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De la relación de Ixión con una nube a la que Zeus, para engañarlo, le dio la forma de Hera,
nació un hijo que fue llamado Kentauro, “el matador de toros”. Cuando creció, Kentauro
tuvo sexo con unas yeguas de Magnesia, en Tesalia, y así nacieron los primeros centauros
(machos) y centáurides (hembras), que después se reprodujeron entre ellos.
El más célebre de los centauros, por su sabiduría, era Quirón, de quien se decía que era hijo
de Cronos, el Dios del Tiempo, y de la ninfa Fílira, hija del dios Océano. Según la leyenda,
para escapar del asedio sexual de Cronos la ninfa adquirió la forma de una yegua. Pero de
todos modos fue alcanzada por Cronos quien finalmente la poseyó y de ese ayuntamiento
habría nacido el centauro Quirón.
La primera era la de los centauros del monte Pelión, en Tesalia. Estos eran los
descendientes de Quirón, quien por ser hijo de Crono era el único inmortal.
La tercera raza de centauros era la del Peloponeso, descendientes de Sileno un dios menor
que simbolizaba la embriaguez (y por eso los centauros eran borrachos), y de la ninfa
Melia, quien era la diosa de la miel.
La cuarta especie de centauros era la de Chipre. Estos nacieron del semen de Zeus, quien,
cuando nació Afrodita de entre las olas del mar —ya como una hembra perfectamente
formada—, quiso violarla. Pero Zeus no logró su propósito y su semen se derramó sobre la
fecunda Gea (la Tierra), quien alumbró a ese otro grupo de centauros.
Y el quinto grupo de centauros era el de los llamados Bestias de Lamos, que vivían en
Cilicia, en el sur de Anatolia que ahora es Turquía. Estos centauros eran hijos de las ninfas
Híades (Félise, Corónide, Eudora, Ambroxía, Feo, Polixo y Dione), las que se encargaron
de cuidar a Dionisios o Baco cuando este era niño. Siendo Dionisio hijo bastardo de Zeus,
procreado con Sémele, a fin de que la celosa Hera no lo matara lo escondieron y pusieron al
cuidado de las Híades. Para ocultar al pequeño Dionisio las Híades lo vestían como niña,
pero Hera, quien tenía mil ojos, se dio cuenta del engaño y castigó a las ninfas convirtiendo
a sus hijos en seres mitad caballo y mitad hombre, que fueron llamados las Bestias de
Lamos.
Rubén Darío, “cuya obra está profundamente marcada por las mitologías griegas y
romanas” —según Nicasio Urbina, investigador literario nicaragüense y catedrático
universitario en Estados Unidos—, se ocupó de los centauros. Incluso escribió un extenso
poema titulado El coloquio de los centauros , que al decir de otro reconocido intelectual
nicaragüense, el profesor Róger Matus Lazo, se caracteriza por sus implicaciones
esotéricas.
Las hembras de los centauros eran unas hermosas yeguas con cabezas de mujeres
igualmente bellas que eran llamadas las centáurides