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UNIVERSIDAD DE LA SABANA
Facultad de Derecho y Ciencias Políticas
LA CIVITAS ROMANA
EL CRITERIO PRÁCTICO-JURÍDICO
I. HISTORIA
La tradición señala a los hermanos Rómulo y Remo, amamantados por una loba,
como los fundadores de Roma. Rómulo, será luego el primer Rey del período monárquico,
aliado con Tacio, señor del Capitolio.
Durante los siglos X al VIII a. C. la que luego sería Roma era una zona de poblados
secundarios en los cuales moraban gentes de los Montes Albanos junto con sabinos. Con
los etruscos Roma se transforma en núcleo ganadero y de artesanía, beneficiada por la
existencia de las salinas de la desembocadura del Tíber. Roma era el mercado del Lacio1.
1
Cfr. MOMMSEN, Theodor [1817-1903], Historia de Roma, vol I. (De la fundación a la República),
Aguilar, Madrid, 1956, Lib. I, cap. IV, sobre orígenes de Roma, pp. 63 y ss.; como mercado del Lacio, pp. 66
y ss.
2
La base de la organización social romana era la familia. Esta unidad está sometida al
poder cuasi absoluto de su jefe, el paterfamilias. El poder que ejercía el paterfamilias sobre
los miembros de la familia, que estaban plenamente sujetos a él, se llamaba patria potestas
[patria potestad] o manus [literalmente, mano; indica que los miembros de la familia están
bajo su mano].
Alrededor del siglo VI se realizó la reforma de Servio Tulio, por la cual se admitió
en el ejército a todo varón que pudiera armarse, incluso cualquier varón de origen plebeyo
(lo que anteriormente no estaba contemplado). Ese ejército de la reforma de Servio Tulio
estaba organizado en centurias. Cada centuria debía emitir su opinión sobre cualquier
declaración de guerra. Nacieron así las asambleas de centuria (las comitia centuriata). Al
poco tiempo, al crecer la ciudad, las comitia centuriata, como veremos no estaban
integradas sólo por los militares sino por aquellos que, según sus rentas, tenían la
obligación de formar las centurias, armarlas y mantenerlas para atender a las necesidades de
la defensa.
La tradición habla de sólo siete reyes (Rómulo, Numa Pompilio, Tulio Hostilio,
Anco Marcio, Tarquino Prisco, Servio Tulio y Tarquino el Soberbio). Se discute si el
elenco es exhaustivo. La crítica histórica considera que posiblemente no lo es.
El fin del poder etrusco, (que suele colocarse en la derrota de la flota etrusca en
Cumas el 474 a. C.) conlleva el fin de la Monarquía. No se sabe demasiado sobre la
expulsión de los reyes etruscos. Incluso sobre las fechas de la conclusión de su mandato
(existe la histórica discusión acerca de su veracidad o de su fijación cosmética a posteriori
[hecha con posterioridad] para resaltar la dinámica política romana como coetánea o
anticipada a la griega) no hay absoluta precisión.
Algunos, sin embargo, procuran destacar que no fue un hecho motivado sólo por un
acontecimiento militar. El mismo sería el resultado aparente de una serie de
confrontaciones sociales y jurídicas.
3
2
Cfr. PRIETO, Fernando [1933-2006], Manual de Historia de las Teorías Políticas, Unión Editorial,
Madrid, 1996, p. 75.
4
Frente a la situación que los perjudicaba, los plebeyos no reaccionan, pues, con la
violencia o el amago del uso de la fuerza. Acuden al uso del derecho, utilizando,
paralelamente, como recurso de presión, la amenaza de escisión. Es decir, amenazan, si sus
demandas no son satisfechas adecuadamente, con “retirarse” a lugares vecinos, el Monte
Sacro o el Aventino, donde fundarían una nueva ciudad.
Para la elección de los cónsules existía una rigurosa organización ciudadana. Según
su renta, los ciudadanos se ubicaban en centurias y clases. Centuria, en este caso, indicaba
que allí estaban reunidos los ciudadanos que tenían obligación de dar al ejército una
centuria. Cuando se habla de clases, se está haciendo, también, referencia al ejército. El
término classis, designaba en el latín primitivo al ejército. Luego la palabra se utilizó para
usar, restrictivamente, a la flota, a la armada3.
“Había cinco clases que correspondían al ejército de infantería. Por encima de las
clases se contaban 18 centurias que estaban formadas por ciudadanos de más de 1.000.000
de ases por renta. Por debajo de las clases quedaba una masa de población pobre que
formaba una última centuria en la que sus miembros estaban censados no por las rentas sino
solamente a título personal: era la masa de jornaleros que no tenían propiedades; aparte de
su persona, que solo era llamada al ejército en casos excepcionales, se pensaba que su
contribución a Roma eran sus hijos, la prole, por lo cual fueron llamados proletarios
(proletarii). Cada centuria tenía un voto. La votación era sucesiva, es decir, cada centuria
iba dando su voto comenzando por las ecuestres y siguiendo por la primera clase hasta que
la resolución o la elección tuviera la mayoría. Entonces se interrumpía la votación y se
disolvían los comicios. Esto significaba que, puesto que en total las centurias eran 193 y la
primera clase tenía 80, la votación podía quedar dirimida con los votos de las centurias de
caballeros y de la primera clase, sin que las otras tuvieran que manifestar su voto”4.
El primer triunfo significativo de los plebeyos se ubica el 493 a. C., con la creación
del Magistrado propio, el Tribuno de la plebe, que ejercía el derecho de intercessio, es decir
era portavoz de las demandas plebeyas, revestido de varias inmunidades. Ello fue
3
Cfr. PRIETO, Fernando, ibídem.
4
Ibídem, pp.75 - 76.
5
La plebe fue autorizada a organizarse como tribu. El presidente de esa tribu era el
tribunus plebis. La asamblea de la plebe (concilium plebis) era quien elegía al tribunus
plebis y sus resoluciones se llamaban plebiscitum.
Theodor Mommsen dice, en relación al derecho a veto que tenían los Tribunos de la
plebe respecto a las decisiones de los magistrados, lo siguiente: “Era temeraria la empresa
de conceder el derecho del veto a los jefes oficiales de la oposición, y hacerlos bastante
fuertes para que pudiesen ejercerlo con todo rigor. Tales expedientes son en extremo
peligrosos: hacen salir de quicio la constitución política, llevando en pos de sí, como antes,
a despecho de un vano paliativo, todas las miserias sociales que se habían querido
extirpar”6.
En el año 300 de Roma (454 a.C.) consiguen finalmente los plebeyos poder ser
elegidos para los puestos religiosos. “A partir de entonces, ya no hay patricios ni plebeyos,
sólo hay cives, ciudadanos romanos. Podemos decir que la incorporación de la plebe es el
primer paso de ese asombroso proceso de integración que es la transformación de la Urbe
en orbe”7.
Otro punto de avance fue el de la codificación del derecho, con la Ley de las Doce
Tablas, el 450 a. C. Esta constituye un documento de valor singular. Fue el primero y único
código de Roma. El año 303 de Roma (451 a. C.) los Decenviros llevan su proyecto de ley
al pueblo. Se votó y se grabó en 10 tablas de bronce que fueron clavadas en el Forum, en la
tribuna de las arengas, delante de la curia. El 450 a. C. (304 de Roma) fueron elegidos
nuevos Decenviros que aumentaron la ley con dos tablas complementarias.
“Procedente, como se ve, de una transacción de los dos partidos no trajo al derecho
preexistente innovaciones muy profundas que superasen, en cuanto a reglamentos de
Policía, la medida de las necesidades del momento”8.
También fue conquista plebeya la valoración social por la fortuna y no por el origen
familiar. Ello permitía que cada ciudadano con fortuna (al igual que el hoplita en Grecia)
pudiera adquirir su armamento de combatiente.
5
Ibídem, p. 76
6
MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, cit., vol. I, p. 305.
7
PRIETO, Fernando, ob. cit., p. 76
8
MOMMSEN, Theodor, ob. cit., I, p. 310.
6
La segunda guerra finaliza el 304 a. C., con la paz a la cual acceden los samnitas
después de la aniquilación de su ejército por las legiones romanas cerca de Bovianum,
capital del Samnium en el territorio de los pentres.
9
Cfr. ibídem, pp. 340 - 341.
10
Cfr. SALMON, Edward Togo [1905-1988], Samnium and the Samnites, Cambridge University Press,
Cambridge, 1967.
11
Cfr. MOMMSEN, Theodor, ob. cit., I, pp. 401- 403.
7
La paz fue vista, sin embargo, como un paréntesis estratégico-táctico. Fue un tiempo
sin guerra para preparar la guerra. La tercera guerra samnita estalla en el 295 a. C.
Etruscos, umbríos, samnitas y lucanos se aliaron con los galos contra Roma. Cerca de
Sentinum, una gran fuerza militar de Roma que reunía dos ejércitos consulares (en total,
cuatro legiones: 30-36.000 hombres), al mando de los cónsules Quinto Fabio Máximo
Juliano y Publio Decio, obtuvo la victoria definitiva en un sangriento combate en el que
murió el cónsul Publio Decio.
La tercera guerra samnita terminó el 290 a. C., cuando los samnitas, derrotados,
firmaron la paz. Con ella Roma se coloca, irreversiblemente, en medio del complejo mundo
de los intereses económicos y políticos del Mediterráneo.
12
Cfr. NARDO, Don [1947], Punic Wars, Lucent Books, San Diego (Cal.),1996; KROMAYER, Johannes
[1859-1934] & VEITH, Georg [1875-19825] (Reviado y editado por Richard A., GABRIEL), Battle Atlas of
Ancient Military History, Canadian Defense Academy Press, Kingston (Ont.), 2008; ROTH, Jonathan P.
[1955], Roman Warfare, Cambridge University Press, Cambridge/New York, 2009; GOLDSWORTHY,
Adrian Keith, The Punic Wars, Cassell, London, 2001; GOLDSWORTHY, Adrian Keith, The Fall of
Carthage. The Punic Wars 265-146 BC, Phoenix,, London, 2006; CAVEN, Brian [1921] Punic Wars, St.
Martin Press, New York, 1980; BAGNALL, Nigel [1927], Punic Wars 264-146 BC, Routledge, New York,
2003; BAGNALL, Nigel [1927], Punic Wars. Rome,. Carthage and the struggle for the Mediterranean,
Thomas Dunne Books, New York, 2005.
8
(fundador de la base de Cartago Nova, la actual Cartagena, en España) y Aníbal, quien fue
jefe del ejército cartaginés en Hispania desde el 221 a. C., dieron a Cartago el control de los
ricos yacimientos de metales de Andalucía.
Roma, mientras tanto, había reorganizado sus tropas. Una gran fuerza romana
desembarcó en Emporion (Ampurias) en la costa de Cataluña. Eran dos columnas
mandadas por Cneo y Publio Escipión. Dominaron sin problemas toda la costa catalana y
establecieron una base en Tarraco (Tarragona). Su presencia y acción cortó el enlace de
Aníbal, que seguía en el sur de Italia, con las bases cartaginesas del sur este de Hispania.
lucha, 215 - 205; Segunda Guerra Macedónica, 200 - 196 a. C.; Tercera Guerra
Macedónica). Cuando los romanos exigieron la entrega de Aníbal, el gran conductor militar
de Cartago, éste huyó a Siria, encontrando refugio en la corte de Antíoco III. Aníbal
impulsó la guerra entre Siria y Roma. Antíoco III fue derrotado en la batalla de Magnesia.
Roma exigió, de nuevo, la entrega de Aníbal. Entonces Aníbal huyó a Bitinia, pero Roma
presionó también allí que se le entregara. Agobiado por una enfermedad que le había
conducido prácticamente a la ceguera (tracoma [enfermedad caracterizada por la
conjuntivitis granular]) y sin refugio seguro, Aníbal se suicidó el 183 a. C. (571 de Roma).
Aunque Cartago cumplió con todas las onerosas condiciones de la paz impuestas al
concluirse la Segunda Guerra Púnica, procuró rehacer su comercio y revivir su agricultura.
Comenzó a hacerlo con éxito lo que provocó los recelos de Roma.El partido aristocrático
de Roma, que tenía como portavoz a Marco Porcio Catón, famoso por sus discursos
anticartagineses, consideró necesario, para garantizar los negocios marítimos de Roma,
terminar de aniquilar a Cartago.Los romanos procuraron que el rey Masinisia de Numidia
hostigara a Cartago y cuando los cartagineses trataron sólo de defenderse, Roma les declaró
la guerra. Roma exigía el abandono de Cartago y su retiro geográfico al interior. Ante tal
condición, a los cartagineses no les quedó otra salida que combatir. Con fuerzas
improvisadas resistieron los años 149 y 148 a. C. El 147 a. C. Escipión Emiliano el
Africano comenzó el asedio final. Cartago cayó el 146 a. C., luego de una tremenda lucha
sector por sector, casa por casa. La ciudad fue arrasada y los sobrevivientes vendidos como
esclavos. Cartago fue, posteriormente, edificada otra vez como ciudad romana.
Durante el período de las Guerras Púnicas el gobierno de Roma estuvo en manos del
Senado que lo ejercía a través de los Cónsules. El pueblo no tomaba parte en la elección.
Los dos Cónsules (en circunstancias extraordinarias y por una duración máxima de seis
meses) cedían el poder a un magistrado único. Era el llamado Jefe del pueblo o Dictador
(Magister populi, Dictator)13.
Se fue produciendo entonces una tensión entre la nobleza del Senado y el llamado
partido popular, que tenía también como jefes a miembros de la nobleza.
13
Cfr. MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, vol I., cit., p. 280. Sobre la dictadura comisarial y la
representación tradicional de la dictadura jurídica romana, vid. SCHMITT, Carl, La Dictadura, Revista de
Occidente, Madrid, 1968, pp. 33 y ss.
10
a. Los Graco14
Tenían los dos hermanos experiencias bélicas duras. Tiberio participó en el cerco y
destrucción de Cartago. Cayo participó en la destrucción de Numancia.
El 31 de enero del 133 a. C. debía votarse la ley agraria. El tribuno Octavio, uno de
los grandes propietarios agrícolas, vetó el proyecto. Tiberio le ofreció indeminizarlo con su
propia fortuna de las pérdidas que en lo personal le supondrían la aprobación de la ley. Se
generó un impasse. Tiberio presionó financieramente cerrando el tesoro y postergando toda
decisión sobre los asuntos públicos hasta que la ley fuera aprobada. Las tensiones siguieron
en aumento: cuando Atalo III legó sus bienes a Roma, Tiberio hizo aprobar una ley que
precisaba que esos bienes pertenecían al pueblo y no al Senado. La reacción aristocrática no
se hizo esperar: acusado por Cornelio Escipión Nasica de pretender coronarse rey y de que
para lograrlo halagaba al pueblo, fue asesinado junto con 300 de sus partidarios en el
verano del 133 a. C.
Cayo Graco, 9 años menor que su hermano, es quien encabeza la revolución, que, a
la postre, logra reformas favorables al proletariado. Fue nombrado Tribuno de la plebe el
124 a. C. Llegó a esa dignidad lleno de afán de venganza por el asesinato de su hermano.
Restableció íntegramente la reforma agraria de Tiberio e hizo aprobar medidas que
afectaban directamente a quienes habían adversado a su hermano. Enfrentado con el
Senado por la reforma de los tribunales y por la proposición de la ciudadanía para los
itálicos, los aristócratas lograron impedir su reelección como Tribuno de la plebe en el 122
14
MONTANELLI, Indro [1909-2001], Historia de Roma, Random House/Mondadori, Barcelona, 2011.
11
a. C. La confrontación se fue haciendo cada vez más violenta. Los enemigos de Cayo
lograron el control militar y la seguridad. Al estallar la lucha el 121 a. C. era evidente que
la victoria sería de los aristócratas. Cayo se suicidó y 3.000 de sus partidarios fueron
pasados por las armas.
El enfrentamiento entre nobles y populares llegó a la guerra civil con Cinna. Luego
las reformas lograron una ampliación con Mario. Este construyó un ejército formado por
soldados proletarios. Provocó, sin duda una mayor participación popular, pero, a la vez,
regó la semilla que conduciría a su propia destrucción. El ejército popular, en efecto, no se
sentía sometido a una dinámica institucional, sino que, sabiéndose fuerza decisoria,
reconocía sus liderazgos internos y seguía a sus propios caudillos. El año 82 a. C., Sila,
lugarteniente de Mario, se subleva por primera vez al desconocer la orden de destitución
que contra él dicta su jefe. Luego de una serie de incidentes, Mario muere y Sila instala su
dictadura, que durará hasta el año 79 a. C., cuando renuncia al poder y se retira, muriendo
al año siguiente (78 a. C.).
La agitación política posee entonces, a lo largo de esa década del 80, un inmenso
contenido social. Las revueltas expresan la inconformidad con la situación social. Del 83 al
81 a. C. se produce una lucha por el poder que abarca Italia, España y al norte de África.
Mientras tales desgarramientos sacudían el ámbito propio del poder romano, éste
tenía, a la vez, que mantener otros dos difíciles frentes bélicos: el de Asia, en las campañas
contra Mitrídates, y en las Galias. Mientras tanto, Roma ocupaba y dominaba las Baleares,
lograba la sumisión de la Tracia en los Balcanes (año 100 a. C.) y lograba, en la Guerra de
Yugurta (111 - 105 a. C.), el dominio de Numidia y la Tripolitania.
15
STRAUSS, Barry S., La Guerra de Espartaco (Traducción de Carlos VALDÉS), Edhasa, Barcelona, 2010.
12
Había sido militar en las fuerzas auxiliares de Roma en Tracia. Desertó y fue capturado. Se
le destinó al circo y fue enviado a una escuela de gladiadores en Capua. Estando allí, en el
verano del 73, escapa hacia las faldas del Vesubio, acompañado por 70 gladiadores.
Durante dos años mantuvo a raya a los ejércitos veteranos de Roma. El número de los
insurgentes fue en aumento. Llegó a reunir pronto 40.000 efectivos. El ejército de esclavos
de Espartaco tenía una capacidad temible de combate. Derrotó, una y otra vez, a las fuerzas
enviadas a combatirlo. En una ocasión, su prestigio y capacidad fue tal que la Legión que
los enfrentaba se dio a la fuga desordenadamente, por lo cual fue diezmada en castigo.
Espartaco nunca se propuso, en realidad, dominar el Imperio o tomar Roma, su capital.
Tanto él como sus seguidores lo que deseaban era escapar de su triste condición regida por
la terrible lógica de que en cada ocasión de lucha circense la prolongación de su vida exigía
la muerte de su compañero (Mors tua vita mea, tu muerte es mi vida). Sólo pudo ser
derrotado por la falta de unidad, originada en el diferente origen étnico de los gladiadores.
Espartaco muere en la primavera del 71 a. C. (683 de Roma), en el terrible y decisivo
combate de Apulia, junto al Sílaro. En esa batalla, junto con su jefe máximo, murieron
60.000 esclavos. Los sobrevivientes, que pretendían cruzar los Alpes, fueron derrotados por
Pompeyo que volvía victorioso de España. Los últimos 6.000 prisioneros de la insurrección
fueron crucificados en la vía que llevaba de Capua, cuna de la insurgencia, a Roma. El
talento militar y la valentía de Espartaco están reflejados en todas las fuentes. A pesar de su
trágico final, Espartaco ha pasado a la historia como uno de los símbolos de la lucha por la
libertad.
16
Cfr. MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, cit. vol. II, De la Revolución al Imperio (en el Lib. V,
Fundación de la Monarquía Militar, en el cap. II, La restauración silana) habla de Espartaco y la Guerra de
los gladiadores, en pp. 609 y ss.
17
Cfr. CÁNFORA, Luciano [1942], Julio César,. Un dictador democrático, Ariel, Barcelona, 2004;
CARCOPINO, Jérȏme [1881-1970], Julio César el proceso clásico de la concentración del poder, Círculo de
Lectrores, Barcelona, 2004; CABRERO PIQUER, Javier, Julio César, el hombre y su época, Dastin Export,
Madrid, 2004; GOLDSWORTHY, Adrian Keith, Caesar, life of a colossus, Yale University Press, New
Hacven (Conn), 2006 [Traducción castellana: de Teresa MARTÍNEZ LORENZO, César. La biografía
definitiva, La esfera de los libros, Madrid, 2007].
18
Cfr. sobre la Guerra de las Galias, MOMMSEN, Theodor Historia de Roma, vol. II, cit., Lib. V, cap. VII.
13
que tenía en España) huyó a Oriente. Luego en una rápida campaña, César desbarató el
ejército de Pompeyo en España.
César logra primero evadir el conflicto de los ptolomeicos (no sin dificultad: fue
sitiado y tuvo que invernar en espera de refuerzos); luego, vence en Assia a Farneces, hijo
de Mitríades VI.
Nombrado Cónsul por cinco años, logra la derrota del ejército senatorial formado en
África (Batalla de Thapsus, el 46 a. C.). Luego fue designado por el Senado Dictador y
Cónsul por una década. El 44 a. C. es designado dictador vitalicio. Con la derrota del
ejército pompeyano reagrupado en España (Batalla de Munda, 45 a. C.) quedaba sin
enemigos militares de importancia. César inició reformas que se vieron interrumpidas por
su asesinato.
Ernst Hohl deja, sobre el final de César, la siguiente visión: “No hay ejemplo de
mayor actividad creadora que la que César desarrolló en el gobierno, encaminada a una
completa transformación del imperio. Trascendiendo del estrecho mundo urbano de Roma,
César se había propuesto por modelo el absolutismo de las monarquías helenísticas. Soñaba
nada menos que con la fundación de un imperio universal, sustentado en la cultura
helenística y en el cual ni Roma ni el Senado romano hubieran podido mantener sus
privilegios. Pero el cosmopolitismo de César menospreciaba en demasía el poder de la
tradición y la tenacidad de los prejuicios arraigados. Si el más grande hijo de Roma no se
satisfacía con los honores extraordinarios que sobre él acumulaba el Senado y aspiraba
abiertamente al título de rey, ello acontecía por el conocimiento de que sólo la dignidad
regia oficial podía poner remate a la obra de su vida. Pero este propósito le hacía aparecer a
los ojos de los romanos como un tirano. Ahora bien: dar muerte a los tiranos era, para la
concepción antigua del derecho, no un crimen, sino el cumplimiento de un deber de
ciudadanía republicana. En este sentimiento, más de sesenta hombres, casi todos senadores,
y entre ellos antiguos compañeros de armas del dictador, forjaron una conjura. En la última
sesión del senado, antes de salir para una guerra de venganza contra los partos, el 15 de
marzo del año 44 a. C., unos ideólogos de poca perspicacia arrancaron la vida al rey sin
corona, creyendo, ilusos, que con este atentado restablecían la república legal. Pero en
realidad estos supuestos libertadores precipitaron al mundo ―que el espíritu ordenador de
César hubiese organizado― en un nuevo y terrible caos. Sin duda abatieron al monarca;
pero la idea monárquica siguió viviendo, bien que hubiese de esperar todavía dos siglos
antes de manifestarse en la forma absolutista teocrática a que propendía la estricta lógica
del gran reformador”19.
19
HOHL, Ernestus [1886-1957], El Imperio Romano, en el vol. II de la Historia Universal de Espasa-Calpe,
bajo la dirección de Walter GOETZ [1867-1958]), Madrid, 1966, pp. 409-410.
14
de Pericles, fundado no en el poder del sable, sino en la sola confianza del pueblo; no
obstante, fue consecuente, y esto con una energía sin igual en la Historia, en el pensamiento
fundamental de una Monarquía no militar. Y aún cuando éste fuera un ideal de realización
imposible, alimentaba, no obstante, esta ilusión única que había concebido en su vida. En
este gran hombre tuvo más fuerza el impaciente deseo de la perspicacia; el sistema que él
acariciaba no era solamente por su naturaleza y por necesidad el poder personal absoluto y
no estaba condenado a desaparecer a la muerte de su fundador, como las instituciones
creadas por Pericles y por Cromwell”. Y añade más adelante: “César quería ser el
restaurador de la sociedad civil, y, a despecho suyo, no fundó más que la aborrecida
Monarquía militar; y si destruyó el Estado en el Estado de los aristócratas y de la alta
banca, fue para reemplazarlo con el Estado de la soldadesca en el Estado; antes como
después, la sociedad sufrió la tiranía y fue explotada por una minoría privilegiada”20.
Roma estaba exhausta después de las guerras civiles. Era un agotamiento más
espiritual que material, era un cansancio más cultural que de poderío militar. Augusto
proclama un tradicionalismo que le sirvió de cobertura a su auténtico afán de reforma. El
problema principal consistía en dotar de continuidad al inicio de dichas reformas. El
proyecto reformista de Augusto corría el riesgo de carecer de continuidad, como había
pasado con Sila. El carácter hereditario hizo sustituir las antiguas conjuras pretorianas por
conjuras familiares, que terminaron elevando al sitial del Emperador a gente sin
experiencia y sin capacidad alguna.
20
MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, cit., vol. II, pp. 1032 - 1033.
21
Cfr. GOLDSWORTHY, Adrian Keith, Antony and Cleopatra, Yale University Press, New Haven (Conn.),
2010.
15
a. Calígula22
Cayo Julio César Germánico fue el hijo menor de Germánico y Agripina. Como
vivió desde los dos años en el campamento militar de su padre, los soldados tenían por él
gran cariño. Fueron ellos los que le dieron el sobrenombre con el cual pasó a la historia:
Calígula, que viene a ser diminutivo de caliga, el calzado militar. Según Suetonio participó
en el asesinato de Tiberio, quien lo había designado como uno de sus sucesores. Tiberio
había dicho que preparaba una víbora para el pueblo romano. La víbora fue Calígula.
Según Tiberio, Calígula tendría todos los vicios de Sila y ninguna de sus virtudes.
Comenzó, sin embargo, marcando su reinado con disposiciones liberales. Por ello llegaron
a pensar los afligidos ciudadanos romanos que estaban en el inicio de un tiempo feliz. No
fue así. Enfermó debido a sus excesos y, superada la enfermedad, mostró su verdadero
talante. Algunos dicen que desde entonces estuvo en la demencia. La dilapidación y el
desenfreno marcaron el resto de su reinado. Su crueldad con los presos y los esclavos iba
pareja a su lascivia. Su lujuria lo llevó a un público y desgarrado bisexualismo. Su crueldad
tuvo ribetes permanentes de sadismo. Disfrutaba haciendo torturar a sus condenados en
presencia de sus familiares. Se apoderaba de las posesiones de sus víctimas y no admitía
contradicción a sus deseos ni que su supuesta gloria fuera puesta en entredicho. Llegó a
mantener una casa de prostitución. Sólo el pueblo judío supo mantener su rechazo a la
locura del Emperador, declarando sus dirigentes que era inaceptable la pretensión de
colocar sus estatuas en puesto preeminente en las Sinagogas. Cuando ordenó que se erigiera
una estatua suya en el templo de Jerusalén, sólo las tácticas dilatorias del Gobernador de
Siria, P. Petronius y la oposición de Herodes Agrippa (quien anunció disturbios y
rebeliones si se realizaba aquel abuso) impidieron finalmente tal desatino.
En su egolatría se hizo llamar Pius [Pío], Castrorum Filius [Hijo de los Cuarteles],
Pater Exercituum [Padre de los Ejércitos] y Optimum Maximus Caesar [el más grande y
mejor de los Césares].
su asesinato Calígula tenía 28 años y había gobernado (si se puede llamar gobernar el
absoluto caos moral y político en el cual se movía) durante tres años y diez meses.
Calígula apuntaló su poder con el terror. Pero el terror no le generó adhesiones, sino
odio. No provocó el orden sino la incertidumbre. Quien como Calígula practica el terror
como técnica de poder, desea llegar a una extendida cadena de complicidades, pero, cuando
ésta se agota, la complicidad encuentra su núcleo aglutinante en la eliminación del tirano.
Fue lo que, una vez harta de sus dislates asesinos, hizo la guardia de Calígula. El
Emperador pensaba que no había instancia superior a sus caprichos. Por eso proclamó, con
engreída fatuidad, refiriéndose no sólo a sus enemigos sino al pueblo entero: Oderint dum
metuant! (¡Que odien mientras teman!). Deseaba que la responsabilidad por sus crímenes
fuera compartida por muchos. Aspiraba a que todos se sintieran culpables de su propia
destrucción. Calígula pensaba que, por el terror, haría imposible la resistencia a su
opresión. Y terminó por gestarla, con efectos letales para él, en el propio Palacio del César.
Las aberraciones de Calígula no tenían otro objetivo que hacer patente el imperio de
la banalidad y la aniquilación de sus oponentes. Las mismas sólo se detuvieron con la
eliminación física del enfermo que exigía la sumisión completa a sus absurdos. Venganza,
magalomanía y sadismo constituyeron los pilares principales de apoyo del terror de
Calígula. En su mando, el sentido común se vio aplastado por la furia irracional. Calígula
muestra históricamente que el liderazgo de los locos sólo puede engendrar locuras trágicas.
En esos casos, las ráfagas de aparente autocontrol son simplemente la pasajera máscara de
la paranoia criminal, de la suspicacia enfermiza, de la desconfianza obsesiva, del miedo
cerval a sus propios fantasmas y a ver a los demás como fantasmas que lo cercan con
intención de intimar el cobro de todas sus deudas (que el tirano sabe impagables). Allí
radica el fundamento torcido del estado general de sospecha que genera, en Calígula y en
quienes como él aspiran a ser productores y administradores del terror desde el poder
político, una cabal conciencia de lo que hace. Conciencia deformada, encallecida por el
hábito vicioso de rechazar, siempre y a priori, la simple posibilidad de una valoración ética
de su comportamiento y del de los demás.
Calígula fue un gestor del terror hasta que el terror lo abrazó entre sus garras. No
pudo entender que su capacidad de terror estaba agotada y cuando sus oficiales,
aterrorizados, lo asesinaron ya era tarde. Ello tiene una explicación. El gestor del terror es
siempre autorreferente en sus miserias y en sus odios; no en sus amores, porque es incapaz
de amar: sólo se contempla a sí mismo. De allí la inmensa crueldad de Calígula y de
17
quienes son como él. De allí sus perturbaciones que procuran, nada menos y nada más, que
aplastar cualquier tipo de espontaneidad social con la psicosis colectiva. Calígula sabía que
el terror exige la idolatría del líder. Exige la divinización de su palabra. Exige hacer de la
adulación un culto. El único culto. Aunque se pasen las fronteras del absurdo y del ridículo.
Caligula quiso hacer sentir, sobre todo con la designación de su caballo Incitatus como
Cónsul, que la supervivencia resulta, cuando manda gente como él, un asunto de
casualidad, de puro azar, del capricho del César, y no efecto racional de un proceso de
mando.
Calígula quiso apoyarse en las Legiones. La vida cuartelaria había sido el caldo de
cultivo de sus sueños, sus ambiciones y sus degeneraciones. Quiso hacer sentir a las
Legiones que las armas decidían la vida del Imperio. No decidieron la vida sino la muerte
del Imperio, y, de paso, la muerte de varios emperadores, entre ellos Calígula. Él, por
supuesto, intentó que no fuese así, al menos en su caso. Y ejerciendo el terror se enfrascó
en la táctica, no en la estrategia. Procuró, de esa manera, obligar, a quienes le rodeaban, a
una constante táctica de supervivencia. Preparó su propio Termidor. Porque quienes en
medio del terror se dedican al gambeteo existencial de maniobras sin fin, se agotan
intentando agotar a los demás. Quienes así se comportan, como Calígula, suelen ser
delincuentes caracterizados por su perversión e inmoralidad. La relación con ellos resulta
destructiva: nadie en su entorno puede, de veras, desarrollar perfectivamente su
personalidad.
Calígula pensaba que el mérito del terror derivaba de los niveles obtenidos en la
degradación ajena. Ella exige la adulación, porque el falso adorno argumental sustituye, en
una circunstancia tan deformada, a la verdad objetiva. En ese ambiente enrarecido la actitud
servil se considera como signo de eficacia. Se vive en la irrealidad de la apariencia y la
hipocresía incrementa el reinado de la estupidez. Así pasaba, pero Calígula no estaba
contento. La apariencia de celo, incluso cuando más desgarradamente se mostraba, ponía en
evidencia la intrínseca debilidad del engranaje del terror: quienes lo integran prefieren
18
Con el terror, la ficción, la mentira absoluta, impera en todos los ámbitos de la vida
pública. Porque, como dijo Bernard Shaw, los tiranos y su entorno de adulantes piensan que
gobernar es organizar la idolatría. Con gente como Calígula la bajeza impregna de manera
indecible el ánimo y el comportamiento de los obsecuentes. Calígula pedía el absurdo, la
obediencia ciega, sobre el sentido común. Por ello se difuminaba el pavor al terror impuesto
por el poderoso. No doblegarse a ese miedo equivalía, para la lógica claudicante, al
suicidio. Así la tiranía, desde la óptica del tirano, no debía ser vista como aberración sino
como desideratum. En las trastiendas mentales de las deformaciones de todos los
manipuladores del terror, se pretendía y se pretende siempre anestesiar la conciencia, para
poder, así, proceder con atropello absoluto de la dignidad de la persona humana. La locura
de Calígula hizo alarde de la injusticia. Desde su atalaya, la aspereza de la injusticia debía,
además, acompañarse de la tendenciosidad, el descaro y la contumacia. Toda consideración
propiamente moral, desde tal perspectiva, resulta bizantina. El terror, además, en el caso de
Calígula, era el arma difundida por quien tenía un profundo complejo de orfandad. Su padre
muerto, su madre desterrada, protegido por una mente criminal como la de Tiberio...no es
extraño que, a su turno, quisiera hacer sentir a sus adversarios, reales o imaginarios, la
soledad, la indigencia anímica, el profundo abandono, el total abatimiento. Porque las
personalidades patológicas viven y reviven sus quiebras interiores en los momentos
aristados de crisis. Así, provocan, más que la veneración, el servilismo. Generan la
cancelación de la identidad personal y colectiva.
las suyas, del administrador del terror pro bono suo. La actitud crítica frente a la dinámica
distorsionada equivalía a la traición.
Con Calígula se pusieron en evidencia los rasgos implacables del alma sometida.
Sometida a sus propias bajezas. Del alma afeada por el comportamiento contra natura, por
el capricho, la tosquedad, la violencia, la venganza, la doblez, la crueldad, el crimen, la
avaricia y la aceptación de la adulación desenfrenada. El culto a la cólera provoca la
embriaguez de quienes aceptan como mandatos los señalamientos de los administradores
del terror pensando equivocadamente que nunca tendrán que dar cuenta a nadie.
b. De Nerón a Vespasiano
Durante el medio siglo que va del 235 al 284 se establece una pugna entre el Senado
y el ejército para la designación del Emperador. El ejército argumentando la difícil
situación bélica sólo admitía como Emperador a quien respetara como militar. Así el
generalato se convirtió en vía de acceso a la dignidad imperial. El Senado se movía,
habitualmente, por consenso y unanimidad. No acontecía lo mismo en las filas castrenses.
Un perverso espíritu generaba rivalidades insuperables. El aislamiento de las dotaciones
militares ocasionaba, además, que cada guarnición elegía a su general y que una victoria
fuese argumento suficiente para proclamarse Emperador. La indisciplina, las rebeliones, las
20
Surgieron así los Emperadores soldados (casi todos de la Iliria) que los Senadores
se empeñaron en mostrar como cosa caricaturesca y contraria a la misma dignidad del
Imperator. Cristalizó así el antagonismo entre militaristas y civilistas.
Si los militares eran sobre todo de origen campesino, la devastación de las guerras
era sufrida tanto por campesinos como por habitantes de las ciudades. El militarismo, unido
a un cierto sentido de lucha social que se dio al enfrentamiento entre civilistas y
militaristas, terminó por hundir al Imperio en un auténtico caos, en medio del cual bandas
armadas que se llamaban ejército hacían de las suyas por donde pasaban. La situación llegó
a ser de tal gravedad que los Gobernadores provinciales optaron por tomar medidas por su
cuenta y riesgo, sin esperar instrucciones que podían no llegar nunca.
Los Emperadores soldados fueron Claudio II, Aureliano, Probo, Caro, Numeriano y
Carino entendieron claramente que debían su poder a las legiones militares y no al Senado.
Su poder dependía de su liderazgo castrense. Se llegaba así a la instauración del poder
carismático.
Hablando del mundo que nace y del mundo que muere24 se detiene Theodor
Momsen en la crisis del siglo III como un momento decisivo. Destaca que todo ese siglo
fue para Roma “una larga dictadura militar”25. “Los ejércitos hacían y deshacían a los
emperadores”26. Y explica: “Resultaba así que Roma, esa formidable entidad que dominaba
el Occidente, pertenecía, pues, de hecho, a un poder ciego, incontrolable, que en la mayoría
de los casos no se guiaba sino por sus pasiones y sus bajos intereses. Resume la moral
política de esta triste época la frase que Septimio Severo dirigió a sus hijos como supremo
23
HOHL, Ernestus [1886-1957], El Imperio Romano, cit., p. 486
24
MOMMSEN, Theodor. Historia de Roma, vol. II, cit., cap. VII, pp. 369 y ss.
25
Ibídem, p. 372
26
Ibídem.
21
consejo: Enriqueced al soldado y burlaos de todo lo demás. Ahora bien, esta entrega de la
verdadera autoridad a la fuerza bruta, esta traición a todos los viejos principios latinos no
podía acabar, evidentemente, sino con una subversión radical de todo lo que había hecho la
grandeza de Roma y su papel civilizador”27. “La entrega del Poder en manos del ejército
fue acompañada de una disgregación profunda del mismo ejército, y todo ello constituyó,
cada vez más, una revolución radical”28.
a. Opinión de Daniel-Rops
27
Ibídem, pp. 372-373.
28
Ibídem, p. 373.
29
DANIEL-ROPS, Henri. [pseudónimo de Jules Charles Henri Pétiot] [1901-1965], La Iglesia de los
Apóstoles y los Mártires, Palabra, Madrid, 1992, pp. 152-153.
22
Hace referencia a los elementos de una revolución. Luego de decir que requiere tres
elementos fundamentales: situación revolucionaria, doctrina revolucionaria y personal
revolucionario, cita a Albert Ollivier, comentarista político francés y editorialista del diario
Combat. Éste dice que “una situación revolucionaria no es forzosamente una situación en la
cual la revolución esté a punto de estallar o de realizarse”. Y agrega: “Implica tan sólo una
discusión —más o menos explícita— de los elementos sociales y morales conforme a los
cuales se acostumbra a vivir hasta entonces, una esterilización de los antiguos valores, un
cambio en las relaciones de fuerza que componen el aspecto particular de una sociedad en
un momento dado de la Historia. Se puede estar en una situación revolucionaria y hallarse
muy alejado de toda revolución”30.
Al hablar de la crisis social de este tiempo (s. III), dice, entre otras cosas: “El dinero fue
entonces más rey que nunca, con esa realeza absoluta e incoherente que se le ve poseer en
todas las épocas de desequilibrio financiero e inflación. Los principios de la moral más
elemental fueron combatidos oficialmente. El ejemplo venía desde arriba, de la misma corte
imperial. [Señala el ejemplo de crueldad patológica de Caracalla y el ejemplo de público
comportamiento contra natura de Heliogábalo, joven príncipe y psicópata sexual]. Y aún
cuando la inmoralidad de los poderosos no alcanzase tales escándalos, no hubo ningún
reinado que no mostrase más o menos el ejemplo del divorcio y del concubinato oficial”31.
Jean Dumont señala como una de las principales causas de la muerte del Imperio
Romano “la espantosa degradación de costumbres del Bajo Imperio, fuente de infecundidad
30
Ibídem, p. 160
31
Ibídem, p. 379.
32
DAWSON, Christopher [1889-1970], Los orígenes de Europa, cit., pp. 41-42.
23
33
DUMONT, Jean [1923-2010], La Iglesia ente el reto de la Historia, Encuentro, Madrid, 1987, p. 35.
34
Ibídem.
35
Ibídem. La referencia citada es la siguiente: CHAUNU, Pierre [1923-2009], Histoire et foi, France-Empire,
Paris, 1980, p. 143.
36
MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, cit. vol. II, p. 1040.
37
Ibídem
38
Ibídem, pp. 1041 - 1042.
39
Ibídem, p. 1056. Se extiende MOMMSEN en texto y notas de esta página en descomunales listas que se
conservan de alimentos de banquetes.
24
mundo oriental helénico. Plutón [hijo de Saturno, dios de los infiernos, esposo de
Proserpina, hermano de Júpiter y de Neptuno] devora a sus hijos, lo mismo que Saturno
[hijo de Urano y de Vesta, dios del tiempo, padre de Júpiter, de Juno, de Plutón, de
Neptuno]”40.
40
Ibídem, p. 1057.
41
Ibídem, p. 1061.
42
Cfr. ibídem, p. 1156. En este sentido no vacila MOMMSEN en extender su crítica hasta Cicerón: “Se
reprochaba a Cicerón –dice- su ampulosidad y falta de energía, su fría gesticulación, la ausencia de método y
la ambigüedad de sus divisiones, y, sobre todo, la absoluta carencia de entusiasmo, condición que constituye
por sí sola al orador” (p. 1160).
25
Roman Empire. A Modern Abridgment, publicado por Putnam, en New York, en 1962, hace
ya medio siglo.
para algunos resultará incómoda. Los nuncios de lo políticamente correcto, que pretenden
imponer como “derechos” aberraciones anti-naturales típicas de los momentos de las crisis
más profundas de las civilizaciones, querrían no leer o ignorar las claras sentencias del
historiador inglés frente a los vergonzosos comportamientos, reñidos con la moral y con el
derecho, que tachonan el desmoronamiento histórico y político de aquel que había llegado a
ser un gran Imperio. Para algunos de esos nuncios tales conductas no sólo deberían ser
socialmente toleradas, sino políticamente impuestas, forzadamente, con un viciado
dogmatismo que agrede en su raíz cualquier digna concepción de la persona humana. Esos
tales son aquellos que pretenden imponer por la fuerza la negación de la sindéresis y la
aceptación de lo antihumano como un hecho de violencia que, más que rechazar, debía ser
aplaudido por las propias sociedades a las cuales victimiza. Cuando las crisis civilizatorias
resultan evidentes a menudo se oscurece tanto la razón moral como la razón política.
¿Cómo se llegó, por ejemplo, al poder omnímodo de un personaje como Heliogábalo?
Gibbon cuenta la historia sin evadir su juicio, basado en la razón moral y en la razón
política. Si se exalta la degradación como grandeza y se llega a la postulación del vicio
describiéndolo como virtud, las lecciones de la historia resultarán pervertidas y únicamente
servirán para la corrupción de la inteligencia y la desorientación de las actitudes; para la
contumaz negación de aquellas que Gibbon llama leyes de la naturaleza y la decencia; y
para la ejemplificación contemporánea de las miserias humanas que marcan, social y
políticamente, los períodos de crisis.
estamento militar en los inicios de nuestra Era no sólo no era ejemplar sino que dejaba
mucho que desear y era universalmente conocido y socialmente sufrido.
Resulta un fenómeno innegable, vistos los hechos históricos del Bajo Imperio, que
cuando las formas más deplorables de aniquilación de las virtudes se enseñorearon en el
Palacio del César la peste moral fue recibida sin aspavientos en los Campamentos.
Entonces, los soldados —sobre todo los de la Guardia Pretoriana— resultaron el factor
decisivo en la imposición rectora (o en su deposición) de un elenco de personajes que
frecuentemente constituyeron, desde el punto de vista histórico-político, antológica
expresión de la capacidad insólita de irrespeto a la humana dignidad.
Cuando se colocó en las Legiones la fuente real del poder y la decisión de ellas
estuvo en relación de dependencia directa con quienes, por ambición de mando, estuvieran
dispuestos al mayor halago de las bajas pasiones de las tropas, el imperium quedó
definitivamente divorciado de la auctoritas. Entonces la dignidad perdida del mando se
deslizó, desde la cúpula social y política, y desde la dirigencia militar, como una lava
podrida de volcán maldito, desde arriba hacia abajo, desde el patriciado hasta los niveles
más simples de la plebe, desde la Urbe hasta las Provincias, inundando todos los ámbitos de
un preciso orden social y de toda una civilización.
Cuando ello ocurre no hay que buscar tangencialmente causas exógenas que
expliquen su decadencia. Las responsabilidades, de manera principal, suele estar adentro.
La miopía frente a los defectos personales o colectivos, la incapacidad de reconocer los
propios descaminos, impide la rectificación valedera del tránsito histórico. Semejantes
desvaríos suelen ser, en medida no pequeña, consecuencia de la perversión de los
28
V. LA LITERATURA ROMANA
35. Virgilio43
Publio Virgilio Marón nació en Andes (Piétola), cerca de Mantua, en octubre del 70
a. C. Murió en Brindisi el año 19 a.C. Su padre fue un alfarero industrial llamado Marón.
Su madre, una liberta llamada Magia. Hizo sus primeros estudios en Cremona. A los 16
años vistió la toga viril y su padre le envió a Milán a seguir estudios. Poco duró en Milán,
pues un año después, el 53 a. C (el 700 de la fundación de Roma) estaba en Nápoles,
sumido en el estudios de los autores griegos, especialmente de Homero, Teócrito y
Hesíodo. Estudia, además, matemáticas, filosofía, cosmología y medicina. Cinco años
después regresa a Mantua. Se dedicó entonces a la administración de la heredad paterna. La
serena calma de la vida campestre le agrada y le marca. De su estima de ese ambiente
surgen los 10 poemas bucólicos que conocemos como Églogas o Bucólicas. Son
considerados el tesoro de la poesía pastoril. Tuvo Virgilio dificultades con la ocupación de
las tierras de su heredad por parte de los militares depredadores de Octavio Augusto.
Aunque sus amigos lograron hacia el poeta el favor del César y éste designo autoridades
que sabía favorecían el respeto a las propiedades de Virgilio, la soldadesca animada por la
impunidad e insaciable en su rapacidad, no solo invadió nuevamente sus tierras sino que
intentó asesinar al poeta que era su legítimo dueño. Para salvar su vida Virgilio tuvo que
cruzar a nado el río Mincio, dándose a la fuga. Sólo la directa intervención de Octavio
Augusto y de su ministro Mecenas permitió a Virgilio recuperar sus tierras y obtener una
indemnización tardía por los daños injustamente sufridos. Se mudó, sin embargo, a Roma,
pensando que estaría más seguro en una casa en el Esquilino que en su amada campiña.
Formó en su residencia romana una notable biblioteca. Compartía con Horacio la
protección generosa de Mecenas. Gozando de los favores imperiales, cuando Virgilio
43
Cfr. WOODBERRY, George Edward [1855-1930], Virgil, Haskell House Publishing, New York, 1972;
AUSTIN, Rionald Gregory [1901-1974], A bibliography of Virgil, Joint Association of Classical Teachers,
London, 1978.
29
escribe La Eneida no vaciló en verter en su obra tales alabanzas a Octavio que lucen, según
se le mire, agradecida expresión literaria o necesaria adulación en búsqueda de una
continuación del apoyo material del cual gozaba. Logró su objetivo: se cuenta que Octavio,
al leer el desfile de sus parientes entre los héroes (sobre todo, la parte referida a Marcelo,
muerto en plena juventud, que comienza Tu Marcellus), lloró emocionado y otorgó al poeta
como regalo una enorme cantidad de dinero.
Por supuesto, dice Fontán, en la historia de Roma, como en toda historia humana,
hay mezcla de grandeza y miseria, de vicio y virtud, de heroísmo y bajeza. “Pero la voz de
los poetas, de los oradores, de los historiadores, como la de sus predecesores griegos, repite
constantemente una llamada al cultivo de los valores morales, tal como se expresaban
teóricamente en la especulación de los filósofos helénicos, y prácticamente en el mundo
idealizado de la tradición nacional latina”45
Dentro de la Roma pagana Virgilio fue exaltado como paradigma de virtudes. A los
34 años se retiró a Nápoles para componer, a petición de Mecenas, Las Geórgicas. Éste
poema se considera el prototipo del poema geopónico [referente a la agricultura, al cultivo
de la tierra]. Mecenas deseaba, en efecto, que el verso de su admirado Virgilio contribuyera
a encauzar la ilusión y la laboriosidad ciudadana a las labores del campo. En opinión de
Mecenas la polarización hacia lo militar había segado la necesaria dedicación a la
agricultura, trabajo necesario y fuente de prosperidad material. Terminó Las Geórgicas en
el 714 de la fundación de Roma (29 a. C.). Los diez años siguientes, hasta el 724 (19 a. C.),
los dedicó a la preparación de la que se considera su obra cumbre, La Eneida. Ese es el
poema nacional romano, el canto de su orígenes, de su evolución y su grandeza; el canto de
su gloria y su poder. Influenciado por Homero, para componer La Eneida recorrió Grecia y
los escenarios de la epopeya helénica en el Asia Menor. Octavio, a su regreso de Oriente, le
encontró en Atenas y quiso que regresara a Roma junto con él. Así, su regreso a Italia se
produjo formando parte de la comitiva imperial. Su fallecimiento se produjo al desembarcar
en Brindis. Acatando su voluntad sus restos fueron incinerados en el camino de Puteoli
(Pozuoli) y enterrados cerca de Nápoles.
44
FONTÁN, Antonio [1923-2010], Humanismo Romano, Planeta, Barcelona, 1974, p. 26.
45
Ibidem, pp. 26 - 27.
30
algunos pretendieron ver en la Égloga IV (Polión) el anuncio del nacimiento del Salvador
del mundo; de su misión redentora para felicidad de los seres humanos. La verdad histórica
parece ser que esa égloga estuvo dedicada al hijo de Polión, llamado Asinio Galo Salonino.
36. Horacio
31
Horacio vivió en los años de la pax octaviana [paz de Octavio]46. Era más epicúreo
que escéptico. Por eso se complacía no sólo en la tranquilidad sino en la languidez. Rehuía
todo dolor y buscaba, sin caer en excesos, todo aquello que le diera paz y serenidad. En
medio de la corrupción moral de su tiempo, buscó incorporar elementos de filosofía griega
al pensamiento romano, igual que Lucrecio y Séneca. Es un momento de decadencia ética
en Roma: no se entendían intelectualmente ni eran socialmente estimadas la compasión, la
indulgencia, la fortaleza. El perdón no era ni conocido ni practicado. El estoicismo y el
epicureismo mitigado no fueron cura de tales males personales y sociales. A lo más,
constituyeron refugio intelectual y canon práctico para algunas individualidades como
Horacio.
La libertad es vista como un alto valor moral y político. Ella explica es despego
austero de las cosas. Así como Virgilio alababa en las églogas la sencillez de vida de los
labradores o pastores, Horacio tendrá una visión rural del ámbito de la libertad. “En
Horacio —dice Fontán— el paisaje de la verdadera libertad es un huerto con árboles que
dan sombra, agua fresca, un parco yantar conforme a la naturaleza y el espíritu fiel a los
preceptos sustanciales del vivir honesto y abierto al canto gozoso, sabio y espontáneo de la
belleza de las cosas. Son enemigos de la libertad el odioso poder de los tiranos y los dos
vicios capitales de la avaricia y la soberbia, hervideros constantes de inquietudes”. Y
46
Prototípico de la pax octaviana fue el hecho de que el templo de Jano, dios de la guerra, fuese cerrado ante
una situación de paz universal.
32
concluye: “Pero también son enemigos de la libertad todos los temores. Especialmente uno
de ellos: el temor a la muerte”47
Más que por sus Sátiras se considera a Horacio el más destacado de los líricos
latinos por sus Odas. Las Odas de Horacio están compuestas de 3 libros [Carmina, libri III)
Denomina Epódon a un cuarto libro. Hay también una oda suelta que es llamada Carmen
saeculare [Verso secular]. Suelen distinguirse las Odas de Horacio en sagradas, heroicas,
filosóficas y festivas. El prototipo de las Odas sagradas es el Carmen saeculare. Fue escrito
para los Juegos y festejos seculares, que eran una solemnidad oficial. Allí pide a los dioses
protección para la patria, el renacer de las tradiciones romanas y la gloria de la raza latina.
La Odas heroicas fueron las que más contribuyeron al renombre y posteridad de Horacio.
En ellas plasma las grandezas y las tragedias romanas; las hazañas de los héroes y las
lecciones que el pueblo debe aprender ante el ejemplo de los logros y de los fracasos, de los
comportamientos rectos y de los delitos. Las Odas filosóficas constituyen una exaltación de
la paz y serenidad de la vida campestre. En ellas habla también de las buenas y malas
cualidades de las personas. Se deleita en la ponderación de la amistad y en la crítica de la
ambición, lo destructivo de las pasiones, lo fugaz de la fortuna. Según Horacio es de sabios
contentarse con lo que se tiene, despreciando lo superfluo y no ambicionando lo ajeno.
Alaba la sobriedad, el trabajo, la gratitud y la confianza. Las Odas festivas, han sido
llamadas por algunos báquicas o eróticas. Canta en ellas al amor carnal con tono sensual
rayano en la impudicia. Algunas de esas odas resultan de una procacidad tal que
47
FONTÁN, A., Humanismo romano, cit., p. 27.
33
constituyen la expresión literaria de la misma decadencia moral que Horacio critica en otras
de sus producciones, sin llegar a la afirmación de la radicalidad ética, por la misma
limitación de su aurea mediocritas.
Las Epístolas fueron su obra poética de madurez. Las escribió en los últimos años
de su vida. Fueron conocidas como sus Sermones [Discursos]. Están agrupadas en dos
libros. El primero tiene 20 cartas y el segundo 3. En forma epistolar Horacio intenta
enseñar algunas doctrinas morales y filosóficas y exponer algunos criterios literarios. Están
todas escritas en versos hexámetros.
37. Ovidio
Publio Ovidio Nasón nació el 20 de marzo del 43 a. C., en Sulmone, ciudad del
Abruzzo Citerior. Murió en Tomis (Kustendjé), a orillas del Mar Negro, en el año 17 o 18
de nuestra era. Hijo de familia noble, tuvo educación esmerada. Estudió derecho, aunque
siempre proclamó su preferencia por la literatura en general y por la poesía en particular.
Viajó por Grecia. Al regresar desempeñó algunos cargos, relevantemente en la función
judicial. Su numerosa producción poética es reflejo de la decadencia romana.
En sus Amores se refleja su inestabilidad emocional (se casó tres veces). También
una superficialidad de poco contenido moral: en sus relaciones amorosas no habla de
estados del alma, ni del bien de la amada, sino de situaciones políticas o variadas tensiones
externas a las cuales puede conducir una relación supuestamente afectiva.
Contiene 246 leyendas mitológicas. En los Fastos se dedicó a hacer detallada mención de
las fiestas romanas, relatando su origen y cómo se celebraban.
Hablando del siglo III, en el período religioso (siglo caracterizado por una crisis a la
cual ya se ha hecho referencia), Reyes escribe: “La decadencia del vigor político se
acompaña de la decadencia moral. Aquella dureza, aquella austeridad romana, parecían
fábulas de los viejos. El antiguo ardor marcial era ahora afeminamiento, y nada hay más
áspero que este maridaje entre el afeminamiento y la grosería”51.
48
Cfr. REYES, Alfonso, La Filosofía Helenística, FCE, México, 1978.
49
Ibidem, p. 14
50
Ibidem, p. 47.
51
Ibidem, p. 224.
35
Hacia el año 143, el orador Publio Elio Arístides pronunció ante el Emperador
Antonino, su Panegírico de Roma. Su sonora elocuencia exaltó la Pax Romana con las
siguientes palabras:
52
Ibidem, p. 227.
53
Cit. por MARROU, Henri-Irenée [1904-1977]., Teología de la Historia, Rialp, Madrid, 1978, p. 292.
54
Cfr. PRIETO, Fernbando [1933-2006]., Manual de Historia de las Teorías Políticas, cit. p. 76.
55
Cfr. ibídem, p. 83.
36
El imperium era el poder real. Cuando los reyes dejaron paso a los cónsules el
imperium tuvo la limitación temporal del mandato de éstos (un año). Esa limitación era una
defensa contra el abuso. En circunstancias extraordinarias el Senado aconsejaba a los
Cónsules para designar un dictador. El Dictador (figura frecuente en la época inicial de la
República Romana) reunía en sus manos el poder para solucionar el problema que
motivaba su designación. Fue la llamada dictadura comisoria58.
56
GARCÍA-PELAYO, Manuel [1909-1991], Auctoritas, Instituto Estudios Políticos [UCV], Caracas, 1969,
p. 5.
57
Ibídem, p. 6.
58
Sobre la dictadura comisarial y la representación tradicional de la dictadura jurídica romana, vid.
SCHMITT, Carl [1888-1985], La Dictadura, Revista de Occidente, Madrid, 1968, pp. 33 y ss.
37
El populus romanus nunca tuvo el imperium en sus manos. Participaba, como queda
dicho en los comicios (comitia). Aceptaba, sin embargo, la estructura jerárquica de su
sociedad que reservaba habitualmente la conducción de la Res publica [cosa pública,
república] a los nobilis (de notus, notable, conocido). Ello era así porque la mayor cultura y
experiencia política adornaba de prestigio, de auctoritas, a cierta aristocracia. Hasta que ello
se derrumbó por la decadencia de las costumbres, la nobleza a menudo supo corresponder a
la confianza y respeto del pueblo llano59
En Roma el ius (derecho) hace, pues, referencia a la licitud de los actos. Tal licitud
resulta independiente de que se recoja jurídicamente una costumbre —longa, si es vieja;
inveterata, si es arraigada— de la urbs, heredera histórica de la polis60 .
El ius nace como la norma jurídica de los habitantes originales de la ciudad, los
quirites. Ese es el ius civile o ius quiritium [derecho de los ciudadanos originales].
También los pretores podían dar normas de gobierno para las provincias que
gobernaban (el llamado ius edicendi), que conservaban su vigencia mientras duraba el
mandato del magistrado. El edicto del Pretor cobró forma fija cuando, hacia el año 130 d.
C., el jurista Salvio Juliano redacta a petición del emperador Adriano el llamado edictum
perpetuum63 .
59
Cfr. PRIETO, Fernando., ob. cit., p. 86.
60
Cfr. ESCUDERO, José Antonio [1936], Curso de Historia del Derecho. Fuentes e Instituciones Político-
Administrativas, [El Autor; impreso por Solana e Hijos], Madrid, 1995, p. 118.
61
Cfr. ibídem.
62
Cfr. ibídem.
63
Cfr. ibídem, p. 119.
38
Luego, el poder imperial exige que tenga fuerza de ley lo que el emperador
establece (quod imperator decreto vel edicto vel epistula constituit [lo que el decreto,
edicto, o carta del emperador constituye])65.
“No existía en Roma un cálculo anual y global que, a modo de nuestros actuales
presupuestos, reflejara el conjunto de gastos e ingresos de la Civitas. La ordenación
financiera estaba basada en dos estimaciones distintas: la integrada por los vectigalia
(ingresos) y la integrada por los impendia (gastos), cuyo cálculo se llevaba a cabo de forma
diferente. Tanto los magistrados de la Civitas como los de las provincias estaban obligados
a rendir cuentas y a seguir fielmente toda una serie de reglas contables en la elaboración de
sus registros diarios y mensuales, en los que debían quedar reflejados minuciosamente los
gastos y los ingresos”68. En el sistema financiero romano, además estaba claramente
señalada la distinción entre los encargados de la recaudación de ingresos o de ejecución de
los gastos y los encargados de llevar la contabilidad (cuestores)69.
a. Vida
Marco Tulio Cicerón nace en Arpino el 3 de enero 106 a. C., y su vida se extiende
durante casi 64 años, pues fallece el 7 de diciembre del 43 a. C., herido de muerte por el
legionario Popilio Lenas, quien ejecutaba la cruel concesión de Octavio a Marco Antonio,
quien había pedido la vida de Cicerón, pues éste lo había atacado con sus Filípicas. Se dice
que cuando Popilio Lenas se acercaba con la espada desenvainada para matarlo, su última
expresión fue una oración: Causa causarum, miserere mei [Causa de las causas, ten
misericordia de mí]. Al parecer, Cicerón tomó tal oración de Aristóteles (a quien admiraba)
y solía repetirla, no olvidándola en el momento final de su existencia.
diciembre 2009; EVERITT, Anthony, Cicero, The life and times of Rome’s greatest politician, Random
House, New York, 2003; RAWSON, Elizabeth, Cicero, a portrait, Cornell University Press, Ithaca [NY],
1983 ; HASKELL, Henry Joseph [1874-1952] , This was Cicero. Moderns politics in a roman toga, Secker
& Warburg, London, 1943 ; GRIMAL, Pierre [1912-1966], Cicerón, Fayard, Paris, 1986; GRIMAL, Pierre,
La literature latine, Fayard, Paris, 1994; DOUGLAS, Alan Edward, Cicero, Clarendon Press, Oxford, 1968;
STOCKTON, David L., Cicero, a political biography, Oxford University Press, London, 1971;
SHACKLETON BAILEY, David Roy [1917-2005], Cicero, Scribner, New York, 1972; NARDUCCI,
Emmanuele, Cicerone ei suoi interpreti: studi sull’opera e la fortuna, ETS, Pisa, 2004; LANA, Italo, I
principi del buon governo secondo Cicerone e Seneca [Corso di letteratura latina, anno accademico 1980-
1981], G. Giappichelli, Torino, 1981; FANTHAM, Elaine, The Roman World of Cicero’s De oratore, Oxford
University Press, New York, 2004; ATKINS, Jed W., Cicero on politics and the limits of reason: the
Republic and laws, Cambridge University Press, Cambridge, 2013; COWELL, Frank Richard [1897-1978],
Cicero and the Roman republic, Sir Isaac Pitnam, London, 1948; STRACHAN-DAVISON, James Leigh
[1843-1916], Cicero and the fall of the Roman republic, G. P. Putnam’sons, New York, 1911; GWYNN,
Aubrey [1892- ], Roman Education from Cicero to Quintilian, Russell & Russell, New York, 1964; LACEY,
Walter Kirkpatrick, Cicero and the end of the Roman republic, Hodder & Stoughton, London, 1978; COLE,
Spencer, Cicero and the rise of deification Rome, Cambridge University Press, Cambridge/New York, 2013.
40
Aquí no interesa tanto hacer referencia a sus notables aportes al estudio de la retórica
(entre los cuales merecen destacarse el De Oratore [Sobre el orador], del 55 a. C.; Partitiones
oratoriae [Sobre las partes del discurso], del 54 a. C.; Brutus [Bruto], su gran obra de la
historia de la elocuencia, del 46 a. C., y, del mismo año, Orator ad Marcum Brutum [El
Orador, dedicada a Marcos Bruto]; De optimo genere oratorum [Sobre la mejor clase de
oradores] del 44 a. C). Tampoco podremos detenernos con detalle (sólo algunas referencias
puntuales) en las excelentes manifestaciones de genialidad que constituyen algunas de sus
obras, como Cato Maior De senectute [Catón el Mayor, acerca de la vejez] del 44 a. C.;
Laelius sive De amicitia [Lelio o de la amistad], también del 44 a. C.; o el De officiis libri III
[Sobre los deberes o Los tres libros sobre los deberes]. Interesa, en cambio, una referencia
más detenida aunque sea también breve a sus obras de filosofía política.
Cicerón destaca que la filosofía es vista con desagrado y desconfianza por la mayoría
que se mueve en el ámbito de lo práctico; y que, por ello, está bastante alejada de la bios
theoretica [la vida contemplativa o especulativa].
“La tradición cultural griega es recibida en Roma como la expresión de una tradición
universal, fundada en la naturaleza, sublimemente explicitada en el pensamiento filosófico y
moral y bellamente manifiesta en la poesía y en las artes plásticas. ‘Yo —escribe Cicerón en
los últimos años de su vida— he unido siempre para mi propia formación los estudios latinos
con los griegos: no sólo en filosofía, sino también en la práctica de la oratoria’. Su obra
filosófica y sus tratados de retórica perseguían esta finalidad de fundir la cultura griega y la
latina en un cuerpo de pensamiento coherente y unitario: ‘Con ello –añade-he prestado a mi
41
entender un gran servicio a mis contemporáneos, no sólo a los que ignoran la lengua griega,
sino también a los que están algo instruidos en ella, que reconocen que con mis libros han
ganado mucho en capacidad dialéctica y en criterio intelectual”71.
En De re publica (La República), 54-51 a. C., plantea la cuestión del mejor orden
político. En De Legibus (Las Leyes), 52 a. C., se refiere al ordenamiento jurídico y a la
estructura institucional de ese orden.
b. La República
71
FONTÁN, Antonio [1923-2010]., ob. cit., p. 17
72
D’ORS, Álvaro [1915-2004], Introducción a CICERÓN, M. T., Las Leyes, Instituto de Estudios Políticos,
Madrid, 1970, pp. 8-9
73
Citado por FONTÁN, Antonio., ibidem, p. 32.
42
está en el derecho de percibir fruto de nosotros. A su vez, los ciudadanos están en el deber de
dar esos frutos, de no resultar ni estériles ni ociosos. La duración de las naciones depende de
la virtud de sus ciudadanos. Por ello, para garantizar la duración de las naciones, las leyes
deben promover la práctica personal y social de las virtudes.
Cicerón hace expresa referencia al pueblo. Así, en De re publica (I, 39) no vacila en
decir: “Una república es cosa de un pueblo. Un pueblo no es una colección de seres humanos
unidos de cualquier forma. Es una gran reunión de personas asociadas para el bien común y
con un criterio compartido respecto a la justicia”.
Sobre las formas de gobierno recoge, del clasicismo griego aristotélico, la tríada
normal (monarquía, aristocracia y democracia) y la tríada patológica (tiranía, oligarquía y
gobierno de la chusma). Para Cicerón la política es más importante que la filosofía.
Para Cicerón la mejor forma de gobierno es aquella que han ido perfilando en la
historia los romanos. Enseña que la constitución política no es fruto del talento individual o
del esfuerzo puro y simple, sino de la enseñanza que la experiencia ha ido acumulando.
La relación ciceroniana de la política con el derecho está en libro III. El gobierno debe
inspirarse en ideales morales y la justicia es el alma de la República y la fuente de la autoridad
reconocida.
Para Cicerón el mejor gobernante será el princeps (primer senador), que sabe de
política así como el campesino sabe de agricultura. La falta de virtudes republicanas termina
por desintegrar a la República.
c. Las Leyes 74
El libro, de carácter filosófico, tiene cuatro partes: una introducción y tres libros.
Utiliza como forma literaria el diálogo. En la obra, los protagonistas del mismo son Cicerón,
su hermano Quinto y su amigo Ático.
74
CICERÓN, Marco Tulio [106 a. C. – 43 a. C.], Las Leyes, Madrid, 1989. Este volumen tiene Introducción y
notas de Roger LABROUSSE [1908-1953].
43
Uno de los personajes (Ático) sugiere que Cicerón exponga las leyes que deberían
regir la vida del Estado ideal plasmado en La República. Aceptando la sugerencia, Cicerón
anuncia que resulta necesario remontarse a las raíces filosóficas. Para él, la filosofía está en la
base del pensamiento político propiamente dicho.
La primera parte está, así, dedicada a la ley natural. Una ley racional, absoluta y
universal está en la base del derecho. No se puede reconocer la ley natural sin la creencia en
los dioses. Son los seres inmortales los que han dado a los seres mortales el privilegio de la
razón y la posibilidad de vivir en una comunidad de seres racionales. El gobierno divino del
mundo ha destacado la preeminencia del hombre sobre todas las demás criaturas. La
superioridad del hombre se manifiesta en su capacidad de regirse por normas jurídicas
naturales y objetivas. Los hombres poseen una semejanza esencial que los lleva a vivir en
sociedad, según los dictados de la naturaleza.
La segunda parte la dedica Cicerón al rechazo de las objeciones que suelen hacerse
contra la objetividad del derecho. Critica a los epicúreos, señalando que la práctica de la
virtud está en la base misma de la vida social, y que el comportamiento virtuoso no se hace
por interés, sino por la rectitud moral que el mismo comporta. Según Cicerón es posible
superar la divergencia existente entre las distintas escuelas sobre los fines últimos de la vida
moral, llegando a un consenso básico.
75
FONTÁN, Antonio., Humanismo Romano, Barcelona, 1974, p. 137.
76
Cfr. FRIENDLÄNDER, Ludwig [1824-1909], La sociedad Romana (Historia de las costumbres en Roma
desde Augusto hasta los Antoninos), FCE, Madrid, 1982, p. 1131.
44
En Sobre la amistad77, sostiene que la amistad sólo puede darse entre hombres de bien
y que sin virtud ella es imposible78. Cuando la relación entre personas no se genera por el bien
y la virtud, sino por el mal y por el vicio, no puede, pues, hablarse de amistad, sino de
complicidad.
Según Cicerón, es una ayuda a las virtudes que la amistad nos ha sido dada por la
naturaleza, no para acompañar a los vicios, sino para acompañar la virtud, pudiendo con ella
alcanzar la perfección83. Para él la verdad y la sinceridad son criterios que acrisolan la amistad
que se ofrece y se recibe84.
En Sobre los deberes90, Cicerón sueña con la patria renacida, exponiendo las
cualidades virtuosas de los nuevos ciudadanos. Dedica la obra a la juventud que ve
representada en su hijo Marco Tulio Cicerón. Para él, la amistad se da entre personas
77
Cfr. CICERON, Marco Tulio., Laelius sive De Amicitia [Lelio o Sobre la amistad], Societé d’Édition Les
Belles Lettres, Paris, 1975.
78
Cfr. ibidem, V, 18 y 20.
79
Cfr. ibidem, XI, 36 y ss.
80
Cfr. ibidem, XVIII, 65.
81
Cfr. ibidem, XI, 37
82
Cfr. ibidem, XII, 40.
83
Cfr. ibidem, XXII, 83.
84
Cfr. ibidem, XXVI, 97.
85
Cfr. CICERON, Marco Tulio., Cato Maior De Senectute Liber [Catón el Mayor o Sobre la vejez], Bosch,
Barcelona, 1954.
86
Cfr. ibidem, 15-26.
87
Cfr. ibidem, 27-38.
88
Cfr. ibidem, 39-65.
89
Cfr. ibidem, 66 y ss.
90
Cfr. CICERON, Marco Tulio., De Officiis Libri III [Los tres libros sobre los deberes], (Les Devoirs)
Societé d’Édition Les Belles Lettres, Paris, 1970.
45
honestas91. Dice también que no hay cosa más amable y que una más fuertemente que la
semejanza de costumbres entre los hombres de bien92. Subraya que no hay utilidad sin
honestidad93.
91
Cfr. ibidem, I, 17, 55.
92
Cfr. ibidem, I, 17, 56.
93
Cfr. ibidem, III, 21, 85.
94
Cfr. SENECA, Lucio Anneo, Obra Completa, (Juan Manuel DÍAZ TORRES, edit.), Gredos, Madrid, 2013;
SENECA, Lucius Annaeus, Sobre la felicidad, Versión y comentarios de Julián MARÍAS [1914-2005],
Alianza, Madrid, 1980; GRIFFIN, Miriam Tamara, Seneca. A philosopher in politics, Clarendon Press,
Oxford, 1976; RODRÍGUEZ-PANTOJA, Miguel (Edit.), Séneca. Dos mil años después. Actas del Congreso
Internacvional Conmemorativo del Bimilenario de su nacimiento. (Córdoba, 24-27 de septiembre de 1996,
Publicaciones de la Universidad de Córdoba y Obra Social y Cultural CajaSur, Córdoba, 1997; HADAS.
Moses [1900-1966], A History of Latin Literature, Columbia University Press, New York, 1952;
CHEVALLIER, Raymond [1929-2004] y POIGNAULT, Rémy [1954], Présence de Sénéque, J. Touzot,
Paris, 1991; BELLINCIONI, Maria, Potere ed ética in Seneca: clementia et voluntas amica, Paideia, Brescia,
1984. IMPARA, Paolo, Seneca, filosofía e potere, SEAM, Roma, 1994; FRAU, Aventino [1939], La
congiura del vivere: Seneca ed il nostro tempo, M. Solfanelli, Chieti, 1991; GARCÍA-GARRIDO, José Luis
[1937], La filosofía de la educación de Lucio Anneo Séneca, (Prólogo de Emilio REDONDO [1928-2007]),
Confederación Española de Cajas de Ahorro, Madrid, 1969; BOVIS, André de, La sagesse de Sénéque,
Aubier, Paris, 1948; FONTÁN, Antonio [1923-2010], Letras y poder en Roma, Ediciones de la Universidad
de Navarra [EUNSA], Pamplona, 2001; PRIETO, Fernando [1933-2006], El pensamiento político de Séneca,
Revista de Occidente, Madrid, 1977; MARCHESI, Concetto [1878-1957], Seneca, G. Principato, Messina-
Milano, 1934; Incontri con Seneca. Atti della Giuornata di Studio. Torino 26 ottobre 1999, GARBARINO,
Giovanni y LANA, Italo [1921-2002], edit., Pátron, Bologna, 2001; SOCAS, Francisco, Séneca, cortesano y
hombre de letras, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2008; KER, James [1970], The Deaths of Seneca,
Oxford University Press, Oxford/New York, 2009; The Oxford Anthology of Literature in the Roman World
(Peter E. KNOX y James C. McKEOWN, Eds.), Oxford University Press, Oxford, 2013; ZAMBRANO,
María [1904-1991], El pensamiento vivo de Séneca, Cátedra, Madrid, 1987. (De este texto que tiene buena
antología en castellano, ideal para uso de estudiantes, existe edición más reciente: Siruela, Madrid, 1994);
CARMONA ARÁNZAZU, Iván Darío, Séneca: conciencia y drama, Universidad Pontificia Bolivariana,
Medellín, 2008; GARCÍA-BORRÓN MORAL, Juan Carlos [ 1924-2003], Séneca y los estoicos, Instituto
Luis Vives [Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC], Barcelona, 1956.
95
ROVIRA REICH, Ricardo, La educación política en la Antigüedad Clásica. El enfoque sapiencial de
Plutarco, Universidad nacional de Educación a Distancia (UNED) / Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) ,
Madrid, 2012, p. 100
46
Séneca escribe sobre la providencia, sobre la ira, sobre el ocio y diversas cartas (se
conservan 124) conocidas como epístolas morales. En su obra destaca, sobre todo, su
contenido ético y su forma pedagógica.
Como buen estoico, Séneca considera siempre la perfectibilidad del ser humano,
porque por su naturaleza racional tiende al bien moral. Para él la perfección consiste en
96
Cfr. GARCÍA-GARRIDO, José Luis [1937], La filosofía de la educación de Lucio Anneo Séneca, (Prólogo
de Emilio REDONDO [1928-2007]), Confederación Española de Cajas de Ahorro, Madrid, 1969, pp. 134 y
ss.
97
Ibidem, pp. 141 y ss.
98
Cfr. ZAMBRANO, María, El pensamiento vivo de Séneca, Cátedra, Madrid, 1987, p. 12
99
SOCAS, Francisco, Séneca, cortesano y hombre de letras, Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2008
100
GARCÍA-GARRIDO, José Luis [1937], La filosofía de la educación de Lucio Anneo Séneca, cit. p. 61.
101
Cfr. ibidem, pp. 66-67.
102
SÉNECA, De providentia, V, 9-10.
47
vivir conforme a su naturaleza, cuya existencia debe ser regida por el alma racional. Para él
la educación es un conocimiento amoroso. “El amor busca el conocimiento y el
conocimiento engendra amor”103. Así, la concordancia entre el decir y el hacer, las palabras
y los hechos, es consecuencia de la madurez del alma y del control de las pasiones104.
María Zambrano tiene un hermoso y corto ensayo sobre Séneca del cual se extraen,
a continuación, algunas consideraciones que permitan profundizar en el sentido de su vida y
obra. “No es Séneca —die— un pensador de los que piensan para conocer., embalados en
una investigación dialéctica, ni tampoco le vemos lanzado en la vida, sumergido en sus
negocios y afanes y ajeno al pensamiento. Es propiamente un mediador, un mediador, por
lo pronto, entre la vida y el pensamiento, entre ese alto logos establecido por la filosofía
griega, como principio de todas las cosas, y la vida humilde y menesterosa”. Y explica
intentando captar su actitud existencial: “Cuando Séneca vivía, el hombre era demasiado
rico y demasiado pobre; demasiado sabio, lo suficiente para andar perdido en sus saberes.
Pero más que perdido, diríamos que andaba despegado. Y más que despegado,
desamparado”107. Y destacando su condición de filósofo estoico, comenta: “Porque la
filosofía no podría distraerse de su empeño esencial para hacer frente a estas desgracias
particulares que toda vida lleva consigo. No, no se ha distraído, sino que realmente es ella
su tarea, su razón de ser. Es la filosofía, la razón compadecida de la condición desvalida del
103
GARCÍA-GARRIDO, José Luis, ob. cit., p. 82.
104
Cfr. Ibidem, p. 86.
105
ROVIRA REICH, Ricardo, La educación política en la Antigüedad Clásica. El enfoque sapiencial de
Plutarco, cit., p. 108.
106
Ibidem.
107
ZAMBRANO, María, El pensamiento vivo de Séneca, Cátedra, Madrid, 1987, p. 17.
48
Para María Zambrano, Séneca no fue un estoico más. “O fue el perfecto estoico,
aquél en quien de modo más transparente se dan los caracteres de la secta—dice—, o fue
un estoico de modo diferente, con acento, más todavía con estilo personal. Senequismo es
algo más y algo menos que estoicismo a secas, es por una parte estoicismo realizado a
causa de su vacilante vida y de su serena muerte. Y es que tal vez Séneca sea las dos cosas,
un perfecto estoico y un estoico diferente. Perfecto en cuanto a su actitud; diferente en
cuanto a la doctrina, y, sobre todo, al estilo”. Y agrega: “La actitud estoica parece
transparentarse en él de modo perfecto; tiene su cautela, su habilidad, su vacilación y su
orgullo y su relativa impureza. Fue la de todos y, sin embargo, en ningún estoico como en
Séneca vemos aparecer tan nítidamente el fondo último del estoicismo: la resignación”109.
Se detiene en la explicación de la resignación: “El que se resigna, lo hace a esperar, vuelve
de su esperanza, pero se detiene a mitad de camino antes de caer en la desesperación, se
evade de los dos polos esperanza-desesperación como el budista se evade de la cadena de la
generación y de la muerte, apartándose a un lugar más allá de la muerte y de la vida. El que
se resigna, se evade más allá del ‘temor y de la esperanza’, como Séneca repite
constantemente que hace el sabio; se retira a un lugar al margen y más allá de la esperanza
y de la desesperación. Se retira, en cierto modo, de la vida”110.
María Zambrano hace una comparación entre Sócrates y Séneca: “Séneca —dice—
es la figura del hombre que se hace sabio al verse acorralado por los acontecimientos y que
no habiendo querido disponer de su vida para ofrecerla a la verdad, como Sócrates, tuvo
que sucumbir como él. Es la contrafigura de Sócrates; como él sucumbió a la injusticia,
más sin esperanza. Para Sócrates su muerte fue el comienzo de su trascendencia verdadera,
pues en ella se cumplió la tragedia del profeta de la filosofía, el martirio de la razón”. Y
añade: “Pero si Sócrates tuvo que morir fue porque pretendía la razón entera, porque perdió
la vida entera para la razón,, cosa que después hizo bien patente su discípulo Platón en su
República: los filósofos se disponían a pedir a él poder, y de hecho Sócrates lo andaba
consiguiendo con la violencia de su seducción. Hacerle morir era la natural defensa de la
vida que no estaba dispuesta a reducirse a razón”111. El caso de Séneca, según María
Zambrano, es distinto: “Séneca jamás pretendió el poder para la razón, sino únicamente el
poco de razón necesaria para que la vida pueda sostenerse. Dentro del regreso que fue el
estoicismo a la antigua fe de Heráclito, en el fuego-medida y razón, en la razón cósmica,
Séneca parece uno de los menos convencidos, en todo caso, uno de los menos creyentes; su
fe es aprendida, hecha de razonamiento, de persuasión”112. Dibuja a Séneca como un sabio
a la defensiva: “Séneca es un sabio a la defensiva porque es un hombre plantado en la zona
108
Ibidem, p. 19.
109
Ibidem.
110
Ibidem, pp. 24-25.
111
Ibidem, p. 30.
112
Ibidem, p. 31.
49
más amarga de la historia, cuando la esperanza reciente ha desaparecido; esa hora en que
ser hombre es estar solo y tener responsabilidad. […] Esta es su amarga sabiduría: saber
que no podemos abandonarnos a la sinrazón, ni tampoco a la razón, porque ni la una ni la
otra son enteramente. Saber que en cada instante de la vida, para cada asunto y
circunstancia, existe una cierta mezcla de razón y sinrazón, de ley y desorden. El sabio lo es
por el acierto en parte intransmisible, por el arte de encontrar este punto de equilibrio, el
punto de la mezcla; como el pueblo español dice todavía ‘una de cal y otra de arena’. Es el
saber moverse entre la relatividad sin descanso que es la vida humana”. La comparación
continúa diferenciando la muerte de uno y de otro: “La muerte de Séneca no fue, como la
de Sócrates, el comienzo de sus esperanzas, el cumplimiento de su fe, sino un tremendo
fracaso, el fracaso del intelectual frente al poder. Pero Séneca, sabiéndose en cierto modo
culpable, murió elegantemente, sin queja y sin llanto. Retardó su muerte tanto como le fue
posible, pero la sabía cierta y le encontró ya preparado […] Murió ante las candilejas del
mundo, como un torero, como un divo, como todo el que ha vivido para el mundo. Y fue un
sabio porque, estando tan en la vida, no le sorprendió su propia muerte y supo vivirla,
representarla. Séneca es una máscara de teatro, del gran teatro del mundo”. Y agrega:
“Máscara de teatro, figura de tragedia, de la tragedia del saber introducido en el mundo, del
sabio que no se retira por falta de fe en la vida de la razón, y por ello quiere encontrar la
razón en la vida, en la historia. La tragedia del intelectual político de hoy que quiere, en el
mejor de los casos, someter la historia reciente a la media razón, que quiere garantizar a la
razón su media vida entre el poder y el estruendo del mundo, por falta d fe en la razón
entera. Porque la razón entera, como la entera verdad, ya no son de este mundo”113.
113
Ibidem, pp. 32-33.
50
como con un cierto pudor de ser una cosa solamente —¿habrá habido andaluz alguna vez
que haya aceptado la escueta responsabilidad de agostarse en una sola cosa, arte profesión o
vocación?”114.
114
Ibidem, pp.33-34.
115
Cfr. PLUTARCO, Vidas Paralelas (8 vol.), Gredos, Madrid, 1985-2010; PLUTARCO, Moralia (12 vol),
Gredos, Madrid, 1982-2004; Miscellanea Plutarchea. Atti del I Convegno di Studi su Plutarco, (23 nov.
1985), a cargo de Frederick E. BRENK e Italo GALLO [1921], International Plutarch Soiciety, Sezione
Italiana, Roma, 1986; ROVIRA REICH, Ricardo (Edit.), La educación política en la Antigüedad Clásica. El
enfoque sapiencial de Plutarco, Universidad nacional de Educación a Distancia (UNED) / Biblioteca de
Autores Cristianos (BAC), Madrid, 2012; GARCÍA VALDÉS, Manuela, Estudios sobre Plutarco. Ideas
religiosas. Actas del III Simposio Español sobre Plutarco, Ediciones Clásicas, Madrid, 1994; FERNÁNDEZ
DELGADO, José Antonio, y PORDOMINGO PARDO, Francisca (Edit.), Estudios sobre Plutarco. Aspectos
formales de la obra de Plutarco, Actas del IV Simposio Internacional sobre Plutarco, Ediciones Clásicas,
Madrid, 1996; FONTÁN, Antonio [1923-2010], Humanismo Romano, Planeta, Barcelona, 1974; Actas del I
Congreso sobre Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico (José María MAESTRE MAESTRE [1956] y
Joaquín PASCUAL BAREA [1963] (Coordinadores), Universidad de Cádiz, Cádiz, 1993; Actas del II
Congreso sobre Humanismo y Pervivencia del Mundo Clásico (José María MAESTRE MAESTRE, Luis
CHARLO BREA [1938-2012] y Joaquín PASCUAL BAREA, Coordinadores) [Homenaje a Luis GIL],
Universidad de Cádiz, Cádiz, 1997; Actas del III Congreso sobre Humanismo y Pervivencia del Mundo
Clásico (José María MAESTRE MAESTRE, Luis CHARLO BREA y Joaquín PASCUAL BAREA,
Coordinadores) [Homenaje a Antonio FONTÁN], Ediciones del Laberinto, Madrid, 2002; FONTÁN, Antonio
[1923-2010], Letras y poder en Roma, Ediciones de la Universidad de Navarra [EUNSA], Pamplona, 2001;
ZIEGLER, Konrat [1884-1974], Plutarco, (Traducción al italiano de Maria Rosa ZANCAN RINALDINI),
Ed. italiana a cargo de Bruno ZUCCHELLI, Paideia, Brescia, 1965; VALGIGLIO, Ernesto, Divinità e
religione in Plutarco, Compagnia dei Librai, Genoa [Genova], (Introducción texto crítico y traducción al
italiano); VAN HOOF, Lieve, Plutarch’s Practical Ethics. The Social Dynamics of Philosophy, Oxford
University Press, Oxford/New York, 2010.
116
Cfr. ZIEGLER, Konrat [1884-1974], Plutarco, (Traducción al italiano de Maria Rosa ZANCAN
RINALDINI), Ed. italiana a cargo de Bruno ZUCCHELLI, Paideia, Brescia, 1965; BRENK, Frederick, An
Imperial Heritage. The Religious Spirit of Plutarch of Chaironeia, en Aufsteig und Niedergang der
Römischen Welt [ANRW] I, Berlin-New York, 36, 1 (1987), pp. 248-349; FROIDEFOND, Christian,
Plutarque et le platonisme, también en Aufsteig und Niedergang der Römischen Welt [ANRW] I, Berlin-New
51
Con sus Vidas Paralelas intenta una comparación entre personajes vinculados tanto
a la vida griega como romana. En esa obra une el tono dramático a la sobriedad de su estilo,
que permite al lector de épocas posteriores conocer aspectos de la vida de la antigüedad
clásica. Sus Obras Morales ponen de relieve su formación platónica —se sabe que estuvo
vinculado a la Académica platónica de Atenas— y discusiones sobre la retórica. Para
algunos es más moralista que historiador, pero sin que se le ubique como historiador a la
altura de Tácito, nadie niega su aporte (sobre todo con Vidas Paralelas, de las cuales se
conservan 22) al conocimiento de los personajes y hechos del tiempo precedente a él. Las
Moralia están compuestas por 78 escritos sobre temas diversos: tratados, recopilaciones,
biografías, etc.
Ricardo Rovira Reich considera que del análisis de las Vidas Paralelas puede
extraerse el concepto plutarquiano del buen gobernante, pues las comparaciones históricas
que plasman esos estudios de Plutarco están guiadas por un enfoque sapiencial117. Vidas
Paralelas, en su conjunto, recoge cuatro biografías individuales y 23 parejas de personajes.
“Hay quienes piensan la historia —dice Rovira Reich— tal como la contó Plutarco; aunque
tanto él como Polibio son quienes por primera vez establecieron la distinción entre historia
y biografía” Y añade: “Aquí aparece el erudito, el filósofo, el moralista, el pedagogo, el
político y el hombre interesado en el pasado que busca conocer para poder imitar o evitar
—tanto él como sus lectores— a la vez que intenta demostrar la aplicación práctica, en
vidas reales, de sus teorías éticas”118.
Plutarco destaca que más que historia, desea hacer biografía, para poner de relieve
la enseñanza que brota de las virtudes y defectos de los biografiados. Tiene, por tanto, una
expresa finalidad filosófico-moral más que histórica, en sentido estricto. Por ello algunos le
califican más como moralista que como filósofo o historiador.
“Hay consenso —indica Rovira Reich— en reconocer que su opúsculo crítico Sobre
la malevolencia de Heródoto, constituye su esquema programático para todo el plan de
Vidas Paralelas; también en esta obra expone las normas que, a su parecer, debe seguir
todo historiador en su trabajo, apoyándose en el modo de hacer historia de Tucídides y
Jenofonte. En el campo filosófico se ha discutido la validez de una noción peripatética que
subyace en todas estas biografías: la correlación entre los caracteres (ethe) y las acciones
(praxeis)”, pero estima que puede aceptar esa premisa porque no conduce “a determinismos
demasiado rígidos”119.
York, 36, 1 (1987), pp. 184-233; VALGIGLIO, Ernesto, Divinità e religione in Plutarco, Compagnia dei
Librai, Genoa [Genova], (Introducción, texto crítico y traducción al italiano).
117
Cfr. ROVIRA REICH, Ricardo, La educación política en la Antigüedad Clásica. El enfoque sapiencial de
Plutarco, cit., pp. 149 y ss.
118
Ibidem, p. 151. Cfr. VAN HOOF, Lieve, Plutarch’s Practical Ethics. The Social Dynamics of Philosophy,
Oxford University Press, Oxford/New York, 2010.
119
ROVIRA REICH, Ricardo, La educación política en la Antigüedad Clásica. El enfoque sapiencial de
Plutarco, cit., p. 153.
52
sentido pedagógico político de esos escritos han pretendido reducir el valor propio de la
obra de Plutarco, calificándola de colección de anécdotas. De ser cierto tal señalamiento,
hubiera carecido de la perdurabilidad y respeto que merecidamente ha recibido a través de
las épocas. Quienes de tal forma pretenden rebajar el perfil de su obra parecen ignorar que
muchas veces una broma, un rasgo anecdótico, algún hecho de apariencia insignificante o
intrascendente, ayuda a destacar mejor el perfil humano de un personaje ilustre que el
minucioso recuento de las grande efemérides Además de su valor literario, de su
dimensión ética y de su sentido histórico-político, las Vidas Paralelas poseen un relieve
especial por el perfil psicológico de los personajes escogidos.
Se discute el lugar de su nacimiento. Se sabe, sin embargo, que vivió casi toda su
vida en Roma. Orador e historiador, revela en sus textos históricos que era Tribuno militar.
Nació en el tiempo de Nerón, hijo de una familia importante de la orden ecuestre. Su padre
120
Ibidem, p. 155.
121
VAN HOOF, Lieve, Plutarch’s Practical Ethics. The Social Dynamics of Philosophy, Oxford University
Press, Oxford/New York, 2010.
122
Cfr. BENARIO, Herbert W. [1929], An Introduction to Tacitus, Univesrsity of Georgia Press, Athens [Ga],
1975; SCHELLHASE, Kenneth C [1940], Tacitus in Renaissance political thought, University of Chicago
Press, Chicago, 1976; WOODMAN, Anthony John [1945], Tacitus reviewed, Oxford University Press, New
York, 1998; MARTIN, Ronald H. [1915- 2008], Tacitus, Batsford Academic and Educational, London, 1981;
MELLOR, Ronald [1940], Tacitus, Routledge, New York, 1993; SINCLAIR, Patrick [1955], Tacitus, the
sentencious historian: a sociology of rethoric in Annales 1-6, Pennsylvania State University Press, University
Park, Penn., 1995; O’GORMAN, Ellen, Irony and misreading in the Annals of Tacitus, Cambridge University
Press, Cambridge (UK), 2000; SYME, Ronald [1903-1989], Ten studies in Tacitus, Clarendon Press, Oxford,
1970; DUFF, Timothy E., The Greek and Roman historians, Bristol Classical Press, London, 2003; KAPUST,
Daniel J. [1976], Republicanism, rethoric and Roman political thought: Sallust, Livy and Tacitus, Cambridge
University Press, New York, 2011; The Oxford Anthology of Literature in the Roman World (Peter E. KNOX
y James C. McKEOWN, Eds.), Oxford University Press, Oxford, 2013; MOMIGLIANO, Arnaldo [1908-
1987], Essays in ancient and modern historiography . (Prólogo de Anthony GRAFTON [1950]), University
of Chicago Press, Chicago, 2012; BICKEL, Ernst [1876-1961], Historia de la literatura romana,
(Traducción de José María DIAZ-REGAÑÓN) Gredos, Madrid, 1982; ROSTAGNI, Augusto [1892-1961],
Storia della letteratura latina, vol. III, Unione Tipografico-Editrice [UTET], Torino, 1964, FONTÁN,
Antonio [1|923-2010], Letras y poder en Roma, Ediciones de la Universidad de Navarra [EUNSA],
Pamplona, 2001
53
fue Procurator en la Gallia Belgica. La figuración política de Tácito se ubica con Tito,
Domiciano, Nerva y Trajano. Contrajo matrimonio con la única hija de Gnaeus Julius
Agricola (de quien escribió su biografía) en el 77. Luego fue Praetor en el 88, Consul
Suffectus en el 97 y Gobernador de Asia en los años 112-113. Murió durante el reinado de
Adriano. Se le considera uno de los grandes historiadores romanos.
Como destaca Ricardo Rovira Reich, para Tácito la historia está en la base del saber
político. Es un gran historiador, pero, a la vez, un “maestro de sabiduría política”, como le
calificara Antonio Fontán123. Como ha destacado Ronald Syme, la cuestión que
particularmente está presente en Tácito es lo relativo al poder político y su forma romana
de ejercicio124.
123
Cfr. FONTÁN, Antonio [1923-2010], Letras y poder en Roma, Ediciones de la Universidad de Navarra
[EUNSA], Pamplona, 2001, p. 30.
124
Cfr. SYME, Ronald [1903-1989], Ten studies in Tacitus, Clarendon Press, Oxford, 1970
125
Cfr. BENARIO, Herbert W [1929]., An Introduction to Tacitus, Univesrsity of Georgia Press, Athens [Ga],
1975.
54
Antes de Cristo
Después de Cristo
14-37 Tiberio
37-41 Calígula
41-54 Claudio
54-68 Nerón
68-69 Galba, Otón, Vitelio
69-79 Vespasiano
79-81 Tito
81-96 Domiciano
96-98 Nerva
98-117 Trajano
117-138 Adriano
138-161 Antonino Pío
161-180 Marco Aurelio
55