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Los adolescentes buscan generar sus propias terapéuticas.

Es decir, procurarse vías para encontrarse mejor con


ellos mismos y entre ellos mismos en una época donde la cultura no les proporciona rituales de mediación, de
pasaje, en un proceso de transformación que implica de manera decisiva al cuerpo y su imagen.

Existe aquí un sendero marcado por la exigencia propia de crecer h abandonar toda condición de protección e
influjo externo: el adolescente siente la necesidad absoluta de liberarse de la influencia y del medio familiar que
debe respetar sin críticas esa labor de desprendimiento.

El adolescente siente la necesidad absoluta de liberarse del cuerpo de niño, pero el cuerpo en crecimiento no le
responde como quisiera. Se encuentra en una especie de transe de desprendimiento que requiere terapias para
dominar este cuerpo que no le obedece. No es fácil tolerar un cuerpo que parece hacer cosas opuestas a lo que
uno quiere.

Actualmente encontramos la presencia de nuevos síntomas que llevan al cuerpo a una situación límite: anorexia,
bulimia, auto mutilaciones. El joven se dirige a un otro que lo mira en las pantallas de internet: cortarse,
mutilarse, tatuarse, transformarse... que parece construir el dominio feroz u obstinado del cuerpo. Es
fundamental que se vea y se sepa, que los otros admiren, que el Yo del adolescente que se mutila es amo de
este cuerpo que por momento parece enajenarseles o rebelarseles.

En los jóvenes la relación con el cuerpo toma particular relevancia para un Yo que presume saber muy bien lo
que hace. El cuerpo representa ese lugar plagado de significación que les permite hacer lazo de dominio
expuesto.

El cuerpo permite que sobre su superficie el Yo se esmere en representar un drama subjetivo. De este modo el
cuerpo adviene espacio de poder del relato y de relato de poder: cuenta por si mismo una biografía del sujeto,
relata los puntos de quiebre de la sociedad que lo ha arropado.

La imagen por si misma se encuentra ligada a puntos de quiebre social. Así pues en el caso de los jóvenes nos
encontramos con un cuerpo interpelado por fuerzas de transformación histórica: la historicidad individual y la
historicidad social que se injertan una sobre la otra.

Aberstury define a la adolescencia precisamente por lo que podríamos denominar como momentos de quiebre,
de cambios y pérdidas; aludiendo a eso duelos de identidad que se determinan por una exigencia de renuncia: el
duelo por la identidad, duelo por los padres y el duelo por el cuerpo. En este último aspecto se plantea que el
adolescente se encuentra sometido a un conjunto de modificaciones externas e internas que socavan su ilusión
de omnipotencia.

El cuerpo está lejos de aparecer como mudo, el cuerpo expresa o se lo hace hablar, en el cuerpo se escribe algo
al erigirse como un muro exquisito para el grafiti cutáneo de lo virtualmente incomunicable. Sin embargo el
cuerpo se presenta como algo extraño, desprendido del Yo, que puede ser manipulado, escoriado, cortado...

Tal vez a imagen y semejanza de esos cuerpos exhibidos por los medios de comunicación. En aras de colmar esos
ideales el Yo se envilece a nivel de su cuerpo; ejerce el mal contra el mal, contra ese cuerpo que es portador de
mal. Entonces el envilecimiento se convierte en un ejercicio de auto castigo.

En esas imágenes de sujetos mutilados que se dejan a la vista de todos, el cuerpo se convierte en un mensaje y
soporte de mensajes.

En varios testimonios adolescentes se puede visualizar como la auto mutilación es utilizada como una forma de
acallar un dolor interno; es como si a través del dolor causado fisiológicamente se permitiera llegar a un alivio.
La auto administración de dolor es la vía de distinción y desalojo del mal. Para muchos jóvenes parece que la
mejor forma de expresar su dolor es expresándolo mediante cortes.

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