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TEXTO I: El humanista pervertido: criticar una violencia y justificar otra

POR Wolfgang Gil Lugo


“Noam Chomsky es un ser con quien nadie puede mantener una conversación racional”

Mark Lilla

Uno espera que las personas que cultivan el intelecto posean claridad espiritual, pero no siempre ese es el caso. Según
Julien Benda, la misión sagrada del intelectual es criticar lo que está bien y lo que está mal en la política. Lo que implica
que nuestro espíritu capta los principios éticos. Así se tiene fortaleza para enfrentar la dominación. También supone ser
sabio para ver las injusticias tanto en el adversario político como en el aliado. No dejarse cegar por las gríngolas
ideológicas. Cosa que se hace realmente sensible cuando estamos oponiendo democracias con dictaduras.

Paul Johnson, en su libro Intelectuales (1998), denuncia lo que llama Síndrome del asesinato necesario. Dicho síndrome
consiste en la incongruencia que cometen algunos intelectuales de criticar teóricamente la violencia, y terminar
justificándola para avalar una posición ideológica.

Este es el punto crítico en la vida del hombre de ideas. El dilema frente al que se suele encontrar el intelectual. Por una
parte, debe renunciar a la violencia, por lo menos retóricamente. La fuerza es la negación de la racionalidad. Por otra parte,
desde el punto de vista práctico, algunos la aprueban tendenciosamente, es decir, la consideran justificada, si la ejerce la
facción política totalitaria sobre la que recae su simpatía.

Esto recuerda mucho al concepto de Asesinato lógico de Albert Camus. El hombre, ante el absurdo existencial, toma
partido o por el suicidio o por el genocidio.

El mismo Johnson agrega que este intelectual, cuando se ve confrontado con las culpas de sus correligionarios, recurre al
sofisma del transferir la responsabilidad moral del victimario a la víctima.

“Otros intelectuales, cuando se ven confrontados con el hecho de la violencia practicada por aquellos que desean defender,
simplemente transfieren la responsabilidad moral, por medio de argumentos ingeniosos, a otros a quienes desean atacar”.
(Int., p. 284).

Johnson selecciona a Chomsky como el ejemplo paradigmático de esta forma sofística de argumentación.

El humanismo chomskiano

¿Quién es Chomsky? Avram Noam Chomsky nació en Filadelfia en 1928. Es profesor emérito de lingüística del MIT.
Sobre todo, es un genial lingüista que, con su revolucionario libro Las estructuras sintácticas, de 1957, abrió nuevas
perspectivas sobre la investigación del lenguaje. Allí descubre que existen patrones gramaticales que son universales a
todos los humanos. Después trata de fundamentar estos patrones universales en el concepto de ideas innatas, propias de la
tradición filosófica de Platón y de Descartes. A su vez, esta aproximación al lenguaje da lugar a una concepción de la
naturaleza humana.

Chomsky conecta explícitamente su antropología con la libertad. A partir de la teoría del conocimiento, argumenta que si
aceptamos la doctrina epistemológica empirista de la tabula rasa, quedamos reducidos a un trozo de plastilina a la que se
puede dar cualquier forma. No habría obstáculos para que las tecnocracias deshumanicen a las poblaciones.

En cambio, continúa razonando Chomsky, si los humanos poseen ideas congénitas que se manifiestan en patrones
gramaticales universales, también se manifiestan en valores universales que hacen fracasar los esfuerzos de domesticación.
Nos recuerda Johnson, que estas premisas deberían aplicarse contra cualquier forma de opresión:
“Si el argumento de Chomsky, que parte de las estructuras innatas, es válido, podría decirse justificadamente que es un
argumento general contra cualquier clase de ingeniería social. Y en efecto, por múltiples razones, la ingeniería social ha
sido la decepción sobresaliente y la mayor calamidad de la edad moderna. (Int., p. 288)

Este aporte es muy significativo frente al escenario de los experimentos de ingeniería social de los totalitarismos del siglo
XX. La Rusia soviética, la Alemania nazi y la China maoísta llevaron a cabo las más infames innovaciones en materia de
supresión de libertades, control social opresivo y genocidios sistemáticos. El propósito siempre era el mismo: cambiar la
esencia humana. Luego sobreviene el sufrimiento y, finalmente, el fracaso.

La distorsión ideológica

Fuera de su actividad teórica, Chomsky ha destacado como un crítico de la geopolítica norteamericana. Fue uno de los más
férreos opositores a la Guerra de Vietnam. A pesar de su postura política del socialismo libertario y del anarquismo,
preferencias que recuerdan a las de George Orwell, se muestra apologético de todo totalitarismo que se declare enemigo del
imperialismo, norteamericano, claro está. Como si no hubiesen otros países con proyectos expansionistas.

Lo que llama la atención es que un pensador como él, que no parte de los supuestos relativistas y nihilistas del
posmodernismo, sino más bien desde un humanismo en el sentido clásico, tuerza su pensamiento para llegar a conclusiones
incongruentes que solo puede defender con argumentos engañosos.

Su precepto según el cual la naturaleza humana puede hacer frente a la dominación, no lo aplica a los totalitarismos, sino
exclusivamente a los Estados Unidos. La primera aplicación de esa forma de pensar la manifestó respecto de Vietnam, al
oponerse a la intervención norteamericana y a la guerra que esa nación sostuviera de ese lado del mundo.

Cuando se retiraron las fuerzas norteamericanas, sucedió lo previsible: los ingenieros sociales totalitarios tomaron el
control de esos países. Como resultado de la retirada de las tropas norteamericanas, en la Camboya de 1975, tuvo lugar uno
de los mayores genocidios, en un siglo lleno de asesinatos en masa.

“Un grupo de intelectuales marxistas, educados en el París de Sartre y ahora al frente de un ejército formidable, llevaron a
cabo un experimento de ingeniería social despiadado, incluso según las pautas de Stalin o Mao”. (Johnson, Int., p. 287).

Ante ese acto criminal, Chomsky no respondió de forma responsable, como se esperaba, sino que comenzó a buscar
subterfugios y argumentos especiosos. Todo su razonamiento presentaba dos características resaltantes. La primera, que los
Estados Unidos de Norteamérica aparece como una entidad metafísica; como la sustancia del mal en el maniqueísmo.

En segundo lugar, no podía reconocer que hubiese tenido lugar masacre alguna en Camboya hasta que se encontraran los
medios para mostrar que Estados Unidos era, directa o indirectamente, responsable de ella. Respecto a esto, su pensamiento
se desarrolló en dos grandes momentos. En una primera etapa, negó abiertamente las masacres del dictador comunista Pol
Pot y su Jemer Rojo. Las atribuyó a mentiras de la propaganda anticomunista. Luego, ante la evidencias de los crímenes,
las aceptó, pero las atribuyó al embrutecimiento de los campesinos camboyanos por los crímenes de guerra
norteamericanos. Ergo, el genocidio de Pol Pot fue culpa de Estados Unidos. En este sentido Chomsky es un ejemplo del
Síndrome del Asesinato Necesario.

El revolucionario bipolar

En el 2009, Chomsky visitó a Venezuela. El lingüista fue recibido, con los brazos abiertos, por el presidente Hugo Chávez.
En el encuentro televisado, Chávez recomienda la lectura de los libros del pensador. Por su parte. Chomsky expresa su
admiración por el caudillo: “Lo que es tan emocionante de visitar por fin Venezuela es que puedo ver cómo se está creando
un mundo mejor y puedo hablar con la persona que lo ha inspirado”.

Luego, el intelectual pareció tomar distancia de su posición original respecto a la situación venezolana. En una entrevista a
Infobae, en mayo de 2013, Chomsky se desdice: “Yo nunca apoyé a Chávez, lo único que hice fue decir que Venezuela
tenía que ser dejada tranquila para que pueda imponer sin intervención extranjera sus propias políticas económicas”. Hasta
llega a afirmar que “algunas de las cosas que hizo Chávez me parecen razonables, otras no y las critiqué mucho en su
momento”. Y aclaró: “Debo haber sido uno de los mayores críticos de Chávez internacionalmente”.

En 2015, en entrevista concedida a Jorge Fontevecchia para el portal Perfil.com, afirmó: “En América Latina, creo que el
modelo de Chávez ha sido destructivo”.

Todo fue un espejismo. Ahora, en 2019, ante el resurgir de la esperanza democrática, Chomsky toma la iniciativa de firmar
una carta, junto a otras setenta personas, para solicitar a los Estados Unidos que no intervengan en los asuntos de
Venezuela, haciendo aparecer el conflicto político venezolano como si fuese entre dos bandos iguales, es decir, en términos
de polarización, sin reconocer la debilidad de un pueblo desarmado contra un gobierno ilegitimo, acusado de crímenes de
lesa humanidad. Igualmente, califica de ilegal la presidencia interina de Juan Guaidó. Finalmente, condena la postura
internacional de los países democráticos.

A pesar de que Chomsky, gracias a sus premisas humanistas es capaz de reconocer las evidencias de crímenes de los
totalitarios, pierde luego la coherencia. La pulsión irracional tiene lugar cuando considera a un solo ente como la bestia
negra, como el mal absoluto. Para ello tiene un solo comodín: Estados Unidos.

El razonamiento de Chomsky exhibe la perversión del pensamiento propia de los intelectuales adictos al “opio”, es decir, la
ideología totalitaria en el sentido que le da Raymond Aron. Definitivamente, el sueño de la razón produce monstruos.

Tomado de: https://prodavinci.com/el-humanista-pervertido-criticar-una-violencia-y-justificar-otra-1/


TEXTOII:

Izquierda que ya no lo es
El dramático curso de los sucesos en Venezuela parece haber llegado a un punto de inflexión. El régimen de Maduro
rechazó la propuesta de adelantar elecciones en ese país y con el apoyo interno, casi en solitario, de los militares se apresta
a mantenerse en el poder pese al expreso y reiterado repudio de millones de sus conciudadanos. A nivel internacional,
Maduro cuenta con el respaldo de gobernantes como Daniel Ortega, Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan, quienes no
son reconocidos por ser precisamente adalides de la democracia. También, justo es reconocerlo, goza de la simpatía abierta
de sectores de la izquierda latinoamericana.

En sus inicios, en marzo de 1999, Chávez se presentaba como un demócrata transformador que impulsó una nueva
constitución, suscribió convenios internacionales para proteger a los pueblos indígenas y prometió incluir a vastos sectores
sociales que se sentían marginados por los gobiernos de los partidos tradicionales. Sin embargo, la funesta política
económica, el atropello constante a los derechos de propiedad y una creciente actitud autocrática fueron llevando al otrora
próspero país a la calamitosa situación actual. Los indicadores económicos y sociales de Venezuela son hoy tan irrefutables
como catastróficos.

Ante esto muchos nos preguntamos ¿por qué algunos sectores de izquierda tratan de justificar lo injustificable?, ¿por qué
sus explicaciones son las mismas que dan desde hace 60 años: el bloqueo norteamericano, las conspiraciones del
imperialismo, la lucha por recursos como el petróleo? Por supuesto que hay evidentes intereses económicos y geopolíticos
norteamericanos. Empero es válido preguntarse si la injerencia de los rusos en Venezuela se da solo por su interés científico
en las orquídeas tropicales y la de los chinos se orienta a la salvaguarda altruista del arte colonial.

Estas actitudes afectan justamente a los sectores de izquierda democrática en distintos países, los cuales son demonizados
por la extrema derecha. Como sucedió en Brasil recientemente, al estimular el miedo captan el apoyo de amplios sectores
sociales inconformes, de bajos ingresos y escaso nivel educativo conocidos hoy como los pobres de derecha. Las dictaduras
de izquierda ratifican ese sentimiento con las actuaciones de gobernantes como Diosdado Cabello que no son iluminados
ideológicos, pues encajan más en la figura de peligrosos tahúres de garito que en la de comprometidos activistas sociales.

Hoy en el mundo abundan movimientos sociales diversos sin rótulos, que no están marcados por una cohesión ideológica
y que proponen agendas generacionales, ambientales, tecnológicas, de género y de diversos derechos de los humanos y
también de los no humanos. De lo que se trata es de ampliar los linderos de la democracia sin ideologías que ofrezcan
sacrificios humanos para alcanzar su objetivo.

Una de las mentes más lúcidas de Sudamérica, la brasilera Eliane Brum, considera que muchos de los pensadores de
izquierda han decidido parar de pensar por miedo a enfrentar las contradicciones, y se han anquilosado en significados de
un mundo que ya no existe. Mientras ellos callan, otros prefieren morir abrazando a dictadores como Ortega y Maduro, son
quienes conforman la izquierda que ya no lo es e impiden el surgimiento de la izquierda que si quiere serlo.

dISPONIBLE EN: https://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/weildler-guerra-c/izquierda-que-ya-no-lo-es-593829


TEXTO III: ¿Puede la civilización sobrevivir al capitalismo?

Noam Chomsky
La Jornada

Hay capitalismo y luego el verdadero capitalismo existente. El término capitalismo se usa comúnmente para referirse al
sistema económico de Estados Unidos con intervención sustancial del Estado, que va de subsidios para innovación creativa
a la póliza de seguro gubernamental para bancos demasiado-grande-para-fracasar.

El sistema está altamente monopolizado, limitando la dependencia en el mercado cada vez más: En los últimos 20 años el
reparto de utilidades de las 200 empresas más grandes se ha elevado enormemente, reporta el académico Robert W.
McChesney en su nuevo libro Digital disconnect. Capitalismo es un término usado ahora comúnmente para describir
sistemas en los que no hay capitalistas; por ejemplo, el conglomerado-cooperativa Mondragón en la región vasca de España
o las empresas cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con apoyo conservador –ambas son discutidas
en un importante trabajo del académico Gar Alperovitz. Algunos hasta pueden usar el término capitalismo para referirse a
la democracia industrial apoyada por John Dewey, filósofo social líder de Estados Unidos, a finales del siglo XIX y
principios del XX. Dewey instó a los trabajadores a ser los dueños de su destino industrial y a todas las instituciones a
someterse a control público, incluyendo los medios de producción, intercambio, publicidad, transporte y comunicación. A
falta de esto, alegaba Dewey, la política seguirá siendo la sombra que los grandes negocios proyectan sobre la sociedad. La
democracia truncada que Dewey condenaba ha quedado hecha andrajos en los últimos años. Ahora el control del gobierno
se ha concentrado estrechamente en el máximo del índice de ingresos, mientras la gran mayoría de los de abajo han sido
virtualmente privados de sus derechos.

El sistema político-económico actual es una forma de plutocracia que diverge fuertemente de la democracia, si por ese
concepto nos referimos a los arreglos políticos en los que la norma está influenciada de manera significativa por la voluntad
pública. Ha habido serios debates a través de los años sobre si el capitalismo es compatible con la democracia. Si seguimos
que la democracia capitalista realmente existe (DCRE, para abreviar), la pregunta es respondida acertadamente: Son
radicalmente incompatibles. A mí me parece poco probable que la civilización pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia
altamente atenuada que conlleva. Pero, ¿podría una democracia que funcione marcar la diferencia? Sigamos el problema
inmediato más crítico que enfrenta la civilización: una catástrofe ambiental. Las políticas y actitudes públicas divergen
marcadamente, como sucede a menudo bajo la DCRE. La naturaleza de la brecha se examina en varios artículos de la
edición actual del Deadalus, periódico de la Academia Americana de Artes y Ciencias.

El investigador Kelly Sims Gallagher descubre que 109 países han promulgado alguna forma de política relacionada con la
energía renovable, y 118 países han establecido objetivos para la energía renovable. En contraste, Estados Unidos no ha
adoptado ninguna política consistente y estable a escala nacional para apoyar el uso de la energía renovable. No es la
opinión pública lo que motiva a la política estadunidense a mantenerse fuera del espectro internacional. Todo lo contrario.
La opinión está mucho más cerca de la norma global que lo que reflejan las políticas del gobierno de Estados Unidos, y
apoya mucho más las acciones necesarias para confrontar el probable desastre ambiental pronosticado por un abrumador
consenso científico –y uno que no está muy lejano; afectando las vidas de nuestros nietos, muy probablemente. Como
reportan Jon A. Krosnik y Bo MacInnis en Daedalus: Inmensas mayorías han favorecido los pasos del gobierno federal
para reducir la cantidad de emisiones de gas de efecto invernadero generadas por las compañías productoras de electricidad.
En 2006, 86 por ciento de los encuestados favorecieron solicitar a estas compañías o apoyarlas con exención de impuestos
para reducir la cantidad de ese gas que emiten... También en ese año, 87 por ciento favoreció la exención de impuestos a las
compañías que producen más electricidad a partir de agua, viento o energía solar. Estas mayorías se mantuvieron entre
2006 y 2010, y de alguna manera después se redujeron. El hecho de que el público esté influenciado por la ciencia es
profundamente preocupante para aquellos que dominan la economía y la política de Estado. Una ilustración actual de su
preocupación es la enseñanza sobre la ley de mejora ambiental, propuesta a los legisladores de Estado por el Consejo de
Intercambio Legislativo Estadunidense (CILE), grupo de cabildeo de fondos corporativos que designa la legislación para
cubrir las necesidades del sector corporativo y de riqueza extrema. La Ley CILE manda enseñanza equilibrada de la ciencia
del clima en salones de clase K-12. La enseñanza equilibrada es una frase en código que se refiere a enseñar la negación del
cambio climático, a equilibrar la corriente de la ciencia del clima. Es análoga a la enseñanza equilibrada apoyada por
creacionistas para hacer posible la enseñanza de ciencia de creación en escuelas públicas. La legislación basada en modelos
CILE ya ha sido introducida en varios estados.

Desde luego, todo esto se ha revestido en retórica sobre la enseñanza del pensamiento crítico –una gran idea, sin duda, pero
es más fácil pensar en buenos ejemplos que en un tema que amenaza nuestra supervivencia y ha sido seleccionado por su
importancia en términos de ganancias corporativas. Los reportes de los medios comúnmente presentan controversia entre
dos lados sobre el cambio climático. Un lado consiste en la abrumadora mayoría de científicos, las academias científicas
nacionales a escala mundial, las revistas científicas profesionales y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático
(PICC). Están de acuerdo en que el calentamiento global está sucediendo, que hay un sustancial componente humano, que
la situación es seria y tal vez fatal, y que muy pronto, tal vez en décadas, el mundo pueda alcanzar un punto de inflexión
donde el proceso escale rápidamente y sea irreversible, con severos efectos sociales y económicos. Es raro encontrar tal
consenso en cuestiones científicas complejas. El otro lado consiste en los escépticos, incluyendo unos cuantos científicos
respetados –que advierten que es mucho lo que aún se ignora–, lo cual significa que las cosas podrían no estar tan mal
como se pensó, o podrían estar peor. Fuera del debate artificial hay un grupo mucho mayor de escépticos: científicos del
clima altamente reconocidos que ven los reportes regulares del PICC como demasiado conservadores. Y,
desafortunadamente, estos cientí- ficos han demostrado estar en lo correcto repetidamente. Aparentemente, la campaña de
propaganda ha tenido algún efecto en la opinión pública de Estados Unidos, la cual es más escéptica que la norma global.
Pero el efecto no es suficientemente significativo como para satisfacer a los señores.

Presumiblemente esa es la razón por la que los sectores del mundo corporativo han lanzado su ataque sobre el sistema
educativo, en un esfuerzo por contrarrestar la peligrosa tendencia pública a prestar atención a las conclusiones de la
investigación científica. En la Reunión Invernal del Comité Nacional Republicano (RICNR), hace unas semanas, el
gobernador por Luisiana, Bobby Jindal, advirtió a la dirigencia que tenemos que dejar de ser el partido estúpido. Tenemos
que dejar de insultar la inteligencia de los votantes. Dentro del sistema DCRE es de extrema importancia que nos
convirtamos en la nación estúpida, no engañados por la ciencia y la racionalidad, en los intereses de las ganancias a corto
plazo de los señores de la economía y del sistema político, y al diablo con las consecuencias. Estos compromisos están
profundamente arraigados en las doctrinas de mercado fundamentalistas que se predican dentro del DCRE, aunque se
siguen de manera altamente selectiva, para sustentar un Estado poderoso que sirve a la riqueza y al poder.

Las doctrinas oficiales sufren de un número de conocidas ineficiencias de mercado, entre ellas el no tomar en cuenta los
efectos en otros en transacciones de mercado. Las consecuencias de estas exterioridades pueden ser sustanciales. La actual
crisis financiera es una ilustración. En parte es rastreable a los grandes bancos y firmas de inversión al ignorar el riesgo
sistémico –la posibilidad de que todo el sistema pueda colapsar– cuando llevaron a cabo transacciones riesgosas. La
catástrofe ambiental es mucho más seria: La externalidad que se está ignorando es el futuro de las especies. Y no hay hacia
dónde correr, gorra en mano, para un rescate. En el futuro los historiadores (si queda alguno) mirarán hacia atrás este
curioso espectáculo que tomó forma a principios del siglo XXI. Por primera vez en la historia de la humanidad los humanos
están enfrentando el importante prospecto de una severa calamidad como resultado de sus acciones –acciones que están
golpeando nuestro prospecto de una supervivencia decente. Esos historiadores observarán que el país más rico y poderoso
de la historia, que disfruta de ventajas incomparables, está guiando el esfuerzo para intensificar la probabilidad del desastre.
Llevar el esfuerzo para preservar las condiciones en las que nuestros descendientes inmediatos puedan tener una vida
decente son las llamadas sociedades primitivas: Primeras naciones, tribus, indígenas, aborígenes. Los países con
poblaciones indígenas grandes y de influencia están bien encaminados para preservar el planeta. Los países que han llevado
a la población indígena a la extinción o extrema marginación se precipitan hacia la destrucción. Por eso Ecuador, con su
gran población indígena, está buscando ayuda de los países ricos para que le permitan conservar sus cuantiosas reservas de
petróleo bajo tierra, que es donde deben estar. Mientras tanto, Estados Unidos y Canadá están buscando quemar
combustibles fósiles, incluyendo las peligrosas arenas bituminosas canadienses, y hacerlo lo más rápido y completo
posible, mientras alaban las maravillas de un siglo de (totalmente sin sentido) independencia energética sin mirar de reojo
lo que sería el mundo después de este compromiso de autodestrucción. Esta observación generaliza: Alrededor del mundo
las sociedades indígenas están luchando para proteger lo que ellos a veces llaman los derechos de la naturaleza, mientras
los civilizados y sofisticados se burlan de esta tontería. Esto es exactamente lo opuesto a lo que la racionalidad presagiaría
–a menos que sea la forma sesgada de la razón que pasa a través del filtro de DCRE.

(El nuevo libro de Noam Chomsky es Power Systems: Conversations on Global Democratic Uprisings and the New
Challenges to U.S. Empire. Conversations with David Barsamian)

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/03/17/index.php?section=opinion&article=022a1mun
TEXTO IV: Los cerebros ‘hackeados’ votan

YUVAL NOAH HARARI

La democracia liberal se enfrenta a una doble crisis. Lo que más centra la atención es el consabido problema de los
regímenes autoritarios. Pero los nuevos descubrimientos científicos y desarrollos tecnológicos representan un reto mucho
más profundo para el ideal básico liberal: la libertad humana.

El liberalismo ha logrado sobrevivir, desde hace siglos, a numerosos demagogos y autócratas que han intentado estrangular
la libertad desde fuera. Pero ha tenido escasa experiencia, hasta ahora, con tecnologías capaces de corroer la libertad
humana desde dentro.

Para asimilar este nuevo desafío, empecemos por comprender qué significa el liberalismo. En el discurso político
occidental, el término “liberal” se usa a menudo con un sentido estrictamente partidista, como lo opuesto a “conservador”.
Pero muchos de los denominados conservadores adoptan la visión liberal del mundo en general. El típico votante de Trump
habría sido considerado un liberal radical hace un siglo. Haga usted mismo la prueba. ¿Cree que la gente debe elegir a su
Gobierno en lugar de obedecer ciegamente a un monarca? ¿Cree que una persona debe elegir su profesión en lugar de
pertenecer por nacimiento a una casta? ¿Cree que una persona debe elegir a su cónyuge en lugar de casarse con quien
hayan decidido sus padres? Si responde sí a las tres preguntas, enhorabuena, es usted liberal.

El liberalismo defiende la libertad humana porque asume que las personas son entes únicos, distintos a todos los demás
animales. A diferencia de las ratas y los monos, el Homo sapiens, en teoría, tiene libre albedrío. Eso es lo que hace que los
sentimientos y las decisiones humanas constituyan la máxima autoridad moral y política en el mundo. Por desgracia, el
libre albedrío no es una realidad científica. Es un mito que el liberalismo heredó de la teología cristiana. Los teólogos
elaboraron la idea del libre albedrío para explicar por qué Dios hace bien cuando castiga a los pecadores por sus malas
decisiones y recompensa a los santos por las decisiones acertadas.

Si no tomamos nuestras decisiones con libertad, ¿por qué va Dios a castigarnos o recompensarnos? Según los teólogos, es
razonable que lo haga porque nuestras decisiones son el reflejo del libre albedrío de nuestras almas eternas, que son
completamente independientes de cualquier limitación física y biológica.

Este mito tiene poca relación con lo que la ciencia nos dice del Homo sapiens y otros animales. Los seres humanos, sin
duda, tienen voluntad, pero no es libre. Yo no puedo decidir qué deseos tengo. No decido ser introvertido o extrovertido,
tranquilo o inquieto, gay o heterosexual. Los seres humanos toman decisiones, pero nunca son decisiones independientes.
Cada una de ellas depende de unas condiciones biológicas y sociales que escapan a mi control. Puedo decidir qué comer,
con quién casarme y a quién votar, pero esas decisiones dependen de mis genes, mi bioquímica, mi sexo, mi origen
familiar, mi cultura nacional, etcétera; todos ellos, elementos que yo no he elegido.

Esta no es una teoría abstracta, sino que es fácil de observar. Fíjese en la próxima idea que surge en su cerebro. ¿De dónde
ha salido? ¿Se le ha ocurrido libremente? Por supuesto que no. Si observa con atención su mente, se dará cuenta de que
tiene poco control sobre lo que ocurre en ella y que no decide libremente qué pensar, qué sentir, ni qué querer. ¿Alguna vez
le ha pasado que, la noche anterior a un acontecimiento importante, intenta dormir pero le mantiene en vela una serie
constante de pensamientos y preocupaciones de lo más irritantes? Si podemos escoger libremente, ¿por qué no podemos
detener esa corriente de pensamientos y relajarnos sin más?
Animales pirateables

Aunque el libre albedrío siempre ha sido un mito, en siglos anteriores fue útil. Infundió valor a quienes lucharon contra la
Inquisición, el derecho divino de los reyes, el KGB y el Ku Klux Klan. Y era un mito que tenía pocos costes. En 1776 y en
1939 no era muy grave creer que nuestras convicciones y decisiones eran producto del libre albedrío, y no de la bioquímica
y la neurología. Porque en 1776 y en 1939 nadie entendía muy bien la bioquímica, ni la neurología. Ahora, sin embargo,
tener fe en el libre albedrío es peligroso. Si los Gobiernos y las empresas logran hackear o piratear el sistema operativo
humano, las personas más fáciles de manipular serán aquellas que creen en el libre albedrío.

Para conseguir piratear a los seres humanos, hacen falta tres cosas: sólidos conocimientos de biología, muchos datos y una
gran capacidad informática. La Inquisición y el KGB nunca lograron penetrar en los seres humanos porque carecían de esos
conocimientos de biología, de ese arsenal de datos y esa capacidad informática. Ahora, en cambio, es posible que tanto las
empresas como los Gobiernos cuenten pronto con todo ello y, cuando logren piratearnos, no solo podrán predecir nuestras
decisiones, sino también manipular nuestros sentimientos.

Quien crea en el relato liberal tradicional tendrá la tentación de restar importancia a este problema. “No, nunca va a pasar
eso. Nadie conseguirá jamás piratear el espíritu humano porque contiene algo que va más allá de los genes, las neuronas y
los algoritmos. Nadie puede predecir ni manipular mis decisiones porque mis decisiones son el reflejo de mi libre albedrío”.
Por desgracia, ignorar el problema no va a hacer que desaparezca. Solo sirve para que seamos más vulnerables.

Una fe ingenua en el libre albedrío nos ciega. Cuando una persona escoge algo —un producto, una carrera, una pareja, un
político—, se dice que está escogiéndolo por su libre albedrío. Y ya no hay más que hablar. No hay ningún motivo para
sentir curiosidad por lo que ocurre en su interior, por las fuerzas que verdaderamente le han conducido a tomar esa
decisión.

Todo arranca con detalles sencillos. Mientras alguien navega por Internet, le llama la atención un titular: “Una banda de
inmigrantes viola a las mujeres locales”. Pincha en él. Al mismo tiempo, su vecina también está navegando por la Red y ve
un titular diferente: “Trump prepara un ataque nuclear contra Irán”. Pincha en él. En realidad, los dos titulares son noticias
falsas, quizá generadas por troles rusos, o por un sitio web deseoso de captar más tráfico para mejorar sus ingresos por
publicidad. Tanto la primera persona como su vecina creen que han pinchado en esos titulares por su libre albedrío. Pero,
en realidad, las han hackeado.

La propaganda y la manipulación no son ninguna novedad, desde luego. Antes actuaban mediante bombardeos masivos;
hoy, son, cada vez más, munición de alta precisión contra objetivos escogidos. Cuando Hitler pronunciaba un discurso en la
radio, apuntaba al mínimo común denominador porque no podía construir un mensaje a medida para cada una de las
debilidades concretas de cada cerebro. Ahora sí es posible hacerlo. Un algoritmo puede decir si alguien ya está predispuesto
contra los inmigrantes, y si su vecina ya detesta a Trump, de tal forma que el primero ve un titular y la segunda, en cambio,
otro completamente distinto. Algunas de las mentes más brillantes del mundo llevan años investigando cómo piratear el
cerebro humano para hacer que pinchemos en determinados anuncios y así vendernos cosas. El mejor método es pulsar los
botones del miedo, el odio o la codicia que llevamos dentro. Y ese método ha empezado a utilizarse ahora para vendernos
políticos e ideologías.
Y este no es más que el principio. Por ahora, los piratas se limitan a analizar señales externas: los productos que
compramos, los lugares que visitamos, las palabras que buscamos en Internet. Pero, de aquí a unos años, los sensores
biométricos podrían proporcionar acceso directo a nuestra realidad interior y saber qué sucede en nuestro corazón. No el
corazón metafórico tan querido de las fantasías liberales, sino el músculo que bombea y regula nuestra presión sanguínea y
gran parte de nuestra actividad cerebral. Entonces, los piratas podrían correlacionar el ritmo cardiaco con los datos de la
tarjeta de crédito y la presión sanguínea con el historial de búsquedas. ¿De qué habrían sido capaces la Inquisición y el
KGB con unas pulseras biométricas que vigilen constantemente nuestro ánimo y nuestros afectos? Por desgracia, da la
impresión de que pronto sabremos la respuesta.

El liberalismo ha desarrollado un impresionante arsenal de argumentos e instituciones para defender las libertades
individuales contra ataques externos de Gobiernos represores y religiones intolerantes, pero no está preparado para una
situación en la que la libertad individual se socava desde dentro y en la que, de hecho, los conceptos “libertad” e
“individual” ya no tienen mucho sentido. Para sobrevivir y prosperar en el siglo XXI, necesitamos dejar atrás la ingenua
visión de los seres humanos como individuos libres —una concepción herencia a partes iguales de la teología cristiana y de
la Ilustración— y aceptar lo que, en realidad, somos los seres humanos: unos animales pirateables. Necesitamos conocernos
mejor a nosotros mismos.

Códigos defectuosos

Este consejo no es nuevo, por supuesto. Desde la Antigüedad, los sabios y los santos no han dejado de decir “conócete a ti
mismo”. Pero en tiempos de Sócrates, Buda y Confucio, uno no tenía competencia en esta búsqueda. Si uno no se conocía a
sí mismo, seguía siendo una caja negra para el resto de la humanidad. Ahora, en cambio, sí hay competencia. Mientras
usted lee estas líneas, los Gobiernos y las empresas están trabajando para piratearle. Si consiguen conocerle mejor de lo que
usted se conoce a sí mismo, podrán venderle todo lo que quieran, ya sea un producto o un político.

Es especialmente importante conocer nuestros puntos débiles porque son las principales herramientas de quienes intentan
piratearnos. Los ordenadores se piratean a través de líneas de código defectuosas preexistentes. Los seres humanos, a través
de miedos, odios, prejuicios y deseos preexistentes. Los piratas no pueden crear miedo ni odio de la nada. Pero, cuando
descubren lo que una persona ya teme y odia, tienen fácil apretar las tuercas emocionales correspondientes y provocar una
furia aún mayor.

Si no podemos llegar a conocernos a nosotros mismos mediante nuestros propios esfuerzos, tal vez la misma tecnología que
utilizan los piratas pueda servir para proteger a la gente. Así como el ordenador tiene un antivirus que le preserva frente al
software malicioso, quizá necesitamos un antivirus para el cerebro. Ese ayudante artificial aprenderá con la experiencia
cuál es la debilidad particular de una persona —los vídeos de gatos o las irritantes noticias sobre Trump— y podrá
bloquearlos para defendernos.

No obstante, todo esto no es más que un aspecto marginal. Si los seres humanos son animales pirateables, y si nuestras
decisiones y opiniones no son reflejo de nuestro libre albedrío, ¿para qué sirve la política? Durante 300 años, los ideales
liberales inspiraron un proyecto político que pretendía dar al mayor número posible de gente la capacidad de perseguir sus
sueños y de hacer realidad sus deseos. Estamos cada vez más cerca de alcanzar ese objetivo, pero también de darnos cuenta
de que, en realidad, es un engaño. Las mismas tecnologías que hemos inventado para ayudar a las personas a perseguir sus
sueños permiten rediseñarlos. Así que ¿cómo confiar en ninguno de mis sueños?
Es posible que este descubrimiento otorgue a los seres humanos un tipo de libertad completamente nuevo. Hasta ahora, nos
identificábamos firmemente con nuestros deseos y buscábamos la libertad necesaria para cumplirlos. Cuando surgía una
idea en nuestra cabeza, nos apresurábamos a obedecerla. Pasábamos el tiempo corriendo como locos, espoleados, subidos a
una furibunda montaña rusa de pensamientos, sentimientos y deseos, que hemos creído, erróneamente, que representaban
nuestro libre albedrío. ¿Qué sucederá si dejamos de identificarnos con esa montaña rusa? ¿Qué sucederá cuando
observemos con cuidado la próxima idea que surja en nuestra mente y nos preguntemos de dónde ha venido?

A veces la gente piensa que, si renunciamos al libre albedrío, nos volveremos completamente apáticos, nos acurrucaremos
en un rincón y nos dejaremos morir de hambre. La verdad es que renunciar a este engaño puede despertar una profunda
curiosidad. Mientras nos identifiquemos firmemente con cualquier pensamiento y deseo que surja en nuestra mente, no
necesitamos hacer grandes esfuerzos para conocernos. Pensamos que ya sabemos de sobra quiénes somos. Sin embargo,
cuando uno se da cuenta de que “estos pensamientos no son míos, no son más que ciertas vibraciones bioquímicas”,
comprende también que no tiene ni idea de quién ni de qué es. Y ese puede ser el principio de la aventura de exploración
más apasionante que uno pueda emprender.

Filosofía práctica

Poner en duda el libre albedrío y explorar la verdadera naturaleza de la humanidad no es algo nuevo. Los humanos hemos
mantenido este debate miles de veces. Salvo que antes no disponíamos de la tecnología. Y la tecnología lo cambia todo.
Antiguos problemas filosóficos se convierten ahora en problemas prácticos de ingeniería y política. Y, si bien los filósofos
son gente muy paciente —pueden discutir sobre un tema durante 3.000 años sin llegar a ninguna conclusión—, los
ingenieros no lo son tanto. Y los políticos son los menos pacientes de todos.

¿Cómo funciona la democracia liberal en una era en la que los Gobiernos y las empresas pueden piratear a los seres
humanos? ¿Dónde quedan afirmaciones como que “el votante sabe lo que conviene” y “el cliente siempre tiene razón”?
¿Cómo vivir cuando comprendemos que somos animales pirateables, que nuestro corazón puede ser un agente del
Gobierno, que nuestra amígdala puede estar trabajando para Putin y la próxima idea que se nos ocurra perfectamente puede
no ser consecuencia del libre albedrío sino de un algoritmo que nos conoce mejor que nosotros mismos? Estas son las
preguntas más interesantes que debe afrontar la humanidad.

Por desgracia, no son preguntas que suela hacerse la mayoría de la gente. En lugar de investigar lo que nos aguarda más
allá del espejismo del libre albedrío, la gente está retrocediendo en todo el mundo para refugiarse en ilusiones aún más
remotas. En vez de enfrentarse al reto de la inteligencia artificial y la bioingeniería, la gente recurre a fantasías religiosas y
nacionalistas que están todavía más alejadas que el liberalismo de las realidades científicas de nuestro tiempo. Lo que se
nos ofrece, en lugar de nuevos modelos políticos, son restos reempaquetados del siglo XX o incluso de la Edad Media.

Cuando uno intenta entregarse a estas fantasías nostálgicas, acaba debatiendo sobre la veracidad de la Biblia y el carácter
sagrado de la nación (especialmente si, como yo, vive en un país como Israel). Para un estudioso, esto es decepcionante.
Discutir sobre la Biblia era muy moderno en la época de Voltaire, y debatir los méritos del nacionalismo era filosofía de
vanguardia hace un siglo, pero hoy parece una terrible pérdida de tiempo. La inteligencia artificial y la bioingeniería están a
punto de cambiar el curso de la evolución, nada menos, y no tenemos más que unas cuantas décadas para decidir qué
hacemos. No sé de dónde saldrán las respuestas, pero seguramente no será de relatos de hace 2.000 años, cuando se sabía
poco de genética y menos de ordenadores.

¿Qué hacer? Supongo que necesitamos luchar en dos frentes simultáneos. Debemos defender la democracia liberal no solo
porque ha demostrado que es una forma de gobierno más benigna que cualquier otra alternativa, sino también porque es lo
que menos restringe el debate sobre el futuro de la humanidad. Pero, al mismo tiempo, debemos poner en tela de juicio las
hipótesis tradicionales del liberalismo y desarrollar un nuevo proyecto político más acorde con las realidades científicas y
las capacidades tecnológicas del siglo XXI.

Yuval Noah Harari es historiador y autor, entre otros libros, de ‘Sapiens. De animales a dioses’ (editorial Debate).
Disponible en:
https://elpais.com/internacional/2019/01/04/actualidad/1546602935_606381.html?fbclid=IwAR09OP_ouvAc4YMVZrPKJ
6XZbNv91fnLsEEDvyNxtdkvBSr-fC9sEPQJMJI Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
TEXTO V: Las 10 Estrategias de Manipulación Mediática

Noam Chomsky divulgó las “Diez Estrategias de Manipulación Medíática” a través de los medios de comunicación, en el
año 2010. En su libro Armas silenciosas para guerras tranquilas, el autor hace referencia a ese escrito.

por Noam Chomsky

1. La estrategia de la distracción. El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción que consiste en
desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y
económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La
estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos
esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. ”Mantener la Atención del
público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público
ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales (cita del texto
‘Armas silenciosas para guerras tranquilas)”.

2. Crear problemas y después ofrecer soluciones. Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea
un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las
medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u
organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de
la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos
sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.

3. La estrategia de la gradualidad. Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a
cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas
(neoliberalismo) fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad,
flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado
una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.

4. La estrategia de diferir. Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y
necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio
futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público,
la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá
ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando
llegue el momento.

5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad. La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso,
argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el
espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar engañar al espectador, más
se tiende a adoptar un tono infantilizante. ¿Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años
o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción
también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad (ver “Armas silenciosas para
guerras tranquilas”)”.

6. Utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión. Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para
causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido crítico de los individuos. Por otra parte, la utilización
del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y
temores, compulsiones, o inducir comportamientos…

7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad. Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y
los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe
ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las
clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores (ver ‘Armas silenciosas para
guerras tranquilas)”.

8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad. Promover al público a creer que es moda el hecho de ser
estúpido, vulgar e inculto.

9. Reforzar la autoculpabilidad. Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa
de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema
económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la
inhibición de su acción. Y, sin acción, ¡no hay revolución!

10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen. En el transcurso de los últimos 50 años, los avances
acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y
utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha
disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha
conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la mayoría de los
casos, el sistema ejerce un control mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí
mismos.
TEXTO VI: Barbarie con rostro humano

La oleada de rechazo del inmigrante en Europa es hoy la principal amenaza para su legado cristiano. El miedo al extranjero
empieza a impregnar también el antaño tolerante multiculturalismo liberal

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SLAVOJ ZIZEK

23 OCT 2010

La reciente expulsión de Francia de los gitanos residentes en su territorio en situación ilegal, a los que se ha deportado a
Rumanía, su país de origen, ha suscitado muchas protestas en toda Europa, en medios progresistas y también entre
importantes políticos, y no solo de izquierdas. Sin embargo, las expulsiones no se han detenido, y constituyen además la
punta de un enorme iceberg que se alza dentro de la política europea. Hace un mes, un libro de Thilo Sarrazin, un directivo
de banca considerado políticamente cercano a los socialdemócratas, causó escándalo en Alemania al plantear la tesis de que
la nación alemana estaba amenazada por la presencia de demasiados inmigrantes a los que se permitía mantener su
identidad cultural. Aunque el libro fue unánimemente censurado, su tremendo impacto pone de relieve que al gran público
le dio donde le duele. Incidentes como estos han de evaluarse en el marco de una reorganización a largo plazo del espacio
político en Europa occidental y oriental.

Hasta hace poco, el espacio político de los países europeos estaba dominado por dos grandes formaciones que se dirigían al
conjunto del cuerpo electoral, es decir, por un partido de centro-derecha (cristianodemócrata, liberal-conservador,
popular...) y por otro de centro-izquierda (socialista o socialdemócrata), a los que se añadían pequeñas formaciones
(ecologistas o comunistas). En el Oeste tanto como en el Este, los últimos resultados electorales apuntan a la paulatina
aparición de otra polaridad. Hay un partido centrista predominante que defiende el capitalismo global, generalmente con un
programa cultural liberal (tolerancia hacia el aborto, los derechos de los homosexuales, las minorías religiosas y étnicas,
etcétera). A ese partido se opone cada vez con más fuerza alguna formación populista contraria a la inmigración que, en sus
márgenes, va acompañada de grupos neofascistas abiertamente racistas. El caso más paradigmático es el de Polonia: tras la
desaparición de los ex comunistas, las principales formaciones políticas son el partido liberal, centrista y "antiideológico"
del primer ministro Donald Tusk y el partido cristiano conservador de los hermanos Kaczynski. Hay tendencias similares
en Holanda, Noruega, Suecia, Hungría... ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Tras décadas de Estado del bienestar -o de su promesa-, cuando los recortes financieros se limitaban a breves periodos y se
aplicaban prometiendo que las cosas pronto volverían a la normalidad, entramos ahora en una nueva época en la que la
crisis, o más bien cierto estado de emergencia económica que precisa de toda clase de medidas de austeridad, es
permanente, se convierte en una constante, en pura y simplemente una forma de vida. Después de la desintegración de los
regímenes comunistas en 1990, entramos en una nueva era en la que la forma predominante de ejercicio del poder estatal se
ha convertido en una despolitizada administración técnica que se dedica a coordinar los intereses.

La única manera de introducir pasión en ese ámbito, de movilizar realmente a la gente, es mediante el miedo: a los
inmigrantes, a la delincuencia, a la impía depravación sexual, al exceso de Estado (que abruma con unos impuestos y un
control excesivos), a la catástrofe ecológica y, también, al acoso (la corrección política es el caso paradigmático de la
política del miedo liberal). Esa forma de hacer política siempre se basa en la manipulación de un ochlos paranoico, en la
aterradora concentración de hombres y mujeres atemorizados. Esta es la razón de que el gran acontecimiento de la primera
década del nuevo milenio fuera la entrada en la ortodoxia política del discurso contra la inmigración, que cortó por fin el
cordón umbilical que lo unía a partidos marginales de extrema derecha. Desde Austria hasta Holanda, pasando por Francia
o Alemania, y en virtud del nuevo orgullo que suscita la propia identidad cultural e histórica, los principales partidos ahora
descubren que es aceptable insistir en la condición de invitados de unos inmigrantes que deben adaptarse a los valores
culturales que definen la sociedad de acogida: "Es nuestro país, si no lo quieres, te vas". Es imprescindible señalar hasta
qué punto la tolerancia progresista liberal comparte ciertas premisas fundamentales con esta actitud: su exigencia de respeto
y de apertura hacia la otredad (étnica, religiosa o sexual), tiene su contrapunto en el miedo obsesivo al acoso. El Otro está
bien siempre que su presencia no sea molesta, siempre que no sea realmente un Otro... En realidad, mi deber de tolerancia
para con el otro significa que no debo acercarme demasiado a él, meterme en su espacio. En la sociedad capitalista tardía el
derecho humano que va tornándose más esencial es el derecho a no ser acosado: a mantenerse a distancia prudencial de los
demás.

No es extraño que el tema de los seres tóxicos haya ganado terreno últimamente. Aunque el concepto procede de la
psicología de divulgación y nos previene contra los vampiros emocionales que andan por ahí al acecho, ahora está yendo
mucho más allá de las relaciones interpersonales inmediatas: el calificativo tóxico alude a propiedades pertenecientes a
niveles (naturales, culturales, psicológicos, políticos) totalmente distintos. Un ser tóxico puede ser un inmigrante con una
enfermedad mortal al que hay que poner en cuarentena; un terrorista cuyos mortíferos planes deben evitarse y al que se
debe encerrar en Guantánamo, esa zona vacía ajena al imperio de la ley; un ideólogo fundamentalista al que hay que
silenciar porque difunde el odio; un padre, madre, profesor o sacerdote que abusa de los niños y los corrompe. Lo tóxico es
el propio vecino extranjero, el abismo que hay, por ejemplo, en sus placeres o creencias. De manera que el objetivo final de
cualquiera de las normas que rigen las relaciones personales es poner en cuarentena o por lo menos neutralizar y contener
esa dimensión tóxica, reducir al vecino a la condición de prójimo.
En el mercado actual encontramos una amplia gama de productos carentes de su componente nocivo: café sin cafeína, nata
sin grasa, cerveza sin alcohol... ¿Qué decir del sexo virtual, que es sexo sin sexo; de la doctrina de guerra sin víctimas (en
nuestro bando, claro) de Colin Powell, que es una guerra sin guerra; de la redefinición actual de la política como arte de la
administración técnica, que es una política sin política? Todo ello nos conduce al tolerante multiculturalismo liberal, que es
una experiencia del Otro privado de su otredad: un Otro descafeinado que practica danzas fascinantes y que aborda la
realidad desde un enfoque holístico ecológicamente sensato, mientras rasgos como el maltrato a la esposa quedan fuera de
cámara.

Quien mejor planteó, allá por 1938, el mecanismo que activa esa neutralización fue Robert Brasillach, el intelectual fascista
francés condenado y fusilado en 1945, que, considerándose un antisemita "moderado", inventó la fórmula del
"antisemitismo razonable": "Nos permitimos aplaudir en el cine a Charlie Chaplin, un medio judío; admirar a Proust, un
medio judío, y aplaudir a Yehudi Menuhin, un judío. Y la voz de Hitler viaja por las ondas radiofónicas a continuación del
nombre del judío Hertz. (...) No queremos matar a nadie, no queremos organizar ningún pogromo. Pero también pensamos
que la mejor manera de obstaculizar las siempre impredecibles acciones del antisemitismo instintivo es organizar un
antisemitismo razonable".

¿Acaso no está presente esta misma actitud en la forma que tienen nuestros Gobiernos de abordar la "amenaza de la
inmigración"? Después de rechazar con superioridad moral el descarado racismo populista tachándolo de "poco razonable"
y de inaceptable para nuestras normas democráticas, avalan "razonablemente" medidas de protección racistas... o, como
brasillachs de hoy en día, algunos de ellos incluso socialdemócratas, nos dicen: "Nos permitimos aplaudir a deportistas
africanos y de Europa del Este, a doctores asiáticos o a programadores informáticos indios. No queremos matar a nadie, no
queremos organizar ningún pogromo, pero también pensamos que la mejor manera de obstaculizar las siempre
impredecibles y violentas medidas defensivas que suscita la inmigración es organizar una protección razonable frente a los
inmigrantes".

Esta concepción de la desintoxicación del vecino supone un paso claro de la barbarie directa a la barbarie con rostro
humano. Plasma un retroceso que va desde el amor cristiano al vecino a la práctica pagana de privilegiar a la propia tribu
frente al Otro bárbaro. La idea, aunque se envuelva en la defensa de los valores cristianos, constituye en sí misma la
principal amenaza para el legado cristiano.

Disponible en: https://elpais.com/diario/2010/10/23/opinion/1287784810_850215.html

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