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Poder Judicial de la Nación

2010 - Año del Bicentenario

Causa N°° 44.001 “Perla, Miguel Angel


Alberto y otros s/ procesamiento con
prisión preventiva”
Juzgado N° 11 - Secretaría N° 21

Reg. N°°: 211

////////////nos Aires, 25 de marzo de 2010.


Y VISTOS Y CONSIDERANDO:
I. Llegan las presentes actuaciones a conocimiento de este
Tribunal en virtud de los recursos de apelación deducidos por las defensas de los
imputados, a fs. 106, 107/112, 114/145, 146/147, 148/149 y 177/178, contra los
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diversos puntos dispositivos del pronunciamiento obrante en fotocopias a fs. 1/89


del presente incidente.
Mediante la evocada resolución, el Dr. Claudio Bonadío
decretó el procesamiento con prisión preventiva de los Sres. Carlos Guido Sabán,
Osvaldo Velázquez Rodríguez, Fernando Parisi y Stella Maris Biec, por hallarlos
miembros de una asociación ilícita. Igual temperamento, mas exento de la
medida cautelar mencionada, fue adoptado respecto del Sr. Alberto Enrique
Morales; e idéntica calificación, y restricción ambulatoria, fue escogida para
definir el obrar de los Sres. Miguel Angel Perla y Héctor Hugo Simón a quienes,
además, se los sindicó como jefe y organizador de la asociación respectivamente
(art. 210 1º y 2º párrafo del Código Penal).
Por otra parte, a estos últimos, se les adjudicó también
responsabilidad por el delito previsto y reprimido por el art. 299 del Código
Penal. Un ilícito que para el caso del segundo de los nombrados –Simón-,
concurriría realmente con el de tenencia ilegítima de un DNI falso. Finalmente la
conducta antes descripta abarcó, además, el temperamento adoptado respecto de
Stella Maris Biec; esta vez por la tenencia de un DNI falso parcialmente llenado,
y los otros tres auténticos pero ajenos.
Los agravios
II. a. La Dra. Perla Matínez de Buck, abogada defensora de
Stella Maris Biec, Osvaldo Velázquez Rodríguez y Alberto Enrique Morales,
inauguró sus agravios –a fs. 107/12 y 177/78- mediante una genérica crítica del
auto de mérito respecto del que, básicamente, adujo la carencia de elementos
probatorios capaces de vincular a sus asistidos con los hechos por los cuales
fueron procesados.
En esa senda de pensamiento, fue entonces que aseveró que
en el presente caso no era posible relacionar a sus defendidos con una asociación
ilícita destinada a la obtención o confección de documentos que en algunos casos
eran utilizados ante entidades bancarias con el fin de obtener créditos
fraudulentos cuando no se había secuestrado ningún elemento que permitiera
corroborar ese delito.
A partir de allí, y evocando la ausencia documentación que
debió hallarse tras la requisa de las sucursales bancarias, concluyó que el error de
la resolución estaba en que el a quo habría intentado construir la supuesta
organización delictiva a partir de escuchas telefónicas que, sin ser autónomas, no
encontraban respaldo en el expediente.
Con todo, y más allá de esta universal impugnación, también
la Dra. Martínez de Buck ingresó en el análisis de la particular situación que
afrontaban cada uno de sus asistidos.
Así entonces, mas allá de la inexistencia de una banda
organizada para cometer defraudaciones, y vinculado específicamente con el
secuestro de un supuesto DNI espúreo en el domicilio de Stella Maris Biec, la
letrada sostuvo que tal circunstancia en modo alguno había quedado acreditada.
Ello sin perjuicio de recordar, por otra parte, que el hallazgo de varios
documentos de identidad en la oficina que su asistida ocupaba en la calle
Marcelo Torcuato de Alvear 777, planta baja, dpto. ‘I’, de esta ciudad, se hallaba
plenamente justificado por las tareas de gestoría a las que se dedicaba (fs. 108
vta/109 del presente incidente).
Finalmente, la defensa se agravio de la medida cautelar de
encierro que Biec afronta. Y a este fin, concretamente, explicó que más allá de la
argumentación que el magistrado había efectuado en virtud de la gravedad del
delito que se le endilga a su asistida y la disponibilidad de documentación falsa,
no se enunciaron cuáles eran los elementos objetivos que, en su caso, fundaban
la existencia de los riesgos procesales capaces de habilitarla.
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Por otra parte, y al abarcar la situación de Morales, la letrada


no sólo se agravió del auto de procesamiento que lo tuvo como miembro de una
asociación ilícita sino que, a la par de ello, y sin dar mayores presiones,
cuestionó también el monto del embargo de veinte mil pesos que consideró
elevado (cfr. escrito de fs. 177/178 del presente incidente).
Los diferentes agravios ensayados en ocasión de estimular los
carriles recursivos, fueron reproducidos por los Dres. Carlos Salama Rietti –
actual defensor de Velázquez Rodríguez- y Hermida –en representación de Biec
y Morales- en el marco del ámbito conferido por el art. 454 del Código Procesal
Penal de la Nación.
En dicha oportunidad, el último de los nombrados volvió a
cuestionar la prisión preventiva que acompañó al procesamiento de Biec
haciendo saber al Tribunal que su asistida no sólo carecía de antecedentes
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penales que pudieran justificar la medida cautelar adoptada a su respecto sino


que, además, también habría sufrido un operación por hernia de disco cuyos
periódicos controles impedirían que aquélla intente eludir o entorpecer el
accionar de la justicia (cfr. escrito de fs. 192/203 del presente incidente)
II.b. Sin perjuicio de solicitar la nulidad de una resolución
que considera arbitraria, también el Dr. Maximiliano Ruiz pasó a detallar las
falencias que hacían irrazonable la decisión adoptada respecto de Fernando
Parisi (fs. 114/145).
Nuevamente, es la supuesta ausencia probatoria para tener a
su asistido como miembro de una asociación ilícita lo que, a criterio del letrado,
determinaría que el resolutorio deba verse revocado. Sostiene que aun cuando
ello ha sido soslayado por el magistrado de la anterior instancia, el hecho de que
objetivamente las escuchas no dieran cuenta de ningún ilícito cometido por
Parisi, conjugado con la circunstancia de que aquél no habría podido percibir la
existencia de maniobras delictivas debido a su inexperiencia como gerente del
Banco Nación, demostrarían la necesidad de derrumbar la hipótesis que lo
vincula a esta causa.
II. c. Por otra parte, quien también invocó las mismas
falencias probatorias en el dictado del auto de mérito fue el letrado defensor de
Carlos Guido Sabán. Sin embargo, y más allá de indicar que ningún elemento
permitiría considerar que su defendido prestaba colaboración a la supuesta
banda, también el abogado ingresó en un estudio inexplorado por su colega.
En concreto, afirmó que por fuera de la carencia de elementos
de prueba que pudieran dar razón a lo decidido, lo cierto era que la resolución
evidenciaba, asimismo, un notable desacierto en la comprensión de los requisitos
típicos de la asociación ilícita. En esa dirección, argumentó, la falencia del
decisorio radicaba en que, al momento de evaluar la supuesta interrelación entre
los imputados y demostrando una “falta de criterio razonable”, el a quo había
sostenido que la participación societaria expresada en el art. 210 C.P. no se
definiría a partir del conocimiento que cada uno de sus integrantes pudiera tener
entre sí.
De tal modo, y de prosperar dicho criterio, se caería en el
“absurdo” de considerar miembro de la organización “a cualquiera que haya
tenido un mínimo contacto, o que haya aportado sin intención, ni conocimiento,
ni voluntad, alguna acción y/o elemento, para la comisión del delito”.
Por ello, al evocar la situación de su defendido, expresó que si
bien era cierto que aquél “declaró conocer a Perla, ello por sí sólo no pro[baría]
los extremos indicados en el tipo (…) por cuanto [aquél], jamás tuvo
conocimiento real de la ilicitud de la documentación que el Sr. Perla presentaba,
y menos haber dado su voluntad para ejecutar ese tipo de acción” (fs. 148 vta.).
Finalmente, y como único punto de crítica respecto del
embargo dictado a su asistido, el letrado consideró que ante la ausencia de
elementos que pudieran fundar su procesamiento por asociación ilícita, no cabía
sino considerar que la medida cautelar debía caer.
II.d. Al igual que en los casos anteriores, también la ausencia
de elementos capaces de vincular a su pupilo con los hechos investigados fue el
motivo de la apelación interpuesta por el defensor del Sr. Perla. Al momento de
cuestionar la decisión de mérito adoptada, el abogado señaló que la prueba, lejos
de conformar la posible existencia de una asociación ilícita comandada por su
asistido, tan sólo alcanzaría para imputarle el delito de encubrimiento (fs. 146
vta. del presente incidente).
Pese a que el letrado en modo alguno explicó las razones por
las que este Tribunal debería considerar a Perla como encubridor de un delito
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que tampoco se encargó de definir, sí se explayó respecto de los motivos que


debieran conducir a la invalidación de la imputación que a aquél se le dirige
como líder de la comunidad. Y en este sentido, detalló, quien comanda una
banda destinada a la falsificación de documentos que luego eran utilizados para
obtener préstamos fraudulentos, mal podía atravesar la adversa situación
económica que Perla padecía. Esa circunstancia que quedaba en evidencia a
partir de su declaración indagatoria y la prueba obrante en las actuaciones (fs.
147).
Por otra parte, e independientemente de lo expuesto, el letrado
también se ocupó en cuestionar el reproche que se le dirige Perla en los términos
del art. 299 del CP. Y así, argumentó que los elementos hallados en la oficina
que aquél ocupaba se correspondían con la actividad de gestoría que
desempeñaba y no con las actividades desplegadas por la supuesta organización
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delictiva.
II e. Finalmente, también el Dr. Roberto Mario Barbieri, al
ejercer la defensa de Hugo Simón, atacó el auto de mérito que tuvo a su
defendido como partícipe de una asociación ilícita.
Respecto de este delito, y en coincidencia con los argumentos
introducidos oportunamente por el defensor de Sabán, el letrado consideró que
no era sólo la ausencia de prueba lo que impedía su acreditación en la presente
causa. Junto a ello argumentó que, debiendo la asociación ilícita integrarse por al
menos tres personas, aquí sucedía que, salvo para el caso de Perla, todos los
imputados tendrían una “desconexión física y comunicacional” (fs. 106).
Precisamente, fueron los argumentos relativos a la falta de
adecuación típica de los hechos que se le imputan a Hugo Simón aquellos que,
en lo sucesivo, darían fundamento a los agravios que la nueva asistencia letrada
del imputado volcara al momento de presentar el informe previsto en el art. 454
de la norma ritual.
Mas en dicha ocasión, y siguiendo con aquella postura que
veía en la desconexión física de los imputados la imposibilidad de tener por
configurada una presunta asociación ilícita, también el letrado se encargó de
introducir otros tantos cuestionamientos respecto a la acreditación de sus
requisitos típicos. Y en ese sentido fue que, detalló, si la sociedad estaba
destinada a la falsificación de documentos que en algunos casos eran utilizados
ante entidades bancarias, “no se advertiría de qu[é] modo la supuesta
organización investigada [podía] producir alarma colectiva o temor de la
población de ser víctima de delito alguno, pues en todo caso (…) estarían
dirigidas contra la fe pública y no contra personas en particular”. Ello sin
perjuicio de que, por otra parte, a su entender no tendría una pluralidad de planes
delictivos sino una única meta: falsificar documentos (fs. 220vta. y 221vta.).
Aún así, independientemente de que entiende que los
mencionados argumentos deberían demostrar ya la atipicidad de la conducta
atribuida a Hugo Simón, de modo subsidiario sostuvo que, para el caso de que la
presunta asociación ilícita hubiera existido, no podía desconocerse que aquélla
no había sido conformada por el nombrado. Y ello así pues, tal como surgiría de
las escuchas telefónicas glosadas a la causa, el único lazo que relacionaría a
Hugo Simón con las demás personas procesadas se resumiría en la prestación de
sus servicios profesionales como contador (fs. 216/223).
Sobre la ausencia de motivación alegada
III. Previo a ingresar en el examen de los diversos agravios
que los procesados, por intermedio de sus asistencias letradas, han deslizado
contra el pronunciamiento, resulta necesario detenerse en el estudio de otros
aspectos.
En efecto, y a la par de las críticas deducidas respecto del
criterio que procura definir la situación procesal de su defendido, el Dr.
Maximiliano Ruiz ha efectuado un planteo donde la misma validez de la
resolución ha sido impugnada.
En este sentido surgen aquellos agravios mediante los cuales
el abogado acude, ya no sólo a la incongruencia entre la resolución y la prueba
obrante en las actuaciones, sino también a la “irrazonabilidad con que el Sr. Juez
a quo [habría] interpre[tado] el alcance de la figura de asociación ilícita” (fs. 115
vta./116 del presente incidente).
Ahora bien, y en lo que a la supuesta arbitrariedad de la
resolución hace, entendemos que el planteo deducido por letrado defensor de
Fernando Parisi no puede prosperar. Y ello pues, lejos de los defectos alegados
por la parte, la decisión del juez a quo refleja un razonamiento metódico y
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cuidadoso que, tras tomar como punto de partida las especiales características
que configuran el delito contenido en el art. 210 del Código Penal, recorre una
senda cristalizada por la exposición y valoración de los diversos elementos
probatorios colectados a lo largo de la instrucción.
De hecho, las críticas deslizadas por el letrado en torno a los
fundamentos del fallo, antes que conmover la plena validez del pronunciamiento
apelado trasunta la intención de develar una arista diversa sobre el modo en que
corresponden ser valoradas las pruebas reunidas y a partir de allí, la situación
que en el proceso debe ostentar su asistido. Una discrepancia que, más allá de la
calificación de acierto o crítica que pudiera caberle al auto atacado, es
precisamente la que brinda sustento a la apelación introducida, mas no es
suficiente para fundar la sanción de invalidez que reclama.
Máxime, cuando este Tribunal pacíficamente ha sostenido que
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la procedencia de las nulidades debe interpretarse en forma restrictiva conforme


lo establecido por los arts. 2, 166 y concordantes del Código Procesal Penal de la
Nación (Sala I, causa nro. 32.538 “Gómez, Alicia s/nulidad y sobreseimiento”
del 12/3/01, reg. nro. 148; causa nro. 39.729, “Navazio, Martina y otros s/
procesamiento y embargo”, del 20/3/07, reg. nro. 197 y causa nro. 39.993,
“Zugnoni de Rumachella, María s/ apelación...”, del 14/3/08, reg. nro. 256, entre
otros).
Acerca del delito de asociación ilícita
IV. Ahora bien, despejado ese primer aspecto de trámite
ineludible, cabe entonces efectuar un análisis sobre los elementos en base a los
que la conducta de cada uno de los imputados pudo ser engarzada a una figura
que, tal como la de la asociación ilícita, resulta eminentemente colectiva.
En efecto, y conforme lo consideró el a quo, más allá del
reproche que pudiera efectuarse a algunos de los imputados por los delitos que
ejecutaran de forma individual, no serían sólo tales supuestos los que, aislados
del comportamiento de los demás, exteriorizarían aquí una concreta conducta
antinormativa. Y en este sentido, entendió, a la par de lo disvalioso que pudiera
surgir de cada hecho individualmente considerado se evidenciaba, en el presente
caso, la necesidad de imputar a los Sres. Miguel Angel Alberto Perla, Héctor
Hugo Simón, Carlos Guido Sabán, Roberto Osvaldo Velázquez Rodríguez,
Fernando Parisi, Stella Maris Biec y Alberto Enrique Morales el acuerdo que,
expresado en un propósito colectivo de asociarse para cometer delitos de forma
indeterminada, conlleva el riesgo mismo de la asociación ilícita.
Ciertamente, y en orden a los parámetros bajo los cuales el
magistrado de primera instancia pudo dar base a la referida imputación, es que
nacen aquí los cuestionamientos que las distintas asistencias letradas efectúan en
torno a la existencia de los elementos probatorios que la han conformado.
Si el delito de asociación ilícita importa, por su naturaleza y
alcance, la punición del peligro derivado de la asociación de varias personas que
posibilita y asegura una mejor, más amplia y exitosa realización de las empresas
a las que en el ámbito criminal se halla dirigida, es a este respecto que se
orientan los agravios de las partes.
En este sentido, entienden los letrados que si el desvalor de la
asociación ilícita se fundamenta en la prestación de un aporte a una agrupación
con fines delictivos que queda por fuera del control del autor, sería aquí la
concreta determinación de esa particular contribución, o en su caso el
conocimiento que de ello hubieran tenido los imputados, lo que no se habría
comprobado.
Ciertamente, el carácter mediato o complementario que
supone la figura contemplada en el art. 210 del Código Penal reprime, no la mera
participación en la realización de un delito determinado, sino, y en concreto, el
integrar una organización destinada a cometerlos.
Es el peligro que como aparato organizado contiene la
asociación, y no el daño generado en un principio de ejecución de un delito
frente al cual permanece autónomo, lo que dentro del ordenamiento legal
determina la sanción de un acto preparatorio de otra forma inabarcado por el
sistema punitivo.
Al interior de la figura reprimida por el art. 210 del CPN, ello
significa que la responsabilidad de los integrantes no deriva de la ejecución de un
delito concreto –en todo caso punible por concurso al autor- sino tan sólo del
hecho de colaborar con una agrupación que, dadas sus especiales características
típicas –en especial la permanencia e indeterminación de los planes delictivos-,
conlleva la imposibilidad de controlar el alcance de su aporte (cfr. ZIFFER,
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Patricia, El delito de asociación ilícita, Ad-Hoc, Buenos Aires, 2005).


Básicamente, entonces, el enlace punitivo a cada integrante de
la asociación se conforma por la arrogación del riesgo generado en la misma
organización en cuyo seno pierden el control de las consecuencias de sus
conductas. En otros términos, la organización conforma una sociedad en virtud
de la cual cada partícipe habrá de responder siempre porque el peligro es, a causa
del reparto de trabajo vinculante que debiera contener la dinámica de grupo,
también el suyo propio.
Así entonces, la determinación de un patrón de conducta en
cuyo seno pueda establecerse objetivamente la existencia de una organización
con las especiales características que la ley prevé requiere, para el caso, la
descripción del aporte causal que cada uno de los miembros ha efectuado a su
consecución.
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Ahora bien, y en orden a la posible atribución de una


actividad jurídico-penalmente relevante a los distintos encartados es que, en lo
sucesivo, y bajo los parámetros hasta aquí delineados, este Tribunal ha de
emprender entonces el análisis de los hechos.
En primer término, cabe señalar que las presentes actuaciones,
tal como lo relata el a quo, fueron iniciadas como derivación de la causa
11.150/2007 en la que se investigaba una asociación ilícita encaminada,
principalmente, a las actividades de narcotráfico y falsificación de documentos.
Precisamente, en el marco del referido sumario, y tras intervenirse las
comunicaciones de quien surgía como jefe de esa organización –el Sr. Víctor
Languasco-, es que pudo apreciarse el surgimiento de esta segunda comunidad
que, si bien vinculada con aquélla, contaba no obstante con una estructura y
ámbito delictivo diverso (cfr. causa Nº 43.445, “Perriconi de Matthaeis, Mario
Pablo y otros s/ procesamiento con prisión preventiva, reg. Nº 1156, rta. el
22/10/09).
Al analizar los recursos de apelación interpuestos con motivo
del procesamiento dictado en la causa 11.150/2007, este Tribunal tuvo en cuenta
que la asociación comanda por Víctor Languasco se dedicaba, entre otras, a la
tarea de traficar estupefacientes hacia el exterior del país. Y fue en ese contexto,
es decir, aquél que surgía de la necesidad de procurarse documentación con la
que asegurar el traslado de la droga, donde la investigación llevada a cabo por el
a quo pudo avistar la embrionaria existencia de la organización ahora
investigada.
Miguel Angel Perla, aquí sindicado como líder de una
asociación orientada a la falsificación de documentos, fue de hecho la persona a
quién Víctor Languasco le encomendó una serie de servicios para “Joel” –
también investigado en la causa 11.150/07- y para algunas personas de
nacionalidad chilena que, sin embargo, debían egresar del territorio nacional
como paraguayos (cfr. fs. 1/6 de los autos principales).
Así entonces, en el marco de la causa 11.150/07, fue la
dinámica de una organización delictiva que requirió de Perla una serie de
actividades encaminadas a la generación de documentación apócrifa aquello que,
a poco de intervenirse los abonados que aquél utilizaba, comenzó a delinear la
existencia de esta segunda estructura delictiva. De una asociación que, tal como
lo ha sostenido el a quo, ya no tenía por finalidad el tráfico de estupefacientes
sino el generar documentos espúreos que en algunos casos se utilizaban ante
entidades bancarias con la finalidad de cometer defraudaciones.
En efecto, a partir de los datos generados en las primeras
escuchas del teléfono utilizado por Perla, surgió evidente el complejo entramado
de una banda cuyos aceitados engranajes, no sólo le posibilitaban crear aquella
documentación falsa que Víctor Languasco le había requerido, sino también otra
que, muy diversa, era utilizada ante entidades bancarias con la finalidad de
obtener préstamos fraudulentos.
De hecho, sólo en ese contexto podrían enmarcarse las
conversaciones que Perla tuviera con Hugo Simón a quien, dentro del ámbito
societario, se le habría adjudicado la función de confeccionar esa
documentación. En particular, son el requerimiento que Perla le efectuara de un
documento “bien inventado”, el perfeccionismo y el “nunca traba[jar] en un
puesto fronterizo” que a aquél hizo dudar del “borroncito” en una entrada de
Chile que era “muy clarita”, o las contínuas conversaciones que ambos
mantuvieran con motivo de un balance al que debía asignársele “una utilidad
monstruosa” para obtener un crédito, algunos de los elementos que en el marco
de este proceso permitieron despejar la existencia de la asociación delictiva que
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ambos integraban (cfr. escuchas glosadas a fs. 158/61 de los autos principales).
Ello sin descontar, además, que tras practicarse el
allanamiento de las oficinas y domicilios que ambos poseían, fueron
secuestrados el pasaporte del mencionado “Joel”, varios sellos –uno de ellos
correspondiente al Juzgado Nacional en lo Comercial Nº 9-, fotos carnet, y un
DNI falso Nº 3.076.255 a nombre de Ana María Senn (cfr. actas de allanamiento
glosadas a fs. 430, 563, 570/75 y la pericia de fs. 1122/29 de los autos
principales).
Ahora bien, más allá de expuesto en torno a la vinculación
existente entre Perla y Hugo Simón, lo cierto es que la compleja operatividad de
una banda que ofrecía entre sus servicios la generación de créditos bancarios
capaces de vulnerar los sistemas de seguridad sobre los que se asienta la
estabilidad del sistema financiero, no pudo nutrirse de la sola intervención de
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aquéllos.
Así entonces, y siguiendo los lineamientos de una figura penal
que requiere como dato objetivo el acuerdo de tres o más personas destinado a
cometer delitos, la instrucción de la presente causa develó que al actuar de estos
dos imputados se adunó, asimismo, la función y participación de quienes
aparecen como sus consortes de causa. Algunos de ellos, precisamente,
empleados de los bancos en los que se solicitaban los empréstitos.
En efecto, y de otras varias comunicaciones, surgió que la
asociación contaba, igualmente, con el aporte que podían efectuarle quienes por
su desempeño laboral se hallaban en la ventajosa situación de posibilitar sus
planes. Después de todo, y tal como lo manifestó Perla a una persona que
intentaba conseguir algunos préstamos “chicos”, el podía lograrlo fácilmente en
los bancos Francés y Nación porque tenía la mano de los gerentes. En esas
instituciones, mencionó, con conocimiento de esos agentes bancarios conseguía
que le otorgaran empréstitos donde a “un tipo que no tiene un sorete le me[tía]
una ganancia de veinte mil mango, y [aunque] no [tenía] una (…) tarjeta el hijo
de mil puta, igual le esta[ban] dando 25, 30 lucas”. Cifra que, para entrar en
mayor detalle, aclaró que sólo correspondía al Banco Francés porque en el
Nación, si bien metía “todo”, los créditos eran “más chicos, [de] 12 mil
mangos…” (cfr. escuchas glosadas a fs. 231/232 de los autos principales).
Ahora bien, es del caso señalar en este aspecto que hasta
donde ha podido desarrollarse la investigación, los contactos a los que Miguel
Angel Perla aludía en las citadas entidades bancarias no eran otros más que sus
coimputados: los Sres. Roberto Osvaldo Velázquez Rodríguez, Carlos Guido
Sabán y Fernando Parisi.
Sobre el particular, y tal como ha dado cuenta el auto de
mérito, es de destacar que el primero de los nombrados, como asesor del Banco
Francés, resultó ser la persona en quien Perla depositaba la función de congeniar
el modo y lugar en que se harían las solicitudes de crédito en esa entidad. Un
banco que, según confesó Perla en otra de las escuchas, por otorgarle préstamos
de gran envergadura no se podía “quemar” (cfr. escuchas glosadas a fs. 227
vta./229 de los autos principales).
Teniendo en cuenta ese dato, no es de extrañar que si la
entidad financiera en la que desarrollaba sus funciones Velázquez Rodríguez era
de vital importancia para una organización que podía obtener de ella préstamos
de hasta “30 lucas”, las conversaciones entre ambos hayan tenido como eje
rector los parámetros de seguridad que para el caso debían adoptarse. En ese
ámbito es que, como primer elemento demostrativo de un concepto operativo del
que también Velázquez Rodríguez participaba, surgió aquella escucha en la que
aquél requirió conocer “…si el tipo [iba] a pagar un mes, dos meses, o no iba a
pagar nunca” pues, sólo de esta forma, y atendiendo a los resguardos de la
operación, sabría “donde meterlo o no meterlo”. A todo evento, y tal como lo
expresó el asesor del Banco Francés, ocurría que ante las explicaciones que el
banco le solicitaría por créditos impagos, “no [era] lo mismo que [una persona]
saque un préstamo de diez lucas y pague una a que pague nueve, osea [el] podía
tener un error [y] no directamente que se lleve la guita y después no pague” (cfr.
por todo, escuchas glosadas a fs. 227 vta./229 de los autos principales).
En efecto, dentro de la comunidad organizativa que
caracterizaba a la asociación comandada Perla, la captación de algunos clientes
con ciertas perspectivas de pago era una cuestión que en todo caso hacía a la
subsistencia de la banda. Y ello, como explican en otras intervenciones, ocurría
por el hecho de que si su objeto social estaba conformado por la instauración de
un ardid mediante el cual obtener préstamos fraudulentos, no debía olvidarse que
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el simple y llano incumplimiento de las obligaciones contraídas siempre


importaría el riesgo de que quedaran “pegados” (cfr. escuchas glosadas a fs.
216/222 de los autos principales).
No obstante, y si las referidas comunicaciones no fueran
comprendidas como un elemento capaz de fundar la lógica sospecha de que
Velázquez Rodríguez conformaba una asociación ilícita destinada a la
generación de empréstitos fraudulentos sí lo hace otra de las adjuntadas a la
causa. Así entonces, e igualmente enmarcada en los recaudos a adoptarse ante
cada operación, surgió aquella escucha en la que, pese a tratarse de un crédito de
treinta mil pesos en el que iban “mitad para [ellos] y mitad para la persona”,
Velázquez Rodríguez no dejó de hacerle saber a Perla que la supuesta clienta que
había enviado a firmar no sólo tenía “cara de asustada” sino que, además, su
imagen distaba de ser la de la supuesta dueña de un negocio inmobiliario que
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habían hecho figurar. De hecho, tanto era así que para explayarse aún más sobre
el tema, y tras mencionar que la alegada clienta cuanto mucho podía vender
“pan”, el imputado manifestó que “si [lograba] que le [dieran] 30 lucas [se]
reci[bía] de mago” (cfr. escuchas glosadas a fs 216/222 de los autos principales).
Con todo, y aun ante el empeño con que la organización
pergeñaba la elaboración de carpetas de crédito en las que se pretendía
evidenciar estados de solvencia inexistentes, en ciertas ocasiones los esfuerzos
realizados no alcanzaban para la obtención del esperado rédito.
En efecto, más allá de la esforzada mecánica bajo la cual la
asociación lograba el otorgamiento de créditos fraudulentos, la tarea no podía
superar los inconvenientes que en alguna de las operaciones suponía la
preexistencia de informes financieros adversos. Y ese supuesto, en concreto, fue
aquel que quedó registrado en otra de las comunicaciones en las que Velázquez
Rodríguez hizo saber a Perla que fuera de todo esfuerzo que pudiera ponerse
desde su parte, debían olvidarse del empréstito que gestionaban para “Alfaro” si
no se “levantaba” previamente “el veraz”.
Claro está, lejos de permitir que la operación sucumbiera por
ese sólo inconveniente, la ágil mecánica de la organización buscó, por dentro de
sus propias actividades, la solución que le permitiera superar ese conflicto. Y si
al decir de Perla, la situación en el “veraz” de Alfaro sólo podía modificarse con
la constancia de un Juzgado (cfr. escuchas de fs. 223/34 de los autos principales),
fue a ese respecto que se produjo la obvia llamada a Hugo Simón.
Así entonces, y según surge de la intervención obrante a fs.
197/202, al tratar el tema de “Alfaro” con Hugo Simón, Perla no dejó de
recordarle a su consorte de causa la necesidad de acabar el “oficio judicial” y
acercarle el sello del Juzgado que aquél decía haber mejorado. Acaso un
elemento que, obsta decirlo, bien podría corresponderse con aquella goma que
reza “Juzgado de Primera Instancia en lo Comercial Nº 9” hallada en la oficina
que Perla ocupaba en la calle Rodríguez Peña 336, 5º piso 54, de esta ciudad (cfr.
acta de allanamiento obrante a fs. 430 de los autos principales).
Ahora bien, pese a que el crédito de Alfaro finalmente parece
no haber prosperado en el Banco Francés, tal circunstancia tampoco impidió que
el mismo cliente fuera igualmente presentado en el Banco Nación. Una entidad
financiera en la que, tal como se ha enunciado en párrafos anteriores, Perla
aseguraba tener los contactos con que obtener créditos de hasta doce mil pesos.
Sobre el particular, las escuchas telefónicas sobre el abonado
de Perla dieron cuenta de que sus conocidos en esa entidad no eran otros que
Carlos Sabán y Fernando Parisi. Con ellos, al igual que con Velázquez
Rodríguez, también Perla intentó solucionar el problema de “Veraz” que impedía
el otorgamiento de un crédito a “Alfaro”. De hecho basta señalar que,
refiriéndose a ese empréstito, Perla le explicó a Carlos Sabán los inconvenientes
que surgían a partir de que Parisi, como gerente del Banco Nación, primero le
“de[cía] que lo [iban] a dar de alta por fuera del sistema y ahora [le] decía que no
po[día]... [aunque él le había llevado] la constancia del Juzgado” (cfr. escuchas
de fs. 216/222).
Ahora bien, lejos de demostrarse aquí la normal gestión de un
empréstito, el tenor de la referida escucha no hace sino poner al descubierto que
la mecánica instaurada para vulnerar las normas de seguridad bancarias eran en
mucho compartidas por Sabán y Parisi. Y si el primero de los nombrados
conocía y coparticipaba de las anormales tratativas, el segundo, en concreto, es
aquel que refiriéndose al mismo crédito de Alfaro, y en la escucha glosada a 232
vta./233, sostuvo que por fuera de la voluntad que pudiera ponérsele al crédito de
“Alfaro”, lo cierto era que la gestión estaba “medio complica[da]” ya que la
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constancia del Juzgado no se podía procesar para sacarlo del sistema de riesgo
del Banco Central.
Teniendo en cuenta este dato, y al igual que ocurriera al
evaluar la conducta de Velázquez Rodríguez, en este caso es válido concluir que
la no aprobación del crédito de Alfaro dentro del Banco Nación, no se debió a
una negativa de Parisi y Sabán a colaborar con la organización que integraban.
Contrapuesto a las objeciones que en dicha oportunidad Parisi
manifestó respecto de la capacidad que tenía Alfaro para adquirir un empréstito,
en otros casos surgió su inusitado interés en favorecer la posición de algunos
clientes que Miguel Angel Perla acercó a esa institución.
A modo de ejemplo surgen entonces las maniobras que Parisi
y Sabán, junto con Perla y Hugo Simón, estructuraron en miras al otorgamiento
de un crédito de diez millones de pesos para una sociedad que pretendía adquirir
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un campo que costaba la mitad del dinero solicitado. Una cifra que, tal como
surge de una de las conversaciones mantenidas entre Sabán y Perla, servía para
que al cliente le “queda[ra] guita para pagar [su] comisión” (cfr. escuchas de fs.
259/260 de los autos principales.).
Ahora bien, dado que en este caso se trataba de un crédito
cuyo monto era imposible de ser aprobado sin previa intervención de la gerencia
zonal del Banco Nación, los esfuerzos de los integrantes se aunaron en pos de la
conformación de un legajo crediticio que, más allá de su contenido fraudulento,
también pudiera superar el control que esa instancia efectuaría. Y fue así que,
entre otras, se habrían producido las manifestaciones que Parisi hiciera a Perla
respecto del envío de documentación a Hugo Simón para que cambiara los
balances de esa sociedad, la advertencia de este último respecto de que “para
diez [millones] no [iba] a dar ningún balance (…) [ya que era] una utilidad
monstruosa la que [había] que poner” o aquella en la que, puntualmente, Perla le
explicó a Sabán que la carpeta estaba toda armada pero que Parisi no lo quería
enviar porque el contador que firmaba era el mismo de un crédito que la gerencia
zonal ya le había rechazado por adjuntar factura “C” a un supuesto responsable
inscripto (cfr. escuchas glosadas a fs. 159/60 vta., 220/21, y 224vta./225 de los
autos principales).
Así entonces, y contrario a lo que han sostenido sus abogados
defensores, cabe señalar que la actividad de Parisi y Sabán, lejos de fundarse en
el lógico interés que todo empleado bancario posee respecto de la captación de
créditos que redundarían en premios para su sucursal, se instituyó en un claro
aporte a la consecución de uno los fines de la organización; es decir al
otorgamiento de créditos que, tras haber quebrando fraudulentamente las normas
de seguridad de las instituciones bancarias, les rendirían cuantiosas
“comisiones”.
Pero más allá de lo expuesto, y tal como lo señala el auto de
procesamiento, sea en miras al desarrollo de la actividad que la empresa delictiva
había instaurado para la consecución de créditos fraudulentos, o fuera ya para la
generación o captación de los documentos públicos espúreos que aquélla
comercializaba, en su desarrollo como sociedad la organización no sólo contó
con las labores comprometidas por los Sres. Perla, Simón, Velázquez Rodríguez,
Sabán y Parisi. Junto a ellos, y en aras de buscar nuevos clientes y
documentación con la que llevar a cabo los fines de la empresa, surgió la
participación de Stella Maris Biec y Alberto Enrique Morales.
En cuanto a la primera de las nombradas, cabe señalar que a
la par de las conversaciones que Perla mantuviera con una persona a la que esta
imputada había enviado con la finalidad de obtener un crédito y la que se
encargó de explicar los costos de una tarea que comprendía la preparación de la
documentación y “lo que hay que tirar en el banco”, surgen aquellas que la
vinculan también con la captación y ofrecimiento de documentos espúreos.
Y así entonces, el ofrecer el servicio de crédito del que
disponía la asociación ilícita, el haber acercado a la organización a una persona
que necesitaba un “DNI para extranjero”, o simplemente el haber promocionado
a Perla los buenos precios que conseguía por un “trabajo espectacular” sobre
todo tipo de documentación -incluso la “cosa paraguaya” que había solicitado-
son las actividades que la ligan a la estructura delictiva comandada por éste (cfr.
escuchas glosadas a fs. 261/262, 265/266, y 322 de los autos principales). Ello
sin dejar de ponderar, asimismo, que en el domicilio que la encartada ocupaba en
la calle Marcelo Torcuato de Alvear 777, planta baja, departamento I, de esta
ciudad, se incautaron cuatro documentos de identidad, siendo uno de ellos falso
(cfr. allanamiento obrante a fs. 431/48 y peritaje de fs. 1122/1129 de los autos
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principales.)
Finalmente, y como se ha sostenido antes, cabe señalar que
las tareas que enlazan a Biec con la organización también eran compartidas por
Alberto Enrique Morales. Un imputado que no sólo se encargó de notificarle a
Perla que ya había confirmado a un cliente la disponibilidad de documentos
“para extranjeros, los bor[dó]”, sino que también, en alguna ocasión,
promocionó el elevado precio que la organización debía cobrar por la “precaria”
que solicitaba un cliente que debía salir al Perú. Y en este sentido, como se lo
anticipó al líder de la banda, la persona que contrataba el servicio sabía que si
bien él era “el más caro del mercado (…) lo que [él decía] se cu[plía]” (cfr.
escuchas obrantes a fs. 27/28 y 35/37 del legajo “A 6” correspondiente a la
intervención dispuesta sobre el abonado de Alberto Enrique Morales).
Así entonces, cabe concluir en la presente causa que, pese a
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los agravios formulados por las partes, la profusa prueba colectada permite
presenciar la riqueza de un proceso que tuvo la capacidad para ir develando, en
la progresividad de los hechos y personas implicadas, la existencia y
permanencia de esa compleja estructura delictiva que el legislador ha sancionado
en el art. 210 del Código Penal.
Es en este contexto, dominado por el aporte que cada uno de
los imputados efectuara en procura de mantener y viabilizar la existencia de un
ente colectivo cuya peligrosidad excede la de una mera participación criminal,
que el caso revela esa sociedad espuria alcanzada por la ley.
Poco importa aquí si las maniobras emprendidas por la
organización alcanzaron su cometido. Al delito de asociación ilícita sólo importa
la punición del peligro generado en la configuración misma de una organización
cuyos planes delictivos, por cierto, lucen indeterminados a lo largo de toda su
vida. Y en este sentido, respecto de sus integrantes, no es entonces el simple
aporte que cada uno de ellos pueda hacer a la comisión de un delito determinado
lo que funda su punibilidad sino el riesgo que, generado en ese ente colectivo, lo
sobrevive.
En concreto, lo que define la figura de asociación ilícita es el
elemento de permanencia que ella requiere como derivación propia del acuerdo
que sus integrantes poseen para la comisión de delitos inciertos en su calidad y
extensión. Y así, lo que se sanciona no deriva de la producción de determinado
resultado lesivo sino, y específicamente, de la intranquilidad social que se
origina en el riesgo propio de advertir, el común la sociedad, la existencia de un
grupo de personas organizado con el propósito de delinquir.
De ahí, entonces, el hecho de que la punibilidad de la figura
derive, no del tangible daño de un bien jurídico determinado, sino del riesgo
generado en una estructura criminal que se desarrolla sin solución de
continuidad. Por ello, determinada la existencia de una asociación ilícita; la
exteriorización de un curso lesivo desde ella resulta punible sin consideración a
la pluralidad de planes que, para la figura del art. 210 del Código Penal, es
elemento constitutivo.
En todo caso, y como ha sostenido la doctrina, la comisión de
un delito desde la organización “bien puede constituir [aquí] la prueba de la
preexistencia de la asociación, cuya penalidad deberá concurrir materialmente
con las que correspondan a los hechos ya consumados (…) Con respecto a estos,
sin embargo, rigen siempre los principios comunes de la participación: no todo
miembro de la asociación responde necesariamente de los delitos efectivamente
consumados por algunos de sus miembros” (SOLER, Sebastián, Derecho Penal
Argentino, Tomo 4, Ed. Tea, Bs. As., 2000, p. 717).
Siendo ello así, y en lo que sigue, es que se pasará a tratar por
separado los agravios vinculados a los delitos que, por fuera del especial caso de
la asociación ilícita, han sido considerados en el auto de procesamiento apelado.
Acerca de los delitos de tenencia
V. Las defensas de Miguel Ángel Perla y Stella Maris Biec no
se limitaron a cuestionar el auto de mérito del que fueron objeto tan sólo en
orden al delito recién examinado. Sus críticas alcanzaron, también, el reproche
que al primero se le dirigió en orden al delito previsto en el art. 299 del Código
Penal y a la segunda, como responsable de aquel legislado por el art. 33, inciso c,
de la ley 20.974.
Se trató en el caso de dos hallazgos. Por un lado, en el
domicilio de calle Rodríguez Peña 336, piso 5°, depto. “54” de esta ciudad,
donde Perla poseía sus oficinas, se encontró un sello de goma con la inscripción
“Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Capital Federal N°
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9”, dos almohadillas, tinta negra y dos sellos sin sus respectivas gomas. Por otra
parte, en el inmueble de calle Marcelo T. de Alvear 777, Planta Baja, depto. “I”
de esta Capital Federal –sede laboral de Biec- fueron hallados tres Documentos
Nacionales de Identidad auténticos pero pertenecientes a otras personas, así
como un cuarto, esta vez con un carácter diverso: su falsedad (ver constancias
del allanamiento desarrollado en los citados inmuebles, obrantes a fs. 415/30 y
431/48, peritajes glosado a fs. 1122/30 y declaraciones testimoniales de
Leonardo Zarriello de fs. 617 y de Adrián Gago de fs. 1220, de los autos
principales).
Mediante las presentaciones glosadas a fs. 107/112 y 192/203,
en las que se recuerda que su asistida se dedicaba a tareas de gestoría, la
asistencia letrada de la Sra. Stella Maris Biec aseveró que la documentación
hallada habría sido aportada por personas que contratan sus servicios. De ahí,
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pues que no podía adjudicarse el calificativo de ilegítimo a la tenencia de los


instrumentos hallados, lo que impediría la adecuación típica de su conducta.
Por su parte, el Dr. Héctor Acosta, defensor de Miguel Angel
Perla, afirmó que los objetos que se le secuestraran, y cuya ilegal tenencia se le
imputa, no son sino elementos propios de su actividad que lejos están de
imbricarse con un obrar ilícito previo o futuro (fs. 146/147 y 207/11).
Se ha sostenido que la sola tenencia, portación o simple
posibilidad de acceso a algunos de los documentos nacionales de identidad
descriptos en el inciso c), del artículo 33 de la ley 20.974 resulta suficiente, y
ningún otro elemento se requiere, para tener por configurado el delito. Sin
embargo es cierto, como sostiene la defensa, que el modo en que esa
conservación se lleva a cabo debe revestirse de un carácter especial. Sólo ingresa
en el ámbito regulado por la norma una tenencia que resulte ilegítima. A esta
cuestión se enfoca, pues, el agravio que debe aquí examinarse.
Ahora bien, si se recuerda que la titular de uno de los DNI
secuestrados habría fallecido, al igual que la persona individualizada en la
Libreta de Enrolamiento que también se incautó en esa oportunidad, las
posibilidades de que éstos hayan sido clientes de Biec se torna un tanto difícil
(ver fs. 1216/9 y 1346/7 del principal). Pero si a ello se le aduna el hecho de que
otro de los instrumentos encontrados en sus oficinas no sólo resulta falso, tal
como así lo pudo determinar el peritaje, sino que tal cualidad se evidenciaba
desde una primera apreciación del objeto, en orden a la condición en la que se
encontraba la foto, ya no queda espacio para admitir la justificación ensayada por
la imputada (fs. 434/7 del principal). Por el contrario, existen evidencias que
permiten concluir, con el grado de provisionalidad que caracteriza a esta etapa, y
sin perjuicio de las medidas aún pendientes de producir, que la tenencia
adjudicada resulta alcanzada por la disposición punitiva en análisis.
Y lo mismo acontece respecto de la situación aducida por su
consorte de causa. Pues si bien es cierto que existen elementos cuya ambigüedad
pueden generar enigmas acerca de su fuente o destino espurios, no es esta una
incertidumbre que se refleje en el caso de Perla. Como se desarrolló
oportunamente, el contexto que ha definido su conducta y, por ende, su reproche
da suficiente marco para comprender que la tenencia de tinta, almohadillas y
sellos lejos de instituirse en un proceder inocuo, se impongan en fiel testimonio
de esas maniobras que lo vinculan con uno de los designios de la asociación
criminal que integraba. Máxime, cuando uno de esos sellos reza su pertenencia a
un tribunal cuya detentación, en ámbitos ajenos a los estrados y por un particular,
se percibe inexcusable. De ahí, entonces, que no resulte posible admitir las
afirmaciones efectuadas por la defensa, lo que conduce, en consecuencia, a
homologar el temperamento adoptado sobre el particular.
Por último, y si bien en la anterior instancia se habilitó la
revisión del auto de mérito dictado contra Simón, y que abarcaría también el
reproche acerca de los delitos recién examinados, el que ningún pasaje del
escrito presentado ante esta Cámara se haya detenido en esta cuestión impide
ingresar en su análisis, teniendo por desistido todo cuestionamiento orientado a
esta temática (art. 454 del CPPN).
Sobre la prisión preventiva
VI. Aunque la mayoría de los procesamientos dispuestos por
el a quo vinieron escoltados de la restricción a la libertad ambulatoria de los
imputados, sus situaciones fueron ya examinadas por esta Sala en los diversos
incidentes de excarcelación que se ha tenido ocasión de resolver (ver causas
43.976, 43.983 y 43.978, registros Nros. 13, 14 y 15, respectivamente, rtas. el
14/01/10 y causa nro. 43.946, reg. Nro. 126, rta. el 25/02/10). No obstante, no ha
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ocurrido ello en los singulares supuestos de Perla, Simón y Biec. Mas,


recordando que sólo la última de las nombradas expresamente cuestionó tal
restricción de derechos, que los demás omitieron impugnar, es a la revisión de su
caso al que se reserva con exclusividad el presente apartado (ver fs. 154/157).
El magistrado de la anterior instancia, al fundar su decisión, a
la par de examinar la expectativa punitiva revelada por los delitos atribuidos a la
nombrada, destacó los fines de la asociación en la que participara y la cualidad
de los elementos encontrados en el domicilio allanado. Así, concluyó en que la
posibilidad de obtener documentación apócrifa por parte de la imputada se
imponía en evidente riesgo de que, obtenida su libertad, se le habilitaría el
camino para evadir los influjos del poder coercitivo.
En materia de libertades este Tribunal ha recordado, a través
de varios precedentes, que la Constitución Nacional consagra categóricamente el
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derecho a la libertad física y ambulatoria, atributo fundamental de todos los


hombres. Asimismo, ella impone el deber de considerar y tratar a todo individuo
como inocente hasta que en un juicio respetuoso del debido proceso se
demuestre lo contrario mediante una sentencia firme -art. 14 y 18 CN- (cfr. de
esta Sala, causa n° 37.956 “Mendoza”, rta. el 14/7/05, reg n° 719; causa n°
41.976 “Soliz”, rta. el 17/7/08, reg n°812 y causa 37.964 “Renduelles, Fabiana
Andrea s/ excarcelación”, rta. el 8/9/05, reg. n° 703, entre otras).
Sin embargo, y así como no existen derechos absolutos,
también estas libertades pueden verse relativizadas si se comprueba la existencia
de causas objetivas que hicieren presumir al juez que la persona sometida a
proceso criminal intentará eludir la acción de la justicia o entorpecer el curso de
las investigaciones judiciales.
Precisamente ese fue el criterio adoptado por el legislador en
el artículo 280 del CPPN, mediante el cual estableció los principios generales
que deben observar todas las medidas de coerción, y en particular la restricción a
la libertad personal, la cual sólo podrá ser coartada “en los límites absolutamente
indispensables para asegurar el descubrimiento de la verdad y la aplicación de la
ley” (Causa N° 37.788 “Incidente de eximición de prisión de Páez, Gustavo E.”,
rta. el 29/04/05, Reg nro. 345).
Teniendo en cuenta los conceptos expuestos, las
prescripciones legales de los artículos 316 y 317 del CPPN no pueden
representar más que un parámetro relevante (o si se quiere una presunción iuris
tantum) para evaluar la existencia de riesgos procesales. Y no obstante su
configuración, pueden existir circunstancias que permitan descartar esos riegos
aun frente a una elevada amenaza de pena. Esto es así porque sólo los elementos
de cada caso concreto pueden fundar válidamente -en tanto permitan presumir de
modo razonable la existencia de esos peligros procesales- el encarcelamiento
preventivo de una persona.
Es por tal motivo, entonces, que no resulta posible admitir el
primero de los argumentos invocados para sostenerse la restricción de la libertad
ambulatoria de Stella Maris Biec en tanto este se funda, con exclusividad, en la
escala penal prevista para el delito cuya comisión se le atribuye a la nombrada.
Un criterio que si bien netamente objetivo y neutral, por cuanto apela a cifras que
vienen impuestas en abstracto por el legislador, es incapaz de evidenciar, en el
caso a decidir, la existencia de un riesgo para el devenir del proceso.
Es por ello que, al menos examinada desde esta arista
estrictamente objetiva, no se advierten razones que permitan compartir el
temperamento recurrido, si no lo es bajo el riesgo de quebrantar los principios
que deben guiar la actuación de los tribunales argentinos.
E idéntica situación se advierte al enfrentarse al segundo de
los argumentos a los que acudió el magistrado de grado en sostén de su criterio.
Esta Sala ya ha señalado en numerosas oportunidades, incluso
en el marco de la misma causa en la que hallara génesis el expediente al que
responde esta incidencia, que no puede ser considerado como condición
excluyente para decidir el encierro preventivo el hecho de que el imputado esté
siendo investigado por su presunta relación con delitos vinculados con la
falsificación de documentos de la cual derivaría la posibilidad de procurarse una
identidad apócrifa. Dicho parámetro objetivo no habilita por sí a suponer, de un
modo razonable y respetuoso de los derechos del imputado, que estos intentarán
eludir el accionar de la justicia en caso de recuperar su libertad (causa n° 42.008
“Dorador Inga, Pamela s/excarcelación”, reg. n° 904, rta. el 01/08/08, causa n°
42.709 “Nicho Wong, Luis Percy s/ excarcelación”, reg. n° 3, rta. el 07/01/09 y
causa nro. causa N° 43.455, “Perriconi de Matthaeis, Mario Pablo y otros s/
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procesamiento con prisión preventiva”, reg. Nro. 1156, rta. el 22/10/09).


Es así que ante la imposibilidad de admitir cualquiera de las
dos razones expuestas, no se advierta elemento alguno que nos permita
confirmar el pronunciamiento impugnado. Y más aún cuando se recuerda que la
Sra. Biec se encuentra debidamente identificada en el legajo, posee un lugar fijo
de residencia, y que no registra antecedentes condenatorios como el mismo juez
reconoce en su resolutorio.
Sobre el embargo
VII. Pese a que casi la totalidad de las defensas cuestionaron
los montos que en concepto de embargo fueron impuestos por el juez a quo, la
vaguedad de sus agravios y lo inmotivado de sus apelaciones condujeron a que el
magistrado rechazara la inauguración de los carriles recursivos intentados. De
ahí que esta Cámara no se encuentre habilitada para enfrentar la temática, con
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excepción del único asunto que permaneció exento de tal advertencia: la decisión
adoptada respecto del patrimonio de Morales (cfr. fs. 101, 154/57, 177/78 y
192/203).
Sin embargo, al procurar ingresar en las razones que
determinaron la estimación pecuniaria efectuada por el juez, se advierte que
tanto en su caso como respecto de los demás imputados ninguna referencia
concreta se hizo para justificar la decisión. Y ello pues, la mera alusión a los
conceptos que ese instituto busca tutelar, sin indicación del caso específico, no
logra exhibir la debida motivación de la que debe gozar toda decisión judicial
para ser válida y que, por tanto, conduce a declarar la nulidad de la resolución
adoptada en tal sentido, no sólo a favor de Morales, sino de todos aquellos que
resultan comprendidos en tal alcance (Cfr. Sala I, causa nro. 43.205, “Iliev
Tihomir Ianakiev s/procesamiento con prisión preventiva”, Reg. N° 650, rta. el
3/7/09, causa N° 42.734, “Armesto, Pablo Héctor y otro s/procesamiento y
embargo”, reg. Nro. 969, rta. el 10/09/09, causa nro. 42.055, “Mercado Cardozo,
Julio César s/ procesamiento”, reg. Nro. 142, rta. el 2/3/10, entre otras).
Por todo lo expuesto es que este Tribunal RESUELVE:
I. RECHAZAR LA NULIDAD deducida por el Dr.
Maximiliano Ruiz en orden a los motivos brindados en el punto III de esta
resolución (artículos 123, 166 y ss. del Código Procesal Penal de la Nación);
II. CONFIRMAR el punto dispositivo I de la resolución
obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de Miguel
Ángel Alberto Perla en orden a los delitos de asociación ilícita, en calidad de
jefe y conservación de materias destinadas a falsificar documentos, en calidad de
autor, los que concurren de modo real entre sí (artículo 306 del Código Procesal
Penal de la Nación; artículos 45, 55, 210, segundo párrafo, y 299 del Código
Penal).
III. CONFIRMAR el punto dispositivo IV de la resolución
obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de Héctor Hugo
Simón en orden a los delitos de asociación ilícita, en calidad de organizador,
conservación de materias destinadas a falsificar documentos, en calidad de autor,
y tenencia ilegítima de documento nacional de identidad falso totalmente
llenado, en calidad de autor, los que concurren de modo real entre sí (artículo
306 del Código Procesal Penal de la Nación; artículos 45, 55, 210, segundo
párrafo, y 299 del Código Penal y artículo 33, inciso c. de la ley 20.974).
IV. CONFIRMAR el punto dispositivo VII de la resolución
obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de Carlos
Guido Sabán en orden al delito de asociación ilícita, en calidad de miembro
(artículo 306 del Código Procesal Penal de la Nación; artículos 45 y 210, primer
párrafo, del Código Penal).
V. CONFIRMAR el punto dispositivo X de la resolución
obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de Roberto
Osvaldo Velázquez Rodríguez en orden al delito de asociación ilícita, en
calidad de miembro (artículo 306 del Código Procesal Penal de la Nación;
artículos 45 y 210, primer párrafo, del Código Penal).
VI. CONFIRMAR el punto dispositivo XIII de la
resolución obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de
Fernando Parisi en orden al delito de asociación ilícita, en calidad de miembro
(artículo 306 del Código Procesal Penal de la Nación; artículos 45 y 210, primer
párrafo, del Código Penal).
VII. CONFIRMAR el punto dispositivo XVI de la
resolución obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de
Stella Maris Biec en orden a los delitos de asociación ilícita, en calidad de
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miembro, y tenencia ilegítima de documentos nacionales de identidad –reiterado


en cuatro oportunidades-, uno de ellos falso parcialmente llenado y los restantes
auténticos, en calidad de autora, los que concurren de modo real entre sí (artículo
306 del Código Procesal Penal de la Nación; artículos 45, 55, 210, primer
párrafo, del Código Penal y artículo 33, inciso c. de la ley 20.974).
VIII. CONFIRMAR el punto dispositivo XIX de la
resolución obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de
Alberto Enrique Morales en orden al delito de asociación ilícita, en calidad de
miembro (artículo 306 del Código Procesal Penal de la Nación; artículos 45 y
210, primer párrafo, del Código Penal).
IX. REVOCAR el punto dispositivo XVII de la resolución
obrante en copias a fs. 1/89 y CONCEDER LA LIBERTAD a Stella Maris
Biec, debiendo el Sr. Juez a quo determinar la caución que corresponda adoptar
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para lograr el aseguramiento de los fines previstos en la normativa de forma a los


que se ha hecho mención en el apartado VI, y de no mediar otro impedimento.
X. DECLARAR LA NULIDAD de los puntos dispositivos
III, VI, IX, XII, XV, XVIII y XX de la resolución obrante en copias a fs. 1/89,
mediante los cuales se trabó embargo sobre los bienes de Miguel Ángel Perla,
Héctor Hugo Simón, Carlos Guido Sabán, Roberto Osvaldo Velázquez
Rodríguez, Fernando Parisi, Stella Maris Biec y Alberto Enrique Morales,
respectivamente, en virtud de lo indicado en el apartado VII de esta resolución,
debiendo dictarse un nuevo pronunciamiento sobre el particular (artículo 123 y
518 del Código Procesal Penal de la Nación).
Regístrese, hágase saber al Ministerio Público Fiscal con
carácter de urgente y devuélvase a primera instancia, donde deberán practicarse
las notificaciones que correspondan, sirviendo la presente de atenta nota de
envío.
JORGE L. BALLESTERO

EDUARDO G. FARAH EDUARDO R. FREILER

Ante mí: Eduardo Ariel Nogales

Prosecretario de Cámara

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