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UNIVERSIDAD DE LA SABANA
Facultad de Derecho y Ciencias Políticas

Teoría Política Clásica


Segundo Semestre
Profesor José Rodríguez Iturbe

Material tomado de la Segunda Edición (revisada y aumentada) del Tomo I de


“Historia de las Ideas y del Pensamiento Político. Una perspectiva de Occidente”, de
José Rodríguez Iturbe

LA CIVITAS ROMANA

EL CRITERIO PRÁCTICO-JURÍDICO

I. HISTORIA

25. Origen de Roma

La tradición señala a los hermanos Rómulo y Remo, amamantados por una loba,
como los fundadores de Roma. Rómulo, será luego el primer Rey del período monárquico,
aliado con Tacio, señor del Capitolio.

Durante los siglos X al VIII a. C. la que luego sería Roma era una zona de poblados
secundarios en los cuales moraban gentes de los Montes Albanos junto con sabinos. Con
los etruscos Roma se transforma en núcleo ganadero y de artesanía, beneficiada por la
existencia de las salinas de la desembocadura del Tíber. Roma era el mercado del Lacio1.

1
Cfr. MOMMSEN, Theodor [1817-1903], Historia de Roma, vol I. (De la fundación a la República),
Aguilar, Madrid, 1956, Lib. I, cap. IV, sobre orígenes de Roma, pp. 63 y ss.; como mercado del Lacio, pp. 66
y ss.
2

La tradición, recogiendo la leyenda, señala como fecha de fundación de Roma el 21


de abril del 752 a. C. Desde entonces se distingue entre sus habitantes dos grupos sociales:
los quirites (los que viven en Roma, el populus romanus quiritium) y la plebs (la plebe).

La base de la organización social romana era la familia. Esta unidad está sometida al
poder cuasi absoluto de su jefe, el paterfamilias. El poder que ejercía el paterfamilias sobre
los miembros de la familia, que estaban plenamente sujetos a él, se llamaba patria potestas
[patria potestad] o manus [literalmente, mano; indica que los miembros de la familia están
bajo su mano].

El populus [pueblo] como comunidad, está estructurado de manera similar a la


familia. El Rex [Rey] se ocupa del populus como el pater [padre] de la familia. El imperium
[poder] del monarca es similar a la patria potestas del padre de familia. El origen de la
monarquía romana es relativamente democrático. La condición real deriva de la elección de
la asamblea de las curias (comitia curiata). Las curias estaban formadas por los
paterfamilias. El Rex tenía el Senatus (Senado) como consejo asesor, de manera semejante
a como el pater tenía para su asesoría el consejo de familia. Integraban el Senatus los jefes
de las gentes (gens-tis, indicaba el conjunto de familias con un antepasado común).

Alrededor del siglo VI se realizó la reforma de Servio Tulio, por la cual se admitió
en el ejército a todo varón que pudiera armarse, incluso cualquier varón de origen plebeyo
(lo que anteriormente no estaba contemplado). Ese ejército de la reforma de Servio Tulio
estaba organizado en centurias. Cada centuria debía emitir su opinión sobre cualquier
declaración de guerra. Nacieron así las asambleas de centuria (las comitia centuriata). Al
poco tiempo, al crecer la ciudad, las comitia centuriata, como veremos no estaban
integradas sólo por los militares sino por aquellos que, según sus rentas, tenían la
obligación de formar las centurias, armarlas y mantenerlas para atender a las necesidades de
la defensa.

26. La Monarquía (752-509 a. C.)

La tradición habla de sólo siete reyes (Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio,
Anco Marcio, Tarquino Prisco, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio). Se discute si el
elenco es exhaustivo. La crítica histórica considera que posiblemente no lo es.

El fin del poder etrusco, (que suele colocarse en la derrota de la flota etrusca en
Cumas el 474 a. C.) conlleva el fin de la Monarquía. No se sabe demasiado sobre la
expulsión de los reyes etruscos. Incluso sobre las fechas de la conclusión de su mandato
(existe la histórica discusión acerca de su veracidad o de su fijación cosmética a posteriori
[hecha con posterioridad] para resaltar la dinámica política romana como coetánea o
anticipada a la griega) no hay absoluta precisión.

Algunos, sin embargo, procuran destacar que no fue un hecho motivado sólo por un
acontecimiento militar. El mismo sería el resultado aparente de una serie de
confrontaciones sociales y jurídicas.
3

El viejo derecho, el llamado derecho quiritario, basado en la costumbre, consagraba


la autoridad ya indicada del jefe de familia, del paterfamilias. Otorgaba una gran
importancia a las gentes (familias), vinculadas al mismo origen de la civitas, la ciudad.

En el s. V a. C. el comercio estaba centrado en los productos agrícolas. Surgió


entonces el conflicto entre los patricios y los plebeyos, que duraría, como confrontación
estamental, varios siglos. Los patricios, agrupados por familias, gentes, eran los
propietarios de las tierras. Los plebeyos, miembros de las corporaciones artesanales y
comerciales, no tenían una gens a la cual pertenecer y carecían de propiedad agrícola.
Plebeyo, sin embargo, no indica tanto status socio-económico cuanto status jurídico:
equivale a no pertenecer al núcleo de la sociedad urbana originaria. Como el Senado
originario era sólo representativo de las gentes, los plebeyos carecían de representación en
él.

La situación amenazaba a proyectarse en el tiempo sin variación ni corrección


alguna, porque los miembros de las gentes tenían no sólo el derecho sino casi el deber de
casarse entre sí, impidiendo la mezcla de patricios y plebeyos. Se daba, así, un factor de
gran rigidez y de falta de flexibilidad en la estructura social.

La Monarquía etrusca, en su etapa conclusiva, para quienes ven en su expulsión un


resultado de tensiones sociales, intentó cambiar esa situación, buscando una mayor
flexibilidad de la estructura social y una disminución de las tensiones. En ese intento está
una de las causas de su sustitución por la República.

La caída de la Monarquía traslada los poderes sacerdotales del Monarca al rex


sacrificulus, un magistrado con una función sacerdotal semejante a la que tenía en Atenas
el arconte rey (arconte basileus).

27. La República (509- 31 a. C.)

Algunos autores no vacilan en llamarla la República Patricia2. No han llegado


precisas noticias sobre los sucesos de los siglos VI y V a. C. Todos los historiadores
coinciden, sin embargo, en atribuir a la República originaria un sentido aristocrático, pues
su instauración consolida los privilegios de los patricios. Los plebeyos encontraron
reducidas sus posibilidades ciudadanas a la simple prestación del servicio militar y a la
posibilidad, constituídos como partes en litigio, de acudir ante los magistrados en solicitud
de justicia.

Se genera entonces la lucha por la plenitud de derechos de los plebeyos. La dirigen


los ediles (guardianes de los templos de las corporaciones profesionales). Es un combate
jurídico. Los plebeyos buscan la paridad jurídica, en derechos y deberes, con los patricios.

2
Cfr. PRIETO, Fernando [1933-2006], Manual de Historia de las Teorías Políticas, Unión Editorial,
Madrid, 1996, p. 75.
4

Los plebeyos reclamaban también el carácter a menudo usurero de los intereses en


los préstamos y tener ellos, al igual que los patricios, la posibilidad de arrendamiento de
terrenos de propiedad pública.

Frente a la situación que los perjudicaba, los plebeyos no reaccionan, pues, con la
violencia o el amago del uso de la fuerza. Acuden al uso del derecho, utilizando,
paralelamente, como recurso de presión, la amenaza de escisión. Es decir, amenazan, si sus
demandas no son satisfechas adecuadamente, con “retirarse” a lugares vecinos, el Monte
Sacro o el Aventino, donde fundarían una nueva ciudad.

Como la diferencia social había motivado una diferencia de Magistraturas (una


oficial, de los patricios; otra, privada, no oficial, de los plebeyos) el afán reformista se
centró en la integración de ambas. Fue un proceso, sin embargo, lento y complejo. A la
continua presión plebeya correspondieron graduales concesiones de los patricios.

En la República Patricia el antiguo imperium [poder] real recayó en dos cónsules


elegidos por un año. Con mandato tan breve se mantuvo la primacía del Senado.

Para la elección de los cónsules existía una rigurosa organización ciudadana. Según
su renta, los ciudadanos se ubicaban en centurias y clases. Centuria, en este caso, indicaba
que allí estaban reunidos los ciudadanos que tenían obligación de dar al ejército una
centuria. Cuando se habla de clases, se está haciendo, también, referencia al ejército. El
término classis, designaba en el latín primitivo al ejército. Luego la palabra se utilizó para
usar, restrictivamente, a la flota, a la armada3.

“Había cinco clases que correspondían al ejército de infantería. Por encima de las
clases se contaban 18 centurias que estaban formadas por ciudadanos de más de 1.000.000
de ases por renta. Por debajo de las clases quedaba una masa de población pobre que
formaba una última centuria en la que sus miembros estaban censados no por las rentas sino
solamente a título personal: era la masa de jornaleros que no tenían propiedades; aparte de
su persona, que solo era llamada al ejército en casos excepcionales, se pensaba que su
contribución a Roma eran sus hijos, la prole, por lo cual fueron llamados proletarios
(proletarii). Cada centuria tenía un voto. La votación era sucesiva, es decir, cada centuria
iba dando su voto comenzando por las ecuestres y siguiendo por la primera clase hasta que
la resolución o la elección tuviera la mayoría. Entonces se interrumpía la votación y se
disolvían los comicios. Esto significaba que, puesto que en total las centurias eran 193 y la
primera clase tenía 80, la votación podía quedar dirimida con los votos de las centurias de
caballeros y de la primera clase, sin que las otras tuvieran que manifestar su voto”4.

a. El Tribuno de la Plebe (493 a. C.)

El primer triunfo significativo de los plebeyos se ubica el 493 a. C., con la creación
del Magistrado propio, el Tribuno de la plebe, que ejercía el derecho de intercessio, es decir
era portavoz de las demandas plebeyas, revestido de varias inmunidades. Ello fue

3
Cfr. PRIETO, Fernando, ibídem.
4
Ibídem, pp.75 - 76.
5

consecuencia de la retirada de la plebe al Monte Aventino, acto legendario que Fernando


Prieto llama “la primera huelga general de las Historia”5, el 494 a. C.

La plebe fue autorizada a organizarse como tribu. El presidente de esa tribu era el
tribunus plebis. La asamblea de la plebe (concilium plebis) era quien elegía al tribunus
plebis y sus resoluciones se llamaban plebiscitum.

Theodor Mommsen dice, en relación al derecho a veto que tenían los Tribunos de la
plebe respecto a las decisiones de los magistrados, lo siguiente: “Era temeraria la empresa
de conceder el derecho del veto a los jefes oficiales de la oposición, y hacerlos bastante
fuertes para que pudiesen ejercerlo con todo rigor. Tales expedientes son en extremo
peligrosos: hacen salir de quicio la constitución política, llevando en pos de sí, como antes,
a despecho de un vano paliativo, todas las miserias sociales que se habían querido
extirpar”6.

En el año 300 de Roma (454 a.C.) consiguen finalmente los plebeyos poder ser
elegidos para los puestos religiosos. “A partir de entonces, ya no hay patricios ni plebeyos,
sólo hay cives, ciudadanos romanos. Podemos decir que la incorporación de la plebe es el
primer paso de ese asombroso proceso de integración que es la transformación de la Urbe
en orbe”7.

b. La Ley de las Doce Tablas (450 a. C.)

Otro punto de avance fue el de la codificación del derecho, con la Ley de las Doce
Tablas, el 450 a. C. Esta constituye un documento de valor singular. Fue el primero y único
código de Roma. El año 303 de Roma (451 a. C.) los Decenviros llevan su proyecto de ley
al pueblo. Se votó y se grabó en 10 tablas de bronce que fueron clavadas en el Forum, en la
tribuna de las arengas, delante de la curia. El 450 a. C. (304 de Roma) fueron elegidos
nuevos Decenviros que aumentaron la ley con dos tablas complementarias.

“Procedente, como se ve, de una transacción de los dos partidos no trajo al derecho
preexistente innovaciones muy profundas que superasen, en cuanto a reglamentos de
Policía, la medida de las necesidades del momento”8.

c. Valoración social por la fortuna

También fue conquista plebeya la valoración social por la fortuna y no por el origen
familiar. Ello permitía que cada ciudadano con fortuna (al igual que el hoplita en Grecia)
pudiera adquirir su armamento de combatiente.

5
Ibídem, p. 76
6
MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, cit., vol. I, p. 305.
7
PRIETO, Fernando, ob. cit., p. 76
8
MOMMSEN, Theodor, ob. cit., I, p. 310.
6

Paradójicamente, cuando el pueblo romano ganó en atribuciones perdió en


influencia respecto a la toma de decisiones en los asuntos del Estado. Así lo destaca
Mommsen9.

En la segunda mitad del s. V a. C., en el marco de la República, Roma, como cabeza


de la Liga Latina, dirigió la expansión hacia otras partes de la península itálica y la defensa
frente a los ataques de sus adversarios, principalmente de los galos.

II. LAS GUERRAS DE CONSOLIDACIÓN

28. Las Guerras Samnitas10

Los Samnitas [habitantes del Samnium] formaban, después de la Confederación


Etrusca, el Estado más grande y más poblado de la península itálica. Por eso intentaron
desarrollar una política expansionista. La amenaza samnita forzó a los campanios a buscar
la protección de Roma, que gustosamente la prestó, proyectándose hacia el sur. En ese
momento se fija la primera de las guerras samnitas, que dura del 343 al 341 a. C. No han
llegado demasiadas noticias sobre ella. El resultado de la misma fue la incorporación de la
Campania a la Confederación Romana Latina, lo cual, ciertamente no debió ser grato a los
samnitas y fue creando el clima para las siguientes confrontaciones.

La segunda, estalló en el 328 a. C. El motivo fue el conflicto entre Roma y la


ciudad griega de Nápoles, puerto natural de las posesiones marítimas romanas en
Campania. Aunque Nápoles se entendió con Roma, los samnitas siguieron la guerra. La
Apulia hizo alianza con Roma que así pudo envolver en una tenaza al Samnium.

En el transcurso de esta segunda Guerra Samnita se produce el incidente de las


Horcas Caudinas. Ocurre el 322 a. C. (423 de Roma). El General samnita era Gayo Poncio;
los Cónsules romanos, Espurio Postumio y Tito Veturio. Se llama así al acuerdo por el cual
los generales romanos tuvieron que aceptar las condiciones de paz que les impusieron los
samnitas. Sólo accediendo a la paz que se les imponía pudieron las legiones salir de la
emboscada a la cual estaban sometidas en los desfiladeros de Caudin. Dejaron las legiones
las Horcas Caudinas ilesas, pero humilladas; no destruidas, pero deshonradas. El Senado
romano no aceptó el acuerdo y entregó a los samnitas en condiciones vejatorias a quienes lo
habían aceptado11.

La segunda guerra finaliza el 304 a. C., con la paz a la cual acceden los samnitas
después de la aniquilación de su ejército por las legiones romanas cerca de Bovianum,
capital del Samnium en el territorio de los pentres.

9
Cfr. ibídem, pp. 340 - 341.
10
Cfr. SALMON, Edward Togo [1905-1988], Samnium and the Samnites, Cambridge University Press,
Cambridge, 1967.
11
Cfr. MOMMSEN, Theodor, ob. cit., I, pp. 401- 403.
7

La paz fue vista, sin embargo, como un paréntesis estratégico-táctico. Fue un tiempo
sin guerra para preparar la guerra. La tercera guerra samnita estalla en el 295 a. C.
Etruscos, umbríos, samnitas y lucanos se aliaron con los galos contra Roma. Cerca de
Sentinum, una gran fuerza militar de Roma que reunía dos ejércitos consulares (en total,
cuatro legiones: 30-36.000 hombres), al mando de los cónsules Quinto Fabio Máximo
Juliano y Publio Decio, obtuvo la victoria definitiva en un sangriento combate en el que
murió el cónsul Publio Decio.

La tercera guerra samnita terminó el 290 a. C., cuando los samnitas, derrotados,
firmaron la paz. Con ella Roma se coloca, irreversiblemente, en medio del complejo mundo
de los intereses económicos y políticos del Mediterráneo.

29. Las Guerras Púnicas12

Las Guerras Púnicas representan el empeño bélico por garantizar la hegemonía


militar y económica en los territorios insulares y continentales del Mediterráneo occidental.

a. Primera Guerra Púnica (262 - 241 a.C.)

Cartago ambicionaba a Sicilia. Controlaba el oeste de la isla y durante más de un


siglo había combatido contra las ciudades griegas que tenían por cabeza a Siracusa. Roma,
por su parte, apoyaba a las ciudades griegas.

En la primera Guerra Púnica no hubo formal declaración de guerra. Fuerzas


mercenarias habían tomado Messina y los asaltantes recibían el ataque simultáneo de
ejércitos de Cartago y Siracusa. Roma decidió respaldar a los insurgentes mercenarios y
presionó a Siracusa para hacerla cambiar de su posición original de rechazo. Dirigidos por
Roma, todos lucharon contra Cartago.

Después de Sicilia, la guerra se extendió hacia Cerdeña y Córcega. La derrota de


Cartago en los tres escenarios insulares fue total y afianzó sobre ellos el dominio de Roma.
La primera Guerra Púnica concluye con la paz entre Roma y Cartago el 241 a. C. (513 de
Roma).

b. Segunda Guerra Púnica o Guerra de Aníbal.

Cartago quiso compensar su pérdida de poder en territorios insulares con un exitoso


expansionismo continental. Las repetidas victorias de Amílcar Barca, su yerno Asdrúbal

12
Cfr. NARDO, Don [1947], Punic Wars, Lucent Books, San Diego (Cal.),1996; KROMAYER, Johannes
[1859-1934] & VEITH, Georg [1875-19825] (Reviado y editado por Richard A., GABRIEL), Battle Atlas of
Ancient Military History, Canadian Defense Academy Press, Kingston (Ont.), 2008; ROTH, Jonathan P.
[1955], Roman Warfare, Cambridge University Press, Cambridge/New York, 2009; GOLDSWORTHY,
Adrian Keith, The Punic Wars, Cassell, London, 2001; GOLDSWORTHY, Adrian Keith, The Fall of
Carthage. The Punic Wars 265-146 BC, Phoenix,, London, 2006; CAVEN, Brian [1921] Punic Wars, St.
Martin Press, New York, 1980; BAGNALL, Nigel [1927], Punic Wars 264-146 BC, Routledge, New York,
2003; BAGNALL, Nigel [1927], Punic Wars. Rome,. Carthage and the struggle for the Mediterranean,
Thomas Dunne Books, New York, 2005.
8

(fundador de la base de Cartago Nova, la actual Cartagena, en España) y Aníbal, quien fue
jefe del ejército cartaginés en Hispania desde el 221 a. C., dieron a Cartago el control de los
ricos yacimientos de metales de Andalucía.

Roma se preocupó porque en el litoral este del Mediterráneo de Hispania había


ciudades griegas como Marsilia (Marsella) y Emporion (Ampurias). Procuró y obtuvo la
firma de un tratado con Cartago donde se deslindaban las respectivas áreas de influencia en
el río Iberus (que tradicionalmente se ha pensado que era el Ebro).

Aunque Sagunto estaba en la zona de influencia cartaginesa, Roma informó a


Cartago que cualquier ataque a Sagunto significaba la guerra. Aníbal atacó Sagunto en la
primavera del 219 a. C. y la venció luego de tres meses de asedio. Un año después, en la
primavera del 218 a. C., Roma declaró la guerra.

Cartago tomó ambiciosamente la ofensiva. Su ejército, dirigido por Aníbal, realizó


entonces una impresionante operación militar en una de las campañas más famosas de la
historia. Partiendo de las bases hispánicas, Aníbal, que utilizaba como llamativa y eficaz
arma de guerra a un grupo de elefantes, cruzó los Alpes, generando la insurrección de los
galos en el norte. Luego de sus notables victorias de Tesino y del Lago Trasimeno el 217 a.
C., cuando se esperaba que avanzaría sobre Roma, se desvió sorpresivamente hacia el sur.
Esperaba sublevar contra Roma a los pueblos itálicos del sur, como había hecho con los
galos. A pesar de su victoria en Cannas (216 a. C.), Aníbal no logró su objetivo y quedó
militarmente paralizado.

Roma, mientras tanto, había reorganizado sus tropas. Una gran fuerza romana
desembarcó en Emporion (Ampurias) en la costa de Cataluña. Eran dos columnas
mandadas por Cneo y Publio Escipión. Dominaron sin problemas toda la costa catalana y
establecieron una base en Tarraco (Tarragona). Su presencia y acción cortó el enlace de
Aníbal, que seguía en el sur de Italia, con las bases cartaginesas del sur este de Hispania.

Aunque los generales romanos fueron derrotados y muertos el 210 a. C. en su


incursión hacia Andalucía, la llegada de nuevas fuerzas romanas al mando de Publio
Cornelio Escipión y la toma por los romanos de Cartago Nova el 204 a. C. representa el fin
del dominio cartaginés en Hispania.

Roma realizó entonces el ataque a Cartago. Lo dirigió también Publio Cornelio


Escipión. Desembarcó con dos legiones cerca de Utica. Los cartagineses llamaron a Anibal,
quien logró pasar de Italia a Cartago el 203 a. C. La batalla decisiva fue la de Zama, librada
el 202 a. C. Después de ella, Cartago, derrotada, pidió la paz. Las condiciones no pudieron
ser más duras: entrega de su flota; entrega de los elefantes utilizados por los mercenarios
itálicos; reducción territorial del Cartago metropolitano; independencia del reino de
Numidia y prohibición de ataque a él por Cartago; renuncia a toda posesión en Hispania;
elevada indemnización de guerra (10.000 talentos) a pagar en 50 años. Era el fin de Cartago
como potencia y la consolidación de la hegemonía de Roma en el Mediterráneo Occidental.

La guerra había durado 17 años. Se desarrolló paralelamente a otros conflictos de


Roma (Primera Guerra Macedónica por el control del Mediterráneo Oriental, diez años de
9

lucha, 215 - 205; Segunda Guerra Macedónica, 200 - 196 a. C.; Tercera Guerra
Macedónica). Cuando los romanos exigieron la entrega de Aníbal, el gran conductor militar
de Cartago, éste huyó a Siria, encontrando refugio en la corte de Antíoco III. Aníbal
impulsó la guerra entre Siria y Roma. Antíoco III fue derrotado en la batalla de Magnesia.
Roma exigió, de nuevo, la entrega de Aníbal. Entonces Aníbal huyó a Bitinia, pero Roma
presionó también allí que se le entregara. Agobiado por una enfermedad que le había
conducido prácticamente a la ceguera (tracoma [enfermedad caracterizada por la
conjuntivitis granular]) y sin refugio seguro, Aníbal se suicidó el 183 a. C. (571 de Roma).

c. Tercera Guerra Púnica

Aunque Cartago cumplió con todas las onerosas condiciones de la paz impuestas al
concluirse la Segunda Guerra Púnica, procuró rehacer su comercio y revivir su agricultura.
Comenzó a hacerlo con éxito lo que provocó los recelos de Roma.El partido aristocrático
de Roma, que tenía como portavoz a Marco Porcio Catón, famoso por sus discursos
anticartagineses, consideró necesario, para garantizar los negocios marítimos de Roma,
terminar de aniquilar a Cartago.Los romanos procuraron que el rey Masinisia de Numidia
hostigara a Cartago y cuando los cartagineses trataron sólo de defenderse, Roma les declaró
la guerra. Roma exigía el abandono de Cartago y su retiro geográfico al interior. Ante tal
condición, a los cartagineses no les quedó otra salida que combatir. Con fuerzas
improvisadas resistieron los años 149 y 148 a. C. El 147 a. C. Escipión Emiliano el
Africano comenzó el asedio final. Cartago cayó el 146 a. C., luego de una tremenda lucha
sector por sector, casa por casa. La ciudad fue arrasada y los sobrevivientes vendidos como
esclavos. Cartago fue, posteriormente, edificada otra vez como ciudad romana.

III. LA CRISIS INTERIOR

30. La crisis social y política

Durante el período de las Guerras Púnicas el gobierno de Roma estuvo en manos del
Senado que lo ejercía a través de los Cónsules. El pueblo no tomaba parte en la elección.
Los dos Cónsules (en circunstancias extraordinarias y por una duración máxima de seis
meses) cedían el poder a un magistrado único. Era el llamado Jefe del pueblo o Dictador
(Magister populi, Dictator)13.

Se fue produciendo entonces una tensión entre la nobleza del Senado y el llamado
partido popular, que tenía también como jefes a miembros de la nobleza.

La lucha no era ya jurídica, como el enfrentamiento inicial entre patricios y


plebeyos. Ahora se trataba de una lucha de clases entre quienes tenían riquezas y quienes
carecían de ellas. Entre la nobleza senatorial y los plebeyos están los caballeros, quienes
provistos de fortuna no estaban con los nobles. Con César, los caballeros fueron aliados de
los plebeyos y determinaron el triunfo del partido popular.

13
Cfr. MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, vol I., cit., p. 280. Sobre la dictadura comisarial y la
representación tradicional de la dictadura jurídica romana, vid. SCHMITT, Carl, La Dictadura, Revista de
Occidente, Madrid, 1968, pp. 33 y ss.
10

Se intentó solucionar la confrontación repartiendo las tierras de propiedad pública.


Como el reparto se hacía sólo a los ciudadanos de Roma, los habitantes de la península
itálica que carecían de esa ciudadanía se vieron marginados de la aplicación de la medida.
Así se llegó a la llamada Guerra Social del 91 al 88 a. C.

a. Los Graco14

Tiberio Sempronio Graco nació en el 163 a. C. Su hermano Cayo Sempronio Graco


el 154 a. C. De ilustre cuna (su padre, Tiberio Sempronio Graco, había sido de los
pacificadores de Hispania; su madre, Cornelia, era hija de Escipión el Africano) habían sido
educados en la austeridad familiar y en las virtudes ciudadanas. Detestaban el
mercantilismo y el hedonismo de las clases ricas. Practicaban la amistad y la magnanimidad
con los aliados y el trato humano hacia los vencidos. Tenían un sincero interés por la
mejora de las condiciones de vida de las clases bajas.

Tenían los dos hermanos experiencias bélicas duras. Tiberio participó en el cerco y
destrucción de Cartago. Cayo participó en la destrucción de Numancia.

En el 134 a. C. Tiberio fue nombrado Tribuno de la plebe. Propuso y llevó adelante


una reforma agraria, basada en la recuperación y distribución de tierras. Se proponía
mejorar la pésima situación económica tanto de los romanos como de los itálicos aliados de
Roma. Los propietarios pagaban al Estado un impuesto fijo llamado vectigal. Tiberio
deseaba extender la ciudadanía romana a todos los itálicos aliados, disminuir la duración
del servicio militar, equilibrar la composición aristocrática de los tribunales y fortalecer el
derecho de apelación del pueblo.

El 31 de enero del 133 a. C. debía votarse la ley agraria. El tribuno Octavio, uno de
los grandes propietarios agrícolas, vetó el proyecto. Tiberio le ofreció indeminizarlo con su
propia fortuna de las pérdidas que en lo personal le supondrían la aprobación de la ley. Se
generó un impasse. Tiberio presionó financieramente cerrando el tesoro y postergando toda
decisión sobre los asuntos públicos hasta que la ley fuera aprobada. Las tensiones siguieron
en aumento: cuando Atalo III legó sus bienes a Roma, Tiberio hizo aprobar una ley que
precisaba que esos bienes pertenecían al pueblo y no al Senado. La reacción aristocrática no
se hizo esperar: acusado por Cornelio Escipión Nasica de pretender coronarse rey y de que
para lograrlo halagaba al pueblo, fue asesinado junto con 300 de sus partidarios en el
verano del 133 a. C.

Cayo Graco, 9 años menor que su hermano, es quien encabeza la revolución, que, a
la postre, logra reformas favorables al proletariado. Fue nombrado Tribuno de la plebe el
124 a. C. Llegó a esa dignidad lleno de afán de venganza por el asesinato de su hermano.
Restableció íntegramente la reforma agraria de Tiberio e hizo aprobar medidas que
afectaban directamente a quienes habían adversado a su hermano. Enfrentado con el
Senado por la reforma de los tribunales y por la proposición de la ciudadanía para los
itálicos, los aristócratas lograron impedir su reelección como Tribuno de la plebe en el 122

14
MONTANELLI, Indro [1909-2001], Historia de Roma, Random House/Mondadori, Barcelona, 2011.
11

a. C. La confrontación se fue haciendo cada vez más violenta. Los enemigos de Cayo
lograron el control militar y la seguridad. Al estallar la lucha el 121 a. C. era evidente que
la victoria sería de los aristócratas. Cayo se suicidó y 3.000 de sus partidarios fueron
pasados por las armas.

El enfrentamiento entre nobles y populares llegó a la guerra civil con Cinna. Luego
las reformas lograron una ampliación con Mario. Este construyó un ejército formado por
soldados proletarios. Provocó, sin duda una mayor participación popular, pero, a la vez,
regó la semilla que conduciría a su propia destrucción. El ejército popular, en efecto, no se
sentía sometido a una dinámica institucional, sino que, sabiéndose fuerza decisoria,
reconocía sus liderazgos internos y seguía a sus propios caudillos. El año 82 a. C., Sila,
lugarteniente de Mario, se subleva por primera vez al desconocer la orden de destitución
que contra él dicta su jefe. Luego de una serie de incidentes, Mario muere y Sila instala su
dictadura, que durará hasta el año 79 a. C., cuando renuncia al poder y se retira, muriendo
al año siguiente (78 a. C.).

Las luchas internas provocaron, pues, tras la muerte de Mario y la demagogia de


Carbon, la llegada del ejército de Asia y la implantación de la dictadura de Sila. Ésta se
caracterizó por ser terriblemente represiva y por sus listas de proscritos. Todos los
beneficios que el proletariado había obtenido con las reformas de los Gracos y luego con
las reformas de Mario se pierden con la constitución de Sila.

La agitación política posee entonces, a lo largo de esa década del 80, un inmenso
contenido social. Las revueltas expresan la inconformidad con la situación social. Del 83 al
81 a. C. se produce una lucha por el poder que abarca Italia, España y al norte de África.

Mientras tales desgarramientos sacudían el ámbito propio del poder romano, éste
tenía, a la vez, que mantener otros dos difíciles frentes bélicos: el de Asia, en las campañas
contra Mitrídates, y en las Galias. Mientras tanto, Roma ocupaba y dominaba las Baleares,
lograba la sumisión de la Tracia en los Balcanes (año 100 a. C.) y lograba, en la Guerra de
Yugurta (111 - 105 a. C.), el dominio de Numidia y la Tripolitania.

b. Las Guerras Civiles

La dictadura de Sila (82 - 79 a. C) intentó restaurar el sistema senatorial. Cuando


abdicó se produjo un vacío de poder por carencia de capacidad senatorial. Ese vacío se dió
en el vértice político, mientras Roma requería seguir sosteniendo confrontaciones bélicas en
varios frentes: la rebelión de Espartaco, la tercera guerra contra Mitrídates, las campañas en
el Bajo Danubio (74 a. C.).

c. Espartaco y la Guerra de los Gladiadores (73 - 71 a. C.)15

Espartaco es el personaje central de la llamada Guerra de los Gladiadores16. Era un


príncipe tracio descendiente de una familia de la nobleza de su patria, los Espartácidas.

15
STRAUSS, Barry S., La Guerra de Espartaco (Traducción de Carlos VALDÉS), Edhasa, Barcelona, 2010.
12

Había sido militar en las fuerzas auxiliares de Roma en Tracia. Desertó y fue capturado. Se
le destinó al circo y fue enviado a una escuela de gladiadores en Capua. Estando allí, en el
verano del 73, escapa hacia las faldas del Vesubio, acompañado por 70 gladiadores.
Durante dos años mantuvo a raya a los ejércitos veteranos de Roma. El número de los
insurgentes fue en aumento. Llegó a reunir pronto 40.000 efectivos. El ejército de esclavos
de Espartaco tenía una capacidad temible de combate. Derrotó, una y otra vez, a las fuerzas
enviadas a combatirlo. En una ocasión, su prestigio y capacidad fue tal que la Legión que
los enfrentaba se dio a la fuga desordenadamente, por lo cual fue diezmada en castigo.
Espartaco nunca se propuso, en realidad, dominar el Imperio o tomar Roma, su capital.
Tanto él como sus seguidores lo que deseaban era escapar de su triste condición regida por
la terrible lógica de que en cada ocasión de lucha circense la prolongación de su vida exigía
la muerte de su compañero (Mors tua vita mea, tu muerte es mi vida). Sólo pudo ser
derrotado por la falta de unidad, originada en el diferente origen étnico de los gladiadores.
Espartaco muere en la primavera del 71 a. C. (683 de Roma), en el terrible y decisivo
combate de Apulia, junto al Sílaro. En esa batalla, junto con su jefe máximo, murieron
60.000 esclavos. Los sobrevivientes, que pretendían cruzar los Alpes, fueron derrotados por
Pompeyo que volvía victorioso de España. Los últimos 6.000 prisioneros de la insurrección
fueron crucificados en la vía que llevaba de Capua, cuna de la insurgencia, a Roma. El
talento militar y la valentía de Espartaco están reflejados en todas las fuentes. A pesar de su
trágico final, Espartaco ha pasado a la historia como uno de los símbolos de la lucha por la
libertad.

Brotaron, entonces, las conspiraciones de Catilina (en el 66 y en el 63 a. C.) y


escándalos por corrupción (Lúculo, Verres). La derrota militar de Mitrídates y de Tigranes
de Armenia poseyó, en un medio tan convulsionado, un efecto saludable de reducción de
tensiones. No hay mejor medicina interna que la victoria exterior.

31. Julio César17

En el 60 a.C. César, Pompeyo y Craso se ponen de acuerdo para la acción pública.


Es el acuerdo del llamado Primer Triunvirato. Fue un compromiso de mutua ayuda y
garantía de provincias propias: las Galias, para César, Hispania para Pompeyo y Siria para
Craso. César era el vencedor de la Guerra de las Galias, donde se había impuesto a los
guerreros de Vercingetorix (Jefe de cien jefes)18.

Pompeyo intenta realizar una política contra César. Después de un año de


discusiones inútiles, César pasa el Rubicón y llega a tomar el poder. Pompeyo (sin ejército,

16
Cfr. MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, cit. vol. II, De la Revolución al Imperio (en el Lib. V,
Fundación de la Monarquía Militar, en el cap. II, La restauración silana) habla de Espartaco y la Guerra de
los gladiadores, en pp. 609 y ss.
17
Cfr. CÁNFORA, Luciano [1942], Julio César,. Un dictador democrático, Ariel, Barcelona, 2004;
CARCOPINO, Jérȏme [1881-1970], Julio César el proceso clásico de la concentración del poder, Círculo de
Lectrores, Barcelona, 2004; CABRERO PIQUER, Javier, Julio César, el hombre y su época, Dastin Export,
Madrid, 2004; GOLDSWORTHY, Adrian Keith, Caesar, life of a colossus, Yale University Press, New
Hacven (Conn), 2006 [Traducción castellana: de Teresa MARTÍNEZ LORENZO, César. La biografía
definitiva, La esfera de los libros, Madrid, 2007].
18
Cfr. sobre la Guerra de las Galias, MOMMSEN, Theodor Historia de Roma, vol. II, cit., Lib. V, cap. VII.
13

que tenía en España) huyó a Oriente. Luego en una rápida campaña, César desbarató el
ejército de Pompeyo en España.

Pompeyo, buscando aliados, se encuentra en Egipto con el enfrentamiento entre


Cleopatra y Ptolomeo XIII. Fue asesinado en Alejandría.

César logra primero evadir el conflicto de los ptolomeicos (no sin dificultad: fue
sitiado y tuvo que invernar en espera de refuerzos); luego, vence en Assia a Farneces, hijo
de Mitríades VI.

Nombrado Cónsul por cinco años, logra la derrota del ejército senatorial formado en
África (Batalla de Thapsus, el 46 a. C.). Luego fue designado por el Senado Dictador y
Cónsul por una década. El 44 a. C. es designado dictador vitalicio. Con la derrota del
ejército pompeyano reagrupado en España (Batalla de Munda, 45 a. C.) quedaba sin
enemigos militares de importancia. César inició reformas que se vieron interrumpidas por
su asesinato.

Ernst Hohl deja, sobre el final de César, la siguiente visión: “No hay ejemplo de
mayor actividad creadora que la que César desarrolló en el gobierno, encaminada a una
completa transformación del imperio. Trascendiendo del estrecho mundo urbano de Roma,
César se había propuesto por modelo el absolutismo de las monarquías helenísticas. Soñaba
nada menos que con la fundación de un imperio universal, sustentado en la cultura
helenística y en el cual ni Roma ni el Senado romano hubieran podido mantener sus
privilegios. Pero el cosmopolitismo de César menospreciaba en demasía el poder de la
tradición y la tenacidad de los prejuicios arraigados. Si el más grande hijo de Roma no se
satisfacía con los honores extraordinarios que sobre él acumulaba el Senado y aspiraba
abiertamente al título de rey, ello acontecía por el conocimiento de que sólo la dignidad
regia oficial podía poner remate a la obra de su vida. Pero este propósito le hacía aparecer a
los ojos de los romanos como un tirano. Ahora bien: dar muerte a los tiranos era, para la
concepción antigua del derecho, no un crimen, sino el cumplimiento de un deber de
ciudadanía republicana. En este sentimiento, más de sesenta hombres, casi todos senadores,
y entre ellos antiguos compañeros de armas del dictador, forjaron una conjura. En la última
sesión del senado, antes de salir para una guerra de venganza contra los partos, el 15 de
marzo del año 44 a. C., unos ideólogos de poca perspicacia arrancaron la vida al rey sin
corona, creyendo, ilusos, que con este atentado restablecían la república legal. Pero en
realidad estos supuestos libertadores precipitaron al mundo ―que el espíritu ordenador de
César hubiese organizado― en un nuevo y terrible caos. Sin duda abatieron al monarca;
pero la idea monárquica siguió viviendo, bien que hubiese de esperar todavía dos siglos
antes de manifestarse en la forma absolutista teocrática a que propendía la estricta lógica
del gran reformador”19.

En su Historia de Roma, Theodor Mommsen, por su parte, ha dejado el siguiente


juicio: “En la lucha con la realidad, fuéle forzoso abandonar una parte del programa de su
partido y de su propia juventud, a saber: el establecimiento en Roma de un régimen como el

19
HOHL, Ernestus [1886-1957], El Imperio Romano, en el vol. II de la Historia Universal de Espasa-Calpe,
bajo la dirección de Walter GOETZ [1867-1958]), Madrid, 1966, pp. 409-410.
14

de Pericles, fundado no en el poder del sable, sino en la sola confianza del pueblo; no
obstante, fue consecuente, y esto con una energía sin igual en la Historia, en el pensamiento
fundamental de una Monarquía no militar. Y aún cuando éste fuera un ideal de realización
imposible, alimentaba, no obstante, esta ilusión única que había concebido en su vida. En
este gran hombre tuvo más fuerza el impaciente deseo de la perspicacia; el sistema que él
acariciaba no era solamente por su naturaleza y por necesidad el poder personal absoluto y
no estaba condenado a desaparecer a la muerte de su fundador, como las instituciones
creadas por Pericles y por Cromwell”. Y añade más adelante: “César quería ser el
restaurador de la sociedad civil, y, a despecho suyo, no fundó más que la aborrecida
Monarquía militar; y si destruyó el Estado en el Estado de los aristócratas y de la alta
banca, fue para reemplazarlo con el Estado de la soldadesca en el Estado; antes como
después, la sociedad sufrió la tiranía y fue explotada por una minoría privilegiada”20.

Luego de la muerte de César se produjo la división, confrontación y atomización del


poder entre quienes se consideraban sus hijos políticos y herederos: Octavio, Marco
Antonio y Lépido. En una brutal y constante pugna por el poder militar y político no
vacilaron en aliarse incluso con los asesinos de César. Además se produjo una constante
lucha existencial entre ellos que terminó por concentrar el poder en Octavio. Luego de
distintas incidencias, el primero en ser eliminado como rival y reducido a la condición de
particular fue Lépido (después de una guerra del 39 al 36 a. C., en la cual fue derrotado por
Sexto Pompeyo). África quedó en manos de Octavio. En Egipto, Marco Antonio no tuvo
una brillante campaña contra Cleopatra. Fue derrotado y luego seducido el 31 a. C.

Octavio inicia el 30 a. C. el ataque a Egipto que culmina con la rendición de


Alejandría y el suicidio tanto de Marco Antonio como de Cleopatra. Octavio era entonces
princeps. Ya sin rivales en su afán de poder, recibió el título de Augusto y Roma se
convirtió en Imperio hereditario21.

IV. EL IMPERIO (31 a. C. a 476 d. C)

32. Augusto y la reconstrucción

Roma estaba exhausta después de las guerras civiles. Era un agotamiento más
espiritual que material, era un cansancio más cultural que de poderío militar. Augusto
proclama un tradicionalismo que le sirvió de cobertura a su auténtico afán de reforma. El
problema principal consistía en dotar de continuidad al inicio de dichas reformas. El
proyecto reformista de Augusto corría el riesgo de carecer de continuidad, como había
pasado con Sila. El carácter hereditario hizo sustituir las antiguas conjuras pretorianas por
conjuras familiares, que terminaron elevando al sitial del Emperador a gente sin
experiencia y sin capacidad alguna.

20
MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, cit., vol. II, pp. 1032 - 1033.
21
Cfr. GOLDSWORTHY, Adrian Keith, Antony and Cleopatra, Yale University Press, New Haven (Conn.),
2010.
15

a. Calígula22

Cayo Julio César Germánico fue el hijo menor de Germánico y Agripina. Como
vivió desde los dos años en el campamento militar de su padre, los soldados tenían por él
gran cariño. Fueron ellos los que le dieron el sobrenombre con el cual pasó a la historia:
Calígula, que viene a ser diminutivo de caliga, el calzado militar. Según Suetonio participó
en el asesinato de Tiberio, quien lo había designado como uno de sus sucesores. Tiberio
había dicho que preparaba una víbora para el pueblo romano. La víbora fue Calígula.
Según Tiberio, Calígula tendría todos los vicios de Sila y ninguna de sus virtudes.
Comenzó, sin embargo, marcando su reinado con disposiciones liberales. Por ello llegaron
a pensar los afligidos ciudadanos romanos que estaban en el inicio de un tiempo feliz. No
fue así. Enfermó debido a sus excesos y, superada la enfermedad, mostró su verdadero
talante. Algunos dicen que desde entonces estuvo en la demencia. La dilapidación y el
desenfreno marcaron el resto de su reinado. Su crueldad con los presos y los esclavos iba
pareja a su lascivia. Su lujuria lo llevó a un público y desgarrado bisexualismo. Su crueldad
tuvo ribetes permanentes de sadismo. Disfrutaba haciendo torturar a sus condenados en
presencia de sus familiares. Se apoderaba de las posesiones de sus víctimas y no admitía
contradicción a sus deseos ni que su supuesta gloria fuera puesta en entredicho. Llegó a
mantener una casa de prostitución. Sólo el pueblo judío supo mantener su rechazo a la
locura del Emperador, declarando sus dirigentes que era inaceptable la pretensión de
colocar sus estatuas en puesto preeminente en las Sinagogas. Cuando ordenó que se erigiera
una estatua suya en el templo de Jerusalén, sólo las tácticas dilatorias del Gobernador de
Siria, P. Petronius y la oposición de Herodes Agrippa (quien anunció disturbios y
rebeliones si se realizaba aquel abuso) impidieron finalmente tal desatino.

En su egolatría se hizo llamar Pius [Pío], Castrorum Filius [Hijo de los Cuarteles],
Pater Exercituum [Padre de los Ejércitos] y Optimum Maximus Caesar [el más grande y
mejor de los Césares].

Calígula fue, pues, un Emperador degenerado. Fue un tirano depravado y un


asesino. Históricamente se atribuyen sus excesos a su demencia. Llegó al extremo de
nombrar Cónsul a su caballo Incitatus. Para él construyó un palacio de mármol y, antes de
hacerlo cónsul, lo agregó al elenco del colegio sacerdotal y dispuso que los pretorianos
velaran la tranquilidad de su sueño. Éstos, aparentemente, respaldaban todas sus locuras y
depravaciones; hasta que llegó un momento en el cual dijeron ¡basta! Aunque la inmensa
mayoría del pueblo romano pagaba el desprecio que Calígula tenía por él con un creciente
rencor, fracasaron en dos oportunidades las conspiraciones en su contra. Fueron los
oficiales de su guardia los que, finalmente, decidieron acabar con sus desvaríos y lo
asesinaron, elevando a la sede imperial a su tío. Casio Quereas y Cornelio Sabino, tribunos
de la cohorte pretoriana, asaltaron a Calígula y le dieron muerte en el pasaje subterráneo
por el que se dirigía al foro. Eso acaeció el 24 de enero del año 41 d. C. En el momento de
22
Cfr. el texto clásico de SUETONIO (CAIUS SUETONIUS TRANQUILLUS) [70-130], De Vita Caesarum,
( cfr. la edición de Gredos, Madrid, 1994) Lib. IV. También BARRET, Anthony. A. [1941], Caligula: The
Corruption of Power, Yale University Press, New Haven, 1989; BOSCHUNG, Dietrich, Die Bildnisse des
Caligula, Gebruder Mann, Berlin, 1989; FERRIL, Arther [1938], Caligula, Emperor of Rome, Thames &
Hudson, London, 1991; MASSIE, Allan [1938], Caligula, Sceptre, London, 2003: SILIATO, Maria Grazia,
Caligula, [Historia Novelada], Mondadori, Milano, 2005.
16

su asesinato Calígula tenía 28 años y había gobernado (si se puede llamar gobernar el
absoluto caos moral y político en el cual se movía) durante tres años y diez meses.

Calígula apuntaló su poder con el terror. Pero el terror no le generó adhesiones, sino
odio. No provocó el orden sino la incertidumbre. Quien como Calígula practica el terror
como técnica de poder, desea llegar a una extendida cadena de complicidades, pero, cuando
ésta se agota, la complicidad encuentra su núcleo aglutinante en la eliminación del tirano.
Fue lo que, una vez harta de sus dislates asesinos, hizo la guardia de Calígula. El
Emperador pensaba que no había instancia superior a sus caprichos. Por eso proclamó, con
engreída fatuidad, refiriéndose no sólo a sus enemigos sino al pueblo entero: Oderint dum
metuant! (¡Que odien mientras teman!). Deseaba que la responsabilidad por sus crímenes
fuera compartida por muchos. Aspiraba a que todos se sintieran culpables de su propia
destrucción. Calígula pensaba que, por el terror, haría imposible la resistencia a su
opresión. Y terminó por gestarla, con efectos letales para él, en el propio Palacio del César.

Anímica y prácticamente, lo que Calígula pretendía era doblegar o quebrar, pero


dejando siempre, de un modo u otro, en la opinión general (y ello era importante), una
invencible sensación de impotencia. Para difundir esa sensación, consideraba no sólo
conveniente sino necesario mostrar con impudicia la absoluta prostitución de la justicia.
Quien podía nombrar Sacerdote o Cónsul a su caballo podía hacer lo que quisiera con la
vida de cualquiera. Calígula mostró, de una manera más llamativa que otros emperadores
locos, degenerados y sanguinarios, que el terror es el arma predilecta (si no la única) de los
enfermos mentales que llegan al poder. Por ello, desgraciado el pueblo (o los que se
consideran dirigentes de ese pueblo) que juzgan con criterio de normalidad la patología
actuante y dominante.

Las aberraciones de Calígula no tenían otro objetivo que hacer patente el imperio de
la banalidad y la aniquilación de sus oponentes. Las mismas sólo se detuvieron con la
eliminación física del enfermo que exigía la sumisión completa a sus absurdos. Venganza,
magalomanía y sadismo constituyeron los pilares principales de apoyo del terror de
Calígula. En su mando, el sentido común se vio aplastado por la furia irracional. Calígula
muestra históricamente que el liderazgo de los locos sólo puede engendrar locuras trágicas.
En esos casos, las ráfagas de aparente autocontrol son simplemente la pasajera máscara de
la paranoia criminal, de la suspicacia enfermiza, de la desconfianza obsesiva, del miedo
cerval a sus propios fantasmas y a ver a los demás como fantasmas que lo cercan con
intención de intimar el cobro de todas sus deudas (que el tirano sabe impagables). Allí
radica el fundamento torcido del estado general de sospecha que genera, en Calígula y en
quienes como él aspiran a ser productores y administradores del terror desde el poder
político, una cabal conciencia de lo que hace. Conciencia deformada, encallecida por el
hábito vicioso de rechazar, siempre y a priori, la simple posibilidad de una valoración ética
de su comportamiento y del de los demás.

Calígula fue un gestor del terror hasta que el terror lo abrazó entre sus garras. No
pudo entender que su capacidad de terror estaba agotada y cuando sus oficiales,
aterrorizados, lo asesinaron ya era tarde. Ello tiene una explicación. El gestor del terror es
siempre autorreferente en sus miserias y en sus odios; no en sus amores, porque es incapaz
de amar: sólo se contempla a sí mismo. De allí la inmensa crueldad de Calígula y de
17

quienes son como él. De allí sus perturbaciones que procuran, nada menos y nada más, que
aplastar cualquier tipo de espontaneidad social con la psicosis colectiva. Calígula sabía que
el terror exige la idolatría del líder. Exige la divinización de su palabra. Exige hacer de la
adulación un culto. El único culto. Aunque se pasen las fronteras del absurdo y del ridículo.
Caligula quiso hacer sentir, sobre todo con la designación de su caballo Incitatus como
Cónsul, que la supervivencia resulta, cuando manda gente como él, un asunto de
casualidad, de puro azar, del capricho del César, y no efecto racional de un proceso de
mando.

Calígula, administrando el terror, partía del supuesto (a menudo no carente de base)


de que sus adversarios tenían frente a lo impredecible de sus decisiones, más miedo del que
estaban dispuestos a reconocer. Él mostró, de manera más brutal que otros, que la falsedad
y la malicia de la paranoia hecha poder sólo conducen a la horrible ruta de la represión; y
que ésta es una espiral sin retorno que lleva fatalmente a un precipicio por el cual se
precipita hasta quien piensa que nunca se le convertirá en el final de su camino.

Calígula quiso apoyarse en las Legiones. La vida cuartelaria había sido el caldo de
cultivo de sus sueños, sus ambiciones y sus degeneraciones. Quiso hacer sentir a las
Legiones que las armas decidían la vida del Imperio. No decidieron la vida sino la muerte
del Imperio, y, de paso, la muerte de varios emperadores, entre ellos Calígula. Él, por
supuesto, intentó que no fuese así, al menos en su caso. Y ejerciendo el terror se enfrascó
en la táctica, no en la estrategia. Procuró, de esa manera, obligar, a quienes le rodeaban, a
una constante táctica de supervivencia. Preparó su propio Termidor. Porque quienes en
medio del terror se dedican al gambeteo existencial de maniobras sin fin, se agotan
intentando agotar a los demás. Quienes así se comportan, como Calígula, suelen ser
delincuentes caracterizados por su perversión e inmoralidad. La relación con ellos resulta
destructiva: nadie en su entorno puede, de veras, desarrollar perfectivamente su
personalidad.

La carencia de escrúpulos llevó a Calígula al cinismo desbordado. Como psicópata,


quiso hacer depender su poder del ejercicio del terror; y para ello necesitó blindarse de
cinismo. En casos como el de Calígula la subversión existencial es completa: la
manipulación constante, continuada, de los asuntos públicos constituye el entramado de la
vida privada del tirano. La corte del déspota afincado en el terror, como en el sangriento y
bestial mandato de Calígula, requiere del constante tributo de la falsedad en la alabanza
desmedida. Compuesto habitualmente por cínicos sin atenuantes y canallas agresivos, ese
entorno resulta un anillo de miseria humana, blindado a la penetración de cualquier
sentimiento noble o conducta recta. Ese entorno es el estercolero de la historia. La debilidad
y la deshonestidad son distintivas de sus integrantes.

Calígula pensaba que el mérito del terror derivaba de los niveles obtenidos en la
degradación ajena. Ella exige la adulación, porque el falso adorno argumental sustituye, en
una circunstancia tan deformada, a la verdad objetiva. En ese ambiente enrarecido la actitud
servil se considera como signo de eficacia. Se vive en la irrealidad de la apariencia y la
hipocresía incrementa el reinado de la estupidez. Así pasaba, pero Calígula no estaba
contento. La apariencia de celo, incluso cuando más desgarradamente se mostraba, ponía en
evidencia la intrínseca debilidad del engranaje del terror: quienes lo integran prefieren
18

degradarse a la condición de tinglado represivo antes que pasar a ser, en cualquier


momento, sujetos pasivos de la represión. Calígula sabía que la acentuación del terror
exige, habitualmente, una incrementada falta de escrúpulos, una dura callosidad en la
conciencia. Por eso estuvo rodeado de canallas. Porque los grandes canallas suelen ser, a
menudo, sólo siervos obsecuentes de los peores carniceros.

Con el terror, la ficción, la mentira absoluta, impera en todos los ámbitos de la vida
pública. Porque, como dijo Bernard Shaw, los tiranos y su entorno de adulantes piensan que
gobernar es organizar la idolatría. Con gente como Calígula la bajeza impregna de manera
indecible el ánimo y el comportamiento de los obsecuentes. Calígula pedía el absurdo, la
obediencia ciega, sobre el sentido común. Por ello se difuminaba el pavor al terror impuesto
por el poderoso. No doblegarse a ese miedo equivalía, para la lógica claudicante, al
suicidio. Así la tiranía, desde la óptica del tirano, no debía ser vista como aberración sino
como desideratum. En las trastiendas mentales de las deformaciones de todos los
manipuladores del terror, se pretendía y se pretende siempre anestesiar la conciencia, para
poder, así, proceder con atropello absoluto de la dignidad de la persona humana. La locura
de Calígula hizo alarde de la injusticia. Desde su atalaya, la aspereza de la injusticia debía,
además, acompañarse de la tendenciosidad, el descaro y la contumacia. Toda consideración
propiamente moral, desde tal perspectiva, resulta bizantina. El terror, además, en el caso de
Calígula, era el arma difundida por quien tenía un profundo complejo de orfandad. Su padre
muerto, su madre desterrada, protegido por una mente criminal como la de Tiberio...no es
extraño que, a su turno, quisiera hacer sentir a sus adversarios, reales o imaginarios, la
soledad, la indigencia anímica, el profundo abandono, el total abatimiento. Porque las
personalidades patológicas viven y reviven sus quiebras interiores en los momentos
aristados de crisis. Así, provocan, más que la veneración, el servilismo. Generan la
cancelación de la identidad personal y colectiva.

La hostilidad de tiranos como Calígula se transmite por el terror. Es el terror


anímico invencible de los que aplican el terror político como vasallos indignos a los que se
yerguen sobre el pedestal de la libertad interior y actúan en consecuencia. Para tiranos
como Calígula la utilidad de la servidumbre se reflejará en la aplicación pronta del terror a
la disidencia, verdadera o imaginada febrilmente. Desde su óptica enferma la “persuasión”
se basa en el miedo. Para Calígula y quienes son como él la suprema lex ya no es la salus
Respublicae, sino el capricho enfermo del César, quien, por su paranoia, identifica pueblo,
nación y patria consigo mismo. Tal situación refleja el maximalismo destructivo, el
extremismo que considera que sólo el extremismo es revolución. Tal situación culmina
(como enseña la historia de Calígula y la historia posterior) en el autoexterminio, en el
canibalismo, en el jacobinismo que en su propia dinámica prepara su destrucción, el
Termidor cíclico, que suele llevar a que el terror irracional desemboque en la paz de los
sepulcros de las tiranías personalistas. Piénsese en Robespierre acunando a Napoleón. O en
la locura de Stalin. El terror es el arma de las mentes deformadas que piensan que la
historia la escriben sólo los vencedores y los supervivientes. Bonaparte y Cromwell, por
poner ejemplos. Calígula y los bonapartistas piensan que el terror es el efecto natural del
uso de la violencia y que, por ello, debe dársele, a los verdugos del César, garantías de
inmunidad. Con Calígula ello se afincó llevando a la escoria militar a posiciones de
comando y haciendo sentir a la marginalidad avecindada a la delincuencia que su condición
no era vituperable, sino precondición de trato preferente. Fue la oferta, pasajera como todas
19

las suyas, del administrador del terror pro bono suo. La actitud crítica frente a la dinámica
distorsionada equivalía a la traición.

Con Calígula se pusieron en evidencia los rasgos implacables del alma sometida.
Sometida a sus propias bajezas. Del alma afeada por el comportamiento contra natura, por
el capricho, la tosquedad, la violencia, la venganza, la doblez, la crueldad, el crimen, la
avaricia y la aceptación de la adulación desenfrenada. El culto a la cólera provoca la
embriaguez de quienes aceptan como mandatos los señalamientos de los administradores
del terror pensando equivocadamente que nunca tendrán que dar cuenta a nadie.

b. De Nerón a Vespasiano

Cuando Nerón, absolutamente inexperto, llega a la dignidad imperial las cosas


marcharon muy mal. Estuvo a punto de provocar la bancarrota del Imperio. Sus dislates
fueron tales que se produjo una amplia reacción entre la alta burocracia imperial y los
dignatarios provinciales. Estos, además, pactaron con los restos de la aristocracia y se
produjo la caída de Nerón. Galba llegó, así, al poder. De manera efímera, pues al intentar
simultáneamente la represión interna y el retorno a la República, intervino el ejército dando
con la fuerza de las armas sus argumentos sobre el camino a seguir.

Se produjo una guerra civil de 14 meses. Finalmente, llega Vespasiano, quien


proclama que el Imperio sería necesariamente hereditario. El Imperio tuvo tres
generaciones bajo el signo de la paz, a pesar de algunos incidentes lamentables (como, p.
e., el asesinato de Domiciano). Se prefirió la solución pacífica de las controversias al uso de
la fuerza militar en el ámbito externo.

Fue el tiempo de los Flavios y los Antoninos. En él se cuidó el desarrollo urbano. La


diferencia entre la ciudad y el campo llevaría a la distinción, no grata vista a la distancia,
entre honestiores [habitantes de la ciudad] y humiliores [habitantes del campo].

33. La monarquía igualitaria, el militarismo, la crisis del s. III

El triunfo de Séptimo Severo en la guerra civil que sigue a la muerte de Cómodo


reforzó una tendencia creciente a la Monarquía igualitaria. Las confiscaciones que
siguieron a la guerra civil, convirtieron al Emperador en el primer productor de productos
agrícolas. Además, debía pagar (en condiciones que luego se mostraron económicamente
suicidas) a los efectivos militares.

Durante el medio siglo que va del 235 al 284 se establece una pugna entre el Senado
y el ejército para la designación del Emperador. El ejército argumentando la difícil
situación bélica sólo admitía como Emperador a quien respetara como militar. Así el
generalato se convirtió en vía de acceso a la dignidad imperial. El Senado se movía,
habitualmente, por consenso y unanimidad. No acontecía lo mismo en las filas castrenses.
Un perverso espíritu generaba rivalidades insuperables. El aislamiento de las dotaciones
militares ocasionaba, además, que cada guarnición elegía a su general y que una victoria
fuese argumento suficiente para proclamarse Emperador. La indisciplina, las rebeliones, las
20

usurpaciones, los desconocimientos, las deslealtades y los asesinatos estuvieron a la orden


del día.

Surgieron así los Emperadores soldados (casi todos de la Iliria) que los Senadores
se empeñaron en mostrar como cosa caricaturesca y contraria a la misma dignidad del
Imperator. Cristalizó así el antagonismo entre militaristas y civilistas.

Si los militares eran sobre todo de origen campesino, la devastación de las guerras
era sufrida tanto por campesinos como por habitantes de las ciudades. El militarismo, unido
a un cierto sentido de lucha social que se dio al enfrentamiento entre civilistas y
militaristas, terminó por hundir al Imperio en un auténtico caos, en medio del cual bandas
armadas que se llamaban ejército hacían de las suyas por donde pasaban. La situación llegó
a ser de tal gravedad que los Gobernadores provinciales optaron por tomar medidas por su
cuenta y riesgo, sin esperar instrucciones que podían no llegar nunca.

“Maximino —dice Hohl— inaugura la larga serie de los emperadores soldados,


serie sólo excepcionalmente interrumpida. Todos estos emperadores fueron impuestos por
el ejército; casi todos fueron también depuestos por el propio ejército y ni uno sólo de ellos
murió tranquilamente en su cama. Ya la aguda mirada de Tácito había descubierto la
importancia histórica de la catástrofe de Nerón en el hecho de que con motivo de ésta se
destruyó la ilusión de que fuese Roma el único posible escenario para el advenimiento al
trono. Desde la aparición de Septimio Severo se impone el derecho consuetudinario de que
sea el ejército el que proclame al emperador. Más este ejército, que en idea representaba
una unidad, dividíase en realidad en partes de tropas concurrentes, cada una de las cuales
reclamaba el derecho de proclamar un emperador. Así, pues, la corona imperial era y seguía
siendo una posesión harto precaria e insegura. Que la unidad del imperio con tal sistema
amenazaba a deshacerse es cosa que no debe admirar y que es menos admirable que el
hecho de que algunos soberanos enérgicos lograran una y otra vez preservar del
derrumbamiento el edificio vacilante”23.

Los Emperadores soldados fueron Claudio II, Aureliano, Probo, Caro, Numeriano y
Carino entendieron claramente que debían su poder a las legiones militares y no al Senado.
Su poder dependía de su liderazgo castrense. Se llegaba así a la instauración del poder
carismático.

Hablando del mundo que nace y del mundo que muere24 se detiene Theodor
Momsen en la crisis del siglo III como un momento decisivo. Destaca que todo ese siglo
fue para Roma “una larga dictadura militar”25. “Los ejércitos hacían y deshacían a los
emperadores”26. Y explica: “Resultaba así que Roma, esa formidable entidad que dominaba
el Occidente, pertenecía, pues, de hecho, a un poder ciego, incontrolable, que en la mayoría
de los casos no se guiaba sino por sus pasiones y sus bajos intereses. Resume la moral
política de esta triste época la frase que Septimio Severo dirigió a sus hijos como supremo

23
HOHL, Ernestus [1886-1957], El Imperio Romano, cit., p. 486
24
MOMMSEN, Theodor. Historia de Roma, vol. II, cit., cap. VII, pp. 369 y ss.
25
Ibídem, p. 372
26
Ibídem.
21

consejo: Enriqueced al soldado y burlaos de todo lo demás. Ahora bien, esta entrega de la
verdadera autoridad a la fuerza bruta, esta traición a todos los viejos principios latinos no
podía acabar, evidentemente, sino con una subversión radical de todo lo que había hecho la
grandeza de Roma y su papel civilizador”27. “La entrega del Poder en manos del ejército
fue acompañada de una disgregación profunda del mismo ejército, y todo ello constituyó,
cada vez más, una revolución radical”28.

El colapso financiero posterior a la crisis del s. III va acompañado de una crisis


cultural y espiritual. Las rivalidades de las ramas de la casa imperial se ven acompañadas
de una lamentable corrupción de las costumbres.

El último Emperador de Occidente, Rómulo, es depuesto en el 476.

34. La decadencia romana

La decadencia romana presenta una serie de fenómenos de degradación entre los


cuales los historiadores han destacado, particularmente, la extendida inmoralidad, la
destrucción de la familia como institución, el militarismo como plaga coexistente con la
crisis económica y el caos social y político, y el deterioro creciente del nivel cultural de la
sociedad.

a. Opinión de Daniel-Rops

Hablando de la decadencia del Imperio Romano, Daniel-Rops ((seudónimo con el


cual es comúnmente conocido el historiador, Miembro de la Academia Francesa, Henri
Petiot —1901-1965—) dice: “Pero todavía hubo algo peor que ese deslizamiento de la
sociedad hacia la inercia mortal; o más bien, otro fenómeno, que salió de las mismas causas
y, sobre todo, del excesivo enriquecimiento, y corrió a la par de aquel. Y fue que la
sociedad romana se hallaba herida en la fuente viva de la que se alimenta toda sociedad:
que la familia se tambaleaba y que la natalidad cedió. La madre de los Gracos había tenido
doce hijos, pero al comienzo del siglo II se alababa como excepcionales a los padres que
tenían tres. Eludióse el matrimonio, pues la orbitas, el celibato, tenía todas las ventajas, la
principal de las cuales era asegurar al rico una fiel clientela de herederos en expectativa. Y
no privaba de nada, puesto que la esclavitud suministraba compañeras más dóciles que las
esposas y renovables a placer. El aborto y la exposición de los niños (es decir, su abandono)
tomaron proporciones aterradoras; una inscripción de tiempos de Trajano permite saber
exactamente que de ciento ochenta y un recién nacidos, siento setenta y nueve eran
legítimos, y que de este último total tan sólo eran niñas treinta y cinco, lo cual prueba
sobradamente con cuánta facilidad se desembarazaban de las hijas y de los bastardos. En
cuanto al divorcio, había llegado a ser tan corriente, que ni siquiera se le daban ya las
apariencias de una justificación, pues bastaba el simple deseo de cambio”29.

27
Ibídem, pp. 372-373.
28
Ibídem, p. 373.
29
DANIEL-ROPS, Henri. [pseudónimo de Jules Charles Henri Pétiot] [1901-1965], La Iglesia de los
Apóstoles y los Mártires, Palabra, Madrid, 1992, pp. 152-153.
22

Hace referencia a los elementos de una revolución. Luego de decir que requiere tres
elementos fundamentales: situación revolucionaria, doctrina revolucionaria y personal
revolucionario, cita a Albert Ollivier, comentarista político francés y editorialista del diario
Combat. Éste dice que “una situación revolucionaria no es forzosamente una situación en la
cual la revolución esté a punto de estallar o de realizarse”. Y agrega: “Implica tan sólo una
discusión —más o menos explícita— de los elementos sociales y morales conforme a los
cuales se acostumbra a vivir hasta entonces, una esterilización de los antiguos valores, un
cambio en las relaciones de fuerza que componen el aspecto particular de una sociedad en
un momento dado de la Historia. Se puede estar en una situación revolucionaria y hallarse
muy alejado de toda revolución”30.

Al hablar de la crisis social de este tiempo (s. III), dice, entre otras cosas: “El dinero fue
entonces más rey que nunca, con esa realeza absoluta e incoherente que se le ve poseer en
todas las épocas de desequilibrio financiero e inflación. Los principios de la moral más
elemental fueron combatidos oficialmente. El ejemplo venía desde arriba, de la misma corte
imperial. [Señala el ejemplo de crueldad patológica de Caracalla y el ejemplo de público
comportamiento contra natura de Heliogábalo, joven príncipe y psicópata sexual]. Y aún
cuando la inmoralidad de los poderosos no alcanzase tales escándalos, no hubo ningún
reinado que no mostrase más o menos el ejemplo del divorcio y del concubinato oficial”31.

b. Opinión de Christopher Dawson

No es menos dura la opinión de Christopher Dawson. “A lo largo del siglo III, y


especialmente durante los desastrosos cincuenta años que corren del 235 al 285, las
legiones hicieron y deshicieron emperadores a capricho y el mundo civilizado se despedazó
entre la guerra civil y las invasiones de los bárbaros. Muchos de aquellos emperadores se
comportaron como hombres honrados y como soldados valerosos, pero, casi sin excepción,
habían sido antes centuriones, la mayoría hombres de origen humilde y ruda educación,
llamados desde los cuarteles a enfrentarse con una situación que hubiera puesto a prueba la
capacidad del más grande de los estadistas”. Y agrega: “Por lo cual no es de extrañar que
las condiciones económicas del imperio fueran de mal en peor bajo el mandato de esa serie
de militarotes. Para atender a las exigencias de los soldados y a las necesidades bélicas, se
hizo indispensable un enorme aumento tributario, en tanto que la inflación monetaria, que
alcanzó grandes proporciones en la segunda mitad del siglo, trajo como consecuencia una
desastrosa alza de precios y la pérdida de la estabilidad económica. Con lo que el gobierno
hubo de establecer un sistema de impuestos forzosos en especies y servicios obligatorios,
medida que acrecentó los sufrimientos de las poblaciones sometidas”32.

c. Opinión de Jean Dumont

Jean Dumont señala como una de las principales causas de la muerte del Imperio
Romano “la espantosa degradación de costumbres del Bajo Imperio, fuente de infecundidad

30
Ibídem, p. 160
31
Ibídem, p. 379.
32
DAWSON, Christopher [1889-1970], Los orígenes de Europa, cit., pp. 41-42.
23

demográfica de la sociedad antigua, en vías de extinción”33. Agrega que “la búsqueda


generalizada y sin freno del placer, independientemente de la procreación, era la
característica fundamental de la sociedad pagana decadente”. Y continúa: “El aborto era
libre, y sólo se condenaba cuando el marido se quejaba de que se le privaba de
descendencia. El aborto, lo mismo que la contracepción, era objeto de mil procedimientos
enumerados en los tratados médicos, desde Hipócrates hasta Sorano, y universalmente
practicados. Del mismo modo, por el Imperio romano se extendía una especie de
prostitución generalizada, a la griega, favorecida por el servicio que prestaban al respecto
las esclavas domésticas y las ‘clientelas’ ”34. Cita a Piere Chaunu para coincidir con él en el
señalamiento de que la sociedad romana antigua va a morir por la dicotomía entre el placer
y la procreación en una sociedad de esclavos35.

d. Opinión de Theodor Mommsen

Theodor Mommsen, por su parte, señala a la esclavitud como una de las


manifestaciones mas pavorosas de la decadencia, llamándola “lepra mortal de la antigua
ciudad”36. Y, refiriéndose al caso concreto de Roma, añade: “La desmoralización,
compañera inseparable de la esclavitud, y el odioso contraste entre la ley positiva y la ley
moral, resaltaban a la vista”37.

Mommsen también destaca la conjunción de la anarquía con el desorden material:


“A mala siembra, mala cosecha. Los clubs y las fracciones, azote de la política, y el culto a
Isis y las otras supersticiones piadosas, azotes de la religión, fueron echando en adelante sus
raíces en Roma. La constante carestía de los víveres, las frecuentes hambres, el peligro a
que se hallaba expuesta la vida de los transeúntes, peligro mayor que en cualquier otro
punto, fueron causa de que el bandolerismo y el asesinato llegaran a ser un oficio regular, y
tal vez el único oficio”38.

Describe Mommsen el desenfreno de la sociedad romana de la decadencia,


señalando como “el más grosero de todos” el de la mesa39.

“Cuando los comensales se habían hartado de tantos manjares diversos —dice—,


necesitaban, para no tener una indigestión, tomar algún vomitivo, cosa que no chocaba a
nadie”. Y agrega: “Muy pronto fue erigido en sistema el desarreglo de todo, y se extendió
considerablemente. Había profesores que enseñaban a la juventud elegante la teoría y la
práctica del vicio. ¿A qué conduce que insistamos por más tiempo en esta monótona
variedad de innobles cualidades? Y, por otra parte, tampoco los romanos dieron pruebas de
originalidad en esto, limitándose sólo a copiar, monstruosa y groseramente, el lujo del

33
DUMONT, Jean [1923-2010], La Iglesia ente el reto de la Historia, Encuentro, Madrid, 1987, p. 35.
34
Ibídem.
35
Ibídem. La referencia citada es la siguiente: CHAUNU, Pierre [1923-2009], Histoire et foi, France-Empire,
Paris, 1980, p. 143.
36
MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, cit. vol. II, p. 1040.
37
Ibídem
38
Ibídem, pp. 1041 - 1042.
39
Ibídem, p. 1056. Se extiende MOMMSEN en texto y notas de esta página en descomunales listas que se
conservan de alimentos de banquetes.
24

mundo oriental helénico. Plutón [hijo de Saturno, dios de los infiernos, esposo de
Proserpina, hermano de Júpiter y de Neptuno] devora a sus hijos, lo mismo que Saturno
[hijo de Urano y de Vesta, dios del tiempo, padre de Júpiter, de Juno, de Plutón, de
Neptuno]”40.

El antinatalismo unido a la corrupción y disolución de la institución matrimonial es


también señalada por Mommsen como una de las señales más pavorosas de la decadencia:
“Veamos —dice— lo que se pensaba del matrimonio, aún en los círculos aristocráticos.
Uno de los hombres mejores y más puros de su tiempo, Marco Catón, no vaciló en
divorciarse de su mujer por solicitud de un amigo que la quería, y cuando después murió
este amigo, la recibió de nuevo y se casó con ella por segunda vez. El celibato y las uniones
estériles se hacían cada día más frecuentes en las altas clases; antes se consideraba el
matrimonio como una carga que había que sufrir en interés del Estado y en este tiempo.
Catón El Joven y todos sus discípulos profesan la siguiente máxima, de la cual decía
Polibio, un siglo antes, que era una de las causas de la disolución de la sociedad griega: ‘Es
deber del ciudadano conservar las grandes fortunas, y para ello, no tener muchos hijos’.
¿Qué había sido de aquellos tiempos en que llamarse proletarius [padre de una prole] era
para todo romano un título de honor?”41.

Finalmente, para Mommsen, la decadencia romana también se manifiesta en la


decadencia de la elocuencia política, en la desaparición de la gran retórica42.

e. Consideración final sobre la Caída del Imperio Romano de Occidente.


Reflexiones a partir de Edward Gibbon.

Edward Gibbon [1737-1794], considerado uno de los grandes historiadores ingleses


del siglo XVIII, publicó The History of the Decline and Fall of the Roman Empire entre
1776 y 1778. (Vol. I, 1776; Vol. II y III, 1781; Vol. IV, V y VI, 1788). La Modern Library
publicó en New York, en 1983, una reedición de la obra. Su largo texto está lleno de
conocimientos clásicos, ironía británica, amables consideraciones y agradable expresión
retórica e inexactas consideraciones teológicas y de no pocas observaciones geográficas,
históricas, étnicas y culturales. Todo con una visión de conjunto, llamativa para el tiempo
en el cual fue redactada, la Historia sobre la Decadencia y Caída del Imperio Romano. Por
eso la obra tiene algo de ciclópeo por su extensión y su pretensión de rigor académico. En
ella se trata, según resaltó adecuadamente Moses Hadas, no sólo de la desintegración de
una nación sino del desmoronamiento de una vieja, rica y aparentemente indestructible
civilización. Buscando la facilidad de su uso por parte del gran público, y en particular de
los estudiantes contemporáneos, se han hecho diversos resúmenes y adaptaciones de la obra
de Gibbon. Uno de esos intentos fue el realizado por un distinguido Profesor de Clásicas de
Columbia University, Moses Hadas [1900-1966] Gibbon’s The Decline and Fall of the

40
Ibídem, p. 1057.
41
Ibídem, p. 1061.
42
Cfr. ibídem, p. 1156. En este sentido no vacila MOMMSEN en extender su crítica hasta Cicerón: “Se
reprochaba a Cicerón –dice- su ampulosidad y falta de energía, su fría gesticulación, la ausencia de método y
la ambigüedad de sus divisiones, y, sobre todo, la absoluta carencia de entusiasmo, condición que constituye
por sí sola al orador” (p. 1160).
25

Roman Empire. A Modern Abridgment, publicado por Putnam, en New York, en 1962, hace
ya medio siglo.

Tanto respecto a personas como a instituciones, la decadencia y caída del Imperio


Romano luce como corrupción de principios espirituales por un afán de mecanización y
formalización. Parece evidente que tal afán es consecuencia de la degeneración de las
costumbres, y en no poca medida por una mezcla perversa entre el hedonismo sin freno y
la ambición del poder sin límites. La ruina de facto de la auctoritas como principio rector
asentado en el respeto generado por los méritos mostró un proceso involucionante de
evaporación de criterios principistas rectores de la vida romana. Desaparecidos los
principios el esfuerzo se centró, estérilmente, en un procedimentalismo que se reducía al
cumplimiento aparente de formalidades para justificar, a menudo a posteriori, las más
descaradas o aberrantes expresiones de la voluntad de poder, afincada ya no en la razón o la
moral sino en la fuerza bruta.

. Es llamativo el empeño que autores como Gibbon en poner de relieve, en el


proceso de decadencia del Imperio Romano, cómo la degradación moral de los dirigentes
—en el plano personal, social, político y militar— produjo una tremenda herida en la
institucionalidad política y militar que había hecho grande al Imperio permitiendo su
expansión victoriosa. Destacan reiteradamente la patología social que afectó crecientemente
al estamento castrense. Subrayan, a menudo, el esfuerzo por recuperación de la disciplina
en el seno de las Legiones. Señalan, también, cómo la fácil tarea de destrucción encontró,
en cambio, como contraparte, una difícil si no imposible recuperación en el corto plazo.
Así, en efecto, la resistencia de los degradados a todo empeño de rectificación de rumbo
provocó, en la mayoría de los casos, un impulso negativo, autodestructor, a la ya torcida
dinámica que provocaba la anarquía en función de plurales ambiciones enanas. No bastó,
históricamente hablando, que mentes lúcidas percibieran con nitidez que sin la recuperación
de la sana institucionalidad militar la reconstrucción de la República era imposible. Aunque
fuera una meta necesaria y conocida, la inercia de la continuidad enferma —una vez que el
mal se había extendido, con sus frutos de anemia, en todo el organismo social y político del
Imperio— se mostró más fuerte que los medios puestos en práctica (esporádicamente) para
la recuperación de la sindéresis, de la racionalidad elemental, moral y política, sin la cual la
misma existencia del mundo romano estaba, ciertamente, amenazada.

Roma se mantuvo, a pesar de los pesares, mientras se mantuvo el Senado. Cuando


de facto la instancia de esa Asamblea se aniquiló, la partida de defunción de la Civitas,
como instancia civilizadora en su dimensión histórico-política de Imperio rector del mundo
conocido, había llegado a su fin. Del Senado surgieron los dramáticos (y no siempre
eficaces) intentos de corregir las torceduras del rumbo. Y cuando fue usado para la formal
convalidación de felonías, simplemente se contagió a la venerable institución del mismo
virus letal que llevaba a la tumba histórica a las antiguas grandezas de Roma.

El Bajo Imperio se caracterizó por la corrupción social y política y el relajamiento


de la disciplina militar. No poco del desorden político tuvo en ese tiempo un origen
inmediatamente cuartelario. El abuso y la arbitrariedad fueron hechos corrientes por parte
de aquellos que tenían en sus manos la fuerza. Existe, sin embargo, en la obra de Gibbon,
con todas sus limitaciones y falencias, una perspectiva de valor moral de las conductas que
26

para algunos resultará incómoda. Los nuncios de lo políticamente correcto, que pretenden
imponer como “derechos” aberraciones anti-naturales típicas de los momentos de las crisis
más profundas de las civilizaciones, querrían no leer o ignorar las claras sentencias del
historiador inglés frente a los vergonzosos comportamientos, reñidos con la moral y con el
derecho, que tachonan el desmoronamiento histórico y político de aquel que había llegado a
ser un gran Imperio. Para algunos de esos nuncios tales conductas no sólo deberían ser
socialmente toleradas, sino políticamente impuestas, forzadamente, con un viciado
dogmatismo que agrede en su raíz cualquier digna concepción de la persona humana. Esos
tales son aquellos que pretenden imponer por la fuerza la negación de la sindéresis y la
aceptación de lo antihumano como un hecho de violencia que, más que rechazar, debía ser
aplaudido por las propias sociedades a las cuales victimiza. Cuando las crisis civilizatorias
resultan evidentes a menudo se oscurece tanto la razón moral como la razón política.
¿Cómo se llegó, por ejemplo, al poder omnímodo de un personaje como Heliogábalo?
Gibbon cuenta la historia sin evadir su juicio, basado en la razón moral y en la razón
política. Si se exalta la degradación como grandeza y se llega a la postulación del vicio
describiéndolo como virtud, las lecciones de la historia resultarán pervertidas y únicamente
servirán para la corrupción de la inteligencia y la desorientación de las actitudes; para la
contumaz negación de aquellas que Gibbon llama leyes de la naturaleza y la decencia; y
para la ejemplificación contemporánea de las miserias humanas que marcan, social y
políticamente, los períodos de crisis.

La caricatura de la igualdad que es, en realidad, el falso igualitarismo —que, para


decir las cosas por su nombre, no resulta más que el camino real hacia el caos y la
anomia— se puso, en la historia de la decadencia de Roma, de notable relieve con el hecho
de que Emperadores que no querían serlo terminaran por obedecer al clamor instigado de
las tropas, al tumulto cuartelario, que no era siempre —no lo era en la mayoría de los
casos— la voz del pueblo, ni su eco. La ausencia decadente de dirigentes se mostró, así, en
la circunstancia lamentable de que quienes aparentaban ser tales eran, en realidad,
instrumentos de ocasión, dóciles títeres de griterío desordenado pero armado. La oclocracia
militar fue el fenómeno más triste y trágico que resulta patente en los incidentes históricos
recogidos por Gibbon.

La corrupción militar fue causa no secundaria del eclipse de la grandeza romana.


Podría decirse que la corrupción militar fue, en la historia descrita, un simple reflejo de la
corrupción general de las costumbres que en el Bajo Imperio se hizo más de bulto.
Corrupción militar, corrupción social. No me atrevería a decir que una es causa de la otra,
o viceversa. En el orden estrictamente histórico-político, la decadencia del Senado es
inseparable, hasta su extinción, de la degeneración progresiva de la institución castrense
que había sido una de las causas de la grandeza imperial romana. Esa degeneración marca
trágicamente el Bajo Imperio. Lo cierto es que el abuso castrense era fenómeno universal.
Cuando en el Evangelio de S. Lucas [3, 14] se relata cómo diversas gentes preguntaban a
Juan el Bautista que debían hacer para convertirse, es revelador el diálogo con los militares
que también se acercaron a él, según el texto de la Neovulgata: Interrogabant autem eum et
milites dicentes: «Quid faciemus et nos?» . Et ait illis: «Neminem concutiatis, neque
calumniam faciatis et contenti estote stipendiis vestris».[Le preguntaron también los
soldados diciéndole: Y nosotros qué hacemos? Y les dijo: No extorsionéis, no calumniéis y
contentaos con vuestra paga]. Con lo cual puede suponerse que el comportamiento del
27

estamento militar en los inicios de nuestra Era no sólo no era ejemplar sino que dejaba
mucho que desear y era universalmente conocido y socialmente sufrido.

Resulta un fenómeno innegable, vistos los hechos históricos del Bajo Imperio, que
cuando las formas más deplorables de aniquilación de las virtudes se enseñorearon en el
Palacio del César la peste moral fue recibida sin aspavientos en los Campamentos.
Entonces, los soldados —sobre todo los de la Guardia Pretoriana— resultaron el factor
decisivo en la imposición rectora (o en su deposición) de un elenco de personajes que
frecuentemente constituyeron, desde el punto de vista histórico-político, antológica
expresión de la capacidad insólita de irrespeto a la humana dignidad.

Cuando se colocó en las Legiones la fuente real del poder y la decisión de ellas
estuvo en relación de dependencia directa con quienes, por ambición de mando, estuvieran
dispuestos al mayor halago de las bajas pasiones de las tropas, el imperium quedó
definitivamente divorciado de la auctoritas. Entonces la dignidad perdida del mando se
deslizó, desde la cúpula social y política, y desde la dirigencia militar, como una lava
podrida de volcán maldito, desde arriba hacia abajo, desde el patriciado hasta los niveles
más simples de la plebe, desde la Urbe hasta las Provincias, inundando todos los ámbitos de
un preciso orden social y de toda una civilización.

Así, se hicieron comunes las miserias y perversiones, inseparables, como tónica


general y práctica admitida, de los comportamientos humanos en las coyunturas regresivas
de la historia de los pueblos. La fuerza sin los principios, o la fuerza contra los principios,
señala siempre, en efecto, la ruta de las tragedias. No bastan las personalidades aristadas ni
el anhelo de caudillos, si no existe la compartida decisión colectiva de superar,
paulatinamente, pero con constancia, la suciedad moral con la rectitud ética, la insolencia
prometeica con la libertad del creyente, la escoria con la grandeza. La regeneración
histórica exige siempre una regeneración espiritual. Jacob Burckhardt escribió,
proféticamente, en su correspondencia, en 1870, que cuando los pueblos olvidan los
principios buscan un Führer. La grandeza de los pueblos resulta inseparable de su grandeza
moral y espiritual. Lo heroico no pasa de ser una categoría romántica si se le separa del
testimonio de la verdad, de la consecuencia hasta el sacrificio, de la persistencia personal y
colectiva en la recta adhesión de las causas que ameritan hasta el morir por ellas. La
dimensión heroica termina, pues, por ser una escapista dimensión onírica cuando se
prescinde de la razón moral y de la razón política. Los pueblos —a veces los pueblos más
cultos de la tierra o con una evidente gran tradición cultural—, más frecuentemente de lo
que desearíamos, buscan, una y otra vez, falsas salidas cuando se resisten a reconocer que
los desvaríos personales, sociales y políticos, con la ignorancia o el rechazo del respeto a la
humana dignidad, suponen, sin más, la aniquilación, por cauces egoístas, de la noción de
bien común, de solidaridad, de conciencia de comunidad con soportes espirituales y
materiales.

Cuando ello ocurre no hay que buscar tangencialmente causas exógenas que
expliquen su decadencia. Las responsabilidades, de manera principal, suele estar adentro.
La miopía frente a los defectos personales o colectivos, la incapacidad de reconocer los
propios descaminos, impide la rectificación valedera del tránsito histórico. Semejantes
desvaríos suelen ser, en medida no pequeña, consecuencia de la perversión de los
28

dirigentes. La traición de las élites, su corrupción, las convierte en oligarquías; y de su


menaje podrido, (que se empeñan en imponer forzadamente como alimento bueno,
tildándolo de supuesto progreso), se envenenan los pueblos. Cuando ello ocurre las
desintoxicaciones que se desean y esperan no serán —no han sido nunca— el resultado de
voluntarismos mesiánicos de cualquier caudillismo de medio pelo, ni de las retortas de un
Despotismo Ilustrado, viejo o nuevo, sino resultado de procesos largos de recuperación de
la sindéresis personal y colectiva. Para esas tareas, el liderazgo auténtico, ante realidades
cercanas a la anomia, debe saber que, si de veras quiere dejarse una impronta imborrable en
la vida de los pueblos afectados por las patologías profundas de la crisis, su tarea debería
consistir, sobre todo, en formar, en la medida de lo posible, a los dirigentes que tendrán
como responsabilidad histórica la superación de tales coyunturas. Quienes formando parte
del pasado buscaran el mando, con desesperación maquiavélica, en un presente que ya no
es propiamente el suyo (y al cual realistamente puede suponerse que no lograrán domeñar y
dirigir), no podrán entender que, más allá de su deseo o cálculo, no se hicieron para su goce
en la madurez de las mieles del poder, sino que el suyo debe ser, en el mejor de los casos, el
camino sacrificado del testimonio pedagógico.

V. LA LITERATURA ROMANA

35. Virgilio43

Publio Virgilio Marón nació en Andes (Piétola), cerca de Mantua, en octubre del 70
a. C. Murió en Brindisi el año 19 a.C. Su padre fue un alfarero industrial llamado Marón.
Su madre, una liberta llamada Magia. Hizo sus primeros estudios en Cremona. A los 16
años vistió la toga viril y su padre le envió a Milán a seguir estudios. Poco duró en Milán,
pues un año después, el 53 a. C (el 700 de la fundación de Roma) estaba en Nápoles,
sumido en el estudios de los autores griegos, especialmente de Homero, Teócrito y
Hesíodo. Estudia, además, matemáticas, filosofía, cosmología y medicina. Cinco años
después regresa a Mantua. Se dedicó entonces a la administración de la heredad paterna. La
serena calma de la vida campestre le agrada y le marca. De su estima de ese ambiente
surgen los 10 poemas bucólicos que conocemos como Églogas o Bucólicas. Son
considerados el tesoro de la poesía pastoril. Tuvo Virgilio dificultades con la ocupación de
las tierras de su heredad por parte de los militares depredadores de Octavio Augusto.
Aunque sus amigos lograron hacia el poeta el favor del César y éste designo autoridades
que sabía favorecían el respeto a las propiedades de Virgilio, la soldadesca animada por la
impunidad e insaciable en su rapacidad, no solo invadió nuevamente sus tierras sino que
intentó asesinar al poeta que era su legítimo dueño. Para salvar su vida Virgilio tuvo que
cruzar a nado el río Mincio, dándose a la fuga. Sólo la directa intervención de Octavio
Augusto y de su ministro Mecenas permitió a Virgilio recuperar sus tierras y obtener una
indemnización tardía por los daños injustamente sufridos. Se mudó, sin embargo, a Roma,
pensando que estaría más seguro en una casa en el Esquilino que en su amada campiña.
Formó en su residencia romana una notable biblioteca. Compartía con Horacio la
protección generosa de Mecenas. Gozando de los favores imperiales, cuando Virgilio

43
Cfr. WOODBERRY, George Edward [1855-1930], Virgil, Haskell House Publishing, New York, 1972;
AUSTIN, Rionald Gregory [1901-1974], A bibliography of Virgil, Joint Association of Classical Teachers,
London, 1978.
29

escribe La Eneida no vaciló en verter en su obra tales alabanzas a Octavio que lucen, según
se le mire, agradecida expresión literaria o necesaria adulación en búsqueda de una
continuación del apoyo material del cual gozaba. Logró su objetivo: se cuenta que Octavio,
al leer el desfile de sus parientes entre los héroes (sobre todo, la parte referida a Marcelo,
muerto en plena juventud, que comienza Tu Marcellus), lloró emocionado y otorgó al poeta
como regalo una enorme cantidad de dinero.

“En la época de Augusto, —escribe Antonio Fontán— Roma vive más


espléndidamente que en ningún otro momento de su historia, el orgullo nacional de su
propia grandeza. Virgilio ve en ello el destino y la razón de ser de la Ciudad y pone en boca
del padre de Eneas, como una profecía y una promesa, que al hombre romano le
corresponde gobernar el mundo, pero enseguida añade el modo cómo debe ser ejercido este
imperio, que ha de estar presidido por un espíritu de moderación y de magnanimidad hacia
los pueblos sometidos, y que tiene como fin el establecimiento permanente de la paz”44.

Por supuesto, dice Fontán, en la historia de Roma, como en toda historia humana,
hay mezcla de grandeza y miseria, de vicio y virtud, de heroísmo y bajeza. “Pero la voz de
los poetas, de los oradores, de los historiadores, como la de sus predecesores griegos, repite
constantemente una llamada al cultivo de los valores morales, tal como se expresaban
teóricamente en la especulación de los filósofos helénicos, y prácticamente en el mundo
idealizado de la tradición nacional latina”45

Dentro de la Roma pagana Virgilio fue exaltado como paradigma de virtudes. A los
34 años se retiró a Nápoles para componer, a petición de Mecenas, Las Geórgicas. Éste
poema se considera el prototipo del poema geopónico [referente a la agricultura, al cultivo
de la tierra]. Mecenas deseaba, en efecto, que el verso de su admirado Virgilio contribuyera
a encauzar la ilusión y la laboriosidad ciudadana a las labores del campo. En opinión de
Mecenas la polarización hacia lo militar había segado la necesaria dedicación a la
agricultura, trabajo necesario y fuente de prosperidad material. Terminó Las Geórgicas en
el 714 de la fundación de Roma (29 a. C.). Los diez años siguientes, hasta el 724 (19 a. C.),
los dedicó a la preparación de la que se considera su obra cumbre, La Eneida. Ese es el
poema nacional romano, el canto de su orígenes, de su evolución y su grandeza; el canto de
su gloria y su poder. Influenciado por Homero, para componer La Eneida recorrió Grecia y
los escenarios de la epopeya helénica en el Asia Menor. Octavio, a su regreso de Oriente, le
encontró en Atenas y quiso que regresara a Roma junto con él. Así, su regreso a Italia se
produjo formando parte de la comitiva imperial. Su fallecimiento se produjo al desembarcar
en Brindis. Acatando su voluntad sus restos fueron incinerados en el camino de Puteoli
(Pozuoli) y enterrados cerca de Nápoles.

Las Églogas o Bucólicas son un conjunto de 10 composiciones poéticas (idilios)


inspiradas (en algunos casos traducidas literalmente) en versos (los Eidyllia) de Teócrito,
poeta siracusano que escribía en griego. Los exhaustivos estudios de la crítica comparada
llegan a la conclusión de que sólo 3 de las 10 composiciones son propiamente originales: la
I (Melibeo y Titiro), la IV (Polión) y la VI (Sileno). En los primeros siglos del cristianismo

44
FONTÁN, Antonio [1923-2010], Humanismo Romano, Planeta, Barcelona, 1974, p. 26.
45
Ibidem, pp. 26 - 27.
30

algunos pretendieron ver en la Égloga IV (Polión) el anuncio del nacimiento del Salvador
del mundo; de su misión redentora para felicidad de los seres humanos. La verdad histórica
parece ser que esa égloga estuvo dedicada al hijo de Polión, llamado Asinio Galo Salonino.

Las Geórgicas es un poema didáctico en cuatro cantos. Su título significa en griego


trabajos de la tierra. En la obra se habla de la agricultura: de los cultivos y de lo que
genéricamente puede llamarse economía rural. Así, el primer libro trata de la labranza; el
segundo, de la siembra de los árboles, con particular atención a las vides; el tercero, a la
cría de ganado; y el cuarto a los apiarios, a las abejas.

La Eneida es un poema épico y heroico. Está compuesto de 12 libros. Su nombre


deriva de que la ficción poética supone a Eneas, piadoso príncipe de Troya, con la misión
de llevar a los dioses de su patria a Italia, para fundar allí, junto con otros héroes troyanos,
la nueva Ilion. Resultaba halagador al orgullo romano tomar como fábula de origen un
supuesto ancestro en los troyanos (enéadas). Además la dinastía Julia presumía que su
genealogía se remontaba hasta los dioses. Según Julio César, la gens Julia descendía de
Julo, hijo de Eneas. Virgilio fusiona en La Enéida las dos grandes obras de Homero, La
Ilíada y La Odisea. Los primeros seis libros de La Enéida relatan lo que podría considerarse
la Odisea de Eneas: las peregrinaciones del héroe troyano. Los otros seis relatan su labor
heroica en el Lacio son como su Ilíada. En el Libro I, el poeta anuncia que va a cantar al
héroe cuyos descendientes fundaron Roma. Allí, Eneas, hijo de Venus, se presenta a Dido,
reina de Tiro en el exilio en Cartago, a quien relata las tragedias de Troya. El relato se
extiende por los Libros II y III. En el Libro IV Mercurio, por órdenes de Júpiter, da a
conocer a Eneas el mandato de pasar a Italia. En el Libro V los troyanos son obligados por
una tempestad a llegar a Sicilia. A ruegos de Venus, Neptuno, dios del mar, los ayuda en la
travesía. En el Libro VI Eneas, ya en Italia, entra en la cueva de la sibila y hace una ofrenda
a las divinidades infernales. Sigue luego hasta Cayeta (Gaeta). En el Libro VII, bordeando
la costa, llega a la desembocadura del Tíber. Envía entonces mensajeros al rey latino. Éste
los recibe con ricos presentes y ofrece a su hija Lavinia en matrimonio a Eneas. El dios
Juno, molesto por el posible establecimiento de los troyanos en Italia, pide la ayuda de
Alecto, diosa de la venganza, y por su acción se desata la guerra entre troyanos y latinos. El
libro VIII está lleno de apariciones de dioses. Venus logra que Vulcano forje las armas
especiales que da a Eneas. Los libros IX, X, XI y XII relatan los combates entre Turno, rey
de los rótulos, y Eneas, con abundantes consejos y participación de los dioses, en pro de
uno y otro bando. En el combate final Eneas vence y mata a Rótulo.

En La Eneida se atribuye un origen elevado y heroico a la romanidad; queda


humillada la reina de Cartago; se muestran como excelsos los atributos de los héroes
troyanos que se suponen forman parte de la genealogía de los grandes de Roma; y estos
cuentan, además, con el respaldo permanente de los mejores dioses. Se entiende, por ello,
que la obra robusteciera el patriotismo romano, sirviera para consolidar la estima propia y
para generar admiración en los demás pueblos. El propio Octavio Augusto la tuvo, como
queda dicho, en alta estima.

36. Horacio
31

Quinto Horacio Flacco nació en Venusia (Apulia) el 8 de diciembre del 65 a. C. (5


de diciembre del 689 de la fundación de Roma) y murió el 27 de noviembre del 8 a. C. (746
de la fundación de Roma). Hijo de padre liberto aunque con bienes de fortuna, pudo recibir
educación esmerada, primero en Roma y luego en Atenas. Estando en Grecia se vincula a la
causa de Marco Bruto, enrolándose en sus huestes como tribuno militar. Fue ello causa de
no pocas de sus desgracias. Como militar no descolló y, en cuanto adherente a la causa del
derrotado en la disputa por el poder imperial, todos los bienes de su herencia paterna le
fueron confiscados. Vuelve, pues, a Roma sumido en la pobreza. La estrechez económica
agudiza su ingenio y le impulsa a darse a conocer como literato. Adquiere la buscada
notoriedad con sus Sátiras (Satyrarum). Ellas captan el interés de Mecenas, quien,
valorando la calidad del autor, lo protege financieramente. Horacio, agradecido a Mecenas
y al emperador Augusto Octavio por su ayuda, deja muestras de largo agradecimiento al
César y a su ministro en sus versificaciones. No buscó posiciones ni prebendas, sino
aquella que llamó aurea mediocritas [dorada medianía]. Entendía por tal una vida de
disfrutes sin complicaciones: paz, tranquilidad, estudio, sabiduría, amistad y buena mesa.
Procuraba no rivalizar con nadie, ni tener enemigos. El emperador quiso designarlo
secretario suyo, pero Horacio rehuyó tal distinción, aunque logró seguir siendo asiduo de la
casa del César y también de la de Mecenas. Buen conocedor de la lírica helénica, procuró
mejorar la calidad de la lírica latina. Reflejo de su esfuerzo son sus obras de madurez Odas
[Carmina], Sátiras [Satyrarum] y Epístolas [Epistulae]. Murió tres años después de
Mecenas, dejando sus bienes (por manifestación de voluntad ante testigos, no por
testamento formal) al emperador Augusto Octavio.

Horacio vivió en los años de la pax octaviana [paz de Octavio]46. Era más epicúreo
que escéptico. Por eso se complacía no sólo en la tranquilidad sino en la languidez. Rehuía
todo dolor y buscaba, sin caer en excesos, todo aquello que le diera paz y serenidad. En
medio de la corrupción moral de su tiempo, buscó incorporar elementos de filosofía griega
al pensamiento romano, igual que Lucrecio y Séneca. Es un momento de decadencia ética
en Roma: no se entendían intelectualmente ni eran socialmente estimadas la compasión, la
indulgencia, la fortaleza. El perdón no era ni conocido ni practicado. El estoicismo y el
epicureismo mitigado no fueron cura de tales males personales y sociales. A lo más,
constituyeron refugio intelectual y canon práctico para algunas individualidades como
Horacio.

La libertad es vista como un alto valor moral y político. Ella explica es despego
austero de las cosas. Así como Virgilio alababa en las églogas la sencillez de vida de los
labradores o pastores, Horacio tendrá una visión rural del ámbito de la libertad. “En
Horacio —dice Fontán— el paisaje de la verdadera libertad es un huerto con árboles que
dan sombra, agua fresca, un parco yantar conforme a la naturaleza y el espíritu fiel a los
preceptos sustanciales del vivir honesto y abierto al canto gozoso, sabio y espontáneo de la
belleza de las cosas. Son enemigos de la libertad el odioso poder de los tiranos y los dos
vicios capitales de la avaricia y la soberbia, hervideros constantes de inquietudes”. Y

46
Prototípico de la pax octaviana fue el hecho de que el templo de Jano, dios de la guerra, fuese cerrado ante
una situación de paz universal.
32

concluye: “Pero también son enemigos de la libertad todos los temores. Especialmente uno
de ellos: el temor a la muerte”47

Las Sátiras comprenden, en su conjunto, 2 libros. El primero contiene 10; el


segundo, 8. Todas están escritas en hexámetros latinos. La Sátira I del Libro primero está
dedicada al principio de Aristipo Querer es poder. En la Roma moralmente decadente el
principal afán era la acumulación de riquezas. Como ningún rico se daba por satisfecho, la
primera sátira va contra el afán desmedido de posesiones. La Sátira II se dedica a los
seductores profesionales que llenaban de intranquilidad los hogares ajenos. La Sátira III se
dedica a los que hablan mal de los demás. La IV, a la defensa de la sátira como género
literario. La V, la dedica a una excursión de Roma a Brindis. La VI a referir Horacio su
modesto origen y a la alabanza de Mecenas. La VII hace referencia a un proceso ante Junio
Bruto, Gobernador del Asia Menor. La VIII es un ataque a un personaje llamado Calícles y
los encantamientos de las hechiceras. En la IX critica la conversación insoportable del
fastidioso e inoportuno. En la X señala normas de preceptiva literaria en la crítica de la obra
de Lucilio. Recomienda escribir sólo para la gente de talento, sin atender ni a los ignorantes
ni a los presuntuosos. En el Libro segundo, la I, va como respuesta amarga a los críticos de
su primer libro. La II, es el elogio de la frugalidad y la crítica del lujo material y la
corrupción moral. La III, versa sobre las locuras y extravagancias humanas. La IV se dedica
a la crítica de los excesos gastronómicos y culinarios. Horacio se burla del epicureísmo
degenerado que colocaba la máxima felicidad en el comer supuestamente refinado. La V,
satiriza el halago a los ricos solterones buscando de ellos un legado de importancia. En la
VI está el elogio de la vida campestre y la crítica de la vida urbana. En la VII, Horacio (por
la boca ficticia de un esclavo) se critica a sí mismo por la inconstancia de sus gustos y por
las variaciones de su carácter. La VIII está dedicado a la crítica de la avaricia por la vía de
la burla de un mezquino banquete que un avaro ofrece a Mecenas.

Más que por sus Sátiras se considera a Horacio el más destacado de los líricos
latinos por sus Odas. Las Odas de Horacio están compuestas de 3 libros [Carmina, libri III)
Denomina Epódon a un cuarto libro. Hay también una oda suelta que es llamada Carmen
saeculare [Verso secular]. Suelen distinguirse las Odas de Horacio en sagradas, heroicas,
filosóficas y festivas. El prototipo de las Odas sagradas es el Carmen saeculare. Fue escrito
para los Juegos y festejos seculares, que eran una solemnidad oficial. Allí pide a los dioses
protección para la patria, el renacer de las tradiciones romanas y la gloria de la raza latina.
La Odas heroicas fueron las que más contribuyeron al renombre y posteridad de Horacio.
En ellas plasma las grandezas y las tragedias romanas; las hazañas de los héroes y las
lecciones que el pueblo debe aprender ante el ejemplo de los logros y de los fracasos, de los
comportamientos rectos y de los delitos. Las Odas filosóficas constituyen una exaltación de
la paz y serenidad de la vida campestre. En ellas habla también de las buenas y malas
cualidades de las personas. Se deleita en la ponderación de la amistad y en la crítica de la
ambición, lo destructivo de las pasiones, lo fugaz de la fortuna. Según Horacio es de sabios
contentarse con lo que se tiene, despreciando lo superfluo y no ambicionando lo ajeno.
Alaba la sobriedad, el trabajo, la gratitud y la confianza. Las Odas festivas, han sido
llamadas por algunos báquicas o eróticas. Canta en ellas al amor carnal con tono sensual
rayano en la impudicia. Algunas de esas odas resultan de una procacidad tal que

47
FONTÁN, A., Humanismo romano, cit., p. 27.
33

constituyen la expresión literaria de la misma decadencia moral que Horacio critica en otras
de sus producciones, sin llegar a la afirmación de la radicalidad ética, por la misma
limitación de su aurea mediocritas.

Las Epístolas fueron su obra poética de madurez. Las escribió en los últimos años
de su vida. Fueron conocidas como sus Sermones [Discursos]. Están agrupadas en dos
libros. El primero tiene 20 cartas y el segundo 3. En forma epistolar Horacio intenta
enseñar algunas doctrinas morales y filosóficas y exponer algunos criterios literarios. Están
todas escritas en versos hexámetros.

37. Ovidio

Publio Ovidio Nasón nació el 20 de marzo del 43 a. C., en Sulmone, ciudad del
Abruzzo Citerior. Murió en Tomis (Kustendjé), a orillas del Mar Negro, en el año 17 o 18
de nuestra era. Hijo de familia noble, tuvo educación esmerada. Estudió derecho, aunque
siempre proclamó su preferencia por la literatura en general y por la poesía en particular.
Viajó por Grecia. Al regresar desempeñó algunos cargos, relevantemente en la función
judicial. Su numerosa producción poética es reflejo de la decadencia romana.

En sus Amores se refleja su inestabilidad emocional (se casó tres veces). También
una superficialidad de poco contenido moral: en sus relaciones amorosas no habla de
estados del alma, ni del bien de la amada, sino de situaciones políticas o variadas tensiones
externas a las cuales puede conducir una relación supuestamente afectiva.

También en las Heroides trata de pasiones imaginarias. Ovidio se inspira en las


leyendas históricas buscando temas que le permitan teorizar sobre la relación amorosa. Se
ha dicho que en los amantes de Ovidio hay mucho de cerebro y poco de corazón.
Posiblemente, al carecer de referencia real y de no estar afincada la producción de Ovidio
en la propia vivencia del autor, se trate de un esfuerzo de refinado intelectualismo más que
del reflejo poético de una intensa vivencia amorosa que le permitiera incluso el
descubrimiento de la elevación que supone y exige la donación de sí en búsqueda del bien
de la persona amada. Con un tono menor al de Horacio, pero con sus mismas deficiencias,
puede hablarse de que en las poesías de Ovidio también se recoge el ambiente depravado
del epicureismo más rústico que, para entonces, había llegado a dominar existencialmente
las capas superiores de la sociedad romana.

Si en Amores (marcada por su insinceridad) y Heroides (signada por su falta de


veracidad histórica) trata del amor como tema práctico, Ovidio decide teorizar sobre él en
el Arte de Amar. En el Arte de Amar se encuentra plasmado el costumbrismo de la
sociedad romana del final de la pax octaviana [período de paz del tiempo del Emperador
Octavio]. Del relajamiento de las costumbres de la Roma de entonces queda claro en la
presentación, como comprensible y atrayente, que hace Octavio de los comportamientos
más escandalosos desde el punto de vista moral. No es de extrañar, por eso, el rotundo éxito
que la obra tuvo entre los romanos del momento.

Ovidio muestra sus dos vertientes de inspiración: griega y latina. La helénica en


Metamorfosis; la latina en Fastos. Metamorfosis es un poema mitológico de 15 libros.
34

Contiene 246 leyendas mitológicas. En los Fastos se dedicó a hacer detallada mención de
las fiestas romanas, relatando su origen y cómo se celebraban.

Cuando estaba en su momento de mayor aceptación social y adulación literaria


recibió la orden imperial de partir hacia el exilio en tierras de bárbaros, en el extremo
oriental del imperio. Fue un edicto imperial de los más suaves: una religatio, que no
implicaba confiscación de bienes ni pérdida de derechos civiles. Algunos atribuyen su
exilio a causas políticas. Otros ven el motivo en la aparición de su Arte de Amar, que lucía
como contradictorio con el intento moralizador de la sociedad romana que Augusto Octavio
intentó impulsar en los últimos años de su reinado. También en su exilio, Ovidio, como
poeta del decadentismo romano, se refugió en la poesía. Surgieron así los 5 libros de las
Tristes y los 4 de las Pónticas, en cuyos versos se mezclan, ante la desgracia inesperada,
sentimientos tan diversos como la tristeza, la cólera, el dolor y la memoria elegíaca.

38. La filosofía helenístico-romana48

A partir de las campañas de Alejandro Magno se produjo, junto con la expansión


político-militar, una evidente helenización del mundo conquistado. La literatura helénica
posterior a la época clásica y previa a la Edad media suele colocarse en un período limitado
por la muerte de Alejandro (323 a. C.) y la muerte de Justiniano (565 d. C.).

Alfonso Reyes distingue en este tiempo tres etapas:

1. Helenización del mundo antiguo hasta la batalla de Accio, el año 31


d. C. Es la llamada Edad Alejandrina.
2. De Accio hasta el siglo III d. C. Es la llamada Época greco-latina, en
la cual la conquista romana se convierte en protección romana.
3. Del siglo IV al siglo VI d. C. Son patentes en este tiempo las señales
de fatiga. Diocleciano busca la revitalización en el despotismo oriental y
Constantino en el cristianismo49.

Se llama filosofía helenístico romana la que va desde la muerte de Aristóteles (322


a. C.) hasta la muerte de S. Agustín (430. d. C.). A los tres primeros siglos (siglos
alejandrinos) suelen ser considerados el período ético y los cuatro y medio restantes el
período religioso50.

Hablando del siglo III, en el período religioso (siglo caracterizado por una crisis a la
cual ya se ha hecho referencia), Reyes escribe: “La decadencia del vigor político se
acompaña de la decadencia moral. Aquella dureza, aquella austeridad romana, parecían
fábulas de los viejos. El antiguo ardor marcial era ahora afeminamiento, y nada hay más
áspero que este maridaje entre el afeminamiento y la grosería”51.

48
Cfr. REYES, Alfonso, La Filosofía Helenística, FCE, México, 1978.
49
Ibidem, p. 14
50
Ibidem, p. 47.
51
Ibidem, p. 224.
35

El populacho se dejaba prostituir en el régimen del panem et circenses [pan y circo].


La despoblación permitió la diseminación de teutones y semitas por toda la geografía
imperial. La civilización greco-romana, por exótico que parezca, estaba a cargo de ejércitos
de bárbaros. Con el sincretismo, los antiguos dioses paganos hicieron causa común, de
manera distinta al antiguo politeísmo. “Todo era legítimo, salvo ser ateo; aún las peores
supersticiones, la demonología y la magia, la brujería, la adivinación de los sueños. La
astrología, singularmente era la ‘reina de las ciencias’ y todavía deja herencia en el habla de
nuestros tiempos”52.

VI. LA CIVITAS ROMANA. EL CRITERIO PRÁCTICO-JURÍDICO

39. El Imperio del derecho

Hacia el año 143, el orador Publio Elio Arístides pronunció ante el Emperador
Antonino, su Panegírico de Roma. Su sonora elocuencia exaltó la Pax Romana con las
siguientes palabras:

Fecisti patriam diversis


Gentibus unam
His dantem iura Cantonem

(Hiciste una Patria


de diversos pueblos
dándoles Cantón de Derecho)53.

La alabanza a Roma de Publio Elio Arístides resaltaba esa conversión de la Urbe en


orbe señalada por Fernando Prieto54, es decir, el dominio de Roma sobre los pueblos,
sometiéndolos no a la fuerza del conquistador, sino al imperio del derecho.

El ius [derecho] romano era la pauta normativa jurídica de la conducta. En el caso


del nomos [norma] helénico, esa norma poseía una dignidad y un peso vinculante derivado
de la diké [justicia], cuyas exigencias eran reflejo de la armonía cósmica. El ius de la
Civitas romana no obedecía directamente a una instancia supra política o supra humana,
sino que reflejaba las exigencias jurídicas de la sociedad romana. Era una instancia
práctica, concreta, no vinculada necesariamente a la idea de justicia. Cicerón, de formación
griega, para quien el derecho no podía desvincularse de la justicia, so pena de caer en la
más dura arbitrariedad, pudo escribir contra una visión romano positivista del derecho
aquello de summum ius summa iniuria [el extremo derecho puede ser la extrema
injusticia]55.

52
Ibidem, p. 227.
53
Cit. por MARROU, Henri-Irenée [1904-1977]., Teología de la Historia, Rialp, Madrid, 1978, p. 292.
54
Cfr. PRIETO, Fernbando [1933-2006]., Manual de Historia de las Teorías Políticas, cit. p. 76.
55
Cfr. ibídem, p. 83.
36

Los romanos distinguieron entre la auctoritas [literalmente, autoridad] y el


imperium [literalmente imperio, poder].

Tomo de Manuel García-Pelayo la distinción entre autoridad y poder. “Por el poder


—dice— se entiende la posibilidad directa o indirecta de determinar la conducta de los
demás sin consideración a su voluntad o, dicho de otro modo, la posibilidad de sustituir la
voluntad ajena por la propia en la determinación de la conducta de otro o de otros, mediante
la aplicación potencial o actual de cualquier medio coactivo o de un recurso psíquico
inhibitorio de la resistencia”56. “Mientras el poder —agrega— determina la conducta de los
demás, sustituyendo la voluntad ajena por la propia, la autoridad, en cambio, la condiciona,
es decir, inclina a seguir una opinión o una conducta pero ofrece la posibilidad de no
seguirla (…) El poder domina contradiciendo, en última instancia la libertad del objeto; la
autoridad, en cambio, para ser efectiva, ha de tener como contrapunto la libertad de la
persona, la cual se autoimpone como obligación ética o como exigencia de la honorabilidad
seguir el camino marcado por el sujeto de la autoridad. El poder somete, la autoridad
provoca adhesiones, y, por ello, así como el poder se realiza imperativamente, la autoridad
ha de ser reconocida por sus seguidores. El poder se basa en la disposición de medios de
coacción; la auctoritas, en cambio, en la posesión de cualidades valiosas de orden espiritual,
intelectual o moral, lleva siempre adheridas unas cualidades axiológicas que hacen sentir el
seguimiento como un deber. No significa jamás una anulación de la personalidad, sino, por
el contrario, una inclinación hacia lo axiológicamente superior, lo que significa un
engrandecimiento de la personalidad y, por eso, no cabe contar entre sus fenómenos el
sentimiento masoquista de la entrega o sumisión pasiva hacia el poder, ni el
deslumbramiento por el poderoso”57.

Lo propio de la auctoritas es dar consejo (consilium) a quien acude en su ayuda,


pero sin poder obligar a que quien lo solicita siga los consilia [consejos] que recibe. Los
juriosconsultos afamados, p. e., gozaban en Roma de auctoritas. Sus dictámenes eran de
facto [de hecho] vinculantes, aunque carecieran de potestas [poder o imperio]. El Senatus
no tenía potestas, sino auctoritas, que provenía de los senadores que lo integraban. Se
trataba de una auctoritas corporativa: la llamada auctoritas patrum [autoridad de los
padres].

El imperium era el poder real. Cuando los reyes dejaron paso a los cónsules el
imperium tuvo la limitación temporal del mandato de éstos (un año). Esa limitación era una
defensa contra el abuso. En circunstancias extraordinarias el Senado aconsejaba a los
Cónsules para designar un dictador. El Dictador (figura frecuente en la época inicial de la
República Romana) reunía en sus manos el poder para solucionar el problema que
motivaba su designación. Fue la llamada dictadura comisoria58.

56
GARCÍA-PELAYO, Manuel [1909-1991], Auctoritas, Instituto Estudios Políticos [UCV], Caracas, 1969,
p. 5.
57
Ibídem, p. 6.
58
Sobre la dictadura comisarial y la representación tradicional de la dictadura jurídica romana, vid.
SCHMITT, Carl [1888-1985], La Dictadura, Revista de Occidente, Madrid, 1968, pp. 33 y ss.
37

El populus romanus nunca tuvo el imperium en sus manos. Participaba, como queda
dicho en los comicios (comitia). Aceptaba, sin embargo, la estructura jerárquica de su
sociedad que reservaba habitualmente la conducción de la Res publica [cosa pública,
república] a los nobilis (de notus, notable, conocido). Ello era así porque la mayor cultura y
experiencia política adornaba de prestigio, de auctoritas, a cierta aristocracia. Hasta que ello
se derrumbó por la decadencia de las costumbres, la nobleza a menudo supo corresponder a
la confianza y respeto del pueblo llano59

En Roma el ius (derecho) hace, pues, referencia a la licitud de los actos. Tal licitud
resulta independiente de que se recoja jurídicamente una costumbre —longa, si es vieja;
inveterata, si es arraigada— de la urbs, heredera histórica de la polis60 .

El ius nace como la norma jurídica de los habitantes originales de la ciudad, los
quirites. Ese es el ius civile o ius quiritium [derecho de los ciudadanos originales].

Cuando aumenta la población extranjera surge la práctica necesidad de resolver los


litigios que se presentaban entre los que no eran romanos. Para ello fue designado un
praetor peregrinus (pretor de los peregrinos, de los que se encuentran en país extranjero).
En estos casos, el praetor peregrinus no aplica el ius (reservado a los quirites), sino que
realiza el iudicare (juzgar) según la justicia (iustitia). Así nació el ius gentium, como
diferenciado del ius quiritium.

Los romanos distinguieron, también, el ius naturale (derecho natural). Se ha


señalado que su origen, en Roma, está en la ley natural de los estoicos, siendo por ello
expresión de una teoría filosófica más que de una exigencia práctica. Sus conclusiones
prácticas se asemejaban más al ius gentium (el derecho usado por los pueblos) que al ius
civile (el derecho usado entre los cives, ciudadanos, a través del cual se buscaba, por la
decisión judicial o interpretación de los prudentes, la licitud de los tratos entre los
particulares) y el ius honorarium (derecho fijado por los magistrados). Las normas dadas
para regir la vida de la urbs o civitas por la autoridad fueron las leges (leyes)61.

En los comicios el pueblo legislaba a propuestas de un magistrado. Esa propuesta


(rogatio) cuando es asumida por el pueblo y el comicio legisla, genera la llamada lex rogata
(ley rogada). Cuando el pueblo reunido en comicio delega la facultad legislativa en el
magistrado, la ley que éste dicta es llamada lex data (ley dada)62.

También los pretores podían dar normas de gobierno para las provincias que
gobernaban (el llamado ius edicendi), que conservaban su vigencia mientras duraba el
mandato del magistrado. El edicto del Pretor cobró forma fija cuando, hacia el año 130 d.
C., el jurista Salvio Juliano redacta a petición del emperador Adriano el llamado edictum
perpetuum63 .
59
Cfr. PRIETO, Fernando., ob. cit., p. 86.
60
Cfr. ESCUDERO, José Antonio [1936], Curso de Historia del Derecho. Fuentes e Instituciones Político-
Administrativas, [El Autor; impreso por Solana e Hijos], Madrid, 1995, p. 118.
61
Cfr. ibídem.
62
Cfr. ibídem.
63
Cfr. ibídem, p. 119.
38

El Senado, por su parte, genera el llamado senadoconsulto (quod Senatus iubet et


constituit [lo que el Senado manda y constituye]), que tiene un peso semejante al de la ley,
aunque no sea una ley, porque no tenía el Senado facultad legislativa64.

Luego, el poder imperial exige que tenga fuerza de ley lo que el emperador
establece (quod imperator decreto vel edicto vel epistula constituit [lo que el decreto,
edicto, o carta del emperador constituye])65.

En la época postclásica se consideraron también fuentes de derecho los iura, las


obras de los juristas principales cuyas sentencias tenían fuerza cuasi legal. Así, los términos
ius o iura se aplicaban tanto a las leges como a las obras de los juristas clásicos (las Regulae
Ulpiani, las Sententiae de Paulo, las Institutiones de Gayo, etc.)66. Lograban de esa manera
relevancia cuasi legal los criterios del llamado Tribunal de los muertos (Ulpiano, Papiniano,
Paulo, Gayo, Modestino, etc.).

La organización fiscal de la civitas responde al sistema de finanzas cívicas: los


gastos públicos se cubrían con ingresos provenientes de las tierras públicas (agri publici).
Los ingresos ordinarios de la Res Publica debían cubrir sus gastos ordinarios. Los
impuestos o contribuciones personales (tributum) de los ciudadanos (cives) eran sólo para
cubrir gastos extraordinarios. Como el tributum era la participación ciudadana en los gastos
de la comunidad, en el caso de producirse un superávit el monto de éste era reintegrado a
los ciudadanos67.

“No existía en Roma un cálculo anual y global que, a modo de nuestros actuales
presupuestos, reflejara el conjunto de gastos e ingresos de la Civitas. La ordenación
financiera estaba basada en dos estimaciones distintas: la integrada por los vectigalia
(ingresos) y la integrada por los impendia (gastos), cuyo cálculo se llevaba a cabo de forma
diferente. Tanto los magistrados de la Civitas como los de las provincias estaban obligados
a rendir cuentas y a seguir fielmente toda una serie de reglas contables en la elaboración de
sus registros diarios y mensuales, en los que debían quedar reflejados minuciosamente los
gastos y los ingresos”68. En el sistema financiero romano, además estaba claramente
señalada la distinción entre los encargados de la recaudación de ingresos o de ejecución de
los gastos y los encargados de llevar la contabilidad (cuestores)69.

40. Marco Tulio Cicerón (106– 43 a. C.)70


64
Cfr. ibídem.
65
Cfr. ibídem.
66
Cfr. TOMÁS Y VALIENTE, Francisco [1932-1996], Manual de Historia del Derecho Español, Tecnos,
Madrid, 1996, p. 91.
67
Cfr. SÁNCHEZ-ARCILLA BERNAL, José, Historia del Derecho, I, Dykinson, Madrid, 1995, p. 93.
68
SÁNCHEZ-ARCILLA BERNAL, José., ob. cit., ibídem.
69
Cfr. ibídem.
70
Cfr. CICERÓN, Marco Tulio, toda su obra editadacuidadosamente pór Editorial Gredos, Madrid; SMITH,
Richard Edwin, Cicero, the statesman, Cambridge University Press, London, 1966; STEEL, C. E. W., Cicero,
rethoric and empire, Oxford University Press, Oxford/New York, 2001; PINA POLO, Francisco [1959], ,
Marco Tulio Cicerón, Ariel, Barcelona, 2005; BORIE, Bertrand, LEUMACHOIS, Bertrand y LEVERT,
George, Cicerón, philosophe et home d’État, en el número 21 de Histoire Antique et Medieval, Dijon,
39

Selectivamente, se busca, en breve síntesis, dejar noticia, en Cicerón, del


pensamiento político romano.

a. Vida

Marco Tulio Cicerón nace en Arpino el 3 de enero 106 a. C., y su vida se extiende
durante casi 64 años, pues fallece el 7 de diciembre del 43 a. C., herido de muerte por el
legionario Popilio Lenas, quien ejecutaba la cruel concesión de Octavio a Marco Antonio,
quien había pedido la vida de Cicerón, pues éste lo había atacado con sus Filípicas. Se dice
que cuando Popilio Lenas se acercaba con la espada desenvainada para matarlo, su última
expresión fue una oración: Causa causarum, miserere mei [Causa de las causas, ten
misericordia de mí]. Al parecer, Cicerón tomó tal oración de Aristóteles (a quien admiraba)
y solía repetirla, no olvidándola en el momento final de su existencia.

Su padre se traslada a vivir a Roma justamente en el comienzo de su vida escolar.


Luego de la instrucción básica, recibe clases de retórica a los 19 años del cretense Apolonio
Molón. Luego recibe instrucción en temas de filosofía y derecho. A los 25 pronuncia su
primer discurso: Pro Quinctio, una defensa en los tribunales. A los 27 (79 a. C.) marcha a
Grecia. En Atenas continúa su formación filosófica con Antíoco de Ascalón, quien provenía
de la Academia. Luego en Rodas su antiguo profesor romano, Apolonio Molón, se encarga de
perfeccionarlo en la retórica.

Después de permanecer tres años de estudio en Grecia vuelve a Roma. El 76 a. C.


comienza su carrera política al obtener la cuestura que desempeñó en Sicilia. El 74 a. C. entra
en el Senado. Se destaca en la lucha contra la corrupción y por el brillo de su oratoria, que
adquiere fama al conocerse sus discursos contra Verres, ex gobernador de Sicilia (escribió
contra él siete discursos, las llamadas Verrinas [orationes Verrinae], aunque sólo pronunció
los dos primeros). Su ascenso, luego, es relativamente rápido: el 69 a. C. es edil curul; el 66 a.
C. es pretor; y finalmente el 64 es elegido cónsul derrotando a su aristocrático pero menos
respetable rival Lucio Sergio Catilina. Derrotado en su aspiración consular Catilina continuó

diciembre 2009; EVERITT, Anthony, Cicero, The life and times of Rome’s greatest politician, Random
House, New York, 2003; RAWSON, Elizabeth, Cicero, a portrait, Cornell University Press, Ithaca [NY],
1983 ; HASKELL, Henry Joseph [1874-1952] , This was Cicero. Moderns politics in a roman toga, Secker
& Warburg, London, 1943 ; GRIMAL, Pierre [1912-1966], Cicerón, Fayard, Paris, 1986; GRIMAL, Pierre,
La literature latine, Fayard, Paris, 1994; DOUGLAS, Alan Edward, Cicero, Clarendon Press, Oxford, 1968;
STOCKTON, David L., Cicero, a political biography, Oxford University Press, London, 1971;
SHACKLETON BAILEY, David Roy [1917-2005], Cicero, Scribner, New York, 1972; NARDUCCI,
Emmanuele, Cicerone ei suoi interpreti: studi sull’opera e la fortuna, ETS, Pisa, 2004; LANA, Italo, I
principi del buon governo secondo Cicerone e Seneca [Corso di letteratura latina, anno accademico 1980-
1981], G. Giappichelli, Torino, 1981; FANTHAM, Elaine, The Roman World of Cicero’s De oratore, Oxford
University Press, New York, 2004; ATKINS, Jed W., Cicero on politics and the limits of reason: the
Republic and laws, Cambridge University Press, Cambridge, 2013; COWELL, Frank Richard [1897-1978],
Cicero and the Roman republic, Sir Isaac Pitnam, London, 1948; STRACHAN-DAVISON, James Leigh
[1843-1916], Cicero and the fall of the Roman republic, G. P. Putnam’sons, New York, 1911; GWYNN,
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Walter Kirkpatrick, Cicero and the end of the Roman republic, Hodder & Stoughton, London, 1978; COLE,
Spencer, Cicero and the rise of deification Rome, Cambridge University Press, Cambridge/New York, 2013.
40

en la actividad conspirativa que desarrollaba desde el 66 a. C. Como cónsul, Cicerón debió


reprimir con dureza la última de las conspiraciones de Catilina, el 63 a. C. Fue acusado de
haber ejecutado sin fórmula de juicio a algunos de los integrantes del grupo de Catilina.

Al formarse el 60 a. C. el primer triunvirato (César, Pompeyo y Craso) Cicerón se


opone al mismo. Ello es aprovechado por sus enemigos, quienes lo acosan cobrándole con
retraso la represión que había hecho de la conspiración de Catilina. Es enviado, entonces, al
destierro por la Ley Clodia el año 58 a. C. Regresa a Roma rehabilitado, y con grandes
honores, un año después. Pronuncia entonces dos famosos discursos de acción de gracias, uno
al Senado y otro al pueblo (Oratio post reditum in senatu habita, sive cum senatui gratias egit
y Oratio post reditum ad quirites, sive cum populo gratias egit).

Aceptó ser Gobernador de la provincia romana de Cilicia el 51 a. C., regresando a


Roma al año siguiente, para unirse a Pompeyo en su lucha por el poder. Derrotado Pompeyo
el 48 a. C. Cicerón no sufrió, sin embargo, represalia alguna por parte de César, aunque
tampoco le permitió éste participar en política. Después del asesinato de César, el 44 a. C.
volvió Cicerón a la vida política. No tuvo nada que ver con el asesinato de César, pero
manifestó simpatía con el crimen. Se convirtió en el jefe del partido senatorial contra los
cesarianos. Respaldó a Octavio en su búsqueda del poder. Es el tiempo de sus Filípicas
contra Marco Antonio (In M. Antonium orationes Philippicae XIV). Marco Antonio pide a
Octavio la vida de Cicerón y Octavio accede a tal petición en la reunión del triunvirato
(Octavio, Marco Antonio y Lépido) realizada en Bolonia en octubre del 43. Su asesinato se
consuma, como queda ya dicho, en diciembre de ese año.

Aquí no interesa tanto hacer referencia a sus notables aportes al estudio de la retórica
(entre los cuales merecen destacarse el De Oratore [Sobre el orador], del 55 a. C.; Partitiones
oratoriae [Sobre las partes del discurso], del 54 a. C.; Brutus [Bruto], su gran obra de la
historia de la elocuencia, del 46 a. C., y, del mismo año, Orator ad Marcum Brutum [El
Orador, dedicada a Marcos Bruto]; De optimo genere oratorum [Sobre la mejor clase de
oradores] del 44 a. C). Tampoco podremos detenernos con detalle (sólo algunas referencias
puntuales) en las excelentes manifestaciones de genialidad que constituyen algunas de sus
obras, como Cato Maior De senectute [Catón el Mayor, acerca de la vejez] del 44 a. C.;
Laelius sive De amicitia [Lelio o de la amistad], también del 44 a. C.; o el De officiis libri III
[Sobre los deberes o Los tres libros sobre los deberes]. Interesa, en cambio, una referencia
más detenida aunque sea también breve a sus obras de filosofía política.

Cicerón destaca que la filosofía es vista con desagrado y desconfianza por la mayoría
que se mueve en el ámbito de lo práctico; y que, por ello, está bastante alejada de la bios
theoretica [la vida contemplativa o especulativa].

“La tradición cultural griega es recibida en Roma como la expresión de una tradición
universal, fundada en la naturaleza, sublimemente explicitada en el pensamiento filosófico y
moral y bellamente manifiesta en la poesía y en las artes plásticas. ‘Yo —escribe Cicerón en
los últimos años de su vida— he unido siempre para mi propia formación los estudios latinos
con los griegos: no sólo en filosofía, sino también en la práctica de la oratoria’. Su obra
filosófica y sus tratados de retórica perseguían esta finalidad de fundir la cultura griega y la
latina en un cuerpo de pensamiento coherente y unitario: ‘Con ello –añade-he prestado a mi
41

entender un gran servicio a mis contemporáneos, no sólo a los que ignoran la lengua griega,
sino también a los que están algo instruidos en ella, que reconocen que con mis libros han
ganado mucho en capacidad dialéctica y en criterio intelectual”71.

Según Alvaro d’Ors, la visión negativa de Cicerón en algunos círculos intelectuales


del siglo XX se debió a la influencia de Mommsen. “El desprestigio de Cicerón en los
tiempos modernos ―dice d’Ors― se debe principalmente, como es sabido, al juicio
denigrante y afilado que de él escribió Teodoro Mommsen. Según este insigne historiador,
Cicerón, como hombre de Estado, careció de penetración, de opinión firme y de larga mira;
como escritor fue un emborrona-papeles, siempre igual, cualquiera que fuese la materia que
tratase, un temperamento periodístico en el peor sentido de la palabra, un charlatán, de una
increíble pobreza de pensamiento; en fin, un hombre sin convicciones ni pasión; un simple
abogado, y aún un mediocre abogado. Este juicio, evidentemente, es exagerado e injusto, pero
resulta curioso ver como los italianos reaccionaron ante él como excitados por una ofensa
racial. (...) Sea como sea, el destino trágico de Cicerón, su misma peligrosa existencia, hace
interesante su personalidad, así como la indiscutible riqueza de su estilo y de su producción
hacen interesante su obra. (...) Cicerón, y también el de legibus, es una pieza fundamental
dentro de la arquitectura de nuestra cultura histórica de Occidente”72.

En De re publica (La República), 54-51 a. C., plantea la cuestión del mejor orden
político. En De Legibus (Las Leyes), 52 a. C., se refiere al ordenamiento jurídico y a la
estructura institucional de ese orden.

b. La República

En De re publica, en el Lib. I, plantea Cicerón la superioridad moral de la dedicación a


la política sobre otras actividades humanas. Indica que no hay nada más excelso que el
ejercicio de la virtud desde el gobierno del Estado procurando hacer realidad los programas de
los filósofos. En el De officiis resalta que los naturalmente dotados para la política están en el
deber de buscar el ejercicio del gobierno.

Su inspiración es griega. En De re publica, en la conclusión del Lib. VI, lo refleja


nítidamente en el simbolismo del somnium Scipionis [sueño de Escipión]. Allí el primer
Escipión Africano trasmite a su hijo, desde la otra ribera de la muerte, su síntesis de la
sabiduría antigua. Grecia es el principio. El viejo Escipión dice: “no existe un origen del
principio; del nacen todas las cosas; pero él mismo no puede provenir de otro; en efecto, no
sería principio si fuera producido por otro... El principio tampoco puede morir nunca. Pues
una vez extinguido, no volverá a la vida por obra de otro, ni creará a su vez nada nuevo, ya
que necesariamente todo nace del principio”73.

Ni el poder ni la gloria resultan premio para el buen estadista. Su auténtica


recompensa viene a ser la bienaventuranza celestial. Si la Patria nos engendra y nos educa,

71
FONTÁN, Antonio [1923-2010]., ob. cit., p. 17
72
D’ORS, Álvaro [1915-2004], Introducción a CICERÓN, M. T., Las Leyes, Instituto de Estudios Políticos,
Madrid, 1970, pp. 8-9
73
Citado por FONTÁN, Antonio., ibidem, p. 32.
42

está en el derecho de percibir fruto de nosotros. A su vez, los ciudadanos están en el deber de
dar esos frutos, de no resultar ni estériles ni ociosos. La duración de las naciones depende de
la virtud de sus ciudadanos. Por ello, para garantizar la duración de las naciones, las leyes
deben promover la práctica personal y social de las virtudes.

Cicerón hace expresa referencia al pueblo. Así, en De re publica (I, 39) no vacila en
decir: “Una república es cosa de un pueblo. Un pueblo no es una colección de seres humanos
unidos de cualquier forma. Es una gran reunión de personas asociadas para el bien común y
con un criterio compartido respecto a la justicia”.

Sobre las formas de gobierno recoge, del clasicismo griego aristotélico, la tríada
normal (monarquía, aristocracia y democracia) y la tríada patológica (tiranía, oligarquía y
gobierno de la chusma). Para Cicerón la política es más importante que la filosofía.

La República supone un diálogo en el jardín de Escipión Emiliano. Cicerón defiende


la participación del ciudadano en la vida política contra el apoliticismo defendido, por
egoísmo y comodidad, por los epicúreos.

Para Cicerón la mejor forma de gobierno es aquella que han ido perfilando en la
historia los romanos. Enseña que la constitución política no es fruto del talento individual o
del esfuerzo puro y simple, sino de la enseñanza que la experiencia ha ido acumulando.

La relación ciceroniana de la política con el derecho está en libro III. El gobierno debe
inspirarse en ideales morales y la justicia es el alma de la República y la fuente de la autoridad
reconocida.

En los libros V y VI ubica el diálogo en un clima de descomposición política. Según


Cicerón la res publica casi no existe por la agitación popular promovida por la reforma de los
Graco. Allí, al hablarse de las cualidades del gobernante, coloca Cicerón el sueño de
Escipión: el vencedor de Aníbal le enseña a buscar no las glorias terrenas, sino la virtud que
será recompensada con la vida eterna.

Para Cicerón el mejor gobernante será el princeps (primer senador), que sabe de
política así como el campesino sabe de agricultura. La falta de virtudes republicanas termina
por desintegrar a la República.

c. Las Leyes 74

El libro, de carácter filosófico, tiene cuatro partes: una introducción y tres libros.
Utiliza como forma literaria el diálogo. En la obra, los protagonistas del mismo son Cicerón,
su hermano Quinto y su amigo Ático.

74
CICERÓN, Marco Tulio [106 a. C. – 43 a. C.], Las Leyes, Madrid, 1989. Este volumen tiene Introducción y
notas de Roger LABROUSSE [1908-1953].
43

En la Introducción habla de la historia como ciencia. Pide al historiador veracidad.


Vale decir, que no mienta ni oculte la verdad, que no sea movido por el odio y la envidia, que
sea objetivo.

Uno de los personajes (Ático) sugiere que Cicerón exponga las leyes que deberían
regir la vida del Estado ideal plasmado en La República. Aceptando la sugerencia, Cicerón
anuncia que resulta necesario remontarse a las raíces filosóficas. Para él, la filosofía está en la
base del pensamiento político propiamente dicho.

La reflexión ciceroniana es particularmente importante, porque, como ha señalado


Fontán, puede discutirse si Roma, constitucionalmente, era un Estado y puede afirmarse que,
si era un Estado, “era un Estado imposible”. “No había constitución escrita —agrega
Fontán—, ni siquiera una codificación de la costumbre. Existía la ciudad e inseparablemente
unido a ella un vasto territorio, desde Britania al Éufrates, cuya organización era una obra
maestra de pragmatismo e indefinición política”75.

La primera parte está, así, dedicada a la ley natural. Una ley racional, absoluta y
universal está en la base del derecho. No se puede reconocer la ley natural sin la creencia en
los dioses. Son los seres inmortales los que han dado a los seres mortales el privilegio de la
razón y la posibilidad de vivir en una comunidad de seres racionales. El gobierno divino del
mundo ha destacado la preeminencia del hombre sobre todas las demás criaturas. La
superioridad del hombre se manifiesta en su capacidad de regirse por normas jurídicas
naturales y objetivas. Los hombres poseen una semejanza esencial que los lleva a vivir en
sociedad, según los dictados de la naturaleza.

La segunda parte la dedica Cicerón al rechazo de las objeciones que suelen hacerse
contra la objetividad del derecho. Critica a los epicúreos, señalando que la práctica de la
virtud está en la base misma de la vida social, y que el comportamiento virtuoso no se hace
por interés, sino por la rectitud moral que el mismo comporta. Según Cicerón es posible
superar la divergencia existente entre las distintas escuelas sobre los fines últimos de la vida
moral, llegando a un consenso básico.

La conclusión recoge reglas de vida, individuales y sociales, y un elogio de la


sabiduría. Retórico, al fin, Cicerón no vacila en decir que la sabiduría hace buenos y felices a
los hombres, sobre todo cuando se difunde por la elocuencia.

Ludwig Friedländer destaca que las obras filosóficas de Cicerón contribuyeron a


transmitir a su tiempo y a los siglos posteriores el conocimiento de la filosofía griega, siendo
vista la filosofía helénica como una escuela de moral76. Eso se ve claramente en el contenido
de algunas de sus principales obras.

75
FONTÁN, Antonio., Humanismo Romano, Barcelona, 1974, p. 137.
76
Cfr. FRIENDLÄNDER, Ludwig [1824-1909], La sociedad Romana (Historia de las costumbres en Roma
desde Augusto hasta los Antoninos), FCE, Madrid, 1982, p. 1131.
44

En Sobre la amistad77, sostiene que la amistad sólo puede darse entre hombres de bien
y que sin virtud ella es imposible78. Cuando la relación entre personas no se genera por el bien
y la virtud, sino por el mal y por el vicio, no puede, pues, hablarse de amistad, sino de
complicidad.

Al hablar de los límites de la amistad, comienza Cicerón por señalar aquellos


impuestos por el respeto a la honestidad79. Si la amistad sólo puede darse entre gente de
bien80, no es excusa para una mala acción haber actuado mal para ayudar a un amigo, porque
el lazo de amistad nace de la estima que inspira la virtud; y la amistad no puede subsistir si se
renuncia a la virtud81. Esa excusa resulta aún más torpe cuando se intenta con ella excusar las
malvadas acciones que amenazan al Estado82.

Según Cicerón, es una ayuda a las virtudes que la amistad nos ha sido dada por la
naturaleza, no para acompañar a los vicios, sino para acompañar la virtud, pudiendo con ella
alcanzar la perfección83. Para él la verdad y la sinceridad son criterios que acrisolan la amistad
que se ofrece y se recibe84.

En Sobre la vejez85 realiza la defensa de la vejez contra cuatro acusaciones. En primer


lugar, refuta el señalamiento de que la ancianidad impide la vida activa y la gestión de los
negocios, indicando que los ancianos tienen ocupaciones propias86. En segundo lugar, a la
observación de que en la vejez se debilitan las fuerzas del cuerpo, responde que ello está
compensado por la sabiduría y la experiencia87. En tercer lugar, a la indicación que la vejez
está privada de ciertos placeres, contesta que si bien ello es cierto tampoco los desea, pues
tiene otros placeres más elevados que persisten hasta avanzada edad88. Por último, a la
observación que la vejez es vecina de la muerte contesta Cicerón que la muerte no debe ser
temida, en cuanto es el término natural de la vida de este mundo y el tránsito necesario a la
vida inmortal y mejor89.

En Sobre los deberes90, Cicerón sueña con la patria renacida, exponiendo las
cualidades virtuosas de los nuevos ciudadanos. Dedica la obra a la juventud que ve
representada en su hijo Marco Tulio Cicerón. Para él, la amistad se da entre personas

77
Cfr. CICERON, Marco Tulio., Laelius sive De Amicitia [Lelio o Sobre la amistad], Societé d’Édition Les
Belles Lettres, Paris, 1975.
78
Cfr. ibidem, V, 18 y 20.
79
Cfr. ibidem, XI, 36 y ss.
80
Cfr. ibidem, XVIII, 65.
81
Cfr. ibidem, XI, 37
82
Cfr. ibidem, XII, 40.
83
Cfr. ibidem, XXII, 83.
84
Cfr. ibidem, XXVI, 97.
85
Cfr. CICERON, Marco Tulio., Cato Maior De Senectute Liber [Catón el Mayor o Sobre la vejez], Bosch,
Barcelona, 1954.
86
Cfr. ibidem, 15-26.
87
Cfr. ibidem, 27-38.
88
Cfr. ibidem, 39-65.
89
Cfr. ibidem, 66 y ss.
90
Cfr. CICERON, Marco Tulio., De Officiis Libri III [Los tres libros sobre los deberes], (Les Devoirs)
Societé d’Édition Les Belles Lettres, Paris, 1970.
45

honestas91. Dice también que no hay cosa más amable y que una más fuertemente que la
semejanza de costumbres entre los hombres de bien92. Subraya que no hay utilidad sin
honestidad93.

41. Lucio Anneo Séneca [4 a. C.- 65 d. C.]94

Nacido en Córdoba, en la Hispania romana, con ambos padres de origen familiar en


la Bética. Fue llevado desde niño a Roma para que recibiera buena educación. En su vida
política topó con la adversidad: la enemistad de Mesalina, esposa del Emperador Claudio,
hizo que éste le desterrara a la isla de Córcega. Luego de ocho años de ostracismo, al morir
Mesalina, la nueva esposa de Claudio, Agripina, logró que se le indultara y le nombró
preceptor de su hijo Domicio Nerón, de solo 12 años. Nerón llegó a ser Emperador el año
54. Aparentemente es su época de esplendor político. “Inspira, orienta, aconseja, gobierna
por el simple procedimiento de ser amicus principis, y finalmente es nombrado Consul
Suffectus en el año 56. Estamos ya en el quinquennium Neronis, una de las etapas más
beneficiosas para la historia política de Roma, gracias en gran medida al llamado
‘ministerio Séneca’; son los años de su gobierno directo o de su influencia política, en las
que pudo poner en práctica algunas de las enseñanzas morales de raíz estoica, aunque con
aportaciones, adaptaciones e interpretaciones propias”95. Antes que pasara una década, ante

91
Cfr. ibidem, I, 17, 55.
92
Cfr. ibidem, I, 17, 56.
93
Cfr. ibidem, III, 21, 85.
94
Cfr. SENECA, Lucio Anneo, Obra Completa, (Juan Manuel DÍAZ TORRES, edit.), Gredos, Madrid, 2013;
SENECA, Lucius Annaeus, Sobre la felicidad, Versión y comentarios de Julián MARÍAS [1914-2005],
Alianza, Madrid, 1980; GRIFFIN, Miriam Tamara, Seneca. A philosopher in politics, Clarendon Press,
Oxford, 1976; RODRÍGUEZ-PANTOJA, Miguel (Edit.), Séneca. Dos mil años después. Actas del Congreso
Internacvional Conmemorativo del Bimilenario de su nacimiento. (Córdoba, 24-27 de septiembre de 1996,
Publicaciones de la Universidad de Córdoba y Obra Social y Cultural CajaSur, Córdoba, 1997; HADAS.
Moses [1900-1966], A History of Latin Literature, Columbia University Press, New York, 1952;
CHEVALLIER, Raymond [1929-2004] y POIGNAULT, Rémy [1954], Présence de Sénéque, J. Touzot,
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1984. IMPARA, Paolo, Seneca, filosofía e potere, SEAM, Roma, 1994; FRAU, Aventino [1939], La
congiura del vivere: Seneca ed il nostro tempo, M. Solfanelli, Chieti, 1991; GARCÍA-GARRIDO, José Luis
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Aubier, Paris, 1948; FONTÁN, Antonio [1923-2010], Letras y poder en Roma, Ediciones de la Universidad
de Navarra [EUNSA], Pamplona, 2001; PRIETO, Fernando [1933-2006], El pensamiento político de Séneca,
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Milano, 1934; Incontri con Seneca. Atti della Giuornata di Studio. Torino 26 ottobre 1999, GARBARINO,
Giovanni y LANA, Italo [1921-2002], edit., Pátron, Bologna, 2001; SOCAS, Francisco, Séneca, cortesano y
hombre de letras, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2008; KER, James [1970], The Deaths of Seneca,
Oxford University Press, Oxford/New York, 2009; The Oxford Anthology of Literature in the Roman World
(Peter E. KNOX y James C. McKEOWN, Eds.), Oxford University Press, Oxford, 2013; ZAMBRANO,
María [1904-1991], El pensamiento vivo de Séneca, Cátedra, Madrid, 1987. (De este texto que tiene buena
antología en castellano, ideal para uso de estudiantes, existe edición más reciente: Siruela, Madrid, 1994);
CARMONA ARÁNZAZU, Iván Darío, Séneca: conciencia y drama, Universidad Pontificia Bolivariana,
Medellín, 2008; GARCÍA-BORRÓN MORAL, Juan Carlos [ 1924-2003], Séneca y los estoicos, Instituto
Luis Vives [Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC], Barcelona, 1956.
95
ROVIRA REICH, Ricardo, La educación política en la Antigüedad Clásica. El enfoque sapiencial de
Plutarco, Universidad nacional de Educación a Distancia (UNED) / Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) ,
Madrid, 2012, p. 100
46

las crueldades y aberraciones de su antiguo discípulo, habiendo muerto ya Sexto Afranio


Burro, Prefecto del Pretorio con Claudio y con el mismo Nerón, el otro consejero inicial del
emperador demente, Séneca se retiró de la vida pública el año 62, argumentando problemas
de salud. Tal retiro no le libró de la locura neroniana: acusado de complicidad en la
conspiración de Cayo Calpurnio Pisón (año 65), Nerón le condenó a muerte, permitiéndole
escoger el modo de terminar su vida. Se suicidó cortándose las venas.

La virtud y la sabiduría están en la base de la felicidad senequista. Así, para Séneca,


el vir bonus96 debe ser también vir sapiens97. La base moral de su enseñanza y su
estoicismo trágico han dado a su obra una larga influencia. Recuerda María Zambrano que
Marcelino Menéndez Pelayo {1856-1912] habló del senequismo español; y Ángel Ganivet
[1865-1898] dijo que Séneca era español por esencia98. Opinión radicalmente contraria
(tenía poco de español) es la sostenida por Francisco Socas, en su erudito estudio Séneca,
cortesano y hombre de letras99.

Séneca escribe sobre la providencia, sobre la ira, sobre el ocio y diversas cartas (se
conservan 124) conocidas como epístolas morales. En su obra destaca, sobre todo, su
contenido ético y su forma pedagógica.

Séneca postula en su enseñanza el dominio de sí, en una visión de la persona


humana no exenta de dramatismo y de consideración de su pobreza ontológica radical.
“Postula ante todo —dice José Luis García Garrido— la lucha personal y responsable,
fundamentada en la propia capacidad de acceso a la perfección”100. Pone la clave de la
educación en la formación de la voluntad para lograr el señorío de sí. Para Séneca, la
empresa del perfeccionamiento humano supone la superación del temor a la muerte. En la
búsqueda de la sabiduría, según él, la persona debe estar permanentemente atenta contra el
activismo, en el cual puede caer llevado por la inercia. Frente al activismo infecundo,
postula el ocio fecundo, que, aunque sea evasión del activismo, está siempre orientado a la
acción. El ocio fecundo supone, por tanto, el rechazo de la pereza, de la comodidad101. Así,
en el De providentia, dice refiriéndose al vir bonus et sapiens: “No será llano su camino;
forzoso le será ir hacia arriba y hacia abajo, meterse en la borrasca, gobernar su nave en un
mar tumultuoso; abrirse paso contra la fortuna; se encontrará con escabrosidades, con
asperezas que tendrá que ablandar y allanar. El fuego prueba el oro; la adversidad al
hombre fuerte. Mira cuán alto tiene que remontarse la virtud, y sabrás que no es por fáciles
caminos por donde ha de hacer su ruta”102.

Como buen estoico, Séneca considera siempre la perfectibilidad del ser humano,
porque por su naturaleza racional tiende al bien moral. Para él la perfección consiste en

96
Cfr. GARCÍA-GARRIDO, José Luis [1937], La filosofía de la educación de Lucio Anneo Séneca, (Prólogo
de Emilio REDONDO [1928-2007]), Confederación Española de Cajas de Ahorro, Madrid, 1969, pp. 134 y
ss.
97
Ibidem, pp. 141 y ss.
98
Cfr. ZAMBRANO, María, El pensamiento vivo de Séneca, Cátedra, Madrid, 1987, p. 12
99
SOCAS, Francisco, Séneca, cortesano y hombre de letras, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2008
100
GARCÍA-GARRIDO, José Luis [1937], La filosofía de la educación de Lucio Anneo Séneca, cit. p. 61.
101
Cfr. ibidem, pp. 66-67.
102
SÉNECA, De providentia, V, 9-10.
47

vivir conforme a su naturaleza, cuya existencia debe ser regida por el alma racional. Para él
la educación es un conocimiento amoroso. “El amor busca el conocimiento y el
conocimiento engendra amor”103. Así, la concordancia entre el decir y el hacer, las palabras
y los hechos, es consecuencia de la madurez del alma y del control de las pasiones104.

Séneca llama a la participación responsable en la res publica. Sin embargo, lo


político en sentido estricto no ocupa un lugar prioritario en su obra. El Augusto, en su
opinión, debe ser modelo de todo príncipe. Si Cicerón exalta y trata de la República, Séneca
hace lo propio con el Principado. “Al igual que Tácito —dice Ricardo Rovira Reich—, los
ejes a defender serán siempre el principado y la libertad. Así como Dios gobierna sobre el
universo, consecuentemente el príncipe gobierna sobre la tierra. El macrocosmos es
gobernado por la divinidad y, en este mundo, el microcosmos es gobernado por la virtud,
que es siempre proceder según la razón, lo cual supone seguir la naturaleza” 105.

Rovira Reich destaca algunos elementos de la que podría considerarse filosofía


política senecana. Destaca que Séneca considera que “entre los hombres, es preciso que
exista alguien que haga, para los asuntos humanos, una función homologable a la de los
dioses: vice deorum fungi. El monarca cumple con una función delegada por la divinidad:
optimus civitatis status sub rege iusto. Pero ello no significa que los ciudadanos ni el
Estado sean propiedad del César: están bajo su poder (in imperio), pero no pertenecen a su
patrimonio (in patrimonio)”. Y agrega: “Séneca fue claramente partidario de que el
príncipe no actuara sin el consejo del Senado, y de que éste conservara sus antiguas
prerrogativas —teneret antiqua munia senatus—, de suerte que los asuntos de la república
no se confundieran con los domésticos del emperador: discretam domum et rem publicam.
Esto aparecía ya en el discurso inaugural de Nerón, escrito muy probablemente por
Séneca”106

María Zambrano tiene un hermoso y corto ensayo sobre Séneca del cual se extraen,
a continuación, algunas consideraciones que permitan profundizar en el sentido de su vida y
obra. “No es Séneca —die— un pensador de los que piensan para conocer., embalados en
una investigación dialéctica, ni tampoco le vemos lanzado en la vida, sumergido en sus
negocios y afanes y ajeno al pensamiento. Es propiamente un mediador, un mediador, por
lo pronto, entre la vida y el pensamiento, entre ese alto logos establecido por la filosofía
griega, como principio de todas las cosas, y la vida humilde y menesterosa”. Y explica
intentando captar su actitud existencial: “Cuando Séneca vivía, el hombre era demasiado
rico y demasiado pobre; demasiado sabio, lo suficiente para andar perdido en sus saberes.
Pero más que perdido, diríamos que andaba despegado. Y más que despegado,
desamparado”107. Y destacando su condición de filósofo estoico, comenta: “Porque la
filosofía no podría distraerse de su empeño esencial para hacer frente a estas desgracias
particulares que toda vida lleva consigo. No, no se ha distraído, sino que realmente es ella
su tarea, su razón de ser. Es la filosofía, la razón compadecida de la condición desvalida del
103
GARCÍA-GARRIDO, José Luis, ob. cit., p. 82.
104
Cfr. Ibidem, p. 86.
105
ROVIRA REICH, Ricardo, La educación política en la Antigüedad Clásica. El enfoque sapiencial de
Plutarco, cit., p. 108.
106
Ibidem.
107
ZAMBRANO, María, El pensamiento vivo de Séneca, Cátedra, Madrid, 1987, p. 17.
48

hombre. Es, en cierto modo, la entrada de la misericordia y de la piedad en la razón antigua.


¿No es natural que Séneca, el provinciano de la Bética, haya alcanzado aquí su dominio: en
esta filosofía, menester misericordioso, negocio de curación de ir matando el tiempo y las
penas, de ir soslayando la vida mientras llega la muerte y de aceptar la muerte como si
fuera también la vida, deslizándose en ella mansamente y sin quejarse?”108.

Para María Zambrano, Séneca no fue un estoico más. “O fue el perfecto estoico,
aquél en quien de modo más transparente se dan los caracteres de la secta—dice—, o fue
un estoico de modo diferente, con acento, más todavía con estilo personal. Senequismo es
algo más y algo menos que estoicismo a secas, es por una parte estoicismo realizado a
causa de su vacilante vida y de su serena muerte. Y es que tal vez Séneca sea las dos cosas,
un perfecto estoico y un estoico diferente. Perfecto en cuanto a su actitud; diferente en
cuanto a la doctrina, y, sobre todo, al estilo”. Y agrega: “La actitud estoica parece
transparentarse en él de modo perfecto; tiene su cautela, su habilidad, su vacilación y su
orgullo y su relativa impureza. Fue la de todos y, sin embargo, en ningún estoico como en
Séneca vemos aparecer tan nítidamente el fondo último del estoicismo: la resignación”109.
Se detiene en la explicación de la resignación: “El que se resigna, lo hace a esperar, vuelve
de su esperanza, pero se detiene a mitad de camino antes de caer en la desesperación, se
evade de los dos polos esperanza-desesperación como el budista se evade de la cadena de la
generación y de la muerte, apartándose a un lugar más allá de la muerte y de la vida. El que
se resigna, se evade más allá del ‘temor y de la esperanza’, como Séneca repite
constantemente que hace el sabio; se retira a un lugar al margen y más allá de la esperanza
y de la desesperación. Se retira, en cierto modo, de la vida”110.

María Zambrano hace una comparación entre Sócrates y Séneca: “Séneca —dice—
es la figura del hombre que se hace sabio al verse acorralado por los acontecimientos y que
no habiendo querido disponer de su vida para ofrecerla a la verdad, como Sócrates, tuvo
que sucumbir como él. Es la contrafigura de Sócrates; como él sucumbió a la injusticia,
más sin esperanza. Para Sócrates su muerte fue el comienzo de su trascendencia verdadera,
pues en ella se cumplió la tragedia del profeta de la filosofía, el martirio de la razón”. Y
añade: “Pero si Sócrates tuvo que morir fue porque pretendía la razón entera, porque perdió
la vida entera para la razón,, cosa que después hizo bien patente su discípulo Platón en su
República: los filósofos se disponían a pedir a él poder, y de hecho Sócrates lo andaba
consiguiendo con la violencia de su seducción. Hacerle morir era la natural defensa de la
vida que no estaba dispuesta a reducirse a razón”111. El caso de Séneca, según María
Zambrano, es distinto: “Séneca jamás pretendió el poder para la razón, sino únicamente el
poco de razón necesaria para que la vida pueda sostenerse. Dentro del regreso que fue el
estoicismo a la antigua fe de Heráclito, en el fuego-medida y razón, en la razón cósmica,
Séneca parece uno de los menos convencidos, en todo caso, uno de los menos creyentes; su
fe es aprendida, hecha de razonamiento, de persuasión”112. Dibuja a Séneca como un sabio
a la defensiva: “Séneca es un sabio a la defensiva porque es un hombre plantado en la zona

108
Ibidem, p. 19.
109
Ibidem.
110
Ibidem, pp. 24-25.
111
Ibidem, p. 30.
112
Ibidem, p. 31.
49

más amarga de la historia, cuando la esperanza reciente ha desaparecido; esa hora en que
ser hombre es estar solo y tener responsabilidad. […] Esta es su amarga sabiduría: saber
que no podemos abandonarnos a la sinrazón, ni tampoco a la razón, porque ni la una ni la
otra son enteramente. Saber que en cada instante de la vida, para cada asunto y
circunstancia, existe una cierta mezcla de razón y sinrazón, de ley y desorden. El sabio lo es
por el acierto en parte intransmisible, por el arte de encontrar este punto de equilibrio, el
punto de la mezcla; como el pueblo español dice todavía ‘una de cal y otra de arena’. Es el
saber moverse entre la relatividad sin descanso que es la vida humana”. La comparación
continúa diferenciando la muerte de uno y de otro: “La muerte de Séneca no fue, como la
de Sócrates, el comienzo de sus esperanzas, el cumplimiento de su fe, sino un tremendo
fracaso, el fracaso del intelectual frente al poder. Pero Séneca, sabiéndose en cierto modo
culpable, murió elegantemente, sin queja y sin llanto. Retardó su muerte tanto como le fue
posible, pero la sabía cierta y le encontró ya preparado […] Murió ante las candilejas del
mundo, como un torero, como un divo, como todo el que ha vivido para el mundo. Y fue un
sabio porque, estando tan en la vida, no le sorprendió su propia muerte y supo vivirla,
representarla. Séneca es una máscara de teatro, del gran teatro del mundo”. Y agrega:
“Máscara de teatro, figura de tragedia, de la tragedia del saber introducido en el mundo, del
sabio que no se retira por falta de fe en la vida de la razón, y por ello quiere encontrar la
razón en la vida, en la historia. La tragedia del intelectual político de hoy que quiere, en el
mejor de los casos, someter la historia reciente a la media razón, que quiere garantizar a la
razón su media vida entre el poder y el estruendo del mundo, por falta d fe en la razón
entera. Porque la razón entera, como la entera verdad, ya no son de este mundo”113.

María Zambrano llega a la conclusión de que lo que fracasa en Séneca es el político


intelectual. “Lo que fracasó en realidad en la forzada muerte de Séneca —escribe— no fue
el sabio que en ella muestra su virtud al hallarse prevenido y con las armas necesarias para
su sereno cumplimiento. Quien fracasó fue el político, una cierta clase de político nacido
del sabio, (34) lo que propiamente hemos llamado un intelectual. Porque intelectual es el
sabio, el hombre consagrado a la razón en cuanto que quiere disponer las cosas del mundo
en una posible reforma. Un intelectual es siempre un reformista, pues su razón de ser no es
otra que la necesidad de una reforma en la cual a veces resulta comprometido el mismo
principio que trata de defender”. Y agrega: “Porque el intelectual se dirige al mundo para
moldearlo partiendo de un principio, se llame razón no libertad, para negociar en su nombre
con el poder contrario. Y cuanto más contrario el poder, mayor será la tentación que
algunos sienten de intentarlo, sin que sirva para nada la experiencia de los intentos de otros
días acabados en el más amargo fracaso, como éste de Séneca.”. Y explica seguidamente:
“Pues al poder sólo pueden entregarse los que sienten fe en el poder, ni apetecerlo, les haya
tocado la suerte de vivir en un momento en que el poder está abierto a los principios, razón
o libertad. Al poder no se puede ir a pactar con él, sino cuando se está dentro de su recinto.
Pues el pacto siempre será el vergonzante compromiso del débil que arriesga lo único que
posee, con el fuerte que nada puede perder al incumplir lo mismo, los que se sientan
investidos de él desde su origen, o aquellos, más fieles, a quien sin ser, pues a nada en
verdad se había comprometido, y ni siquiera puede quedar deshonrado ante unos principios
que desconoce, ante un tribunal cuya vigencia ignora y cuya fuerza carece de coacción […]
Séneca, mediador en todo, figura de tiempo limítrofe, andaluz, fronterizo y adaptable y

113
Ibidem, pp. 32-33.
50

como con un cierto pudor de ser una cosa solamente —¿habrá habido andaluz alguna vez
que haya aceptado la escueta responsabilidad de agostarse en una sola cosa, arte profesión o
vocación?”114.

Según María Zambrano a Séneca no le quedaba sino la resignación. “Resignación


ante el poder humano, ante todo poder. […] Soportar la vida. Conllevarla dignamente. La
dignidad es el púnico resquicio para el estoico, lo más parecido a la libertad personal, pero
más conmovedor a nuestros ojos, porque no tiene horizonte alguno; dignidad a la
desesperada”. Y finaliza su reflexión diciendo: “Séneca aparecerá vivo siempre que ante la
inexorabilidad de la muerte y del poder humano se encuentre, entre una fe que se extingue
y otra que llega, una Razón desvalida”.

42. Mestrio Plutarco [45 d. C. – 120 d. C.]115

Mestrio Plutarco nace bajo el Emperador Claudio y muere en tiempo de Adriano. Su


formación es helenística-romana. Al igual que Cicerón viajó a Grecia para recibir allí su
formación intelectual. Viajó mucho por todo el Imperio y desempeñó distintos cargos
públicos. Para algunos resulta figura destacada del helenismo de la llamada segunda
sofística. A pesar de su formación platónica, veía en el sentido religioso la base racional de
la mitología griega. Con su búsqueda de una concepción más pura de la divinidad, criticó lo
que consideraba supersticiones del mundo helenístico116.

114
Ibidem, pp.33-34.
115
Cfr. PLUTARCO, Vidas Paralelas (8 vol.), Gredos, Madrid, 1985-2010; PLUTARCO, Moralia (12 vol),
Gredos, Madrid, 1982-2004; Miscellanea Plutarchea. Atti del I Convegno di Studi su Plutarco, (23 nov.
1985), a cargo de Frederick E. BRENK e Italo GALLO [1921], International Plutarch Soiciety, Sezione
Italiana, Roma, 1986; ROVIRA REICH, Ricardo (Edit.), La educación política en la Antigüedad Clásica. El
enfoque sapiencial de Plutarco, Universidad nacional de Educación a Distancia (UNED) / Biblioteca de
Autores Cristianos (BAC), Madrid, 2012; GARCÍA VALDÉS, Manuela, Estudios sobre Plutarco. Ideas
religiosas. Actas del III Simposio Español sobre Plutarco, Ediciones Clásicas, Madrid, 1994; FERNÁNDEZ
DELGADO, José Antonio, y PORDOMINGO PARDO, Francisca (Edit.), Estudios sobre Plutarco. Aspectos
formales de la obra de Plutarco, Actas del IV Simposio Internacional sobre Plutarco, Ediciones Clásicas,
Madrid, 1996; FONTÁN, Antonio [1923-2010], Humanismo Romano, Planeta, Barcelona, 1974; Actas del I
Congreso sobre Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico (José María MAESTRE MAESTRE [1956] y
Joaquín PASCUAL BAREA [1963] (Coordinadores), Universidad de Cádiz, Cádiz, 1993; Actas del II
Congreso sobre Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico (José María MAESTRE MAESTRE, Luis
CHARLO BREA [1938-2012] y Joaquín PASCUAL BAREA, Coordinadores) [Homenaje a Luis GIL],
Universidad de Cádiz, Cádiz, 1997; Actas del III Congreso sobre Humanismo y Pervivencia del Mundo
Clásico (José María MAESTRE MAESTRE, Luis CHARLO BREA y Joaquín PASCUAL BAREA,
Coordinadores) [Homenaje a Antonio FONTÁN], Ediciones del Laberinto, Madrid, 2002; FONTÁN, Antonio
[1923-2010], Letras y poder en Roma, Ediciones de la Universidad de Navarra [EUNSA], Pamplona, 2001;
ZIEGLER, Konrat [1884-1974], Plutarco, (Traducción al italiano de Maria Rosa ZANCAN RINALDINI),
Ed. italiana a cargo de Bruno ZUCCHELLI, Paideia, Brescia, 1965; VALGIGLIO, Ernesto, Divinità e
religione in Plutarco, Compagnia dei Librai, Genoa [Genova], (Introducción texto crítico y traducción al
italiano); VAN HOOF, Lieve, Plutarch’s Practical Ethics. The Social Dynamics of Philosophy, Oxford
University Press, Oxford/New York, 2010.
116
Cfr. ZIEGLER, Konrat [1884-1974], Plutarco, (Traducción al italiano de Maria Rosa ZANCAN
RINALDINI), Ed. italiana a cargo de Bruno ZUCCHELLI, Paideia, Brescia, 1965; BRENK, Frederick, An
Imperial Heritage. The Religious Spirit of Plutarch of Chaironeia, en Aufsteig und Niedergang der
Römischen Welt [ANRW] I, Berlin-New York, 36, 1 (1987), pp. 248-349; FROIDEFOND, Christian,
Plutarque et le platonisme, también en Aufsteig und Niedergang der Römischen Welt [ANRW] I, Berlin-New
51

Con sus Vidas Paralelas intenta una comparación entre personajes vinculados tanto
a la vida griega como romana. En esa obra une el tono dramático a la sobriedad de su estilo,
que permite al lector de épocas posteriores conocer aspectos de la vida de la antigüedad
clásica. Sus Obras Morales ponen de relieve su formación platónica —se sabe que estuvo
vinculado a la Académica platónica de Atenas— y discusiones sobre la retórica. Para
algunos es más moralista que historiador, pero sin que se le ubique como historiador a la
altura de Tácito, nadie niega su aporte (sobre todo con Vidas Paralelas, de las cuales se
conservan 22) al conocimiento de los personajes y hechos del tiempo precedente a él. Las
Moralia están compuestas por 78 escritos sobre temas diversos: tratados, recopilaciones,
biografías, etc.

Ricardo Rovira Reich considera que del análisis de las Vidas Paralelas puede
extraerse el concepto plutarquiano del buen gobernante, pues las comparaciones históricas
que plasman esos estudios de Plutarco están guiadas por un enfoque sapiencial117. Vidas
Paralelas, en su conjunto, recoge cuatro biografías individuales y 23 parejas de personajes.
“Hay quienes piensan la historia —dice Rovira Reich— tal como la contó Plutarco; aunque
tanto él como Polibio son quienes por primera vez establecieron la distinción entre historia
y biografía” Y añade: “Aquí aparece el erudito, el filósofo, el moralista, el pedagogo, el
político y el hombre interesado en el pasado que busca conocer para poder imitar o evitar
—tanto él como sus lectores— a la vez que intenta demostrar la aplicación práctica, en
vidas reales, de sus teorías éticas”118.

Plutarco destaca que más que historia, desea hacer biografía, para poner de relieve
la enseñanza que brota de las virtudes y defectos de los biografiados. Tiene, por tanto, una
expresa finalidad filosófico-moral más que histórica, en sentido estricto. Por ello algunos le
califican más como moralista que como filósofo o historiador.

“Hay consenso —indica Rovira Reich— en reconocer que su opúsculo crítico Sobre
la malevolencia de Heródoto, constituye su esquema programático para todo el plan de
Vidas Paralelas; también en esta obra expone las normas que, a su parecer, debe seguir
todo historiador en su trabajo, apoyándose en el modo de hacer historia de Tucídides y
Jenofonte. En el campo filosófico se ha discutido la validez de una noción peripatética que
subyace en todas estas biografías: la correlación entre los caracteres (ethe) y las acciones
(praxeis)”, pero estima que puede aceptar esa premisa porque no conduce “a determinismos
demasiado rígidos”119.

En el hacer no historia, sin vidas, Plutarco se esfuerza en mostrar modelos de


existencia, para resaltar virtudes y vicios. De manera ligera, algunos sin profundizar en el

York, 36, 1 (1987), pp. 184-233; VALGIGLIO, Ernesto, Divinità e religione in Plutarco, Compagnia dei
Librai, Genoa [Genova], (Introducción, texto crítico y traducción al italiano).
117
Cfr. ROVIRA REICH, Ricardo, La educación política en la Antigüedad Clásica. El enfoque sapiencial de
Plutarco, cit., pp. 149 y ss.
118
Ibidem, p. 151. Cfr. VAN HOOF, Lieve, Plutarch’s Practical Ethics. The Social Dynamics of Philosophy,
Oxford University Press, Oxford/New York, 2010.
119
ROVIRA REICH, Ricardo, La educación política en la Antigüedad Clásica. El enfoque sapiencial de
Plutarco, cit., p. 153.
52

sentido pedagógico político de esos escritos han pretendido reducir el valor propio de la
obra de Plutarco, calificándola de colección de anécdotas. De ser cierto tal señalamiento,
hubiera carecido de la perdurabilidad y respeto que merecidamente ha recibido a través de
las épocas. Quienes de tal forma pretenden rebajar el perfil de su obra parecen ignorar que
muchas veces una broma, un rasgo anecdótico, algún hecho de apariencia insignificante o
intrascendente, ayuda a destacar mejor el perfil humano de un personaje ilustre que el
minucioso recuento de las grande efemérides Además de su valor literario, de su
dimensión ética y de su sentido histórico-político, las Vidas Paralelas poseen un relieve
especial por el perfil psicológico de los personajes escogidos.

“Para la formación ética de quienes actúan en la vida política —comenta también


Ricardo Rovira— han existido a lo largo de la historia muchos recursos —también
biográficos, como lo intentó y logró Plutarco— que se basaron en aquello que nos
recordaron algunos clásicos: verba movent, exempla trahunt”120.

En Moralia, Plutarco aborda cuestiones de carácter muy variado: desde las


relaciones conyugales a cómo distinguir entre verdaderos amigos y quienes no lo son, entre
aduladores y sinceros, o cómo controlar el miedo. Si bien muchos de los temas tratados en
Moralia están vinculados a filosofía moral, el título que engloba a los escritos puede llevar
a confusión sobre su contenido, pues en ellos toca temas de psicología, religión, literatura,
música, etc.121

43. Cornelio Cayo Tácito (circa 55 d. C – circa 120-125 d. C)122

Se discute el lugar de su nacimiento. Se sabe, sin embargo, que vivió casi toda su
vida en Roma. Orador e historiador, revela en sus textos históricos que era Tribuno militar.
Nació en el tiempo de Nerón, hijo de una familia importante de la orden ecuestre. Su padre

120
Ibidem, p. 155.
121
VAN HOOF, Lieve, Plutarch’s Practical Ethics. The Social Dynamics of Philosophy, Oxford University
Press, Oxford/New York, 2010.
122
Cfr. BENARIO, Herbert W. [1929], An Introduction to Tacitus, Univesrsity of Georgia Press, Athens [Ga],
1975; SCHELLHASE, Kenneth C [1940], Tacitus in Renaissance political thought, University of Chicago
Press, Chicago, 1976; WOODMAN, Anthony John [1945], Tacitus reviewed, Oxford University Press, New
York, 1998; MARTIN, Ronald H. [1915- 2008], Tacitus, Batsford Academic and Educational, London, 1981;
MELLOR, Ronald [1940], Tacitus, Routledge, New York, 1993; SINCLAIR, Patrick [1955], Tacitus, the
sentencious historian: a sociology of rethoric in Annales 1-6, Pennsylvania State University Press, University
Park, Penn., 1995; O’GORMAN, Ellen, Irony and misreading in the Annals of Tacitus, Cambridge University
Press, Cambridge (UK), 2000; SYME, Ronald [1903-1989], Ten studies in Tacitus, Clarendon Press, Oxford,
1970; DUFF, Timothy E., The Greek and Roman historians, Bristol Classical Press, London, 2003; KAPUST,
Daniel J. [1976], Republicanism, rethoric and Roman political thought: Sallust, Livy and Tacitus, Cambridge
University Press, New York, 2011; The Oxford Anthology of Literature in the Roman World (Peter E. KNOX
y James C. McKEOWN, Eds.), Oxford University Press, Oxford, 2013; MOMIGLIANO, Arnaldo [1908-
1987], Essays in ancient and modern historiography . (Prólogo de Anthony GRAFTON [1950]), University
of Chicago Press, Chicago, 2012; BICKEL, Ernst [1876-1961], Historia de la literatura romana,
(Traducción de José María DIAZ-REGAÑÓN) Gredos, Madrid, 1982; ROSTAGNI, Augusto [1892-1961],
Storia della letteratura latina, vol. III, Unione Tipografico-Editrice [UTET], Torino, 1964, FONTÁN,
Antonio [1|923-2010], Letras y poder en Roma, Ediciones de la Universidad de Navarra [EUNSA],
Pamplona, 2001
53

fue Procurator en la Gallia Belgica. La figuración política de Tácito se ubica con Tito,
Domiciano, Nerva y Trajano. Contrajo matrimonio con la única hija de Gnaeus Julius
Agricola (de quien escribió su biografía) en el 77. Luego fue Praetor en el 88, Consul
Suffectus en el 97 y Gobernador de Asia en los años 112-113. Murió durante el reinado de
Adriano. Se le considera uno de los grandes historiadores romanos.

Como destaca Ricardo Rovira Reich, para Tácito la historia está en la base del saber
político. Es un gran historiador, pero, a la vez, un “maestro de sabiduría política”, como le
calificara Antonio Fontán123. Como ha destacado Ronald Syme, la cuestión que
particularmente está presente en Tácito es lo relativo al poder político y su forma romana
de ejercicio124.

Aparte de la laudatoria biografía de su suegro (Agricola) su obra histórica más


importantes son los Historias, donde relata inicialmente la vida de Roma bajo los
Emperadores Flavianos (69-96), es decir, desde la subida de Galba hasta la muerte de
Domiciano. Posiblemente estaba posiblemente dividida en 12 o 14 libros, de los cuales,
sólo una pequeña parte ha llegado hasta nosotros (los cuatro primeros y parte del quinto).
Intentó continuar el relato de los reinados de Nerva y Trajano, pero finalmente decidió
volver al tiempo anterior, relatando los reinados de los Emperadores Julio-Claudianos. A
ello dedicó los Annales, [Annalium ab excessu divi Augusti libri («Libros de anales desde
la muerte del divino Augusto»]. escritos, posiblemente entre los años 118-123. Allí está la
historia de Roma desde la muerte de Augusto (14) hasta el 66, casi hasta el suicidio de
Nerón (68). La obra estaba dividida en 16 o 18 libros de los cuales se estima que se ha
perdido una tercera parte. De la primera parte, se conservan textos dedicados al reinado de
Tiberio. La segunda, habla de los reinados de Claudio (desde el 47) y Nerón. Algunos
consideran tendenciosa su visión de Tiberio, la cual, sin embargo, resulta una estampa de
antología. Al referirse al tiempo de Nerón, describe las luchas por el poder entre Agripina y
Nerón. Aunque evita relatar las incidencias a menudo escandalosas de los reinados cuya
crónica escribe, sus escritos tienen el mérito especial de poner de relieve las discusiones del
Senado y su importancia en la vida de Roma125.

Se dedicó a la historia en su madurez, después de una larga experiencia política de


dos décadas (77-97) y con posterioridad a la muerte de Domiciano (96), lo cual le permitía
mayor libertad de expresión de sus propias visiones de las realidades que conocía por
experiencia directa. Su obra es muy crítica de las conductas no sólo erradas sino muchas
veces criminales de los Emperadores posteriores a Augusto hasta Domiciano. Se señala que
Tácito realiza una obra que, con precisión puede ser llamada historia política, aunque
críticamente se apunta que posee una constante ideológica republicana y que no destaca
positivamente el ingrediente militar en la vida romana de los años que vivió como político
y en los que plasma como historiador. De hecho, a lo largo de su distinguida vida pública,
nunca correspondió a Tácito el comando de tropas en combate.

123
Cfr. FONTÁN, Antonio [1923-2010], Letras y poder en Roma, Ediciones de la Universidad de Navarra
[EUNSA], Pamplona, 2001, p. 30.
124
Cfr. SYME, Ronald [1903-1989], Ten studies in Tacitus, Clarendon Press, Oxford, 1970
125
Cfr. BENARIO, Herbert W [1929]., An Introduction to Tacitus, Univesrsity of Georgia Press, Athens [Ga],
1975.
54

Su historia es por tanto considerada un elemento, en su intención como autor, de


carácter formativo para la vida pública. Sus relatos y críticas se orientan al igual que
Plutarco, pero con menos énfasis en el elemento propiamente moralista, a la enseñanza
tomada de la experiencia. Pretende, con su visión del pasado contribuir a que en el futuro
no se repitan los errores ya vistos. La historia como magistra vitae muestra la impronta
ciceroniana: se formulan enseñanzas morales de su crítica a la corte imperial, pero, sobre
todo, abunda en agudos señalamientos de carácter psicológico, mostrando un estilo no
exento de dramatismo.

44. CRONOLOGÍA DE ROMA

Antes de Cristo

1184 Llegada legendaria de Eneas a Italia


753 Fundación de Roma. Período de los Reyes (Monarquía).
510 Ejecución de Tarquino. Establecimiento de la República
• 400 Derechos de los Plebeyos; igualdad constitucional con los
Patricios
• 265 Supremacía de Roma sobre Italia
264-241 Primera Guerra Púnica
218-201 Segunda Guerra Púnica (Guerra de Anibal)
196 Titus Quintius Flaminibus proclama la “libertad” de Grecia
190 Batalla de Magnesia que permite a Roma el dominio del Cercano Oriente
146 Destrucción de Cartago. Dominio romano del Mediterráneo
133 Los Gracos, Tribunos de la Plebe
31 Derrota de Marco Antonio y Cleopatra. Siglo de Guerras Civiles (Mario, Sila, Craso,
Pompeyo, Cpesar). Roma se transforma de República en Imperio.

27-14 d.C. Augusto

Después de Cristo

14-37 Tiberio
37-41 Calígula
41-54 Claudio
54-68 Nerón
68-69 Galba, Otón, Vitelio
69-79 Vespasiano
79-81 Tito
81-96 Domiciano
96-98 Nerva
98-117 Trajano
117-138 Adriano
138-161 Antonino Pío
161-180 Marco Aurelio
55

161-169 Lucio Vero (co-Emperador junto con Marco Aurelio)


180-192 Cómodo
192 Pertinax, Didus Iulianus
193-211 Septimius Severo
211-217 Caracalla
211-212 Geta (hermano de Caracalla; co-Emperador con él hasta su muerte)
217-218 Macrino
218-222 Heliogábalo
222-235 Severo Alejandro
235-285 Los “Treinta Tiranos”
235-238 Maximino
238-244 Gordiano I, Gordiano II
244-249 Filipo el Árabe
249-251 Decio. Invasión de los Godos
253-260 Valeriano, hecho preso por el Rey de los Persas
253-268 Galieno. El “imperio” Gálico-
268-270 Claudio Gótico
270-275 Aureliano. Abandono de Dacia. Murallas alrededor de Roma.
275-284 Tácito, Floriano, Probo, Caro, Carino, Numeriano
285-305 Diocleciano
286-305 Maximiano
305 Abdicación de Diocleciano y Maximiano. Sucesión por dos Augustos y dos Césares.
Guerras de sucesión.
307-324 Constantino y Licinio
313 Edicto de Milán
324-337 Constantino, único Emperador
325 Concilio de Nicea
330 Fundación de Constantinopla (antigua Bizancio)
337-360 Constancio
360-363 Juliano el Apóstata
364-375 Valentiniano I
364-378 Valente
378 Victoria de los Romanos sobre los Godos en Adrianópolis
378-395 Teodosio I
395 División del Imperio
395-423 Honorio (Imperio de Occidente)
395-408 Arcadio (Imperio de Oriente)
402 Estilicón, General de Honorio, derrota a Alarico y a los Visigodos
408-450 Teodosio II (Emperador de Oriente)
410 Saqueo de Roma por Alarico
412-418 Los Visigodos se establecen en las Galias y en Hispania
419-451 Teodorico, Rey de los Visigodos, en las Galias; los Francos en el Bajo Rhin, con
Reyes Merovingios
425-455 Valentiniano III (Emperador de Occidente)
429 Los Vándalos invaden África
433-453 Atila, Rey de los Hunos
438 Código de Teodosio
56

450-357 Marciano (Emperador de Oriente)


455 Saqueo de Roma por los Vándalos. Petronio Máximo (Emperador de Occidente)
455-456 Avito (Emperador de Occidente)
457-474 León I (Emperador de Oriente)
457-461 Mayoriano (Emperador de Occidente)
461-465 Severo (Emperador de Occidente)
467-474 Antemio, Olibrio, Glicerio (Emperadores de Occidente)
474-491 Zenón (Emperador de Oriente)
474-476 Julio Nepote, Rómulo Augústulo (último Emperador de Occidente reconocido
como tal por su colega el Emperador de Oriente)
476-485 Eurico, Rey de los Visigodos
476-493 Odoacro, Rey de Italia

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