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Papeles

Clandestinos

Por

Raúl Lazo


Nunca he considerado a ningún hombre superior a mí, ni dentro, ni fuera


de la cárcel.
Nelson Mandela.

CARTA I

San Gerónimo, 28 de enero de 2017


Querida Betsy:
No sé por dónde empezar. Creo que es pertinente y necesario decirte que
me encuentro preso en la cárcel San Gerónimo que se encuentra cerca de la
Ciudad de Valencia. Estoy aislado en una celda mugrienta, pequeña y lúgubre.
Desde hace varios días estoy incomunicado, no he podido hablar con mi
abogada ni con ningún familiar, desconozco cuáles son los motivos por el cual
estoy encerrado en este antro y lo más angustiante es que no tengo noticias
sobre ti. Mi angustia, mi sufrimiento, mi impotencia, mi rabia se ha convertido
en una vorágine incontrolable que ofusca mis pensamientos y me encadena en
la incertidumbre absoluta. Anhelo con toda mi alma que te encuentres bien,
pero la realidad de las circunstancias me hace pensar que estás detenida
injustamente en una celda inmunda, sufriendo de las privaciones más atroces
que pueda imaginar. Estoy convencido de que llegarán a tus oídos varios
rumores, infamias y calumnias sobre mi detención, todo lo que escuches sobre
mi injusta prisión debes ignorarlo de la forma más firme y sin vacilaciones. No
existen razones ni hechos que puedan justificar mi encarcelamiento.
La culpa y el remordimiento hacen mella en mi serenidad en estos
instantes tan aciagos. Tú no deberías estar pasando por esta situación tan
penosa y cruel, tú estás arropada con la inocencia y la integridad que te
caracteriza. Te pido que seas fuerte, no te doblegues, tu fortaleza ante la
injusticia que nos ha golpeado de manera impune es a la vez mi fortaleza. Al
escribir estas palabras, trato de no pensar en las calamidades que debes estar
sufriendo. Y pensar que, semanas atrás estábamos juntos, sonriendo como
niños, amándonos como almas libres sin tapujos, sin pensar en el futuro,
olvidando el pasado, sintiendo el presente, y ahora el látigo de la injusticia
manejado por el poder que se cree omnipotente, se regocija con el sufrimiento
de las personas que han tenido la osadía de criticarlo, de levantar la voz para
prorrumpir con toda la fuerza del alma la injusticia y la opresión que se vive
en el país. Soy una víctima más entre la batalla contra la opresión, contra el
despotismo, contra el poder que lleva las riendas del país y que se incomoda
por millones de voces que hacen estremecer su estabilidad.
Espero que esta carta llegue a tus manos lo más pronto posible. Anhelo que
estas palabras sean un pequeño aliciente, una pequeña brisa de tranquilidad,
una prueba de que mi mente y mi alma están impacientes por saber de ti.
Lucharé contra esta prisión para mantenerme incólume y para conseguir la
manera de seguir en contacto contigo por cualquier medio posible. Pensar en ti
y no saber cómo te encuentras, atiza mi impotencia y forja en mi carácter la
voluntad de lucha. No puedo seguir escribiendo más, escucho voces y el temor
de que alguien entre y me arrebate estas palabras que están dirigidas a aplacar
tu sufrimiento, hace que culminen estas líneas que desean ser más largas. No
te desesperes mi negra, al estar separados por el capricho de la injusticia
nuestro sentimiento se hace más fuerte y más duradero.
Me despido con la certeza de que volveré a verte, a sentirte, a abrazarte, a
besarte...
Dilbert

CARTA II

Dirección de Inteligencia Nacional, 13 de febrero de 2017


Betsy Carmona a Dilbert Campos
Dilbert, he leído tu carta con gran regocijo, estoy impactada de haberla
recibido, tus palabras se han convertido en la brisa de esperanza y tranquilidad
que pronosticas en tu carta y que acertadamente mencionas. Lamentablemente,
me encuentro detenida en la Dirección de Inteligencia Nacional de la Ciudad
de Valencia. Estoy en una celda de pequeñas dimensiones, con poca luz
artificial, paredes pintadas con el color de la desidia, y debo dormir en un
pequeño colchón maloliente y desgastado. Al igual que tú, no he recibido
visitas de ningún familiar, no tengo noticias sobre el motivo de mi detención,
pero sabemos muy bien que estoy encerrada por el solo hecho de conocerte.
Una leve angustia me acompaña todas las noches y me cuesta mucho dormir;
las ganas de comer, de disfrutar de la comida se ha esfumado, sin embargo, al
leer tu carta el apetito ha vuelto a mi cuerpo y estoy convencida de que podré
dormir mejor a partir de ahora. Comparto tu sufrimiento, tu angustia, y tu
desespero como si fueran los míos. No te sientas culpable de mi destino que
está unido al tuyo como lo está nuestro amor que, en estos momentos, padece
de las vicisitudes de la vida que elegimos seguir.
No quiero mentirte, quiero ser sincera contigo, este encierro ha sido
demasiado duro para mí, la angustia de no saber el motivo de esta prisión
injusta, desconocer el tiempo que estaré encerrada como si fuera una criminal,
sabiendo que no he cometido ningún delito, falta o cualquier ilegalidad sin
recibir un juicio, me quebranta el alma y el sufrimiento me hace compañía
todos los días sin mostrar alguna tregua. Trataré de ser fuerte como me dices,
no mostraré debilidad ante mis carceleros, pero no será una tarea fácil. Estoy
mentalizada que viviré las privaciones más crueles, el maltrato, la indiferencia
y el castigo serán mis enemigos a vencer durante este encierro. En caso
contrario que no sufriera tales privaciones, entonces será una batalla ganada
dentro de esta lucha entre el bien y el mal.
No sé cómo pudo llegar tu carta a mis manos, pero del mismo modo,
aspiro que estas palabras lleguen a ti y quiero que sepas que a pesar de todo lo
descrito anteriormente, mi ánimo, mi fortaleza y mi voluntad de lucha todavía
no han claudicado y te juro que jamás me doblegaré por más sufrimiento que
tenga que padecer en el futuro inmediato. También quiero decirte que, desde el
día que llegué a esta prisión, he escuchado muchas voces de sufrimiento,
llantos de dolor, gritos que se diluyen en este aire mortecino que se escabulle
por todos los rincones de la prisión, que me desgarran la curiosidad, golpes de
dolor que piden clemencia y no la consiguen, ráfagas de tortura que llegan a
mis oídos y se incrustan en mi mente. Creo que son personas que están siendo
torturadas, torturas nocturnas que hacen que la noche sea más negra y más
tenebrosa.
Solo he podido intercambiar algunas palabras con mi carcelero, es un
hombre alto, de contextura robusta, un poco tosco al hablar, pero ha sido muy
amable y respetuoso conmigo. Hace una semana, cuando me trajo el desayuno,
que por cierto fue un desayuno frugal, me entregó tu carta sin decir ninguna
palabra. Cuando la tomé, lo miré directamente a los ojos y me hizo una mueca
que reflejó su complicidad en la entrega. No quiero sacar conclusiones, pero
este hombre, con sus gestos, su trato y su cordialidad me indica que no está de
acuerdo con mi encierro. Espero no estar equivocada con esta apreciación.
Me gustaría seguir escribiendo, pero quiero guardarme algunas reflexiones
e ideas para otra ocasión que anhelo con toda mi fuerza que ocurra lo más
pronto posible. Estoy segura de que juntos sortearemos esta prueba tan difícil
que nos ha tocado vivir…
Nunca lo olvides, te amo, te adoro. Me despido con un beso y un abrazo
eterno.

CARTA III

San Gerónimo, 8 de marzo de 2017
Dilbert Campos a Betsy Carmona
¡Qué alegría me has dado mi negra! Saber que has recibido mi carta, pero
saber que estás encerrada injustamente, me arrebata esta emoción que tanto
había esperado sentir. He recibido noticias del exterior sobre las reacciones de
nuestra injusta prisión. Mi abogada hace todo lo posible para poder visitarme e
informarme sobre mi caso y el inicio del juicio que a mi modo de ver es parte
del martirio que debo padecer. Mi situación con el transcurrir de los días se
hace más difícil de sobrellevar. Llevo siete semanas sin recibir el sol,
sumergido en un completo aislamiento, recibo dos raciones de comida al día,
raciones misérrimas que contribuyen a mi deterioro físico y emocional. La
semana pasada recibí un plato de comida lleno de gusanos, mi primera
reacción hubiera sido no comer esa inmundicia, no obstante, decidí sacar todos
los inoportunos gusanos del plato y comer hasta dejar el plato vacío. El
hambre me mostró su cara más cruel y sucumbí ante ella sin importar los
gusanos u otras asquerosidades. La falta de contacto con otras personas, la
imposibilidad de leer libros, periódicos, revistas o saber de noticias del mundo
exterior me hizo contemplar de forma inesperada e incomprensible a los
pequeños gusanos que había en el plato de comida, conté exactamente ocho
gusanos, los coloqué en mi mano izquierda y con la mirada absorta sobre ellos
los miraba como se movían de forma aleatoria por mi mano, sorteando las
irregularidades de mi piel, tratando de buscar otro lugar a donde ir. Ante esta
situación tan denigrante que te acabo de describir, tengo pensado tomar
medidas extremas para exigir la culminación de este atroz aislamiento. Por los
momentos, no quiero decirte cuáles serán estas medidas que tomaré para
mostrar mi rechazo ante este maltrato que estoy recibiendo, y tarde o temprano
me haré sentir para que mis carceleros me traten como a una persona digna y
que no vacilaré en reclamar mis derechos. Me despido con la idea que esta
carta llegue a tus manos. Siempre te recuerdo todas las noches, todos los días.

CARTA IV

Caracas, 10 de marzo de 2017


Noresly Malaver a Dilbert Campos
Dilbert, recibe estas palabras con mucho afecto y cariño de mi parte.
Recibí noticias de tu estado de aislamiento y de las privaciones que estás
sufriendo en estos momentos. Todo mi esfuerzo y mi tiempo están dirigidos a
conseguir tú inmediata libertad, esa libertad que claman cientos de personas
que como tú han sido privadas por las mismas razones que conocemos y que
no comentaré en este momento. No me permiten visitarte, no me han dado
ninguna respuesta a varias peticiones que he realizado para visitarte y
corroborar tu estado de salud y exigir el respeto a tus derechos que han sido
ignorados. Te informo que te están acusando de posesión ilegal de armas de
guerra, municiones, artefactos explosivos y de pertenecer a un grupo terrorista.
Al escuchar estas acusaciones inverosímiles, llenas de falsedad, mi
indignación crece de forma desmesurada. Quiero que sepas que recibirás mi
apoyo incondicional, no solo por ser tú abogada, sino por el hecho de ser una
mujer que ha visto todas las atrocidades de un sistema de justicia corrompido
y putrefacto que está al servicio del poder que gobierna. Ese sistema de
justicia que utiliza las leyes como instrumentos de opresión, como mordaza
ante la voz crítica de un pueblo movido por sus principios y sus ansias de
libertad. Leyes que son herramientas intangibles usadas por el hombre para
establecer el equilibrio, la paz, la convivencia, los derechos en una sociedad
civilizada, y que dichas herramientas han socavado ese equilibrio creando una
ola de persecución y terror en las personas de libre pensamiento. Algún día me
dirás cómo haces para recibir y enviar cartas evadiendo la vigilancia de la
prisión. Es por este hecho que, me ha motivado a escribirte esta carta que
espero llegue a tus manos sin contratiempos.
Estoy en contacto permanente con tus hermanos y con tu mamá. Tu señora
madre es una persona muy afable y que está muy deprimida con tu situación.
No descansaré hasta conseguir que te permitan recibir visitas, especialmente
que recibas visitas de tu mamá. Me despido con un cordial abrazo y con mi
voluntad inequívoca de buscar tu libertad y la de cientos de oprimidos que me
han convertido en una mujer oprimida por este sistema de justicia que ha
traicionado sus principios. Estaré en contacto permanente, no lo dudes nunca.

CARTA V

Caracas, 15 de marzo de 2017


Dilsey Gomez a Betsy Carmona
Hija de mi alma, estoy destrozada y afligida por esta situación tan terrible
que estás viviendo. Cuando me enteré de tu detención, me encontraba en
Madrid visitando a tu tía Clara, ella se encuentra muy mal de salud, no quiero
ofrecer detalles sobre este asunto para no incrementar tu sufrimiento. Hace
cinco días llegué a Caracas y me puse en contacto con tu abogada Noresly, me
informó que no ha podido visitarte y no permiten a nadie que te visite. Y
pensar que hace cuatro meses estabas en Berlín, decidiendo si ibas a pasar
varias semanas de vacaciones en Venezuela. Al escuchar ese deseo tuyo, tuve
un pálpito que estremeció mi cuerpo, me descompuso como lo estoy ahora, no
quise decirte nada, porque tú estabas decidida a ir y a reencontrarte con
Dilbert, el amor no tiene obstáculos, no escucha razones ni imposiciones, es
una fuerza intensa que vence todos los infortunios, todas las prohibiciones. Tú
eres una joven enamorada de la vida, no podía obstaculizar tu deseo de viajar
y de ver a Dilbert y a tus amigos. Este infortunio que te toca vivir, lo siento
como si fuera mío. Comprendo que tu alegría, tu empatía, tu espontaneidad
natural esté apagada en estos momentos tan difíciles, no obstante, yo estoy
aquí hijita… ¡No te preocupes mi hijita!, escucho tu sufrimiento, siento tus
lágrimas, veo tu zozobra, respiro tu pesar. Como una madre que busca el
sustento a una hija, yo buscaré el sustento para aplacar tu desdicha, buscaré la
manera de visitarte lo más pronto posible. Deseo con todo mi amor que recibas
estas palabras para que sepas que yo estoy aquí y no te abandonaré hasta verte
fuera de esa prisión injusta. En estos momentos, tu papá está viajando de
Bogotá a Caracas para acompañarme y enfrentar juntos esta situación. Cuando
te visite, te llevaré esas arepitas dulces con queso que tanto te encantan como
lo hacía cuando eras chiquita y estuviste internada por tres meses en el
hospital… ¡Qué contenta te ponías cuando te llevaba tus arepitas! no se me
olvida tu cara de felicidad, tu sonrisa infantil que hace a una madre el ser más
feliz del mundo. Yo te llevaré tus arepitas… Tus dulces arepitas. No quiero
despedirme, pero tengo que hacerlo. Ignora el pesimismo, sé indiferente ante
la tristeza, enfrenta a tus miedos, encara a la opresión como yo enfrentaré a la
injusticia que me ha robado a mi hija.
Recibe un abrazo y un beso de tu mamá que jamás te abandonará. Espero
verte muy pronto hijita. Muy pronto.

CARTA VI

San Gerónimo, 29 de marzo de 2017


Dilbert Campos a Betsy Carmona
Todavía sigo aislado en esta celda que cada día se me hace más pequeña,
más incómoda, más sucia, más lúgubre. Ni siquiera he podido salir de este
pabellón de celdas destinado a los castigos y prolongados aislamientos para
los presos que han quebrantado las leyes de la cárcel. Te voy a explicar cómo
consigo recibir y enviar las cartas que me hacen olvidar un poco este penoso
encierro. La persona que me trae la comida todos los días es una mujer de baja
estatura, piel morena, pelo corto, con una mirada que no indica ninguna
hostilidad o desprecio hacia mi persona. Ella está vestida con uniforme militar,
desconozco cuál es su rango, ni me importa saberlo, ella es mi carcelera. Un
día me trajo el desayuno más completo que había comido desde que estoy
encerrado en la cárcel. Había dos rebanadas de pan con mantequilla, un jugo
de lechosa y una manzana, esto era demasiado para un preso como yo que
estaba acostumbrado a una simple pieza de pan (a veces estaba mordida) y un
pequeño vaso de agua (a veces era un pequeño vaso de café sin azúcar).
Cuando me entregó la bandeja con el espectacular desayuno, me dijo con una
amabilidad que había extrañado desde que estoy aquí: «Buen provecho, que lo
disfrute»
Esas palabras que eran como arpegios para mis oídos (¡sí lo sé, es una
exageración!) me motivó a entregarle la primera carta que te escribí y le dije
que si podía entregarla a mi abogada. Le expliqué que ella era la única persona
que podía hacerte llegar la carta sin que nadie lo descubriera. Al oír mi
explicación, en su rostro apareció un gesto de desaprobación y me dijo: «No
puedo entregar nada a su abogada, pero puedo hacer que su carta llegue a su
destino» No sé qué me impactó más, si su seguridad de que podía entregar la
carta o la respuesta tan directa que acababa de escuchar. Sin pensarlo, le
entregué la carta y solo me quedaba esperar a recibir una respuesta de la
entrega. Al salir la carcelera de mi celda, estuve varias horas meditando sobre
la respuesta que me dejó estupefacto por varios minutos. Una pequeña
desconfianza crecía en mi mente, no se me quitaba de la cabeza la idea de que
la carcelera iba a leer la carta e iba a informarles a sus superiores sobre la
misma. Temía por una serie de represalias por este atrevimiento de escribir y
pedirle a una desconocida que había sido tan amable, el favor de hacerte llegar
mi carta. Al día siguiente, Rosavilma (éste es el nombre de mi carcelera) me
trae el desayuno a media mañana, esta vez era un desayuno deficiente al que
estaba acostumbrado, un pedazo de pan que estaba un poco duro y un vasito
de café sin azúcar. Con una actitud seria me entrega la bandeja con el
desayuno y sale de la celda sin pronunciar ninguna palabra. Yo estaba
esperando ansiosamente una respuesta sobre la entrega de la carta, quise
preguntarle: ¿Pudo entregar la carta? ¿Hubo algún problema?
Al final no me atreví a preguntarle nada, esperé que me dijera algo al
respecto, pero no sucedió. Cuando comenzaba a desayunar me percaté que
había un pequeño pedazo de papel doblado debajo del pedazo de pan. El
pedazo de papel tenía escrito la siguiente nota:
«Su carta llegó al destinatario sin contratiempos. En la Dirección de
Inteligencia Nacional en donde se encuentra su amiga, tengo un conocido que
le hizo llegar su carta. Cuando desee enviar más cartas, me lo indica y con
gusto las enviaré a las personas deseadas. No puedo establecer conversaciones
con ningún preso, por esta razón le escribí esta nota. Por último, no le
garantizo que todas las cartas que desee enviar vayan a llegar a su destino. Mi
nombre es Rosavilma»
Mi asombro crecía de forma acelerada por aquella nota que me dejó ella.
Me preguntaba porque me ayudaba, porque era tan amable. Quería creer que
era un milagro tener la ayuda de una persona como Rosavilma, ella era la
persona que nos ayudaría a estar en contacto permanente, esquivando los
rígidos controles de la cárcel. No sabía que pensar, toda la desconfianza e
incredulidad no abandonaba mi cabeza. Pero, al recibir tu primera carta de la
mano de Rosavilma, sabía que los milagros existen y que el milagro que me
acompañaba tenía nombre de mujer. Debo terminar esta larga carta, con la
desdicha de no saber cuándo te volveré a ver. Ya estoy escribiendo en mi
mente la próxima carta que te enviaré, solo falta conseguir algo de papel para
empezar a escribirla. Sigo pensando en ti como lo hice la primera vez que te
vi. Adiós negra.

CARTA VII

Dirección de Inteligencia Nacional, 16 de abril de 2017


Betsy Carmona a Dilbert Campos
Hoy me permitieron salir de mi celda y recibir un poco de sol. Mis ojos
gritaron de alegría y a la vez sucumbieron ante la luz del día, era un día muy
bonito, el cielo estaba pintado de azul, con pocas nubes. Me quedé un rato en
un rincón del patio contemplando ese espectacular cielo, sintiendo los rayos
solares que bañaban mi rostro, mis manos, mis brazos y mi cuerpo cubierto
por una sencilla ropa que se iba convirtiendo en harapos.
¿Recuerdas cuando fuimos a esa espectacular playa cerca de Cumaná? Ese
mar tan limpio, tan claro, tan rebelde, con ese color tan azulado. Este cielo tan
despejado me hace recordar esa playa, y el sol radiante y abrasador que nos
obligó a refugiarnos en esos cocoteros tan grandes que había en la playa… Ese
sol radiante era igual al que me cubrió en este día. Ahora entiendo cuando
dicen que apreciamos realmente algo cuando lo perdemos o nos lo quitan.
Aprecio más mi libertad, aprecio más la naturaleza, la vida, los recuerdos,
nuestros recuerdos, nuestro pasado.
El patio de la cárcel tiene dos sectores dividido por una cerca. Un sector es
para los hombres y el otro para las mujeres. Yo me encontraba en el sector de
las mujeres. Contando conmigo, había catorce mujeres, establecí una pequeña
conversación con una de ellas. Al principio no quería tener contacto con nadie,
pero al acercarse esa pequeña mujer con intenciones de hablar, pensé que era
mejor hablar un poco y aprovechar al máximo esta oportunidad de estar fuera
de mi celda. La pequeña mujer me preguntó porque estaba presa y le contesté
que no sabía el motivo. Ella se sonrió y me dijo que todas las personas que
estaban aquí decían lo mismo, no obstante, dijo que la única que aceptaba su
delito era ella. Estaba encerrada por robo y tráfico de drogas y no sabía cuándo
empezaba su juicio. Mi primera reacción era cortar la conversación y alejarme
de ella, pero no quería que lo tomara como un acto de desprecio y decidí
seguir conversando con ella. Esta decisión me trajo frutos, me prometió que
podía conseguir todo lo que quisiera para minimizar el agobiante aislamiento
(libros, revistas, cigarrillos, droga, comida). Solo le pedí algún libro para leer
y me dijo que me costaría algo de dinero o algún favor, le dije que tan pronto
consiguiera algo de dinero le avisaría. Le dije esto para que viera que estaba
interesada en su ayuda, pero en realidad, no quería establecer ningún tipo de
relación con nadie y no estaba dispuesta a involucrarme en nada con esa
mujer, a excepción de mi carcelero que me facilita las cartas que me has
enviado. Por los momentos, esto es lo que quería comentarte. Espero que tú
también salgas de tu aislamiento y me lo cuentes. Termino de escribir
recordando el momento tan especial que vivimos en aquella playa paradisíaca
en donde los recuerdos felices son unos fugaces bálsamos que nos hacen
olvidar esta realidad que estamos sufriendo. Te escribiré pronto.

CARTA VIII

Dirección de Inteligencia Nacional, 25 de abril de 2017


Betsy Carmona a Noresly Malaver
Te escribo con una angustia incontrolable, me notificaron que en los
próximos días iban a trasladarme a una cárcel del oriente del país. El director
de la prisión me visitó en horas de la noche de ayer, con una actitud desafiante
y hostil, me amenazó con trasladarme a otra prisión si no admitía los cargos
que se me acusan y me pidió que firmara una carta confesando mi culpa.
Estaba muy aturdida ante este vil chantaje y con firmeza rechacé
rotundamente este intento de doblegar mi posición de lucha en contra de la
injusticia que estoy viviendo. Al ver mi rechazo a firmar esa carta insolente, el
director me recriminó mi posición altanera y me llamó delincuente, por su
boca espetó varias groserías y obscenidades que no pienso escribir. Al salir de
mi celda, el director me dijo que lo que estaba viviendo era un juego de niños
en comparación con lo que iba a padecer en la cárcel a donde iban a
trasladarme. Después de este incidente tan desagradable, no pude dormir en
toda la noche y decidí escribir esta carta empujada por la angustia y la
incertidumbre de ir a un lugar donde sufriría mayores privaciones y sin poder
recibir las anheladas cartas de Dilbert. Te ruego desde lo más profundo de mi
alma que no permitas que me trasladen a otro lugar, si es preciso, levanta tu
voz y divulga este mensaje con la desesperación con la que estoy escribiendo.
No quiero mostrar debilidad, pero la angustia y la tortura psicológica a la que
estoy siendo sometida están haciendo mella en mi voluntad de lucha y
resistencia.
Si es preciso, me negaré a recibir alimentos como protesta ante mi traslado
arbitrario y sin tu consentimiento. Solo te pido que no le digas nada a mi
mamá, ella es muy sensible y estoy convencida que sufriría más que yo esta
situación tan terrible que estoy padeciendo. Espero que estas palabras lleguen
antes que se produzca mi traslado a otro lugar de perdición. Ayúdame Noresly,
divulga este sufrimiento y esta arbitrariedad al que estoy siendo sometida…
¡Ayúdame Noresly!

CARTA IX

San Gerónimo, 29 de abril de 2017


Dilbert Campos a Noresly Malaver
Hoy he decidido iniciar una huelga de hambre con el fin de mostrar mi
repudio ante este atroz aislamiento que se está volviendo insoportable. Estoy
consciente de las consecuencias que esto traerá a mi salud y a mis familiares,
pero necesito hablar con alguien, conversar con mi familia, necesito ver y
sentir la luz del sol, estoy harto de esta celda que cada día se convierte en un
antro que me perturba, esta celda se ha convertido en un castigo que oprime
mi mente, que atiza mi desesperanza. Exijo conocer las últimas noticias de la
situación del país, leer un libro, hojear un periódico, percibir los colores que
han sido opacados por esta celda lúgubre y sucia, ver el cielo, las nubes, sentir
el viento … ¡Quiero estar en libertad!
Rosavilma (mi carcelera) ha notado mi rechazo a recibir alimentos, sin
embargo, me recomendó que ingiriera líquidos para evitar la deshidratación y
futuras complicaciones en mi organismo marchito por el encierro prolongado.
Ella es la única persona en que confío y he decidido aceptar su
recomendación. Te pido que informes de esta decisión a mi familia, y a todas
las personas que están al tanto de mi situación. Deseo que divulgues mis
peticiones, mi sufrimiento, mi rechazo ante este insoportable aislamiento.
Exijo saber la fecha de inicio del juicio para alzar mi voz y demostrar mi
inocencia ante las infames acusaciones que he recibido y reclamar mi libertad
absoluta ¡La libertad es el derecho que tiene el alma de sentir la vida a
plenitud sin cortapisas, sin temores!
También estoy exigiendo un traslado a otra cárcel en donde mi familia
pueda visitarme sin la necesidad de viajar desde Caracas hasta aquí. Hago
responsable a las autoridades de la prisión, así como al gobierno de mi
integridad física. Encerrado como un animal, sin derecho a respirar aire puro,
a caminar por un lugar abierto, a recibir alimentos que garanticen mi salud, a
recibir visitas de mis seres queridos, a soportar la infamia y la crueldad de la
injusticia que tiene oprimida mi inocencia, he decidido arriesgar lo poco que
me queda de vida para conseguir algo de respeto y recobrar la dignidad que ha
sido vejada en esta prisión.
Ante la incertidumbre de lo que me pueda suceder a partir de hoy, solo me
queda sacar fuerzas de mi alma ultrajada por la desesperanza que todavía no
ha ganado la guerra dentro de mi maltratado cuerpo. Me despido con la
esperanza intacta de salir airoso de este camino que he decidido transitar.

CARTA X

Dirección de Inteligencia Nacional, 02 de mayo de 2017


De: Lorenzo Buenaventura, Director General del DIN (Sede Valencia)
Para: Hussein Torres, Secretario General del Partido Revolucionario
Nacional
Asunto: Situación de la acusada Betsy Carmona
Ante todo, reciba un afectuoso abrazo revolucionario y mis más sinceros
saludos. Le informo que la acusada Betsy Carmona se ha negado a firmar la
carta que usted me envió hace dos semanas, su actitud altanera y desobediente
es la excusa perfecta para iniciar el escarmiento riguroso e implacable que
debe recibir esta terrorista, cuyo castigo será un ejemplo para los próximos
disidentes que vienen en camino, como me lo han informado desde Caracas.
Debe saber que todo lo relacionado con este caso debe ser informado con lujo
de detalles al ministro del interior, no obstante, mis superiores me han
ordenado que debo informarle primero a usted sobre esta situación, nadie debe
saber sobre esta carta y sobre la autoridad que usted tiene sobre este caso. En
caso contrario, mi permanencia como director del DIN (Dirección de
Inteligencia Nacional) estaría seriamente comprometida. Se me ha dado
instrucciones específicas de ejecutar al pie de la letra sus órdenes que llegarán
la próxima semana. Me tomo el atrevimiento de sugerirle aplicar todo el peso
de la ley a esta terrorista y a su amigo que se encuentra en San Gerónimo. No
dude en mostrar dureza ante este tipo de situación, a los enemigos no hay que
ofrecerles segundas oportunidades, no podemos permitir que un grupo de
rebeldes, apátridas, y terroristas comiencen a incendiar el país y a
desestabilizar al gobierno que goza de la más alta popularidad de la historia
del país. Debe saber que mi especialidad es manejar y doblegar a estos tipos
de alimañas que buscan cualquier oportunidad para instaurar el caos como
excusa para iniciar una rebelión civil y destruir nuestra amada revolución.
Quiero pedirle encarecidamente que desmienta los rumores que corren por los
oídos de los altos dirigentes del partido sobre las supuestas torturas en la
prisión, hasta los momentos no hay fallecidos por los escarmientos que han
recibido los cinco insurgentes que se encuentran en la prisión, mis métodos
pueden ser crueles, pero ajustados a la ley y son efectivos a la hora de
conseguir los objetivos planteados. Me despido con la convicción de un
soldado leal a la revolución, de un hombre que defenderá al país de las fuerzas
internas y externas que buscan aniquilar nuestro sueño nacionalista y
revolucionario. Con la mirada puesta en el horizonte y con la mano
empuñando el fusil de la victoria, espero sus próximas órdenes que las acataré
sin vacilar.
¡Patria, revolución y victoria… Jamás nos rendiremos!

CARTA XI

San Gerónimo, 29 de mayo de 2017


Dilbert Campos a Betsy Carmona
Ha transcurrido un mes desde que te escribí por última vez, es un tiempo
largo sin tener noticias de mi parte, ¡lo sé! Esto se debe a que Rosavilma se
ausentó por un mes y en su lugar estaba un hombre atrabiliario que me estaba
haciendo la vida más insoportable de lo que ha sido hasta ahora. En las noches
escuchaba su aborrecible voz pronunciando insultos, frases soeces hacia mi
persona y toda clase de improperios que aumentaba mi actual martirio que he
sabido bien soportar. Solo pensar que no volvería a ver a Rosavilma era como
una estocada mortal en mi cuerpo maltratado por los estragos del encierro. Un
mes de tormentos, de penurias, de angustias que incitaban en mi mente
pensamientos perversos y atroces sobre mi futuro y sobre la posibilidad de
terminar de una vez con mi vida se mezclaban con la voz pétrea de aquel
carcelero que rondaba todas las noches los vericuetos de mi mente, hasta que
apareció Rosavilma y mi alma volvió a renacer, a sentir esa pizca de esperanza
que jamás abandona a los hombres oprimidos y sedientos de justicia. Apareció
ella y renació el placer de escribir las decenas de cartas que estaban
acumuladas y guardadas en mi mente y, que solo esperaba el papel y lápiz que
me suministraba mi afable carcelera.
Después de explicar el motivo de mi larga pausa en el envío de mis cartas,
tengo que decirte que desde hace un mes he iniciado una huelga de hambre
como protesta ante el cruel aislamiento que padezco sin ver algún indicio de
su pronta culminación. Ayer sufrí una descompensación que alarmó al director
de la prisión, me llevaron a la enfermería y me suministraron un suero en
contra de mi voluntad, no tenía fuerzas para impedirlo. El estado delicuescente
en que me encontraba llamó la atención del doctor que me atendió de forma
muy amable, y, me recomendó que comiera algo debido a que ponía en riesgo
mi vida que ya era tan frágil como la voz apaciguadora de aquel taciturno
doctor que me atendió. Con dificultad pude escuchar sus consejos que
parecían súplicas de un padre alterado por el estado de salud de un hijo, me
dijo que él personalmente hablaría con el director para que suspendiera
inmediatamente el aislamiento. Él tenía buenas relaciones con el director y su
influencia en él haría que se abriera una pequeña rendija para salir del brutal
encierro que me tenía al borde de la desesperación absoluta. Al ver el rostro
exaltado y diáfano del doctor, algo dentro de mí me hizo creer que él era la
única persona que podía romper la cadena pesada del aislamiento que llevaba
desde hace cuatro meses. Tenía que creer en alguien, aparte de Rosavilma. Y
así lo hice, le di mi palabra al doctor de suspender mi huelga de hambre a
cambio del fin del aislamiento. Pasé veinticuatro horas en la enfermería
esperando la respuesta a mi petición. El doctor me informó que el director
aceptaba mi petición y dentro de 48 horas iba a poder ver la luz del sol y a
recibir visitas una vez al mes. Sus palabras sonaban a trompetas de triunfo, a
cantos de gloria, a un fugaz sosiego que recorría mi raquítico cuerpo. Había
perdido quince kilos, si tuvieras la oportunidad de verme, te asombrarías de lo
delgado que estoy. Este estado de salud me hace recordar aquella vez en que
tuvimos esa desagradable discusión y decidiste romper temporalmente la
relación, yo estaba devastado, no quería comer, no quería trabajar, no quería
leer, me costaba mucho dormir, me despertaba con un sabor amargo en la boca
y en el alma, ya no estabas conmigo y había perdido bastante peso como lo he
perdido ahora con esta huelga de hambre. La desdicha del amor y la pérdida
de la libertad parecen tener algo en común y en estos momentos tan trágicos
me estoy dando cuenta de eso.
Debo terminar esta carta, pero tenía que contarte todo lo que me ha pasado,
lo tenía guardado desde hace un mes. Espero que el director cumpla su palabra
y pueda salir de mi celda y ver la luz del día, sentir la brisa y contemplar el
cielo aunque sea por un breve período. Te escribiré pronto, no te aflijas por
todo lo que te he contado, siente estas palabras como parte de un camino que
debemos transitar con la fe de que el fin de esta travesía será placentero para
nosotros. No me olvides como yo jamás te olvido.

CARTA XII

Dirección de Inteligencia Nacional, 12 de junio de 2017


Betsy Carmona a Dilbert Campos
Al leer tu última carta no puedo esconder la mezcla de sentimientos que
invadió mi mente por varias horas; alegría, tristeza, impotencia, frustración,
esperanza y rencor. Espero que puedas salir de tu aislamiento y consigas sentir
un poquito de sosiego, me imagino que estarás impaciente por hablar con
alguien, por dejar salir todos tus pensamientos y sentimientos y lanzarlos al
viento para que alguien los recoja y te comprenda como yo te comprendo al
leer todas las cartas que me has enviado y que las guardo como si fueran un
gran tesoro.
En la última semana del mes de abril, recibí la desagradable visita del
director de la prisión con el fin de chantajearme. Pretendió obligarme a firma
una carta y así aceptar mi culpa por los hechos que se me acusa. Jamás había
conocido a un ser tan inescrupuloso, lleno de cinismo y de hipocresía,
personas como él solo pueden subsistir y trabajar en un lugar como este ¿A
cuántos inocentes habrá torturado este individuo? ¿Puede una persona albergar
en su alma tanta maldad y crueldad? No quiero pensar en las posibles
respuestas ante estas preguntas que vienen a mi mente cada vez que recuerdo
ese desagradable incidente. Al ver mi posición díscola ante semejante
propuesta, me amenazó con trasladarme a otra cárcel, describiéndome los
horrores y las privaciones que padecería por mi actitud desobediente y osada
de no firmar esa infame carta. Esta amenaza me perturbó por varios días, había
sentido la tortura azotando mi mente sin misericordia. Le escribí una carta a
Noresly (mi abogada) informándole de esta amenaza que atentaba contra mi
seguridad y mi estabilidad emocional y le pedí ayuda para que no se
concretara el traslado que tanto me atemorizaba. No he podido recibir noticias
sobre Noresly, no obstante, creo que su trabajo y su constante lucha ha dado
sus frutos. Hasta ahora, sigo detenida en Valencia y no he escuchado rumores
sobre mi supuesto traslado. Afortunadamente, mi carcelero me tiene
informada de todo lo que pasa dentro de la prisión, creo que él se compadece
de mí, sabe que mi encierro es un acto más de injusticia de muchos actos que
le ha tocado presenciar en este recinto de oprobio y de miseria. Su nombre es
Henry y es muy atento y cordial conmigo. Si no fuera por él, no sería posible
el intercambio de cartas que tengo contigo y con Noresly.
Hace tres días me visitó mi madre ¡Que emoción tan grande! lloré de
alegría y mi alma se sumergió en el regocijo que llegó al paroxismo al ver y
abrazar a mi mamá. Me abrazó y me acarició por varios minutos. Luego del
tan esperado reencuentro con ella, le conté todas las situaciones, sucesos,
privaciones y anécdotas que he vivido desde que llegué aquí. Le dije que tengo
una comunicación constante contigo mediante el envío de cartas y le pedí
encarecidamente que no le dijera nada a nadie de mi contacto permanente
contigo. La dicha llegó a un estado sublime al ver que mi mamá me había
traído unas arepitas dulces que me supieron a gloria divina. Me sentía tan
exaltada degustando esos manjares que adoro desde mi niñez hasta el día de
hoy, perdí los modales y la compostura a la hora de comer esas delicias de
arepitas, parecía otra persona. Mi mamá quedó absorta al verme comer de
forma desaforada, seguro que por su cabeza pasaba la idea del sufrimiento
cruel que había padecido al no recibir una alimentación adecuada y la
inexistencia de los gustos y placeres de la comida casera, y así era. La mayoría
de los días recibía dos pequeñas raciones de comida, mi dieta estaba basada en
arroz con pan, arroz con yuca, arroz solo, arroz con casabe, y arroz y más
arroz. Cuando recibía algo diferente, me sentía con mucha suerte, pero ahora
que mamá me vino a visitar me sentía en el paraíso.
Por ahora, es todo lo que puedo contarte, estoy impaciente por conocer si
terminó tu aislamiento. Me muero por saber de ti y de tu estado de salud. Te
mando un abrazo para que te sientas protegido del calvario de tu encierro que
lo padezco como si estuviera en tu celda y beso esta carta con mis labios
húmedos para que sientas la frescura de mi boca que espera sumergirse en la
tuya.

CARTA XIII

San Gerónimo, 10 de julio de 2017


Dilbert Campos a Betsy Carmona
¡Al fin! ¡Al fin! Dichosos mis ojos que se han reencontrado con la luz del
día, luz diáfana que inunda de claridad mis lánguidos ojos, rayos luminosos
que rebotan en el aire mortecino que oprime la prisión, cortan mi piel pálida y
muerta que empieza a renacer de las cenizas del abrasador frío que rodea mi
antro de reclusión, sublime brisa vespertina que golpea mi rostro desencajado,
desordenado e inquieto. Aromas sutiles que se escabulle en mi nariz y se
mezclan con el olor a hierba reseca que limpia mi memoria de hedores
nauseabundos que habitan en mi celda cuando la humedad rebelde traspasa las
paredes desnudas de color y llenas de desgracias.
Al fin ha terminado el infame aislamiento y he salido fuera de mi celda
como si yo fuera una flor al brotar en el inicio de la primavera buscando los
primeros rocíos que regala la naturaleza. Te escribo sentado en una esquina del
patio principal de la cárcel, escuchando las voces de varios hombres cubiertos
de miseria, de tristeza y de desesperanza, escuchando las ráfagas de alegrías y
de recuerdos de estos desgraciados que se han convertido en escombros
humanos, en ruinas humanas tratando de levantarse y de recomenzar su vida si
es que alguna vez la tuvieron. Las voces y el aire lúgubre se abrazan para
adornar este paisaje que se presenta a mis ojos bañados de alegría, pero a la
vez reconociendo la triste realidad que representa este encierro. Con la
aquiescencia del director, podré salir al patio una hora por semana. Caminé
por el perímetro interno del patio por capricho de mis inquietos pies que
deseaban sentir el suelo, tocar la tierra arenosa y caliente, llena de piedras,
llena de libertad y sosiego. Quería gritar pero no lo hice, quería correr, pero no
me atreví, quería bailar un bolero pero tú no estabas ahí…Que no daría por
bailar contigo en estos momentos tan difíciles ¡Me debes un baile, negra!
Hoy conocí a un preso que se me acercó con cautela para conversar un
rato, no podía negarme ante semejante oportunidad de interactuar con alguien
que está viviendo lo mismo que yo. Luego de varios minutos conociéndonos,
Joseíto (mi nuevo compañero) me explicó con detalle las reglas que debo
seguir dentro de la cárcel si quiero seguir con vida (esa palabra perdía su
significado al respirar la miseria externa de la cárcel). Lo primero que aprendí
es que el director de la cárcel es un simple adorno que no inspira ninguna
pizca de respeto. La verdadera autoridad que rige los destinos de la prisión son
los líderes de los presos llamados caciques; hay un cacique por cada sector de
la cárcel, por lo tanto, hay cuatro caciques que tienen el control de San
Gerónimo. Las normas y leyes de la sociedad que juzgaron a todas estas almas
que habitan en este recinto no se aplican porque no existen dentro de la cárcel.
Solo existen las leyes impuestas por los caciques, todo ser humano está sujeto
a los designios de ellos como los animales encadenados a su propia
inteligencia. Si alguien se atreve a desobedecer estas leyes, dejará de existir. A
las personas como yo se les llama iluminados, no pertenecemos a la clase de
presos sentenciados por delitos o crímenes, nadie puede atentar en contra de
nosotros, estamos sometidos por la justicia manipulada por el gobierno, es
decir, nuestro juez, nuestro carcelero, nuestro verdugo es el gobierno. Si
alguien roba algo sin el consentimiento de los caciques, se le corta la mano
como señal de castigo. Cualquier arma, droga, alimento, licor, medicina,
cantidad de dinero, hombre, mujer, animal que ingrese o salga de la prisión
tiene que tener el visto bueno de los caciques. Todo esto es la punta del
iceberg que me describió Joseíto sobre la forma de vivir y sobrevivir dentro de
San Gerónimo.
Joseíto es un joven de buen carácter, de piel morena como el jugo de caña
recién exprimido, flaco como la mayoría de los que están encerrados aquí.
Cayó en desgracia por el delito de homicidio (involuntario según él), su gran
elocuencia y notable inteligencia es perfecta para mis deseos de compartir con
alguien mis ideas y pensamientos que estaban encerrados en mi mente y
deseaban afanosamente liberarse. Me contó que tiene una gran habilidad con
los números y deseaba iniciar un curso de contaduría antes de entrar aquí, pero
sus malos pasos truncaron esos deseos de joven que buscaba el progreso y
algo de futuro. Esta habilidad con los números lo llevó a trabajar en el casino
que está dentro de la cárcel… ¡Si, un casino! ¡Un casino! No lo podía creer,
existe un casino que está dirigido por los caciques con la complicidad obscena
del director. Tendría que escribirte tres cartas más para explicarte con
minuciosidad todo lo relacionado con el insólito casino y con la economía
pujante que se ha establecido en la cárcel por obra y gracia de los presos.
Por ahora, es todo lo que puedo escribir acerca del fin del atroz aislamiento
al que estuve sometido y que me mantuvo al margen de la otra cara de San
Gerónimo. Te escribiré pronto, no obstante, sin pretender ocultar el ambiente
sombrío e inverosímil que acabo de descubrir gracias a la larga conversación
que sostuve con Joseíto, hoy fue un día muy peculiar para mí, hoy conocí el
lado humano de la cárcel, una cara tímida, un rostro caluroso, con mirada de
esperanza que a su vez hurga en lo más perverso de la conducta humana.

CARTA XIV

Madrid, 27 de julio de 2017


Franklin K. a Dilbert Campos
Apreciado hermano,
Me siento muy frustrado y una gran impotencia me embarga al saber de tu
injusta prisión. Mamá me llamó hace tres meses para notificarme de tu
detención arbitraria. Hasta estas lejanas tierras han llegado las noticias de tu
encierro y de la grave situación que atraviesa el país. Estoy al tanto que Betsy
y tú están siendo acusados de pertenecer a una organización terrorista y de
incitar a una insurrección popular en contra del gobierno. Por supuesto que
todas esas acusaciones son puras patrañas del poder que se siente amenazado
por la disidencia que ha alzado su voz para decir lo que la mayoría de un país
piensa. Tu encierro es una represalia por tu posición disidente y crítica hacia el
poder que ha mostrado su rostro despótico y ya no puede ocultar su naturaleza
represiva. Lamento no estar en el país para apoyarte y prestar ayuda a la
familia que está atravesando esta dura realidad.
Llevo nueve meses viviendo en Madrid, tratando de buscar un nuevo
rumbo, un nuevo horizonte que el país no me lo puede ofrecer en estos
momentos. La ciudad ha sido amable conmigo, pero a veces su indiferencia y
su frialdad ha hecho mella en mi estado de ánimo. Trabajando como mesero
he sentido la dura experiencia de ser un emigrante en tierras desconocidas
donde la incertidumbre es el equipaje más pesado que tengo que llevar. Al
salir agotado del trabajo, camino por las calles madrileñas sintiendo en mi
rostro el frío de la noche frívola de la ciudad. Las noches de Madrid están
llenas de vida, son noches de oscuridad diáfana que revuelven mis
pensamientos y recuerdos y los arrincona en el lugar más recóndito de mi
mente, sus luces voluptuosas me llenan de una especie de alegría insípida que
adormece mi alma a medida que camino y observo con curiosidad como la
noche se mueve como una mariposa en un bosque lleno de árboles frondosos
que se convierten en laberintos desordenados de múltiples caminos. Las
noches madrileñas me regalan voces y sonidos que agitan mi cuerpo, y me
hacen sentir seguro, esas voces y sonidos desembocan en las calles y el eco
que produce al diluirse en el aire llega a mis oídos y una sensación de
apaciguamiento refresca mi cuerpo que siempre se encuentra abatido por la
larga rutina laboral. Esta sensación me hace sentir bien y es algo que no se
puede sentir en la actualidad en las mezquinas y amargas noches caraqueñas.
Sin embargo, toda la voluptuosidad y elegancia que ofrece esta ciudad no
impide que todos los días piense aunque sea algunos segundos, en mi tierra
azotada por una revolución que se retuerce en el charco del oprobio. Siempre
pienso en Caracas y el largo trayecto que deberé hacer en el día que deba
regresar y dejar de ser un emigrante sin rumbo para convertirme en un trozo de
esa Caracas que jamás podré olvidar.
Por lo momentos es imposible que pueda viajar y estrechar tu mano, verte
a los ojos y abrazarte como a un hermano mayor. Solo me queda ofrecerte
estas sinceras palabras de aliento, estoy seguro que saldrás airoso de este trago
amargo que la vida te ha ofrecido y créeme que esa amargura la estoy
sintiendo en estos momentos. Recibe un fuerte abrazo de tu hermano que
estará siempre pendiente de ti.

CARTA XV

Dirección de Inteligencia Nacional, 18 de agosto de 2017


Betsy Carmona a Noresly Malaver
Ante todo quiero darte las gracias por tus esfuerzos en conseguir que me
permitieran recibir visitas, espero que algún día puedas visitarme y así poder
conocerte y darte las gracias personalmente. Quiero contarte sobre el caso de
una joven que conocí recientemente. Su nombre es Clementina y la
transfirieron desde la prisión de mujeres La Magdalena hace cinco días, su
rostro estaba muy maltratado por el martirio que ha tenido que sufrir. Ella me
contó que en La Magdalena trataron de lavarle el cerebro, es decir, la forzaron
a seguir una ideología que algunos llaman comunismo. Su mente llena de
valores y principios que estaban bien arraigados sucumbieron por la fuerza
bruta de las ideas a favor del gobierno. La obligaron a entonar canciones,
elogios y consignas a favor de la revolución y del líder supremo. Las mujeres
que hacen vida en ese antro de reclusión tenían que cantar todos los días el
himno con la mirada impertérrita clavada en la imagen del líder de la
revolución colgada en una de los muros del patio central de la cárcel. Para ella
era un sufrimiento tener que entonar el himno, y recitar consignas que iban en
contra de lo que ella siempre había repudiado. Una vez se rehusó a cantar el
himno y la castigaron de la forma más vil que he escuchado. Los guardias la
agarraron por los cabellos y la arrastraron por el medio del patio central como
castigo por haber osado cerrar la boca durante el canto del himno y bajar la
mirada ante la imagen del líder de la revolución. No contento con ello, la
obligaron a estar parada por varias horas con la mirada incrustada en la
imagen del líder bajo un sol inclemente que hacía de ese castigo una ofensa a
su dignidad. Luego de varias horas en el patio central, clavada como un árbol
marchitándose por los latigazos inclementes del sol, su cuerpo no pudo
soportar más y se desmayó. Mientras me contaba este terrible episodio, me
abrazó y empezó a llorar, sentí sus lágrimas de tortura susurrar por mi pecho
acongojado por lo que había escuchado, sus sollozos trataban de traspasar mi
pecho húmedo por el calor melancólico que sentía en ese momento, traté de
consolarla pero ella estaba sumergida en ese mar de dolor y de recuerdos que
humedecía mi ánimo y mi sensibilidad. Luego de superar el llanto, siguió con
su aterrador relato.
Después de los tratos crueles e inhumanos que había recibido Clementina,
trató de ahorcarse en su celda con una toalla que había conseguido por una de
sus compañeras que pertenecía a la red de contrabando y de prostitución que
existe en esa prisión. La directora de la cárcel decidió enviar a Clementina al
hospital psiquiátrico San Patricio al oeste de Caracas. Pasó siete meses en
rehabilitación tratando de buscar el significado de su vida y tratar de ser una
mujer libre de traumas y torturas, ser una mujer que buscaba abrazar la vida,
sentir la brisa efímera de la esperanza. Cuando escuché la palabra suicidio que
emergió en unos de los momentos más aterradores del relato, mi cuerpo se
estremeció y mi futuro se ensombreció de tal manera que mis ojos se cerraron
involuntariamente buscando la manera de no pensar en el significado de esa
palabra. Cuando terminó su rehabilitación, la enviaron aquí y le prometieron
que en los próximos meses le iban a otorgar una libertad condicional debido a
su estado de salud mental. Pero, los fantasmas, las voces de torturas, los
golpes del maltrato, el aliento putrefacto de los castigos la seguían
atormentando. Es por esta razón que te escribo para que puedas hacer algo por
ella, este lugar es la continuación de su tortura, es la silueta del verdugo que
no la deja en paz. Espero que esta historia de Clementina la puedas hacer
pública y que su liberación sea lo más pronto posible. Me despido con esta
desagradable sensación de haber escrito esta carta, pero era algo que tenía que
hacer.

CARTA XVI

San Gerónimo, 28 de agosto de 2017


Dilbert Campos a Noresly Malaver
El motivo para escribir esta carta es dejar el testimonio de la violación de
los derechos humanos que padecen los hombres que han intentado establecer
algún tipo de vínculo, amistad o apoyo hacia mi persona. Quiero escribir el
siguiente relato basado en los acontecimientos que he tenido que presenciar
dentro del ambiente miserable en que se ha convertido mi encierro:
En aquella tarde del 14 de Agosto del presente año, Joseíto, Yerson y John
Jairo, tres jóvenes cuyos rostros desordenados trataban de escapar de la
tormenta de violencia y terror que azotaba todos los rincones de la cárcel,
conversaban con algo de espontaneidad conmigo sobre los últimos hechos
que, para ellos eran simple rutina carcelaria, pero para mí era algo que todavía
no he podido asimilar. Días atrás, se había producido un motín en unos de los
sectores más populosos de la cárcel. El cacique que gobernaba ese sector
apodado el cachorro reclamaba su derecho a tener el control total de la
distribución y venta de droga dentro del penal. El desencuentro con los otros
caciques terminó en una brutal carnicería, un enfrentamiento armado entre
todos los sectores de la cárcel terminó con un saldo de quince fallecidos y
treinta heridos de gravedad. La sangre derramada anunciaba la toma del
control de la cárcel en manos del cachorro, él se había convertido en el
máximo líder de la cárcel y la mayoría de los presos apoyaban su
autoproclamación firmada con la sangre de hombres que la sociedad los había
transformado en desperdicios humanos, los olvidados de una sociedad sin
memoria y sin destino aparente.
En esa tarde inquieta, el viento caminaba sin fuerza como si estuviera en
un estado de abandono, impregnado por la tragedia que se había vivido días
atrás. Los tres jóvenes trataban de explicarme (en realidad trataban de
calmarme ante mi estado de angustia) las consecuencias de la reciente
carnicería. Luego el altavoz se escuchó en todos los oídos de los desgraciados
que estaban en el patio central (incluyéndome) y recibimos la orden de hacer
filas bien distribuidas a lo largo y ancho del patio. Nos mandaron a quitar toda
la ropa, varios guardias y funcionarios de seguridad empezaron a repartir
golpes y patadas como niños en una fiesta de piñatas. Empujones, golpes,
obscenidades, palazos, codazos, cachetadas corrían por todos los cuerpos
semidesnudos, algunos estaban totalmente desnudos, la humillación, el pudor,
el abuso estaban en el suelo desparramados como hojas marchitas de un
verano de tortura. Luego de verificar que todos estaban sin ropa, apareció el
director de la cárcel, era la primera vez que lo veía, el mito de un hombre
inexistente se hacía realidad en aquella tarde de perdición y de olvido. En su
mano derecha sostenía una vara de madera de más de un metro de largo,
vestido con traje de color negro melancólico y con una seriedad hipócrita
digna del mejor canalla, alzó su voz diciendo: «He escuchado que muchos de
ustedes se han quejado que aquí se están violando los derechos humanos y que
no se les respeta sus derechos. Bueno, hoy van a disfrutar de sus derechos
humanos, les presento a los derechos humanos» Alzó la vara de madera como
si fuera un machete listo para desguazar animales. El aire vibró por el
movimiento de los cuerpos trémulos, desnudos, y sudorosos ante el inminente
castigo corporal. El director pasaba por cada fila golpeando a diestra y
siniestra esos cuerpos hundidos en el escarnio abrumador, cuerpos
polvorientos recibiendo una dosis de respeto, una pizca de derechos humanos,
los sonidos de la vara al golpear la carne de los presos retumbaban en el patio
central, quejidos incipientes brotaban en los adoloridos cuerpos maltratados, el
rostro de satisfacción, de crueldad del director era más perturbador que los
azotes que recibían los presos. Un sonido oscilante recorrió mi cuerpo al sentir
la vara chocar contra mi espalda, el dolor siguió por varios minutos, mi piel se
empezaba a corroer por el intenso chasquido del sol. Algunos recibían más
respeto que otros. Joseíto recibió tres palazos, uno en el muslo izquierdo, otro
en las nalgas y el último en la espalda, una marca roja en su espalda era el
estigma del oprobio que recorría en aquella tarde bañada de derechos
humanos. No me sentía como un ser humano, me sentía como un escombro de
hombre, un desperdicio humano que los verdugos trataban de sepultar en la
tierra ardiente de San Gerónimo. Al terminar de castigar a todos los que
estábamos parados en el patio, el director sacó un pañuelo del bolsillo trasero
del pantalón para secarse el sudor producido por el intenso respeto que había
ofrecido a los miserables cuerpos que yacían desnudos soportando las ráfagas
del dolor y de la humillación que laceraba lo poco que les quedaba de
dignidad, y dijo con un aire de cinismo: «Está bueno por hoy, si alguien no
está satisfecho, me avisa y con mucho gusto le haré valer sus derechos» Luego
de haber terminado de pronunciar esas infames palabras, empezó a caer una
leve llovizna. Caminábamos hacia nuestras celdas, los pies nos pesaban, los
pasos hacían levantar el polvo que se mezclaba con la apatía de nuestros
cuerpos, las miradas burlescas e hirientes de los guardias desnudaban aún más
nuestros cuerpos, esas miradas eran tan punzantes como millones de alfileres
calientes incrustados en la piel de los condenados que estaban en esa tarde
nefasta. Algunos caminaban desorientados, otros caminaban con presteza para
esconder su desnudez que se derretía con el calor de la tarde. Además de las
huellas que dejaban nuestros melancólicos pasos en el suelo arenoso que se
iban borrando con la tenue lluvia, Joseíto, Yerson y John Jairo seguían parados
en el centro de patio, sintiendo la humedad de las gotas de lluvia en sus
ultrajados cuerpos coloridos por las caricias de la tortura y el barniz de los
rayos solares. Más tarde me enteré que habían sido obligados a permanecer de
pie durante todo el tiempo que duró la lluvia. Fue una represalia por hacer
contacto conmigo. No fue necesario que ellos me lo dijeran, su indiferencia y
su distanciamiento fueron la confirmación del castigo ocurrido en aquella
diáfana tarde llena de calor, humedad y respeto.
Dentro de mi celda todavía me sentía desnudo, a pesar de que tenía puesta
mi ropa. Había dejado algo en el patio de la cárcel, no sé qué era, solo sé que
ya no era el mismo hombre que entró a este antro hace siete meses. La realidad
me había despojado de mi sensibilidad y el peso descomunal de la tragedia
que mostraba su cara más tenebrosa me hizo comprender que, yo pertenecía a
este mundo sin reglas, sin escrúpulos, sin tregua, sin dignidad donde nuestros
cuerpos y nuestra sangre no nos pertenecían y en cualquier momento nos
podíamos convertir en polvo ardiente… Polvo seco que irremediablemente iba
a su fuente de origen, polvo somos y en polvo nos convertiremos.
Tenía la misma mirada, sin embargo, mis ojos veían las cosas de otro
modo, otro punto de vista había nacido dentro de mí, tenía esos ojos redondos
llenos de desconfianza, de temor agazapado que se escurría en el rostro que se
reflejaban en las miradas abatidas de los miserables que me hacían compañía
en mis ratos libres en el patio de la cárcel. Yo era uno de ellos, y mi destino
estaba encadenado al destino mortecino de San Gerónimo. Ahora solo me
quedaba buscar la forma de sobrevivir en esta nueva realidad que florecía ante
mis ojos renacidos y mancillados por la brisa voluptuosa de la tortura.
Además, pensaba en cómo seguir en contacto aunque sea de forma esporádica
con Joseíto, Yerson y John Jairo, ellos eran lo más cercano a una amistad.

CARTA XVII

Dirección de Inteligencia Nacional, 10 de septiembre de 2017


Betsy Carmona a Dilbert Campos
Hoy en la tarde me llegó por medio de Henry (mi carcelero) una nota de
Noresly informándome que la semana que viene será la primera audiencia
preliminar sobre mi caso. No sé qué significa esto, pero por lo que decía la
nota, deduzco que me van a llevar a un tribunal y me leerán los motivos de mi
encarcelamiento y de otras mentiras que deberé escuchar. Noresly quiso
ponerme al tanto sobre este hecho para que no me pusiera nerviosa y no
tomara esto como un presunto traslado a otra prisión. Espero conocer a
Noresly e intercambiar algunas palabras con ella. No pienso mucho en ello,
solo pienso en la posibilidad de conversar con Noresly y conocer a la mujer de
rostro desconocido que me ha estado ayudando en estos momentos de
calamidad. Ojalá me permitan decir algunas palabras en esa tal audiencia,
tengo tantos pensamientos que se encuentran amarrados con las cuerdas del
resentimiento y reforzadas con las cadenas de la frustración que, cuando llegue
ese día se soltarán con la furia de una mujer golpeada por el destino cruel de la
desdicha.
En estos últimos días me he sentido mal de salud. Una fuerte tos se ha
incrustado en mi pecho que no me ha dejado dormir en las noches húmedas
que empapan mi cuerpo. La humedad de mi celda está haciendo estragos en mi
frágil humanidad, esa humedad tan sutil que me visita todas las noches ha
incrementado la vulnerabilidad de mis pulmones que gritan de desespero y se
rebelan en interminables ataques de tos. Sin embargo, el gesto cálido que
recibí ayer, ha calmado un poco la rebeldía de mis pulmones. Henry me
facilitó un jarabe para la tos y un poco de ropa para protegerme de la insolente
humedad que traspasa todas las noches las vacilantes paredes que sostienen mi
encierro. Espero que te encuentres bien salud, y que esta humedad que seca mi
sueño no llegue a tu sitio de encierro. Solo desearía sentir la humedad de tus
labios en los míos, esa humedad me quitaría todos los quebrantos de salud que
están floreciendo en mi cuerpo. Te escribiré cuando me confirmen el día de mi
audiencia preliminar. Te extraño mucho.

CARTA XVIII

San Gerónimo, 28 de septiembre de 2017


Dilbert Campos a Betsy Carmona
Hace tres días pasé una mala noche. Una gran algarabía acompañada de un
estruendoso bullicio me impidió dormir aunque sea dos horas. Se escuchaba
fuegos artificiales, música de diversos géneros a todo volumen, gritos de
alegría, disparos de armas de fuego, aullidos que parecían gritos, y gritos que
parecían aullidos se desvanecían en la noche sonora que retumbaba en el
interior de mi celda. La escandalosa noche me mantuvo despierto hasta el
amanecer. Escuché los primeros sonidos de la mañana que anunciaba el final
de aquella noche tan ruidosa, voces y ruidos se alzaban en el aire y un
incipiente sueño comenzaba a cerrar mis párpados y al final sucumbí al
reclamo de mi cuerpo por un poco de descanso que me fue arrebatado anoche.
Después de dormir varias horas, Rosavilma me despertó y me trajo el
desayuno. Mientras tomaba el vasito con café sin azúcar le pregunté sobre el
escándalo de anoche. Ella me respondió al mismo tiempo que iba cerrando la
puerta de la celda: «Hubo una fiesta en el casino, ayer fue el cumpleaños del
cachorro»
Después de dos días de aquella ruidosa noche, yo estaba en el patio y mi
mirada buscaba afanosamente a Joseíto. Él me vio y yo lo seguía observando.
Con gran disimulo se me acercó y él ya sabía lo que yo le iba a preguntar, sin
esperar a que yo hiciera la pregunta, él me respondió: «Hace dos días cumplió
años el cachorro, treinta años, de los cuales doce los había pasado encerrado
en esta cárcel. Tuve mucho trabajo en esa noche, había demasiada gente en el
casino. Yerson y Jhon Jairo me ayudaron a cargar las decenas de cajas de
licores y de comida para el gran banquete. No te imaginas toda la comida que
había en el banquete; carne a la parrilla, pollo a la brasa, arroz con pollo, asado
negro, pabellón criollo, paella valenciana, tequeños, ron, cerveza, ginebra y
pare de contar… El cachorro mandó a traer un autobús lleno de putas para
hacer la fiesta más alegre y más placentera. El casino estaba a reventar,
algunos invitados pagaban las apuestas con dólares, el dinero y la droga
corrían por todos los rincones del casino. Hubo un gran brindis por parte del
director y con su gran cinismo dijo que este era el mejor casino del país. No se
escatimó esfuerzo en contratar a un grupo musical, que tocaron piezas
magistrales de los cantantes criollos más conocidos del llano adentro, así como
también entonaron canciones de salsa brava y no tan brava, merengue y otros
géneros no aptos para menores de edad. En esa noche tumultuosa conocí lo
que significan las palabras orgía, y depravación. Las putas ofrecían sus
servicios a diestra y siniestra a cualquier macho que mostrara algo de dinero y
de hombría, sus cuerpos esbeltos solo buscaban el dinero que llevaban la
mayoría de los presos que eran muy cercanos al cachorro y de los refinados
invitados que pertenecían a la alta clase del gobierno; ministros, militares,
banqueros, comerciantes, oportunistas, políticos, y todo espécimen ligado al
gobierno se dejaron llevar por la ola de orgia y de placer que culminó en una
sinfonía de alaridos de hembras en celo tratando de satisfacer el deseo
abrasador de aquellos hombres despojados de todo pudor y de principios, eran
como animales tratando de ser más animales que los demás que no habían
podido entrar a esa fiesta llena de excesos y de bajos instintos. Todo aquello
terminó en varias ráfagas de tiros de fusil y de otras armas largas como si fuera
un homenaje a un soldado caído en batalla, pero era solo un desfogue de esas
almas llenas de inhumanidad y de resentimiento»
Luego de haber escuchado el motivo de aquella noche de escándalo y de
placer que fue bien detallada por la gran elocuencia de Joseíto, le pregunté
cómo estaba su salud, su palidez era muy evidente y su rostro desorientado por
los estragos del encierro me hacía suponer que estaba escondiéndome algo. Al
final me dijo que estaba sufriendo de una gastroenteritis y que estaba
esperando la llegada de los medicamentos para iniciar el tratamiento
correspondiente, con algo de buen humor me dijo que el motivo de su
quebranto de salud era por los excesos cometidos en aquella noche en el
casino, yo agregué: «¿Exceso de alcohol o de mujeres?» Y él respondió con
una sonrisa de sinvergüenza: «De las dos cosas»
Nos despedimos sin mostrar ningún gesto de amistad. A pesar de las
amenazas y castigos que había recibido por el solo hecho de conversar o
establecer algún vínculo de amistad conmigo, él seguía conversando conmigo
y me trataba como si fuera un amigo de la infancia. Por otro lado, yo le
contaba cómo era el oficio de abogado, para que sirven las leyes y como la
justicia a veces comete errores tan desastrosos que arrojaba al olvido y la
miseria a miles de seres inocentes. Desde que supo que yo era abogado, se
interesó por todo lo relacionado con las leyes y los juicios que siempre le eran
ajenos a su limitada educación, su apetito por saber más sobre mi profesión le
había sembrado en su mente la idea de estudiar leyes para convertirse en un
abogado y defender a los miserables compañeros que había conocido en San
Gerónimo y que la inocencia en varios de ellos era algo difícil de ocultar a
pesar de todo lo que había visto y escuchado sobre ellos. Inocentes o no,
merecen ser tratados como hombres con derechos y no como animales que
trataban de sobrevivir a los designios de los caciques.
Esperaré con paciencia las noticias sobre tu audiencia, y espero que alces
tu voz para que se escuche más allá del tribunal adonde te piensan llevar.

CARTA XIX

Dirección de Inteligencia Nacional, 11 de octubre de 2017


Betsy Carmona a Dilbert Campos
(Escrito sobre una servilleta)
La semana pasada tuve la dicha de conocer a Noresly. Por fin le
permitieron visitarme y conversamos un buen rato. Es una mujer muy cordial
y su voz me transmitió mucha seguridad y sosiego. Curiosamente, me di
cuenta de que ella es tu abogada y yo no me había dado cuenta a pesar de que
tú la habías nombrado varias veces en tus cartas. Me dijo que había trabajado
contigo hace años en una organización que defiende los derechos humanos en
el país. Por último, me dijo que la semana que viene sería la primera audiencia
de mi caso, pero ella cree que eso no va a ocurrir y que lo van a retrasar para
tenerme más tiempo encerrada. Se me está acabando el espacio para escribir,
no pude conseguir papel para escribir tantas cosas que tengo guardadas.
Recibe un abrazo y un beso de parte mía y de Noresly.

CARTA XX

San Gerónimo, 23 de octubre de 2017


Dilbert Campos a Noresly Malaver
«Él no sabía que día era, pero él aseguraba que era un día caluroso del mes
de septiembre. Lo habían golpeado de forma tan brutal que sus huesos
parecían astillas a punto de quebrarse, varios moretones que reflejaban el
salvajismo de sus verdugos se expandían por su cuerpo como la furia
contenida en su mirada al contar estos sucesos. Después de que la tortura lo
había golpeado sin clemencia, lo llevaron a una celda infesta de olores a
sufrimientos y atrocidades, le vendaron los ojos, le amarraron las manos y los
pies con cuerdas tan ásperas como lijas sin estrenar, y lo colgaron como si
fuera un cerdo, como un trofeo de caza, su cabeza apuntaba al suelo. Luego lo
rociaron con un líquido que olía a amoníaco, pero yo sabía que era orina y no
me lo quería decir, a mis oídos llegaron muchas historias similares a esta.
Después de insultarlo hasta el cansancio, lo golpearon con algo que parecía a
un látigo, lo dejaron tan marcado que parecía un cristiano recién azotado por el
látigo romano. Luego le restregaron excremento por la cara, por el pecho y por
la espalda, pero me dijo con firmeza que la única inmundicia que había en esa
celda eran sus tres verdugos que alardeaban de su sadismo y de su
degeneración. No eran seres humanos, bueno si lo eran, pero lo que hacían no
era precisamente algo característico de un ser humano, eran cuerpos sin alma,
cuerpos atiborrados de maldad y de miseria, mentes sin escrúpulos que
obedecían órdenes de otros hombres sin alma y sin conciencia. Le decían que
se iba a morir, que su final estaba cerca. Jugaban con su mente, ya habían
jugado y abusado de su cuerpo, y ahora tenían que doblegar su mente. Ahí
precisamente es donde es difícil de llegar y de doblegar, en la mente de los
hombres rectos y de principios bien arraigados. Emeterio Acosta era de esos
hombres, de principios tan rígidos como su carácter. No era la primera vez que
lo torturaban, ya había sentido el frío abrasador del castigo, la barbarie de las
ideas opuestas a sus ideales y a su pensamiento, el aliento de sus verdugos que
eran como perros de presa que mordían su cuerpo robusto hasta sentir los
dientes de la inclemencia. Cuando sus verdugos se cansaron de torturarlo, lo
bañaron con agua fría para quitarle las inmundicias que estaban adheridas a su
cuerpo, el aire nauseabundo de aquella celda todavía se respiraba en la
memoria de este hombre. Después lo sacaron de esa celda nauseabunda y
lúgubre. Ahora entendía porque esa celda olía a mierda y a orina. Muchos
hombres habían pasado por ese calvario, siempre se preguntaba cuántos
hombres habrían sufrido lo mismo que él.
Al salir de la celda lo trasladaron a otra celda más lúgubre que la anterior,
pero esta no olía a mierda ni a orina. Luego escuchó los gritos de otros
hombres que estaban sufriendo el castigo miserable que él había sentido. Él no
había gritado cuando habían desgarrado su cuerpo y aplastado su dignidad,
solo emitió algunos leves alaridos que eran el eco de su alma que trataba de
salir de aquel cuerpo mancillado por la brutalidad humana. Me dijo con un aire
de orgullo que esos gritos que no pronunció los estaba guardando para el
futuro, cuando sus verdugos y los bastardos que habían dado la orden de
torturarlo fueran sometidos por la justicia, y sin remordimiento los vería
sucumbir ante el peso de la ley que algún día llegaría y cuando eso ocurriera,
sus gritos retumbarían en los oídos de esas escorias humanas para denunciar
las atrocidades a la que había sido sometido por rebelarse y disentir en contra
de un gobierno con traje de canalla y mirada de genocida. Al igual que
Emeterio, Luis José, Pedro María, Regulo Eduardo y Luis de la Santísima
Trinidad sufrieron el atropello vil de la tortura. Al terminar de contar todo
esto, me volvió a enseñar las huellas de la tortura diseminadas por todo su
cuerpo. Se sentó en el suelo del patio y se puso a reflexionar sobre lo que
acababa de confesarme como si fuera un pecador desahogándose en el
confesionario de la vida.»
Esta historia ha sido inspirada en hechos reales contados por Emeterio
Acosta, un preso recién llegado a San Gerónimo y que he tenido el privilegio
de conocer. Lo habían trasladado desde la cárcel Las Ruinas del Calvario hace
diez días, nuestro encierro tiene mucho en común, somos víctimas de la
censura a la libertad de expresión y él había sufrido más que yo aquella osadía
de tener libre pensamiento en un país que le costaba mucho reflexionar de su
pasado y de su presente, y en donde disentir, criticar, cuestionar, opinar,
divulgar y confrontar era como una astilla en la mente retorcida del poder que
gobierna.
Deseo que divulgues por todos los medios disponibles esta carta y las
atrocidades sufridas por todos estos hombres cuyo libre albedrío está intacto
dentro de sus cuerpos derruidos por la constante tortura física y mental.


CARTA XXI

San Gerónimo, 25 de diciembre de 2017


Betsy Carmona a Dilbert Campos
Dilbert, estoy en libertad. Hace tres días me otorgaron libertad condicional,
no puedo salir del país, ni hacer declaraciones a la prensa. Tengo que
admitirlo, siento una dicha que embarga mi alma, pero esta dicha no es
completa sabiendo que tú estás encerrado. Al igual que tú, existen decenas de
inocentes que buscan sobrevivir bajo el manto de la opresión y de la tortura
que se hizo más evidente cuando salí de mi prisión. Estoy en Caracas con mi
familia, me reuní con Noresly para saber el inicio de tu juicio. Las ganas de
verte no las puedo ocultar. En estos momentos, me siento en una encrucijada,
mi cuerpo está libre pero mi mente todavía está detrás de aquellos muros
pesados que se asientan en mi memoria y en mis pesadillas. Ahora invertiré
todo mi tiempo y mis fuerzas para denunciar tu encierro, a pesar de las
restricciones que me han sido impuestas, ya sabes como soy yo, mi boca
rebelde no se detendrá ante la prohibición de hablar sobre tu caso y sobre los
casos de humillación y tortura que presencié en la prisión. Ya no quiero
escribirte más cartas, solo quiero abrazarte, verte a los ojos y besarte sin parar,
solo quiero estar contigo de una vez. Espero volverte a ver muy pronto.

CARTA XXI

La Catedral, 18 de marzo de 2018


Rosavilma a Dilbert Campos
Me enteré que saliste en libertad condicional hace una semana, me alegro
mucho por ti, yo estaba convencida de que tarde o temprano ibas a salir de tu
encierro, era evidente que tu inocencia no podía seguir encadenada en ese
antro de perdición como lo es San Gerónimo. Estoy muy contenta con tu
libertad, sin embargo, te escribo para solicitarte una ayuda de una persona que
ha caído en desgracia y la desesperanza atenta contra mi deseo de vivir.
Lamentablemente estoy encerrada en la cárcel de mujeres La Catedral desde
hace dos semanas. Seguramente te preguntarás porque estoy en esta prisión, la
pregunta es fácil de responder, mi prisión se debe a que me convertí en una
mujer que vio en ti a un hombre inocente caer en la opresión de la cárcel, mi
delito fue ser la persona que te ayudó a enviar a recibir las cartas que se
escondieron bajo la sombra de la clandestinidad guiada por mi complicidad.
Las mismas personas que te llevaron a estar encerrado por más de un año, son
las mismas que me tienen prisionera en esta celda maloliente en donde la luz
del sol no puede penetrar y las alimañas me hacen compañía en las
interminables noches de insomnio que debo padecer. Para mis carceleros que
también fueron los tuyos, tu encierro debió ser una tortura eterna, un castigo
para tu cuerpo y una devastación para tu mente. Pero no contaron que una
mujer se apiadó de ti, se escabulló en las noches trémulas y te escuchaba
atentamente al otro lado de la puerta de tu celda cuando tus suplicas, tus
temores, tus sueños ondulaban hasta mis oídos y desafiaban el grosor de
aquella puerta metálica que nos separaba en aquellas noches de largas
conversaciones, tú hablabas sobre la rutina que te agobiaba, de las penurias
que debías soportar, de tu sufrimiento que nadie quería escuchar hasta la noche
que decidí sentarme en el suelo y apoyar mi cabeza en la puerta para escuchar
con nitidez tus murmullos que a veces se convertían en sollozos y que me
hacían llorar en silencio. En aquellas largas conversaciones sentía tu
sufrimiento como si fuera el mío, cada día que te prohibían la comida, yo me
la ingeniaba para conseguir algo de comida y te la ofrecía como si fuera la
comida que ofrecía la prisión. Ahora puedo decirte que los tres primeros
meses recibí la orden de que recibieras una sola ración de comida al día, pero
yo me negué a cumplir esa mezquina orden y hasta llegué a compartir mi
comida contigo sin que supieras que a veces dejaba de comer por solo verte
satisfecho y así aminorar tu sufrimiento por algunos días. Y cuando te llevaron
a la enfermería para atender tu estado de desnutrición, yo me acerqué con la
excusa de haber recibido órdenes de no separarme de ti en aquella situación, y
me agarraste la mano buscando iniciar una conversación y al mirar tus ojos
moribundos me di cuenta de que aquel estremecimiento al sentir tu mano
sobre la mía, era una sensación que jamás había sentido, un estado sublime
que llegó al paroxismo que desbordo mi cuerpo y se arraigó en mis más
profundos recuerdos. Si quieres que sea más explícita, entonces lo voy a ser.
En aquel instante me enamoré de ti como una jovencita buscando una aventura
que rebasará los límites. Pero, el ambiente lúgubre y hostil de la cárcel me
impidió expresar mis sentimientos hasta el día de hoy en que estas palabras
muestran mis verdaderos sentimientos hacia ti. Mi osadía de haberme
enamorado de ti me ha costado muchos días de aislamiento, muchas noches de
tortura, y muchas lágrimas que desembocan en el suelo mugriento de mi celda.
Espero que esta carta llegue lo pronto posibles a tus manos, necesito de tu
ayuda, ahora soy yo la inocente que siente el brutal peso de la injusticia. No
quiero que sientas lastima por mí, solo quiero que ahora seas los oídos a mi
sufrimiento y a mis suplicas. Espero sobrevivir a esta tragedia que estoy
enfrentando, solo me queda la esperanza de que escuches mis suplicas y de
volverte a ver.


CARTA XXII

Caracas, 5 de abril de 2018


Dilbert Campos a Rosavilma
Recibí tu carta y estoy muy deprimido con tu encierro. Decidí ser el
abogado de tu caso, es lo menos que puedo hacer por ti en estos momentos.
Siento mucho que tengas que sufrir los golpes de la injusticia, como me
gustaría ser tu carcelero para poder acompañarte en las noches que se hacen
eternas cuando la mente divaga por la desesperanza y la melancolía. Haré todo
lo posible para visitarte y sacarte de la cárcel lo más pronto posible. También
quiero darte las gracias por todo lo que hiciste por mí, me arrepiento de no
haberte dado las gracias en persona cuando salí de la cárcel, nadie sabía de tu
paradero, ahora entiendo porque nadie me daba información sobre ti, ya
estabas en las garras de los miserables que pretenden controlar nuestras
libertades. Nunca olvidaré lo que hiciste por mí en aquellos días en que mi
cuerpo soportaba la tortura del tiempo y la inclemencia de la soledad, tus
sentimientos hacia mí me obligan a concentrar mis esfuerzos en conseguir tu
libertad. Como fuiste sincera conmigo, yo también lo seré, yo también sentí
algo por ti, esa sensación que me hacía más fuerte y me alejaba de aquel
mundo de muerte y desolación fue lo que me hacía aferrarme a la vida y a la
idea de que algún día iba a salir de ese infierno. Tu generosidad y tu apoyo
incondicional fueron lo que me mantuvo con vida y me hacía más fuerte ante
las privaciones y las calamidades que me azotaban a diario. Nunca podré
pagarte por todo lo que hiciste por mí, pero si lo aceptas, yo te ofrezco mi
palabra de que te sacaré de la cárcel y enfrentar a las personas que cometieron
esta vil injusticia. Pero esto no es todo, seré aun más sincero, en una
oportunidad en que me llevaste el almuerzo, estuve a punto de robarte un beso
y de abrazarte para corresponder a tus sentimientos que se delataban cuando
me mirabas y yo me daba cuenta sin que tú sospecharas de algo. Nunca me
atreví a decirte que tú representabas lo más extraordinario que le puede pasar a
un condenado como yo, recibir a una mujer tan bella todos los días, entrar en
aquella celda oscura y llena de amargos recuerdos y que tu presencia me hacía
sentirme el hombre más afortunado dentro de la cárcel. A pesar de que mis
sentimientos en aquellos días estaban dirigidos a Betsy, no podía controlar la
pasión y la exaltación creciente que hacía en aquellas noches en que no
podíamos conversar, en noches tranquilas en donde mis sueños tenían como
protagonista tu silueta de mujer altanera, en aquellos sueños olía tu aroma de
mujer de piel morena que me embriagaba, todos los hedores de mi celda
desaparecían cuando soñaba contigo, cuando tu aroma me hacía soñar aún más
y cuando te abrazaba y te besaba en cada rincón de mi imaginación.
No puedo ser más sincero, todavía siento algo por ti a pesar de que en estos
momentos estoy con Betsy, pero eso no me impide que cumpla mi promesa de
ayudarte a salir de la cárcel. El futuro es incierto, eso lo sé muy bien, no
obstante, quiero sentir la incomodidad de la encrucijada, y el terreno de lo
desconocido. Ahora lo importante es tratar de que salgas de esa nefasta
prisión, esta es la última carta que escribiré, lo demás será escrito en las
páginas de los hechos, mis sentimientos desembocan en dos vertientes, quiero
saber a cuál de esas vertientes me conviene ir. Sabrás más noticias sobre mí,
no lo dudes, ya no es necesario que escribas más cartas, ya todo se ha dicho.
Espero volverte a verte y a decirte mucho más de lo que dicen estas palabras…

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