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Urrea. Subjetivación contemporánea y dispositivos institucionales.

Reflexiones sobre grupalidad, vínculo y lazo


social

SUBJETIVACIÓN CONTEMPORÁNEA Y DISPOSITIVOS


INSTITUCIONALES. REFLEXIONES SOBRE GRUPALIDAD,
VÍNCULO Y LAZO SOCIAL

Contemporary subjetivación and institutional devices. Reflections on groupality,


bond and social bond

Subjetivação contemporânea e dispositivos institucionais. Reflexões sobre


grupalidade, vínculo e laço social

Cristian Idiáquez Urrea – Universidad Católica Silva Henríquez

Dirección postal:
Víctor Hendrych 094 departamento 3 Providencia Santiago
cristian.idiaquez@gmail.com
Tel.cel. +56 9 82050454

Cristian Idiáquez Urrea


Doctor en Psicología y Magíster en Psicología Clínica de la Universidad de Chile; especialización en
vínculo, grupo e institución (Francia); investigador invitado del Laboratorio Grupo, Familia e Institución
de la Universidad París V René Descartes; integrante de la Escuela de Psicología Grupal y Análisis
Institucional “E. Pichon-Rivière”; miembro de la Asociación Internacional de Psicoanálisis a través del
Arte, de la Sociedad Chilena de Psicología Clínica y de la Federación Latinoamericana de Psicoterapia;
académico Universidad Católica Silva Henríquez.

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Revista Sul Americana de Psicologia, v6, n1, Jan/Jul, 2018
Urrea. Subjetivación contemporánea y dispositivos institucionales. Reflexiones sobre grupalidad, vínculo y lazo
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Resumen

Desde un acercamiento socioanalítico se examina el lugar problemático de las nociones de


vínculo, grupalidad y lazo social. Para ello, se realiza un recorrido sumario por las
transformaciones en los modos de subjetivación, hasta llegar al homo economicus y al lugar que
ocupa en él la comunidad. Se ejemplifica describiendo las condiciones de trabajo en
funcionarios de la salud, dando cuenta de las consecuencias de instalar un dispositivo grupal
bajo las nociones primeramente señaladas.

Palabras clave: subjetivación contemporánea; dispositivos grupales; equipos de trabajo.

Abstract

From a socioanalytic approach the problematic place of notions of link, group and social bond is
examined. To do this, a summary tour is made of the transformations in the modes of
subjectivation, up to the homo economicus and the place occupied by the community. It is
exemplified by describing the working conditions in health officials, giving an account of the
consequences of installing a group device under the notions first indicated.

Keywords: contemporary subjectification; group dispositives; work teams.

Resumo

A partir de uma abordagem sócio-analítica se examinou o lugar problemático das noções de


vínculo, grupo e laço social. Para isso, realizou-se um resumo das transformações nos modos de
subjetivação até o homo economicus e seu lugar ocupado na comunidade. É exemplificado
descrevendo as condições de trabalho nas equipes de saúde, dando conta das consequências da
instalação de um dispositivo de grupo sob as noções previamente indicadas.

Palavras-chave: subjetivação contemporânea; dispositivos de grupo; equipes de trabalho.

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Introducción

Las indagaciones de los modos actuales de subjetivación en contextos

institucionales específicos, centradas principalmente en las prácticas cotidianas del actor

social, están teniendo cada vez mayor centralidad en el panorama de las discusiones en

Ciencias Sociales, investigadores de la altura de Michel Foucault, Félix Guattari,

Zygmunt Bauman, Gilles Lipovetsky, Christophe Dejours, Jesús Ibáñez, entre otros, son

muestra de ello. Pareciera ser un punto de mirada estratégico en consideración a una

aproximación desde la llamada complejidad (Idiáquez, 2017), en la línea del giro

culturalista y semiótico producido a mediados del siglo veinte en el pensamiento

universal.

Si bien términos como malestar o subjetividad han sido relativamente centrales

en los distintos estudios realizados para evaluar las transformaciones socioculturales de

la sociedad chilena en estos últimos veinticinco años (desde el Informe de Desarrollo

Humano año 1998 –PNUD al Estudio Nacional de Opinión Pública n° 79 CEP 2017), se

requieren marcos interpretativos y metodológicos adicionales, salir del espectro

exclusivamente sociológico, para entrar en un abordaje transdisciplinario acorde a la

complejidad indicada previamente.

La necesidad de historización del presente se instala, relevando, por ejemplo, la

crisis en la cohesión social pretérita y en las modalidades de subjetivación que le son

propias (Lasch, 2000; Bauman, 2001; Sennet, 2002; Beck, 2009).

Resulta central cuestionar la idea de un agente social responsable de todo, en

donde se muestra lo radical de la tendencia individualista contemporánea, la pérdida del

otro como semejante, como compañero de ruta (Dejours, 2010), en que la salud mental

sería una respuesta al sufrimiento provocado por la vivencia de responsabilidad personal

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(Ehrenberg 2000, 2010). Es decir, subjetivación en el orden social en tanto efectos de la

modernización, subrayando los fenómenos de asimilación y autodiscriminación

vinculados al sostenimiento ideológico de la segregación social. Por ejemplo en

acercamientos como los asociados a la paradoja de la modernidad (PNUD, 1998) que

sucintamente plantea que el acelerado proceso de modernización habría producido

desajustes en las formas tradicionales de sociabilidad repercutiendo en las prácticas

cotidianas y en el estado mental de los chilenos (Lechner, 2007).

Se propone considerar nociones como vínculo y lazo social, indagando en el

cruce entre prácticas sociales, subjetivación y malestar, construyendo la posibilidad de

comprensión de los causes que toman la liberación del malestar (Idiáquez, 2015, 2017,

2018).

Pichon-Rivière (2001) modifica y amplía la noción de relación de objeto de

Melanie Klein al referir la de vínculo. La relación de objeto queda contenida en una

estructura compleja al incluir la relación que se establece entre ambos, su mutua

interrelación, los procesos de comunicación, aprendizaje, de la necesidad como motor

de una relación bicorporal (sujeto-objeto) y tripersonal (al incluir al tercero, al obstáculo

o al ruido).

Asimismo la noción de vínculo implica considerar al sujeto como emisario que

porta la voz de un grupo social y de su familia con la cual está comprometido, en un

estructurando, dinámico y en constante transformación.

En tanto el lazo social plantea una metáfora que nos remite a la relación entre

individuos y a las diferentes formas de la identidad colectiva en un contexto social

específico. Es un tropo central en las ciencias sociales en este último tiempo,

encontramos un origen en autores como Jean-Jacques Rousseau y Émile Durkheim

(Alvaro, 2017).
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Desde las premisas psicoanalíticas post estructuralistas el lazo social nos sugiere

pensar que el sujeto no está solo, que la vida psíquica no es solipsista, que se está

siempre en el campo del Otro, e incluso precediendo al propio sujeto, el sujeto sería un

emergente de ese campo (Mannoni, 2002; Idiáquez, 2011).

Esto implica detenernos en cómo se construye lo cotidiano, en tanto no solo

naturalización de la violencia sino también como posibilidad de resistencia, de

invención, siempre singular al poder de la sujeción social a través del desplazamiento de

usos convenidos y asignados (De Certeau, 1980), ello nos permite preguntarnos por la

salud mental y el sufrimiento subjetivo desde el propio lugar del actor social sin perder

de vista su ubicación en un determinado entramado material e histórico.

Se hace necesario desarrollar el análisis de variables asociadas a las prácticas

cotidianas y su relación con la manera de construirnos a nosotros mismos, esto

permitiría generar un aporte teórico y empírico, además de práctico en relación a un

contexto social concreto en el cual estas indagaciones se circunscriben. De este modo,

se releva la dimensión ético-política según la elucidación de prácticas cotidianas y las

estructuras socio-históricas de las cuales estas son parte.

En lo que sigue, desarrollaremos los puntos mencionados con la intención de

formular un segundo nivel de cuestionamientos referidos al plano de la acción concreta

con grupos de trabajo en el ámbito de la salud pública.

Una rápida revisión histórica sobre los modos de subjetivación

En relación a los órdenes discursivos que se expresan en las formaciones

culturales que regulan nuestras maneras de constituirnos a nosotros mismos (Foucault,

1994), una clave de lectura podría ser la de considerar, a modo de un rápido contraste

histórico, cómo pasamos de prácticas centradas en la dimensión ético-estética de nuestro


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actuar, de la preocupación de sí mismo de la Grecia clásica, a la época pastoril en donde

el orden social quedaba determinado por el seguimiento a un pastor o guía ungido por

Dios en donde el principio de obediencia era muy importante, luego a todo lo

relacionado con el afán de soberanía del señor feudal en el medioevo, por acaparar

territorio en pro de un ideal imperialista romano, a una preocupación más reciente por

la vigilancia de las fronteras y el orden interno de los Estados-Nación (Bauman, 2003;

Idiáquez, 2018).

En la clase del 14 de marzo de 1979 del curso Nacimiento de la biopolítica,

Michel Foucault da cuenta de sus investigaciones sobre el neoliberalismo

norteamericano a través de un análisis de la teoría del capital humano, afirmará que

dicha teoría forma parte de las reformulaciones que el liberalismo emprende durante los

años ‘70 con el fin de hacer frente al desarrollo de un Estado social y administrativo

durante la primera mitad del siglo XX; en estas teorías se produce un cambio en la

concepción del trabajo, se modifica como se entiende la economía en tanto objeto, si el

liberalismo clásico comprendió que la economía estudiaba la mecánica de los procesos

de producción, las teorías del capital humano comienzan considerando que su objeto es

“la racionalidad interna de los comportamientos […] el modo de asignación de recursos

que son escasos a fines antagónicos” (Foucault, 2007, p. 255).

En efecto, la razón del Estado, durante los siglos XVI y XVII, se instala según

la preocupación tanto por el orden del pueblo (la paz interna) como por la defensa de

las fronteras (integridad territorial), posicionándose en el siglo XVIII el sistema

capitalista en un lugar protagónico, en donde los precios los fijará el mercado y no el

Estado (con el argumento de asegurar una regulación “natural” y no artificiosa de los

mismos), se sumará a esto el neoliberalismo norteamericano como un ejemplo de

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gubernamentalidad (Foucault, 1994), es decir el surgimiento privilegiado del homo

economicus.

En el neoliberalismo – que no lo oculta, lo proclama- también vamos a


encontrar una teoría del homo economicus, pero en él este no es en absoluto
un socio del intercambio. El homo economicus, es un empresario, y un
empresario de sí mismo. Y esto es tan cierto, que en la práctica, va a ser el
objetivo de todos los análisis que hacen los neoliberales: sustituir en todo
momento el homos economicus socio del intercambio por un homo
economicus empresario de sí mismo, que es su propio capital, su propio
productor, la fuente de [sus] ingresos (Foucault, 2007, p. 265).

El empresario de sí mismo es el individuo de una nueva sociedad de mercado

orientada por el principio de la competencia (Castro-Gómez, 2010).

Con ello la noción previa de comunidad quedará de alguna manera abandonada,

perdurando a modo de ideal fantasma, es decir una socarrona presencia-ausencia,

contenido latente que juega más como fondo que como figura en lo cotidiano,

emergiendo más claramente en las llamadas crisis sociales evidenciadas por

movimientos sociales concretos (Idiáquez, 2016).

De acuerdo a estas lógicas se habría producido, en este último periodo de la

Humanidad, un desmantelamiento de la construcción discursiva de lo comunitario, por

lo menos de cómo se había entendido y vivido en los periodos anteriores. El capitalismo

industrial exigió desde sus albores otro tipo de organización social, deslegitimando las

memorias sobre otros modos de producción, de pertenencia a la tierra, de propiedad, de

trabajo, de organización del parentesco, así como las formas de enunciación y

expresiones orales, características similares a las de los pueblos originarios (Clastres,

1974). Solo algunas de estas formas perduran en nuestro imaginario, trasladadas a

instituciones como la familia y la escuela, que las heredan sin poder hacerse cargo de

sus consecuencias. Este imaginario se basa en la idea de un entendimiento con el

semejante previo a todo encuentro, sin la necesidad de un trabajo de construcción

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colectiva, lo que podría explicar –en parte por lo menos- las actuales dificultades para

trabajar el desacuerdo, el conflicto, la posibilidad de dar espacio a la crítica, a la

autorreflexión o a la experimentación (Idiáquez, 2017). Se habrían roto antiguos lazos

sin que otros modelos todavía los remplacen (Lechner, 2007; Giaccaglia et al., 2009).

La desintegración de la comunidad habría implicado que las formas de regulación del

malestar se depositen en el mundo interior, en la familia.

En la actualidad habríamos pasado de las Sociedades Disciplinares indicadas

por Foucault (2015) a las Sociedades de Control como denominara Deleuze (1991). Los

lugares de encierro propios de lo disciplinar estarían en una crisis generalizada, dando

paso a un nuevo régimen de poder y saber en que las tecnologías digitales adquieren una

importancia fundamental, vehiculizando una acelerada transformación del capitalismo

(que se fortalece) e instaurando una nueva lógica de poder que impulsa la proliferación

de nuevos campos y nuevas subjetividades.

Los medios de sujeción se han sofisticado con el avance tecnológico, nada

escapa hoy al control en una configuración de lo social totalitaria, a ello refiere Deleuze

(1991) con los dividuos, seres que se reducen a circuitos virtuales, a códigos de barra,

dividuos conectados a la imperceptible lógica de la máquina, definida por su capacidad

de conectividad a la “red”.

En el nuevo capitalismo pasamos del hombre encerrado al hombre endeudado,

del productor disciplinado (sujeto de la fábrica) al consumidor controlado (sujeto de las

empresas) (Sibilia, 2005), “el interés ya no es promover ciudadanos obedientes sino

producir consumidores insaciables, controlados por el discurso del marketing”

(Giaccaglia, et al., 2009, p. 145).

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Sobre las posibilidades de construcción colectiva

Considerando lo implicado que estamos, parece ser fundamental identificar las

transformaciones en las lógicas que orientan la razón del Estado contemporáneo, en

especial contrastándolas con las construcciones previas mencionadas, explorando el

lugar que podría ocupar el síntoma individual en un contexto mayor.

Examinemos al respecto la noción de grupalidad, nos daremos cuenta que es

problemática, en especial si la asociamos con la subjetividad implicada y su relación

con la salud mental, la grupalidad como la base sincrética en la cual se apoya nuestra

personalidad, ese todo mayor que la suma de las partes?, ¿un nivel de análisis de los

fenómenos (Idiáquez, 2016).

En tanto, afirmar que la unidad mínima de análisis es el vínculo, es,

consideramos, una perspectiva subversiva, ello en relación a las lógicas de lectura de la

realidad, pues exige la superación de anquilosadas dicotomías, individuo-sociedad,

mundo interno-mundo externo, afectos y razón, transformación personal y la social,

comprometiendo también una preocupación por el hacer concreto con el entorno. El

mundo interno condensa así una determinación de patrones y lugares sociales

particulares.

Desde estas premisas, la existencia material de los sujetos en interacción,

determinaría configuraciones vinculares complejas, conformadas por la mutua

representación interna, tanto de los sujetos como de los patrones relacionales que se

establecen, así se confrontan los distintos grupos internos con el grupo externo de

referencia, produciéndose, en ese desfase entre lo interno y lo externo, la posibilidad de

transformación y aprendizaje.

La alteridad se alcanzaría en un proceso que va desde la indiferenciación y el

caos hasta el reconocimiento y la diferenciación de un sí mismo y de un otro en una


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tarea común. La alteridad se entiende en relación a “la distinción del otro” (Pichon-

Rivière, 2001, p. 74), como un ser separado de uno, esta separación puede ser optima o

no, es decir ni tan cercano que asfixia y no se puede vivir sin el otro, ni tan lejano que

no importe ni despierte empatía. Esto alude a la distancia del sujeto con el objeto

interno, pero también al contexto estructural del cual éste forma parte, es decir la matriz

vincular y la relación de ésta con el objeto externo.

El concebir al grupo como otro nivel de organización de lo psíquico, donde se da

una trama marcada por sus propias reglas y momentos que apuntan a la existencia en el

grupo de un origen, de un camino y de un proyecto, en que sus individuos se hacen

cargo de representaciones y acciones traídas por los otros, generaría efectos imposibles

de explicar desde un recorte menor al del vínculo, es desde éste que podemos entender

como nos constituimos, como nos enfermamos y como nos curamos.

La constitución de la subjetividad se basaría en el abordaje de la discontinuidad

entre yo-tú, en la construcción del espacio, o deslinde como señalaría Devereux (2008),

en el ejercicio de diferenciación y de distinción.

En otros lugares ya nos hemos referido a estos asuntos, por ejemplo: en cuanto a

la dificultad de pensar la grupalidad en sociedades que podríamos llamar según Clastres

(1974), pro Estado, es decir sociedades que están organizadas en función de una entidad

central donde se delega el poder ciudadano (Idiáquez, 2016). En otro estudio (Idiáquez,

2011), examinamos las lógicas de creación colectiva en el arte, en lo referido a la

participación de los cuerpos de los actores de teatro como espacios intermediarios entre

uno mismo y el otro, en que el cuerpo deja de ser una pertenencia y pasa a ser el mismo

sujeto encarnado, de tener un cuerpo a ser un cuerpo como planteara Le Breton (2002),

el cuerpo del otro es así nuestra propia posibilidad de residencia. O, en un artículo

publicado recientemente (Idiáquez, 2017), nos detenemos en la investigación realizada


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hace algunos años sobre la cosmovisión contenida en la medicina mapuche, en donde se

integran los puntos anteriores (grupo, subjetividad, salud mental, cuerpo creador), allí

nos preguntamos por cuál sería el lugar que le da este pueblo a las formas de enfermar,

de tratamiento y de cura, la posición subjetiva de quien elabora las hierbas medicinales,

el Laguentuchefe, o la misma Machi, se examinan qué concepciones tienen ellos al

respecto, como contrapunto a nuestra manera habitual de relacionarnos.

Al respecto podemos señalar que, en este orden del mercado, la subjetividad se

vuelve propietaria de sí, de la naturaleza y del trabajo de los otros, delimitando el

terreno de lo propio y lo ajeno. El otro aparece como amenaza, es la paradoja del

mercado, basándose en la ley de la equivalencia, produce la máxima desigualdad, se

piensa al otro desde los propios modelos de identidad o excluyéndolo, se intenta reducir

la alteridad a la mismidad (Giaccaglia, et al., 2009).

Estas indagaciones han permitido preguntarnos asimismo por el posible lugar

del agente social en todo ello (ya sea por complicidad o no): psicólogos, trabajadores

sociales, educadores, todos aquellos que por nuestro rol profesional estamos

involucrados en el abordaje de la subjetividad, de la salud mental, del aprendizaje y la

transformación que todo ello conlleva; tanto al intervenir en la esfera de lo individual

como de lo grupal.

Segundo nivel de cuestionamientos: de contextos y dispositivos

Se identifican una serie de falacias o argumentos que no se sostienen en sus

lógicas internas. En lo más inmediato, por ejemplo, encontramos el tema de la

comunicación, con la proliferación de medios tecnológicos estamos asistiendo a una

multiplicación de problemas en la comunicación, el ritmo de la máquina supera con

creces el más propiamente humano, en términos de cuál es el sentido y lugar que pueda
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tener cada desarrollo tecnológico (redes sociales virtuales como el Facebook, Twitter,

WhatsApp, Instagram, etc.), hay una falacia en cuanto a que ello esté automáticamente

contribuyendo a la comunicación entre los seres humanos.

Esto se relaciona a la idea de construcción colectiva, se antepone la ilusión de

que por el solo hecho de estar “conectados”, reunidos sabemos cómo trabajar juntos (la

ilusión grupal) y tener actitudes cooperativas, pareciera que en realidad ocurre todo lo

contrario, si no hacemos un trabajo consciente al respecto lo que va a primar va a ser el

mal entendido, en donde cada uno intentaría trabajar como isla, esfuerzo destinado al

fracaso, el trabajo es en sí siempre colectivo (Marx, 1975), necesitamos del otro, resulta

imposible un trabajo individual sin ningún tipo de conexión con el resto.

Predomina una mirada muy fragmentaria, estimulados por los medios de

comunicación tendemos a ver el problema de forma parcial, nos fijamos en la parte,

algo muy propio del primer tiempo del desarrollo científico actual (primeros cincuenta

años del siglo pasado), en donde se centraba la investigación en la parte y eso iba de

alguna manera a dar cuenta del todo (Liendo, 1965; Colapinto, 1971; Pichon-Rivière,

2001), si bien eso mostró su inoperancia, hoy encontramos su plena impronta en los

modos de accionar del sistema.

El desafío sería entonces considerar los síntomas en tanto sociales, producidos

por la ausencia de formas de reciprocidad o regulaciones sociales complejas en las

distintas áreas que constituyen el entramado de vínculos existentes desde tiempos

remotos.

La imbricación entre los condicionantes materiales y los fantasmáticos es

compleja, en ello la noción de vínculo y transversalidad resultan relevantes. Guattari

(1976) refiere la transversalidad en términos del coeficiente en el cual la institución

puede observarse a sí misma, a menor coeficiente mayor riesgo de que los distintos
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actores de la misma presenten “choques traumáticos” como caballos que se golpean

debido al ángulo demasiado estrecho de sus anteojeras. Es posible modificar el grado

inconsciente de esta ceguera a través de prácticas como las del Análisis Institucional

afirmará Guattari (1976), en cuanto:

El análisis de una institución consiste en fijarse por tarea abrir


ésta a la vocación de apoderarse de la palabra, toda posibilidad
de intervención creadora dependerá de la capacidad de sus
iniciadores de existir en el sitio donde “eso habría podido
hablar”, según el modo de ser marcado por el significante del
grupo, es decir asumir un cierto modo de castración (p. 103).

El asumir que la mínima unidad de análisis se encuentra en un “entre”, siempre

co-construido e inacabado, en permanente transformación, según un entorno cambiante,

resulta subversivo a un orden socioeconómico totalitario como lo sería el régimen

capitalista globalizado (Dejours, 2001), que se sustenta, precisamente, en la negación

del trabajo como uno de los principales ejes de subjetivación, las nociones de Trabajo

Alienado y Trabajo Vivo marxista resultan hoy de una actualidad desconcertante.

La pregunta por los modos de subjetivación nos sitúa en un plano ético: si bien

es cierto que todo orden social conlleva un ineludible malestar (Freud, 1929

[1930]/2001), no da lo mismo de qué orden se trate.

La instalación de un sistema económico globalizado ha implicado una tendencia

homogeneizadora de la vida cotidiana, lo que se ha sustentado en la privatización del

“bien común”, de lo “público” (agua, transporte, educación, vivienda, salud, previsión,

etc.). La cultura se concretiza en la transacción de bienes materiales. Las marcas que

han dejado las guerras, las masacres, el genocidio, las depresiones económicas, han

quedado sepultadas debajo de este afán mercantil, llevando a una banalización de la

injusticia social, en donde la precarización del trabajo se ha vuelto la norma. Este sería

el entorno inestable en el cual nos subjetivamos. ¿A qué obstáculos nos lleva un


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régimen de esta naturaleza? El sujeto es impelido a su autoeliminación, a ser subsumido

en el consumo de bienes y servicios transables en el mercado de valores.

Es así que consideramos necesario especificar, en nuestro devenir técnico, el

contexto en el cual éste se recorta, según lo que nos toca cotidianamente enfrentar, en

transversalidad, con los participantes de los dispositivos que diseñamos e

implementamos.

- Precarización de los entornos de trabajo y sus efectos desubjetivantes:

En Chile se ha consolidado un modelo económico instalado por la dictadura cívico-

militar (1973-1990), el famoso “experimento chileno” mentado por el economista

norteamericano Milton Friedman, que desde hace un tiempo, se pretende expandir al

resto del orbe. En un país que, con anterioridad a la dictadura, fue pionero en América

Latina en la Psiquiatría Comunitaria y en la Atención Primaria de la salud mental, nos

encontramos hoy con que el ciudadano no cuenta, en los hechos, con ningún sostén

social más allá del esfuerzo individual propio y el de sus más cercanos, por lo que no

puede enfermarse, envejecer, criar a sus hijos, o habitar un espacio sin el temor a

“perderlo todo”, frente a ello recurriría al endeudamiento y a la anestesia a través de

fármacos y drogas ilícitas, entre otros medios de evasión (Gori y Del Volgo, 2009).

Hoy, un gran porcentaje de los trabajadores de la salud no tienen contrato definitivo,

hacen turnos extra, con un salario bajo, por lo que las horas activas superan el máximo

legal de cuarenta y cinco horas a la semana. Se los evalúa individualmente, en función

de resultados y no de procesos en un contexto de precariedad en cuanto a insumos

básicos.

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Las tres Reformas en Salud Pública y los correspondientes nuevos métodos de

modernización en la gestión, han traído un efecto devastador en sus trabajadores

(Vicente, Saldivia & Pihán, 2016). Se ha instalado paulatinamente la desconfianza en

las relaciones como un a priori, ya no sólo se debe desconfiar de las jefaturas sino

también del compañero de trabajo, reforzándose la vivencia de soledad y de pérdida de

sentido al experimentar como un problema exclusivamente personal algo de un orden

sistémico mayor. Se intenta funcionar en forma desconectada del resto, incluso entre los

trabajadores de un mismo departamento. Todo lo cual afecta el funcionamiento global

de la institución, y consecuentemente al usuario de los servicios. La institución se

enferma de aquello que pretende curar (Bleger, 1999). El resultado es un paciente que

no puede ser visto ni escuchado en su malestar, según lo que permite un tiempo

estandarizado para el llenado de una ficha mientras se digita en el computador.

“Yo me las arreglo igual para tomar contacto visual con los pacientes si bien tener la

pantalla del computador entremedio y el poco tiempo para llenar la ficha no me ayuda

mucho” indica una de las participantes de los espacios generados (Comunicación

personal 25 de octubre de 2014).

Si el trabajo ocupa un lugar central en las maneras en cómo estamos en el mundo, al

estructurar y permitir sostener nuestros aspectos sincréticos o psicóticos de la

personalidad (Bleger, 1979), en un entorno de precarización del trabajo, lo que se puede

esperar es el aumento de la violencia, de la patología mental y de la ruptura del tejido

social.

Una enfermera señalaba: “En urgencias es horrible la gente ya no respeta nada, está

muy violenta e impaciente” (Comunicación personal trabajadora de la salud, 12 de

diciembre de 2010).

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Al respecto, Chile presenta índices alarmantes de maltrato infantil, depresión y

suicidabilidad (Vicente, Rioseco, Saldivia, Kohn, & Torres, 2002) versus los positivos

indicadores macro financieros.

- Dispositivos grupales con trabajadores de la salud

El autor, en el contexto de sus investigaciones de campo, ha diseñado distintos

dispositivos de intervención, describiremos uno de ellos, referido al trabajo con

funcionarios de establecimientos de salud, dando cuenta de los momentos por los que se

pasa y de los efectos de la inclusión de escenas laborales y otros mediadores.

Ha resultado fundamental dedicar un tiempo a indagar sobre las expectativas del

espacio propuesto, cada cual se presenta y expresa en qué podría servirle o qué espera

de él. El coordinador va acompañando cada una de estas expresiones con un breve

comentario que apunta a mostrar que se le ha escuchado y también a despejar

expectativas y aspectos que no van a poder ser abordados, indicando aquellos que sí,

vinculando la propuesta de trabajo con sus intereses particulares. De este modo, cada

uno se va comprometiendo con un espacio que muchas veces es de alguna manera

impuesto por la organización y va conociendo al equipo coordinador y a sus

compañeros, tanto como a sí mismo, en una nueva tarea, trabajándose aspectos del

discurso latente.

Luego de este primer momento realizamos un comentario general en relación a

las premisas que guiarán el trabajo, esto con el fin de seguir encuadrando y facilitando

el tema comunicativo, previniendo malos entendidos en cuanto a las perspectivas

ideológicas del espacio, transparentando el lugar ineludiblemente normativo del mismo.

Seguidamente de ello, se pide que, voluntariamente, algún asistente de a conocer

alguna situación laboral que quiera revisar. Esta situación es descrita por el voluntario y
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luego escenificada brevemente, mostrando los elementos constitutivos y los

movimientos básicos contenidos en la escena. De este modo, se abre el espacio

asociativo en función de las problemáticas de la organización, se muestra la dimensión

inconsciente institucional y se presenta el coordinador en cuanto a cuál será su rol de

co-interpretante. Esto, en relación a que se deja la palabra a quienes participaron de la

escenificación, luego a quien trajo la situación, que ha quedado como observador de la

representación, a continuación el público, y finalmente el coordinador. Esta primera

escena es fundamental, al igual que el trabajo con las expectativas, ya que dará luces, a

modo de primeros emergentes de la sesión, de todo lo que se desplegará a posteriori

durante el proceso de trabajo. Es decir, se enuncia la posible problemática de fondo en

la transversalidad institucional, a modo de pregunta estática que deberá ser dinamizada

en la explicitación de las fuerzas que entran en juego, para, de ahí, examinar las

posibilidades o no de salir de la homeostasis en que muchas veces se encuentran.

Posteriormente, se trabaja en grupos pequeños a través de un mediador grupal,

como un dibujo colectivo, sobre la temática del espacio (revisión de las prácticas de

trabajo en el hospital), esto permite ir pasando de un grupo en sí a un grupo para sí

(Liendo, 1965), en que se van diferenciando ciertas líneas posibles de trabajo; distintos

aspectos de la organización pueden tener cabida y expresarse, más allá del dominio

consciente de los asistentes, el dibujo muestra mucho más que la intensión racional de

sus autores, y esto queda en evidencia para ellos mismos cuando revisan su obra frente a

los otros. Acá, surge también la lectura interpretativa desde el propio grupo, el

coordinador hará ciertas indicaciones que apuntarán a facilitar esa auto interpretación, a

modo de señalamientos. Se va construyendo una piel grupal (Anzieu, 1978), que va

conteniendo las ansiedades primeramente señaladas propias del proceso de aprendizaje

y de cambio subjetivo (Jaitin, 2014).


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Cada grupo presenta su trabajo y se comenta plenariamente. A continuación, se

solicita que cada grupo genere una escena en relación a su dibujo, esa escena también es

comentada por ellos mismos y luego por el resto de los asistentes con la participación

del coordinador. Luego una última escena en base a la anterior. Así se genera una

cadena asociativa que puede ser leída al final y desde la cual se abre el espectro de

determinaciones inconscientes que mueven a cada uno y a la organización como un

todo.

De ahí se pasa a un momento más progresivante, de proceso secundario, más

cognitivo; se pregunta sobre aquello que en función de lo trabajado permite pensar en

posibles propuestas de abordaje de esa cotidianidad. Esto es solicitado también por cada

grupo pequeño y luego expuestos en plenario. Finalmente, un último momento de

verbalización de lo ocurrido y de cierre de la actividad en formato plenario.

Las experiencias grupales han tenido duraciones variables: años, meses, días y hasta

algunas horas; han sido en formato pequeño o amplio; con o sin jefaturas. Dispositivos

que encuentran sus antecedentes en experiencias previas en el ámbito clínico

institucional, que luego derivaron en el trabajo con los mismos profesionales de la salud

como foco principal (Idiáquez, 2013).

- Interrogantes surgidos en el trabajo con escenas laborales:

¿Qué efectos produce instalar un espacio de trabajo considerando las premisas

grupalistas e institucionales? En general, se produce una reacción de desconcierto al no

encontrarse con lo habitual; es decir, el permitir la circulación de la palabra en un

contexto colectivo, despierta ansiedades referidas a la identidad, al enfrentamiento de lo

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nuevo o de lo siniestro; es decir, de aquello que siendo propio resulta desconocido

(muchas veces proyectos en el otro, por lo que ahora pueden ser restituidas al sí mismo).

Al implementar un dispositivo que lleva a la libre asociación se instala la dinámica

descrita por el psicoanálisis relacionada con las transferencias, centrales y laterales y

hacia la tarea misma de aprendizaje (Jaitin, 2014).

Es frecuente un malestar, una queja solapada, una petición de mayor claridad y

estructura (especialmente al inicio), teniendo en contra las estereotipias propias del

discurso institucional, a lo cual se agregan las propias inseguridades del equipo de

coordinación con respecto a un saber siempre inacabado y periférico (ámbito de

transversalidad e implicación del equipo coordinador).

El revisar las propias prácticas y el imaginario fantasmático de la organización

resultaría removedor de los aspectos psicóticos de la personalidad en los participantes,

los cuales encarnarían a su vez distintos lugares o aspectos de la institución,

resistenciales y de cambio. Son así dos planos que coexistirían y a momentos

divergirían, permitiendo la transformación no solo individual, sino también colectiva y

organizacional, tocando las grandes estructuras discursivas contenidas en esa

agrupación en particular, identificando fisuras (Foladori, 2008).

Es cierto que desde los enfoques en juego, podemos ser amados u odiados, pero

¿hasta qué punto la violencia de un dispositivo distinto al habitual no deja de cuestionar

ese saber inacabado?, es el límite entre la violencia primaria necesaria en la

estructuración de un espacio de trabajo y la secundaria, en donde se excede esa ley y se

restringen las posibilidades de sentidos posibles; ¿no es acaso este cuestionamiento

constante el que nos ayuda a prevenirnos justamente de caer en el estereotipo, en la

institucionalización de nuestras prácticas? Surge el problema de las opciones de cada

cual y los estilos de trabajo, que por su puesto pueden acomodar más a algunos
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asistentes que a otros. No todo es analizable, interpretable, es el factor ideológico y

político de nuestras formas de trabajar.

Por otro lado, también han surgido inquietudes referidas a la pertinencia de abordar

lo personal en relación a lo laboral, es decir los ribetes clínicos de la intervención, los

límites que impone una tarea de aprendizaje versus una explícitamente terapéutica. Este

punto resulta confrontacional con el modelo neoliberal centrado en los resultados, bonos

por desempeño, obtención de una certificación final, etc. más allá del interés genuino

por el proceso de descubrimiento. Encuentros y desencuentros entre un enfoque

centrado en la tarea (como el de los grupos operativos) y otro centrado en “las

evidencias” como impone el actual mercado del saber.

Más bien la apuesta intenta ir en la dirección del grupo como máquina de guerra

(Deleuze) o jauría de lobos (Canetti), en tanto lugar de apertura a nuevas

significaciones posibles, a modos diferentes de subjetivación. Transar con el otro no

tanto como prójimo sino como vecino (Saidon, 1994), es decir no desde la abstracción

sino de la concreción de un encuentro “cuerpo a cuerpo”.

Consideramos que todo ello, nos lleva a la interrogación por el lugar del “tercero

garante” del pacto social, por la co-construcción del lugar de la escucha del otro (y de lo

otro en uno mismo), trabajo que viene a su vez a interrogar su propio lugar en un

contexto más amplio de lo social. Es decir, la necesidad de pensar los aspectos

ideológicos, políticos y finalmente éticos de nuestra labor (Idiáquez et al, 2017).

Conclusiones

La preocupación por los modos de subjetivación se constituye en una respuesta a

la búsqueda de una nueva concepción de sujeto en las claves de la alteridad,

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considerando afectos y cuerpo en juego, es decir todo aquello obliterado en la primera

etapa de la modernidad bajo el modelo cartesiano de subjetividad.

Como indicábamos al iniciar, las maneras como nos construimos a nosotros

mismos está determinada por un complejo entramado de condicionantes sociales,

históricas y materiales, nuestras formas de ser y de estar en el mundo están delimitadas

por prácticas cotidianas que estarían facilitadas por formaciones culturales que nos

anteceden, como son las instituciones. Sería fundamental identificar el grado de

conciencia que tenemos de estos modos, y qué características tendrían estas prácticas

objetivantes, así como los dispositivos que se ponen en juego en tanto “capturar,

orientar, determinar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las

opiniones y los discursos de los seres vivos” (Agamben, 2011, p. 257).

Subjetivación en tanto devenir siempre inacabado (y en gran medida ilusorio),

afectado por los otros y lo otro, por la realidad histórico-material en que nos toca existir

como sujetos psíquicos.

Lo que resulta de particular interés para el conjunto ya que, a la base de la

conformación subjetiva, se encuentra un pacto social, pacto que requiere de un trabajo

de cultura cotidiano, el cual se ve roto por la violencia extrema, la cual deja marcas en

las microhistorias que se transmiten de generación en generación (Zalztman, 1999).

La grupalidad viene a poner en evidencia nuestra constitución como seres

humanos, nos da también algunas herramientas para prevenir y para afrontar

dificultades en el abordaje de tareas concretas, mostrándonos como no podemos hacer

lo propio sino en un trabajo de cooperación con otros.

Nuestras formas de trabajo van a permitir el surgimiento de cierto tipo de

posibilidades de sentido, de salidas posibles al estereotipo y de otras no. Un contexto

como el chileno, en el cual pareciera primar la sensación de desvalimiento, de estar solo


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frente a una inmensidad sin límites, nos confronta con la relevancia de considerar

nuestro accionar técnico en su dimensión ética. Por ello, cabe la pregunta por cuáles son

las relaciones necesarias de visitar, en lo concerniente a la base ideológica de nuestro

proceder tecno-político, frente a la gestión concreta de un espacio de trabajo grupal.

¿Las instituciones son para “implotarlas” o para “aceitarlas”?, ¿dependerá de las

características de tales instituciones? ¿Razón del Estado versus ideal de autogestión?

Del grado en que podamos enfrentar estos cuestionamientos dependerá el

resolver dilemas de orden más práctico en la instalación de dispositivos de trabajo

grupal, por ejemplo: cómo acompañar al grupo desde la queja a la propuesta, cómo

permitir un espacio de revisión de las posiciones subjetivas desalienantes en donde se

pueda recuperar el sentido de lo colectivo de toda tarea.

Finalmente, es la pregunta por el cómo poder sostener uno mismo un discurso

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Submissão: 25/05/2018
Última revisão: 09/06/2018
Data de aprovação: 15/062018

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