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SITUACION SOCIOPOLITICA DE GUATEMALA

Guatemala está atravesando una crisis social cuyo desenlace determinará el


desarrollo de un Estado democrático o la consolidación de un Estado autoritario,
sustentado por la corrupción y la impunidad. Infortunadamente, esa minoría que
gana con el segundo modelo —compuesta por una amalgama de políticos, militares
y empresarios— está envalentonada como resultado del aparente éxito que han
tenido sus similares en Nicaragua y Honduras.

Los diferentes casos llevados a tribunales por el Ministerio Público desde 2015, con
el apoyo de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig),
ayudan a comprender la gran carretera por la que transitan los miembros del Pacto
de Corrupción: una vía sin ideología, en la que se corre muy rápido por el impulso
del dinero proveniente de negocios turbios. Una carretera en donde las únicas
reglas son no dejarse atrapar y enquistarse en el poder público. En ese sentido, la
consolidación de este modelo requiere tener a su servicio, o hacer socios, a aquellos
que toman decisiones o influyen significativamente en el imaginario social:
presidentes de los organismos del Estado, partidos políticos, representantes
sindicales, empresariales y religiosos, así como medios de comunicación.

De ahí que un primer paso para romper este Pacto de Corruptos sea fijar una
postura pública y tomar acciones consecuentes con esta. La Conferencia Episcopal
de Guatemala lo hizo la semana pasada con un mensaje contundente: «el sistema
político vive bajo la dictadura de la corrupción». Todavía falta ver una posición así
de tajante desde la academia —universidades y centros de pensamiento—, del
sector empresarial —cámaras y asociaciones—, del sector sindical —público y
privado—, de los medios de comunicación, de los movimientos sociales y de las
demás iglesias. El silencio ante la gravedad de esta crisis solo suena a complicidad.

Los comunicados son valiosos como punto de partida, pero una vez fijada la postura
pública toca que las personas y entidades contrarias al Pacto de Corruptos
promuevan una instancia para la búsqueda de acuerdos sociales que fortalezcan el
Estado democrático. Hay muchos temas, urgentes y estructurales, pero se debe dar
un sentido de proceso al blindaje de la democracia. Primero, vigilar y promover la
elección de un fiscal general probo, que dé certidumbre a la ciudadanía. El proceso
estará en manos de la comisión de postulación, y la decisión final la tomará el
presidente Morales.

Segundo, delimitar la agenda pro democracia que la sociedad debería exigir al


Congreso, aun cuando este no tenga como mayoría a los diputados más idóneos.
En esta agenda destaca la Ley Electoral y de Partidos Políticos. Asimismo, se debe
impedir cualquier intento de legislar a favor de la impunidad y la corrupción, nuevos
privilegios fiscales o alguna artimaña para limitar el trabajo de la Cicig.

Para que esto funcione se requiere de conocimientos y experiencias diversas, otro


motivo para actuar de manera colectiva. Otros dirán que hay más temas en la
agenda y es cierto, pero los planteados pueden ser un buen punto de partida.

El primer escollo en esta búsqueda de consenso reside en algo tan inicial como
determinar quién convoca: por influencia social, por credibilidad o por espacio
político. El reto bien puede recaer sobre la Conferencia Episcopal, el Consejo
Ecuménico, la Universidad de San Carlos, Naciones Unidas o los tradicionales
países amigos. Lo que sí está claro, es que salvo que seamos cómplices del Pacto
de Corruptos, no nos podemos quedar ni callados, ni quietos, ni separados.

 Nueva etapa en la disputa por el control del Estado.

El 2018 inició con al menos cuatro pretensiones de sectores que contradicen el


trabajo en contra de la corrupción: la primera, apuesta por la elección de Junta
Directiva del Congreso de la República y enlazada, una segunda, la aprobación de
una veintena de leyes. Esto representa la fusión de dos agendas, la económica
neoliberal de algunos grupos empresariales y la de organizaciones políticas
vinculadas a la corrupción. Requieren de garantías y protección de inversiones,
impunidad para sus operadores políticos y criminalización y represión de la protesta
social. La tercera, la designación de un Fiscal General afín para que prevalezca la
impunidad. El retardo vía litigio malicioso de acusados por corrupción la necesidad
de una Fiscalía capturada, dispuesta a suspender la persecución penal y que los
casos judiciales no prosperen. La cuarta pretensión: expulsión de territorio
guatemalteco del Comisionado Iván Velásquez de la Cicig. El socavamiento de
ambas entidades (Mp y Cicig) se ve reforzado con decisiones como la remoción
reciente de la dirección de la PNC.

La situación crítica de la institucionalidad ha evidenciado que:

La lucha contra la corrupción y la impunidad es importante, pero insuficiente. La


persecución y desmontaje de estructuras patrimonialistas, de captura y cooptación
del Estado, tienen límite y trasciende esa lucha. La depuración vía el encausamiento
judicial para la depuración y las reformas legislativas que persiguen devolver
funcionalidad al régimen, son absolutamente insuficientes. La reforma electoral por
ejemplo, es superficial y depende de partidos y diputados perseguidos por abusos
en su función.

Las instituciones vigentes son inviables; fueron rebasadas por la corrupción, el


clientelismo y ambiciones de políticos, empresarios, el crimen organizado y otros
actores.

La situación se puede revertir. Los actores de la corrupción y la impunidad están


cohesionados, son capaces de forzar una elección de cortes a su conveniencia,
lograr la eventual derrota judicial y restablecer viejas prácticas alteradas desde
2015. A la inversa, los grupos que luchan por la democracia, tienen débil
articulación.

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