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Este sistema ofrece una posible solución al dilema interpretativo del mundo actual,
definido por la inconmensurabilidad entre lo privado y lo público, lo psicológico y lo social, y lo
poético y lo político. La crítica althusseriana a la idea de causalidad estructural, entonces, puede
entenderse en relación a este sistema de niveles, en que toda historia individual se reduce a una
historia colectiva. Y, en este sentido, puede leerse como una crítica al similar modelo de
determinación económica marxista:
Superestructuras
CULTURA
IDEOLOGÍA
EL SISTEMA LEGAL
SUPERESTRUCTURAS POLÍTICA Y ESTADO
Base o infraestructura
Así, J. propone ampliar el código maestro o clave alegórica hasta que se convierte en relato
maestro por derecho propio, momento en que “nos tamos cuenta de que todo modo individual de
producción proyecta e implica una secuencia de tales modos de producción –desde el comunismo
primitivo hasta el capitalismo y el comunismo propiamente dicho- que constituye el relato de
alguna “filosofía de la historia” propiamente marxiana” (28). Para J. la persistente aparición de
lecturas en términos de causalidad expresiva o relatos maestros implica que nuestro pensamiento
colectivo se nutre aún de estas categorías, que funcionan como leyes locales en nuestra realidad
histórica.
J. propone reestructurar la concepción marxista de los niveles para expresar la originalidad
del modelo althusseriano, la determinación en última instancia no es la de lo económico, sino la de
la estructura en su conjunto. El modo de producción es un todo que no se identifica con lo
económico sino que éste es un nivel más con su función y su eficacia particular. La estructura es el
sistema entero de relaciones entre los niveles.
II. Jameson realiza un cruce entre el sistema interpretativo freudiano, centrado en la relación con
el sujeto y el cumplimiento del deseo, y la hermenéutica de Frye, quien invierte los niveles
medievales transformando al tercero, del alma individual en Mítico o Arquetípico, relación a la
comunidad, y situándolo como tercera fase dejando al final el nivel del cuerpo libidinal (designado
por él cómo anagógico). Una hermenéutica social deberá ser fiel al precursor medieval donde la
revolución libidinal y transformación del cuerpo vuelven hacia una figura de la comunidad
perfeccionada.
III. Jameson designa los tres horizontes de la crítica marxista, el primero es el de la historia política
en términos de secuencia temporal a modo de crónica, donde la obra individual se capta como
acto simbólico. La segunda fase que se amplía al orden social, ligada a la lucha de clases sociales,
aquí el texto individual se transforma dialécticamente como parte de una dinámica de discursos
colectivos en el marco del cual es un enunciado individual, y para este nivel el objeto de estudio
será el ideologema, “unidad mínima inteligible de los discursos esencialmente antagonísticos de
las clases sociales” (62). En una tercera fase (la de la historia en el sentido más amplio de
secuencia de modos de producción) estos ideologemas se transforman en ideología de la forma,
“los mensajes simbólicos que nos transmite la coexistencia de diversos sistemas de signos, que son
a su vez rastros o anticipaciones de modos de producción” (Id).
En el primer nivel, especificar el texto individual como acto simbólico implica, en términos
de Levis Strauss que la narración individual se entienda como resolución imaginaria a una
contradicción real, como una realización simbólica de lo formal en lo estético (63). La alegoría
política, a su vez, como ur-narración reprimida o fantasía de los sujetos colectivos puede
entenderse, de este modo, desde los textos individuales hasta un discurso de clase colectivo,
llegando a la segunda fase.
Para K. Burke, lo simbólico es una manera de hacerle algo al mundo, que es inherente a él,
es decir el acto simbólico empieza por producir su contexto en el momento de emergencia en que
se aparta de él: “La obra literaria… trae al ser, como por primera vez, la situación misma frente a la
que al mismo tiempo es una reacción. Articula su propia situación y la textualiza, alentando y
perpetuando con esto la ilusión de que la situación misma no existía antes de él… ” (66).
El subtexto último que hay que reconstruir es el de la contradicción social (que puede
resolverse mediante una intervención en la praxis), pero antes existe el de la antinomia, es decir
aquello que no puede desnudarse por el puro pensamiento, lo impensable que debe generar un
aparato narrativo para disipar su clausura. (Ej: Greimas/binarismo).
En el marxismo las clases deben aprehenderse relacionalmente, sus valores están en
situación respecto a la clase opuesta y frente a ésta, la idolología de la clase dominante implica la
legitimación de su posición de poder mientras una ideología en oposición tratan de impugnar el
sistema de valores dominante. Dentro de este horizonte se afirma desde Bajtín que el discurso de
clase es dialógico en su estructura. Según J. esta forma de diálogo es esencialmente antagonística,
de esta forma se mantiene la exigencia formal de la dialéctica y siguen reestructurándose los
elementos en términos de la contradicción, que aparece como posiciones irreconciliables de las
clases antagónicas. Es decir, en esta reescritura de confrontación ideológica es necesario
reconstruir la voz a la que proyecta simbólicamente el texto.
El discurso de una clase se organiza en esas unidades mínimas llamadas ideologemas, esta
unidad permite mediar entre la ideología como opinión abstracta, calor de clase y los materiales
narrativos. El ideologema puede manifestarse como pseudoidea, sistema conceptual o de
creencias de valor abstracto, una opinión o un prejuicio o una protonarración , fantasía de clase
última sobre los personajes colectivos de las clases antagonistas (71), “ como constructo debe ser
susceptible de una descripción conceptual y de una manifestación narrativa”. Estos objetos de
estudio se reconstruyen en un texto estructuralmente distinto, la abarcadora unidad del código
único que comparten, que trasciende lo político como acto simbólico, lo social como discurso de
clase y el ideologema y es el modo de producción.
La secuencia de los modos de producción -que incluye el comunismo primitivo, las gens, el
modo asiático de producción, la polis o sociedad oligárquica esclavista, el feudalismo, el
capitalismo, el comunismo-incluye la noción de una dominante cultural específica de cada modo
de producción – la narración mágica, la religión o lo sagrado, la política, las relaciones de
dominación personal, la cosificación de la mercancía y las formas originales y no desarrolladas de
la asociación colectiva. No hay una intención clasificatoria en estos tipos de análisis, sino mostrar
el análisis de la contradicción a este nivel, teniendo en cuenta que ninguna sociedad ha encarnado
estos MP en estado puro, sino como sugiera Poulanzas, cada sociedad ha consistido en la
coexistencia estructural de varios modos de producción que inclyen vestigios y supervivencias de
modos antiguos y tendencias anticipatorias. El objeto que se construye así con este último
horizonte es el de revolución cultural “ momento en que la coexistencia de diferentes modos de
producción se hace visiblemente antagonística y sus contradicciones pasan al centro mismo de la
vida política, social e histórica” (77).
El momento triunfante en que una nueva dominante sistémica gana el ascendente no es por lo
tanto sino la manifestación diacrónica de una lucha constante por la perpetuación y la
reproducción de su dominación, una lucha que debe continuar a lo largo de todo el curso de
su vida, acompañada en todo momento por el antagonismo sistémico o estructural de esos
modos viejos y nuevos de producción que resisten a la asimilación o buscan librarse de ella. La
tarea del análisis cultural y social considerado así dentro de este horizonte final será entonces
claramente en de la reescritura de sus materiales de tal manera que esta revolución cultural
perpetua pueda aprehenderse y leerse como la estructura constitutiva más profunda y más
permanente en la que los objetos textuales empíricos se hacen inteligibles (78).