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La ley marcial en la Argentina

Por Carlos Baeza (*)

1. Estado de sitio y ley marcial.

A mediados del mes de junio pasado se cumplieron 50 años desde la última vez en que se
decretara en nuestro país la ley marcial; y si bien, afortunadamente, no fueron muchas las
ocasiones en que se recurriera a este instituto, lo cierto es que las graves consecuencias
que acarreara en los contados casos en que tuviera vigencia, ameritan un análisis en torno
a si es posible su reconocimiento en el marco del Estado de derecho.

La Constitución Nacional regula la institución del estado de sitio mediante el cual, en los
casos en que se pongan en peligro la misma o las autoridades por ella constituidas, ya sea
por conmoción interior o ataque exterior, el Estado puede suspender durante su vigencia,
los derechos y garantías individuales, confiriendo igualmente al presidente la atribución
para detener personas o trasladarlas de un punto a otro del territorio, si ellas no optaren
por salir del mismo (arts. 23; 61; 75 inc. 29 y 99 inc. 16). Por el contrario, la Ley
Fundamental no contempla en forma expresa la denominada ley marcial, no obstante lo
cual se ha recurrido a ella en algunas ocasiones de nuestro pasado institucional.

Es útil tener presente que los Padres Fundadores al momento de redactar la Constitución,
se apartaron del modelo de los EE.UU. y adoptaron la institución francesa del estado de
sitio. En efecto: el texto norteamericano contempla únicamente el caso de la suspensión
del hábeas corpus en los casos en que la gravedad de la situación así lo exige. En tal
forma, el art. 1°, S. IX, 2 dispone: "El privilegio del auto de hábeas corpus no será
suspendido, excepto cuando en casos de rebelión o invasión, la seguridad pública lo
requiera". Los antecedentes nacionales inspirados en esta cláusula, la habían receptado en
forma similar y así lo consagraba el Decreto de Seguridad Individual del 23 de noviembre
de 1811 al decir que: "Sólo en el remoto y extraordinario caso de comprometerse la
tranquilidad pública o la seguridad de la patria, podrá el gobierno suspender este decreto
mientras dure la necesidad..."(art. 9°). También lo contemplaban los proyectos de
Constitución de 1812-1813: así, el elaborado por la Comisión ad-hoc establecía que: "No
podrá el Congreso suspender la ley de seguridad individual, sino cuando la salud pública lo
exija, en los casos precisos de rebelión o de invasión de enemigos extraños" (C. XIV, art.
20). Por su parte el proyecto de la Sociedad Patriótica disponía: "La observancia de los
artículos que comprenden la seguridad individual nunca puede suspenderse, sino en el
caso de traición pero esta suspensión sólo tendrá lugar en cuanto a la aprehensión de la
persona" (art. 206).En idéntico sentido se pronunciaron el Estatuto Provisorio de 1815; el
Reglamento provisional de 1817 y las Constituciones de 1819 y 1826.

Por el contrario, los constituyentes de 1853, siguieron el proyecto de Alberdi basado a su


vez en la Constitución chilena de 1833 según la cual: "Declarado algún punto de la
República en estado de sitio, se suspende el imperio de la Constitución en el territorio
comprendido en la declaración, pero durante esta suspensión, y en el caso que usase el
Presidente de la República de facultades extraordinarias especiales, concedidas por el
Congreso, no podrá la autoridad pública condenar por sí, ni aplicar penas. Las medidas
que tomare en estos casos contra las personas, no pueden exceder de un arresto o
traslación a cualquier punto de la República" (art. 161). El mismo Alberdi, al explicar la
fuente chilena, decía que la norma en examen "es una de las que forman su fisonomía
distintiva y su sello especial a la que debe este país su larga tranquilidad"; y comentaba
que precisamente Chile había demostrado que "entre la falta absoluta de gobierno y el
gobierno dictatorial hay un gobierno regular posible; y es el de un presidente constitucional
que pueda asumir las facultades de un rey en el instante que la anarquía le desobedece
como presidente republicano" [1]

No obstante el texto es cuestionado por Carrasco Albano -comentarista de la Constitución


chilena- para quien "La seguridad y la libertad es en verdad un precioso derecho de cada
ciudadano; pero ese privilegio, ese derecho puede suspenderse cuando es inconciliable
con la salud pública y el interés nacional. Felices mil veces felices los países cuyas
instituciones liberales están bastante arraigadas en el espíritu de los ciudadanos, cuya
constitución política se halla en bastante armonía con los intereses, con las opiniones, con
las creencias del mayor número, para que la autoridad pública no haya menester un poder
dictatorial a fin de consolidar el orden que los medios constitucionales no alcanzan a
sostener". Y agregaba: "El orden público, ¿sólo podría restablecerse con la suspensión del
imperio de la Constitución fundamental del Estado?. No lo creemos. Este artículo establece
nada menos que la anarquía legal, el desgobierno constitucional, si esas palabras pueden
conciliarse. Una vez suspendida la Constitución el orden político que ella establece cae por
tierra, o por lo menos queda también en suspenso" [2]

Un antecedente en lo que hace a la utilización del término “estado de sitio”, si bien con un
alcance distinto, es posible encontrarlo en la ley francesa del 8 de julio de 1791 la cual en
su art.5° distinguía tres supuestos: a) estado de paz, en el cual en las plazas de guerra y
puestos militares, tanto la policía como todos los actos del poder civil, se encontraban en
manos de las autoridades civiles, quienes debían velar por la observancia de las leyes;
mientras que la autoridad militar sólo ejercía su competencia en lo referente a las tropas y
las cosas dependientes de su servicio; b) estado de guerra, en el cual si bien la distribución

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de competencias era similar, la autoridad militar podía requerir colaboración en las medidas
que hicieran a la seguridad; y c) estado de sitio, en el cual todas las atribuciones
correspondientes a las autoridades civiles pasaban al comandante militar quien las ejercía
exclusivamente bajo su responsabilidad [3]

Tal como se desprende de la norma glosada, el estado de sitio al contemplar la situación


que se originaba por el cerco tendido sobre una ciudad o territorio, revistaba mayor
gravedad que el estado de guerra y de allí la atribución exclusiva de poderes conferidos a
la autoridad militar. Posteriormente, el concepto se fue ampliando a aquellos casos de
perturbación del orden público en los que era menester adoptar medidas expeditivas para
restablecerlo.

Sin embargo, esa normativa sólo representa un antecedente en lo que hace a la utilización
de la expresión “estado de sitio” pero de manera alguna puede considerarse como
fundamento del régimen argentino el cual, como se viera, reposa en el modelo chileno de
1833.

2. Ley marcial.

Bajo la denominación de ley marcial se alude al estado de excepción que por causas
graves no remediables mediante la declaración del estado de sitio, dispone la sujeción de
todos los habitantes del país a las leyes y autoridades militares, quienes así pueden ser
sometidos a juicios sumarísimos a través de cortes marciales para su juzgamiento y
posterior condena que, en principio, conlleva la pena de muerte.

Ya Montes de Oca señalaba las diferencias entre ambos institutos al decir que el estado de
sitio se distingue de la ley marcial "en que durante el imperio de ésta, se somete los actos
de los particulares a los tribunales militares, que absorben todos los resortes de la
judicatura; mientras que el estado de sitio no anula los tribunales ordinarios, ni afecta más
garantías que las que expresamente suspende. Se comprende, entonces, el error en que
incurría Manuel Rafael García al decir: 'La declaración de la ley marcial en sustitución de
las leyes ordinarias, llámase estado de sitio de un Estado o distrito; produce la suspensión
del curso natural de la justicia ordinaria, y las garantías que, en su aplicación, deben
encontrar los procesados'" [4]

Para Joaquín V. González la ley marcial "importa someter los actos de los ciudadanos al
juicio de tribunales militares en estado de guerra en que no hay más autoridad ni derecho,
o cuando en circunstancias normales se someten a la justicia militar actos que
exclusivamente le corresponden por su naturaleza" [5]

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Por su parte Alcorta entiende que la ley marcial "no es sino el imperio del poder militar en el
estado de guerra, y hasta donde las operaciones militares y la seguridad misma de los
ejércitos la reclaman en su aplicación a las cosas y a las personas. Nace con la guerra, y
está en vigencia y desarrolla todo su poder durante la guerra. Es la ley de la guerra con las
limitaciones que los principios del derecho le imponen en el estado actual de la civilización"
[6] Precisamente Bielsa también afirma que la ley marcial es, por definición, la ley de la
guerra, pues proviene de martialis, es decir, lo que es de Marte, dios de la guerra [7]

3- El caso "Milligan".

Tal medida de excepción se origina en Inglaterra si bien en los primeros tiempos la ley
marcial se confundía con la ley militar que, inclusive, en tiempos de paz rige en la
organización de los ejércitos. También en los EE.UU. existen numerosos antecedentes en
la materia, como por ejemplo, en junio de 1775 cuando durante la guerra de la
Independencia, el general Gage, jefe de las fuerzas inglesas, declaró la ley marcial en
Boston; en tanto en noviembre del mismo año Lord Dunmore hizo lo propio en Virginia; o
en 1846 con motivo de la guerra con México o durante la guerra de secesión [8] Igualmente
este instituto es recogido por otras legislaciones, tal como acontece en Francia con la ley
de 1789 que regulaba las formalidades que debía cumplimentar la autoridad municipal en
caso de turbulencias sediciosas y reuniones armadas que obligaban a desplegar la fuerza
militar.

Sin embargo, debe señalarse que la jurisprudencia estadounidense fue reacia a legitimar el
uso de la ley marcial en varios pronunciamientos, y fundamentalmente en el caso "Milligan"
donde se sostuvo: “La Constitución de los Estados Unidos es una ley tanto para los
gobernantes como para el pueblo, lo mismo en la guerra como en la paz, y cubre con el
manto de su protección a toda clase de individuos, en todos los tiempos y bajo todas las
circunstancias. Ninguna doctrina que envuelva consecuencias más perniciosas fue jamás
inventada por el ingenio del hombre como la de que sus disposiciones pueden ser
suspendidas durante cualquiera de las grandes exigencias de gobierno. Una doctrina
semejante conduce directamente a la anarquía o al despotismo; pero, además, la teoría de
la necesidad sobre la que está basada es falsa; porque el gobierno, dentro de la
Constitución, tiene conferidos todos los poderes necesarios para preservar su existencia;
como ha sido felizmente demostrado por el resultado de los mayores empeños para
derribar su justa autoridad. ¿Algunos de los derechos garantizados por la Constitución han
sido violados en el caso de Milligan y si así fuera cuáles son?. Todo tribunal involucra el
ejercicio del poder judicial; y ¿de qué fuente ha derivado su autoridad la comisión militar
que lo juzgó?. Ciertamente ninguna porción del poder judicial del país fue conferida a ella;
porque la Constitución expresamente lo inviste ‘en una Suprema Corte y en los demás
tribunales inferiores que el Congreso pueda de tiempo en tiempo crear y establecer’, y no

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se ha pretendido que la comisión fuera un tribunal creado y establecido por el Congreso.
Ello no puede justificarse por el mandato del Presidente, porque él está controlado por la
ley y tiene su esfera propia de deber, que consiste en ejecutar, y no hacer, las leyes; y no
existe ‘ningún código criminal no escrito al que haya podido recurrirse como una fuente de
jurisdicción’. Pero se ha dicho que la jurisdicción deriva de las ‘leyes y usos de la guerra’.
No puede servir a ningún propósito útil inquirir cuáles son esas leyes y usos, dónde se
originaron, dónde se encuentran y a quiénes rigen; ellos nunca pueden ser aplicados a
ciudadanos en Estados Unidos que han sostenido la autoridad del gobierno, y donde los
tribunales están abiertos y no obstruidos sus procedimientos”.

También se dijo que “ningún uso de guerra podría sancionar, en un juicio militar, por un
delito cualquiera de un ciudadano en la vida civil y de ninguna manera vinculado con el
servicio militar. El Congreso no podría conceder poder semejante; y sea dicho en honor de
nuestra legislación nacional que nunca pretendió su ejercicio motivado por el estado del
país. Por consiguiente, una de las más claras disposiciones constitucionales fue violada
cuando Milligan fue juzgado por un tribunal no creado ni establecido por la Constitución y
no compuesto de jueces nombrados mientras dure su buena conducta…La ley marcial,
establecida sobre tales bases destruye todas las garantías de la Constitución y hace, en el
hecho, ‘al poder militar independiente del poder civil y superior a éste’; lo que fue intentado
por el rey de Inglaterra y considerado por nuestros padres como un delito tan grave como
para exponerlo ante el mundo como una de las causas que los llevaron a declarar su
independencia. La libertad civil y una ley marcial semejante no pueden coexistir al mismo
tiempo; el antagonismo es irreconciliable y, en tal conflicto, una u otra debe perecer”. Se
concluyó así en que “la ley marcial no puede existir nunca donde los tribunales están
abiertos y en el ejercicio debido y no turbado de su jurisdicción; su imperio está
circunscripto al lugar de la guerra efectiva”[9]:

4. Antecedentes nacionales.

En nuestro país cabe recordar las normas que castigaban a los salteadores de caminos
según las cuales todos los reos que se aprehendan por las partidas de tropas
comisionadas en su persecución y sean salteadores de caminos fueran puestos a
disposición de los respectivos capitanes y comandantes generales para que procediendo
militarmente contra ellos, se juzguen en consejo de guerra ordinario de oficiales (Ordenes
del 30 de marzo de 1801 y 10 de abril de 1802). Posteriormente, fue sancionado el bando
del 14 de marzo de 1820, según el cual “todo el que fuere aprehendido robando o con
prenda robada de cualquier valor que fuere, será fusilado en el instante y colgado”; e
igualmente, “todo el que hiriere o matare, por embriaguez o deliberadamente, será fusilado
en la hora, y ahorcado, previo un corto sumario verbal del mismo Juzgado” .

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En realidad, en estos antecedentes no se utilizaba el instituto de la ley marcial sino las
normas específicas reguladas por el régimen de los códigos de justicia militar. De allí que
es menester distinguir entre ley marcial y ley militar. "La primera es la ley de la guerra que
obedece a principios especiales puesto que da reglas para una situación especial:
establece las reglas a que deben someterse las relaciones de los beligerantes y, más que
eso, las relaciones de éstos con los demás habitantes del teatro de la guerra. La segunda
es la ley ordinaria del ejército que rige a todos los que forman parte de él, tanto en tiempo
de paz como en tiempo de guerra; y si bien entre sus disposiciones se suele comprender
las de aquella, no es ese su objeto primordial, ni le quita su carácter" [10]

Posteriormente, una ley de 1821 dispuso la aplicación de la ley marcial en caso de


conspiraciones o maquinaciones directas, comprendiendo como tales a la reunión de gente
armada para derrocar la Constitución, o para impedir la reunión de las Cortes, alterar sus
deliberaciones o atacar la seguridad de sus integrantes; la reunión de personas que por
vías de hecho o amenazas impidiera la reunión de juntas electorales o coartara el derecho
de los electores; o la reunión sediciosa tendiente a armar a los habitantes unos contra
otros, entre otras causales [11]

5. El caso "Segura".

Durante la presidencia de Sarmiento se recurrió a esta medida por decreto 7359 del 4 de
marzo de 1869 según el cual “Todo ciudadano que tome las armas para resistir con el
Gobernador de San Juan, las resoluciones de las autoridades nacionales, será
considerado en rebelión contra ellas, y por lo tanto sujeto a las leyes militares que rigen el
caso” Precisamente y como consecuencia de dicha medida se produjo la detención y
posterior ejecución militar del ciudadano Zacarías Segura, por orden del General
Arredondo. El hecho motivó un extenso debate en la Cámara de Senadores y en cuyo
transcurso en la sesión del 17 de junio de 1869, el senador Zavalía señaló las infracciones
cometidas en violación de claros preceptos constitucionales.

En primer lugar y en cuanto a la pena en sí, señaló que no obstante que la Ley
Fundamental en su art. 18 prohibe la pena de muerte por causas políticas, Segura había
sido condenado y ejecutado "por cómplice en las correrías de los montoneros de
Guayama, o como uno de esos montoneros. El delito de rebelión del que era acusado, es
evidentemente un delito político, pues que tendía a subvertir el orden público". Y respecto
al procedimiento destacó la prohibición también contemplada por el mismo artículo 18 de la
Constitución, de sacar al procesado de sus jueces naturales o de ser juzgado por
comisiones especiales, no obstante lo cual Segura había sido privado de tal garantía y
arrastrado a un consejo de guerra. Dijo finalmente que "en cuanto a la competencia del
Juzgado, es clara y terminante también la ley de Justicia Nacional, que difiere a los jueces

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de sección la facultad de conocer de los delitos de rebelión".

El Ministro de Guerra sostuvo que "En la última derrota que sufrió el bandolero y asesino
Guayama, se aprendieron a dieciséis o veinte bandidos más. Entre ellos estaba Segura. El
general Arredondo los sometió como a tales cuadrilleros a un consejo de guerra. Fueron
juzgados y sentenciados por las leyes vigentes; a Segura con la pena de ser pasado por
las armas, doce bandidos más fueron destinados a la tropa de línea, y dos puestos en
libertad inmediatamente por no tener culpa alguna. Procedió así el general Arredondo, por
órdenes que había recibido del Gobierno, de someter a los salteadores de caminos, según
las leyes vigentes, a un consejo de guerra".

A su turno el Ministro del Interior si bien reconoció la prohibición constitucional de aplicar la


pena de muerte por causas políticas, argumentó que los detenidos eran autores sólo de
crímenes comunes y se refirió igualmente a los delitos conexos, recordando que la ley
entonces vigente disponía que cuando un delito común vaya acompañado de un crimen
político, se debía imponer la mayor pena que correspondía a dicho crimen, concluyendo en
que tanto Segura como sus compañeros habían cometido solo delitos comunes, asaltando
y saqueando propiedades.

También defendió la medida el Ministro de Relaciones Exteriores quien al referirse al grupo


apresado dijo que se trataba "de una gavilla de salteadores y de bandidos que se ocupan
en sembrar la desolación y el espanto por toda la República. Esa gavilla es vencida en un
combate y los reos tomados son entregados a la justicia nacional que manda sumariarlos y
encuentra comprobado que se han cometido varios saqueos y asesinatos, y aun creo que
varios incendios".

Por el contrario, el senador Mitre cuestionó duramente la ejecución de Segura sosteniendo


que se trataba de “un asesinato porque todo hombre que no es muerto por sentencia de su
juez natural, está mal muerto; y porque aun cuando pueda serlo con motivo, no lo es con
justicia y con legalidad. La administración de justicia en lo criminal ha sido establecida,
para garantir la seguridad de los que viven tranquilos en su hogar, pero también, y muy
principal y directamente, para garantir la vida de los desgraciados que caen bajo su
jurisdicción. Los Tribunales y los jueces han sido instituidos para juzgar los delitos y
sentenciar los criminales con arreglo a las leyes. Las leyes militares sólo rigen a los
militares. Aplicarlas al castigo de delitos comunes o de individuos que no corresponden a
su jurisdicción, es lo que se llama la aplicación de la ley marcial, aunque esta no se
proclama abiertamente, y lo que constituye el asesinato, es hacerlo, y hacerlo en tiempo de
paz”. Sostuvo luego que "Eduardo Coke, el oráculo de la jurisprudencia inglesa, lo ha dicho
hace doscientos años: 'Si un lugarteniente u otro munido de comisión o autoridad militar,
ahorca o de otra manera ejecuta en tiempo de paz a un hombre so color (by color) de ley

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marcial, esto es un asesinato'". Citó también la Constitución de Maryland según la cual:
"Siendo contrario a la Magna Carta castigar a un hombre libre por la ley marcial, es
asesinato ejecutarlo". Entendía que tanto cuando la ejecución tuviera lugar aplicando el
código militar, o por parte de un Tribunal militar invocando otra ley, el caso era igual, ya que
el detenido no correspondía a esa jurisdicción; y agregaba que la ley marcial “o lo que es lo
mismo, el código militar o la competencia de los tribunales militares aplicada a los delitos
comunes con exclusión de las leyes y los jueces ordinarios o naturales, no es institución de
los pueblos libres”; y por tanto, nuestra Constitución, al admitir el estado de sitio “ha
determinado las facultades de que únicamente puede usarse sin alterar las leyes ni las
jurisdicciones en cuanto a las personas. El estado de sitio es la negación expresa de la ley
marcial” [12]

6. El golpe de Estado de1930.

El 6 de setiembre de 1930 y como consecuencia del golpe militar que derrocara al


presidente Hipólito Yrigoyen, se dictó un Bando, que con la firma del Teniente General José
Félix Uriburu, en su calidad de Comandante en Jefe del Ejército y Presidente del Gobierno
Provisorio, y del Teniente Coronel Emilio Kinkelin como Secretario General del mismo
gobierno, establecía: "Teniendo el movimiento militar que se ha constituido en Gobierno
Provisorio de la Nación como misión primordial la conservación del orden en mira de
asegurar las más absolutas garantías de la vida, propiedad y seguridad de los habitantes
de la Nación, previene al pueblo de lo siguiente: 1° Todo individuo que sea sorprendido en
infraganti delito contra la seguridad y bienes de los habitantes, o que atente contra los
servicios y seguridad pública, será pasado por las armas sin forma alguna de proceso. 2°
Las fuerzas que tengan a su cargo el cumplimiento de este bando, solo podrán hacerlo
efectivo bajo la orden y responsabilidad de un oficial del Ejército de mar y tierra de la
Nació. Los suboficiales que sorprendan a cualquier individuo en las condiciones
antedichas, deberán detenerlo y someterlo de inmediato a la disposición del primer oficial a
su alcance para su ejecución".

En realidad el Bando, si bien instituía la sujeción de los habitantes a la jurisdicción militar,


sin proceso alguno y con aplicación de la pena de muerte, no declaraba formalmente la
existencia de la ley marcial. De allí que como afirmara Sánchez Viamonte, en este caso, "la
ley marcial no es la imposición de la justicia militar y del Código de Justicia Militar a las
personas civiles y con motivo de delitos comunes, según las definiciones generalmente
aceptadas. No es solamente un régimen de rigor y fuerza; es también un régimen de
arbitrariedad. La vida de las personas queda a merced de cualquier suboficial; menos aún,
de cualquier soldado. Basta afirmar que se ha sorprendido a un individuo en flagrante
delito, no importa el grado de gravedad, para obtener que sea pasado por las armas
inmediatamente 'sin forma alguna de proceso'. Huelga todo comentario jurídico" [13]

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Por aplicación de dicho Bando -y según lo recuerda el mismo autor- fueron ejecutados
dos personas de apellido Gatti y Gagliardo (uno de ellos menor) y luego otros dos llamados
De Giovanni y Scarfó, si bien en este caso se los sometió a proceso sumarísimo en base al
Código de Justicia Militar y con derecho de defensa, la que estuvo a cargo del teniente
Franco -en nombre de Di Giovanni- quien por haber esgrimido la inexistencia de ley
marcial, fue expulsado del Ejército y sometido a prisión rigurosa.

Con fecha 5 de febrero de 1931, el gobierno sancionó un decreto complementario según el


cual: "Art. 1°. Será condenado a la pena de muerte, todo individuo sorprendido in fraganti
en la comisión de los siguientes delitos: a)Atentados contra el gobierno constituido o los
miembros de los poderes públicos; b)Atentados contra la seguridad pública, causando
incendio, explosión o inundación,con peligro de muerte para las personas; c) Atentados
contra las tropas, materiales o medios de comunicación del Ejército o Armada; d)Atentados
contra la seguridad de los medios de transporte o de comunicación, capaces de producir la
muerte de las personas; e)Atentados contra el orden público, por medio de intimidación,
tumultos o agresión con armas; f)Agresión o resistencia armada contra la autoridad;
g)Atentados contra los servicios públicos imprescindibles para la población; h)Homicidio
cometido en banda o por cualquier otro medio capaz de causar grandes estragos, o con el
fin de compeler a tomar parte en una huelga, boicot o asonada; i) Otros hechos de análoga
gravedad. Art. 2°. Los que de cualquier modo inciten, conspiren o se comploten sea para la
comisión de los delitos enumerados en el artículo anterior o para provocar la indisciplina e
impedir el cumplimiento de las Leyes Militares, serán condenados a la pena de prisión. Art.
3°. Igual pena sufrirán los particulares que se apropien o retengan indebidamente en su
poder, armas de propiedad de la Nación, como también los que hagan ostentación de
armas en la vía pública. Art. 4°. La aplicación de las penas impuestas en los artículos
anteriores se hará por Tribunales Militares, de acuerdo con el procedimiento del juicio
sumario en tiempo de paz, debiendo conocer en sus recursos el Consejo Supremo de
Guerra y Marina (artículo 498 del Código de Justicia Militar), (R.L.M. 2). Art. 5°. Autorízase
a los comandantes de División de Ejército, a los Jefes de Regiones Navales, a los Jefes de
Fuerzas Navales y buques sueltos y al Jefe de Martín García, a los efectos de la aplicación
de la Ley Marcial, para constituir Consejos de Guerra Especial, en los casos del inciso 3°
del artículo 53 del Código de Justicia Militar (R.L.M. 2)". Finalmente, el 5 de julio de 1931
quedaron sin efecto todas estas normas a haber desaparecido las causas que las
originaran.

7. La ley marcial en 1943.

Habiéndose producido un nuevo golpe de estado el 4 de junio de 1943, y por el que se


derrocara al presidente Ramón S. Castillo, ese mismo día el General Guillermo Rawson y

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mediante decreto n° 1 dispuso: "Habiéndome hecho cargo del gobierno de la Nación, en
carácter de jefe del movimiento militar y no obstante haber observado el pueblo de la
República una conducta ejemplar ante los acontecimientos ocurridos, siendo deber
irrenunciable de quien asume en estos momentos la responsabilidad de los destinos de la
Nación prever cualquier intento de perturbación del orden y tranquilidad pública y atentados
contra la vida y propiedad privadas, ordeno: 1° Declárase vigente en todo el territorio de la
Nación el imperio de la Ley Marcial". Al desaparecer las causas que la motivaran la medida
fue dejada sin efecto por decreto n° 28 del 8 de junio del mismo año.

8- La última declaración de la ley marcial en 1956.

Finalmente, habiendo sido depuesto el presidente Juan Domingo Perón el 16 de setiembre


de 1955, al año siguiente un grupo de militares y civiles encabezaron un movimiento
contrarrevolucionario contra el gobierno del presidente Eugenio Aramburu el que fuera
prontamente sofocado. Como consecuencia de ello el 9 de junio de 1956 se sancionaron
dos decretos-leyes: el n° 10.632 expresaba en sus considerandos: "Que la situación
provocada por elementos perturbadores del orden público obliga al Gobierno provisional a
adoptar con serena energía las medidas adecuadas para asegurar la tranquilidad pública
en todo el territorio de la Nación, así como el normal cumplimiento de las finalidades de la
Revolución Libertadora", por lo cual el art. 1° dispuso: "Declárase la vigencia de la ley
marcial en todo el territorio de la Nación".

El segundo decreto que lleva el n° 10.363, reglamentando la medida estableció: "Art. 1°.
Durante la vigencia de la ley marcial serán de aplicación las disposiciones de la ley 13.234
de Organización General de la Nación en tiempos de guerra. Art. 2° Todo oficial de las
fuerzas armadas en actividad y cumpliendo actos de servicio, podrá ordenar juicio
sumarísimo con atribuciones para aplicar o no pena de muerte por fusilamiento a todo
perturbador de la tranquilidad pública. Art. 3°: A los fines de interpretación del art. 2° se
considerará como perturbador a toda persona que: porte armas, desobedezca órdenes
policiales o demuestre actitudes sospechosas de cualquier naturaleza".

Por último, el 10 de junio se sancionó el decreto-ley 10.364 según el cual: "Art. 1°.
Impónese la pena de muerte por fusilamiento a los siguientes individuos: coronel (R)
Alcibíades Eduardo Cortinez; coronel (R) Ricardo Salomón Ibazeta; teniente coronel (R)
Oscar Lorenzo Cogorno; capitán Dardo Néstor Cano; capitán Eloy Luis Caro; teniente
primero Jorge Leopoldo Noriega; teniente primero de banda Néstor M. Marcelo Videla;
suboficial principal Miguel Angel Paolini; suboficial principal Ernesto Garecca; sargento
Hugo Eladio Quiroga y cabo primero músico Miguel José Rodríguez. Art. 2°. La ejecución
será cumplida de inmediato por la autoridad militar en cuyo poder se encuentren los
detenidos".

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Los once fusilamientos tuvieron lugar en Campo de Mayo ( Cortínez; Cano; Ibazeta; Caro;
Noriega y Videla); en la Escuela de Mecánica del Ejército (Paolini; Gareca; Quiroga y
Rodríguez) y en La Plata (Cogorno); no obstante lo cual existieron otras ejecuciones tales
como la del jefe del movimiento General Juan José Valle, fusilado en la Penitenciaria
Nacional el 12 de junio, así como las de otros militares y civiles, totalizando 31 personas
(18 militares, incluyendo los 11 mencionados en el decreto-ley 10.364, y 13 civiles) [14]

Al haber desaparecido las causas que originaran la declaración de la ley marcial, el 13 de


junio de 1956 y a través del decreto-ley 10.593, se dispuso: "Art. 1°. Deróganse los
decretos-leyes 10.362 y 10.363 de fecha 9 de junio de 1956, que imponen la vigencia de la
ley marcial. Art. 2°. Las sentencias de penas de muerte dictadas en los juicios sumarísimos
a que se refiere el art. 2° del decreto-ley 10.363 y aun pendientes de cumplimiento no
serán ejecutadas. Art. 3°. Las personas detenidas en aplicación de la ley marcial serán
puestas a disposición del Poder Ejecutivo de la Nación, sin perjuicio de que sean
sometidas a las autoridades civiles y militares para su procesamiento en razón de hechos
delictivos previstos por las leyes comunes civiles y militares". Los cuatro decretos-leyes
llevan la firma del Presidente y Vicepresidente Provisorios General Pedro Eugenio
Aramburu y Almirante Isaac Francisco Rojas, junto a los ministros Landaburu; Adrogué;
Migone; Ossorio Arana; Hartung y Krause.

9. La doctrina nacional.

La doctrina nacional en la materia se encuentra dividida.


Así, Sarmiento, Alcorta y González Calderón, entienden que la ley marcial tiene anclaje en
facultades implícitas emergentes del texto constitucional, pero mientras los dos primeros la
admiten tanto en supuestos de guerra internacional como de levantamientos civiles
internos, el restante sólo la entiende procedente en la primera hipótesis.

Sarmiento, en fuerte réplica a los cuestionamientos que en el caso "Segura" antes referido
hiciera Mitre desde el Senado sostenía: “La ley que hace militar el juicio de salteadores
está bajo la égida de la ley de las naciones, y es por eso que la legislación añeja de la
docta España, como la de todas las naciones, sujeta a juicio militar a estos reos que, al
parecer, nada tienen que ver con la milicia. ¿Por qué?. Porque la vía pública atacada por el
bandido, es común a los viandantes que pasan de una nación a otra, de una provincia a
otra provincia, y la víctima puede y debe ser presumiblemente el extranjero. El Poder
Ejecutivo, responsable de la seguridad pública ante las otras naciones, como ante sus
comitentes, se encarga de reprimir el delito, rápida y vigorosamente, sin las dilatorias y
formalidades para los delitos comunes. Un hombre por venganza, irritación u otras causas,
mata a otro hombre, como por necesidad o depravación roba una cosa. Este es el delito

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común, con nombre, lugar y jurisdicción. El salteo se ejerce sobre todos los que están fuera
de las ciudades y de la protección de la ley; no contra individuo determinado, sino contra
todos, contra la sociedad, contra la especie humana. El salteador tiene por teatro el
desierto, las montañas, y para que los viandantes y las mercaderías vayan seguros, es
preciso declarar el ataque en desierto delito contra la humanidad y el reo fuera de la ley
común. Por eso las naciones están obligadas a entregarse recíprocamente los salteadores
famosos, aunque no haya tratados de extradición. Un pirata en el mar, un salteador en
tierra, están fuera de la ley y pueden ser muertos, put to death, por quien quiera en todo
tiempo. Esta ley natural y de derecho de gentes es anterior a las constituciones y ellas no
pueden abrogarla”.

Agregaba que “El salteador no puede ser aprehendido por el alguacil civil, sino por tropa
del Estado, con riesgo de la vida del inocente funcionario, y esta circunstancia lo coloca
bajo el dominio de las armas, tanto más, cuanto que él se sirve de las armas más
peligrosas para imponer terror a sus víctimas e impedir la defensa. El salteador es jefe de
banda y en la organización de ésta, asume las formas del ejército y está, por tanto,
sometido a las leyes de las armas… Las leyes de la guerra forman la parte más
considerable de la ley de las naciones, pues la guerra se hace entre naciones, y aunque no
estén definidas por ley alguna del Congreso, existen y tienen fuerza obligatoria sobre todos
los ciudadanos y los departamentos del Gobierno. Cuando el Congreso, o en su caso, el
Presidente, declara la guerra, se entiende que la hará bajo la Constitución y según los usos
conocidos y las leyes de la guerra entre naciones. Esto se cae de su peso. ‘Estas reglas
generales de ley son igualmente aplicables a las guerras civiles como a las internacionales.
Según ellas, todo el pueblo de cada Estado o distrito en insurrección contra los Estados
Unidos deben ser mirados como enemigos hasta que por un acto del Congreso y el
Ejecutivo, o de otra manera, aquella relación es permanentemente cambiada”. Y concluye:
"Sólo el Presidente puede declarar cuándo la insurrección existe, para que rijan las leyes
de la guerra; pero individuos particulares no hacen guerra de su cuenta; y si infestan
caminos, matan y roban a quienes no les hicieron agravio, son salteadores, y han de ser
juzgados militarmente, porque esa es la ley de las naciones y el Congreso no puede
derogarla…Teniendo el Presidente el derecho de fijar el carácter en que resisten su
autoridad bandas armadas , y declarándolas de ladrones, salteadores, sin los derechos
que una guerra civil formal concede a los beligerantes, el Jefe que tales instrucciones
recibe está facultado por el derecho de gentes, que es la ley suprema de la guerra, a
disponer a su arbitrio de las vidas de los bandidos, salteadores, merodeadores, piratas,
guerrilleros o montoneros” [15]

Alcorta, por su parte, entiende que "la ley militar tiene su aplicación a la organización del
Ejército, tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra, y su severidad no puede ser
discutida, bajo el punto de vista de la conveniencia, desde que el régimen excepcional a

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que se encuentra aquél sometido, requiere también una legislación adecuada. Sin
embargo, producida la guerra, empezadas las hostilidades y esas luchas sangrientas que
las pasiones enardecen, convertidas las naciones en grandes campamentos, donde solo
se escucha el ruido de las armas, y donde la necesidad, la salvación del ejército, son las
reglas de conducta, suavizadas por los deberes de humanidad, en este caso, decimos, se
presenta una nueva faz para los que, sin las armas en la mano, permanezcan en los
lugares del combate y de las operaciones militares: la ley marcial se levanta, y dominando
el conjunto de las relaciones políticas y civiles, se impone sin distinción de clases y de
personas por la guerra y en virtud de la guerra" [16] Reconoce, no obstante, que pocas
materias del derecho público "se prestan a tantas dudas y vacilaciones, como todo lo que
se refiere a la ley marcial, desde su nombre mismo hasta la extensión de las facultades
que encierra para los poderes que la aplican, y los efectos que produce en el mecanismo
de las relaciones políticas y civiles de todos los que habitan el territorio del Estado. Violenta
en sus medios, inexorable en sus fines, y sin un límite al ejercicio de su acción, ofrece
naturalmente todas las resistencias de sus propios y salientes caracteres, desde que nadie
se somete fácilmente a lo arbitrario, y lo arbitrario impuesto por la voluntad de una persona,
cuyos errores y cuyas pasiones pueden producir el desequilibrio más espantoso en todas
las manifestaciones sociales" [17] Sin embargo, se pronuncia a favor de la aplicación de la
ley marcial también en los supuestos de conmoción interior, "siempre que se limite a su
verdadera interpretación, es decir, siempre que se trate de un estado de guerra y en las
operaciones mismas de la guerra, desde que como una medida de guerra se encuentra en
los poderes que a este respecto concede la Constitución". Y concluye: "Admitida la ley
marcial, no como una medida o regla ordinaria de gobierno, sino como la consecuencia
misma de un estado de guerra, ya en territorio extranjero o una guerra internacional o civil
territorial en que es indispensable buscar la seguridad del ejército en sus propias fuerzas, y
donde los tribunales o no existen y si existen no son el medio eficaz para conseguirlo; ya
en una guerra civil, cuando los tribunales están cerrados, y su ejercicio irregular
interrumpido, o se trata de actos que afectan directamente a las operaciones militares,
estando aquellos abiertos, entonces decimos, esa regla excepcional, que nadie puede
aceptar en el juego regular de las instituciones libres, no puede ser combatida" [18]

González Calderón diferencia el supuesto de una guerra civil del de una guerra
internacional y en este caso, también legitima la ley marcial en el marco constitucional al
decir que si bien la Ley Fundamental contempla el estado de sitio, él no resulta suficiente
cuando exista "un estado de guerra completo y definido, si el suelo sagrado de la patria ha
sido hollado por el invasor, si nuestras armas victoriosas han ocupado una porción o todo
el territorio enemigo, entonces sería pueril limitar y dificultar la acción del poder que tiene la
enorme responsabilidad de la conducción de la guerra y la defensa del Estado, con la
misión de batir al enemigo en cualquier lugar". Agrega que "la necesidad de obrar expedita
y eficazmente en defensa del honor o la integridad de la patria, obteniendo la más plena

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realización de los fines de la guerra, es el fundamento de la autoridad, régimen y
jurisdicción militar, que se enuncian con las expresivas y enfáticas palabras: ley marcial.
Ese principio de la necesidad aplicado a los usos de la guerra y a los fines de la misma,
legitima completamente la regla marcial; porque la primera ley de las sociedades humanas,
como de cualesquiera organismo es 'vivir', conservar su existencia resistiendo y venciendo
a los elementos que se lo impiden". Y al fundamentar su anclaje en la Ley Fundamental
sostiene que "no puede ponerse en duda que la ley marcial está comprendida en los
poderes de guerra del gobierno federal, legitimado por disposiciones intergiversables de la
Constitución" y en tal sentido hace emanar el poder del Congreso a tales fines en las
facultades implícitas conferidas por el actual art. 75 inc. 32. No obstante distingue el
supuesto de una guerra internacional del de una guerra civil y afirma que si bien en el
primer caso no hay duda acerca que procede la declaración de la ley marcial, en cambio,
cuando se trata "de una simple guerra civil, de una rebelión o sedición, no parece dudoso
que dicha ley no puede proclamarse para los civiles ni aplicárseles, según nuestra
Constitución, porque ésta ha previsto el caso y ha revestido al gobierno federal de los
poderes excepcionales que el estado de sitio autoriza a ejercer, a fin de conseguir el
restablecimiento del orden público perturbado por la conmoción interior que aquellos
hechos ocasionan...Lo que procede en caso de conmoción interior, cualesquiera sea ella,
es la declaración del estado de sitio y no el imperio de la ley marcial" [19]

Por el contrario, otros autores consideran que dado que la Constitución no la contempla no
es posible extraer de ella pauta alguna que pueda legitimar su aplicación. Así, Bielsa afirma
que la ley marcial resulta "repugnante a su sistema, pues en ningún caso cesa el imperio
de las normas fundamentales, ni la competencia de los poderes, ni las garantías
jurisdiccionales, con excepción de las expresamente previstas (estado de sitio). Por lo
demás, la Constitución de 1853 (art. 18) abolió para siempre la pena de muerte por causas
políticas; es decir, que sólo puede establecerse esa pena para reprimir delitos comunes, en
cuyo caso, de acuerdo con la regla nulla poena sine lege, ella debe ser establecida
previamente en la ley penal" [20]

Igualmente la rechaza Sánchez Viamonte al decir que "la llamada ley marcial significa
poner a merced del presidente de la República la vida, el honor y las fortunas de los
argentinos y demás habitantes del país. Importa más que el ejercicio de facultades
extraordinarias, y también más que la suma del poder público, porque ningún poder público
constitucional está facultado para crear penas ad hoc, para condenar sin causa legal y sin
prueba legal; para privar por la fuerza, como juez y parte al mismo tiempo, de la vida, el
honor y los bienes a los habitantes de la República" [21]

Enrolado en la misma corriente de pensamiento afirma Linares Quintana que "la ley
marcial -en cuanto excluye la vigencia de la Constitución y de su sistema de derechos y de

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garantías individuales y, específicamente, atribuye a la justicia militar competencia para el
juzgamiento de los delitos cometidos por civiles- es incompatible con el Estado
constitucional y, por ende, se halla al margen de la Constitución Argentina. El límite que
marca el comienzo de la ley marcial señala a la vez el término del régimen de la
Constitución y la ley" [22]

En cuanto implica extender la jurisdicción militar a los civiles -sostiene Bidart Campos- la
ley marcial resulta inconstitucional, toda vez que la Ley Fundamental no la ha previsto ni en
caso de guerra ni en supuestos de conmoción interior. Es que, como principio, "es violatoria
de la Constitución la atribución de competencia a la justicia militar para conocer de delitos
comunes cometidos por civiles, ya que ello equivale a sacar a éstos de sus jueces
naturales, a violar la división de poderes en desmedro del poder judicial, y a desorbitar a la
jurisdicción militar de su ámbito específico como fuero real o de causa" [23]

10. Nuestra opinión.

Teniendo en cuenta los antecedentes glosados, creemos que es posible formular las
siguientes conclusiones:

a) ni el texto constitucional argentino ni su fuente estadounidense, contemplan


expresamente el instituto de la ley marcial.
b) la Constitución Nacional a diferencia de la de los EE.UU que le sirviera de modelo, ha
receptado la figura del estado de sitio mediante el cual, en los casos de conmoción interior
o ataque exterior que pongan en peligro la Constitución o las autoridades por ella creadas,
es posible suspender las garantías constitucionales y conferir al presidente la atribución
para detener personas o trasladarlas de un punto a otro del país, si estas no prefiriesen
abandonar el territorio.
c) igualmente el art. 6º de la Ley Fundamental contiene otra medida de emergencia
institucional cual es la intervención federal a las provincias la que se produce, de oficio,
cuando se encuentra alterada la forma republicana o se trata de repeler invasiones
exteriores; o a pedido de las autoridades locales, para sostenerlas o restablecerlas si
hubieran sido depuestas por sedición o por invasión de otra provincia.
d) fuera de estos supuestos de excepción, ninguna otra norma en forma explícita, autoriza
la declaración de la ley marcial por parte de los poderes estatales.
e) respecto al argumento de los poderes implícitos de los poderes ejecutivo y legislativo, el
mismo carece de apoyo normativo.
El Congreso cuenta entre sus atribuciones, según el art. 75 y en lo que aquí concierne,
para proveer a la seguridad de las fronteras (inc. 16); autorizar al Poder Ejecutivo para
declarar la guerra o hacer la paz (inc. 25); facultar al Poder Ejecutivo para ordenar
represalias y establecer reglamentos para las presas (inc. 26); fijar las fuerzas armadas en

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tiempos de paz y guerra, y dictar las normas para su organización y gobierno (inc. 27); y
permitir la introducción de tropas extranjeras en el territorio de la Nación, y la salida de las
fuerzas nacionales fuera de él (inc. 28). Y si bien el inciso 32 del mismo artículo faculta al
Congreso para “Hacer todas las leyes y reglamentos que sean convenientes para poner en
ejercicio los poderes antecedentes, y todos los otros concedidos por la presente
Constitución al Gobierno de la Nación Argentina”, ello de manera alguna posibilita hacer
reposar en esta cláusula la atribución para implantar la ley marcial. Es que para que ello
así ocurriera era menester: a) que de alguno de los poderes otorgados al Congreso
surgiera la posibilidad implícita de adoptar esta medida, lo que no acontece; o b) que
igualmente de alguna cláusula concediendo atribuciones al Gobierno Nacional se
desprendiera implícitamente tal atribución, lo que tampoco resulta del texto constitucional,
como se acaba de analizar.
f) en cuanto al Poder Ejecutivo y conforme al art. 99 de la Constitución, el mismo es
comandante en jefe de todas las fuerzas armadas de la Nación (inc. 12) y está facultado
para proveer los empleos militares de la Nación con acuerdo del Senado, en la concesión
de los empleos o grados de oficiales superiores de las fuerzas armadas; y por sí solo en el
campo de batalla (inc. 13); disponer de las fuerzas armadas y correr con su organización y
distribución según las necesidades de la Nación (inc. 14); y declarar la guerra y ordenar
represalias con autorización y aprobación del Congreso (inc. 15). Tampoco de ninguna de
estas cláusulas emerge en forma implícita la potestad en cabeza del presidente para
declarar la ley marcial.
g) mientras el Estado de derecho tiene plena vigencia y sus poderes pueden ejercer sus
respectivas competencias sin traba de ninguna naturaleza, el sustraer a un habitante de
sus jueces naturales para ser sometido a juzgamiento y castigo por una autoridad militar,
sin la existencia del debido proceso, resulta abiertamente inconstitucional por violentar las
garantías del art. 18 de la Ley Fundamental.
h) que igualmente la aplicación de la pena de muerte como consecuencia de la ley marcial
resulta inconstitucional, toda vez que no solo no se encuentra legislada en el Código penal,
sino que actualmente no existe posibilidad de su incorporación al derecho positivo
argentino, por así impedirlo el Pacto de San José de Costa Rica que integra el plexo
constitucional luego de la reforma de 1994 (art. 75 inc. 22).
Por todo ello, entendemos que la ley marcial no encuentra apoyo en nuestro ordenamiento
jurídico y que su implementación en las oportunidades en que estuviera vigente, resultó
inconstitucional.

16
(*) Carlos R. Baeza
Profesor titular de Derecho Constitucional
del Departamento de Derecho de la
Universidad Nacional del Sur

[1] Juan Bautista Alberdi: Bases y puntos de partida para la organización política de la
República Argentina; en Organización política y económica de la Confederación Argentina;
Besanzon; Paris; 1856; p. 104.
[2] Manuel Carrasco Albano: Comentarios sobre la Constitución política de 1833; del
Mercurio; Valparaíso; 1858; p. 237.
[3] Joaquín Escriche: Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia; Ch. Bouret;
París; 1888; p.649.
[4] Montes de Oca Manuel A.:Lecciones de derecho constitucional; Imprenta y Litografía La
Buenos Aires; Bs.As.; 1902; t. I; p.466
[5] Joaquín V. González: Manual de la Constitución Argentina; Angel Estrada; Bs.As.; 1980;
p. 244.
[6] Amancio Alcorta: Las garantías constitucionales; Félix Lajouane; Bs.As.; 1897; p. 119.
[7] Rafael Bielsa: Derecho Constitucional; Roque Depalma; Bs.As.; 1959; p. 339.
[8] Amancio Alcorta: ob. cit.; p. 127.
[9] Segundo V. Linares Quintana: Tratado de la ciencia del Derecho Constitucional; Plus
Ultra; Bs.As.; 1980; t. VI; p. 348.
[10] Amancio Alcorta: ob. cit.; p. 133.
[11] Joaquín Escriche: ob. cit.; p.1048.
[12] Cámara de Senadores: Diario de sesiones; sesiones del 17 y 19 de junio de 1869; p.
155 y ss.
[13] Carlos Sánchez Viamonte: El constitucionalismo. Sus problemas; Editorial Bibliográfica
Argentina; Bs.As.;1957; p.501.
[14] Clarín; 4/6/06; p. 34.
[15] Domingo Faustino Sarmiento: Obras completas; Luz del Día; Bs. As; 1952; t. XXXI; p.
203:
[16] Amancio Alcorta: ob. cit.; p. 114.
[17] Amancio Alcorta: ob. cit.; p. 115.
[18] Amancio Alcorta: ob. cit.; p. 137.
[19] Juan A. González Calderón: Derecho Constitucional argentino; J.Lajouane S.A.;
Bs.As.; 1918; t.II; p. 276.
[20] Rafael Bielsa: ob. cit.; p. 339.
[21] Carlos Sánchez Viamonte: ob. cit.; p. 519.
[22] Segundo V. Linares Quintana: ob. cit.; t. VI; p. 315.
[23] Germán J. Bidart Campos: Tratado elemental de Derecho Constitucional argentino;
Ediar; Bs.As.; 1988; t. I; p. 201.

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