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La Forma Romántica del Arte

Hasta el momento, hemos visto cómo se desarrollan algunos conceptos (que


anudan las dos grandes ideas de forma y contenido) en vista de la concepción
de lo artístico a partir de una creación del espíritu, la cual implica un
acercamiento a la forma del ideal de lo bello (que para este caso se trata
del arte clásico), como también, un breve alejamiento de ella en lo que primará
ya sea la forma o el contenido. Teniendo en cuenta el interés investigativo
de este seminario, nos centraremos en este documento en la forma artística
romántica, en la que la elevación de la espiritualidad se da a sí misma, y se
manifiesta de manera efectiva en la poesía o en el arte escrito.
Esta forma se caracteriza en tanto hay una manifestación intensiva de la
interioridad y es el espíritu mismo que devendría realidad, de allí que se
afirme que la belleza de lo romántico solo se da en tanto “lo interior está
por encima del material y lo exterior deviene tan libre como lo interno, algo
indiferente que debe ser vencido y que no está en condiciones de ser el
verdadero modo de manifestación” (Hegel 2006, p. 329).
Los momentos concretos que se convierten en el contenido de este arte son
tres, y se explicarán durante este texto de la siguiente manera:
1. La interioridad del espíritu para sí, en la que el espíritu alcanza
autoconsciencia de sí (caracteriza la historia divina).
2. El reflejo afirmativo de la espiritualidad, en la que se aprecian las
virtudes del espíritu.
3. El “devenir libre del material”, en el que lo exterior aparece como
libre.

1. La interioridad del espíritu para sí


Este primer contenido del arte romántico está relacionado -por Hegel- con la
historia de lo religioso, en donde el espíritu se comprende a sí mismo; es
aquí donde comprenderíamos la idea de lo divino, en la que la felicidad se
entiende a partir del sufrimiento, de la idea del mártir, de la idea del
dolor. El sujeto que se niega vence a la muerte, puede resucitar. Tal como le
pasó a Cristo.

La historia de Cristo
El primer contenido que tendrá el arte romántico será Cristo, o la historia
del mismo, en la que se resalta su sufrimiento, su agonía y su muerte. Dios
en tanto hombre es vulnerado, su cuerpo humano es indiferente, contingente.
Aunque se ha representado a Cristo, no es lo mismo que pensarlo como un dios
griego; pensarlo sería perturbador, pues cristo es “el hijo de Dios”, y, por
tanto, es más divino que humano. Aunque Cristo se representa en la figura
humana, él es más divino que los dioses griegos, quienes tenían varias
características humanas.

El dolor
El dolor surge en tanto se niega algo que pertenece a la existencia espiritual;
en ese sentido, en tanto hay movimiento dialéctico, a lo espiritual le será
necesario el dolor. Sólo la espiritualidad será libre en tanto se comprenda
el dolor. Cuando lo doloroso se presenta en el arte aparece lo indiferente o
lo “feo afirmativo”, es decir, la otra parte que determina la singularidad.
Se expresa con tal intensidad que el sufrimiento se vuelve parte de la
expresión espiritual misma, hace parte de ella en la síntesis de ambas.
Lo romántico exige, por tanto, liberarnos en cierta medida del ideal (expresado
de manera completa en el arte clásico), lo que implica que lo particular
aparecería como desgarrado (tiende a un extremo). Lo bello ya no se daría en
una unidad equilibrada como en el ideal de lo bello clásico, sino que por un
lado se piensa abstractamente, y por otro se piensa en la multiplicidad
exterior. El dolor es importante en tanto constituye la determinación
esencial.

La reconciliación
En la reconciliación es donde conocemos al espíritu libre. En este proceso
conocemos la idea del espíritu, aquel que se aleja de su condición natural
hasta lograr un acercamiento a la idea de libertad. El espíritu en su acepción
verdadera no es objeto todavía del arte, pues la idea del espíritu como lo
absoluto es superior al arte; en el arte el espíritu no se sabe, sino que
existe en la forma de sentimiento: eso es el amor, y allí aparece la belleza
espiritual: “El amor no es más que [el hecho que] la conciencia se olvida en
otra conciencia, deja perecer en ella su personalidad y precisamente al hacerlo
se encuentra a sí misma, se posee a sí misma”(cfr. Hegel 2006, p. 333). Así,
nos dirá Hegel que el amor se presenta en tanto hay intimidad entre las
espiritualidades, y que el amor materno se da, pero libre de deseo, es
desinteresado. Así, el objeto capital de arte es la Madonna.

La comunidad: mártires, milagros, leyendas


La tercera determinidad implica que lo divino, al relacionarse con
singularidades, se configure como comunidad. La figura de la comunidad
conserva entonces: lo divino y cómo interviene eso en las singularidades. Aquí
se presenta la figura del mártir, quien por defensa de lo divino se expone a
la violencia externa, incluso a la muerte. La idea de lo mártir no entra
dentro del arte en tanto hay un desgarramiento, una desfiguración de lo
exterior; no es del todo superior si mostramos el extremo del desgarramiento
en la obra de arte. Asimismo, frente a los milagros y leyendas, Hegel dice
que tampoco es ideal que se presenten en una obra de arte, pues se considera
que una naturaleza es tocada por lo divino en modo exterior, meramente externo;
si lo divino entra en eso exterior, se interrumpe el curso normal de las cosas
en tanto condiciones externas y no se seguiría el curso adecuado de la acción.
En los milagros, por ejemplo, la vida de la persona a la que se ha concedido
el milagro, cambia.

2. El reflejo afirmativo de la interioridad


Hegel prosigue su estudio afirmando que, si lo romántico es anunciado en los
individuos como algo afirmativo, no condicionado por un dolor, se trata de
las virtudes de los hombres y no de rasgos dolorosos; no se trata, propiamente
hablando, de una virtud ética. Estas virtudes han reprimido algo mundano; la
primera vía de la virtud, en este sentido, es la humildad, donde reconocemos
la personalidad autónoma. Aquí también se da la idea de amor, pero ligada
principalmente a la necesidad de la naturaleza, por ejemplo, el amor de la
familia, al Estado, etc. En lo moderno no se hablará del amor como universal,
sino de cómo se ama a cierta particularidad.

El tránsito de lo divino al mundo


El segundo momento de las tres determinaciones de la forma romántica se compone
de cuatro elementos que permiten comprender aquel reflejo afirmativo de la
interioridad. El primero de ellos, siguiendo ideas anteriores, se da en la
esfera de lo divino en tanto se establece una referencia a sí mismo: el paso
de lo divino como interioridad al mundo. Nos dirá Hegel que este ha sido el
objeto de la poesía: expulsión de los dioses antiguos por los dioses nuevos.

El sujeto que ha de sacrificarse


El sujeto que ha de sacrificarse se pone en relación con otro, y, por tanto,
eso otro lo niega, deviniendo la disolución que contiene ambos elementos; pero
es el amor el que constituye la determinación principal. En el amor romántico,
lo que constituye el interés no es un objeto universal sino un singular. Otro
elemento central en la modernidad es la fidelidad, la cual se centra en la
fidelidad hacia un singular.

El honor
Es peculiar de los románticos el reclamar el honor. Por ejemplo, el individuo
que se tiene como fin quiere ser reconocido por los demás, y hacerse valer
como tal en una representación, de modo que sea reconocido por los demás. Así,
el honor se vuelve un impulso para la realización de otros elementos, y, por
tanto, no se trata de un fin objetivo-universal.
La valentía peculiar
Su fin puede ser doble: o el honor o la producción fantástica de aventuras
que cargan en sí mismas con algo alegórico.

3. El devenir libre del material


Hegel inicia este apartado afirmando que lo último en este tratamiento es “el
formalismo abstracto en general” (p. 347). Así las cosas, en este tercer
momento lo subjetivo es llevado como exterioridad (autonomía de lo exterior),
la cual alcanza su libertad sin someterse al concepto. Este último momento se
presenta en tres acepciones: el carácter, la acción y, lo prosaico y subjetivo.

El carácter
Este carácter responde a una naturaleza inmediata, y, por tanto, no posee un
interés universal para sí. ¿Qué determina, frente al carácter, lo romántico?
Según Hegel, la firmeza de los caracteres particulares es lo que determina lo
romántico. En el individuo romántico prevalece una pasión hasta perecer, nada
hace que frene dicha pasión o dude de lo que hará.
El rasgo, [propio] del círculo de lo romántico, según el cual lo mundano,
lo exterior existe de por sí, alcanza su autonomía, es lo que
precisamente puede llamarse la desdivinización de la naturaleza, el hecho
de que lo inmediato, el espíritu individual en su singularidad está para
sí, pone su determinidad para sí y, como carácter, ejecuta ésta
formalmente. (Hegel 2006, p. 355)
La acción
También llamada por Hegel el acontecimiento, es lo posterior a los caracteres.
Hegel aclara que la acción implica un fin universal, por tanto, la acción es
consecuente. La acción se da en un entorno exterior se que presenta con sus
contingencias y enredos; esto es lo que constituye el carácter de la acción
en general. Pero las acciones en lo romántico están ligadas a la aventura, y
en unión con lo religioso, le fin no es unificado, sino que está “quebrado”
(cfr. p. 357). Sucede aquí la combinación de fines éticos muy elevados con
otros fines que devienen bajos.
Lo prosaico y lo subjetivo
En este punto lo espiritual deviene meramente subjetivo y lo natural se
convierte en algo meramente exterior: los objetos prosaicos se vuelven objetos
de arte, y lo subjetivo y el ánimo asumen la forma artística; estos objetos
prosaicos pueden llevar a la idea de imitación de la naturaleza: tratamos lo
prosaico como si fuera arte (cfr. p. 361).
Estos objetos prosaicos que se integran en el arte se extienden, en el círculo
mismo del arte, hasta el infinito. Reaparece la mímesis en tanto se presentan
los objetos de la naturaleza de manera idéntica; aquí, entonces, evaluaríamos
el talento subjetivo del artista, quien ha captado todo correctamente.
Lo enteramente subjetivo del arte romántico, finalizará diciendo Hegel, es el
humor. Aquí, el poeta no requiere de la elaboración consciente y rigurosa de
una historia, un espacio, unos momentos; se trata de una creación momentánea
en la que se deja ir a sí mismo. Las obras de arte no pueden llamarse
humorísticas, no hay profundidad en su contenido; aquí, entonces se acaba el
arte: no hay una objetividad interna, solo la peculiaridad del individuo.

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