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Durante el 2018 la región registra tasas de crecimiento económico heterogéneas, que a

nivel global acumulado fue de 1,5 por ciento y para el año 2019 se espera un 1,7 por
ciento.
Para evaluar la economía boliviana utilizamos las cifras del Presupuesto General del
Estado (PGE) que es un instrumento de política económica que registra numéricamente
los recursos, los gastos y financiamiento previstos para la ejecución de las políticas
públicas, programadas para la gestión de un año fiscal por cada una de las instituciones
públicas.

Durante el 2018 registró un alto déficit fiscal, escaso ajuste en el gasto


público, mayor endeudamiento público, desaceleración de la inversión
pública, declinación de la producción hidrocarburífera y sequía en la inversión
privada, fueron características que son una preocupación de la situación
macroeconómica del país.

A pesar de la leve recuperación de los ingresos por exportaciones como


efecto de la mejora en los precios internacionales de las materias primas,
entre ellas del petróleo que de una previsión de 45,5 dólares el barril en el
PGE (Presupuesto General del Estado) 2018 alcanzó a $us 70, la economía
de Bolivia sigue desacelerada, por el cambio de las expectativas optimistas a
pesimistas, por parte de los agentes económicos. Si aún el crecimiento
económico es aceptable, también es vulnerable su sostenibilidad por su
elevada dependencia de la exportación del gas a dos mercados con contratos
y con fechas de vencimiento en los próximos años, con la Argentina el año
2026 y con Brasil el año 2019, y además con yacimientos limitados.

Del 2006 al 2018 continúa apostando a la expansión del gasto público


financiado con desahorro público, crédito del Banco Central de Bolivia y
endeudamiento externo, con la finalidad de obtener ingresos adicionales
cuando comiencen a entrar en operación con la venta de urea, electricidad,
litio, turismo, entre otros.

Las cifras de crecimiento económico y tasa de inflación esperada para el 2018


son de 4,70 por ciento y 2,79 por ciento respectivamente, complementado
con un déficit fiscal respecto al PIB de 8,32 por ciento (Ver Gráficos 1,2,3 y
Cuadro 1) y un déficit de balanza comercial respecto del PIB de 0,9 por ciento,
que significa que persisten los desequilibrios interno y externo, no sostenible
porque el financiamiento del gasto público con crédito interno y crédito
externo es finito y restrictivo según principios y fundamentos económicos.

La gestión 2018 marca una leve recuperación de la economía boliviana. Si en


2017 el PIB había llegado sólo al 4,2 por ciento, este año (al menos oficialmente)
subió a poco más de 4,5 por ciento, pero es sólo una recuperación leve y a costa
de otros pagos: la deuda externa subió hasta el 40 por ciento del PIB, las
Reservas Internacionales Netas (RIN) bajaron de 15 mil millones de dólares en
2014 hasta 8,500 millones en 2018, y el tipo cambiario es una “burbuja”.
Así lo evalúa la Fundación Milenio, en un informe, advirtiendo que, en esta situación, el
futuro económico de Bolivia es muy incierto, considerando, además, que el contrato de venta
de gas a Brasil fenece el año venidero, en un contexto de agotamiento de reservas y de
barreras persistentes a la atracción de inversiones y el desarrollo de nuevos proyectos de
exploración y explotación. “Y para colmo, 2019 es un año electoral en Bolivia, lo que hace
de su futuro más incierto todavía”, agrega Henry Oporto, director de la fundación.
Según el informe (secundado por analistas económicos consultados por este medio), a pesar
de las condiciones externas más favorables en 2017 y 2018, el modelo económico vigente
demostró ser extremadamente sensible y vulnerable a la caída de los precios de exportación
(especialmente de hidrocarburos), que, de hecho, redujo los ingresos externos y fiscales,
generándose déficits externos y fiscales tras varios años de superávits.
El ritmo de crecimiento económico se redujo desde 2015 (desaceleración). En 2014, el PIB
creció 5 por ciento; en 2017, éste redujo a 4,2 por ciento.
En 2017, el PIB minero creció en apenas 1,6 por ciento y el de hidrocarburos cayó en 2,4 por
ciento.
En cuanto a la balanza de pagos, en 2017, el déficit en cuenta corriente fue de 6,4 por ciento
(que se mantenía hasta mitad de 2018) y el déficit del Sector Público No Financiero (SPNF),
de 7,8 por ciento del PIB, lo cual ha implicado un aumento del endeudamiento externo
público de 2.160 millones dólares y, consiguientemente, de la deuda pública total de 3.713
millones de dólares. El elevado endeudamiento externo, según Milenio, ha amortiguado e
incluso evitado una caída más pronunciada de las RIN, que en 2017 se redujeron en 179
millones de dólares, muy por debajo de las caídas de observadas en 2015 y 2016.
Según la fundación, la situación evidencia la fragilidad y el agotamiento del modelo de
crecimiento económico basado mayormente en el uso de recursos externos para financiar el
impulso fiscal, a través del gasto e inversión pública.
Según Milenio, de no mediar un ajuste fiscal oportuno, la situación es muy delicada para
2019 y 2020. Asimismo, el peso de la deuda ganaría mucha relevancia con relación a las
exportaciones y con la deuda total escalando al 66,7 por ciento del PIB. Por cierto, son
condiciones que eventualmente harían cada vez más difícil el acceso al financiamiento
externo, el cual, ya hoy mismo, se constituye en la base del crecimiento de la economía
boliviana.

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