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DE SINCRETISMOS, CONFLICTOS Y

DESBALANCES EN EL EGIPTO
HELENÍSTICO:
Una aproximación al panorama socio-religioso desde Zeus-Amón hasta Serapis

Valeria Salgado-Marín*

No podemos hablar de la helenización de Egipto, la consolidación de la dinastía lágida y


mucho menos de el puerto ilustre por excelencia de todo el mediterráneo sin referirnos,
precisamente, al encargado de construir todo ello: Alejandro Magno de Macedonia.
Con la clara utopía de romper los límites establecidos por Hércules y Dioniso (Calístenes en
Fernández, 2011) y con la intención de dar origen, como muchas veces coincidió con Dario,
a uno de los imperios más grandes de la historia a cargo de su gran intuición en alianza con
un poderoso ejército. Desde el Valle del Indo hasta el Danubio, su poderío abrió fronteras
que tambaleó las bases culturales de la visión griega del mundo. (Fernández, 2011)
Cuentan algunos documentos helénicos que dio su último suspiro en Babilonia, pero con gran
deseo de regresar a su amada Alejandría, ciudad fundada bajo el consentimiento del
arquitecto Dinocrates aproximadamente en el 331 a. C, llegando a manos de uno de sus
grandes amigos y su más ilustre general al mando.
Ptolomeo tomó las riendas de una campaña que posee múltiples dimensiones, que a su vez
se funden en la caleidoscópica historia de la dinastía ptolemaica o la era de los Lágidas,
regentes extranjeros que tuvieron bajo su mando a las tierras del papiro, la cerveza y el sennet
desde 323 a. C hasta el año 30 a. C.
Mi propósito con el presente documento es hacer un primer acercamiento, a juzgar por mí un
poco escueto por la escasez de información de peso en mi búsqueda, de lo que significó para
los civiles egipcios la llegada definitiva de las tropas macedonias y más tarde romana,
interesadas por el modo de vida de los antiguos egipcios, comprendida entre las dos tierras.
Aquí, me enfocaré en el núcleo religioso y cómo, según fuentes secundarias, fue posible la
apertura y transformación religiosa, política y social de ambas sociedades(condensada bajo
el término de transculturación), cuya homogeneidad absoluta muchas veces se da por
aceptada y es poco discutida.

1
*Estudiante de tercer año de Antropología en la Universidad Externado de Colombia, Bogotá-Colombia.
Para comunicarse directamente con la autora: valsalmar98@hotmail.com

Desmitificando la espontaneidad aparente de la consolidación de la dinastía ptolemaica


La presencia de extranjeros en Egipto siempre fue una preocupación para los faraones
regentes. Desde la unificación de las dos tierras bajo el cetro de Narmer se acabó de
consolidar un sentimiento colectivo esencialista que llevaba a pensar a los egipcios que sus
valores y tradiciones propias debían ser protegidas a como diera lugar. Considero que gran
parte de este sentimiento también fue dado gracias al desarrollo de sus medios y modos de
subsistencia delimitados por las fronteras geográficas, que hacía el delta del Nilo y sus orillas
hasta gran parte del sur, llegando a Punt, un paraíso casi encerrado naturalmente, donde
difícilmente se accedía por tierra.
Así, la gran mayoría de campañas militares alrededor de la historia egipcia antigua, dadas
por los distintos faraones a través de las XX dinastías netamente locales, fueron con el afán
de proteger los límites territoriales y la permanencia cultural de los egipcios frente a los
hititas, los pueblos del mar, nubios, asirios, hicsos, etc.
Vemos así que, hacia el año 656 a. C (hacia la XXVI a XXXI dinastía), los persas toman el
control, bajo el mandato de Cambises I, de Egipto; ocupación de la que no se tendrá ausencia
total en suelo egipcio sino hasta antes del año 405 a.C, fecha en la cual el país de las dos
tierras pasa a ser nuevamente libre, hasta la llegada reiterada de los persas en el 343 a. C y
la conquista de Alejandro Magno, derrotando a Darío III y quedándose con el botín hasta su
fallecimiento en el 323 a. C. (Martonell, s.f)
Siguiendo a Saade (2013), es preciso reconocer que el contacto de comunidades humanas
mediterráneas costeras, junto con las asiáticas y las africanas, ha sido un proceso aproximado
de más de un milenio atrás, desde la creación de Naukratis y Dafne. Así es como entendemos
que la ocupación macedonia fue la culminación de todo un proceso de interacción,
entendimiento y reajuste (Manning en Saade, 2013)

¡Murió “El Grande”! La repartición de poderes y la nueva etapa de gobernación en


Egipto
“el rey helenístico es,
ante todo y necesariamente, un guerrero y,
además, un guerrero vencedor”
(Préaux en Saade, 2013)

¿Cómo era visto Alejandro Magno? ¿Cómo fue que logró tanta acogida por los pueblos donde se
lograba imponer con su ejército? Fernández (2011) recoge las fuentes donde, de hecho, Alejandro
fue al Oráculo de Siwa para autoproclamarse Zeus-Amón. Creo fundamental empezar con esta
connotación significante que les da vida a las anteriores preguntas y a lo que viene a continuación.

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Este nuevo héroe-guerreo-conquistador se tejió bajo las consideraciones griegas que le permitían no
ser solo un militante, sino casi un dios gracias al “culto al soberano”. Plutarco en Saade (2013), por
ejemplo, describe de tal forma a Demetrio: Bello, valiente en batalla, leal, estratega por excelencia y
victorioso: Un éxito rotundo en materia militar. Demetrio disputó el título real de la mano de
Antígono contra Ptolomeo; aunque este último se autoproclamase rey luego de rechazar la invasión
de Demetrio a Egipto hacia el 305 a. C.
Nada de lo anterior pudo haber sido posible sin el ejército, institución fundamental el cuál le daría
aprobación a su rey: Si eran necesarias medidas transaccionales como botines y grandes riquezas
que el rey, a espera de mayor apoyo de los suyos y de posibles contrincantes militares débiles, se
materializaran en mercenariados que le dieran la victoria al necesariamente ambicioso monarca.
Había que batallar y vencer siempre, pues un rey que no venciera sería un rey que perdiera sus
capacidades militares, poniendo en riesgo su estructura de defensa territorial del primera mano
(Saade, 2013).

Alejandro Magno se convertiría en esa figura de héroe envuelto por la nike (o la victoria), dándole
un sentido mitológico que podía hacerlo fácilmente autoreconocible con otras formas de supremacía
y control: Los dioses locales en alianza con su naturaleza heredada de los griegos

A partir del 323 a. C todo el panorama político, social y religioso se vendría a debatir desde las dos
poblaciones que quedarían luego del fallecimiento de Alejandro Magno. Los griegos de un lado y
los egipcios del otro lado. Comenzó el verdadero juego de sátrapas (sujetos encargados de
administrar los territorios dejados por el anterior regente. Así, los arsácidas, los aqueménidas, los
macedonios, los sasánidas, los persas, los asirios y los babilonios se consolidaron como fuerzas
tirantes, cada uno para su propio lado, con la intención de llevarse más territorios).

El autoproclamado rey Ptolomeo Soter y su intención de asentarse en Egipto lo hizo considerar,


como diría Fernández (2011), legitimado frente a la población egipcia con un haz bajo la manga
que, como lo habíamos visto con Alejandro, podría funcionar: Una intensa política cultural.

Campañas dialécticas entre sociedades humanas (transculturación según Croce, 2016; donde
coexisten influencias, diálogos, contradicciones y conflictos entre conocimientos y productos de
estas) hicieron posibles asuntos como la combinación de asuntos morales de la realeza presente en
la herencia greco-macedonia de los Ptolomeos como la anexión de valores de la antigua tradición
faraónica, llegando a presentarse como herederos de Nectánebo II, faraón derrotado por Cambises,
rey de los persas.
Pero los inconvenientes no terminaban. Saade (2013) lo describe así:

“Vale decir que los Ptolomeos tuvieron que gobernar por sobre un Estado muy complejo, con
intereses políticos y económicos que iban desde el Mar Egeo hasta Anatolia, y desde la Cirenaica
hasta la Tebaida y la Nubia. Éstos asumieron la administración de un conglomerado diverso de
grupos sociales con diferentes intereses, y diferentes niveles de lealtad, en un territorio extenso y
vulnerable frente a los embates externos, aunque controlable si se desarrollaba un aparato estatal
fuerte. (Saade en Sapere, 2013. p 177)”

Es por ello que, aunque las dificultades se apreciaban superficialmente, Ptolomeo I Soter buscó
establecer un equilibrio de poderes, con tendencias a desestabilizarse, de tal forma que si el
monarca sentado en Alejandría (asumida como capital económica y de pensamiento, siguiendo el
modelo greco-macedonio y dejando de lado la ya emblemática capital religiosa de Menfis) era

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capaz (según los términos ejemplificados en Plutarco vistos anteriormente), el reino permanecería
en balance.

El choque: El proceso de transculturación, conflictos y dinámicas religiosas en la


dinastía lágida y posterior al siglo I d. C

Referencias

Martorell, A. (s.f) Historia. Civilización antes de Egipto (10.500 AC). Recuperado de:
http://imagenes.mailxmail.com/cursos/pdf/1/historia-civilizacion-antes-egipto-10500-ac-24341-
completo.pdf

Cerón Fernández, E. (2018). La religión del Egipto Faraónico en las obras de los escritores
grecorromanos: una aproximación al tema. Tesis de grado. Recuperado de:
https://repositorio.unican.es/xmlui/bitstream/handle/10902/14899/CeronFernandezElena.pdf?seque
nce=1&isAllowed=y

Croce, M. (2016) La transculturación: de la utopía a la narrativa latinoamericana. Versiones sucesivas


de un precursor, un inaugurador y un codificador. Literatura: teoría, historia, crítica 18.1 (2016): 99-
120.

De la Fuente, D. H. (2013). Egipto como Utopía: sobre el Busiris de Isócrates y su posible relación
con el pensamiento político de Platón. Cuadernos de Filología Clásica. Estudios Griegos e
Indoeuropeos, 23, 189.

Fernández Marcos, N. (2011). Alejandría. El sueño de Alejandro Magno. Recuperado de:


http://digital.csic.es/handle/10261/35636

Gavilán Martín, C. (2014). Alejandría: El ocaso egipcio. Recuperado de:


http://uvadoc.uva.es/handle/10324/8592

Saade, A. (2013) Aspectos políticos del mundo posalejandrino: el Temprano Egipto Ptolemaico en
Sapere, A. (2013) Nuevas aproximaciones a la antigüedad grecolatina II. Buenos Aires, Argentina.
Editorial Rhesis. p 173-180.

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