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Dos novelas experimentales: “Tiempo de silencio” y “Cinco horas con Mario”

Contra el objetivismo y la simpleza formal del realismo social en declive, los novelistas
experimentales plantearon un subjetivismo narrativo y una búsqueda deliberada de la
complejidad que se ven evidenciados en aspectos como la fragmentariedad narrativa, la
multivocidad de los planos temporales, el abordaje interno de los personajes por medio
del flujo de conciencia, la polifonía y la multiplicidad de narradores con voces bien
definidas (Martínez Cachero, 1997, p.259). Estos aspectos pueden ser evidenciados en
obras como Tiempo de Silencio (1962) de Luis Martín Santos y Cinco horas con Mario
(1966) de Miguel Delibes; a continuación, se exponen algunos de esos aspectos con el
objetivo de ilustrar la revolución formal llevada a cabo por los novelistas experimentales.

En Tiempo de silencio, el lector asiste a la historia del fracaso profesional, social e


individual de Pedro, un joven médico sumergido en investigaciones oncológicas a través
de experimentos con ratas cancerosas importadas desde Illinois y que, por azares del
destino, termina involucrándose de manera injusta en problemas que lo llevan a la cárcel
y a ser víctima de una venganza injustificada. A través de distintos narradores se
entretejen los múltiples acontecimientos que confluyen en esta historia para dibujar la
decadencia de un individuo, Pedro, y de la sociedad matritense en decadencia.

En esta novela se observa la persistencia del propósito testimonial característico del


realismo social, pero con cambios significativos. Bajo la influencia de escritores europeos
como Joyce o Proust, Martín Santos se aleja de la fría mirada externalista que
caracterizaba al narrador del realismo social. En esta novela se observa la superación
del realismo objetivo mediante la experimentación, de modo que el lector puede acceder,
no sólo a una imagen de la realidad objetiva del relato, sino también a la imagen del
propio pensamiento de quienes intervienen en él; una imagen que busca ser captada en
toda su complejidad: en su carácter discontinuo, evocativo, e incluso caótico. Así, por
ejemplo, en el primer fragmento de la obra, tenemos como narrador a Pedro quien
alterna su narración entre lo que sucede tanto al exterior como al interior de su
conciencia: “la cepa MNA tan prometedora. Suena otra vez el teléfono. Lo olvido. << ¿por
qué se ríe amador? ¿De qué se ríe usted?>>” (Martín-Santos, 1962, p. 7.).

En cuanto a los personajes, uno de los rasgos generales que los caracteriza, es su
constante enfrentamiento con el mundo. Por ejemplo, Pedro, el científico, configura un
antihéroe que, en su afán investigativo por encontrar la cura contra el cáncer, se choca
con obstáculos que lo obligan a luchar por su libertad y su vida, y a afrontar una
inmerecida venganza por un crimen que no cometió. También El Muecas haría patente
aquel perfil de personaje enfrentado a la realidad pues, por lo leído, se comprende que
la miseria lo fuerza a criar ratas cancerosas con sus hijas para sobrevivir. Así mismo,
Cartucho, el lumpen que termina por asesinar a la esposa de Pedro, constituye una
personalidad enfrentada a la realidad por el mismo hecho de ser marginal y tener que
afirmar la vida enfrentándose al mundo legal por medio del hampa.

Otro rasgo de los personajes es la frustración. Este rasgo se concibe en la novela como
el resultado ineluctable de ese enfrentamiento entre individuo y sociedad. Dicho fracaso
a su vez conlleva a una pasividad individual y a una parálisis social que configuran una
cotidianidad circularmente viciosa que es aceptada por los españoles de una manera
acrítica y estoica: “Es preciso, ante estas ciudades, suspender el juicio…hasta que los
que ahora ríen tristemente aprendan a mirar cara a cara a un destino mediocre y dejen
vacías las grandes construcciones redondas o elípticas de cemento armado para cogerse
en la intimidad estrecha de sus casas”. (Martín-Santos, 1962, p.15).

Es preciso entrever aquí, que la temática de la obra orbita alrededor del eje de la
frustración, resultado del enfrentamiento dialéctico entre las expectativas, a veces altas,
de los individuos, y las condiciones, siempre miserables y mediocres, del entorno social
circundante. Aquí, el mecanismo social reconoce al hombre por la función que en él
cumple y la ciudad se concibe como símbolo que remite al modelo de sociedad que
implanta un sistema que delimita, de manera frustrante, la identidad de las personas:

Un hombre es la imagen de una ciudad y una ciudad las vísceras puestas al revés de un
hombre, que un hombre encuentra en su ciudad no sólo su determinación como persona
y su razón de ser, sino también los impedimentos múltiples y los obstáculos invencibles
que impiden llegar a ser, que un hombre y una ciudad tienen relaciones que no se explican
por las personas a las que el hombre ama, ni por las personas a las que el hombre hace
sufrir, ni por las personas a las que el hombre explota ajetreadas a su alrededor
introduciéndole pedazos de alimento en la boca, extendiéndole pedazos de tela sobre el
cuerpo, depositándole artefactos de cuero en torno de sus pies, desliándoles caricias
profesionales por la piel, mezclando ante su vista bebidas tras la barra luciente de un
mostrador. (Martín-Santos, 1962, p.16).

En este fragmento, aparecen algunos aspectos esenciales de la obra: la configuración


de los personajes a partir de los impedimentos múltiples y obstáculos invencibles que le
impiden llegar a ser; una reflexión en torno al fracaso y la frustración como temática; y
la aplicación de técnicas narrativas propias de la novela experimental: en este caso, el
fragmento hace parte de una extensa digresión que construye el narrador
heterodiegético distanciándose de la linealidad argumental de la obra.
Además de esto, la obra juega con las personas gramaticales para plantear la idea de
un sujeto narrativo múltiple en el que los monólogos interiores de los personajes
funcionan como paréntesis o disgresiones en el flujo de conciencia de quien narra (esto
se verá también reflejado en Cinco horas con Mario). Se presenta así un cambio
constante de perspectivas mediante las personas gramaticales primera, segunda y
tercera y el juego con el monólogo y el diálogo:

He dejado el teléfono. He dicho: “Amador”. Ha venido con sus gruesos labios y ha cogido
el teléfono. Yo miraba por el binocular y la preparación no parecía poder ser entendida.
He mirado otra vez: “Claro, cancerosa”. Pero, tras la mitosis, la mancha azul se iba
extinguiendo. “También se funden estas bombillas. Amador. (Martín-Santos, 1962, p.7).

Sumado a esto, se observa una marcada polifonía evidenciada en la multiplicidad de


narradores (Pedro, Cartucho, doña Dora, narrador heterodiegético anónimo) cada uno
de los cuales posee una voz bien definida a partir de construcciones retóricas particulares
que incluyen tanto tecnicismos como elementos de sociolectos populares. Esta
individualización resultante de la polifonía narrativa, permite diferenciar y subjetivar la
personalidad y extracción social de los diferentes personajes, de tal manera que, en
personajes como Pedro, es abundante el uso de tecnicismos provenientes de la biología
y anatomía como mitosis, motoneuronas, córtex, neoplasia destructora, Tumor inguinal,
etc. Mientras que en Cartucho abundan términos provenientes del Caló, jerga
proveniente de los gitanos y asociada a las clases bajas. Todo esto, plasmado por Delibes
en clave irónica, pretendiendo satirizar la fragmentación y la decadencia de la sociedad
matritense de la época, tal como en este apartado en que describe esos “alcázares de la
miseria” que son las chabolas, barrios bajos de Madrid: “¡cómo los valores espirituales
que otros pueblos nos envidian eran palpablemente demostrados en la manera como de
la nada y del detritus toda una armoniosa ciudad había surgido a impulsos de un soplo
vivificador!” (Martín-Santos, 1962, p. 43).

En el caso de Cinco horas con Mario, el lector se encuentra ante una novela que alcanza
altas cotas de innovación y experimentación análogas o superiores a las de Tiempo de
silencio. El argumento muestra, tras una presentación del contexto narrativo fúnebre, a
Carmen, personaje que a través de un monólogo o soliloquio relata los acontecimientos
cruciales de su vida junto a su fallecido esposo Mario. de manera sorpresiva, lo que
podría ser una dulce despedida se convierte en cinco horas de reproches, de muestras
de rencor y dolor reprimido por parte de Carmen hacia Mario: “¿Desconfianza? Llámalo
como quieras, pero lo cierto es que los que presumís de justos sois de cuidado, que el
año de la playa bien se te iban las vistillas, querido...” (Delibes, 1966, p. 111).
El monólogo de Carmen permite conocer dos realidades contrapuestas que se
individualizan en su relación con Mario, y a través de dicha dialéctica, alegorizan el
motivo de las dos Españas. Carmen representa a la España cerrada y conservadora
propia de la dictadura franquista y Mario, representa a la España reflexiva, partidaria de
un cambio de valores, de la libertad y la justicia. Con la creación de estas
personificaciones de dos realidades sociales contrapuestas, Delibes critica la vida de los
ciudadanos españoles durante la época del régimen para lo cual, elige la voz de Carmen
y la visión de la España que ésta representa, en una velada autocrítica amparada por el
uso de la segunda persona gramatical, como mecanismo para eludir la censura.

En el monólogo de Carmen, formalizado como un flujo de conciencia, se reprocha a


Mario, por ejemplo, no haber comprado un Seiscientos, siendo este coche un símbolo de
cierto estatus social del que Carmen se ve privada. Carmen interpreta así el papel de
esa parte de la sociedad movida por las apariencias: “Los niños se hubieran vuelto locos
con un Seiscientos, Mario, y en lo tocante a mí, imagina, de cambiarme la vida. Pero no,
un coche es un lujo, figúrate a estas alturas, cualquiera que lo oiga, lo mismo que la
cubertería” (Delibes, 1966, p. 120), dibujando además la incapacidad de la mujer de la
época para tomar sus propias determinaciones. Carmen recrimina a su marido su falta
de ambición y preocupación por el prestigio social, mostrando una maniquea oposición
de caracteres en los que se resumen los conflictos de la sociedad contradictoria en que
se creó la obra; oposición que polemiza caracteres, pero también ideologías:
“desengáñate, Mario, cariño, la bici no es para los de tu clase, que cada vez que te veía
se me abrían las carnes, créeme, y no te digo nada cuando pusiste la sillita en la barra
para el niño, te hubiese matado, que me hiciste llorar y todo” (Delibes, 1966, p. 122).

Esta sucesión de quejas constituyentes del leimotiv de la obra de Delibes, permite


avizorar el gran tema articulador del argumento de la obra: la incomunicación, tema que
se materializa en la relación entre los dos protagonistas, quienes parecen haber vivido
en universos paralelos. Mario es un intelectual de inclinación proletaria, de gustos
sencillos, desapegado de valores como la familia y despreocupado de superficialidades
como los lujos o el prestigio. Mario representa esa parte de la sociedad inconforme con
el régimen instaurado y muestra una solidaria angustia con la situación de la época: “Y
Moyano, entre sus sucias barbas, murmuró: No es un muerto; es un ahogado” (Delibes,
1966, p 100). Carmen, por el contrario, representa la mentalidad tradicional,
conservadora y convencional de la mujer burguesa de la época. Se dedica a las labores
domésticas, reprime sus hasta la muerte de su marido sus reclamos, otorga gran
importancia al estatus económico y social, y figura, en resumen, un conflicto personal e
ideológico con Mario. Esta contraposición dialéctica en las formas de ver la vida, una
ortodoxa y otra heterodoxa) describe unas vidas llenas de insatisfacción y frustración
sustentadas en la incapacidad para comunicarse.

Como se ha dicho, tal como en Tiempo de silencio, los hechos literarios contenidos en
Cinco horas con Mario, son construidos por medio de técnicas narratológicas que
resultaron bastante innovadoras. De esta manera, también en la obra de Delibes, el
monólogo interior es un elemento formal que construye experimentalmente el
argumento. Por ejemplo, el flujo de conciencia de Carmen durante el primer capítulo de
la obra alterna entre sus vivencias presentes junto a Valentina y los recuerdos de lo
sucedido a lo largo del día funesto. Igual que en un guion de cine, Carmen cambia del
presente al pasado para dirigirse a Mario y para recordar escenas pasadas: “los libros
en definitiva no sirven más que para almacenar polvo. <<está muy cargada la atmosfera
aquí>>, <<¿le importa?>>. Que los médicos, por regla general ni sienten ni padecen,
como suele decirse…<<lo dicho>>…” (Delibes, 1966, p. 106). Otra vez, se identifica aquí
una narrativa subjetiva que se materializa en una escritura fragmentaria que trata de
reconstruir el flujo discontinuo de la conciencia de Carmen en el que convergen imágenes
presentes y pasadas que se alternan.

El parlamento de Carmen, que se forja desde instancias homodiegéticas, y hace uso


recurrente de la segunda persona gramatical, se cimienta verbalmente a partir de la
reflexión que se suscita en la consciencia de Carmen al leer fragmentos subrayados por
su marido en un ejemplar de la Biblia. Estos fragmentos sirven para estructurar su
monólogo, reiterando y reprochando varios aspectos insatisfactorios y frustrantes de su
vida junto a Mario. Este recurso, junto a otros, como el de la esquela mortuoria al inicio,
que permite saber qué ha sucedido y a quién, además de indicar el estatus social de la
familia y las convenciones de la época, constituye uno de los ejemplos paradigmáticos
de las innovaciones producidas por novelistas experimentales como Martin-Santos y
Delibes. Tanto en Tiempo de silencio como en Cinco horas con Mario, es posible encontrar
los elementos constitutivos de la renovación técnico-narrativa y formal que se llevó a
cabo bajo la pluma de los novelistas del realismo experimental de la España de los
sesenta; hazaña que les permitió superar las anquilosadas y artísticamente
empobrecidas formas literarias del realismo social y ponerse a la altura de los cambios
sociales, y del nuevo público lector que comenzaba a formarse en el seno del triunfante
sistema capitalista.

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