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Tribuna
Ricardo E. Lagorio
22/06/2016 - 1:31
Clarin.com
Transitamos una época en que el poder reside cada vez más en redes en lugar de en jerarquías.
Por lo tanto hay que aprender a interactuar con un conjunto cada vez mayor de organizaciones,
grupos y líderes regionales y subnacionales. Es por eso que amplios sectores del Estado sufren el
síndrome de “des-weberizacion”, muy particularmente las Cancillerías del siglo XXI que han
perdido el monopolio de la conducción de la política exterior. Pero como no hay remplazo a la
diplomacia, el liderazgo lo ejercen por coordinación.
Hay también preocupantes signos de entropía global. Conviven conflictos tradicionales de orden
westfalianos, con nuevas amenazas de orden asimétrico. Tendremos más guerras dentro de los
Estados-nación, que entre ellos. Y más conflictos con actores no estatales. Conflictos que emergen
y se expanden en forma epidémica. Así como también desigualdades que debilitan las
instituciones, erosionan las fábricas sociales y atentan contra la misma existencia del estado-
nación.
Pareciera como si el mundo estuviese atrapado entre el debate de lo peor de las viejas ideas, y lo
más avanzado de la tecnología e innovación moderna. Estamos en una suerte de no-polaridad: el
poder se ha difundido, se extendió entre un enorme y variado grupo de actores estatales – y
algunos no estatales- con plena capacidad de ejercer influencia.
Hoy estamos en un mundo con mayor autonomía, que permite y fomenta las interacciones y
donde la cooperación es posible y es necesaria. La agenda global y común es nuestro horizonte y
nuestra meta. Y el Desarrollo Sustentable debe ser nuestra hoja de ruta.
Estamos ante un nuevo paradigma, que hace a lo sistémico: la mutua permeabilidad entre lo
“interno” y lo “externo”. El concepto de soberanía también sufre una cierta erosión y emerge,
lentamente, la conectividad. Como señala muy bien Parag Khanna en su último libro
Connectography, la actual matriz de infraestructura en constante expansión consta de 64 millones
de kilómetros de carreteras, cuatro millones de kilómetros de vías férreas, dos millones de
kilómetros de tuberías y un millón de kilómetros de cables de Internet. En cambio, qué hay de las
clásicas fronteras terrestres: tenemos menos de 500.000 kilómetros de fronteras. ¿Sera entonces
la conectividad, la moderna definición de soberanía?
De cara al futuro, los interrogantes, emergen y estamos ante el dilema moral: en un mundo global,
interconectado, interdependiente: ¿Cómo compatibilizar los principios con las necesidades de
crecimiento y desarrollo? ¿Cómo equilibrar el interés nacional con el imperativo del
intervencionismo humanitario? ¿Cómo utilizar la gobernanza global para alcanzar los objetivos
nacionales? ¿Cómo establecer una agenda para que los sistemas internacionales sean realmente
representativos? Ante este “invierno de la desesperación”, debemos trabajar por la paz, el
desarrollo y por un orden estable, nuestra Primavera de la Esperanza.