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delictiva.
II e. Finalmente, también el Dr. Roberto Mario Barbieri, al
ejercer la defensa de Hugo Simón, atacó el auto de mérito que tuvo a su
defendido como partícipe de una asociación ilícita.
Respecto de este delito, y en coincidencia con los argumentos
introducidos oportunamente por el defensor de Sabán, el letrado consideró que
no era sólo la ausencia de prueba lo que impedía su acreditación en la presente
causa. Junto a ello argumentó que, debiendo la asociación ilícita integrarse por al
menos tres personas, aquí sucedía que, salvo para el caso de Perla, todos los
imputados tendrían una “desconexión física y comunicacional” (fs. 106).
Precisamente, fueron los argumentos relativos a la falta de
adecuación típica de los hechos que se le imputan a Hugo Simón aquellos que,
en lo sucesivo, darían fundamento a los agravios que la nueva asistencia letrada
del imputado volcara al momento de presentar el informe previsto en el art. 454
de la norma ritual.
Mas en dicha ocasión, y siguiendo con aquella postura que
veía en la desconexión física de los imputados la imposibilidad de tener por
configurada una presunta asociación ilícita, también el letrado se encargó de
introducir otros tantos cuestionamientos respecto a la acreditación de sus
requisitos típicos. Y en ese sentido fue que, detalló, si la sociedad estaba
destinada a la falsificación de documentos que en algunos casos eran utilizados
ante entidades bancarias, “no se advertiría de qu[é] modo la supuesta
organización investigada [podía] producir alarma colectiva o temor de la
población de ser víctima de delito alguno, pues en todo caso (…) estarían
dirigidas contra la fe pública y no contra personas en particular”. Ello sin
perjuicio de que, por otra parte, a su entender no tendría una pluralidad de planes
delictivos sino una única meta: falsificar documentos (fs. 220vta. y 221vta.).
Aún así, independientemente de que entiende que los
mencionados argumentos deberían demostrar ya la atipicidad de la conducta
atribuida a Hugo Simón, de modo subsidiario sostuvo que, para el caso de que la
presunta asociación ilícita hubiera existido, no podía desconocerse que aquélla
no había sido conformada por el nombrado. Y ello así pues, tal como surgiría de
las escuchas telefónicas glosadas a la causa, el único lazo que relacionaría a
Hugo Simón con las demás personas procesadas se resumiría en la prestación de
sus servicios profesionales como contador (fs. 216/223).
Sobre la ausencia de motivación alegada
III. Previo a ingresar en el examen de los diversos agravios
que los procesados, por intermedio de sus asistencias letradas, han deslizado
contra el pronunciamiento, resulta necesario detenerse en el estudio de otros
aspectos.
En efecto, y a la par de las críticas deducidas respecto del
criterio que procura definir la situación procesal de su defendido, el Dr.
Maximiliano Ruiz ha efectuado un planteo donde la misma validez de la
resolución ha sido impugnada.
En este sentido surgen aquellos agravios mediante los cuales
el abogado acude, ya no sólo a la incongruencia entre la resolución y la prueba
obrante en las actuaciones, sino también a la “irrazonabilidad con que el Sr. Juez
a quo [habría] interpre[tado] el alcance de la figura de asociación ilícita” (fs. 115
vta./116 del presente incidente).
Ahora bien, y en lo que a la supuesta arbitrariedad de la
resolución hace, entendemos que el planteo deducido por letrado defensor de
Fernando Parisi no puede prosperar. Y ello pues, lejos de los defectos alegados
por la parte, la decisión del juez a quo refleja un razonamiento metódico y
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cuidadoso que, tras tomar como punto de partida las especiales características
que configuran el delito contenido en el art. 210 del Código Penal, recorre una
senda cristalizada por la exposición y valoración de los diversos elementos
probatorios colectados a lo largo de la instrucción.
De hecho, las críticas deslizadas por el letrado en torno a los
fundamentos del fallo, antes que conmover la plena validez del pronunciamiento
apelado trasunta la intención de develar una arista diversa sobre el modo en que
corresponden ser valoradas las pruebas reunidas y a partir de allí, la situación
que en el proceso debe ostentar su asistido. Una discrepancia que, más allá de la
calificación de acierto o crítica que pudiera caberle al auto atacado, es
precisamente la que brinda sustento a la apelación introducida, mas no es
suficiente para fundar la sanción de invalidez que reclama.
Máxime, cuando este Tribunal pacíficamente ha sostenido que
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ambos integraban (cfr. escuchas glosadas a fs. 158/61 de los autos principales).
Ello sin descontar, además, que tras practicarse el
allanamiento de las oficinas y domicilios que ambos poseían, fueron
secuestrados el pasaporte del mencionado “Joel”, varios sellos –uno de ellos
correspondiente al Juzgado Nacional en lo Comercial Nº 9-, fotos carnet, y un
DNI falso Nº 3.076.255 a nombre de Ana María Senn (cfr. actas de allanamiento
glosadas a fs. 430, 563, 570/75 y la pericia de fs. 1122/29 de los autos
principales).
Ahora bien, más allá de expuesto en torno a la vinculación
existente entre Perla y Hugo Simón, lo cierto es que la compleja operatividad de
una banda que ofrecía entre sus servicios la generación de créditos bancarios
capaces de vulnerar los sistemas de seguridad sobre los que se asienta la
estabilidad del sistema financiero, no pudo nutrirse de la sola intervención de
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aquéllos.
Así entonces, y siguiendo los lineamientos de una figura penal
que requiere como dato objetivo el acuerdo de tres o más personas destinado a
cometer delitos, la instrucción de la presente causa develó que al actuar de estos
dos imputados se adunó, asimismo, la función y participación de quienes
aparecen como sus consortes de causa. Algunos de ellos, precisamente,
empleados de los bancos en los que se solicitaban los empréstitos.
En efecto, y de otras varias comunicaciones, surgió que la
asociación contaba, igualmente, con el aporte que podían efectuarle quienes por
su desempeño laboral se hallaban en la ventajosa situación de posibilitar sus
planes. Después de todo, y tal como lo manifestó Perla a una persona que
intentaba conseguir algunos préstamos “chicos”, el podía lograrlo fácilmente en
los bancos Francés y Nación porque tenía la mano de los gerentes. En esas
instituciones, mencionó, con conocimiento de esos agentes bancarios conseguía
que le otorgaran empréstitos donde a “un tipo que no tiene un sorete le me[tía]
una ganancia de veinte mil mango, y [aunque] no [tenía] una (…) tarjeta el hijo
de mil puta, igual le esta[ban] dando 25, 30 lucas”. Cifra que, para entrar en
mayor detalle, aclaró que sólo correspondía al Banco Francés porque en el
Nación, si bien metía “todo”, los créditos eran “más chicos, [de] 12 mil
mangos…” (cfr. escuchas glosadas a fs. 231/232 de los autos principales).
Ahora bien, es del caso señalar en este aspecto que hasta
donde ha podido desarrollarse la investigación, los contactos a los que Miguel
Angel Perla aludía en las citadas entidades bancarias no eran otros más que sus
coimputados: los Sres. Roberto Osvaldo Velázquez Rodríguez, Carlos Guido
Sabán y Fernando Parisi.
Sobre el particular, y tal como ha dado cuenta el auto de
mérito, es de destacar que el primero de los nombrados, como asesor del Banco
Francés, resultó ser la persona en quien Perla depositaba la función de congeniar
el modo y lugar en que se harían las solicitudes de crédito en esa entidad. Un
banco que, según confesó Perla en otra de las escuchas, por otorgarle préstamos
de gran envergadura no se podía “quemar” (cfr. escuchas glosadas a fs. 227
vta./229 de los autos principales).
Teniendo en cuenta ese dato, no es de extrañar que si la
entidad financiera en la que desarrollaba sus funciones Velázquez Rodríguez era
de vital importancia para una organización que podía obtener de ella préstamos
de hasta “30 lucas”, las conversaciones entre ambos hayan tenido como eje
rector los parámetros de seguridad que para el caso debían adoptarse. En ese
ámbito es que, como primer elemento demostrativo de un concepto operativo del
que también Velázquez Rodríguez participaba, surgió aquella escucha en la que
aquél requirió conocer “…si el tipo [iba] a pagar un mes, dos meses, o no iba a
pagar nunca” pues, sólo de esta forma, y atendiendo a los resguardos de la
operación, sabría “donde meterlo o no meterlo”. A todo evento, y tal como lo
expresó el asesor del Banco Francés, ocurría que ante las explicaciones que el
banco le solicitaría por créditos impagos, “no [era] lo mismo que [una persona]
saque un préstamo de diez lucas y pague una a que pague nueve, osea [el] podía
tener un error [y] no directamente que se lleve la guita y después no pague” (cfr.
por todo, escuchas glosadas a fs. 227 vta./229 de los autos principales).
En efecto, dentro de la comunidad organizativa que
caracterizaba a la asociación comandada Perla, la captación de algunos clientes
con ciertas perspectivas de pago era una cuestión que en todo caso hacía a la
subsistencia de la banda. Y ello, como explican en otras intervenciones, ocurría
por el hecho de que si su objeto social estaba conformado por la instauración de
un ardid mediante el cual obtener préstamos fraudulentos, no debía olvidarse que
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habían hecho figurar. De hecho, tanto era así que para explayarse aún más sobre
el tema, y tras mencionar que la alegada clienta cuanto mucho podía vender
“pan”, el imputado manifestó que “si [lograba] que le [dieran] 30 lucas [se]
reci[bía] de mago” (cfr. escuchas glosadas a fs 216/222 de los autos principales).
Con todo, y aun ante el empeño con que la organización
pergeñaba la elaboración de carpetas de crédito en las que se pretendía
evidenciar estados de solvencia inexistentes, en ciertas ocasiones los esfuerzos
realizados no alcanzaban para la obtención del esperado rédito.
En efecto, más allá de la esforzada mecánica bajo la cual la
asociación lograba el otorgamiento de créditos fraudulentos, la tarea no podía
superar los inconvenientes que en alguna de las operaciones suponía la
preexistencia de informes financieros adversos. Y ese supuesto, en concreto, fue
aquel que quedó registrado en otra de las comunicaciones en las que Velázquez
Rodríguez hizo saber a Perla que fuera de todo esfuerzo que pudiera ponerse
desde su parte, debían olvidarse del empréstito que gestionaban para “Alfaro” si
no se “levantaba” previamente “el veraz”.
Claro está, lejos de permitir que la operación sucumbiera por
ese sólo inconveniente, la ágil mecánica de la organización buscó, por dentro de
sus propias actividades, la solución que le permitiera superar ese conflicto. Y si
al decir de Perla, la situación en el “veraz” de Alfaro sólo podía modificarse con
la constancia de un Juzgado (cfr. escuchas de fs. 223/34 de los autos principales),
fue a ese respecto que se produjo la obvia llamada a Hugo Simón.
Así entonces, y según surge de la intervención obrante a fs.
197/202, al tratar el tema de “Alfaro” con Hugo Simón, Perla no dejó de
recordarle a su consorte de causa la necesidad de acabar el “oficio judicial” y
acercarle el sello del Juzgado que aquél decía haber mejorado. Acaso un
elemento que, obsta decirlo, bien podría corresponderse con aquella goma que
reza “Juzgado de Primera Instancia en lo Comercial Nº 9” hallada en la oficina
que Perla ocupaba en la calle Rodríguez Peña 336, 5º piso 54, de esta ciudad (cfr.
acta de allanamiento obrante a fs. 430 de los autos principales).
Ahora bien, pese a que el crédito de Alfaro finalmente parece
no haber prosperado en el Banco Francés, tal circunstancia tampoco impidió que
el mismo cliente fuera igualmente presentado en el Banco Nación. Una entidad
financiera en la que, tal como se ha enunciado en párrafos anteriores, Perla
aseguraba tener los contactos con que obtener créditos de hasta doce mil pesos.
Sobre el particular, las escuchas telefónicas sobre el abonado
de Perla dieron cuenta de que sus conocidos en esa entidad no eran otros que
Carlos Sabán y Fernando Parisi. Con ellos, al igual que con Velázquez
Rodríguez, también Perla intentó solucionar el problema de “Veraz” que impedía
el otorgamiento de un crédito a “Alfaro”. De hecho basta señalar que,
refiriéndose a ese empréstito, Perla le explicó a Carlos Sabán los inconvenientes
que surgían a partir de que Parisi, como gerente del Banco Nación, primero le
“de[cía] que lo [iban] a dar de alta por fuera del sistema y ahora [le] decía que no
po[día]... [aunque él le había llevado] la constancia del Juzgado” (cfr. escuchas
de fs. 216/222).
Ahora bien, lejos de demostrarse aquí la normal gestión de un
empréstito, el tenor de la referida escucha no hace sino poner al descubierto que
la mecánica instaurada para vulnerar las normas de seguridad bancarias eran en
mucho compartidas por Sabán y Parisi. Y si el primero de los nombrados
conocía y coparticipaba de las anormales tratativas, el segundo, en concreto, es
aquel que refiriéndose al mismo crédito de Alfaro, y en la escucha glosada a 232
vta./233, sostuvo que por fuera de la voluntad que pudiera ponérsele al crédito de
“Alfaro”, lo cierto era que la gestión estaba “medio complica[da]” ya que la
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constancia del Juzgado no se podía procesar para sacarlo del sistema de riesgo
del Banco Central.
Teniendo en cuenta este dato, y al igual que ocurriera al
evaluar la conducta de Velázquez Rodríguez, en este caso es válido concluir que
la no aprobación del crédito de Alfaro dentro del Banco Nación, no se debió a
una negativa de Parisi y Sabán a colaborar con la organización que integraban.
Contrapuesto a las objeciones que en dicha oportunidad Parisi
manifestó respecto de la capacidad que tenía Alfaro para adquirir un empréstito,
en otros casos surgió su inusitado interés en favorecer la posición de algunos
clientes que Miguel Angel Perla acercó a esa institución.
A modo de ejemplo surgen entonces las maniobras que Parisi
y Sabán, junto con Perla y Hugo Simón, estructuraron en miras al otorgamiento
de un crédito de diez millones de pesos para una sociedad que pretendía adquirir
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un campo que costaba la mitad del dinero solicitado. Una cifra que, tal como
surge de una de las conversaciones mantenidas entre Sabán y Perla, servía para
que al cliente le “queda[ra] guita para pagar [su] comisión” (cfr. escuchas de fs.
259/260 de los autos principales.).
Ahora bien, dado que en este caso se trataba de un crédito
cuyo monto era imposible de ser aprobado sin previa intervención de la gerencia
zonal del Banco Nación, los esfuerzos de los integrantes se aunaron en pos de la
conformación de un legajo crediticio que, más allá de su contenido fraudulento,
también pudiera superar el control que esa instancia efectuaría. Y fue así que,
entre otras, se habrían producido las manifestaciones que Parisi hiciera a Perla
respecto del envío de documentación a Hugo Simón para que cambiara los
balances de esa sociedad, la advertencia de este último respecto de que “para
diez [millones] no [iba] a dar ningún balance (…) [ya que era] una utilidad
monstruosa la que [había] que poner” o aquella en la que, puntualmente, Perla le
explicó a Sabán que la carpeta estaba toda armada pero que Parisi no lo quería
enviar porque el contador que firmaba era el mismo de un crédito que la gerencia
zonal ya le había rechazado por adjuntar factura “C” a un supuesto responsable
inscripto (cfr. escuchas glosadas a fs. 159/60 vta., 220/21, y 224vta./225 de los
autos principales).
Así entonces, y contrario a lo que han sostenido sus abogados
defensores, cabe señalar que la actividad de Parisi y Sabán, lejos de fundarse en
el lógico interés que todo empleado bancario posee respecto de la captación de
créditos que redundarían en premios para su sucursal, se instituyó en un claro
aporte a la consecución de uno los fines de la organización; es decir al
otorgamiento de créditos que, tras haber quebrando fraudulentamente las normas
de seguridad de las instituciones bancarias, les rendirían cuantiosas
“comisiones”.
Pero más allá de lo expuesto, y tal como lo señala el auto de
procesamiento, sea en miras al desarrollo de la actividad que la empresa delictiva
había instaurado para la consecución de créditos fraudulentos, o fuera ya para la
generación o captación de los documentos públicos espúreos que aquélla
comercializaba, en su desarrollo como sociedad la organización no sólo contó
con las labores comprometidas por los Sres. Perla, Simón, Velázquez Rodríguez,
Sabán y Parisi. Junto a ellos, y en aras de buscar nuevos clientes y
documentación con la que llevar a cabo los fines de la empresa, surgió la
participación de Stella Maris Biec y Alberto Enrique Morales.
En cuanto a la primera de las nombradas, cabe señalar que a
la par de las conversaciones que Perla mantuviera con una persona a la que esta
imputada había enviado con la finalidad de obtener un crédito y la que se
encargó de explicar los costos de una tarea que comprendía la preparación de la
documentación y “lo que hay que tirar en el banco”, surgen aquellas que la
vinculan también con la captación y ofrecimiento de documentos espúreos.
Y así entonces, el ofrecer el servicio de crédito del que
disponía la asociación ilícita, el haber acercado a la organización a una persona
que necesitaba un “DNI para extranjero”, o simplemente el haber promocionado
a Perla los buenos precios que conseguía por un “trabajo espectacular” sobre
todo tipo de documentación -incluso la “cosa paraguaya” que había solicitado-
son las actividades que la ligan a la estructura delictiva comandada por éste (cfr.
escuchas glosadas a fs. 261/262, 265/266, y 322 de los autos principales). Ello
sin dejar de ponderar, asimismo, que en el domicilio que la encartada ocupaba en
la calle Marcelo Torcuato de Alvear 777, planta baja, departamento I, de esta
ciudad, se incautaron cuatro documentos de identidad, siendo uno de ellos falso
(cfr. allanamiento obrante a fs. 431/48 y peritaje de fs. 1122/1129 de los autos
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principales.)
Finalmente, y como se ha sostenido antes, cabe señalar que
las tareas que enlazan a Biec con la organización también eran compartidas por
Alberto Enrique Morales. Un imputado que no sólo se encargó de notificarle a
Perla que ya había confirmado a un cliente la disponibilidad de documentos
“para extranjeros, los bor[dó]”, sino que también, en alguna ocasión,
promocionó el elevado precio que la organización debía cobrar por la “precaria”
que solicitaba un cliente que debía salir al Perú. Y en este sentido, como se lo
anticipó al líder de la banda, la persona que contrataba el servicio sabía que si
bien él era “el más caro del mercado (…) lo que [él decía] se cu[plía]” (cfr.
escuchas obrantes a fs. 27/28 y 35/37 del legajo “A 6” correspondiente a la
intervención dispuesta sobre el abonado de Alberto Enrique Morales).
Así entonces, cabe concluir en la presente causa que, pese a
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los agravios formulados por las partes, la profusa prueba colectada permite
presenciar la riqueza de un proceso que tuvo la capacidad para ir develando, en
la progresividad de los hechos y personas implicadas, la existencia y
permanencia de esa compleja estructura delictiva que el legislador ha sancionado
en el art. 210 del Código Penal.
Es en este contexto, dominado por el aporte que cada uno de
los imputados efectuara en procura de mantener y viabilizar la existencia de un
ente colectivo cuya peligrosidad excede la de una mera participación criminal,
que el caso revela esa sociedad espuria alcanzada por la ley.
Poco importa aquí si las maniobras emprendidas por la
organización alcanzaron su cometido. Al delito de asociación ilícita sólo importa
la punición del peligro generado en la configuración misma de una organización
cuyos planes delictivos, por cierto, lucen indeterminados a lo largo de toda su
vida. Y en este sentido, respecto de sus integrantes, no es entonces el simple
aporte que cada uno de ellos pueda hacer a la comisión de un delito determinado
lo que funda su punibilidad sino el riesgo que, generado en ese ente colectivo, lo
sobrevive.
En concreto, lo que define la figura de asociación ilícita es el
elemento de permanencia que ella requiere como derivación propia del acuerdo
que sus integrantes poseen para la comisión de delitos inciertos en su calidad y
extensión. Y así, lo que se sanciona no deriva de la producción de determinado
resultado lesivo sino, y específicamente, de la intranquilidad social que se
origina en el riesgo propio de advertir, el común la sociedad, la existencia de un
grupo de personas organizado con el propósito de delinquir.
De ahí, entonces, el hecho de que la punibilidad de la figura
derive, no del tangible daño de un bien jurídico determinado, sino del riesgo
generado en una estructura criminal que se desarrolla sin solución de
continuidad. Por ello, determinada la existencia de una asociación ilícita; la
exteriorización de un curso lesivo desde ella resulta punible sin consideración a
la pluralidad de planes que, para la figura del art. 210 del Código Penal, es
elemento constitutivo.
En todo caso, y como ha sostenido la doctrina, la comisión de
un delito desde la organización “bien puede constituir [aquí] la prueba de la
preexistencia de la asociación, cuya penalidad deberá concurrir materialmente
con las que correspondan a los hechos ya consumados (…) Con respecto a estos,
sin embargo, rigen siempre los principios comunes de la participación: no todo
miembro de la asociación responde necesariamente de los delitos efectivamente
consumados por algunos de sus miembros” (SOLER, Sebastián, Derecho Penal
Argentino, Tomo 4, Ed. Tea, Bs. As., 2000, p. 717).
Siendo ello así, y en lo que sigue, es que se pasará a tratar por
separado los agravios vinculados a los delitos que, por fuera del especial caso de
la asociación ilícita, han sido considerados en el auto de procesamiento apelado.
Acerca de los delitos de tenencia
V. Las defensas de Miguel Ángel Perla y Stella Maris Biec no
se limitaron a cuestionar el auto de mérito del que fueron objeto tan sólo en
orden al delito recién examinado. Sus críticas alcanzaron, también, el reproche
que al primero se le dirigió en orden al delito previsto en el art. 299 del Código
Penal y a la segunda, como responsable de aquel legislado por el art. 33, inciso c,
de la ley 20.974.
Se trató en el caso de dos hallazgos. Por un lado, en el
domicilio de calle Rodríguez Peña 336, piso 5°, depto. “54” de esta ciudad,
donde Perla poseía sus oficinas, se encontró un sello de goma con la inscripción
“Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Comercial de Capital Federal N°
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9”, dos almohadillas, tinta negra y dos sellos sin sus respectivas gomas. Por otra
parte, en el inmueble de calle Marcelo T. de Alvear 777, Planta Baja, depto. “I”
de esta Capital Federal –sede laboral de Biec- fueron hallados tres Documentos
Nacionales de Identidad auténticos pero pertenecientes a otras personas, así
como un cuarto, esta vez con un carácter diverso: su falsedad (ver constancias
del allanamiento desarrollado en los citados inmuebles, obrantes a fs. 415/30 y
431/48, peritajes glosado a fs. 1122/30 y declaraciones testimoniales de
Leonardo Zarriello de fs. 617 y de Adrián Gago de fs. 1220, de los autos
principales).
Mediante las presentaciones glosadas a fs. 107/112 y 192/203,
en las que se recuerda que su asistida se dedicaba a tareas de gestoría, la
asistencia letrada de la Sra. Stella Maris Biec aseveró que la documentación
hallada habría sido aportada por personas que contratan sus servicios. De ahí,
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excepción del único asunto que permaneció exento de tal advertencia: la decisión
adoptada respecto del patrimonio de Morales (cfr. fs. 101, 154/57, 177/78 y
192/203).
Sin embargo, al procurar ingresar en las razones que
determinaron la estimación pecuniaria efectuada por el juez, se advierte que
tanto en su caso como respecto de los demás imputados ninguna referencia
concreta se hizo para justificar la decisión. Y ello pues, la mera alusión a los
conceptos que ese instituto busca tutelar, sin indicación del caso específico, no
logra exhibir la debida motivación de la que debe gozar toda decisión judicial
para ser válida y que, por tanto, conduce a declarar la nulidad de la resolución
adoptada en tal sentido, no sólo a favor de Morales, sino de todos aquellos que
resultan comprendidos en tal alcance (Cfr. Sala I, causa nro. 43.205, “Iliev
Tihomir Ianakiev s/procesamiento con prisión preventiva”, Reg. N° 650, rta. el
3/7/09, causa N° 42.734, “Armesto, Pablo Héctor y otro s/procesamiento y
embargo”, reg. Nro. 969, rta. el 10/09/09, causa nro. 42.055, “Mercado Cardozo,
Julio César s/ procesamiento”, reg. Nro. 142, rta. el 2/3/10, entre otras).
Por todo lo expuesto es que este Tribunal RESUELVE:
I. RECHAZAR LA NULIDAD deducida por el Dr.
Maximiliano Ruiz en orden a los motivos brindados en el punto III de esta
resolución (artículos 123, 166 y ss. del Código Procesal Penal de la Nación);
II. CONFIRMAR el punto dispositivo I de la resolución
obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de Miguel
Ángel Alberto Perla en orden a los delitos de asociación ilícita, en calidad de
jefe y conservación de materias destinadas a falsificar documentos, en calidad de
autor, los que concurren de modo real entre sí (artículo 306 del Código Procesal
Penal de la Nación; artículos 45, 55, 210, segundo párrafo, y 299 del Código
Penal).
III. CONFIRMAR el punto dispositivo IV de la resolución
obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de Héctor Hugo
Simón en orden a los delitos de asociación ilícita, en calidad de organizador,
conservación de materias destinadas a falsificar documentos, en calidad de autor,
y tenencia ilegítima de documento nacional de identidad falso totalmente
llenado, en calidad de autor, los que concurren de modo real entre sí (artículo
306 del Código Procesal Penal de la Nación; artículos 45, 55, 210, segundo
párrafo, y 299 del Código Penal y artículo 33, inciso c. de la ley 20.974).
IV. CONFIRMAR el punto dispositivo VII de la resolución
obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de Carlos
Guido Sabán en orden al delito de asociación ilícita, en calidad de miembro
(artículo 306 del Código Procesal Penal de la Nación; artículos 45 y 210, primer
párrafo, del Código Penal).
V. CONFIRMAR el punto dispositivo X de la resolución
obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de Roberto
Osvaldo Velázquez Rodríguez en orden al delito de asociación ilícita, en
calidad de miembro (artículo 306 del Código Procesal Penal de la Nación;
artículos 45 y 210, primer párrafo, del Código Penal).
VI. CONFIRMAR el punto dispositivo XIII de la
resolución obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de
Fernando Parisi en orden al delito de asociación ilícita, en calidad de miembro
(artículo 306 del Código Procesal Penal de la Nación; artículos 45 y 210, primer
párrafo, del Código Penal).
VII. CONFIRMAR el punto dispositivo XVI de la
resolución obrante en copias a fs. 1/89, en cuanto decreta el procesamiento de
Stella Maris Biec en orden a los delitos de asociación ilícita, en calidad de
Poder Judicial de la Nación
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