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«Los científicos y los psicólogos experimentales --dice Europ Today-- nunca han tenido
mucho tiempo para estudiar a Freud. Ha sido más sugerente en terrenos como la
literatura de la mente, o para quienes querían conocer la estructura de la psique humana
y todo lo que se esconde al pensamiento cotidiano». Sea de esto lo que fuere, es difícil
no ver en algunos ambientes más o menos intelectuales, que les llegan las nuevas
corrientes culturales cuando entre los profesionales más especializados ya carecen de
vigencia por haber sido superadas. Pasa incluso --con las necesarias salvedades, por
supuesto-- en centros de enseñanza de nivel supuestamente elevado y en centros de
enseñanza media.
¿No son fascinantes, por ejemplo, algunas películas del genial director cinematográfico
católico Alfred Hitkoch (que muchos hemos visto y, si tuviéramos tiempo volveríamos a
ver con fruición)? Ahí subyace Freud y su teoría de los sueños tramando el argumento o
la clave de un suspense admirable; el análisis de los sueños conduce al descubrimiento
del origen de tremendos desequilibrios psíquicos, incluso al criminal de la película.
Hay cosas, como la energía atómica, que son ambivalentes: pueden utilizarse para el
bien o para el mal. Si se utilizan mal, la culpa no es de la teoría que lo ha hecho posible.
Hay también teorías que son globalmente un inmenso error, aunque contengan alguna
verdad, que les presta credibilidad y fascinación. Cuando se aplican éstas, el balance es
siempre letal. Pero, si satisface alguna pasión humana vehemente, es difícil de ver o
reconocer. Ciertos materialismos encierran una verdad: la materia es cosa buena; el
placer es deseable. Pero su error es incalculable, porque distorsiona el conocimiento de
la realidad –la verdad sobre el hombre, la familia, la sociedad--, que posee una
dimensión y sentido trascendente a todo lo material. Por otra parte, la verdad que pueda
haber en el materialismo se puede encontrar también, y con mucha mayor riqueza, en el
cristianismo, que profesa nada menos que la encarnación del Hijo de Dios. El bien que
ha hecho el materialismo es exiguo; el mal, inmenso.
UN GENIO DE LA PROPAGANDA
Ante acusaciones tan duras y difíciles de rebatir, algunos de sus seguidores se han
defendido: «Freud puede no haber sido muy hábil al practicar lo que predicaba, pero ese
defecto no invalida en modo alguno sus teorías generales». Sin embargo, el abrumador
número de fracasos prácticos lógicamente ha de poner en tela de juicio la teoría. Muchos
son ya los científicos de prestigio que suscribirían el epitafio que el humorista Máximo
puso –en una de sus viñetas de humor negro-- sobre la tumbra de Freud: «Sigmund
Freud. Amplió ilimitadamente el desconocimiento del hombre». Hay una riada de nuevos
libros que atacan a Freud y a su invento del psicoanálisis por «una extensa serie de
errores, duplicidades, pruebas amañadas y pifias científicas».
Su conocida «teoría de los sueños» supone que los sueños son fantasías repletas de
deseos. Pero no se puede demostrar científicamente. De ser verdadera, ¿a qué extraños
deseos corresponderían esos sueños terribles sobre sufrimientos y desastres que
tenemos alguna vez? Lo cierto es que algunos sueños pueden revelar deseos escondidos,
otros esconderlos y unos terceros refutar la teoría de Freud.
Para Freud toda represión sería causa de una neurosis. Adolf Grunbaum --eminente
filósofo de la ciencia y profesor en la Universidad de Pittsburgh-- ha publicado un libro
(Validation in the clinical theory of psychoanalysi), en el que examina
desapasionadamente una serie de premisas psicoanalíticas claves: la teoría de la
represión (lo que Freud denominaba «la piedra angular sobre la que descansa toda la
estructura del psicoanálisis»). Grunbaum no pretende que la idea de los recuerdos
reprimidos, por ejemplo, sea falsa. Simplemente, sostiene que ni Freud ni ninguno de
sus sucesores ha demostrado alguna vez la existencia de un vínculo causa-efecto entre
un recuerdo reprimido y una neurosis posterior, o entre un recuerdo recuperado y una
consecutiva curación. Grunbaum, como es lógico, no se satisface con una retórica más o
menos brillante, exige pruebas, y no las encuentra en las teorías freudiana de los sueños
y de la represión: «Hay que demostrar más».
Es difícil saber por qué Freud ha dominado de forma tan profunda la imaginación del
siglo XX. Existe un difícil equilibrio entre sus pretensiones «científicas» y sus atrevidas
especulaciones. El profesor de Cambridge John Casey afirma: «Creo que me he librado
de la influencia de Freud, y odio la sociología freudiana, que siempre busca motivos
sexuales y "lapsus freudianos" en los motivos de actuación de las personas. Pero aún así
no me parece posible librarme de la figura de Freud. Creo que el pensamiento de Freud
ha deformado el pensamiento occidental, y que su pseudo-ciencia no dice nada nuevo
sobre el mundo. Como dijo Wittgenstein, "en Freud no hay sabiduría, sólo inteligencia"».
SEXUALIDAD Y LIBIDO
Algo hay de verdad en las teorías de Freud, dice el profesor Polaino. Pero añade que, en
conjunto, son interpretaciones sin apenas valor científico. Freud no ha liberado a la
humanidad, sino que la ha humillado. Ha pretendido que el hombre no se sienta ya
dueño de sus actos. Según Freud, nuestros actos responderían siempre a una motivación
inconsciente, de tal manera que no quedaría espacio para la libertad: el hombre de la
interpretación freudiana no es más que un autómata instintivo al servicio de la pulsión
sexual, más o menos latente.
Para Freud y todavía bastantes psiquiatras y psicólogos actuales (cada vez menos), la
religión no sería más que el efecto de conflictos reprimidos. Las actividades del yo, el
pensamiento, el juicio nacerían de la libido. Freud rechazó siempre la etiqueta de
pansexualismo. Pero de hecho, en su obra, la libido está en la génesis de todos los
trastornos mentales. Es más, se halla también en el origen de toda la Historia, la
Cultura, el Arte y la Religión, siempre productos --estos últimos-- de la sublimación de la
libido. El mismo desarrollo de la personalidad, desde el nacimiento a la madurez viene
explicado según hipotéticas etapas de evolución del instinto sexual, dentro del cual sería
normal (!) el complejo de Edipo. Casi todas las relaciones psicológicas del hombre
nacerían en esa zona instintiva sexual. De modo que si no es pansexualismo lo de Freud,
al menos es una hipertrofia increíble de lo sexual. En ese contexto, la vida religiosa y la
moral cristiana aparece como una enajenación o fuente de desequilibrios mentales.
Es bueno, por eso, recordar lo que ya hace lustros escribía Giambattista Torelló,
profundo conocedor tanto de la ciencia psquiátrica como del fenómeno religioso : «La
vida religiosa no engendra neuróticos, sino que es el neurótico quien deforma la vida
religiosa, y en determinados casos el enfermo da exclusivos o determinados contenidos
religiosos a su neurosis... Sería fácil pensar, juzgando por el contenido religioso de tales
neurosis, que son de origen religioso. Lo que sucede es muy distinto: la personalidad
neurótica se ha adueñado de la religiosidad para manifestarse, como habría podido, por
ejemplo, instalarse en la higiene, en la sexualidad o en los celos»
Vivir la religión cristiana no sólo no altera el equilibrio psíquico de las personas normales.
«Los ideales religiosos, vividos en intensa vida espiritual, pueden prevenir, y de hecho
previenen, algunos trastornos mentales, y a veces alivian e incluso curan estados en los
que los medios terapéuticos han resultado ineficaces» (Moore). C. Jung llega a afirmar
que el psicoanalista tendría pocos enfermos si la gente viviera de acuerdo con los
Mandamientos. Y Victor Frankl asegura que la religión «resulta también psicohigiénica;
es más, tiene eficacia en sentido psicoterapéutico, por cuanto recoge y ofrece asilo al
hombre y le da una seguridad sin par».
Antonio OROZCO