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de los sentimientos
Lo emocional como fundamento
de la ética
Max Scheler
Traducción castellana de
D aniel G am per
CRÍTICA
Barcelona
Título original: Grammatik der Gefiihle
Das Emotionale ais Grundlage der Ethik
Cubierta: Joan Batallé
Fotocomposición: Fotocomp/4, S. A.
I ,A l'KRSONA Y EL C O N JU N TO DE LA OBRA
8. Véase H. Bergson, Die seelische Energie, Aufiütze und Vortrage (La energía
anímica, Ensayos y conferencias), Jena, 1928, pp. 171-188.
Pues, a diferencia del m odo com o se da la naturaleza para las
ciencias, la naturaleza para el «modo plenam ente fenomenológico de
darse las cosas» scheleriano es algo que está m ucho más allá de los
datos de la investigación em pírico-psicológica, y que es «un todo
enorm e de campos expresivos de actos cosmovitales, en cuyo inte
rior todos los fenóm enos poseen un nexo de sentido supram ecánico
y am ecánico com prensible m ediante la mímica, la pantom im a y la
gram ática universales de la expresión, un nexo de sentido que re
fleja las estimulaciones internas de la vida toda». (G W 7.112). Esta
es u n a concepción «emocional», esto es, sentiente de la naturaleza,
que Scheler considera que está dotada de nexos esenciales a priori y
de un derecho de representación propio, en la m ism a m edida que
la concepción y la representación racional y calculadora de la m is
ma. Es más, la prim era fundam enta a la segunda, porque la segun
da sólo es posible porque la prim era ya funciona de m odo sublimi-
nal. Además, la idea de dom inio es un axioma del ethos universal
específicamente occidental, que parte de la absolutización material
del m ecanism o natural. Scheler esperaba un ajuste entre este ethos
occidental y el asiático. En este contexto tam bién hay que rem itir
explícitam ente a las obras com pletas de Max Scheler. Los textos
aquí antologados no pueden docum entar suficientem ente la am pli
tu d y apertura de su m odo visionario de pensam iento.
Por otra parte, el título Gramática de los sentimientos, entronca
con el garante más im portante de Scheler, Blaise Pascal, que en su
m om ento ya señaló las dos sendas y anotaciones (esprit de géometrie
y esprit de finesse), atribuyendo a la vida aním ica sus propios orden,
lógica y razonabilidad (logique du coeur, ordre du cceur, des raisons que
la raison ne connaitpas), y que Scheler expuso en la form a del aprio
rismo material en el ám bito del sentir valorativo. El concepto «gra
mática» hace referencia en el lenguaje a estructuras previam ente
dadas de la conexión de las partes del habla en la frase comprensible
y con sentido. Existe ahora en la teoría de la gramática desde N oam
Chomsky, la tesis del carácter innato de las leyes según las cuales se
conectan las partes constitutivas de las proposiciones, el supuesto de
una gram ática profunda universal, que está en la base biológico-
m ental de las gramáticas históricas de los lenguajes naturales, para
las complejas operaciones lingüísticas puedan ocurrir autom áti-
i ámente, sin tener que ser adquiridas una a una em píricamente. La
l'i.im;kica expresiva universal de Scheler postula para la actividad
del sentir una correspondencia sem ejante, aunque m aterialm ente
innata dentro de todo lo vivo. Esta tesis supone una am pliación y
i ni iquecim iento considerables del concepto filosófico de espíritu.
I tasca la actualidad ha sido sobre todo continuada, y tam bién cri-
iii ,<da y corregida, aunque siem pre confirm ada, por las teorías psi-
<o.malíticas, a diferencia de la filosofía alem ana (no así la francesa)
que- ha desatendido la oportunidad de recuperarla y de integrarla en
m i concepto de espíritu. En este sentido, lo que debe ser som etido a
una nueva consideración no son tanto los contenidos concretos
1 0 1 1 1 0 el eje general del filosofar de Scheler.
9. Véase sobre el ethos del saber P. Good, ed., Von der Verantwortung des
Wissens (Sobre la responsabilidad del saber), Frankfurt a. M., 1982.
Ahí donde se lleva a cabo la tarea del análisis fenom énico de los
actos y de sus correlatos, aparece u n ethos del sentim iento de valo
res, un ethos del sentido para algo superior a los meros valores de lo
agradable, lo útil, lo vital, justam ente del sentido para valores per
sonales y espirituales, com o presupuesto eminente de todo com por
tam iento ético extensivo. Prom over el ethos es previo a toda ética
reglamentaria, porque dispone y moviliza las potencias que discri
m inan entre lo que debe ser captado, com prendido y concebido
como bueno y com o malo. Esto no significa un apartam iento de lo
que en la actualidad sucede en el nivel del juicio, del concepto, del
discurso, de la teoría del deber m oral com o clarificación necesaria
de los conceptos, de los juicios y de las argum entaciones. Sólo
muestra el sentim iento de los valores com o una actividad espiritual
tam bién im portante. La simple ética de la sim patía así com o la éti
ca del m érito y de la felicidad son excluidas de esto. Si en la actua
lidad la teoría aristotélica de las virtudes recibe más crédito frente a
la kantiana ética norm ativa de la razón, se debe10 a que la prim era
sitúa el kairós histórico en el centro de la decisión ética, consisten
te en descubrir en la situación histórica el m edio exacto entre los
extremos (la valentía com o la form a de com portam iento exigida en
cada caso entre la tem eridad y la cobardía), que incluye en sí la eva
luación correcta de la totalidad de la situación así com o la em patia
en los contextos superiores de valores. Pienso que la psicología y la
fenom enología de Scheler contienen en este respecto sobre todo
una continuación, conceptualización y crítica irrenunciables para
reconocer los ídolos, las ilusiones y los errores en el com porta
m iento de valores y de virtudes.
Así, esta antología de textos pone de nuevo a la filosofía y a un
público que busca orientación frente a una dim ensión del sentir es
Pa ul G o o d
* Para facilitar la lectura seguida del texto que ahora se presenta se traducen
al castellano los títulos de las obras de Scheler, si bien el lector debe entender que
éstos remiten a las obras completas del filósofo publicadas recientemente en su
lengua original (véase la p. 13). A esas Gesammelte Werke (Obras completas) hace
referencia la sigla GW, así como las páginas citadas. De otra parte, la informa
ción completa sobre los textos originales que constituyen los capítulos de esta
selección puede hallarse en la sección final correspondiente. (N. del t.)
SENTIR Y SENTIMIENTOS
miento no está presente. Aquí sólo hay un caso aumentado de esos fenómenos en
los que la magnitud de un sentimiento y su plena saturación nos hacen momen
táneamente «insensibles» frente al mismo, y nos transponen en un estado de «in
diferencia» rígida y penosa frente a él. Sólo después, cuando el sentimiento se ha
calmado, cuando lentamente desaparece nuestra plena saturación por el mismo,
el sentimiento pasa a ser el objeto de un verdadero sentir. La rígida «indiferencia»
se «disuelve» y sentimos el sentimiento. En este sentido, el sentir un sentimien
to «alivia» y hace desaparecer el estado de presión. En otro lugar [véase Wesen
und Formen der Sympathie (Esencia y formas de la simpatía), GW 7, A II 3, «Die
Gefiihlsansteckung» («El contagio de los sentimientos»)] había llamado la aten
ción sobre el hecho de que, de modo semejante, la verdadera empatia con el su
frimiento de otra persona nos libra del contagio por dolor. 2. Distinguimos,
en segundo lugar, el sentir de los carácteres de ánimo objetivos y emocionales
(la calma de un río, la serenidad del cielo, la tristeza de un paisaje), en los que
hay presentes caracteres cualitativos emocionales, que también pueden venir da
dos como cualidades del sentimiento, pero que nunca pueden venir dados
como «sentimientos», esto es, son vividos por referencia al yo. 3. El sentir valo
res, como agradable, bello, bueno; sólo en este caso el sentir obtiene junto a su na
turaleza intencional también una función cognitiva, que no posee en los dos
primeros casos.
«satisfecho» o «insatisfecho».4 Piénsese en cam bio en un afecto. U n
afecto de ira «surge en mí» y «transcurre luego en mí». A quí la re
lación entre la ira y aquello «a causa de lo cual» siento ira no es ni
intencional ni originaria. La representación, la idea, o, mejor, los
objetos que aquí se dan, que yo prim ero «percibí», «me representé»,
«pensé», «provocan m i ira», y sólo después (si bien en casos nor
males de m odo m uy rápido) relaciono mi ira con estos objetos,
siempre a través de la representación. Seguram ente no «concibo»
nada con esta ira. Más bien deben ser «concebidos» sintiendo previa
mente cierto mal, para que provoquen ira. Es m uy distinto cuando
«me alegro p o r algo y de algo, o m e apena algo». O cuando «estoy
entusiasm ado con algo», o m e alegra o me desespera. Las palabras
«de» y «por» m uestran ya aquí lingüísticam ente que en este ale
grarse y apenarse los objetos, «sobre» los que me alegro, etcétera, no
son prim ero concebidos, sino que más bien se encuentran previa
mente ante mí, no sólo los he percibido, sino que ya están presen
tes en los predicados de valor que se dan al sentir. Las cualidades de
valor que se encuentran en las respectivas relaciones de valor, exigen
inherentem ente ciertas cualidades de semejantes «reacciones de res
puesta» emocionales (al igual que, por otra parte, en cierto sentido
tam bién en ellas «alcanzan su finalidad»). C onstruyen nexos de
com prensión y de sentido, nexos de una índole propia, que no son
puram ente causales em píricam ente, y que son independientes de
la causalidad aním ica individual de los individuos.5 Si parece que
no se satisfacen las exigencias de los valores, entonces sufrim os por
4. Por ello todo «sentir de» es también por principio «comprensible», mien
tras que en cambio los estados de sentimiento puro sólo son constatables y ex
plicables de modo causal.
5. Estos nexos de sentido de relaciones de valor y de reacciones emocionales
ele respuesta son presupuestos de todo comprender empírico (también comprender
social e histórico), tanto en el comprender de los otros seres humanos como
también en el comprender de nuestras propias vivencias empíricas. Son, pues, al
mismo tiempo leyes de comprensión de la vida anímica de los otros seres, que se
hacen presentes en las «leyes de la gramática universal de la expresión» (véase
«sentimiento de simpatía», 1913, p. 7) [véase Wesen und Formen der Sympathie
(Esencia y formas de la simpatía), GW 7, A II]) para posibilitar la comprensión.
ello, es decir, estamos, por ejemplo, tristes, de no poder alegrarnos
de un acontecim iento, tal y com o se lo merece su valor sentido; o
no podem os apenarnos, tal y com o por ejemplo lo «exige» el falleci
m iento de una persona querida. Estos extraños «modos de com
portam iento» (no los queremos llamar ni actos ni funciones) poseen
en com ún con el sentir intencional la «dirección». Pero no son in
tencionales en sentido estricto, si por ello entendem os sólo las vi
vencias que pueden significar un objeto y en cuya ejecución puede
aparecer algo objetivo. Esto sólo tiene lugar en las vivencias emocio
nales, que justam ente constituyen el sentir de valores en sentido es
tricto. A quí no sentimos «sobre algo», sino que sentim os inm edia
tam ente algo, una determ inada cualidad de valor. En este caso, es
decir, en la ejecución del sentir no somos conscientes objetivam en
te del sentir: tan sólo nos vemos «confrontados» desde el exterior o
desde el interior con una cualidad de valor. Es preciso u n nuevo
acto de reflexión, para que el «sentir de» nos parezca objetivo, y para
que con ello podam os ver posteriorm ente y reflexionando sobre
ello, qué «sentimos» en el valor que nos es dado objetivamente.
D enom inam os este sentir receptor de valores a la clase de las
funciones intencionales del sentir. Luego para estas funciones no es vá
lido en m odo alguno que sólo entren en relación con la esfera obje
tiva a través de la m ediación de los así llam ados «actos objetiva-
dores» de la representación, del juicio, etcétera. Una m ediación tal
precisa únicamente del estado de sentim iento, y no del sentir autén
ticam ente intencional. C on el transcurrir del sentir intencional se
nos «abre» más bien el m undo de los propios objetos, sólo que jus
tam ente desde su vertiente de valor. Justo la frecuente carencia de
objetos-im agen en el sentir intencional dem uestra que el sentir es
inherentem ente un «acto objetivador», que no precisa de ninguna
representación com o m ediadora. U na investigación, que aquí no
se puede llevar a cabo, sobre la disposición de la percepción y con
cepción del m undo naturales, sobre las leyes generales del devenir
de las unidades de significación del lenguaje infantil, sobre la varie
dad de las articulaciones de sentido de los grandes grupos lingüísticos
y sobre el devenir de los desplazam ientos de significado de las pala
bras y su articulación sintáctica en las lenguas positivas, nos ense-
lliii in que las unidades de sentir y las unidades de valor desem peñan
un papel conductor y fundam entador de las concepciones del m undo
ijiic se expresan en cada lenguaje. C iertam ente hay que pasar de
Irti'l'd por principio ante estos hechos y, com o no, ante la tarea
■lf demostrarlos si se atribuye la totalidad de la esfera de los senti
mientos de buen principio sólo a la psicología. N unca se logrará
vtr qué mundo y qué contenido de valor del mundo se nos abre en el
«‘iitir, en el preferir, en el am ar y el odiar, sino que únicam ente se
i filtrará la visión en lo que previamente ya hem os encontrado en la
|incepción interna, es decir, en el relacionarnos «de m odo represen-
Itii ional», cuando sentim os, cuando preferim os, cuando am am os,
mundo gozamos de una obra de arte, cuando rezamos a Dios.
Hay que separar de las funciones emocionales las vivencias que
«c constituyen sobre el funcionam iento de éstas com o un escalón
iuperior de la vida em ocional e intencional: son el «preferir» y el
«detestar» en los que concebim os los estadios jerárquicos de los va
lores, su ser superiores o inferiores. «Preferir» y «detestar» no son
di tividades conativas com o por ejem plo «elegir», que siem pre se
basa ya en actos de preferencia, pero tam poco son com portam ien
tos puram ente del sentir, sino una clase especial de vivencias-acto
emocionales. Esto se sigue ya del hecho de que sólo podem os «ele
gir» entre acciones en sentido estricto, en cam bio «preferimos» un
liien a otro, el buen tiem po al m al tiem po, una com ida a otra, et
cétera. Además el «preferir» tiene lugar de m odo inm ediato en el
material de valor sentido, independientem ente de sus portadores
cíectivos, y no presupone ni contenidos finales plásticos, ni conte
nidos de finalidad, com o sucede con el elegir. M ás bien se form an
contenidos finales de la tendencia (que no son a su vez contenidos
ile finalidad que, com o ya vim os,6* presuponen una reflexión sobre
contenidos finales previos, y que sólo son característicos del querer
dentro de la tendencia) bajo la condición concom itante del pre
ferir. El «preferir» aún pertenece, pues, a la esfera del conocimiento
del valor, no a la esfera de la tendencia. Estas clases, la experiencia
6* [Véase Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik, GW2,
I, 3, «Zweck und Werte» («Finalidad y valores»).]
de la preferencia, son a su vez intencionales en sentido estricto, po
seen una «dirección» y conceden sentido; pero las reunim os con la
clase del am ar y del odiar com o «actos emocionales» en contraposi
ción con las funciones intencionales del sentir.
A m a r y odiar, finalm ente, constituyen el estadio superior de
nuestra vida intencional em ocional. A quí nos encontram os lo más
lejos posible de todo lo que tiene condición de estado. El lenguaje
ya lo expresa (separándolo de las reacciones de respuesta), al no de
cir que am am os y odiam os «sobre algo» o «de algo» sino que am a
mos y odiam os algo. El hecho de que oigamos con frecuencia que el
am or y el odio form an parte, junto con la ira, la cólera y el enfado,
de los «afectos» o tam bién de los «estados de sentim iento», sólo
puede ser explicado a causa de la característica deform ación de
n uestra época y la absoluta inexistencia de investigaciones fenom e-
nológicas sobre estos asuntos. Se podría creer que am or y odio son
ellos mismos un preferir o detestar. N o es así. En el preferir siem
pre se tiende a una mayoría de valores sentidos. N o es así con el
am or y el odio. A quí puede darse tam bién u n valor. Sobre cóm o
deben ser ulteriorm ente caracterizados el am or y el odio, sobre
cóm o se relacionan con el preferir y el detestar, de una parte, y con
el anhelar y sus modos, de la otra, he tratado am pliam ente en otro
lugar. Baste aquí con rechazar que am or y odio sean una especie de
«reacción de respuesta» a la superioridad o inferioridad de valores
sentidos dados en el preferir. Frente a las reacciones de respuesta
(por ejemplo, venganza) designam os el am or y el odio com o actos
«espontáneos». En el am or y el odio nuestro espíritu hace algo m a
yor que «responder» a valores ya sentidos y eventualm ente preferi
dos. El am or y el odio son más bien actos en los que el reino de
los valores (a cuya existencia se halla ligado tam bién el preferir), que
en cada caso es accesible al sentir de un ser, sufre una ampliación o
un estrechamiento (y esto obviam ente de m odo totalm ente indepen
diente del m undo de bienes existente, de las cosas reales valiosas,
7. Véase Zur Phánomenologie und Theorie der Sympathiegefuhle und von Liebe
und HaJS (Sobre la fenomenología y teoría de los sentimientos de simpatía, y del amor
y del odio) (1913). [Versión ampliada: Wesen und Formen der Sympathie, GW 7.]
que no son presupuestas para la m ultiplicidad, plenitud y diferen
ciación de los valores sentidos). C u an d o hablo de «ampliación»
y «estrechamiento» del reino del valor, que es ofrecido a u n ser, ob
viamente no quiero decir en m odo alguno crear, hacer, o aniquilar
los valores m ediante el am or y el odio. Los valores no pueden ser
creados y aniquilados. Existen con independencia de la organiza
ción de determ inados seres espirituales. Lo que quiero decir es que
no es consustancial al acto del am or que se oriente hacia este valor
«respondiendo» en función del valor sentido o en función del va
lor preferido, sino que este acto desem peña el papel verdadera
m ente descubridor en nuestro percibir los valores, y que sólo él lo
desempeña, que es com o si representara u n movim iento, en el
transcurso del cual relam paguean y resplandecen valores nuevos y
superiores, es decir, com pletam ente desconocidos para el ser del que
se trata. Este acto no sigue al sentir de los valores y al preferir, sino
que los precede com o su zapador y conductor. Por ello le corres
ponde una función «creadora», no respecto a los valores en general
existentes, sino para el ám bito y el conjunto de los valores sensibles
y preferibles, en cada caso, p o r un ser. Toda ética, por ello, se per
feccionaría en el descubrim iento de las leyes del am or y del odio,
que aun superan, p or lo que se refiere a los estadios de lo absoluto,
lo a priori y lo originario,8 a las leyes del preferir y a las leyes de las
cualidades de los valores correspondientes.
Pero volvamos al sentir intencional. Perm ítansem e aquí algunas
observaciones históricas. Por lo que se refiere a nuestra cuestión
hay dos grandes períodos en la historia de la filosofía en los que, se
gún nuestra opinión, se sentaron teorías erróneas,9 aunque erróneas
por m otivos m uy distintos. U n período abarca hasta el inicio del
siglo XIX. H asta ese m om ento encontram os universalm ente exten
10. Véase los lugares señalados por Hildebrand (op. cit.) de las obras de
uventud de Kant, según las cuales se encuentran rasgos de la suposición de un
;entir intencional en Kant.
m ente m anifiesta la irreductibilidad de la vida em ocional. Pero al
m antenerse con todo la disposición intelectualista del siglo XVIII,
todo lo em ocional fue reducido a estados.
Si se com paran estas dos concepciones fundam entales con las
desarrolladas m ás arriba, se hace p aten te que am bas contienen
algo correcto y algo falso: la prim era concepción contiene la idea
correcta de que existe un «sentir de» intencional en general, de que
junto con el sentim iento com o estado tam bién hay funciones y actos
emocionales en los que algo viene dado y que se hallan som etidos
a leyes autónom as del sentido y del com prender. Y es errónea, de
m odo análogo a la interpretación de la percepción de las cualidades
del color y del tono, la idea de la reductibilidad del sentir al «en
tendim iento», y la suposición de una diferencia sólo gradual entre
ambos. Lo correcto en la segunda concepción era la suposición de
la irreductibilidad del ser y de la vida em ocional al «entendim ien
to», siendo lo erróneo la negación inm ediatam ente im plícita de los
sentim ientos intencionales y el abandono de la totalidad de la vida
aním ica a una psicología descriptiva que procede en térm inos cau
sales. Ya que apenas es necesario decir que la confesión, presente
tam bién en algunos psicólogos m odernos, de que los sentim ientos
tienen un carácter finalista para la actividad de la vida y para la di
rección de ésta (por ejemplo, los distintos tipos de dolor, el senti
m iento de cansancio, el sentim iento de apetito, el miedo, etcétera) y
de que funcionan com o indicios de determ inados estados presentes
y futuros y de que deben ser estimulados o evitados, no tiene nada que
ver en absoluto con su naturaleza intencional y con su función cog-
nitiva. Desde luego, en u n a m era señal no hay nada «dado». En es
pecial los m odos del sentim iento de la vida deben ser investigados
de nuevo a partir de nuestra tesis fundam ental.11 Se m ostrará aquí
que estados m eram ente emocionales en sentido estricto sólo son los
11. Me he dedicado a esta tarea en Beitragen zum Sinn und den Sinngesetzen
des emotionalen Lebens (Contribuciones al sentido y a las leyes del sentido de la vida
emocional) [I. Parte «Das Schamgefühl» («El sentimiento de vergüenza»)]. [Bajo
el título «Über Scham und Schamgefühl», en GW 10, pp. 65-154.] Véase tam
bién el trabajo sobre los sentimientos de simpatía.
ti mimientos sensibles, pero que tanto los sentim ientos vitales cuan-
ih los sentim ientos puram ente intelectuales y espirituales tam bién
fmrtlcn manifestar un carácter intencional, manifestándolo de modo
rurncialm ente necesario los sentim ientos puram ente intelectuales.
I .1 lim cionalidad de un estado del sentim iento com o «indicio de
¡iI(jio» (por ejemplo, en los tipos de dolor) tam bién es aquí siempre
ya mediada por un sentir verdaderam ente intencional, por tanto, no
m l>usa en un vínculo m eram ente asociativo, que sólo sería objetivo
i on arreglo a un fin. Puesto que sólo los sentim ientos espirituales,
intelectuales y vitales tienen un carácter intencional claram ente pro
minente, el m ism o error debería ignorar plenam ente su esencia, y
por ello se le trató en gran m edida según la analogía de los sen-
lim ientos sensibles, cuya naturaleza de estado está probada. Por
rjcm plo, fue com pletam ente ignorado que en el sutil juego de los
«micimientos del valor propio intelectual y sus m últiples m odos se
nos puede m anifestar el valor de nuestra persona. Lo m ism o ocurre
con la totalidad de la esfera de las ilusiones del valor y del sentimien
to que, según esa teoría falsa, se disuelven en apariciones de desecho
o en perversiones, o pueden ser confundidas con el error.
SOBRE LA FENOMENOLOGÍA
DEL AMOR Y DEL ODIO
Nl'l ÍATIVO
4. Véase El formalismo en la ética, pp. 63 ss., pp. 260 ss. [GW 2, pp. 86 ss.
y 259 ss.]
5. Véase N. Malebranche: Recherche de la verité, II vol.
6. Si H. Blüher con su sentencia, presente en casi todos sus escritos, «el
amor se dirige al ser humano con independencia de los valores» sólo quiere re
futar esta racionalización falsa, tiene razón. Pero no la tiene en modo alguno si
quiere decir que el acto del amor en su propia ejecución no se refiere al valor.
Baader es mucho más profundo cuando señala que la belleza como «amabilidad»
(Lieblichkeit) procede del amor (Liebe), y la fealdad (Háfílichkeit) del odio (HaJ?),
y la charis o gracia es idéntica con la chantas (misericordia o simpatía). (Erótica
religiosa, p. 15.)
distancia que posibilita una estimación de valor antes de la apari
ción del acto em ocional. Igualm ente, debe tener presente en una
especial intención el valor del objeto que lo m otiva. Justam ente
esta distancia no se encuentra en el am or y en el odio. Am bos son
m odos com pletam ente originarios e inmediatos de la actitud em o
cional respecto al contenido m ism o del valor, de m anera que ni si
quiera se da fenom enológicam ente una función de percepción del
valor (por ejemplo, del sentir, preferir), y m ucho m enos una esti
m ación de valor. Y, en especial, en este caso, a diferencia del respeto,
el valor del que se trata no es dado previam ente en u n a especial in
tención. N ada atestigua m ejor este hecho que el inusual desam pa
ro en el que vemos recaer a los hom bres cuando exigimos que
«fundamenten» su am or y su odio. Justo entonces se m uestra cómo
estos «fundamentos» son siem pre buscados con posterioridad y
cóm o en su totalidad nunca cubren exactam ente el m odo y la m e
dida de lo que debe ser «fundamentado». Tam bién se m uestra que
los objetos a los que en cada caso les corresponderían las mismas
cualidades de valor com o fundam entos del am or y del odio, no
provocan nunca estos actos. El am or y el odio se dirigen justam en
te de m odo necesario a un núcleo individual de las cosas, a un n ú
cleo de valor (si se m e perm ite la expresión) que no se deja diluir
com pletam ente en valores de apreciación, ni siquiera en valores
perceptibles separadamente. La m edida de la apreciación de atri
butos de valor se orienta, a la inversa, en función de si los valores
están depositados en cosas amadas u odiadas. Lo que no es cierto
es que el am or y el odio se orienten en función de esta apreciación.
Es un fenóm eno singular que a nosotros m ism os nos parece una
especie de «falta» o «culpa», que nos parece una «ofensa» al am or
(y al odio), cuando nosotros m ism os desplazam os o vemos que
otro desplaza los valores de los objetos am ados (y odiados) bajo ca
tegorías conceptuales de valor. Es im posible leer la carta de una
persona am ada según «normas», sean las de la gram ática, sean las
de la estética o del estilo; nos parece que es una «mengua» hacerlo.
Todas las propiedades, actividades y obras del objeto am ado poseen
su pleno valor a través del objeto que los soporta o del sujeto que
las ejecuta.
Sólo por este motivo nos parece que la disposición racionalista es
»i icga» para el am or y el odio. Pero esto apenas dice algo. Pues del
hecho de que con los «ojos interiores del espíritu» del am or y del odio
ir vea de m odo distinto (los valores) y se vean valores superiores
ii inferiores, a lo que se ve con el «ojo» de la razón, no prueba que se
m i «peor» lo mismo que con el ojo de la razón se ve «mejor». En el
a m o r y en el odio hay una evidencia propia, que no se debe m edir
«egiín las evidencias de la «razón». Sólo aquel que carece de esta
pvidencia y que a causa de su constitución está condenado aquí
ii vacilar, deberá atribuir este hecho a una «ceguera» general fren
te a funciones y actos, que debía so p o rtar su ejecución individual
((eficiente.
Ya se ha señalado que el am or y el odio no son actos de la «ten
dencia». Justam ente la «inquietud» de la tendencia está extinguida
en el am or y el odio en la m edida en que éstos son más puros y
más diáfanos. A quí tam poco no hay nunca nada que deba «ser rea
lizado». Pero sobre esto se tratará más tarde.
H ay que destacar sobre todo que el am or y el odio como actos se
distinguen de todos los otros actos y entre sí, esto es, no devienen lo
i|ue son en relación bien con sus portadores, bien con sus objetos,
liten con sus posibles efectos y logros. C o n tra nada atentan más los
usos dom inantes del pensam iento com o contra esta sentencia. En
lo dicho se encuentra en prim er lugar que am or y odio no son rela
tivos a los puntos relaciónales «yo» y el «otro». Es decir, am or y odio
no son m odos de com portam iento esencialmente sociales, com o es
el caso, p o r ejemplo, con las funciones de la sim -patía.7 Es posible
|)or ejem plo «amarse y odiarse a sí mismo», pero no es posible sim
patizar con uno mismo. Pues cuando se dice que «una persona se
compadece de sí misma» o, por ejem plo, que «se alegra de que hoy
está tan alegre» (afirmaciones en las que sin duda se tienen presen
te fenóm enos m uy determ inados), un análisis detallado m ostrará
siempre que aquí se encuentra un contenido fantasioso en el que la
D e t e r m in a c io n e s f e n o m e n o l ó g ic a s po sit iv a s 10
I if i'Mo se sigue sin más que el odio está orientado hacia la posible
■«mrucia del valor inferior (que en cuanto tal es él m ismo un valor
iip(iiiiivo) y hacia la supresión de la posible existencia de valor supe-
iíoi (i|ue a su vez es un valor negativo). El amor, empero, persigue el
•mdMccimiento del posible valor suprem o (que a su vez es un valor
(iiixiiivo), persigue el m antenim iento del valor superior y la supre-
ihln del valor inferior posible (que a su vez es un valor moral positi
vo). Así, el odio no es en m odo alguno un m ero «aislarse» frente a la
loiülidad del reino de los valores en general; sino que está vinculado
lints bien con una m irada hacia los posibles valores inferiores.
I ,a «superioridad» o «inferioridad» de los valores viene dada de
principio sin un acto de com paración de los valores, com o, por
r|rm plo, se da en el «preferir». «Preferir» no es un elegir, no es en
motlo alguno un acto de la tendencia, sino un acto cognoscitivo
n n o cional.11 Podemos preferir, por ejemplo, Beethoven a Brahms,
fin por ello elegir algo. El elegir siem pre hace referencia a u n a
voluntad de actividad, nunca a los objetos en cuanto tales. Sin em -
Imigo, el preferir presupone siempre el hecho de dos valores A y B,
i-ntre los que debe darse la preferencia. Este no es el caso con el
inior y el odio. El am or es más bien el movimiento intencional en
rl que a p artir de un valor dado A de u n objeto se realiza la apari-
i ión de su valor superior. Y justam ente este aparecer del valor su
perior está vinculado esencialm ente con el amor. El am or no es
según su últim a esencia ni u n a m era «reacción» frente a u n valor
ya sentido, com o, p or ejemplo, «alegrarse» o «entristecerse», ni una
Iunción determ inada modalmente, como «disfrutar», ni una relación
filtre dos valores dados previam ente com o el «preferir». N o obs
tante, todo preferir está «fundamentado» en el amor, en la m edida
en que es, en el amor, en el que se ilum ina el valor superior, el cual
puede ser entonces acaso preferido.
11. Sobre esto véase Elformalismo en la ética, pp. 63 ss., pp. 260 ss. [GW 2,
pp. 86 ss. y 259 ss.]
Aquel que dijera a esto que el am or es sólo una reacción poste
rior a un valor sentido, desconoce su naturaleza de movimiento ¡que
ya Platón había concebido con agudeza!12 El am or no es por decir
lo así u n afirm ativo contem plar em ocional de algo así com o un
valor, que se encuentra ante nosotros y que viene dado. Tam poco
tiende hacia cosas dadas (o personas reales) en virtud de los valores
positivos que estas cosas tienen en sí y que ya estaban «dadas» con
anterioridad a la aparición del amor. En esta idea encontram os de
nuevo este «contemplar» del hecho m eram ente empírico que está
en tanta oposición con el amor. Es cierto que en el am or sentim os
el valor positivo de la cosa am ada, por ejemplo, la belleza, gracia y
bo ndad de una persona, pero esto tam bién es posible sin que sin
tam os am or por ella. El am or está presente sólo cuando además de
los valores dados «como reales» tam bién se presenta el movimiento, la
intención hacia valores «superiores» aún posibles, com o son los que ya
están ahí y han sido probados, pero que aún no han sido dados
com o cualidades positivas. Sólo com o posibles «fundamentos» de
una estructura y de una form a total, estos valores son tam bién ob
jetos de u n a intención. En esta m edida el am or a la persona dada
em píricam ente dibuja previam ente, por decirlo así, una idea va-
lorativa «ideal», que con todo es concebida sim ultáneam ente com o
la «verdadera» y «real» existencia y ser valorativo de ella, sólo que
aún no ha sido dada en el sentir. Esta «imagen valorativa» está «ra
dicada» en los valores ya dados em píricam ente en el sentir, y sólo
en la m edida en que están radicados en ella no tiene lugar ningún
«proyectar», ninguna «empatia» proyectiva, etcétera, y por lo tanto,
ninguna ilusión; pero al m ism o tiem po no está «contenida» em pí
ricam ente en ellos, a no ser com o «determinación» y exigencia ide
al objetiva de devenir una totalidad más bella y mejor.
Justo en el hecho de que el am or es u n m ovim iento en direc
ción hacia el «ser-más-elevado de los valores» estriba su significa
ción creadora (que tam bién ya había sido reconocida por Platón).
Esto no significa que el am or sea el que crea los valores m ism os
13. Sobre esto dice acertadamente K. Jaspers, op. c i t «no son valores descu
biertos en el amor, sino que en el amor todo se hace más valioso.»
14. Véase también mi exposición en el artículo: El resentimiento en la cons
trucción de la moral, op. cit.-, véase también lo anterior.
hacia los objetos de valor, y tam bién hacia los seres hum anos sólo en
tanto en cuanto y en la m edida en que son portadores de valores
y en tanto son capaces de increm entar el valor. Podemos investigar
estos actos y sus reglas, sin prestar en lo más m ínim o atención a la
existencia de los seres hum anos com o sujetos del am or y del odio
(es decir, con la reducción fenom enológica), y sin prestar en abso
lu to atención a los hechos em píricos en que m uchos de los actos
realizados por seres hum anos se refieren tam bién a seres hum anos.
Existe un hecho que la teoría de la «moderna filantropía» no puede
hacer desaparecer del m undo, a saber, que nosotros (y ciertam en
te de m odo plenam ente originario) am am os m uchas cosas que no
tienen nada que ver con los seres hum anos y cuyo valor y conoci
m iento del valor son com pletam ente independientes de los «seres
hum anos» y de sus valores, así com o tam bién de su conocim iento
de los valores.
Tam bién la esencia de estos actos no es apreciada en lo justo
cuando, en contraposición con los hechos del pensam iento, por
ejem plo, y tanto por lo que respecta a sus sujetos com o a sus obje
tos, es atribuida específicamente a los seres hum anos, o sea, cuando
(ya con vistas a la teoría naturalista del am or y del odio que será
presentada posteriorm ente) se dice que sólo el ser hum ano es el ob
jeto originario del am or de los seres hum anos y todos los otros
objetos sólo lo son en cuanto que procesos vitales hum anos son
«proyectados» antropopáticamente en las cosas. A saber, p o r ejemplo,
el am or a la naturaleza, la viva y la m uerta, está fundam entado úni
cam ente en que dotam os antropopáticam ente los objetos de la na
turaleza con nuestros sentim ientos hum anos, o los contem plam os
desde imágenes y analogías de la vida hum ana. Según esta teoría, lo
m ismo es válido para la «obra de arte», para el -conocimiento», etcé
tera, que igualm ente sólo provocan am or com o «formas de expre
sión» o com o «medio de activación» de la vida hum ana. Lo m ism o
es aplicable a Dios, cuya idea sólo representa una consecuencia de
la proyección de una vivencia hum ana en la totalidad del cosmos
o del fundam ento del m undo (L. Feuerbach), etcétera. Ahora bien,
está claro que con estos supuestos se explican hechos, pero estos
hechos no representan el auténtico am or a la naturaleza, al arte, al
■uiiocimiento, a Dios, sino sólo una form a (específicamente «sentí-
mental») ilusoria y fantasm agórica de este amor. El genuino am or
i la naturaleza, por ejemplo, se m anifiesta justam ente en que la na-
imalezapor mor de sí misma, y por tanto por m or de su índole aje-
11.1 a lo hum ano, deviene objeto del amor. Justam ente aquí se sepa-
15. Como se expresa, por ejemplo, del modo más penoso posible en las des
cripciones a cargo de W. Bólsche en Liebesleben der Tiere {Vida amorosa de los
animales).
16. Véase aquí el texto mu y pertinente de R. Otto: Lo sagrado, 2.a ed., 1922.
También nuestro análisis del «acto religioso» en Vom Ewigen im Menschen {De lo
eterno en el hombre). [GW 5, pp. 240-264.]
desarrolló su «teoría» acerca del am or a Dios, al igual que Auguste
C om te.
2. El m odo de darse objetos de valor en el am or y en el odio.
H em os dicho que el am or es el m ovim iento en la dirección «va
lor inferior -> valor superior», sin que por ello nos deban ser dados
ambos valores. Por regla general, el valor inferior nos viene dado ya
sea en el sentir del valor que provoca el amor, com o en los casos en
los que el am or ocurre de m anera repentina, o bien cuando tiene
lugar u n acto de preferencia entre varios objetos dados. Pero sea
com o sea: el «amor» empieza con el objeto o el portador del valor
en cuestión, cuando se da el m ovim iento hacia un posible valor su
perior del objeto am ado, estando todavía com pletam ente sin deci
dir si este «valor elevado» ya existe (sólo que, por ejem plo, aún no
ha sido «percibido» o «descubierto») o si aún no existe y sólo (en el
sentido ideal e individual, no universal, del térm ino) «debe» existir
en él.17Justo en la indiferencia frenre a ambos casos radica un rasgo
esencial del amor. Por ello sería falso decir que el am or es la actitud
en la que siempre, por decirlo así, buscamos valores nuevos y supe
riores en nuestro objeto (una búsqueda tal es sólo una consecuen
cia posible del am or zrrealizado), pero tam bién sería falso decir que
es una tendencia a «elevar» su valor fáctico, ya sea a «desearle» un
bien, a ambicionarlo o a «quererlo»; por ejemplo, intentar «mejorar»
a una persona o ayudarla de algún m odo para que sea portadora de
valores superiores. Es cierto que esto puede ser una consecuencia
del amor. C uando he dicho que en el caso del am or a una persona,
en el m ovim iento del am or m ism o, «está por decirlo así prefigura
da u n a im agen ideal del valor de ella» que no ha sido «extraída» de
sus valores empíricos, los cuales son sentidos, pero que sí que se ha
construido sobre estos valores sentidos, no quiero decir que esto
tenga el m ism o significado que una tendencia hacia el increm ento
del valor del objeto am ado, que un querer m ejorarlo, etcétera. Un
tal querer m ejorar supone 1) u n a disposición «pedagógica» que
17. Sobre la diferencia entre el «deber ser ideal» y la conciencia del deber,
véase en mi libro El formalismo en la ética y ética material de los valores el ca
pítulo «Valor y deber», pp. 206 ss. [GW 2, pp. 211 ss.].
Itiicc desaparecer de m odo repentino y necesario el am or existente,
’) tina separación entre lo que es la persona en cuestión y lo que
.iilii no es y que justam ente «debe» llegar a ser. Pero el am or es in
diferente justam ente frente a esta separación. Precisamente esta se
paración es lo que no se halla en m odo alguno presente en el amor,
liimpoco existe ninguna separación entre lo que denom iné, en el
i tiso anterior, el «factum em pírico del valor» y la im agen «ideal»
del valor.
Aquí encontram os por vez prim era el punto más com plejo de la
t uestión. N o se da una finalidad puesta para la tendencia ni un fin
puesto para la voluntad, que ap u n ta hacia el valor superior y su
realización, sino que es el amor mismo el que en el objeto hace apare
cer en cada caso de m odo com pletam ente continuado y además a
¡o largo de su movimiento el valor superior, com o si emergiera «de
modo espontáneo» del objeto am ado m ism o sin que hubiera acti
vidad de la tendencia del am ante (ya sea sólo un «deseo» de su p ar
le). Todos los intentos de explicar este fenóm eno fundam ental a
partir de la disyuntiva: o bien sólo es visto aquí un valor ya pre
sente (com o si el am or sólo abriera los ojos para los valores supe
riores presentes, m ientras que el odio los cerrara), o bien el am or
sólo es el «pretexto» para crear y para producir volitivam ente estos
valores m ediante la educación por ejem plo, o bien crea a partir de
sí (sin esfuerzo de la tendencia) los nuevos valores; todo esto son
determ inaciones m uy bastas e insuficientes que justam ente ocul
tan el fenómeno fundam ental. Pues en ninguno de estos casos está
dado el amor. Es cierto que se puede decir que el verdadero am or
ibre los ojos del espíritu para valores siem pre superiores del obje
to am ado, hace verlos, pero no los hace algo así com o «ciegos»
¡como dice el m uy absurdo proverbio, que evidentem ente conci-
3e al am or com o una pasión sensual de los instintos). Lo que pro-
zoca «ceguera» no es nunca el amor en la em oción em pírica, sino
os instintos sensuales que siem pre lo acom pañan y que efectiva-
n e n te im piden y lim itan el amor. Pero este «abrir los ojos» es jus-
am ente sólo u n a consecuencia del amor, que se da con respecto
i la gradación de «interés», «atención», «percatarse de», «prestar
itención a», etcétera. Pero él m ism o no es un «com portam iento a
la búsqueda» de nuevos valores en el objeto am ado. ¡Todo lo con*
trario! U na búsqueda semejante de valores «superiores» sería sin dudii
un signo de una efectiva carencia de amor. Sería asim ismo un inte
rés creciente en los «méritos» y un interés decreciente en los «defec
tos» del objeto, esto significa que este com portam iento se encon^
traría cuando m enos en el cam ino de la ilusión. La autenticidac
del am or se m anifiesta enteram ente en que sí que vem os los «de
fectos» del objeto concreto, pero lo am am os con estos defectos.
¿Y en qué situación nos encontraríam os si el am or fuera una ta
«búsqueda» y los valores superiores buscados no existieran? E n
tonces aparecería en cualquier caso la desilusión y la «búsqueda»
cesaría. Pero lo que ahí cesaría no podría ser con seguridad e
am or al objeto. Pues éste justam ente no cesa p orque no se en
cuentren los valores buscados. Así, este abrir los ojos para los va
lores superiores dados no es lo que hace que el am or sea amor,
sino que es a lo sum o su consecuencia, y esto sin esta específica
«búsqueda». El am or abre los ojos para valores superiores a los que
le son dados al «interés», es m ucho más que una m era «atención
intensificada», de becho es lo que tiene com o consecuencia esta in
tensificación.
Pero, tam bién en otro aspecto im portante, esta concepción pa
saría por alto el fenóm eno del que se trata. Hem os dicho: el am or
está dirigido hacia el «ser superior de un valot'>; pero esto es algo
distinto que dirigido «hacia un valor superior». Si busco en un o b J
jeto «un» valor superior al valor dado, entonces este «buscar» deter
m ina ya una form a cualquiera de la concepción del valor superior
en función de su cualidad ideal. C on todo, el valor superior mismo,
del que se trata en el amor, no está en m odo alguno previam ente
«dado», sino que sólo se abre en el movimiento del amor, por decir
lo así, a su térm ino. En este m ovim iento sólo se encuentra necesa
riam ente la dirección hacia un ser superior (determ inado de m odo
cualitativam ente cambiante) del valor.
Ya he rechazado la segunda interpretación, según la cual, el am or
es esencialm ente y no es otra cosa que la ocasión para crear el valor
superior m ediante la educación, etcétera. Y añado que querer m o
dificar en general al objeto am ado no se da en m odo alguno en el
dium cu cuanto tal.18 Es com pletam ente correcto decir: am am os
I|
iim ley esencial) los objetos, por ejem plo, a u n ser hum ano, com o
m i I ,imbien se dice que es incluso ley esencial del amor, que ame-
mi i* rl objeto com o «es», con los valores que «tiene», y se niega que
Hi rl ,imor está dado u n valor que solo «debe» ser en el objeto,
lililí) «deber ser así», tom ado com o si fuera «condición» del amor,
ilt .) i nyc su esencia fundam ental. Esto es, por ejem plo, de sum a
importancia para concebir correctam ente la idea evangélica del
amor, com o he m ostrado en detalle en otro lugar.19Jesús no le dice
María Magdalena: «No debes seguir pecando; si me lo prom etes
ii .miaré y te perdonaré tus pecados» (como, por ejem plo, lo inter
p e ló en una ocasión Paulsen).20 Sino que le ofrece los signos de su
amor y el perdón de sus pecados y al final dice: «Vete y no vuelvas
ti pecar». Incluso estas palabras de Jesús sólo van destinadas a ha-
■ n le ver a M aría que está profundam ente vinculada de un m odo
mievo a Jesús, y a dejarle ver que ya no puede seguir pecando; no
nene en m odo alguno el sentido de un im perativo con carácter de
ubiigación. D e m odo semejante, en la historia del hijo pródigo el
tii repentim iento consum ado del hijo no es razón y condición del
perdón y de la acogida am orosa por parte del padre, sino que es en
la contem plación asombrosa del am or paterno que surge poderosa
mente el arrepentim iento. Así pues, la sentencia: «El am or se diri
ge hacia los objetos tal com o son» es sin duda alguna correcta. D e
allí que si se espera amor y se encuentra el gesto educativo, un «tú
debes», entonces la consecuencia es obstinación y orgullo herido.
I ,sto es perfectamente normal. Sólo que este «tal com o son» no debe
ser entendido erróneam ente, no debe ser entendido en pie de igual
21. Lo iquí presentado queda más claro con ayuda de mi teoría sobre la
persona de valor individual e ideal y su «determinación», como la he desarrolla
do en el libro El formalismo etcétera pp. 508 ss. Lo que en el devenir empírico
del ser humano es «desarrollo», es, en relación con su ser y su existencia absolu
tos, sólo «desvelamiento». [GW 2, pp. 481 ss. y «Ordo Amoris».]
puede ser reducida a conceptos («individuum ineffabile»), sólo apare
ce en su totalidad y puramente en el am or o en la m irada a través del
iimor! C uando no hay amor, el lugar del «individuo» es ocupado por
l<i «persona social», esa m era X de relaciones diversas (por ejem
plo, «ser tío de», «ser tía de»), la X de u n a determ inada actividad
Micial (profesión), etcétera. En este caso es justam ente el am ante
i|iiien ve más cosas que los otros, y es el y no los «otros» quien ve lo
objetivo y lo real. Sólo la falsa degradación subjetivista de lo real
y objetivo en una mera «valuabilidad y validez universales» — uno
de los errores más grandes de la filosofía subjetivista de Kant— 22 nos
conduciría necesariamente a una conclusión distinta. Sin embargo:
en m uchos casos existe realm ente una tal tendencia a la «idealiza
ción». Pero en tanto en cuanto existe, no es verdaderam ente a cuen
ta del amor a otros, sino a cuenta del im pedim ento, que sufre el
amor cuando está encerrado en sus propios intereses, tendencias,
ideas, valoraciones; pero esto es precisam ente una consecuencia del
«egoísmo» parcial, del no salir de uno m ism o y de los propios pro
cesos psíquicos hacia el objeto y su contenido de valor, procesos
i]ue están permeados por las sensaciones corporales e im pulsos ins
tintivos. N o obstante, no se debe valorar el caso puro y genuino
Jel am or en función de las posibles ilusiones aquí presentes.2' Por
ejemplo, hay tam bién un «presunto am or», que sólo es cariño
morque «hemos hecho tantas cosas» p o r alguien, porque «hemos
juesto tantas energías y preocupaciones, etcétera, en él», a la m a
lera de u na valoración resentida: «Es bueno lo que cuesta m ucho».
D «presunto amor» por costum bre: u n elem ento del así llam ado
<cariño»; o presunto am or por «huida de uno mismo» («no poder
:star solo») o p o r «com unidad de intereses» — que tam bién p u e
den llevar a los correspondientes portadores del acto incluso hacia
a ilusión de que «aman» un objeto; o un estar poseído patológica
S ig n ific a d o n o r m a t i v o y d e s c r i p t i v o d e l o r d o a m o r is
2. Con todo, la idea del ordo amoris objetivo no depende de la sentencia so
bre la existencia de Dios.
3* [Sobre valor y norma véase GW 2, IV, 2.]
M u ndo entorno , d e s t in o ,
"D ETERM INACIÓ N INDIVIDUAL» Y ORDO AMORIS
iiii'io, a las colectividades, y uno trágico y fatal, al igual que una culpa
«libre» en el sentido usual del térm ino. La ilim itación constitutiva
ilrl am or no quiebra la limitación esencial del amor. Pues justo en la
iirnservación más o menos consciente de un campo ilim itado aun-
ijiic «vacío» de cosas que pueden ser amadas (como si se hallara de-
iiíís de lo que está dado al sujeto o es accesible a él) es experim entada
esta ilim itación esencial. E n cam bio el encaprichamiento sólo está
presente ahí donde falta la vivencia de este campo vacío, de este «por
venir» previo a la esperanza, al anhelo, a la creencia, cuando fa lta la
perspectiva amorosa metafísica-, y en contraposición con esto, es jus
tamente la disolución incipiente de u n encapricham iento la que se
anuncia en la creciente tom a de conciencia del vacío.
La un id ad del reino del que hem os hablado se encuentra, así
pues, en otro plano. Consiste objetivam ente en la unidad de la ley
ile su construcción escalonada según la doble dirección de las cosas
superiores e inferiores que pueden ser amadas; consiste en su estric
ta gradación (determ inada por la esencia de sus valores) regulada
por leyes que se m antiene constante en todas las fases de este proce
so infinito. Y, por lo que se refiere a la personalidad hum ana, con
siste en las leyes del preferir evidente y del detestar los valores y los
caracteres, leyes propias de los actos y de las potencias am orosos, a
través de los cuales el acto am oroso se dirige hacia las cosas en las
que aparecen los valores y caracteres ante nuestro ánim o.
Pues lo que denom inam os «ánimo» o de m odo más gráfico el
«corazón» del ser hum ano, no es u n caos de estados sentim entales
ciegos, que se asociarían o separarían con otros así llam ados datos
psíquicos siguiendo reglas causales cualesquiera. Es, en cam bio, el
reverso articulado del cosm os de todas las cosas que pu ed en ser
amadas; es p or tanto un microcosmos del mundo de los valores. «Le
cceur a ses raisons.»
H an surgido escuelas enteras que pusieron a la filosofía la tarea
de «unir las pretensiones del entendim iento con las del corazón y
del ánim o en una concepción d^l m undo unitaria» o que querían
fu n d am en tar ilusoriam ente toda la religión en «deseos del cora
zón», «postulados», «sentim ientos de dependencia o estados seme
jantes. Estos tipos de ideas ilusorias aun en sus formas más sutiles
han sido rechazadas con justificada insistencia por todos los valien
tes pensadores y por todos los racionalistas auténticos. «¡Al infierno
con el corazón y con el ánimo» — dijeron— «cuando se trata de
realidad y de verdad!» ¿Pero acaso es éste el sentido de la sentencia
pascaliana? No. Justo lo contrario es su sentido:
El corazón posee u n análogo estricto de la lógica en su propio
dom inio, que, con todo, no se adecúa a la lógica del entendim ien
to. E n él hay leyes — com o ya enseña la doctrina del nomos agraphos
de los antiguos— inscritas que se corresponden con el plan según el
cual ha sido dispuesto el m u n d o y el m undo de los valores. Es ca
paz de am ar y de odiar ciega y evidentemente; no es una cosa dis
tin ta al hecho de que podem os juzgar ciega y evidentem ente.14*
El corazón tiene aún sus razones no después de que el entendi
m iento se haya expresado sobre el m ismo asunto: «razones» que no
son razones, es decir, determ inaciones objetivas, «necesidades» au
ténticas, sino solo así llamadas razones, a saber, motivos, ¡deseos!
Pero el acento en la frase de Pascal recae sobre «ses» y «raisons». El
corazón tiene sus razones: «sus», de las que el entendim iento no
sabe nada y nunca podrá saber nada; y tiene «razones», es decir, evi
dencias objetivas y evidentes sobre hechos para los que todo el en
tendim iento está ciego; tan «ciego» com o los ciegos para el color,
com o el sordo para el sonido.
Una evidencia de la más profunda significación está expresada en
esta frase de Pascal; una evidencia que sólo actualmente vuelve a ele
varse de entre los escombros de malentendidos: H ay un ordre du
cceur, una logique du cwur, una mathématique du coeur, que es tan
estricto, tan objetivo, tan absoluto e inquebrantable com o las sen
tencias y las consecuencias de la lógica deductiva. Lo que la gráfica
expresión «corazón» designa no es — com o ustedes, filisteos, y uste
des, románticos, se im aginan— el lugar de los estados confusos, de
16. La zona de indiferencia sólo es un corte ideal que nunca puede ser alcan
zado completamente por nuestro cambiante comportamiento anímico.
persona es odiada desde el m ism o instante en que se nos aparece,
lid cierto que se da la ley según la cual el contenido positivo de va
lor de una constitución especial, en relación con el cual este h o m
bre es p o rtad o r de un contenido correspondiente de disvalor, es
llrcir, de valor contrario, tiene que haber constituido el contenido
ilc un acto de amor, para que sea posible el correspondiente acto de
odio. En este sentido hay que entender la sentencia que escribe
Housset en su conocido capítulo sobre el am or: «El odio que se
siente ante una cosa cualquiera, sólo proviene del am or que se sien
te por otra cosa: odio la enferm edad únicam ente porque am o la sa
lud».17 En este sentido el odio descansa siem pre sobre una decepción
unte la presencia o no presencia de un contenido de valor, que se
portaba intencionalm ente (por ello aún no en la form a de u n acto
de expectación) en el espíritu. (Y el m otivo de este odio puede ser
tanto la existencia de un contenido de «disvalor» com o la ausencia
o la carencia de un contenido positivo de valor. Por tanto, con esta
sentencia no se quiere decir que el contenido de «disvalor» no sea po
sitivo ni que los contenidos de valor [positivos] sólo sean algo así
como una carencia de estos «disvalores». Ésta es una afirmación com
pletam ente arbitraria del optimismo metafísico análoga al hecho de
que la afirm ación según la cual todos los contenidos de valor se
fundam entan sólo sobre la desaparición de la existencia de los con
tenidos de «disvalor», es una afirmación igual de arbitraria de pesi
mismo metafísico.) Sólo habría contradicción si toda noticia de un
mal (positivo) tam bién tuviera que despertar odio; lo cual, sin em
bargo, no es el caso. Pues el m al puede ser constatado, e incluso
puede ser en determ inadas circunstancias am ado, si un mal inferior
representa, no sólo casualmente, sino esencialmente, por ejem plo,
la condición desencadenadora de la existencia de un bien de rango
más elevado o de un bien moral.
Por tanto el am or y el odio son ciertam ente m odos de com por
tam iento emocional opuestos — de m odo que es im posible am ar y
odiar lo mismo respecto al m ism o valor en un acto— , pero no son
modos de com portam iento igual de originarios. Nuestro corazón está
1. Justamente sobre esto Kant realiza concesiones más bien grandes que
pequeñas al empirismo. Como cuando presenta su ley moral como mera «for
mulación» de lo que siempre ha «valido» como moral.
term inadas son sus afirmaciones sobre cóm o ha de m ostrarse este
;i priori. El camino que K ant abre de este m odo eíi la filosofía teó
rica, es decir, el p artir de los hechos de la ciencia m atem ática o de
la «experiencia» en el sentido de la «ciencia de la experiencia» es
explícitamente rechazado.2 Este cam ino ha de representar tan pron
to el análisis de ejemplos concretos del juicio m oral propio del
sano entendim iento hum ano, que K ant ensalza a la vez que recha
za en. la teoría del conocim iento,3 tan pronto la afirm ación de que
la ley moral es un «factum de la razón pura» que debe ser sencilla
m ente m ostrado, sin apoyarse en nada más. Pero p o r m ucho que
esta últim a afirmación sea correcta, K ant no es capaz de m ostrar
nos en m odo alguno cóm o los «hechos», sobre los que u n a ética
a priori debe sostenerse si no quiere convertirse en una construc
ción vacua, se distinguen de los hechos de la observación y de la in
ducción, y cóm o su com probación se distingue de los tipos de
com probación que han sido justam ente rechazados com o funda
m ento. ¿Cuál es la diferencia entre un «faktum de la razón pura» y
un fa k tu m m eram ente psicológico? Y ¿cómo puede una «ley» com o
la «ley moral» — pues una «ley» debe ser el hecho fundam ental m o
ral según Kant— denom inarse un «fd ktu m »? D ado que K ant des
conoce una «experiencia fenomenológica» en la que se m uestra como
hecho de la intuición lo que radica ya en la experiencia natural y
científica com o «forma» o «presupuesto», no tiene ninguna res
puesta a esta pregunta. C on ello su procedim iento en ética adquie
re un carácter puram ente constructivo que no puede achacarse en
el m ism o sentido a su apriorism o teórico. Esto se expresa frecuen
tem ente en giros como: la ley m oral surge de una «autolegislación
de la razón», o: la persona racional es la «legisladora» de la «ley m o
ral», a diferencia de «la ley m oral es la ley funcional interna de la
voluntad pura» o de la «razón com o práctica», en los que no está
presente el m om ento de la arbitrariedad constructiva. Es m anifies
2. Crítica de la razón práctica, primera parte, libro I, cap. 1: «La ley moral
no puede ser demostrada por ninguna deducción».
3. Véase especialmente la Fundamentación de la metafisica de las cos
tumbres.
to que K ant no ve el círculo de hechos sobre el que debe sostenerse
— como todo conocimiento— una ética apriorística.4
Pero ¿cómo habría podido Kant buscar cabalmente tales «hechos»,
si consideraba que hay una conexión esencial en el hecho de que
sólo una ética form al puede satisfacer la exigencia correcta de que la
ética no puede ser inductiva? Está claro: sólo una ética material pue
de apoyarse — seriamente— sobre hechos, a diferencia de las cons
trucciones arbitrarias.
Se trata, por tanto, de la pregunta: ¿Hay una ética material que
al mismo tiem po sea apriori en el sentido de que sus proposiciones
sean evidentes y que no sean ni demostrables ni refutables p o r la
observación y la inducción? ¿Hay intuiciones éticas materiales?
6. También aquí verdad e:; «correspondencia con los hechos», sólo con hechos
que ellos mismos son «a priori». Y las proposiciones son «verdaderas» a priori,
porque los hechos en los que son satisfechas son dados «a priori».
7. La categoría como concepto y como contenido de la «intuición catego-
rial» ha sido distinguida por vez primera con radicalidad por E. Husserl (Investi
gaciones lógicas, II, 6).
Id naturaleza esencial de un contenido previam ente dado, el hecho
i le que en los intentos de «contemplarlo» se m uestra que siempre ya
debemos haberlo intuido, para conceder a la observación la direc
ción deseada y requerida; uno de los criterios para las «conexiones
esenciales», em pero, es que al suprimirlas tentativam ente m ediante
otros resultados posibles de la observación (representables en la
imaginación) frente a las relaciones reales, no som os capaces de ha-
re rio partiendo de la naturaleza de la cosa; o que en nuestro inten
to de encontrarlas m ediante la acum ulación de observaciones,
siempre ya las presuponem os — en el m odo en que ordenam os las
observaciones entre ellas— . E n estas tentativas nos es claram ente
dada la independencia del contenido de la intuición de las esencias
respecto de toda observación e inducción posibles. Pero, para los
conceptos que son a priori porque se satisfacen en la intuición de
las esencias, es un criterio el que, en nuestra tentativa de definirlos,
caigamos irremisiblemente en u n circulus in definiendo-, para las sen
tencias es u n criterio que en nuestra tentativa de fundam entarlas
caigamos irremisiblemente en el circulus in demostrando.8
Por tanto, los contenidos apriorísticos sólo pueden ser mostrados
(por m edio de un procedim iento que aplique estos criterios). Pues
tanto este procedim iento com o el procedim iento de «delimitación»
—en el que se m uestra lo que aún no es esencia— nunca pueden
«demostrarlos» o de algún m odo «deducirlos», sino que sólo son
un m edio de hacerlos ver o de «manifestarlos» a ellos mismos, sepa
rados de todos los otros.
E n este sentido, dos rasgos diferencian radicalm ente a la expe
riencia fenom enológica de toda experiencia de otra suerte, por
ejemplo, de la experiencia de la concepción natural del m undo y
de la ciencia. Sólo ella ofrece los hechos «mismos» y, por ello, de
m odo inm ediato, es decir, no m ediado por símbolos, signos o in
8. Así se puede mostrar, por ejemplo, que todos los principios mecánicos
ya radican en el fenómeno de un movimiento de un punto de masa — cuando el
fenómeno es aislado estrictamente— y que por ello se encuentren en la base de
todos los posibles movimientos observables; o sea, que se mantengan en todas las
posibles variaciones observables del movimiento.
dicaciones de cualquier tipo. Así, p o r ejem plo, u n determ inado
rojo puede ser determinado de los m odos más diversos. Por ejem
plo, com o el color que es designado por la palabra «rojo»; com o el
color de esta cosa o de esta determ inada superficie; determ inado
com o un cierto orden, por ejem plo, del cono de los colores; como
el color que «yo veo justo ahora»; com o el color de este núm ero y
form a de vibración, etcétera. E n todos estos casos aparece, diga
m os, com o la X de u n a ecuación o com o la X que satisface un
con ju n to de condiciones. La experiencia fenomeno lógica, em pero,
es en la que cada totalidad de estos signos, indicaciones, m odos de
determ inación encuentra su últim a satisfacción. Sólo ella ofrece
lo rojo «mismo». H ace de la X u n hecho de la intuición. Es algo así
com o el canje de to d o cam bio que el resto de experiencias reinte
gra. T am bién podem os decir: toda experiencia no fenom enológica
es p o r principio experiencia m ediante o gracias a sím bolos cuales
quiera, y por tanto experiencia mediada, que nunca ofrece las cosas
«mismas». Sólo la experiencia fenom enológica es por principio
asimbólica y justo por ello capaz de satisfacer todos los sím bolos
posibles.
Sim ultáneam ente, sólo ella es una experiencia puram ente «in
manente)», es decir, sólo form a parte de ella lo que en cada acto de la
experiencia m ism a es intuitivo — ya sea a su vez algo que consiste
en u n desplazar un contenido sobre sí m ism o— , nunca algo que es
imaginado m ediante un contenido externo y separado de ella. Toda
experiencia no-fenom enológica «trasciende» principalm ente su con
tenido intuitivo, por ejem plo, la percepción natural de una cosa
real. E n ella se «imagina» lo que no está «dado». La experiencia fe
nom enológica, em pero, es en la que ya no hay ninguna separación
entre lo «imaginado» y lo «dado», de m odo que — com o quien dice,
procediendo desde la experiencia no-fenom enológica— tam bién p o
dem os decir: en la que nada es significado que no haya sido dado, y
nada es dado con excepción de lo significado. Sólo a l cubrirse lo
«significado» y lo «dado» se manifiesta el contenido de la experiencia
fenomenológica. En este cubrirse, en el punto en que coinciden la
satisfacción de lo significado y lo dado aparece el «fenómeno». Ahí
do n d e lo dado sobrepasa lo significado o lo significado «mismo»
—y por tanto tam bién perfecto— es dado, no existe aún ninguna
|)ura experiencia fenom enológica.9
2. A partir de lo dicho queda claro que lo que siempre está dado
a priori, descansa tan to en la «experiencia» com o todo lo que nos
es dado p o r «experiencia» en el sentido de la observación y la in
ducción. Así pues, todo lo dado y cada cosa dada descansa en la
«experiencia». Q uien aún quiera llam ar a esto «empirismo» puede
hacerlo. En este sentido, la filosofía basada en la fenom enología es
«empirismo». Los hechos y sólo los hechos, no las construcciones
de un «entendim iento» arbitrario, son sus fundam entos. Todos los
juicios deben orientarse según hechos, y los «métodos» son adecua
dos en la m edida en que conducen a proposiciones y teorías con
formes a los hechos. Pero un hecho — cuando m enos el hecho
«puro» o el fenom enológico— no recibe su «determinación» a par
tir de una «proposición» o de un «juicio» correspondiente, lo que le
llevaría a estar disociado de un, así llam ado, «caos» de lo dado. Lo
a priori dado tam bién es u n contenido intuitivo, no «prediseñado»
por el pensam iento para los hechos, ni «construido» por él, etcéte
ra. Pero sí que los hechos «_puros» (o, tam bién, «absolutos») de la in
tuición están radicalm ente separados de los hechos que para ser
conocidos tienen que recorrer una serie (en principio interm inable)
de observaciones. Sólo ellos son — en la m edida en que ellos mismos
son dados— con sus conexiones, «evidentes» o «intuitivos». En la
oposición entre a priori y a posteriori no se trata, por tanto, de
la experiencia o no-experiencia o de los así llamados «prerrequisitos
de toda experiencia posible» (que serían inexperim entables en todos
los respectos), sino que se trata de dos tipos de experiencia: de la
experiencia pura e inm ediata y de la posición de una experiencia
condicionada y m ediada por una organización natural del ejecutor
9. Está claro que la «experiencia fenomenológica» no tiene nada que ver con
la experiencia mediante la «percepción interna». También lo que sean la percep
ción «interna» y «externa», debe ser aclarado de nuevo fenomenológicamente. Sólo
el hecho de «estar dada en sí misma» unifica la experiencia fenomenológica; pero
que para que algo se dé en sí mismo debe estar dada la percepción interna es sólo
un prejuicio psicologista. [Véase «Phánomenologie und Erkenntnistheorie» («Fe
nomenología y epistemología») en GW 10.]
real del acto. En toda experiencia no-fenom enológica, los hechos
puros de la intuición y sus conexiones funcionan, p o r supuesto,
com o — podem os decir— «estructuras» y com o «leyes formales» de
la experiencia en el sentido de que nunca son «dados» en ella, aun
que sí que la experiencia se consum a según o conform e a ellas. Pero
justam ente todo lo que en la experiencia natural y en la científica
funciona com o «forma» y, aún más, lo que funciona com o «méto
do» de la experiencia, debe pasar a ser, dentro de la experiencia
fenomenológica, la «materia» y el «objeto» de la intuición.
Rechazam os explícitam ente todo «concepto» o «proposición»
a priori previam ente dada, que no pueda alcanzar m ediante un
hecho de la intuición una satisfacción com pleta. Pues lo que con
ello se diría sería el sinsentido de un «objeto por esencia absoluta
m ente incognoscible», o un m ero signo o una convención, en la que
los signos están relacionado? arbitrariam ente. En ambos casos no
nos encontraríam os ante la «comprehensión», sino ante posiciones
ciegas, que están dispuestas de modo que, por ejemplo, ei contenido
de la experiencia científica «se sigue» de ellas o se sigue del m odo
«más simple». Igualm ente im posible es el intento de com prender
com o a priori una «función» o «fuerza» sólo accesible gracias a la
observación — sea interna o externa— , cuyo efecto se encontraría
sólo en el contenido de la experiencia. Sólo la suposición com ple
tam ente m itológica de que lo dado es un «caos de sensaciones» que
debe ser «conformado» por m edio de las «funciones sintéticas» y las
«fuerzas», conduce a estas extrañas opiniones. Y tam bién ahí donde
falta toda interpretación m itológica de lo a priori com o u n a «ac
tividad conform adora» o «fuerza sintetizadora», y se quiere tener
bastante con buscar m ediante un procedim iento de reducción los
«presupuestos» lógicos puram ente objetivos de la experiencia cientí
fica concretada en proposiciones, y luego se denom ina a estos «pre
supuestos» lo a priori, ahí lo a priori sería sólo accesible y no esta
ría evidentemente fundam entado en u n contenido intuitivo. Pero la
naturaleza apriorística de una proposición no tiene nada que ver con
su dem ostrabilidad o indem ostrabilidad. Para la naturaleza aprio
rística es com pletam ente indiferente si las proposiciones aritméticas
funcionan com o axiomas o com o consecuencias dem ostrables de
(•«tos.10 Pues en el contenido de la intuición que satisface las senten-
i ¡as de esta índole radica la «aprioridad» y no en su valor según la
miruación que ocupan en las relaciones de fundam ento y de conse
cuencia entre los com ponentes de teorías y sistemas.11
3. En lo dicho queda claro que el ám bito de lo «evidente a prio
ri» no tiene nada que ver con lo «form al», así com o tam poco es el
cuso entre la contraposición «a priori»-«a posteriori» y la contrapo
sición «formal»-«material». M ientras que la prim era diferencia es
¡disoluta y se basa en la diversidad de los contenidos que satisfacen
los conceptos y las proposiciones, la segunda es com pletam ente re
lativa y al m ism o tiem po sólo está relacionada con los conceptos y
las proposiciones en función de su generalidad. Así, por ejem plo, las
proposiciones de la lógica pura y las proposiciones aritm éticas son
igualmente a priori (tanto los axiomas com o las consecuencias de
éstos). Pero esto no im pide que las prim eras sean «formales» en re
lación con las segundas, y que las segundas sean materiales en rela
ción con las primeras. Pues es necesario para las segundas un plus
de m ateria intuitiva para satisfacerlas. Por otra parte, el principio
que sostiene que entre las sentencias A es B y A es no B, una de
ambas debe ser falsa, sólo es verdadero sobre la base de la com
prehensión fenom enológica objetiva de que el ser y el no ser de
algo (en la intuición) son incom patibles. En este sentido, tam bién
esta proposición tiene u n a materia de la intuición com o funda
m ento, que no lo es m enos porque se atribuya a todo objeto arbi
trariamente. Esa proposición sólo es «formal» en el sentido toto coelo
diferente, de que en el lugar de A y B pueden ponerse objetos
com pletam ente arbitrarios; es formal con respecto a dos objetos cua
lesquiera determ inados. Igualm ente 2 x 2 = 4 es «formal» para cirue
las y para peras.
Dentro de la totalidad de la esfera de lo com prehensible a prio
ri hay, p o r tanto, las diferencias más amplias entre lo «formal» y lo
cubierto por éstos, es algo que de algún m odo nosotros hem os «apor
tado», un resultado de nuestra «actuación», un «conformar», u n a
«elaboración» o algo semejante. Relaciones, formas, figuras, valores,
espacio, tiem po, m ovim iento, objetividad, ser y no-ser, «coseidad»,
unidad, pluralidad, verdad, actuar, físico, psíquico, etcétera, deben
ser en conjunto e individualm ente retrotraídos ya sea a una «for
mación», ya sea a una «empatia», ya sea a cualquier otro m odo de
la «actividad» subjetiva; pues no se encuentran en el «contenido
sensible» que es el único que nos «puede» ser dado, y que, por tan
to, com o se cree, «es» dado.
El error es que, en lugar de preguntar sim plemente qué está dado
en la intención opinante misma, se mezclan en la pregunta sin dila
ción puntos de vista y teorías ¿>xíraimenciónales, objetivos e, inclu
so, causales (aunque sean sólo teorías naturales cotidianas). E n la
simple pregunta acerca de qué es dado (en un acto), hay que pres
tar atención únicam ente a este qué\ todas las condiciones objetivas
pensables y extraintencionales del acaecer del acto, por ejemplo,
que un «yo» o «sujeto» es quien lo ejecuta, que este yo tiene «fun
ciones sensibles», «órganos sensibles», que tiene un cuerpo, etcéte
ra, tienen tan poca im portancia en la pregunta acerca de qué es lo
«dado» en la tenencia de un sonido o de un color rojo, y en la pre
g u n ta acerca de qué aspecto tiene lo dado, com ó la constatación
de que el ser hum ano que ve el color, tiene un pulm ón y dos piel ■
ñas. Sólo hem os de m irar en la dirección de la intención del acto,
escindida de la persona, del yo y de la conexión m undana, y vemo»
qué aparece ahí y cóm o aparece; sin que nos incum ba la pregunta
sobre cóm o puede aparecer, cóm o nos afecta en función de cuales
quiera presupuestos reales de las cosas, estímulos, hom bres, etcéte
ra, existentes.
Si pregunto, por ejemplo: ¿Qué es dado cuando percibo un cubo
m aterial y corpóreo?, entonces la respuesta que dice que es dada «la
visión lateral perspectivista» o incluso «las sensaciones» de ésta, es
fundam entalm ente errónea. Lo «dado» es el cubo com o u n a totali
d a d — no dividido en «caras» o «perspectivas»— de una cOsa mate
rial de una determ inada unidad formal espacial. Q u e efectivamente
el cubo es dado sólo visualmente, que el resto de elem entos visuales
en el contenido de la percepción sólo se corresponden con los pun
tos de la cosa vista que form an parte de su visión lateral perspecti
vista, de todo ello no es «dado» ningún rastro; de igual m odo que
tam poco es «dada» la com posición quím ica del interior del cubo.
Es necesaria, antes bien, u n a serie m uy rica y com pleja de nuevos y
nuevos actos (a saber, del m ism o tipo que los de la «percepción na
tural»), así com o una conexión de éstos, si tiene que ser experi
m entada la «visión lateral perspectivista del cubo». A continuación
se m encionan algunos actos en su estructura más básica.
T iene que ocurrir, en prim er lugar, u n acto de concepción del
yo, del yo que es el consum ador del acto, y con respecto a lo que le
es dado a él del cubo. Entonces, el cubo es dado, al igual que antes;
pero con una nota individual que perm ea todo lo dado. En un se
gundo acto habría que com prender que el acto de la percepción re
sultó de un acto de visión en el que no aparece en m odo alguno lo
que había en prim er lugar, por ejem plo, no aparece la «materiali
dad», ni tam poco «que tiene u n interior»; antes bien es «dado» un
envoltorio del todo, con una determ inada form a y color, bajo cier
ta luz y som bra, es decir, el objeto visto que no ha dejado de tener
el carácter de cosa (sólo que inm aterial).
Pero ahora no es llevado a lo dado ni m ucho m enos la «visión
litiri.il perspectivista del cubo», ni m ucho m enos aún el así llama-
iln «contenido de la sensación». Lo que ahora es «dado» es la cosa
:huill del cubo, es decir, algo que ciertam ente ya no contiene «cor-
nniridad», pero que aún contiene com pletam ente la coseidad com o
¡mino de apoyo de la forma, el color, la luz y las sombras; y sigue
«li iulo dado el todo de la form a espacial, en el que los colores, la luz
y l,i oscuridad son apariciones dependientes y fundadas en la for-
ttiii espacial, y con cuya m odificación (es decir, la de la «forma es-
|Mc iul») tam bién se m odificarían estas apariciones parciales. Por
. (cmplo, veo «sombras» bajo cierta cualidad de las tonalidades del
uiis, si concibo estas cualidades com o propiedades de una cosa vi-
tiial\ y los m om entos del color variarían en límites m uy tenues en
función de sus contenidos de apariencia, si las distancias y las si-
ituiciones de los elem entos espaciales de la form a vista se m odificá
is n m ediante un cam bio de la unidad form al, p o r ejem plo, del
i libo en una proyección en dos dim ensiones. C on una localización
en profundidad de u n color se m odifica tam bién la claridad. Ade
más podem os constatar el hecho de un «ver» sin saber nada de ór
ganos sensibles m ediante percepciones y sensaciones de los órga
nos. Y «ver» es tam bién algo com pletam ente diferente que la mera
pertenencia de lo colorido, por ejem plo, a u n yo que percibe,
como si «ver» y «tener color», u «oír» y «tener sonido» significaran
lo m ismo. Y «ver» es tam bién algo distinto que la m era atención
,i un color. Es u na función que ha de llevarse a la intuición, una
Iunción de tipo estrictam ente cualificado con leyes especiales de
actuación com pletam ente independientes de la organización de los
órganos sensibles periféricos. Al «ver» una superficie siem pre es
tam bién dado, p o r ejemplo, el hecho de que tiene otra cara, au n
que nosotros no «tenemos la sensación» de ella. Y así, tam bién la
«cosa vista» del cubo no es en m odo alguno algo así com o la visión
lateral perspectivista de su form a espacial de cubo; en la cosa vista
las líneas de «que tenem os sensación» en los límites de esta «visión
lateral» se encam inan más allá en las direcciones que les prescribe la
forma cúbica, que es «dada» com o un todo, y que en m odo alguno
se conform a a partir de una «síntesis de visiones laterales» ni tam
poco «consiste» en una «síntesis» tal. Las relaciones de los elementos
espaciales de que tenemos sensación en función d e su situación, di»
tancia, dirección de los elementos lineales, disposición de profundi
dad, están subordinadas a esta form a vista y varían en dependencia
con ella. Las mismas situación, distancia, dirección de las líneas,
serían otras y otras, si fueran partes de una cosa visual de la forma
«cubo». D e ahí que se distinga radicalm ente el espacio de las cosai
visuales respecto del espacio de la geom etría, q u e es un espacio ar
tificialm ente deformado.
Se precisa ahora un nuevo acto de la experiencia para recortar
de la cosa vista dada hasta ahora el dato de la «visión lateral pers
pectivista». Este corte es sólo posible por el hecho de que la existen
cia y la determinación local del organismo corpóreo (que es concebido
com o perteneciente al «yo» que percibe) que consum a el acto de vi
sión y las partes del m ismo, a las que está vinculada la actuación de
la función visual, pasan a ser el objeto de un acto especial de la per
cepción. El hecho de que yo, por ejem plo, vea m ediante una acti
vidad cualquiera de mis ojos y no de mis oídos, esto no se debe ni
a la intuición de la función visual ni a la de la cosa visual. Es sólo el
resultado del «experimento», ciertam ente del experim ento natural
(que todos nosotros hacem os m uy tem prano), que cuando cierro
los ojos cesa m i visión de la cosa vista; que las propiedades de la
cosa vista se transform an de m odos diversos cuando muevo los ojos
(y las sensaciones de los órganos y de los m úsculos que están aso
ciadas a ellos) o cuando se aleja el cuerpo portador de los ojos. Una
cosa visual, en el sentido especificado anteriorm ente, tiene que es
tar siem pre ya «dada» y, además, en una determ inada cualidad de
m agnitud, para que destaquen en ella las posibles direcciones de la
variación, por ejemplo, la dirección de la variación según lo m ayor
o lo menor, en tanto que las variaciones que tienen lugar en ella es
tén condicionadas por el m ero hecho de la perspectiva, el alejamien
to, la situación y el alejam iento naturales del órgano o, respectiva
m ente, de sus estratos perceptores. (Esta cualidad de m agnitud no
es naturalm ente una m agnitud mesurable, ni com pletam ente inde
pendiente de la m edida en la que la cosa visual de que se trata par
ticipa de la ocupación espacial de todo el espacio visual, o sea, siem
pre en relación con la participación del resto de cosas visuales que
hallan en el espacio visual.) Se alcanza a destacar la dirección de
variación de la cosa vista según la «visión lateral perspectivista» sólo
,i i ravés de u na percepción relacional del acto de la cosa visual que
da en actos separados de experiencia y de mi cuerpo y mis ojos
además del «experimento» m encionado. Y sólo cuando esta direc-
t i(')i) de variación está dada, cuando sé lo que es en general la visión
lateral perspectivista de un cuerpo, entonces puede estar «dado» en
un acto especial aquello de lo que parte tan ingenuam ente el epis-
icmólogo sensualista: la «visión lateral perspectivista de este cubo».
I’cro desde aquí queda aún un gran trecho hasta el «contenido de la
ncnsación».
«Contenido de la sensación» en sentido fenomenológico, es decir,
lo que está dado in m ediatam ente com o co ntenido de un «sentir»,
v que no es «abierto» en cuanto tal m ediante la analogía hacia
«contenidos dados de la sensación» auténticos e inm ediatos, ni es
deducido dando un rodeo por el concepto causal del estím ulo y el
consiguiente m odo m odificado de relación de u n organism o; así
pues, «contenido de la sensación» en sentido fenom enológico son,
en sentido estricto, sólo los contenidos cuya aparición o desapari
ción suponen una variación cualquiera vivida de nuestro estado
corporal-, en prim er lugar, por tanto, en modo alguno no se trata de
cualidades de sonidos, colores, olores y sabores, sino de ham bre,
sed, dolor, placer, cansancio, así com o todas las así llamadas «sensa
ciones orgánicas» que están vagam ente localizadas en determ inados
órganos. Estas son las formaciones paradigmáticas de las «sensacio
nes», p or decirlo así, sensaciones que son «sentidas». D e ellas for
man parte naturalm ente todas las sensaciones que ocurren cuando
hay una actividad de los órganos sensoriales, y que se m odifican en
Función de las modificaciones de la actividad.
Por m or de la comodidad del lenguaje se pueden designar tam
bién com o «contenido de la sensación» todos los elem entos del
m undo intuitivo exterior en general, que aún pueden participar
(con su aparición o desaparición) de una transform ación del estado
corporal. N o porque ellos m ism os son sensaciones, sino porque su
realización para u n individuo psicofísico va acom pañada regular
m ente de auténticas sensaciones (en el oído, en los ojos, etcétera),
y porque toda modificación de los contenidos simples de la intil
ción, de un color y una superficie, por ejemplo, según el sonido, la
saturación, la claridad, la figura, va acom pañada unívocam ente de
u na modificación del estado sensorial del cuerpo, incluso del órganol
«Sensación», en este sentido ampliado, no es, em pero, u n objeto
determ inado, ni tam poco un contenido de la intuición com o «rojo»,
«verde», «duro», ni tam poco un «elemento» de un hecho com pues
to en form a de mosaico, sino que lo que m encionam os con el tér
m ino «sensación» es sólo esa dirección de la variación del m undo
externo (e interno) de las apariencias, cuando es experim entado
com o dependiente de la corporeidad actual de un individuo. Ésta
sería la esencia de la «sensación»; e in concreto es «sensación» todo
lo que es aún capaz de variar en esta dirección.12*
En este último sentido él «contenido de la sensación» no está nun
ca «dado» en ninguna acepción de la palabra. Siempre es aquello
definido por un acto de com paración entre una m ultitu d de fené
m enos ya dados con una m ultitu d de estados corporales, es lo que
puede ser m odificado en los fenóm enos com o resultado de la va
riación de los estados corporales. En sentido estricto, la «sensación»
en sentido am pliado sólo es el nom bre de una «relación variable»
existente entre un estado corporal y los fenóm enos del m undo ex
terno (o del m undo interno); su contenido no es otra cosa que el
punto fin a l en cada caso de esta relación previamente definida entre
el cuerpo y los fenóm enos eh los fenómenos. Se «tiene sensación»
de los elem entos de un fenóm eno por cuya variación se modifica
todo el fenóm eno, cuando los estados corporales o los estados de
los órganos de la sensación en los órganos de los sentidos, son con
cebidos en un cambio determ inado.
Por eso, una sensación «pura» jam ás está dada. Siempre es úni
cam ente una X que debe ser determ inada, o, mejor, un símbolo m e
diante el cual describimos esta dependencia. La pura sensación de
15. Sería un gran error equiparar este fenómeno de una voluntad fortísima
(por así decir, extática), con los hechos del simple «aspirar», de la tendencia ins
tintiva, sólo porque ambas vivencias no son experimentadas como si surgieran
del yo. Son, antes bien, la contraposición más radical de los hechos de la ten
dencia, cuyo medio es representado por el «yo quiero» (como vivencia). Ese pri
mer hecho es completamente el querer más central, más aún, el querer más
auténtico de la «persona» misma, que es totalmente distinta, en tanto que pun
to de partida de todos los actos, de todos los actos del objeto de la percepción
interna o del «yo». Véase la segunda parte de este tratado, sección VI A. [Elfor
malismo..., GW 2, pp. 370 ss.]
negativo y selectivo. Lo que es determ inado por el estado del senti
miento en primer lugar, no es lo que queremos, sino lo que «ya no»
ijiieremos del contenido que queríamos en prim era instancia.16
Se trata, así pues, justam ente de una inversión del hecho real
(|ue K ant presupone cuando determina toda m ateria del querer por
la experiencia de placer y displacer. Más aún, tam bién ahí donde la
idea de la «ley» es determ inante para el querer, la «ley» es aún ma
teria del querer (cuando m enos del querer puro), pero no es deter
m inante com o una ley que sería la ley del puro querer, es decir, una
ley en función de la cual se consum a el querer. Lo que aquí se quie
re es precisam ente la realización de la «ley», com o una de las posi
bles m aterias del querer. Y justam ente por ello todo querer tiene
un fundam ento en materias', que pueden m uy bien ser a priori, en
la m edida en que consisten en cualidades de valor, sólo en función
de las cuales se determ inan los contenidos representativos del querer.
Por esto el querer no está determ inado en lo más m ínim o p o r «es
tados sensibles del sentim iento».
N o es m enos errónea la segunda equiparación de lo «a priori»
con lo «racional» (o «pensado»), que se corresponde con la equipa
ración entre lo «material» y lo «sensible» (o tam bién a posterior!). Ya
habíamos visto que lo a priori es en prim er lugar algo «dado» en una
intuición y que las proposiciones «pensadas» en juicios solam ente
pueden ser llamadas a priori en la m edida en que encuentran su
cum plim iento m ediante los hechos de la experiencia fenom enoló-
gica. Así pues, no es en m odo alguno lo a priori del conocim iento
teórico algo m eram ente «pensado» o que deba ser pensado con an
terioridad. M ás aún, no hay ninguna doctrina que haya obstaculi
zado du ran te tanto tiem po la teoría del conocim iento com o la que
parte del presupuesto que un factor del conocim iento debe ser o bien
un «contenido sensible» o bien algo «pensado». ¿Cóm o se podrían
llevar a su cum plim iento, bajo este presupuesto, los conceptos de
cosa, real, fuerza, igualdad, semejanza, efecto (en el concepto causal),
m ovim iento, y más aún los de espacio, tiem po, cantidad, núm ero
18. Sólo con base en este prejuicio llegó Kant a la monstruosidad de consi
derar el amor y el odio como «estados sensibles del sentimiento».
la vida emocional deben ser consideradas com o un ám bito de oh je
tos y de investigaciones com pletam ente autónom o, e independien
te de la lógica.19
Por ello, es una suposición com pletam ente sin fundam ento la cjur
lleva a K ant a ver en toda referencia al «sentir», al «amor», al «odio»,
etcétera, com o a actos morales fundamentales, una desviación de l.i
ética hacia el «empirismo» o hacia el ám bito de lo «sensible», o un.i
fundam entación falsa de la «naturaleza del ser hum ano» para el co
nocim iento del bien y del mal. Pues, sentir, amar, odiar, y las leyes
que los rigen m utuam ente y con respecto a sus materias, no son
«específicamente humanos», al igual que los actos del pensamiento,
com o quiera que se estudien en el ser hum ano. Su análisis fenome
nológico, cuya esencia, prescindiendo en las organizaciones específi
cas de los portadores del acto y de las posiciones de realidad de los
objetos, consiste en establecer lo que se fundam enta en la esencia de
estos tipos de actos y sus materias, es tan distinto de la psicología y
de la antropología com o lo es el análisis fenomenológico del pensa
m iento respecto de la psicología del pensamiento hum ano. También
existe para este análisis un estadio espiritual, que no tiene nada que
ver con la totalidad de la esfera de lo sensible, ni siquiera con la es
fera, estrictam ente separada de ésta, de los actos vitales o corporales,
y cuyas leyes internas son tan independientes de estas esferas de ac
tos y sus leyes, como las leyes del pensam iento lo son del mecanismo
de ías sensaciones.
Lo que aquí, en contraposición con Kant, decididam ente exigi
m os es u n aprionsmo de lo emocional, y una separación de la falsa
um d a d que existía hasta ahora entre apriorism o y racionalismo. La
19. Más aún, en última instancia — lo cual no puede ser demostrado aquí—
el apriorismo del amor y del odio es incluso el último fundamento de todo el
otro apriorismo, y por consiguiente también el fundamento común tanto del
conocimiento a priori del ser cuanto del querer a priori de contenidos. Las es
feras de la teoría y de la práctica hallan su última conexión y unidad fenomeno-
lógicas en este aprionsmo (y no en un «primado») ya sea de la «razón teórica»
o de la «práctica». Franz Brentano ya señaló una idea semejante. Pero no es este
el lugar de proseguir su investigación. [Véase «Liebe und Erkenntnis» («Amor y
conocimiento») en GW 6, pp. 77-98.]
■nica emocional», a diferencia de la «ética racional», no es necesa-
i Límente «empirismo» en el sentido de un intento de alcanzar los
va lores morales a partir de la observación y la inducción. El sentir,
el preferir, el detestar, el am or y el odio del espíritu tienen su pro
lijo contenido a priori, que es tan independiente de la experiencia
inductiva com o las leyes puras del pensamiento. Y tanto en un caso
como en el otro, hay una intuición de las esencias de los actos y de
mis materias, de sus fundam entaciones y sus conexiones. Y tanto
rn un caso com o en el otro hay «evidencia» y la exactitud más es-
u icta de la com probación fenomenológica.
5. Q uerem os distinguir estrictam ente — lo cual afecta en gene
ral al concepto de «a priori»— el hecho de lo a priori, es decir, de
las esencias y sus conexiones independientes de la inducción, de una
parte, de todos los intentos de hacer más comprensible lo «a priori»
o de explicarlo, de la otra. En Kant, la teoría del a priori en todos
los ám bitos de la filosofía está estrecham ente vinculada a dos axio
mas y a las correspondientes intuiciones y posiciones fundam enta
les del filósofo respecto del m undo, los cuales rechazamos pues no
hay nada que los demuestre.
D e un lado, con su teoría de la «espontaneidad» del pensam ien
to, según la cual las «relaciones» en las apariencias deben haber sido
creadas p or el en ten d im iento (o por la razón práctica). Así, el a
priori de la conexión entre objetos y estados de cosas, es retrotraído
a una «producción» de una «actividad espontánea relacional» o a
lina «síntesis pura», que es activa en el «caos de lo dado». La «forma»
a la que falsamente es reducido el a priori, es o debe ser el resulta
do de la «actividadformadora» de un «formar» y de un «conectar».
Más aún, para Kant, esta teoría está tan estrecham ente ligada a la
teoría del apriorism o, que para m uchos que no contem plan con
una m irada autónom a la teoría de K ant, parece que es un todo
aparentem ente inseparable. Pero, todo y con eso, esta m itología de
la actividad creadora del entendim iento no tiene nada que ver con
el apriorism o. N o se basa en la intuición, sino que es una explica
ción puram ente constructiva del contenido a priori en los objetos de
la experiencia, una explicación que es efectiva sólo bajo el presu
puesto de que en todas partes sólo es «dado» un «caos desordenado»
(en un caso, un caos de así llamadas «sensaciones» y, en otro, de
«impulsos» o «inclinaciones»). Pero este presupuesto es el error fun
dam ental común del sensualismo, tal y com o éste fue desarrollado
rigurosam ente por H um e, y por K ant, que lo asum ió ciegamente
de los ingleses.20 Si en todas partes lo «dado» fuera un «caos» de las
impresiones (o, respectivamente, de los impulsos del instinto), y, no
obstante esto, se encontraran igualmente en el contenido de la expe
riencia, una conexión, orden y forma, una determ inada articula
ción y estructura, que, com o K ant vio correctamente, es imposible
que puedan proceder de la unión asociativa de las im presiones y
sus correlatos internos, entonces sería cuando m enos recomendable
la hipótesis de tales «funciones sintéticas», de tales «fuerzas vincu-
ladoras» (cuyas leyes serían entonces el «a priori» fáctico com pleta
m ente independiente). U na vez se ha pulverizado el m undo en una
m u ltitud de sensaciones, y el ser hum ano en un caos de excitacio
nes instintivas (que deben estar, incom prensiblem ente por cierto, al
servicio del desnudo mantenimiento de la existencia), entonces se
necesita ciertam ente un principio activo de organización, el cual
se reduce al contenido de la experiencia natural. En breve: la na
turaleza humeana necesitaba u n entendimiento kantiano para exis
tir, y el hombre hobbesiano necesitaba u n a razón práctica kantiana,
si es que am bos tenían que aproxim arse de nuevo al hecho de la
experiencia natural. Pero sin este presupuesto fundam entalm ente
erróneo de una naturaleza hum eana y de un hom bre hobbesiano
no era necesaria aquella hipótesis; y p or consiguiente tam poco la in
terpretación de lo apriorístico com o «leyes funcionales» de estas ac
tividades organizativas. Así pues, es a priori la estructura objetiva de
las cosas en los mismos grandes dom inios de la experiencia, una
estructura que se corresponde a determ inados actos y a relaciones
funcionales entre éstos, sin que estén de algún m odo «introduci
das» en ella por los actos, ni tam poco «añadidas» a ella p o r estos
actos.
Pero es justam ente la ética la que, más que la filosofía teórica, ha
I .A A U TO N O M ÍA DE LA FILOSOFÍA
La a c t it u d f il o s ó f ic a d e l e s p ír it u
A n á l is is d e l im p u l s o m o r a l
6. Sobre las concretas relaciones esenciales del amor y del odio con los actos
cognoscitivos y volitivos véase en el tercer volumen de esta obra el tratado «Co
nocimiento y amor» [véase la anterior nota del editor]; compárese también la ti
pología histórica de este problema en los libros: Krieg undAufbau (Guerray cons
trucción), Liebe und Erkenntms (Amor y conocimiento). Véase también mi libro
Z ur Phíinomenologie und Theorie der Sympathiegefiible und von Liebe und Haft
(Sobre la teoría y la fenomenología de los sentimientos de simpatía y del amor y del
odio) (Halle, 1913).
lugar, el principio cognoscitivo m ediante el cual y según el cual se
lleva a cabo el conocim iento en esta actitud, y, finalmente, en ter
cer lugar — el más im p o rtan te— la naturaleza del mundo de los
objetos y de su conjunto, que en esta situación cognoscitiva ocupa
el lugar de lo dado en la «concepción natural del mundo».
Sólo cuando esto ha sucedido pueden desarrollarse las discipli
nas filosóficas y la relación de la filosofía con todos los tipos de co
nocim iento no filosófico: 1) respecto de la concepción natural del
m undo, 2) respecto de la ciencia, 3) respecto del arte, la religión y
el mito.
El acto del impulso como acto personal «del ser humano todo»
nológica» y que describe únicamente como «prescindir de» o «poner entre pa
réntesis» los modos de existencia (y no la existencia misma como él supone)—
presuponen este acto tentativo de desligar el ser del centro del acto respecto del
contexto psico-físico del ser, cuando menos según su función, es decir, un pro
ceso del ser, un devenir otro del ser humano. Por tanto, la técnica cognoscitiva
intelectual de esta modificación de la persona debe ser previa al procedimiento
exclusivamente lógico del «prescindir de».
10. O la «conducta» natural (querer, actuar, etcétera), así como la «actitud
natural de valores».
valores supravitales. Es el com portam iento en general del espírlin
orientado en función de la esencia de valores con una constituí iriit
semejante. Si, así pues, se debe estudiar la superación del «impedí
m entó mora'» — esa superación que está radicada en el impulso y
que ;ie sigue de él— , entonces, en prim er lugar, debem os conoce i
la naturaleza general de la concepción natural del m undo, y el « t
y el com portam iento hum anos que le corresponden en tanto qiu1
son lo dado en ella. Y tam bién tenem os que buscar ese m om ento
idéntico en el acto, que, en prim er lugar, fundam enta el compoi
tam iento objetivo, y, en segundo lugar, fundam enta el com porta
m iento filosófico por parte de la persona. Y, con ello, se demostrnnl
la significación especial que tiene el que confiram os la correcta re
lación recíproca a los tres m odos esencialmente diferentes de com
po rtam iento cognoscitivo objetivador: 1. concepción natural del
m undo, 2. concepción filosófica del m undo, 3. aprehensión ciemi
fica del m u n d o .11*
U n prim er rasgo de toda concepción natural del mundo es que el
sujeto que se encuentra en ella tom a su respectivo ser-entorno o
todo posible ser-entorno en general por el ser del m undo — y esto
lo hace en todas las direcciones, espaciales y tem porales, así como
en la dirección del m undo interno y del m undo externo, en la di
rección hacia lo divino así com o en la dirección hacia los objetos
ideales. Pues en todas estas direcciones hay un «m undo entorno»
que, al igual que para cada sujeto distinto, bien individual o colec
tivo (pueblos, razas, la especie hum ana natural), así com o para dis
tintos niveles de organización de la vida posee un contenido espe
cial distinto, tam bién participa de una estructura esencial que hace
de él u n «m undo entorno». Esta estructura del m undo entorno na
tural es el sistema de las formas naturales de existencia (cosas, acón
tecim ientos, intuiciones espaciales y tem porales naturales) con el
sistema de las formas naturales de la percepción, del pensam iento y
del lenguaje (el sano sentido com ún y el lenguaje popular) que le
12, Puesto que estos actos, en principio, pueden ser llevados a cabo en todos
los grados posibles de seres humanos, también es posible la conquista del objeto
de la filosofía o del ser absoluto (la esencia o la existencia) de todos los obje
tos en todos los grados de la adecuación y de la plenitud. Sólo a causa de esto no
se puede afirmar que todo el mundo puede conocer las cosas y los valores abso
lutos o bien en su totalidad, o bien de ninguna manera. Más bien, lo que cada
cual puede conocer depende del grado del impulso.
mentales de orientación negativa, que sólo en su acción com binada
unitaria perm iten que el ser hum ano arribe al um bral en el que es
posible que se dé el objeto de la filosofía:
El o b je t o d e la f il o s o f ía
Y LA a c t it u d f il o s ó f ic a c o g n o s c it iv a
13* [En el m an u scrito este a p artad o lleva p o r título: «El ser en sí m ism o».]
de algo» (del ser de algo, de la verdad de una proposición, etcétc
ra), es la evidencia que en la form a de juicio afirma que en general
hay algo, o dicho aún más radicalm ente, que «la nada no es» (no
siendo el significado de la palabra “nada” exclusivamente el no-altio
ni ia no-existencia de algo, sino esa nada absoluta, cuya negación
del ser aún no separa la esencia y la existencia). El hecho de que Id
nada no es, es al m ism o tiem po el objeto de la evidencia primera
y más inm ediata, así com o el objeto del asombro filosófico más in
tenso y últim o, pudiendo aparecer evidentem ente en toda su ple
n itu d este últim o m ovim iento em ocional frente al hecho, si ha ido
precedido de los actos del ánim o que predisponen a una actitud fi
losófica, com o es una actitud de hum ildad que extingue el carácter
de autoevidencia (y justam ente con ello el carácter de intuición) del
hecho del ser. O sea: es indiferente a qué cosa dirijo mi atención o
qué cosa determ inada concretam ente en función de categorías su
bordinadas del ser (como, por ejem plo, esencia — existencia; ser
consciente— ser natural; ser real o ser objetivo no-real; ser-objeto
— ser acto, o ser objeto— ser resistencia; ser valor o ser «existen-
cial» indiferente al valor; ser substancial, atributivo, accidental o ser
relaciona]; ser posible, ser necesario o ser real; ser atem poral, sim
plem ente durador o ser presente, pasado o futuro; el ser verdadero
(por ejem plo, de una proposición), ser válido o ser prelógico; ex
clusivo ser m ental «ficticio» (por ejem plo, la «m ontaña dorada»
sólo im aginada o el sentim iento únicam ente im aginado) o ser ex-
tram ental o ser en am bos sentidos) contem plo: en cada uno de los
ejemplos que se entresacaran al azar dentro de una o de varias, así
llamadas, especies del ser, así com o a su vez en cada u n a de estas
especies entresacadas, esta intuición m e resulta clara de m odo irre
futable; tan clara, que supera en claridad a todo lo que fuera pensa-
ble com parar con ello. C iertam ente: aquel que no haya contem
plado el abismo de la nada absoluta pasará com pletam ente por alto
tam bién la em inente positividad del contenido de la intuición de
que en general hay algo y no la nada. Em pezará por una evidencia
cualquiera, tal vez no menos evidente, pero en cualquier caso subor
dinada a esta intuición, como, por ejemplo, la intuición presunta
m ente radicada en cogito ergo sum, o en intuiciones com o que hay
verdad, que hay un valor absoluto, que hay juicios, que hay sensa
ciones, o que hay una «representación» del m undo, etcétera.
La intuición de la que hablamos no sería siquiera evidente — por
no decir la más originaria y la presupuesta en toda tentativa de dudar
de alguna cosa— si tuviera que ser «fundamentada». Pero es bien
cierto que la afirmación de que ella y ninguna otra es la intuición
primera e irrefutable precisa de una fundamentación. Pues precisa
mente esto es discutido por la mayoría de todos los filósofos, por
ejemplo, por todos los filósofos que sitúan el conocimiento— o, como
afirman otros, el ser verdadero, el ser valioso, el ser válido— en un
lugar previo, por lo que se refiere a la evidencia, a la intuición. D e
ahí que se deban encontrar m étodos especiales y universalm ente
reconocidos, para corroborar el prim ado de esta intuición respecto
de todas las otras, y se deberían refutar in extenso con ayuda de estos
métodos todos los intentos de situar otra intuición en el lugar de
ésta.14 Antes de que se desarrollen estos m étodos y se apliquen a
algunos ejemplos, debe m encionarse una segunda intuición que
existe sobre la base de la prim era y sobre la base de una división del
ser, que es superior a todas las clasificaciones según tipos del ser, for
mas del ser, etcétera, que sólo puede ser un corte de todas las otras
divisiones del ser. El corte al que me refiero tiene que ver con la di
ferencia que im pera entre dos no no-entes acerca de si existen con
dependencia unívoca o recíproca respecto de otro ente, o si existen
excluyendo toda posible dependencia respecto de otro ente, y esto
significa: es de modo «absoluto». Así, un ente que — cuando es— es
exclusivamente, tiene su ser en sí y sólo en sí, no posee nada en feu
do, lo llamaremos el ente absoluto, esté determ inado del m odo que
sea en función de las restantes diferencias del ser. El ente absoluto
puede ser aprehendido y concebido en cada caso de m odo diferen
te en relación con otras diferencias del ser, sin que estas diferencias
se hallen presentes en sí mismo. Puede ser designado, por ejemplo,
respecto de toda la esfera de los objetos (siempre relativos) posibles
14. Esto debe ocurrir detalladamente en los libros que se publicarán en bre
ve El mundo y su conocimiento. Ensayo de una disolución del problema del conoci
miento. [Como ya se ha mencionado, este libro nunca se hizo realidad.)
(para un posible acto de la opinión) com o lo que «es-para-sí» («mi
pro se»). Respecto de todo el ser que precisa de un posible reconocí*
m iento en form a de juicio o de una verificación proposicional de
su ser-verdadero «sobre» su ser, puede ser designado com o « ¿ t u a
respecto de todos los entes que sólo son «mediante» otro ser (ya sea
sólo lógico o sólo causal), puede ser designado com o «ens per se».
Respecto de todo ser absoluto que sólo es ser absoluto de una exis
tencia supuesta, es decir, m ental o ficticia, puede ser denom inado el
ser absoluto que no depende de una opinión, sino que en relación
con toda opinión es el ser absolutam ente absoluto. Todo esto y todo
lo sem ejante son determ inaciones sólo relativamente significativas
del ser absoluto, que están justificadas, pero que no pueden ser tras
ladadas a su propio ser.
Así pues, la intuición segunda en evidencia es la intuición según
la cual existe un ente absoluto o un ente a través del cual el resto
del ser no absoluto posee el ser que le corresponde. Pues, si hay en
absoluto algo (como reconocemos claram ente en todos los ejem
plos de un ente cualquiera) y no la nada, entonces todo el no-ser
relativo (así com o el no-ser-algo y el no-existir) en nuestros arbi
trarios «ejemplos» modélicos, puede ser desplazado a las posibles
dependencias y relaciones entre su ser y otro ser, pero nunca a su
ser mismo. Este ser mismo exige, no en virtud de una deducción,
sino en v irtud de una intuición inm ediata, una fuente en un sim
ple ser y sin ninguna determ inación lim itadora. A quien niegue
esta sentencia se le puede sim plem ente m ostrar que incluso el in
tento de negarla a ella y a todos sus argum entos presupone que el ser
absoluto m ism o le es dado fácticam ente en su propia intención y
que ha sido reconocido fácticam ente por él. Lo aprehende fáctica
m ente en cada una de sus intenciones «con» su ojo espiritual, com o
se ve diáfanam ente en el intento intelectual de hacerlo desaparecer,
a través del tejido de todo ser relativo, y por tanto tam bién de todo
no-ser relativo, ve el ser absoluto y ve en su dirección. Pero para ver
en su dirección debe ver tam bién la m eta en la m edida en que no
es otra cosa que el ser absoluto, sin otra determ inación.
Es cierto: el brillo de la luz de esta verdad no depende en prim er
lugar de la exactitud lógica. Así com o lo intuitivo de la prim era
sentencia depende de que uno no sólo sea juiciosam ente cons
ciente de la indudable posibilidad objetiva de que en general haya
la nada, sino tam bién de que, en cierto m odo, se viva en ella de
modo que el ser de este ente está dado com o asom brosa anulación
de esta posibilidad — com o el eternam ente sorprendente cubri
miento del abismo de la nada absoluta— , igualm ente el brillo de la
luz de esta segunda intuición depende de que con todo ser relativo
y dependiente se m antenga a la vista cooperativam ente no sólo el
ser, sino tam bién el no-ser relativo, o sea, que no se identifique se
cretam ente — sin realm ente apercibirse o saberlo-— un ser relativo
cualquiera con el ser absoluto. D e ahí que ésta no sea una cuestión
relativa a si los seres hum anos deben co-percibir el ser del ser ab
soluto en todo m om ento de su vida consciente, sino que ésta es
una cuestión acerca de si este ser absoluto está para ellos lo bas
tante estricta y claram ente desprendido respecto del ser relativo, o
si para su conciencia está fundido secretam ente con u n a parte
cualquiera de este ser relativo de m odo que, sin co-percibir su no
ser relativo, lo equiparan y lo subsum en consciente o inconscien
tem ente al ser absoluto. Aquel que siem pre absolutiza un ser rela
tivo, debe ser necesariam ente lo que se llam a un relativista, pues
to que de ahora en adelante ya no percibe el ser absoluto separado
del ser relativo. El relativista es siem pre — siem pre— el absolutis
ta de lo relativo.
A quí ya es válido lo dicho anteriorm ente de que cierta actitud
m oral de la totalidad de la persona es el presupuesto de la claridad
de la luz de una intuición filosófica. Sólo podrá cum plir las condi
ciones previam ente m encionadas, sin las cuales para él la luz de
ambas intuiciones no brilla, aquel que previam ente, en el aspecto
valorativo del m u n d o y de sí m ism o, ju n to a la «arrogancia» relati
va del ser y del valor positivo de cada cosa, «copercibe» la m edida y
el tipo de la justa «humildad» para él de su no-ser relativo y de su
no valor, y aquel cuyo am or al m ism o tiem po se dirige claram ente
a lo absoluta y positivamente valioso (el sum m um bonum) com o un
bien distinguido respecto del resto de bienes relativos que se le apa
recen a su conciencia. Pues, tanto la «autoevidencia» del ser, que es
justam ente lo que obstaculiza la visión clara de la inm ensa positivi
dad del hecho de que en general haya algo y no la nada, así com o la
negación del no-ser relativo de las cosas, su relativa m adidad>>, que
tiene lugar en diversos sujetos de m odo diverso y en diversas zonas
del ser relativo, ambas son una función dependiente de esa «arro
gancia natural», ese alto concepto de uno m ism o de origen natural
instintivo (con utilidad, ciertam ente, biológica) y la seguridad de la
existencia en sí misma, que se sigue de ello, las cuales, por ejemplo,
perm iten que ante la conciencia se pueda negar, de m odo digno de
ser m encionado, la m uerte y el tiem po inconm ensurable cuando
aún no existíamos y cuando ya no existiremos. Y sólo cuando he
mos aprendido a maravillarnos de que nosotros mismos no no somos,
podrem os recibir com pletam ente toda la plena claridad de la luz
de las dos intuiciones m encionadas, así com o su evidencia prefe
rente respecto a todas las otras intuiciones.
La tercera intuición, que sigue en el «orden de la evidencia», es
decir, «sigue» de m odo que entre los m iem bros de este orden ya
hem os intuido esencialmente lo que en caso les precede — si querer
in tu ir el m iem bro siguiente ha de poseer únicam ente un sentido
posible— , o, dicho de otro m odo, sigue de m odo que podem os
«dudar» del sentido posible de lo siguiente, m ientras que no somos
capaces de dudar de lo previo, esta tercera intuición se correspon
de en form a proposicional con la sentencia de que todo ente posi
ble posee una esencia y una existencia, y esto con independencia de
lo que sea y de la esfera del ser a la que pertenezca tras otras posi
bles separaciones de los tipos y de las formas del ser. Aquí tam bién
es suficiente cualquier ejem plo de un ente (ya sea un ser-acto o un
ser-objeto, ya sea «un» ente o una form a especial del ser, com o, por
ejemplo, ser real y ser objetivo no real o ser subsistente e inherente),
para m ostrar la separabilidad, vigente para todo ser posible, entre
esencia y existencia, y al m ism o tiem po para alcanzar la com pren
sión de que todo ente debe poseer necesariamente una esencia y una
existencia. Tam bién el ser real, por ejem plo, posee a su vez su esen
cia especial. Así, de toda esencia de algo debe form ar parte tam
bién una existencia cualquiera, y de toda existencia una determ inada
esencia, aún cuando el conocimiento de las esencias es com pleta
m ente distinto del conocim iento de la existencia, distinto tanto en
evidencia com o en ám bito de validez, así com o en susceptibilidad
de ser alcanzado. Pues nuestro conocim iento de la existencia y
nuestro conocim iento del contexto de la existencia es m ucho más
limitado que nuestro conocim iento de las esencias del m u n d o y
nuestro conocim iento del contexto de las esencias del m undo. M e
pregunto si podem os ahora ya form ular la proposición fundam en
tal de que sea lo que sea lo que esté contenido en la esencia de o b
jetos cualesquiera o lo que sea considerado su esencia, a priori y
necesariamente la misma esencia debe estar contenida o debe ser
válida tam bién en todos los posibles objetos existentes — bien sean
estos objetos existentes o una parte de ellos cognoscible por noso
tros, o no— ; m ientras que todo lo que es válido para los objetos
que h an sido reconocidos com o existentes o que se hallan conte
nidos en ellos, en m odo alguno es válido para la esencia de estos
objetos o está contenido en ella.15
Si intuim os totalm ente el contenido esencial puro de un objeto
(o de un acto) o un determ inado orden o u n contexto de un con
tenido semejante, esta intuición tiene propiedades que la diferen
cian fundam entalm ente de todo conocim iento del reino de la exis
tencia «casual» que se le contrapone: es cerrada, o sea, no puede ni
aum entar ni dism inuir, es decir, es estrictam ente evidente, m ientras
que, p o r el contrario, a todo conocim iento de una existencia ca
sual (se haya logrado del m odo que sea, m ediante la percepción di
recta o p o r deducción) no le corresponderá nunca más, com o evi
dencia de una suposición o com o evidencia con reservas frente a
15. Dado que la esencia a priori formal y material no sólo es válida «para» el
existente en el que casualmente es encontrada y que se halla en los límites de
nuestra experiencia existencial, sino también para el existente de la misma esen
cia que se halla más allá y en el exterior de la esfera de nuestra posible experiencia
existencial, poseemos con él en todos los casos un saber que -—sin tener que ago
tar las esencias de la esfera que trasciende a la experiencia— es en todos los ca
sos también válida para esta esfera y para lo existente en ella. Aquí no se puede
mostrar y queda reservado para un tratamiento sistemático del problema del co
nocimiento, la cuestión acerca de cómo se puede lograr una solución positiva a
la pregunta sobre la posibilidad de una metafísica y cómo se puede refutar el ve
redicto de Kant sobre la metafísica.
nuevas experiencias, un contexto am pliado de deducción (objetiva
m ente, en form a preposicional, no es verdad, sino verosim ilitud),
Es evidencia y «vale» (en form a preposicional) a priori para todo
existente posible con la m ism a esencia, tam bién aquello que para
nosotros ahora no es conocido o es incognoscible en general. Toda
«aprioridad» verdadera es, p o r tanto, «aprioridad» de la esencia. En
tercer lugar, en tanto que m era intuición de la esencia, se puede
consum ar tanto en el sim ple pretender de los ficta de la esencia de
la que se trata, cuanto en los objetos realm ente existentes de esta
esencia. C uando, por ejem plo, tom o erróneam ente algo efectiva
m ente inanim ado por anim ado, lo vivo del objeto pretendido en el
acto ilusorio es, por tanto, u n fic tu m , consecuentem ente la esencia
de lo vivo debe estar igualm ente contenida en el fictu m así com o
en la aprehensión perceptual de un ser vivo de hecho. Sólo en rela
ción con el ser absoluto, cuya consistencia más intuible y aún más
inseparable en función de la esencia y la existencia es previa a esta
división de la esencia y la existencia y a las dos proposiciones ver
daderas de que se trata, debe añadirse la observación de que, dado
que en función de sus conceptos su ser no depende en m odo alguno
de ningún otro ser posible, no puede ser arbitrario en función de su
existencia, más aún, su existencia debe estar tan cerrada que se co
lija exclusiva y necesariamente de su propio ser (sea éste el que sea).
Así, m ientras que la separación de esencia y existencia entre todos
los entes relativos es una separación óntica, radicada en el ser de las
cosas mismas y no en nuestro entendim iento; respecto del ser abso
luto — sea éste el que sea— es sólo relativa al conocim iento por
parte de un sujeto cognoscente. La existencia y la esencia coinciden
en el ser absoluto, de m odo que, bajo el presupuesto de la división
relativa al conocim iento, su existencia se sigue de su esencia, y no
al revés, o sea, su esencia de su conocim iento.
C o n esto ya hem os logrado no todos pero sí algunos materiales
esenciales para la determ inación del objeto de la filosofía. Podem os
decir: La filosofía es en función de su esencia intuición estrictamente
evidente, no incrementable ni destruible mediante la inducción, váli
da para un existente cualquiera «a priori», en todas las esencias y con
textos de esencias del ser a las que podemos acceder mediante ejemplos,
y, ciertamente, en el orden y en la jerarquía en la que se encuentran en
relación con el ser absoluto y su esencia.
La dirección del conocim iento hacia la esfera absoluta o la rela
ción con la esfera absoluta de todo ser objetivo posible y la dirección
hacia la esfera esencial de todo ser posible objetivo, a diferencia de
su esfera casual de la existencia: esto y sólo esto constituye en pri
mera instancia la naturaleza del conocim iento filosófico-, y esto en
distinción estricta respecto de las ciencias, que tratan asimismo de
forma necesaria con el ser relativo (respecto del ser, de la existencia
y de la esencia) en m últiples sentidos, y que consum an todo su Co
nocim iento o bien (ciertam ente sobre la base de así llamados axio
mas fundam entados en contextos esenciales) en el ser intram ental
de meros ficta (como la totalidad de las m atem áticas), o en la exis
tencia casual y su contexto existencial.
Mas en esta incom pleta determ inación objetiva de la filosofía, así
como en todo lo dicho anteriorm ente, aparece ya un concepto que
hasta aquí no había sido probado, pero que, a la vista del rasgo más
predom inante de la filosofía m oderna desde Descartes, parece cues-
tionar todo lo dicho. Este concepto es el de conocim iento y todos los
conceptos relacionados con él. Debemos decir qué tipo de ser es el
ser del conocimiento, y estamos aún más obligados a hacerlo pues en
el orden de lo evidente o en los estadios de la posible puesta en duda
de las intuiciones no partimos, com o Descartes, Locke, Kant y otros,
del «conocimiento» o del «pensamiento» o de la «conciencia» o de un
tipo cualquiera de «yo» o del juicio, etcétera, para alcanzar sólo con
su ayuda los conceptos ónticos fundamentales. Más aún, sólo podre
mos m antener erguido definitivamente el orden de las evidencias de
nuestras tres proposiciones, si no sólo refutamos el orden de eviden
cias supuesto por estos pensadores sobre la base del nuestro, sino si
además m ostram os positivamente lo que es y significa el conocimiento
en general en un reino de meras cosas cualesquiera.
C o n la elucidación de esta cuestión, que va m ucho más allá de
la determ inación de la esencia de la filosofía y de la condición m o
ral del conocim iento filosófico, hem os iniciado las publicaciones
sobre «el m u n d o y su conocim iento», que pensam os presentar al
público próxim am ente.
SOBRE EL FENÓMENO DE LO TRÁGICO
El n u d o t r á g ic o
N e c e s id a d e in e s t a b il id a d d e la a n iq u il a c ió n d e v a l o r e s
6. Por esto Esquilo en sus Euménidas hace que los jueces del aerópago entre
guen un número igual de bolas blancas y negras para la culpabilidad o inocencia
de Orestes.
Precisamente es de esta confusión de nuestro juicio m oral, de la
búsqueda en vano de u n sujeto culpabilizable de una «culpa» que
vemos diáfanam ente como culpa, de donde sale esa específica tristeza
trágica y esa com pasión trágica con su específica calma y tranquili
dad del ánim o a la que nos hem os referido; es de donde surge el re
chazo de lo terrible en el cosmos, que reconcilia con la finitud de los
actos y de los procesos, con los seres hum anos y las voluntades in
dividuales que están implicados.
Así, lo malo trágico se encuentra más allá de lo «justo» y lo «in
justo» determ inables, de lo «conforme al deber» y de lo «contrario
al deber».
Pero los individuos tienen microcosmos de valores com pletam en
te distintos, dependiendo de la plenitud de su conocim iento moral,
y, más exactam ente, del conocim iento moral que les es posible.
Y sus «deberes» y círculos de deberes posibles sólo se deben medir
en función de esto, con total independencia de todas las particulari
dades de su situación vital empírica. Si cada individuo cum ple con
su «deber», entonces todos hacen moralmente lo m ism o en la m edi
da en que lo hacen; pero no significa esto que hacen algo que tiene
el m ism o valor o que al hacerlo son, digamos, del m ism o valor. La
profundidad con la que contem plan el interior del macrocosmos de
los valores morales que contiene toda la extensión del reino del bien
y del m al posibles, qué sección perciben en el interior de este m a
crocosmos, no está decidido en m odo alguno por el hecho de que
cada individuo ejecuta, dentro del ám bito de valores que le ha sido
asignado, lo «mejor» conform e al deber. Lo que «ennoblece» no es el
deber y su cum plim iento — com o opina la ética kantiana de miras
estrechas— , sino que «noblesse oblige»: es la nobleza originaria de los
seres hum anos la que les pone am plitudes distintas de deberes posi
bles, m ediante los cuales los seres hum anos se vinculan al m u n d o
m oral en distintos grados.
Es distinto que un tendero de especias o un rey cum plan con su
«deber»; es distinto uno que, disponiendo apenas de unas pocas di
ferencias de valores morales, cum ple con su «deber» con sus dos
pobres contenidos volitivos, de otro que, viviendo en una plenitud
de miles de relaciones hum anas m atizadas y otras relaciones m ora
les y contem plando un reino delicadam ente articulado de diferen
cias morales de valor, y teniendo a la vista de antem ano valores rrnis
elevados que los otros, cum ple con su «deber» al preferir los valorea
que él considera que son los más elevados y los realiza en su voluntad
y en su acción. El m ism o acto que hará que el segundo se com por
te de m odo contrario al deber, supondrá que el que está más ciego al
valor cum pla plenam ente con su deber.
Si dijéram os que en el suceso auténticam ente trágico todos de
ben cum plir con su «deber», o que por lo m enos debe ser evideiv
te que — aun cuando todos hubieran cum plido con su deber— la
aniquilación de valores y, con ella, la dism inución del valor moral
total del m undo, tenía que haber ocurrido, entonces no querríamos
igualm ente que esta dimensión com pletam ente otra de la diferencia
moral de valor de los individuos que participan en la tragedia y de
su ser, estuviera excluida. Antes bien, justam ente algo especialmente
característico de lo trágico es que el individuo más «noble» en esta
dim ensión es pulverizado entre los «deberes» estrictam ente cum pli
dos de los individuos innobles. Y parece uno de los encantos es
pecialm ente m elancólico-irónicos de este tipo de tragedia el que
el individuo noble cargue tam bién con una culpa moral, que no
es cargada por sus oponentes; pero, en el cálculo absoluto, el valor
m oral realizado efectivamente por él supera con m ucho a sus opo
nentes. Justo porque el individuo más noble deviene más fácilmen
te «culpable» que el innoble — en virtud de su círculo de deberes
más rico y superior— , tiene de antem ano una «amenaza» moral, que
en cuanto tal conlleva algo potencialm ente trágico, pues el artífice
y el culpable de esta amenaza es su naturaleza noble. Figuras trágicas
son no sólo el Prom eteo de la técnica que le robó el fuego a Zeus,
sino aún más los Prom eteos morales, en cuyos ojos brilla un valor
m oral desconocido hasta entonces. En tanto que llevan a cabo valo
res y tienen deberes que la masa aún no puede ni ver com o valores
ni sentir com o deberes, la masa no hace otra cosa que cum plir con
su «deber», cuando procesa al individuo, considerando que es «malo»
lo que para la masa aún no puede ser «bueno», y considerando que
es una usurpación arbitraria de una ley lo que la masa no sabe que es
su deber. Pero es trágico un «caso» semejante del «noble», justo p o r
que la reprobación moral de la masa debe ser necesariamente silen
ciada, u na reprobación que sólo hace que cum plir con su «deber»
sagrado en pro de la «buena conciencia».
A ún se puede penetrar más profundam ente en la «culpa trágica»
si nos apercibim os de lo que es, en casos semejantes, la ejecución
del deber del noble. Presupongo aquí — sin dem ostrarlo— que es
moralm ente «bueno» el com portam iento m ediante el cual realizamos
o intentam os realizar un valor considerado superior en el acto del
preferir.7 «Preferir» el valor superior es siem pre equivalente a detes
tar el valor inferior o a abstenerse de realizarlo. Pero todas las «nor
mas morales», es decir, todas las reglas existentes de tipo general, son
sólo indicaciones de lo que — en el nivel m edio de los valores dados
en u na época— debe ser deseado y hecho en «situaciones» típicas
y regularm ente recurrentes, cuando los valores «superiores» en este
nivel de valores tienen que ser realizados. Toda regla m oral material
contiene ya los presupuestos del particular m undo de bienes positi
vo del grado de civilización del que se trata. ¿Qué sucede cuando el
«noble», en el sentido antes especificado, contem pla un valor que
es más elevado que los reconocidos por térm ino m edio en ese nivel
de valores, cuando ha consum ado un atentado que la m asa no es
capaz de com prender en el cosmos m oral de valores? Entonces está
claro que para él debe ser bueno y m alo — y, por consiguiente,
«conforme al deber»— lo que para la moral dom inante aparece com o
«bueno» y «conforme al deber». Y que esto sea así no es u n a apa
riencia evitable, sino — para utilizar u n térm ino de K ant— una
«apariencia necesaria». Y, puesto que todo lo que puede ser «regla
moral» en general — tam bién cuando se da una codificación perfec
ta y una disposición estrictam ente lógica de estas reglas— siempre
presupone ya el m u n d o positivo y cósico de bienes de la «época»,
que a su vez está codeterm inado en su constitución por el sistema
del nivel d o m in an te de valores, tiene que vulnerar la «ley moral»
o todo lo que puede ser en la m oral de la «ley vigente». Tiene que
— aunque es de hecho carente de culpa, incluso ante el juez más
Sentir y sentimientos
Ordo amoris
Formalismo y apriorismo