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TEORÍA
GENERAL
DEL
PROCESO
APAZA VARGAS, Ronald Erick
V CICLO, SECCIÓN ‘N’, FADE, UPT,
TACNA, PERÚ
TEORÍA GENERAL DEL PROCESO 2018
La jurisdicción militar, se trata de una función jurisdiccional que también ejerce el estado
pero con competencia exclusiva sobre los miembros de las Fuerzas Armadas para juzgar y
reprimir las infracciones a las normas que establecen sus deberes y en las que puedan
incurrir durante el desempeño de los servicios que le son inherentes, solo en lo que viene a
ser los delitos de función.
La jurisdicción arbitral no se trata, obviamente, de una función ejercida por el Estado sino
dependiente de los particulares que deciden sustraer el conocimiento del Poder Judicial,
para la solución del conflicto de intereses que los conduce a una controversia.
El segundo párrafo del inciso 2, desarrolla el conjunto de derechos que surgen para el
justificable como consecuencia del enorme valor de contar con un juez independiente, es
decir, un verdadero juez. Así si un juez está resolviendo un conflicto nadie puede interferir
ni intentar resolverlo, el judicial ha “adquirido” con exclusividad la solución del
conflicto” (GUTIERREZ, 2006, pág. 492).
6. LA PLURALIDAD DE LA INSTANCIA.
El principio de la ‘instancia plural’, o sea que un mismo proceso pueda ser conocida por
más de un juez (distinto del primero), es un tema que ha atormentado a la humanidad
desde hace más de dos mil años, o sea que en los tiempos del principado los romanos
establecieron la apelación.
ANÁLISIS – COMENTARIO: “es claro que debido a factores de diversa índole la labor
legislativa nunca estará exenta de imperfecciones, y estas pueden sin duda agudizarse por
circunstancias posteriores a la creación de las normas legales. De allí que los sistemas
jurídicos contemplan reglas de interpretación y reglas de integración. Las primeras con la
finalidad de atribuir significado a las normas que aparecen oscuras o dudosas; las
segundas con el objeto de salvar vacíos o deficiencias. En otras palabras, se recurre a la
interpretación cuando la norma existe pero se quiere establecer su correcto sentido;
mientras que se acude a la integración cuando no hay forma aplicable a un caso concreto
al cual se quiere dar solución o cuando, existiendo norma, esta presenta una formulación
incompleta o deficiente que impide su cabal aplicación.
La integración opera, pues, frente a vacíos y deficiencias legales. Al respecto, cabe hacer
la precisión de que, pese a la terminología empleada (“vacíos”), la norma se refiere en
realidad a las denominadas “lagunas del derecho” (se da cuando existe un suceso para el
cual no existe norma jurídica aplicable) existiendo una diferencia pocas veces advertida
entre ambas expresiones.
Los principios generales del derecho son aquellos conceptos o proposiciones de naturaleza
axiológica o técnica, que informan la estructura, la forma de operación y el contenido
mismo de las normas, y pueden estar o no recogidos en la legislación, se trata de elementos
que se explican por si mismos – de allí el nombre de principios – y que no requieren de
demostración alguna porque son valores supremos anteriores e inherentes a la existencia
del hombre; tales como, por ejemplo, la libertad, la igualdad, la dignidad, etc. Finalmente,
Frente a la primera premisa, es aquella que está orientada a afirmar que la distinta
regulación de la aplicación e inaplicación de la analogía, ya sea en el Derecho Penal o en
otros sectores jurídicos, encuentra su explicación en el énfasis que se ha puesto sobre la
rigurosidad que debe existir en el ejercicio de una rama tan delicada como es el Derecho
Penal, ya que cualquier relajación de las normas implica la restricción inmediata de los
valores más preciados” (GUTIERREZ, 2006, pág. 540).
ANÁLISIS – COMENTARIO: “para cumplir con esta exigencia no basta con que se
inicie o tramite un proceso o procedimiento cualquiera. Es necesario que este respete
aquellos elementos o garantías del debido proceso que son indispensables para que el
proceso sea justo. En consecuencia, si el proceso o procedimiento iniciado para juzgar y
sancionar a una persona es una farsa, o no es más que una mera sucesión de actos
procesales sin ninguna razonabilidad, donde la imparcialidad e independencia del
juzgador es una quimera, donde la justicia que se brinda no es efectiva y oportuna o
cuando la decisión tomada por el juzgador es absurda, arbitraria o materialmente injusta;
entonces, la exigencia prevista del presente inciso no habrá sido satisfecha.
Es un derecho que garantiza la libertad, la seguridad jurídica y el estatus jurídico de sus
titulares. Estos tienen el poder de exigir el respeto de su contenido, la adecuada protección
al mismo- incluso a través de la justicia constitucional e internacional – así como el
cumplimiento de aquellas prestaciones necesarias – especialmente por parte del estado –
para su concreción efectiva” (GUTIERREZ, 2006, pág. 550).
COMENTARIO:
En el ámbito del Derecho Procesal Penal, ausente es la persona que ignora la existencia
del proceso penal aperturado en su contra, y por ello no concurre a las respectivas
diligencias; en cambio contumaz a pesar de conocer su calidad de procesado, se rebela y
no concurre al juzgado, incumpliendo voluntaria e intencionalmente los requerimientos de
la autoridad judicial
El principio y derecho de no ser condenado e ausencia –que guarda intima conexión con el
derecho de ser oído- se encuentra regulado en los tres tratados internacionales que
consagran los derechos civiles y políticos, prohibiéndose de este modo el juicio in absentia,
con la finalidad de proteger el derecho de defensa de los procesados.
Hoy en día no solo se habla de cosa juzgada, sino además de autoridad de cosa juzgada,
considerándose a esta no como un efecto de la sentencia, sino como una cualidad y un
modo de ser y manifestarse de sus efectos.
Las referencias efectuadas a través de este artículo, complementada con los criterios
jurisprudenciales del Tribunal Constitucional y los órganos jurisdiccionales
supranacionales de protección de los derechos humanos. Nos permite afirmar que lo
relativo a la cosa juzgada y los supuestos que surten los efectos de esta son de singular
importancia, más aun en estos tiempos en que se advierte una tendencia positiva sobre todo
en el ámbito penal, de exigencia del cumplimiento efectivo de las disposiciones
constitucionales que consagran derechos de los justiciables.
También pone en evidencia que dos instituciones de naturaleza eminentemente política, la
amnistía y el indulto, en oportunidades es utilizada con los mismos fines desnaturalizando
sus alcances, lo que motivo que los afectados recurran a los órganos supranacionales a fin
de encontrar tutela. Situaciones de este tipo no debiera volver a ocurrir en un estado que
formalmente aparece consagrado en la constitución política vigente, como social y
democrático de derecho” (GUTIERREZ, 2006, pág. 567).
Exoneración de (algunos) gastos judiciales, quizá convenga partir de la premisa de que los
gastos judiciales las costas) comprenden: las tasas judiciales, los honorarios de los
órganos de auxilio judicial y los demás gastos que se deban realizar para llevar adelante
un proceso (art. 410 del Código Procesal Civil).
ANÁLISIS – COMENTARIO: “El enunciado del inciso 19 del artículo 139 no parece
ser en rigor un principio. De hecho, poco puede servir como pauta interpretativa del resto
de normas de la Constitución. Su contenido es específico: contiene un mandato concreto a
sujetos también concretos. Tiene por ello la estructura de una norma que ha sido elevada a
la categoría de principio por voluntad expresa del constituyente. Sin embargo, el rótulo
que contenga una norma no le hace cambiar su naturaleza, por ello nuestro subsiguiente
análisis se centrará en primer lugar en descubrir el bien jurídico constitucional que se
pretende proteger, seguidamente se analizará el mandato en sí y sus consecuencias
diferenciadas para cada uno de los sujetos destinatarios de la norma.
La opción del constituyente ha sido la de alejar cualquier criterio subjetivo o político que
pueda influir en el nombramiento de los funcionarios judiciales. Se ha pretendido hacer
primar criterios técnicos facultando a un órgano "apolítico" como el Consejo Nacional de
la Magistratura (CNM) el nombramiento de los jueces y fiscales. Con ello se ha alejado a
la judicatura de la legitimidad democrática que como poder del Estado debe tener. La
Sin embargo, tal aserto que pareciera ser categórico importa cierta matización al admitir
que "cualquier restricción de algún derecho constitucional o de cualquier esfera subjetiva
del interno, tendrá condicionada su validez constitucional a la observancia del principio de
razonabilidad", siempre, eso sí, respetando el núcleo fundamental de la persona: su
dignidad.
Se entiende por establecimientos "adecuados" en clave constitucional para que nos sirva
como parámetro evaluador de la conducta estatal a este respecto. Así, una primera
aproximación nos la puede dar el hecho de que a través de la infraestructura del penal o
valiéndose de ella no se limite ilegítimamente, conforme con lo establecido líneas arriba,
derechos fundamentales del recluso” (GUTIERREZ, 2006, pág. 622).
Toda persona tiene derecho a la tutela jurisdiccional efectiva para el ejercicio, o defensa de
sus derechos o intereses, con sujeción a un debido proceso.
ANÁLISIS AUTOR: “El derecho a la tutela jurisdiccional permite que toda persona sea
parte en un proceso, para promover la actividad jurisdiccional frente a pretensiones con
trascendencia. Este derecho se reconoce tanto a personas físicas o naturales como a
personas jurídicas o colectivas.
El debido proceso formal, adjetivo o procesal, está comprendido por aquellos elementos
procesales mínimos que resultan imprescindibles para que un determinado procedimiento
sea justo, como es, brindar la oportunidad de impugnar, contradecir, probar, ser escuchado,
etc. El debido proceso procesal no solo se limita al escenario de la jurisdicción sino que es
aplicable a cualquier tipo de procedimiento, sea administrativo, militar, arbitral o
particular.
Está conformado por un conjunto de derechos esenciales que impiden que la libertad y los
derechos de los individuos se afecten ante la ausencia o insuficiencia de un proceso o
procedimiento. Esto lleva a considerar para algunos autores el derecho al proceso y el
derecho en el proceso.
El derecho al proceso también implica que ningún sujeto de derecho puede ser sancionado o
afectado sin que se someta a un procedimiento previo regular fijado por la ley; caso
contrario, la decisión que se emita estará infestada de nulidad procesal.
El contenido del debido proceso está constituido por los siguientes derechos: derecho al juez
ordinario; derecho a la asistencia de letrado; derecho a ser informado de la acusación
formulada; derecho a un proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías;
derecho a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa; derecho a no declarar
contra sí mismos y a no confesarse culpables; derecho a la presunción de inocencia.
(LEDESMA, 2011, pág. 31).
La dirección del proceso está dirigida a cargo del juez, quien la ejerce de acuerdo al dispuesto
en este Código.
El juez debe impulsar el proceso por sí mismo, siendo responsable de cualquier demora
ocasionada por su negligencia. Están exceptuados del impulso de oficio los casos expresamente
señalados en este Código.
El juez deberá atender a que la finalidad concreta del proceso es resolver un conflicto de
intereses o eliminar una incertidumbre, ambas con relevancia jurídica, haciendo efectivos los
derechos sustanciales, y que su finalidad abstracta es lograr la paz social en justicia.
En caso de vacío o defecto en las disposiciones de este Código, se deber recurrir a los
principios generales del derecho procesal y a la doctrina y jurisprudencia correspondiente, en
atención a las circunstancias del caso.
normativo de la conducta repetida, esto es, que toda otra conducta posterior deba, para no
ser antijurídica, producirse con el mismo contenido que la repetida o habitual”
(LEDESMA, 2011, pág. 44).
El proceso se promueve solo a iniciativa de parte, la que invocara interés y legitimidad para
obrar. No requieren invocarlos el Ministerio Publico, el procurador oficioso ni quien defiende
intereses difusos.
Las partes, sus representantes, sus abogados y, en general, todos los partícipes en el proceso,
adecuan su conducta a los deberes de veracidad, probidad, lealtad y buena fe.
ANÁLISIS AUTOR: “El principio rector del proceso civil es el dispositivo, que consagra
que sin la iniciativa de la parte interesada no hay demanda: “nemo iudex sine actore”. Para
este principio, aquellos asuntos en los cuales solo se dilucida un interés privado, los órganos
del poder público no deben ir más allá de lo que desean los propios particulares; situación
distinta si es el interés social el comprometido, frente a lo cual no es lícito a la partes
interesadas contener la actividad de los órganos del poder público. Este principio no es
absoluto, pues, se permite la intervención de oficio del juez en el impulso del proceso y la
prueba de oficio.
El ejercicio del dispositivo se tiene que invocar interés y legitimidad para obrar, que son
denominados en la doctrina como condiciones de la acción, para que el juez pueda expedir
un pronunciamiento válido sobre el fondo. Estar legitimado para actuar significa tener una
situación individual que permite contar con una expectativa cierta a la sentencia. La aptitud
para obrar tiene como referencia a otro sujeto, que es con quien se va a constituir la
relación jurídica procesal, la que de todos modos, tiene antecedentes en los hechos que la
preceden. Basta con afirmar como propia una situación determinada y denunciar un
demandado para que surja la legitimación para actuar.
Por otro lado, la necesidad de tutela jurídica exige un interés procesal, es decir, un interés a
la actuación del derecho y al mantenimiento de la paz mediante la invocación de los órganos
de la tutela jurídica” (LEDESMA, 2011, pág. 47).
El juez dirige el proceso teniendo a una reducción de los actos procesales, sin afectar el
carácter imperativo de las actuaciones que lo requieran.
Este principio postula la comunicación personal del juez con las partes y el contacto directo
de aquel con los medios de prueba, para llegar a una íntima compenetración entre los
intereses en juego, el proceso y el objeto litigioso. Como consecuencia de esta relación
directa, el juez tendrá una inmediata percepción de los hechos que son materia del proceso,
tendrá mayor capacidad para discernir sobre los elementos del juicio, recogidos
directamente y sin intermediarios.
Este principio sostiene la proporción entre el fin y los medios que se utiliza, por ello, se
busca concentrar la actividad procesal en el menor número de actos para evitar la
dispersión. Las partes deben aportar de una sola vez todos los medios de ataque y defensa
para favorecer la celeridad de los trámites impidiendo regresiones en el proceso.
Como señala la norma en comentario “el juez dirige el proceso teniendo a una reducción de
los actos procesales, sin afectar el carácter imperativo de las actuaciones que lo requieran”.
Véase sobre el particular, el caso del juzgamiento anticipado, que recoge el inciso 1º del
artículo 473 CPC, mediante el cual el juez comunica a las partes su decisión de expedir
sentencia sin admitir otro trámite cuando advierte que la cuestión debatida es solo de
derecho o, siendo también de hecho, no hay necesidad de actuar medio probatorio alguno en
la audiencia respectiva, como sería el caso de la prueba documental” (LEDESMA, 2011,
pág. 57).
El juez debe evitar que la desigualdad entre las personas por razones de sexo, raza, religión,
idioma o condición social, política o económica, afecte el desarrollo o resultado del proceso.
La igualdad ante la ley, se transforma para la significación del Derecho Procesal en una
relativa paridad de condiciones de los justiciables, de tal manera, que ninguno pueda
encontrarse en una posición de inferioridad jurídica frente al otro. No debe concederse a
uno lo que se niega al otro, en igualdad de circunstancias; sin embargo, este principio se
estremece bajo un sistema social donde no hay un mínimo equilibrio en el reparto de los
medios para la subsistencia del ser humano, ni igualdad en razones de raza, religión,
idioma, condición social y política; ello implicaría que no todos los litigantes estén en la
posibilidad, no solo de ingresar al proceso, sino de afrontarlo en toda su dimensión; además,
la calidad técnica para la defensa o resistencia del derecho en debate y las estrategias
procesales que se asuman en el proceso, dependen del profesionalismo del abogado y de los
honorarios que se fijen para su retribución” (LEDESMA, 2011, pág. 60).
El juez debe aplicar el derecho que corresponda al proceso, aunque no haya sido invocado por
las partes o lo haya sido erróneamente. Sin embargo, no puede ir más allá del petitorio ni
fundar su decisión en hechos diversos de los que han sido alegados por las partes.
ANÁLISIS AUTOR: “El artículo consagra el aforismo iura novit curia que señala “las
partes deben expresar los hechos y el juez el derecho” el cual también es reproducido en el
artículo VII del Título Preliminar del Código Civil a pesar de su naturaleza procesal.
El aforismo iura novit curia, se presenta como una restricción al clásico principio
dispositivo y al contemporáneo principio de autoridad. Reconoce la necesaria libertad con
que debe contar el juez para subsumir los hechos alegados y probados por las partes, dentro
del tipo legal; libertad que subsiste aun en la hipótesis que los litigantes hubieran invocado
la aplicabilidad de otras disposiciones. En otras palabras, implica conferir al juez la
facultad de calificar libremente la relación jurídica en litigio, sin tener en consideración que
las partes puedan haber efectuado un encuadro diverso del hecho a la norma.
Consideramos que el empleo de este principio por parte del juez debe operar con prudencia,
limitado por la congruencia procesal, esto es, “no puede ir más allá del petitorio ni
fundando su decisión en hechos diversos de los que han sido alegados por las partes”. Debe
aplicar la norma siempre enmarcada dentro de las situaciones presentadas por las partes.
De no ser así se estaría permitiendo la indefensión para las partes que han armado su
estrategia sobre la base de normas que a la postre resultan inaplicables.
el juez debe aplicar la norma siempre enmarcada dentro de las situaciones fácticas
presentadas por las partes. Es importante reafirmar ello, porque –a diferencia de la
regulación del artículo VII del Título Preliminar del Código Civil– que también recoge el
iura novil curia, no solo debe limitarse a la demanda, sino que bajo una interpretación
extensiva, podría aplicarse a la reconvención, pues, el aforismo impone al juez el deber de
aplicar el derecho que corresponda en el proceso, durante todo su recorrido y no respecto de
un determinado acto procesal, como aparentemente lo restringiría a la demanda, la
redacción del Código Civil.
El juez al dictar su sentencia no puede ir más allá de lo pedido por las partes. Tiene que
existir congruencia entre lo pretendido y lo que declara el juez en su fallo. Si esta se
pronuncia más allá de lo pedido estamos ante sentencias ultra petita, si se pronuncia
agregando una pretensión no reclamada estamos ante las pretensiones extrapetita y si omite
pronunciarse sobre alguna pretensión solicitada estamos ante la sentencia citrá petita”
(LEDESMA, 2011, pág. 62).
El acceso al servicio de justicia es gratuito, sin perjuicio del pago de costos, costas y multas
establecidas en este Código y disposiciones administrativas del Poder Judicial.
ANÁLISIS AUTOR: “El acceso a la justicia sirve para enfocar dos propósitos básicos del
sistema jurídico por el cual la gente puede hacer valer sus derechos y/o resolver sus
disputas, bajo los auspicios generales del Estado. Dichos propósitos –seflala Cappelletti y
Garth– deben orientarse a contar con un sistema accesible para todos; y que brinde
resultados individual y socialmente justos. El derecho a un acceso efectivo a la justicia se
reconoce, cada vez más, como un derecho de importancia primordial entre los nuevos
derechos individuales y sociales, ya que la posesión de derechos carece de sentido si no
existen mecanismos para su aplicación efectiva.1 En ese sentido, resulta atendible la idea de
Cappelletti, de calificar al acceso a la justicia como el derecho humano más fundamental, en
un sistema legal igualitario moderno que pretenda garantizar –y no solamente proclamar–
los derechos de todos.
Para permitir el equilibrio entre los justiciables, no solo para el acceso sino para la
permanencia en el proceso, se ha optado por asistir a las partes económicamente débiles a
través de la figura procesal del auxilio judicial; a pesar de ello, este postulado en la realidad
no es viable porque nunca son suficientes los mecanismos que crea el Estado para tal efecto,
en tanto este propicie y mantenga la desigualdad económica entre los hombres. De ahí que,
este principio aparezca como un ideal, pues, la realidad nos dice que el proceso civil sigue
siendo costoso y el ciudadano solamente tiene real acceso a la justicia, si dispone de
suficientes medios económicos. Bajo esa óptica resulta declarativa la gratuidad de la
administración de justicia y la defensa gratuita para las personas de escasos recursos que
regula el artículo 139 inciso 16 de la Constitución Política, pues, consideramos que existe un
acceso a la justicia igualitaria de derecho más no de hecho.
Las normas procesales entendidas en este Código son de carácter imperativo, salvo regulación
permisiva en contrario.
Sin embargo. El Juez adecuará su exigencia al logro de los fines del proceso. Cuando no se
señale una formalidad específica para la realización de un acto procesal, éste se reputará
válido cualquiera sea la empleada.
El Derecho Procesal está adscrito al Derecho Público –a pesar que en el proceso civil se
discutan derechos de índole privado– por el rol que asume el Estado en el proceso, a través
de sus órganos judiciales. Estos, al ser titulares de un poder público, no se hallan
equiparados a las partes o a los terceros, sino que se encuentran en un plano supra
ordenador con respecto a los restantes sujetos procesales, a quienes imponen, en forma
unilateral, la observancia de determinadas conductas
Clásicamente se consideraba que las formalidades procesales tenían que ser de obligatorio
cumplimiento. Las actuaciones procesales eran exageradamente ritualistas que apenas se
diferenciaban de una ceremonia religiosa; esta exageración originó los abusos y las
degeneraciones del formalismo, ya que la forma fue adquiriendo un valor esencial, por la
forma misma, con prescindencia de su objeto y de su fin.
Concurren al proceso dos principios antagónicos para abordar la forma de los actos
procesales. Uno que propicia la liberalidad, sin embargo, no puede contrarrestar la
arbitrariedad y el caos que dicha posición genera; y otra, la formalidad que privilegia el
abuso de la forma y la postergación del derecho” (LEDESMA, 2011, pág. 72).
ANÁLISIS AUTOR: “El principio de economía procesal es el principal sustento para los
partidarios de la instancia única pues consideran que la multiplicación de instancias, so
pretexto del control de legalidad, permite la presencia de procesos eternos y costosos; sin
embargo, los valores jurídicos de seguridad y orden no se encuentran en función directa con
el número de instancias, y los postulados de economía y celeridad pueden darse igualmente
en ambos tipos procesales: la instancia única y la plural.
Sobre el número de jueces que deben fallar en el mismo grado de conocimiento, existen dos
criterios: la intervención de un juez (los unipersonales o singulares) y la intervención de
varios jueces (los pluripersonales o colegiados). En los regí- menes sometidos a la doble
instancia se reserva al primer grado a los unipersonales, mientras que al segundo grado a
los pluripersonales; en los ordenamientos procesales de instancia única, existe la tendencia
hacia los jueces pluripersonales. Nuestra legislación procesal opta por el doble grado de
conocimiento, como juez único en el primero y múltiple en el segundo, pero con las
adecuaciones de la celeridad en el proceso.
decimos que si bien la doble instancia es una garantía contra la arbitrariedad, el error, la
ignorancia o la mal fe del juez; no se puede dejar de desconocer que las apelaciones limitan
la tutela pronta y oportuna de los derechos afectados, sin embargo, la realidad socio-
jurídica de nuestro país, todavía no hace aconsejable optar por la instancia única.
Bajo una deformación del mundo jurídico, que cuestiona la pronta justicia, se recurre a la
apelación –no como un mecanismo para corregir los errores de la resolución impugnada que
genera agravio– sino todo lo contrario, un medio para dilatar la solución del conflicto.
Decimos ello porque en la argumentación para la búsqueda del error y del agravio se fuerza
la realidad fáctica y jurídica, para alegar (a sabiendas) hechos contrarios a la realidad y
justificar así la apelación. El Código Procesal lo califica y sanciona como acto de temeridad
o mala fe procesal. Como señala el inciso 1 del artículo 112 CPC, constituye temeridad
procesal, “cuando sea manifiesta la carencia de fundamento jurídico de la demanda,
contestación o medio impugnatorio”.
BIBLIOGRAFÍA
GUTIERREZ, W. (2006). La Constitución Comentada (1era. ed., Vol. 2). Lima, Perú: GACETA
JURÍDICA S.A.
CÓDIGO: 343.2C13/G11/T2
LEDESMA, M. (2011). Comentarios al Código Procesal Civil (1era. ed., Vol. 1). Lima, Perú:
GACETA JURÍDICA S.A.
CÓDIGO: 345.7/L36C/T.1