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Kate Millet en la Mesa Redonda del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid

(CFLM) 19/6/1984
Aparecido en la revista Nosotras…que nos queremos tanto Nº1 nov 1984

¡Qué maravilloso encontrarme hoy, en Madrid, con vosotras! ¡Cómo agradezco el


honor de vuestra hospitalidad, el calor y fuerza de esta reunión! ¿Qué habría pensado
yo de esto hace 35 años, cuando en St. Paul, Minnesota, era una pequeña lesbiana
con una fijación por una compañera de internado? Imaginar que, por ese «pecado»,
me llamarían a un país extranjero para reunirme con otras mujeres a festejar nuestro
pecado, discutirlo, sentir orgulloso y confianza en él, para liberarnos de la misma
noción de pecado... Retomar nuestra sexualidad, gozar de nuestros sentimientos de
unas por otras, sentimientos por los que yo de niña fui castigada, fui hecha una paria,
fui asustada y avergonzada...
Después, cuando, siendo una joven artista, vivía en Nueva York, exiliada de mi familia,
desposeída de mi sexualidad, aislada por ser lesbiana..., si en aquella terrible y
amarga soledad yo hubiera sospechado siquiera que un día habría un movimiento de
feministas con el valor suficiente para llamarse feministas lesbianas, ¡qué sorprendida,
qué aliviada me hubiera sentido! Porque fue un destino terrible ser rechazada por mi
gente, por mis tías, una de las cuales acaba de morir sin perdonarme siquiera en estos
años, desde que se enteró de mi lesbianismo..., y mi tía era alguien a quien yo quería
mucho... Quizá mi primer amor... ¡Un cuarto de siglo de silencio!
¿Cómo podría ni haber imaginado que existiríais cuando, participando en un debate en
la Universidad de Columbia, dije que yo era lesbiana y cuando lo publicó la revista
Time pensando perjudicar al movimiento feminista al hacer creer que sus miembros
éramos sólo lesbianas, al fin y al cabo?

A pesar de todo, yo dije que era lesbiana. Sintiéndome muy sola y muy asustada.
Sabiendo que mi madre lloraría cuando se publicase en los periódicos; y que mi
hermana mayor, la abogada, y muchas más mujeres del barrio opinarían que decir la
verdad en este punto no era una buena política; que eso perjudicaba nuestra imagen...
Yo sabía todo eso. Pero aguanté sola y sentí que estaba saltando desde un
acantilado... para aterrizar aquí con vosotras... diez años después.
Sí, es peligroso decir la verdad. Pero es más peligroso no decirla. Y ahora podemos
decirla cada vez más mujeres de entre nosotras.
Pronto dejará de ser peligroso decirlo... Pero no es fácil: la familia, el trabajo, los
amigos, el piso donde vivimos... El peligro nos rodea por todas partes. Aún. En todas
partes, nuestra existencia es aún clandestina. Menos clandestina. Menos clandestina
cuantas más nos proclamemos lesbianas, cuanta más fuerza, confianza y aceptación

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gane el movimiento de lesbianas y homosexuales en todo el mundo.
Esta aceptación me desconcierta aún, teniendo en cuenta los prejuicios en contra
nuestra..., pero es vida, al menos.
¡Y esta milagrosa oportunidad! El asombro de estar con vosotras aquí... Mis viejos
«yoes» (que se encuentran hoy aquí junto a mi «yo» actual) están jubilosos, están
asombrados, sienten que se ha dado respuesta a su súplica. Amar a otra mujer no
será nunca más algo difícil, amargo, lleno de lágrimas. Nunca más volverá a dejar el
alma marcada de terror ante nuestro pequeño mundo: el colegio y el profesor, la
madre, las tías, el padre, los hermanos, los caseros, los jefes y los vecinos...; terror a
perder la beca o el trabajo si se enterasen, al ostracismo si lo descubrieran; terror a la
culpabilidad y la vergüenza que nos hacen temblar como un líquido venenoso cuando
lo bombea nuestro corazón y llena nuestras almas, llegando a amenazar el amor que
tanto cuidábamos justo por haberlo ganado tan difícilmente, el amor que tanto valor
costó manifestar, que había desafiado tantos anatemas y voces infernales...,
manifestar el mismo lugar de nuestras relaciones o hacer el amor se convertía en algo
peligroso y prohibido, disimulado y perseguido, tan secreto y condenado al silencio,
como si aún viviéramos bajo la Inquisición. Y quizá vivimos en ella. O quizá nuestro
movimiento está logrando destruir una capa de la misma, deshacer la represión por un
estrato, y nosotras vivimos eso como libertad.
Esta semana unimos nuestras manos en todo el mundo. En todo el mundo hay
manifestaciones del orgullo gay y lesbiano; en múltiples ciudades, tanto de vuestro
país como del mío. Son una conmemoración del levantamiento de Stonewall (cuando
los gay, hostigados por la policía, lucharon en la calle). Ellos marcaron el movimiento
de todo el mundo hacia una mayor libertad de expresión, hacia la emergencia de una
identidad gay y lesbiana, marcaron un estilo de vida abierto, insistiendo en reclamar
derechos civiles, ser aceptados social y cívicamente, conseguir resultados políticos y
ser reconocidos y respetados. Algo de esto se está consiguiendo en algunos lugares.
Los hombres gay tienen ya algo parecido en San Francisco.

Ser lesbiana es menos fácil. Hay una doble opresión, casi aplastante, bajo el
patriarcado, por el hecho de ser, no sólo mujer, sino la mujer más despreciada y
temida, más insolente, más desviada y menos conectada y controlada por los
hombres; fuera de su mundo. Con una solitaria, y a menudo empobrecida, existencia.
Siempre vigilada, siempre amenazada, siempre expuesta, incluso a la violencia.
Porque nos saben en la calle, en el mercado, en las decadentes y estériles
instituciones de las Academias y Salas de Justicia masculinas.

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Nuestro inconformismo es algo que huelen. Nos hemos reservado algo para nosotras
mismas, de una mujer para otra.
No hemos entregado nuestros corazones a una corriente extraña o a unos usos
hostiles. Los regímenes autoritarios siempre advierten esta soledad subversiva, por
muy discreta que sea. Y su crueldad en perseguirla, descubrirla, aislarla y hacer de
ello un aviso es algo viejo y proverbial.
Por esta razón nuestra vida fue tan amarga en el pasado. Por eso aparecía sin
esperanza... Hasta que surgió el poder del feminismo, del lesbianismo (como un
movimiento mundial). Surgió aparentemente por arte de magia, por la misteriosa
fuerza de despertar y unirnos. En realidad, fue producto del trabajo difícil, de reuniones
y panfletos, de música y poesía, de valentía, de actividades y metas concretas, de
exigencias, de decisión... Y, además, tenemos en cada corazón el asombro, el alivio, el
bálsamo de una tranquilidad nueva: el placer de la libertad, el gusto fresco en la
boca, su luz en los ojos.
Nosotras empezamos como amantes, recordémoslo; somos una fuerza histórica
diferente. Y, en todos los días que nos quedan de trabajar por nuestra libertad, nunca
olvidaremos nuestras noches de amor. Alegría, sensualidad, descubrimiento. Fue
nuestro secreto, nuestro tesoro, podría ser nuestro regalo a un mundo nuevo.

El C.F.L.M. consideramos de interés reproducir algunas de las intervenciones de Kate


Millet suscitadas en el coloquio. En ella, la escritora americana analizó las relaciones
entre las feministas lesbianas y el conjunto del movimiento feminista en EE.UU.

P.—¿Te has considerado siempre lesbiana?


R.—Quizá tenga yo una trayectoria muy marcada. Me parece que soy lesbiana desde
que tenía unos trece años o, quizá, desde que tenía cinco y lo continué siendo, más o
menos, hasta que tuve veintinueve años. Después de haber estado enamorada de
bastantes mujeres, me enamoré de un hombre y fue una experiencia sorprendente
para mí, pero muy agradable también: viví diez años con este hombre, que es un
escultor japonés, a quien de hecho todavía quiero mucho porque es un hombre
maravilloso. Nos casamos por el Departamento de Inmigración, aunque nos parecía
mucho más romántico no estar casados, pero le iban a echar del país. Más tarde,
al estar en el movimiento feminista, me volví a sentir cerca de las mujeres, volví a
tener amantes mujeres, fue algo muy natural: dentro del movimiento feminista
estábamos metidas en la misma lucha y cada vez nos sentíamos más cercanas, nos
queríamos, así que ser amantes tenía sentido, era lógico. O sea, que después de esta
etapa él y yo vimos que cada uno quería vivir su vida, en parte también porque

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cada uno estamos muy metidos en nuestro mundo del arte y era la suerte que
queríamos correr en ese momento. Yo aún le siento muy cerca, es muy amigo mío,
como son todas las mujeres que han sido mis amantes, todos somos una familia.

P.—¿Nos podría explicar cuál ha sido la relación entre el movimiento


feminista y el lesbianismo en su país, en EE. UU. y en concreto, como el
movimiento feminista ha recogido o asumido el lesbianismo?
R.—Es una historia muy larga, voy a intentar resumirla... Nosotras hemos pasado por
muchas de las cosas que estáis experimentando ahora: una confrontación entre
feministas y feministas lesbianas; pero, incluso, antes se daba una situación en la que
la opinión pública y los medios de comunicación presionaban sobre el movimiento
feminista. Y así, el movimiento daba una imagen exclusivamente heterosexual, no
podíamos manifestarnos como lesbianas. Todo esto de la imagen pública es muy
norteamericano. Eramos presas de los medios de comunicación, es como eso de qué
pensara la familia...
Así, aunque desde sus inicios había muchas lesbianas en el movimiento feminista,
tenían que estar muy calladas y trabajar mucho. Hacían mucho del trabajo duro, pero
de «eso» no se podía hablar.
Así que cuando yo me declaré en Columbia públicamente como lesbiana y la revista
Time lo publicó, entonces se produjo el momento del enfrentamiento, fue como una
especie de explosión de fuegos artificiales. Yo tenía el problema de mi madre y mi
familia. Mi madre había sabido toda su vida que yo era lesbiana, pero ahora las
vecinas lo iban a saber también. La presión social es una cosa inmensa, así es
como funciona la heterosexualidad.
Así que el movimiento feminista se reunió y hubo una gran reunión en el piso de
alguien, una reunión que duró toda la noche e hicimos una maravillosa declaración
política: el movimiento feminista apoya la liberación gay contra el patriarcado, estamos
en contra el patriarcado, en contra de los papeles masculinos y femeninos, en contra
del conformismo, esos son los instrumentos del patriarcado, etc., y apoyamos el
lesbianismo totalmente. Así que leímos esta declaración a los periódicos y el único que
la publicó fue el New York Time, pero eso sólo fue el comienzo porque aquí hay un
cambio social que se está dando dentro de nosotras. Todos los tabúes que teníamos,
tanto las mujeres lesbianas como las heterosexuales, eran años de
condicionamientos, que pesaban sobre nosotras. Hacer una declaración política es
muy fácil, pero ¿qué pasó a lo largo de los cuatro o cinco años siguientes?
Todo el mundo tuvo que ir trabajando esas ideas, era un trauma, las mujeres lesbianas
tenían un resentimiento hasta cierto punto justo, porque habían estado durante años

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consiguiendo abortos para las mujeres heterosexuales, habían pasado años
intentando conseguir guarderías para las mujeres heterosexuales, toda su energía se
había volcado en asuntos heterosexuales, no se había hecho ningún esfuerzo a favor
nuestro, nada se hacía a favor de los derechos de las lesbianas, no podíamos siquiera
hablar de ello. Así que durante cuatro años hablamos de ello.
Para las mujeres heterosexuales esto supuso no sólo darse cuenta de que no habían
sido nada delicadas, y que habían seguido la corriente patriarcal y heterosexual —
puesto que así era como se entendía la sexualidad—, sino también de que cabía la
posibilidad de que ellas mismas fueran lesbianas y muchas así lo descubrieron.
Creo que sin este cambio en el seno del movimiento feminista muchas de esas
mujeres nunca hubieran sentido, nunca hubieran vivido la sexualidad con otra mujer o,
cuando menos, nunca hubieran vivido el estar enamorada de otra mujer. "Hay una
gama amplia de afectos entre las mujeres, pero la sexualidad estaba prohibida, se
podían expresar las emociones más tiernas, pero el sexo no. De hecho hay tal
desequilibrio que las mujeres tienen unas emociones muy tiernas entre sí, mucho más
que las que tienen hacia los hombres: el sexo y la afectividad con los hombres bajo
este sistema patriarcal es tan cruel y desagradable en general, que no conlleva una
expresión de los sentimientos. Así que cambiaron muchas cosas y se presentó una
amplia gama de opciones sexuales.
La relación lésbica se hizo posible para un gran número de mujeres, no sólo para las
mujeres lesbianas de la época pre-feminista que eran bastante pocas y que fueron
tremendamente valientes porque vivieron con todos los insultos la marginación.
Pero desde el momento que se encontraron el feminismo y el lesbianismo, el
lesbianismo se convirtió en una posibilidad real de vida para millones de mujeres en
EE. UU, y cambió completamente nuestras vidas y cambió también completamente el
movimiento feminista.
Lo que se ha conseguido finalmente me parece que es una especie de equilibrio una
coexistencia, un entendimiento, un respeto entre las mujeres heterosexuales y las
mujeres lesbianas. Esto es, por supuesto, un proceso de cambio social y es diferente
en un lugar y en otro, pero se está dando no sólo entre nosotras, sino entre mujeres
por todo el mundo en este momento.

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