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OPINIÓN

Tribuna

La globalización, de Fukuyama a Dickens

Ricardo E. Lagorio

22/06/2016 - 1:31

 Clarin.com

Cuando en 1988 Francis Fukuyama escribió su revolucionario artículo, El fin de la Historia? en la


revista The National Interest, parecía evidente el inicio de una nueva era. Pero ello no ocurrió.
Transitamos, en cambio, una “era dickensiana”, una suerte de Historia de Dos Ciudades, en donde
conviven la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.

Dualidad constante en un mundo globalizado, pero no uniforme. Un mundo de convivencias y


superposiciones. De interdependencias, pero también autonomías. De simetrías y asimetrías. Y
por eso la analogía con Dickens: conviven en un mismo espacio y lugar el Leviatán -el mundo
clásico westfaliano- y el Robot- el mundo nuevo de la conectividad del siglo XXI-. Y en esta tensión
radica el reto, el desafío. Por ello es necesario que a la par de la revolución tecnológica, ocurra un
progreso similar en la gobernanza global. La emergencia y el poder de las nuevas tecnologías de
comunicación y de conexión — herramientas que conectan a las personas con grandes cantidades
de información y entre sí — hará que el siglo XXI sea el siglo de las sorpresas, ambigüedades e
inestabilidades. Pero también de las grandes oportunidades.

La continua innovación –y la población que día a día se interconecta en forma creciente-


plantearán nuevos y difíciles desafíos para los pueblos y gobiernos de todo el mundo. El Estado
Nación ha cedido parte de su monopolio de la acción y conducta global, y la preeminencia del
ejercicio del poder y de la manifestación de influencia. Proliferan actores no-estatales y grupos y
redes de individuos. El poder estatal es desafiado desde arriba por la supranacionalidad y desde
abajo por los localismos.

Transitamos una época en que el poder reside cada vez más en redes en lugar de en jerarquías.
Por lo tanto hay que aprender a interactuar con un conjunto cada vez mayor de organizaciones,
grupos y líderes regionales y subnacionales. Es por eso que amplios sectores del Estado sufren el
síndrome de “des-weberizacion”, muy particularmente las Cancillerías del siglo XXI que han
perdido el monopolio de la conducción de la política exterior. Pero como no hay remplazo a la
diplomacia, el liderazgo lo ejercen por coordinación.

Hay también preocupantes signos de entropía global. Conviven conflictos tradicionales de orden
westfalianos, con nuevas amenazas de orden asimétrico. Tendremos más guerras dentro de los
Estados-nación, que entre ellos. Y más conflictos con actores no estatales. Conflictos que emergen
y se expanden en forma epidémica. Así como también desigualdades que debilitan las
instituciones, erosionan las fábricas sociales y atentan contra la misma existencia del estado-
nación.

Pareciera como si el mundo estuviese atrapado entre el debate de lo peor de las viejas ideas, y lo
más avanzado de la tecnología e innovación moderna. Estamos en una suerte de no-polaridad: el
poder se ha difundido, se extendió entre un enorme y variado grupo de actores estatales – y
algunos no estatales- con plena capacidad de ejercer influencia.

Hoy estamos en un mundo con mayor autonomía, que permite y fomenta las interacciones y
donde la cooperación es posible y es necesaria. La agenda global y común es nuestro horizonte y
nuestra meta. Y el Desarrollo Sustentable debe ser nuestra hoja de ruta.

Estamos ante un nuevo paradigma, que hace a lo sistémico: la mutua permeabilidad entre lo
“interno” y lo “externo”. El concepto de soberanía también sufre una cierta erosión y emerge,
lentamente, la conectividad. Como señala muy bien Parag Khanna en su último libro
Connectography, la actual matriz de infraestructura en constante expansión consta de 64 millones
de kilómetros de carreteras, cuatro millones de kilómetros de vías férreas, dos millones de
kilómetros de tuberías y un millón de kilómetros de cables de Internet. En cambio, qué hay de las
clásicas fronteras terrestres: tenemos menos de 500.000 kilómetros de fronteras. ¿Sera entonces
la conectividad, la moderna definición de soberanía?

De cara al futuro, los interrogantes, emergen y estamos ante el dilema moral: en un mundo global,
interconectado, interdependiente: ¿Cómo compatibilizar los principios con las necesidades de
crecimiento y desarrollo? ¿Cómo equilibrar el interés nacional con el imperativo del
intervencionismo humanitario? ¿Cómo utilizar la gobernanza global para alcanzar los objetivos
nacionales? ¿Cómo establecer una agenda para que los sistemas internacionales sean realmente
representativos? Ante este “invierno de la desesperación”, debemos trabajar por la paz, el
desarrollo y por un orden estable, nuestra Primavera de la Esperanza.

Ricardo E. Lagorio es embajador. Miembro del Servicio Exterior de la Nación

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