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Para llegar a la zona arqueológica hay que tomar un camino de terracería que sale
del pueblo y que conforme va subiendo nos va mostrando la forma de vida que la
gente del lugar ha conservado durante tanto tiempo.
El silencio del lugar es asombroso e invita a llegar a la cima, desde la cual se puede
observar todo el valle de Acambay (o valle de los espejos) que debe su nombre al
reflejo de los muchos aguajes de forma cuadrangular que proveen de agua para la
siembra de maíz. En el valle, mirando al sur, se aprecian los cerros de Atlacomulco
y Jojotitlán; al poniente el cerro Colmilludo, al oriente la peña Redonda y el Balcón
del diablo y al norte el cerro de Peña Ñado.
Una de las leyendas cuenta que los “apaches” (así los nombraron los habitantes del
lugar) vivieron en Huamango, pero tuvieron que dejarlo y se fueron a San Miguel,
desde donde regresaban cada año para bailar frente al templo del lugar. Sin
embargo, la leyenda más repetida dice: “Que en un principio el lugar fue construido
y habitado por los toltecas de Tula y posteriormente habitado por los otomíes
durante mucho tiempo. Después de un terremoto, los habitantes de Huamango
salieron del sitio y se mudaron a un lugar llamado Dongú, donde formaron un nuevo
centro. Más tarde se trasladaron a lo que hoy se conoce como Acambay”.
Por esta última leyenda muchos habitantes directos de la región dicen ser
descendientes de los constructores de Huamango y por lo mismo cuidan y atienden
tanto el lugar como sus costumbres otomíes.
El terreno sobre el cual fue erigido Huamango no es apto para la construcción, pero
los antiguos habitantes resolvieron magníficamente este problema mediante la
nivelación artificial y el acondicionamiento de amplias terrazas sobre las que
construyeron sus basamentos piramidales, con piedras unidas con lodo y revestidas
de lajas cuatrapeadas. Se cree que el sitio fue habitado durante el periodo
Epiclásico temprano (850-1300 d.C.), y fue un centro político que ejerció el control
de la región.
Este aspecto tal vez guarde relación con la muralla que rodea todo el lugar y que en
algunas partes alcanza hasta los 2m de altura. Se supone que los habitantes
mantenían relaciones de distinto tipo, principalmente de comercio, con sitios de la
jerarquía de Tula y de algunos asentamientos de la región de Michoacán.
Dentro del sitio arqueológico se encuentra una capilla, justo frente a la estructura
principal. Fue construida durante el siglo XVII y se le conocía con el nombre de
Quahmanco, pero más tarde los frailes franciscanos de Aculco llevaron una imagen
de San Miguel al lugar y éste quedó como el santo patrón de la capilla.
La gente de la región acostumbra llevar flores y veladoras, así como papel picado
de colores. En consecuencia, el ambiente dentro del pequeño recinto se siente
denso y a la vez místico.