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Ser y verdad

I. El ser veritativo
Como ya se ha dicho, la metafísica se ocupa del ente en cuanto tal, es decir, de lo que es en
tanto que es. Por tal razón, le corresponde, como tarea previa a su cometido principal,
esclarecer los diferentes sentidos en que las expresiones “ser” y “ente” comparecen en el
lenguaje, a fin de enfocar su estudio en aquellos sentidos que hacen referencia al ser real de las
cosas. Entre los sentidos en que las expresiones “ser” y “ente” comparecen en nuestro
lenguaje, hay un sentido específico que tiene que ver con la verdad de las proposiciones.

En efecto, algunas veces utilizamos la expresión “es” no para referirnos a la realidad de las
cosas al margen de nuestro pensamiento, sino para decir que una determinada proposición es
verdadera1. Supongamos que se nos preguntase “¿es Messi el mejor jugador de fútbol del
mundo?”. Supongamos que respondiésemos afirmativamente, “es”. El significado del “es” en
este contexto equivale a decir “es verdad la proposición que enuncia que Messi es el mejor
jugador de fútbol del mundo”. Por supuesto, la verdad de la proposición tendrá en este caso un
fundamento fuera de la mente (a saber, las cualidades del individuo en cuestión, su habilidad
con el balón), pero el “es” de la respuesta mencionada no se refiere directamente a las
cualidades que porta el individuo, sino a la verdad de la proposición que enuncia que tal
individuo posee tales cualidades. Por eso es necesario distinguir el “ser veritativo”, es decir, el
ser que significa simplemente la verdad de la proposición, del ser real, es decir, el ser en virtud
del cual una cosa existe en sí misma con una determinada naturaleza y unas determinadas
cualidades, fuera de la mente.

II. Especificidad y fundamento ontológico del ser veritativo


Para entender la especificidad del “ser veritativo”, conviene delimitar cuál es el lugar propio
que ocupa en nuestra experiencia y en nuestro lenguaje 2. Entre las palabras y los conceptos
que normalmente utilizamos, hay algunos que hacer referencia a cosas que tienen una
existencia independiente de nuestro pensamiento, como cuando hablamos del “perro”, la
“jirafa”, la “piedra”, el “hombre”, etc. Otras palabras y conceptos no se refieren a nada que
tenga una existencia independiente de nuestro pensamiento, como cuando hablamos del
“centauro”, de “Sherlock Holmes”, que son entidades ficticias. Ahora bien, entre estos dos
extremos se sitúa el ser veritativo. En efecto, el “ser” en virtud del cual decimos que una
determinada proposición (por ejemplo, “Madrid es la capital de España”) es verdadera, no
tiene una realidad completa fuera de la mente, sino que se da únicamente como tal mediante
una acción de nuestro pensamiento, que conecta el sujeto (“Madrid”) con el predicado (“ser la
capital de España”), mediante la cópula verbal (“es”). Ahora bien, el hecho de que tal ser
veritativo sólo exista como tal en virtud de una operación de nuestra mente, no lo hace
equivalente a una mera ficción mental. No lo es, porque fuera de la mente existe un
fundamento, alguna entidad real, que permite establecer la conexión entre el sujeto y el
1 Véase Tomás de Aquino, Comentario a los libros metafísicos, lib. 6 l. 4 n. 1.
2 Lo que sigue es una glosa de Tomás de Aquino, Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, I, d.
19 q. 5 a. 1 co.

1
predicado de forma tal que la proposición resulte verdadera, y que entonces tengamos
conocimiento de la verdad de la proposición. Si, fuera de nuestra mente, Madrid no fuera
efectivamente la capital de España, la proposición que une ese sujeto con ese predicado no
sería verdadera. Podría ser una mera ficción (como lo sería el decir “Soria es una república
independiente”), pero entonces el “es” no significaría la verdad de la proposición, sino
simplemente una representación mental sin correspondencia con nada real fuera de la mente.
Sólo hay verdad en la medida en que aquello que se enuncia en una proposición se adecua o se
corresponde con la realidad. El ser veritativo ocupa entonces un lugar intermedio entre el mero
ser ficcional (que sólo tiene una existencia mental) y el ser real, al cual debe adecuarse para
constituirse como tal.

III. La verdad reside formalmente en el intelecto


Como queda dicho, el “ser veritativo” tiene una existencia mental, porque es resultado de una
operación de nuestro intelecto. Ahora bien, hay verdad en nuestra mente únicamente en la
medida en que nuestra mente se adecua a la realidad de las cosas 3. Por lo tanto, el “ser
veritativo” es, en sentido estricto, algo relativo a nuestro conocimiento. En efecto, conocemos
la realidad en la medida en que nos “asimilamos” a ella, es decir, en la medida en que
adquirimos una “semejanza” de las cosas conocidas 4. No se trata de una asimilación “física”,
sino de una asimilación inmaterial. Cuando conocemos las cosas, estas pasan a tener una
existencia nueva en nosotros, distinta de la existencia que tienen en sí mismas. Por ejemplo, si
conozco una manzana, la manzana pasa a existir en mí de algún modo, sin dejar de existir en sí
misma (como sucedería en el caso de que la comiéramos y la asimiláramos físicamente, con su
materia). Esto es posible porque, como se vio al hablar de la división de las ciencias
especulativas, nuestra mente tiene la capacidad de abstraer la “forma” de las cosas,
considerando aquello que es esencial a ellas, dejando de lado su materia. Así, conocer no es
otra cosa que poseer a forma de las cosas conocidas. Ahora bien, si conocer es tener la forma o
la semejanza de las cosas conocidas, la verdad es algo relativo al conocimiento, ya que la
adecuación entre nuestra mente y la realidad (en la que consiste la verdad), se produce en
virtud de que llegamos a poseer inmaterialmente las formas de las cosas.

IV. La verdad reside propiamente en el juicio


Una vez que ha quedado claro que el ser veritativo es algo que se da propiamente en nuestro
intelecto, conviene precisar a qué operación del intelecto corresponde propiamente alcanzar la
verdad. Para esto conviene tener en cuenta que nuestra inteligencia tiene básicamente dos
actos o dos operaciones propias, en virtud de las cuales conoce la realidad. Una operación es la
que clásicamente se conoce como “simple aprehensión”. Esta operación consiste en entender
“qué es” una cosa. Por ejemplo, cuando entendemos que el triángulo es una figura plana de
tres lados y tres ángulos, o cuando entendemos que pertenece a la esencia del hombre el ser
un animal, lo hacemos mediante una “simple aprehensión”, mediante un acto de entender que
consiste simplemente en “intuir” o captar lo que pertenece a la esencia de una determinada
cosa.

3 La definición clásica de verdad es “adaequatio rei et intellectus”.


4 Tomás de Aquino, Cuestiones disputadas sobre la verdad, q. 1, a. 1.

2
Por otro lado, nuestro intelecto también es capaz de realizar otra operación, mediante la cual
puede unir o separar conceptos, afirmando o negando uno de otro. Así, cuando entendemos
que “todo hombre es mortal”, o que “España es un país europeo”, lo hacemos uniendo dos
conceptos, y afirmando uno de otro. Cuando entendemos que “ningún perro es albañil”, o que
“Tarzán no es una persona real”, lo hacemos separando dos conceptos, negando uno de otro.
Esta operación, mediante la cual nuestra inteligencia une afirmando, o divide negando, recibe
el nombre de “juicio”.

Ahora bien, nuestro conocimiento de la realidad requiere el ejercicio de estas dos operaciones.
Cada una de estas operaciones permite conocer distintos aspectos de la realidad. En efecto,
como ya se ha visto, en las cosas encontramos dos aspectos distintos: su esencia (que responde
a la pregunta “qué es” algo) y su ser (que responde a la pregunta sobre si algo “es”). No
conocemos la propiamente realidad mediante el ejercicio de una sola de estas operaciones.
Por ejemplo, mediante la simple aprehensión podemos entender un modo de ser, pero no
conocemos la realidad de ese modo de ser, a menos que podamos juzgar algo sobre él.
Podemos entender, por ejemplo, qué significa “ser un centauro” o “ser un perro”, pero no
tenemos conocimiento de la realidad, a menos que podamos juzgar que no existen los
centauros y sí existen los perros. Ahora bien, esto último no se puede hacer más que mediante
el juicio, que nos da a conocer el ser de las cosas, más allá de su esencia.

Ahora bien, esto quiere decir que la operación que llamamos simple aprehensión no es
suficiente para que alcancemos a conocer la verdad de las cosas. En efecto, la mera captación
de la forma o del modo de ser de una cosa, sin afirmar ni negar nada de ella, no puede ser
propiamente conocimiento. Para que exista verdadera adecuación entre el intelecto y la cosa,
el intelecto debe afirmar que las cosas son tal como las conoce, es decir, que la forma que
posee se corresponde con la forma actual de la cosa fuera de la mente. Y esto sólo tiene lugar
en virtud del juicio. De ahí se sigue que la el ser veritativo se da propiamente en la operación
por la que el intelecto une o separa, compone o divide, y este es el juicio.

V. Analogía y carácter trascendental de la verdad


Ahora bien, el hecho de que el ser veritativo sólo se dé propiamente en el juicio, no significa
que no se pueda llamar “verdaderas” a otras cosas, en la medida en que guardan alguna
relación con la verdad que se da en el juicio, y según que se aproximen más o menos a tal
verdad. Se puede decir que, así como el ente es un nombre y un concepto análogo, el término
y el concepto de verdadero también lo es.

Así, aunque en la siple aprehensión no se dé propiamente la verdad (por faltar la “adecuación”


en sentido estricto), no obstante se puede decir que, de un modo derivado, hay verdad en esa
operación. En efecto, la simple aprehensión, como operación mediante la cual se capta la
esencia de una cosa, nos permite formular las definiciones que corresponden a esas cosas.
Entender mediante la simple aprehensión lo que es “ser un triángulo” nos permite definir al
triángulo como una figura de tres lados y tres ángulos; entender mediante la simple
aprehensión lo que es “ser un hombre”, nos permite definir al hombre como un “animal
racional”. Ahora bien, aunque las definiciones, de suyo, no son verdaderas ni falsas, pueden
convertirse en verdaderas o falsas en la medida en que las atribuyamos a las realidades a las

3
que corresponden o no. Así, “animal racional” es una definición verdadera, en la medida en
que la atribuimos al hombre, y es una definición falsa, si la atribuimos al triángulo. De este
modo, puede hablarse de que hay una cierta verdad en la simple aprehensión, así como
también en las definiciones.

Por otra parte, también puede hablarse de una cierta verdad de las cosas mismas. Se puede
decir, en efecto, que las cosas mismas son verdaderas, en la medida en que en ellas se
encuentra el fundamento de la verdad que está en nuestra mente. Si los juicios y las
proposiciones son verdaderos, es porque se adecuan a lo que las cosas son, de tal forma que
un juicio es verdadero cuando manifiesta que es lo que realmente es, y que no es lo que
realmente no es. Ahora bien, las cosas son, y son lo que son, en virtud de aquello que los
constituye como entes, a saber, su acto de ser y su esencia o su forma. Esto quiere decir que el
fundamento de la verdad que está en los juicios está en aquello que constituye a los entes en
cuanto tales. Así, todo ente, en la medida en que es ente, se puede decir que es “verdadero”,
porque en su ser y en su forma se encuentra el fundamento de la verdad de los juicios.
Volveremos sobre este asunto más adelante, cuando hablemos de los aspectos
“trascendentales” del ente.

VI. Verdad y ente de razón. Lógica y metafísica


Ahora bien, hace falta aclarar que el ser veritativo no siempre tiene su fundamento en algo que
existe fuera de la mente. Dada la especificidad propia del ser veritativo, que comparece como
tal en virtud de una operación de la mente (el juicio), en algunos casos podemos formular
juicios verdaderos acerca de cosas que no tienen un ser real. Es el caso de los así llamados
“entes de razón”, es decir, aquellos objetos de pensamiento cuyo ser se reduce a ser objeto de
pensamiento. Los llamamos “entes de razón” porque, aunque los concibamos o entendamos
como “entes” (porque de otro modo no se los podría pensar), no lo son realmente. Así por
ejemplo, decimos que es verdadero el juicio que enuncia que “la ceguera es una privación”, o
que “el centauro es un ser ficcional”, sin que, sin embargo, haya nada real fuera de la mente
que sea el fundamento de la verdad de estas proposiciones. En efecto, la ceguera no es nada
real, sino que consiste únicamente en la carencia de la capacidad de ver en aquellos sujetos
que por naturaleza deberían tener la capacidad de ver. Un centauro es un concepto formado
por la unión del concepto de “hombre” y del concepto de “caballo”, que no se dan unidos en la
realidad. En esos casos, el único fundamento de la verdad de esas proposiciones es la misma
operación de la mente, que une esos conceptos. Ahora bien, dado que esos juicios versan
sobre cosas que realmente no son, no es necesario que la unión que enuncian se de en la
realidad tal como se da en el juicio.

El hecho de que se puedan hacer juicios verdaderos sobre entes de razón muestra
precisamente la especificidad del ser veritativo. En efecto, si todo juicio verdadero se
correspondiera con el ser real fuera de la mente, no habría forma de distinguir el ser veritativo
del ser real. Ahora bien, sólo los juicios sobre entes de razón muestran esto, sino también el
hecho de que la forma de nuestros juicios no siempre es un calco exacto de lo que
encontramos en la realidad fuera de la mente. En efecto, todo juicio es una “composición”, es
decir, una unión entre dos conceptos. Ahora bien, no siempre lo que concebimos como
“compuesto” mediante juicios, se corresponde con una composición real. Por ejemplo,

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podemos hacer juicios de identidad, como “el perro es perro”. Este juicio es, ciertamente
verdadero, y sin embargo no hace referencia a ninguna composición real. En la realidad, la
forma del perro no está compuesta con la forma del perro, sino que el “ser perro” es una forma
simple. De este desacoplamiento entre el ser veritativo y el ser real podemos concluir se sigue
que es necesario distinguir entre la metafísica, como ciencia que se ocupa del ente en cuanto
tal, de la lógica, como ciencia que se ocupa de estudiar las relaciones en las que entran
nuestros conceptos sólo en la medida en que son pensados, en la medida en que existen en
nuestra mente.

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