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Comentario al Evangelio del 3 de febrero de 2019, IV Domingo del Tiempo Ordinario

Texto: Lc 4,21-30

La libertad de ser transparentes

Jesús se mueve con toda libertad. Su presencia en la Sinagoga le permite manifestar con toda
claridad que la profecía de Isaías se cumple en el “hoy” de su persona. Es tan nítida su explicación,
que recibe de quienes lo escuchan una aprobación sorprendida. Pero una vez que les muestra la
cerrazón en que los estaciona su costumbre, se enfurecen contra él y desean despeñarlo. Con la
misma libertad, pasa por en medio de ellos y se aleja. El Señor no depende en su acción y en su
enseñanza de lo que pueda suscitar la aprobación o el rechazo de los hombres. Se debe únicamente
a la voluntad de su Padre. Nunca negocia la verdad de su misión. No esconde dobles intenciones ni
pretende manipular a sus oyentes. No es groseramente contestatario, pero tampoco evade las
resistencias que genera. En esta consistencia radica la solidez de su persona y la credibilidad de su
mensaje. Es plenamente transparente. Todas sus palabras expresan la verdad de Dios. Toda su
operación revela el amor misericordioso del Padre y su designio de salvación. Decir la verdad y hacer
el bien puede despertar simpatías, pero también resultar incómodo para quienes sienten
amenazadas sus tradiciones o intereses. Aparece entonces la tentación de ser políticamente
correcto, de adaptar la verdad a las modas o de acomodar la justicia conforme a las conveniencias.
La dulzura de Jesús y la alegría de su Evangelio no tiene nada de blandenguería. Es, por el contrario,
valiente confianza de quien tiene su raíz en Dios. No es necesario reprimir el gusto ante las rectas
satisfacciones, pero tampoco hay que vivir dependiendo de gratificaciones. La prudencia no consiste
en un silencio cómplice, sino en hablar y actuar en el momento oportuno. Para ello hace falta
también la fortaleza, que sabe asumir las dificultades que comporta el perseverar en el bien. El “hoy”
de nuestra vida nos desafía con nuevas modalidades de fidelidad a la verdad y a la transparencia.
Como discípulos de Jesús, ungidos con su Espíritu, ahí se encuentra también nuestra identidad y
nuestra libertad de hijos de Dios.

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