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Leyes de la narración

(lección 60)

Según Hanlet, la unidad y el movimiento son las leyes fundamentales de la narración de las
que se derivan todas las demás:

1. La unidad
La unidad de la narración se consigue con la búsqueda del punto de vista, es decir, el centro
de interés de la ideas y de los hechos. Al igual que en la descripción, el punto de vista nos
servirá de guía para seleccionar ideas: las útiles se conservarán; las inútiles se rechazarán.
Esta es en esencia, la ley de la utilidad.

Una veces, el centro de interés de la narración será el personaje, otras, lo será la acción
central; otras veces, será un problema moral el nudo fundamental de la narración.

Los detalles útiles, es decir, conformes con el punto de vista, habrá que buscarlos en la fase
denominada invención o búsqueda de ideas.

2. El movimiento
La narración no es una construcción fija, sino algo que se mueve, que camina, que se
desarrolla y transforma. Este movimiento progresivo está regulado por la ley del interés.
Porque narrar es contar un hecho o un suceso con habilidad, de tal modo que se mantenga
constantemente la atención del lector.

¿Cómo se logra el interés?, ¿Cómo se mantiene la atención? La ley del interés descansa en
cuatro principios fundamentales:
a) Arrancar bien
b) No explicar demasiado
c) Terminar... sin terminar rotundamente
d) Despertar la curiosidad
e) Verdad y verosimilitud en la narración

a) Arrancar bien
Arrancar bien significa que el principio, el buen comienzo, es esencial en toda narración.
Búsquese desde la primera línea, un hecho, una idea, una escena o un dato significativos, que
atraigan la atención del lector.

“El pueblo de B, formado sólo por dos o tres callejuelas retorcidas, está Buen comienzo: plástico,
sumido en un sueño profundo. En el aire inmóvil reina el silencio. Sólo se descriptivo. Ambientación rápida.
oye,, allá a lo lejos, por los arrabales del pueblo, ladrar a un perro con voz Acción inmediata: los personajes
ronca y apagada. Pronto va a amanecer.” aparecen ya dibujados, tras las

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“Todo, desde hace tiempo, duerme en un sueño profundo. Únicamente cuatro primeras líneas.
permanece despierta la joven esposa del boticario Chernomordik, el dueño
de la botica del pueblo B. Por tres veces se ha acostado, pero no ha logrado
conciliar el sueño, y no sabe por qué”.
“Está sentada junto a la ventana abierta, en camisa, mirando a la calle. La
agobia el calor; está triste, aburrida...”
“La boticaria” – Antón Chejov
“El campesino estaba de pie frente al médico, ante el lecho de la Buen principio. El protagonista
agonizante. La vieja, tranquila, resignada, lúcida, miraba a los dos hombres (“la vieja”) está presente desde la
y les escuchaba hablar. Ella iba a morir; pero no se rebelaba. Le había primera frase. Buena descripción
llegado su hora; tenía noventa y dos años.” del ambiente.
“Por la ventana y la puerta, abiertas, el sol de julio entraba a raudales,
lanzando su llama cálida sobre el suelo de tierra marrón, ondulante y
marcado por los zuecos de cuatro generaciones de gente rústica. Llegaban
también, traídos por la brisa ardorosa, los olores de los campos, de las
hierbas, de los trigos, de las hojas secas quemadas por el calor del
mediodía.”
“El diablo” – Guy de Maupassant
“Nuestro presidio estaba situado en el extremo de la ciudadela, dentro de las Excelente principio descriptivo.
murallas. Si se mira por las rendijas de la empalizada con la esperanza de Poético y plástico a la par: se ve y
ver algo, sólo se divisa un jirón de cielo y una elevada muralla de tierra se siente lo que el autor quiere que
cubierta por las altas hierbas de la estepa. Noche y día, constantemente, veamos y sintamos.
pasean por ella los centinelas y el que mira se dice a sí mismo que
transcurrirán así años y años, mirando siempre por la misma rendija y (Plástico = se aplica a una
viendo siempre la misma muralla, los mismos centinelas y el mismo jirón descripción o una imagen literaria
de cielo, no el que está sobre el presidio, sino otro lejano y libre.” muy expresiva y viva)
Principio del primer capítulo de “La casa de los muertos” – Fedor
Dostoiewski
“Cuando uno bebe dos copas de más se vuelve muy fino, y todo son Principio original. En la línea de
disculpas y explicaciones: “la novela del subterráneo” de
-Estoy borracho, borrachísimo. Y no me importa. Sí, se lo digo a usted, no Dostoiewski. Monólogo con fuerza
se haga el desentendido. ¿Qué no le interesa? Tampoco a mí me agrada
verlo y, sin embargo, me tengo que aguantar. Yo, cuando estoy borracho,
soy amigo de todo el mundo: de los camareros, de la cajera, del gato, de
aquel señor de luto, de los guaridas de la circulación... Y ahora, soy amigo
de todo el mundo, menos de usted. Porque usted me ha ofendido, porque sé
lo que está pensando. Está pensando: “¡Uf, qué asco, un borracho!” Sí.
¿Qué pasa? ¿Usted no se ha emborracho nunca? O, no se vaya. Espere un
momento. Ha de saber que está hablando con un caballero. Y a mí nadie me
deja con la palabra en la boca. ¿Se entera?
(“Un borracho” – Julio Penedo (escritor novato – 1958)

Comienzos defectuosos

“Hará cosa de un siglo que cierta mañana de marzo, a eso de las once, el Comienzo defectuoso. Demasiados
sol, tan alegre y amoroso en aquel tiempo como hoy que principia la incisos con detalles que no
primavera de 1868, y como lo verán nuestros bisnietos dentro de otro siglo interesan. Bastaría con lo que se ha
(si para entonces no se ha acabado el mundo), entraba por los balcones de dejado en cursiva. Aun así,
la sala principal de una gran casa solariega de Granada, bañando con su eliminando lo accesorio, es un
esplendorosa luz y grato calor, aquel vasto y señorial aposento, animando principio blando, lento, sin fuerza.
las ascéticas figuras que cubrían sus paredes...”
“La comendadora” de Pedro Antonio de Alarcón.
“Toda grandeza acaba: las montañas se desmoronan, y hechas polvo van al Retórica pura. Principio oratorio.
fondo del mar; los Imperios se derriban, y hechos pedazos se van al fondo Consideraciones filosóficas
de la historia; las glorias se apagan, y apenas dejan chispas en la lejanía de innecesarias.
lo pasado; el sol se apaga también, todo es cuestión de tiempo, y no dejará
más que la osamenta fría rodando por el espacio”.
“¡Que mucho que el león, rey de las selvas, agonizará en el hueco de su
caverna!”

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(“Los consejos de un padre”, de José Echegaray)

b) No explicar demasiado
Porque una narración no debe confundirse con una información ni con un comentario. En la
narración se “descubre a medias un objeto nuevo” para despertar la curiosidad. Se trata de que
el lector colabore con el autor en la compresión de la tesis que se le muestra en el relato.

c) Terminar sin terminar rotundamente


Es decir, que la buena narración no debe tener un final definitivo, seco, matemático. Es más
bello, más artístico, el final indeterminado, impreciso, un tanto vago. En nuestra vida acaban
sin acabar, y en ocasiones, esos finales son el principio de otro episodio. La vida, en suma, es
una cadena, cuyos episodios o trances, son a modo de eslabones.

Ejemplos de finales inacabados:

-¿Qué es eso? –gritó su mujer-. ¡Un perro muerto! ¡Dios Santo! ¿De dónde lo El protagonista, marido
has sacado?...¿Qué has hecho? ¿Dónde has estado? ¿De donde vienes? ¡Dime en celoso, vuelve a su casa a hora
seguida de dónde vienes! avanzada de la noche. Su
-¡Vida mía –balbució Ivan Andrevitch-. ¡Amor mío!... mujer, en contra de lo que él
Pero dejemos en este punto a nuestro héroe... Algún día reanudaremos y esperaba, está en la casa,
daremos cima al relato de sus desventuras. Pero convendrán ustedes, queridos acostada ya. El buen hombre,
lectores, en que los celos son una pasión perdonable; más aún: una desgracia, sudoroso, echa mano al
una verdadera desdicha...” pañuelo; pero, al sacarlo del
“La mujer de otro” – F. Dostoiewski bolsillo, sale también el
cadáver de un perrillo faldero,
muerto durante las aventuras
nocturnas de este infeliz
Otelo.
“El amor de Anna Sergueevna y el suyo eran semejantes al de dos seres Maestro indiscutible en el arte
cercanos, al de familiares, al de marido y mujer, al de dos entrañables amigos. de terminar es también Antón
Parecíales que la suerte misma les había destinado el uno al otro, resultándoles Chejov.
incomprensible que él pudiera estar casado y ella casada. Eran como el macho y
la hembra de esos pájaros errabundos a los que, una vez apresados, se obliga a Otros finales ejemplares, los
vivir en distinta jaula. Uno y otro se habían perdonado cuanto de vergonzoso de sus novelas cortas:
hubiera en su pasado, se perdonaban todo en el presente y se sentían ambos
transformados por su amor. Ionitch
Antes, en momentos de tristeza, intentaba tranquilizarse con cuantas reflexiones Una historia anónima
le pasaban por la cabeza. Ahora no hacia estas reflexiones. Lleno de compasión,
quería ser sincero y cariñoso.
-¿Basta ya, pobre mía! –le decía a ella-. ¡Ya has llorado bastante! ¡Hablemos
ahora y veamos si se nos ocurre alguna idea!....
Después invertirían largo rato en discutir, en consultarse sobre la manera de
librarse de aquella indispensabilidad de engañar, de esconderse, de vivir en
distintas ciudades y de pasar largas temporadas sin verse...
“¿Cómo liberarse, en efecto de tan insoportables tormentos?... ¿Cómo?... –se
preguntaba él, cogiéndose la cabeza entre las manos-. ¿Cómo?...”
Y les parecía que pasado algún tiempo más, la solución podría encontrarse...
Qué empezaría entonces una nueva vida maravillosa...
Ambos veían, sin embargo, claramente, que el final estaba todavía muy lejos y
que lo más complicado y difícil no había hecho más que empezar”

“La señora del perro” – A. Chejov

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d) Despertar la curiosidad

La ley del interés encierra otro problema: el de la curiosidad. Y para despertar la curiosidad
del lector, es preciso que haya novedad.
Lo nuevo, en la narración, no es, como en la información, lo noticiosos, sino lo humano es lo
fuerte, lo vigoroso. No depende, pues de la novedad del argumento, sino de cómo y cuánto se
cale en dicho argumento. Lo nuevo es el enfoque personal, sincero y original de un hecho o
de una idea. Los argumentos posibles de una narración son limitados. Lo ilimitado es la
dimensión humana de tales hechos. Es preciso convertir lo individual, en general; lo local, en
universal. Sólo así, el relato de algo que no me ha sucedido a mí, podré sentirlo como algo
mío, a lo que yo asisto y cuyo desarrollo me interesa. Un ejemplo de lo que decimos lo
tenemos en los cuentos del escritor ruso Antón Chejov. Sus relatos se desarrollan en la lejana
Rusia anterior a la revolución marxista. Sus personajes tienen nombres rusos. El ambiente es
ruso. Pero de tal modo se ha calado en el alma humana que, en estos cuentos, vivimos
problemas que podían haber acontecido a un Pérez o a un García cualquiera en una provincia
española. Chejov resulta ser así el maestro supremo en el arte de destilar el interés humano
universal en una narración.
En suma, lo nuevo es lo humano, si el que narra sabe calar en el fondo y sacar a relucir lo que
de “novedoso” late siempre en todo lo que acontece a los hombres.

Ejemplo:

Un hombre pescando a la orilla de un río, como acontecimiento humano es un hecho trivial,


corriente. Sin embargo, si yo sé acercarme espiritualmente a ese pescador, si acierto a bucear
en su alma, puede descubrir algo nuevo. Y ese detalle nuevo puede estar en el modo peculiar
de pescar que tiene ese hombre, en sus gestos, en lo que haga o diga

“SU aspecto es triste. Lanza el anzuelo al agua con gesto cansado, infinitamente
cansado, como si ya no pudiera hacer otra cosas en el mundo. Sus manos, huesudas y
delgadas, tiemblan ligeramente con el propio temblor de la caña. Sus ojos diríase que
no miran, están como hipnotizados por el agua. Y allí, en la superficie tersa de este
remanso del río, se refleja un rostro de hombre de unos cuarenta años: los ojos
hundido en las cuencas, marcadas arrugas y un pelo prematuramente canoso... Este
hombre no está pendiente de los peces, no parece estar pescando, sino dejándose
llevar por la pesca...

Estoy a unos metros de él y no se ha dado cuenta de mi presencia, tan absorto está,


tan ensimismado, tan apartado de todo... Me acerco y toso ligeramente para
despertarlo de su letargo.

Al toser yo, el pescador se ha revuelto rápidamente, como si lo hubieran sorprendido


cometiendo una acción punible. Me mira fijamente, como reprochándome esta
intromisión en su soledad...

No sé como dirigirme a él y sólo se me ocurre la consabida frase:

-¿Qué?... ¿Pican?

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Y entonces él, con una mirada dura, acerada (tiene los ojos grises); una mirada en la
que se mezclan la dureza y el sarcasmo, me contesta:
-Mal pueden picar..., el hilo no tiene anzuelo...
etc., etc.

Este principio podría dar lugar a un relato interesante. Lo nuevo no consiste sólo en que este
hombre intente pescar sin anzuelo. Lo que interesa saber es “por qué” lo hace así. De mi
acierto en responder a esta pregunta dependerá el interés de la narración.

e) Verdad y verosimilitud en la narración


La narración debe ser viva y verdadera. La narración viva y verdadera saca su interés, su
movimiento, de la realidad, es decir, del recuerdo de unos hechos directamente observados: es
la ley de la verdad.
La ley de la verdad, bien entendida, no significa que la verdadera narración tenga que ser una
reproducción exacta de la realidad. El realismo puro sería el del reportaje filmado: en arte no
se da nunca. Nadie copia la realidad exactamente, sino que todos la interpretamos, cada uno a
nuestro modo o según nuestro personal punto de vista. En resumen, la verdad es sencillamente
nuestro modo especial y específico de enfocar el mundo y la vida, es decir, la verdad
subjetiva.
Narrar es evocar lo conocido, aquello de que tenemos experiencia propia (vivencia). Si
tuviéramos que narrar algo que no vivimos o presenciamos, se debe contar tal y como nos lo
hayan narrado quienes lo vivieron y lo vieron. Como ayuda, la imaginación puede servirnos,
siempre que tengamos en cuenta situaciones análogas a la narrada.

La ley de la verosimilitud implica no sólo que los hechos sean verdaderos, sino también que lo
parezcan. Hay que presentarlos como verosímiles, indicando causas y motivos de las acciones
y el modo como tales hechos se han producido. Un relato puede ser de una exactitud ejemplar
y, sin embargo, sonar a falso, porque no se vio el hecho narrado, es decir, no se comprendió
su íntima y esencial realidad.
Lo verosímil, en esencia, es lo que impresiona por su verdad aunque no haya sucedido nunca.
Un ejemplo: las narraciones de Edgar Allan Poe.

Consejo en relación con la verosimilitud de Quintiliano: “En primer lugar, tenemos que
interrogarnos atentamente a nosotros mismos para no decir nada que no esté de acuerdo con lo
natural; después hay que dar causas y antecedentes, no de todos los hechos, sino de los
importantes. Finalmente, hay que poner a los personajes y su carácter en armonía con los
acontecimientos, hacer que concuerden con el lugar, tiempo y otras circunstancias
semejantes”.

“La verosimilitud es la congruencia interna del microcosmos creado por el autor, no la


coincidencia del libro con el detalle del mundo que hay fuera” – Ortega y Gasset

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El Ritmo
1. Qué es buen ritmo
Herramientas para establecer el ritmo:

Para agilizarlo: Acción, diálogo, oraciones cortas

Para relentizarlo: Pensamiento, descripción, narración, oraciones largas, flashbacks

Dejando de lado las definiciones que nos puedan dar en cuestión de poesía y música, a lo que
vamos a referirnos como ritmo va a ser la velocidad y la secuencia de los acontecimientos en
una narración. Un ritmo adecuado hará la lectura más dinámica, mientras que uno inadecuado
estropeará, entre otras cosas, la ya tan mencionada claridad.
El ritmo es lo que uno, como escritor, tarda más en adquirir, y lo que más difícilmente se
domina a lo largo del tiempo. Es también algo muy personal, por lo tanto no tiene reglas, y es
mejor dejar que cada quien lo vaya tomando por sí mismo. Pero, ya que nadie nace sabiendo,
veamos algunos detalles que nos pueden ayudar.
En primer lugar, ¿qué es buen ritmo? Podemos darnos cuenta muy fácilmente a la hora de leer
un libro o ver una película. Algunas veces, tanto el libro como la película son amenos de
principio a fin, cada escena (capítulo) es disfrutable y termina uno tan satisfecho como tras un
buen plato de comida china. Y otras, sí, ocurre todo lo contrario. “Estuvo tan rápido que no
me dio tiempo de entenderle a todo”. “Estuvo tan lento que me dormí”. “Si en la primera
escena (capítulo) traía un parche en el ojo izquierdo, ¿por qué en la segunda lo traía en el
derecho?”. “Al final no supe si todo había ocurrido en el pasado o en el presente”. “En todo el
capítulo cinco no pasó nada”. “Se la pasaron repitiendo lo mismo en todo el libro (la película).
“Puro rollo”. Estas quejas y otras semejantes nos avisan que algo falló por ahí en el ritmo. Si
la lectura (o película, ya para salirnos del tema) fluye suavemente, sin empujones ni
estancamientos, como un arroyo de montaña recién nacido, ningún problema. Cuando se
compara más bien con una corriente de rápidos, con cascadas inesperadas y un montón de
rocas, ya es otra cosa.
Un momento. No me malinterpreten. No estoy diciendo que el rollo y las historias que
jueguen con la linealidad o con la continuidad sean malas; para nada. Son un poco peligrosas,
eso sí, pero, como todo, pueden llegar a dominarse, y el chiste es hallar el justo equilibrio con
el todo de la narración. Otra definición para una historia con buen ritmo: una historia
equilibrada.

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