciencia crítica que permita el desarrollo de una comprensión sobre las causas que dan
origen a aquello que se tema y de lo que se desea ser protegido. Por ultimo, sostemos que
la construccion mediática de este suejto es ante todo una figura instrumentalizada
políticamente y que su principal consecuencia es que permite el ocultamiento de la
violencia estructural y la justificación de la violencia institucional.
Si bien toda esta discusión está anclada en la discusión terórica, pensamos que el aporte de
este trabajo es que habla puesta en un territorio específico, aporta con datos desarrollados
a la luz de una experiencia de trabajo con personas privada de libertad y que es, a partir de
todo ello, que postulamos la importancia de que las ciencias sociales atiendan éstos y otros
temas relacionados con las posibilidades de construir sociedades más integradas y
democráticas, pero, sobre todo, atentas y dipuestas a hacer frente a aquellos poderes que
amenazan la libertad de los seres humanos.

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SELECCIÓN ARCHIVO DE LA INVESTIGACIÓN

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