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to lluvioso y no lograba recordar las figuras ni las nueve a.m. Esa demora (cuya importancia apre-
leyes del ajedrez. En ese punto, se despertó. Cesa- ciará después el lector) se debía al deseo adminis-
ron los estruendos de la lluvia y de los terribles re- trativo de obrar impersonal y pausadamente,
lojes. Un ruido acompasado y unánime, cortado como los vegetales y los planetas. ·
por algunas voces de mando, subía de la Zeltner- El primer sentimiento ~e Hladík fue de mero
gasse. Era el. amanecer; las blindadas vanguar- terror. Pensó que no lo hubieran arredrado la
dias del Tercer Reich entraban en Praga.. horca, la decapitación o el degüello, pero q~e
El diecinueve, las autoridades recibieron una morir fusilado era intolerable. En vano se rediJO
denuncia; el mismo diecinueve, al atardecer, Ja- que el acto puro y general de morir era lo temible,
romir Hladík fue arrestado. Lo condujeron a un no las circunstancias concretas. No se cansaba de
cuartel aséptico y blanco, en la ribera opuesta del imaginar esas circunstancias: ~bsurdame~~e
Moldau. No pudo levantar uno solo de los cargos procuraba agotar todas las vanac10nes: Antici-
de la Gestapo: su apellido materno era Jaroslavs- paba infinitamente el proceso, desde el Insomne
ki, su sangr~ era judía, su estudio sobre Boehme amanecer hasta la misteriosa descarga. Antes del
· era judaizante, su firma dilataba el censo final de día prefijado por Julius Rothe, murió cente?ares
una protesta contra el Anschluss. En 1928 había de muertes, en patios cuyas formas y cuyos angu-
traducido el Sepher Yezirah para la editorial Her- los fatigaban la geometría, ametr~llado por sol-
mann Barsdorf; el efusivo catálogo de esa casa dados variables, en número cambiante, que a ve-
había exagerado comercialmente el renombre ces lo ultimaban desde lejos; otras, desde muy
del traductor; ese catálogo fue hojeado por Julius cerca. Afrontaba con verdadero temor (quizá
Rothe, uno de los jefes en cuyas manos estaba la con verdadero coraje) esas ejecuciones imagina-
suerte de Hladík. No hay hombre que, fuera de su rias; cada simulacro duraba unos pocos segun-
especialidad, no sea crédulo: dos o tres adjetivos dos; cerrado el ·círculo, Jaromir interminable-
en letra gótica bastaron para que Julius Rothe ad- mente volvía a las trémulas visperas de su muer-
mitiera la preeminencia de Hladík y dispusiera te. Luego reflexionó que la realidad no suele
que lo condenaran a muerte, pour encourager les coincidir con las previsiones; con lógica perversa
autres. Se fijó el día veintinueve de marzo, a líis infirió que prever un detallé circunstancial es
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impedir que éste suceda. Fiel a esa débil magia, do esencialmente la mera aplicación; en su tra-
inventaba, para que no sucedieran, rasgos atro- ducción del Sepher Yezirah, la negligencia, la fati-
ces; naturalmente, acabó por temer que esos ras- ga y la conjetura. Juzgaba menos deficiente, tal
gos fueran proféticos. Miserable en la noche, vez, la Vindicación de la eternidad: el primer vo-
procuraba afirmarse de algún modo en la sus- lumen historia las diversas eternidades que han
tancia fugitiva del tiempo. Sabía que éste se pre- ideado los hombres, desde el inmóvil Ser de Par-
cipitaba hacia d alba del día veintinueve; razona- ménides hasta el·pasado modificable de Hinton;
ba en voz alta: Ahora estoy en la noche del veinti- el segundo niega (con Francis Bradley) que to-
dós; mientras dure esta noche (y seis noches más) dos los hechos del universo integran una serie
soy invulnerable, inmortal. Pensaba que las no- temporal. Arguye que no es infinita la cifra de las
ches de sueño eran piletas hondas y oscuras en las posibles experiencias del hombre y que bas~a una
que podía sumergirse. A veces anhelaba con im- sola «repetición» para demostrar que el tiempo
- paciencia la definitiva descarga, que lo redimiría, es una falacia ... Desdichadamente, no son menos
mal o bien, de su vana tarea de imaginar. El vein- falaces los argumentos que demuestran esa fala-
tiocho, cuando el último ocaso reverberaba en cia; Hladík solía recorrerlos con cierta desdeño-
los altos barrot~s, lo desvió de esas consideracio- sa perplejidad. También había redactado una se-
nes abyectas la imagen de su drama Los enemigos. rie de poemas expresionistas; éstos, para confu-
Hladík había rebasado los cuarenta años. sión del poeta, figuraron en una antología de
Fuera de algunas amistades y de muchas cos- 1924 y no hubo antología posterior que no los
tumbres, el problemático ejercicio de la literatura heredara. De todo ese pasado equívoco y lángui-
constituía su vida; como todo escritor, medía las do quería redimirse Hladík con el drama en ver-
virtudes de los otros por lo ejecutado por ellos y so Los enemigos. (Hladík preconizaba el verso,
pedía que los otros lo midieran por lo que vis- porque impide que los espectadores olviden la
lumbraba o planeaba. Todos los libros que había irrealidad, que es condición del arte.)
dado a la estampa le infundían un con1plejo arre- Este drama observaba las unidades de tiem-
pentimiento. En -sus exámenes de la obra de po, de lugar y de acción; transcurría en Hrad-
Boehme, de Abnesra y de Flood, había interveni- cany, en la biblioteca del barón de Roemerstadt,
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en una de las últimas tardes del siglo diecinueve. interlocutor y repite las palabras que pronunció
En la primera escena del primer acto, un descono- en la primera escena del primer acto. Roemers-
cido visita a Roemerstadt. (Un reloj da las siete, tadt le habla sin asombro; el espectador entiende
una vehemencia de último sol exalta los cristales que Roemerstadt es el miserable Jaroslav Kubin.
el aire trae u~a apasionada y reconocible músic~ El drama no ha ocurrido: es el delirio circular
húngara.) A esta visita siguen otras; Roemerstadt que interminablemente vive y revive Kubin.
~o conoce las personas que lo importunan, pero Nunca se había preguntado Hladík si esa tra-
tiene la incómoda impresión de haberlos visto gicomedia de errores era baladí o admirable, ri-
ya, tal vez en un sueño. Todos exageradamente lo gurosa o casual. En el argumento que he bosque-
halagan, pero es notorio -primero para los es- jado intuía la invención más apta para disimular
pectadores del drama, luego para el mismo ba- sus defectos y para ejercitar sus felicidades, lapo-
rón- que ·son enemigos secretos, conjurados sibilidad de rescatar· (de manera simbólica) lo
para perderlo. Roemerstadt logra detener o burlar fundamental de su vida. Había terminado ya el
co..J f!US complejas intrigas; en el diálogo, aluden a su primer acto y alguna escena del tercero; el carác-
CA:> novia, Jul~a de Weidenau, y a un tal Jaroslav Ku- ter métrico de la obra le permitía examinarla
bin, que alguna vez la importunó con su amor. continuamente, rectificando los hexámetros, sin
Éste, ahora, se ha enloquecido y cree ser Roe- el manuscrito a la vista. Pensó que aún le faltaban
merstadt... Los peligros arrecian; Roemerstadt, al dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló
cabo del segundo acto, se ve en la obligación de con Dios en la oscuridad. Si de algún modo exis-
~~tar a un conspirador. Empieza el tercer acto, el to, si no soy una de tus repeticiones y erratas, exis-
.ultimo. Crecen gradualmente las incoherencias: to como autor de Los enemigos. Para llevar a tér-
vuelven actores que parecían descartados ya de la mino ese drama, que puede justificarme y justifi-
trama; vuelve, por un instante, el hombre matado carte, requiero un año más. Otórgame esos días,
por Roemerstadt. Alguien hace notar que no ha Tú de quien son los siglos y el tiempo. Era la última
atardecido: el reloj da las siete, en los altos crista- noche, la más atroz, pero diez minutos después el
les reverbera· el sol occidental, el aire trae una sueño lo anegó como un agua oscura.
apasionada música húngara. Aparece el primer Hacia el alba, soñó que se había ocultado en
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una de las naves de la biblioteca del Clementi- sargento miró el reloj: eran las ocho y cuarenta y
num. Un bibliotecario de gafas negras le pregun- cuatro minutos. Había que esperar que dieran las
tó ¿Qué busca? Hladík le replicó: Busco a Dios. El nueve. Hladík, más insignificante que desdicha-
bibliotecario le dijo: Dios está en una de las letras do, se sentó en un montón de leña. Advirtió que
de una de las páginas de uno de los cuatrocientos los ojos de los soldados rehuían los suyos. Para
mil tomos del Clementinum. Mis padres y los pa- aliviar la espera, el sargento le entregó un cigarri-
dres de mis padres han buscado esa letra; yo me he llo. Hladík no fumaba; lo aceptó por cortesía o
quedado ciego buscándola. Se quitó las gafas y por humildad. Al encenderlo, vio que le tembla-
Hladík vio los ojos, que estaban muertos. Un lec- ban las manos. El día se nubló; los soldados ha-
tor entró a devolver un atlas. Este atlas es inútil, blaban en voz baja como si él ya estuviera muer-
dijo, y se lo dio a Hladík. Éste lo abrió al azar. Vio to. Vanamente, procuró recordar a la mujer cuyo
un mapa de la India, vertiginoso. Bruscamente símbolo era Julia de Weidenau ...
seguro,· tocó una de las mínimas letras. Una voz El piquete se formó, se cuadró. Hladík, de pie
ubicua le dijo: El tiempo de tu labor ha sido otor- contra la pared del cuartel, esperó la descarga.
gado. AquíHladík se despertó. Alguien temió que la pared quedara maculada de
Recordó que los sueños de los hombres perte- sangre; entonces le ordenaron al reo que avanza-
necen a Dios y que Maimónides ha escrito que ra unos pasos. Hladík, absurdamente, recordó
son divinas las palabras de un sueño, cuando son las vacilaciones preliminares de los fotógrafos.
distintas y claras y no se puede ver quién las dijo. Una pesada gota de lluvia rozó una de las sienes
Se vistió; dos soldados entraron en la celda y le de Hladík y rodó lentamente por su mejilla; el
ordenaron que los siguiera. sargento vociferó la orden final.
Del otro lado de la puerta, Hladík había pre- El universo físico se detuvo.
visto un laberinto de galerías, escaleras y pabello- Las armas convergían sobre Hladík, pero los
nes. La realidad fue menos rica: bajaron a un hombres que iban a matarlo estaban inmóviles.
traspatio por· una sola escalera de fierro. Varios El brazo del sargento eternizaba un ademán in-
soldados -alguno de uniforme desabrocha- concluso. En una baldosa del patio una abeja
do- revisaban una motocicleta y la discutían. El proyectaba una sombra fija. El viento había cesa-
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do, como en un cuadro. Hladík ensayó un grito, No disponía de otro documento que la me-
una sílaba, la torsión de una mano. Comprendió moria; el aprendizaje de cada hexámetro que
que estaba paralizado. No le llegaba ni el más te- agregaba le impuso un afortunado rigor que no
nue rumor del impedido mundo. Pensó estoy en sospechan quienes aventuran y olvidan párrafos
el infierno, estoy muerto. Pensó estoy loco. Pensó el interinos y vagos. No trabajó para la posteridad
tiempo se ha detenido. Lu~go reflexionó que en tal ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias
caso, también se hubiera detenido su pensa- poco sabía. Minucioso, inmóvil, secreto, urdió
miento. Quiso ponerlo a prueba: repitió (sin mo- en el tiempo su alto laberinto invisible. Rehízo el
ver los labios) la misteriosa cuarta égloga de Vir- tercer acto dos veces. Borró algún símbolo de-
gilio. Imaginó que los ya remotos soldados com- masiado evidente: las repetidas campanadas, la
partían su angustia; anheló comunicarse con música. Ninguna circunstancia lo importunaba.
· ellos. Le asombró no sentir ninguna fatiga, ni si- Omitió, abrevió, amplificó; en algún caso, optó
quiera el vértigo de su larga inmovilidad. Dur- por la versión primitiva. Llegó a querer el patio, el
mió, al cabo de un plazo indeterminado. Al des- cuartel; uno de los rostros que lo enfrentaban
pertar, el mundo seguía inmóvil y sordo. En su modificó su concepción del carácter de Roe-
mejilla perduraba la gota de· agua; en el patio, la merstadt. Descubrió que las arduas cacofonías
sombrá de la abeja, el humo del cigarrillo que ha- que alarmaron tanto a Flaubert son meras su-
bía tirado no acababa nunca de dispersarse. Otro persticiones visuales: debilidades y molestias ~e
«día» pasó, antes que Hladík entendiera. la palabra escrita, no de la palabra sonora... J?Io
Un año entero había solicitado de Dios para término a su drama: no le faltaba ya resolver sino
terminar su labor: un año le otorgaba su omni- un solo epíteto. Lo encontró; la gota de agua res-
potencia. Dios operaba para él un milagro secre- baló en su mejilla. Inició un grito enloquecido,
to: lo mataría el plomo germánico, en la hora de- movió la cara, la cuádruple descarga lo derribó.
terminada, pero en su mente un año trascurría Jaromir Hladík murió el veintinueve de mar-
entre la orden y la ejecución de la orden. De la zo, a las nueve y dos minutos de la mañana.
perplejidad pasó al estupor, del estupor a la resig-
nación, de la resignación a la súbita gratitud. 1943
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