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Crisis socioambiental en Puchuncaví y Quintero:

¡otro ejemplo de que no podemos seguir viviendo así!

Después de dos semanas desde el inicio de la grave crisis socioambiental, se corre el riesgo de
que la coyuntura pase, como tantas otras, a la larga lista de desastres socioambientales en el
olvido. El Intendente de la Quinta Región levanto la alerta amarilla para las comunas de Quintero
y Puchuncaví; Sebastián Piñera, después de montar un espectáculo lleno de balbuceos y
propuestas parche, se fue en medio de incidentes; las autoridades de gobierno y las distintas
empresas, lejos de escuchar a las comunidades, se han embarcado en disputas internas por las
responsabilidades; la prensa por su parte, poco a poco, comienza a abandonar un territorio que
expresa una de las contradicciones mas salvajes del capitalismo: la búsqueda del progreso y el
desarrollo necesita precarizar ecosistemas y comunidades completas. Son parte del costo del
éxito. Pero no pasaran pocos meses antes de que, en otro lugar y de la misma u otra forma,
vuelva a estallar un conflicto ambiental que manifieste el carácter destructivo del sistema
económico-social, y por ende la necesidad de pensar un futuro completamente distinto.
Lo ocurrido en Quintero y Puchuncaví estas semanas, se suma a los casos del Huasco, Chiloé,
Caimanes, Petorca, y a una larga lista de casos que no podemos concebir como hechos aislados.
Las empresas necesitan contaminar, saquear, destruir y precarizar la vida para poder acumular
cada vez más y más capital. Es su lógica, y es un problema estructural. Sin embargo, no se puede
cambiar de un día para otro. Son muchas las barreras y privilegios que las empresas poseen, por
ende, es necesario proponer pasos urgentes para comenzar a revertir dicho escenario
desfavorable.
En primera instancia, se hace urgente una reestructuración de los servicios públicos de
evaluación y fiscalización ambiental (SEIA, SMA, SISS). El 28 junio el Consejo de
Ministros para la Sustentabilidad aprobó el proyecto de ley para la modificación del Sistema de
Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA). Estas modificaciones, lejos de regular las
consecuencias, apuntan a satisfacer y maximizar las inversiones y las ganancias del empresariado,
acelerando el proceso de aprobación de proyectos, y atentando contra la soberanía de las
comunidades y localidades afectadas sin importar los impactos sociales y ambientales. Es el
perfeccionamiento de la maquinaria institucional de aprobación de proyectos transformándola
en un simple “Check list”. A Esto se suma la SMA, a quienes le corresponde de forma exclusiva
ejecutar, organizar y coordinar el seguimiento y fiscalización de las Resoluciones de Calificación
Ambiental. Una reestructuración debería encaminarse a proporcionar mayor rigurosidad en las
fases iniciales de aprobación de proyectos (especialmente en lo que se refiere a la DEA y a las
líneas de base).
No obstante, cualquier cambio a la institucionalidad ambiental, debe irrestrictamente
implementar medidas que promocionen el desarrollo de soberanía y democracia por parte de las
comunidades. Como afectados directos, deben ser parte vinculante de cualquier decisión que se
tome sobre sus territorios. En este sentido, es urgente: i) la participación y control democrático
de las comunidades afectadas por la intervención extractivista en los procesos de toma de
decisión y en las resoluciones de los servicios de evaluación y fiscalización ambiental del Estado;
ii) garantizar la voz de los no propietarios, la interlocución tiene que dejar de estar limitada a los
propietarios de tierras, derechos de aguas y medios de producción; iii) exclusión total de estos
entes públicos de aquellas personas (naturales o jurídicas) con conflictos de interés, y; iv) carácter
vinculante de las sanciones para aquellas empresas que incumplan la normativa ambiental.
Si en su momento la institucionalidad sirvió para promocionar y atraer inversión privada hacia
los sectores estratégicos, una política que ponga en la palestra la reconfiguración de los servicios
de evaluación y fiscalización ambiental estaría encaminada a destrabar o “desincentivar” la
participación de actores privados con afán de lucro y destrucción. Es solo un paso, ya que la
tarea de largo aliento es la transformación de la matriz productiva y energética que moldea y
exprime a los distintos territorios y comunidades. Sin duda hay que avanzar hacia una política de
expropiación a las grandes empresas energéticas, actualmente en proceso de centralización, en
tanto que ningún interés público justifica su actividad desregulada y orientada por el lucro.
Estas medidas, como dijimos anteriormente, deben acompañarse del fortalecimiento de la
capacidad decisional del pueblo trabajador en todos sus niveles, única garantía para que se pueda
impulsar una política de expropiación de las empresas energéticas y de transición productiva que
cambie radicalmente el metabolismo socioambiental basado en el extractivismo y la matriz
primario-exportadora. El problema es estructural, necesitamos otra forma de producir. No
obstante, se hace urgente avanzar en medidas que destraben estas lógicas destructivas del gran
empresariado y doten a las comunidades de herramientas de defensa, o a esta altura más bien de
subsistencia.

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