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Pascal Quignard, El odio a la música (Santiago de Chile: Andrés Bello, 1998). 62.
aproximaciones de carácter más bien filosófico. Como herramienta de marketing sirve a
finalidades comerciales y turísticas. En el uso cotidiano como ambiente, sala, o la sensación
que tenemos respecto de un lugar. También como humor y estado de ánimo. Desde una
perspectiva más foucaultiana, Stewart nos habla de la atmósfera para señalar que estamos
dentro de ella en tanto tenemos la capacidad de afectar y ser afectados, es decir, la relaciona
con una suerte de “campo” en donde el sentido de potencialidad y evento se hace presente.
La atmósfera puede ser un elemento más, o el lugar en donde el acontecimiento tiene lugar,
determinando su abordaje tanto en su uso estratégico y deliberado en función del control
político, como en los modos de percepción.
La alusión a Rancière debe ser necesariamente comprendida desde un enfoque
político. Para Rancière la estética debe comprenderse “como el sistema de las formas que a
priori determinan lo que se va a experimentar”2. Por lo tanto asume, y en esto creo que hay
que distinguir entre sistema y atmósfera, la administración estratégica del medio a través del
cual percibimos. Lo particular del pensamiento de Rancière, en este punto, es la posibilidad
que el arte propicia no como correlato de lo histórico o lo político, sino como una
delimitación en la cual el arte dota a los sentidos de determinados lindes receptivos y
valóricos. Ranciére no interroga la calidad del sistema, sino su configuración política.
En la paradoja conceptual de atmósfera, como elemento o sustrato, lo ominoso viene
a incluir un vector interesantísimo de pensamiento. En esta disyuntiva administrativa quisiera
incluir lo sonoro como atmósfera, para una discusión que vincule lo ominoso con su matriz
sonora.
Si el sonido y la escucha son homologables a atmósfera y sujeto, respectivamente,
podríamos inferir que la experiencia y el acontecimiento son ante todo disquisiciones de la
escucha. Lo sonoro es, por lo tanto y como atmósfera, lo propiamente ominoso en la medida
en que aparece “en su multiplicidad, en su infinito y en su silencio, evocaría un siniestro, una
repetición maldita, una espectralidad del terror. El espectro sonoro es lo siniestro”3. Lo
sonoro, por lo tanto, funciona como el elemento atmosférico por antonomasia en la medida
en que “antes del nacimiento y hasta el último instante de la muerte, hombres y mujeres oyen
sin un instante de pausa”4. Así atmósfera designa una inmaterialidad y una elusividad
2
Jacques Rancière, El reparto de lo sensible (Santiago de Chile: Lom, 2009). 10.
3
Gustavo Celedón Bórquez, Sonido y acontecimiento (Santiago de Chile: Metales pesados, 2016). 170.
4
Quignard, El odio a la música. 61.
conceptual que nace como consecuencia de la experiencia de lo ominoso como lugar
irreductible de la escucha. Puede ser que la atmósfera sea ante todo un acontecimiento del
oído o, dicho de otra forma, que la experiencia sea una resonancia, justificando el carácter
ominoso al que Celedón hace referencia. Finalmente, y confirmando el carácter sonoro de la
atmósfera, Jean Luc Nancy señala: “el lugar sonoro, el espacio y el lugar y, el tener lugar, en
cuanto sonoridad, no es entonces un lugar donde el sujeto vaya a hacerse oír (como la sala
de conciertos o el estudio al que acuden el cantante y el instrumentista) al contrario, es el
lugar que se convierte en un sujeto, toda vez que el sonido resuena en él”5. Por lo tanto, y
extremando el argumento, la atmósfera se constituye a partir de nuestros cuerpos conmovidos
por el sonido, interrelacionados y en movimiento; cuerpos sonoros como atmósfera y eco del
lugar de la experiencia.
5
Jean-Luc Nancy, A la escucha (Buenos Aires, Argentina: Amorrortu, 2007). 39.